Un desconocido me mete mano en el parque

Era verano. Mis tíos me habían pedido que cuidara de su perro (un Spaniel pequeñito) mientras estaban de vacaciones. A cambio, me habían ofrecido quedarme en su casa, lo cual me venía muy bien porque estaba más cerca del centro que mi piso.

No les faltaba el dinero, lo cual se reflejaba en la decoración y las comodidades de la vivienda. Aproveché esa semana para disfrutar y relajarme: dormir hasta tarde, darme largas duchas, ver películas en su televisor excesivamente grande, hacer deporte (tienen un mini-gimnasio en una de las habitaciones, el cual no deben usar demasiado), quedar con mis amigas e incluso echar un par de buenos polvos.

Ya era jueves y mis tíos volverían al día siguiente. Dediqué un par de horas a recoger y limpiar para que encontrasen el piso en buen estado. Al acabar, me di una ducha y me vestí para salir a tomar algo con mi amiga. Me puse un vestido de verano de color negro, con tirantes y motivos florales, un tanga y unas sandalias con plataforma. Había quedado con Paula, mi amiga, en un bar al que íbamos con frecuencia, música suave, luces tenues, buen ambiente… Hablamos, nos reímos y lo pasamos de maravilla. El nuevo camarero, que claramente estaba muy contento con nuestra presencia, nos invitó a la segunda caña. El flirteo era bastante incesante, lo que normalmente no me hace mucha gracia. En este caso, lo estábamos disfrutando los tres. Paula se los estaba pasando en grande, le gusta más flirtear que a un tonto un lápiz, y el camarero no quitaba ojo de nuestros cuerpos, albergando seguramente la esperanza de llevarnos a las dos a la cama. Finalmente, Paula le dio su número y nos marchamos, bastante acaloradas.

Al volver al piso de mis tíos, y tal como cada noche antes de acostarme, le puse la correa al perro para sacarlo un parque cercano. Ya era la 1:30 pero me niego a ponerme restricciones a la hora de salir sola. Me aseguré de que aún llevaba mi espray de pimienta en el bolso y me encaminé hacia el parque. No había nadie por la calle, es un barrio muy tranquilo.

Al entrar en el parque solté al perro. El parque está en un pequeño promontorio, por lo que tiene diferentes zonas delimitadas por los cambios de pendiente, no es muy grande y está bien iluminado. Preveía no encontrarme con nadie, al igual que los días anteriores, pero al aproximarnos a la zona más alta vi a un hombre y una mujer de unos 40 años. Al acercame un poco más les reconocí. Eran los dependientes de la panadería donde había comprado pan toda la semana. Me habían parecido ambos muy agradables. Entonces sonó un móvil, momento que aprovecharon para despedirse. Ella se marchó en dirección a la salida lateral del parque y él atendió la llamada.

Mientras tanto el perro siguió olisqueando y corriendo por el parque. Poco a poco nos fuimos acercando a la zona donde estaba el dependiente de la panadería. Él se percató de mi presencia pero continuó hablando como si nada. Yo saqué también mi móvil y me puse a ver el Instagram mientras el perro continuaba con su revoloteo por el parque. Al pasar un par de minutos, me di cuenta de que aquel hombre no paraba de mirarme, de forma discreta, pero me estaba dando un buen repaso. Se notaba que no quería incomodarme pero no me quitaba ojo. Esto estimuló mi lado travieso. En general soy bastante morbosa y me pongo cachonda con facilidad. Además, ya venía un poco caliente por el flirteo que habíamos mantenido con el camarero. Ayudada por este estado y la desinhibición y el calorcito que me habían causado las cañas, decidí quedarme allí y pasearme para que pudiese verme bien.

Desde donde estaba escuchaba partes de la conversación y se le notaba distraído. Claramente estaba prestándome más atención a mi que a su interlocutor. Enseguida terminó la llamada y se sentó en un banco, pretendiendo que miraba el móvil. Pero seguía mirándome a mi. Continué exhibiéndome delante suya, agachándome de vez en cuando a jugar con el perro para que pudiese ver como al agacharme mi vestido se subía hasta apenas taparme el culito, quedando también mis pechos bastante expuestos por el escote del vestido. Estaba cada vez más cachonda, mis mejillas debían estar ya enrojecidas debido al calentón. Tuve que contenerme para que no se me notase en la cara el buen rato que estaba pasando al poner cachondo al panadero.

Finalmente decidí que había sido suficiente y me dispuse a volver a casa. Llamé al perro, que no me hizo el más mínimo caso. Al ver que el espectáculo estaba llegando a su fin el panadero también se levantó con intención de marcharse. Al ver movimiento, el perro se acercó corriendo a saludar a aquel hombre, haciendo caso omiso de mis llamadas. Fui a cogerle pero no se estaba quieto. Cuando al fin me agaché para ponerle la correa, mi culo golpeó la pierna del panadero. Aseguré la correa y me incorporé, quedándome apenas unos centímetros delante de él, ligeramente a su izquierda. Bajé la mirada y vi que su mano había quedado casi rozando mi vestido. Sentí un chute de adrenalina y mi yo más morboso tomó totalmente el control.

Aprovechando que el perro tiraba ligeramente de mi hacia la derecha me desplacé un poco. Ahora, el dedo meñique de del panadero estaba en contacto con mi muslo por encima del vestido. Giré la cabeza y le miré directamente a los ojos. Tenía la boca ligeramente entreabierta y la mirada sorprendida. Puse mi mejor sonrisa pícara y volvía a mirar al frente, esperando su reacción.

Solo pasaron unos segundos y noté como su mano se movía muy sutilmente, primero arriba y luego abajo a penas unos centímetros, acariciando mi muslo. Contoneé un poco mi cadera hacia su mano para hacerle saber que podía seguir. Me iba el corazón a mil. Estaba invitando a un desconocido a meterme mano. Era una nueva experiencia y me invadía la excitación. Colocó la mano sobre mi muslo y la deslizó de abajo a arriba, llegando prácticamente a mi culo. Hizo una pequeña parada, supongo que para comprobar que yo quería seguir adelante. Lo confirmé contoneando de nuevo mi cadera. Su mano volvió a subir por mi muslo llegando, ahora si, a mi culito. Lo acarició primero y luego lo apretó ligeramente. Volví a girar la cabeza, pero esta vez no dirigí mi mirada a sus ojos sino a su paquete. Allí encontré un prominente bulto contenido por sus vaqueros. Subí la mirada y volví a dirigirle otra sonrisa llena de vicio. Dio un paso a un lado y se colocó completamente detrás de mi. Colocó sus dos manos en mis nalgas y empezó a sobarme ya sin ningún reparo. Primero, por encima del vestido pero enseguida bajó las manos para tocar mis muslos, esta vez sin la tela de vestido de por medio. Yo escuchaba su respiración agitada. Fue subiendo las manos, levantando mi vestido mientras lo hacía. Llegó de nuevo a mi culito, suave, terso y redondito. En ese momento susurró un «Ohhhh» de satisfacción. Sabía como meterme mano. Muchos hombres lo haces brusca y torpemente, de forma desordenada. No sé si tendría algo que ver su experiencia amasando pan pero sabía cómo sobarme, suave pero con intensidad y precisión. Noté como ya había empezado a humedecerme.

Nunca había disfrutado tanto mientras me metían mano. Él estaba regocijándose con mi culo. Dejó de sobarme, pero solo para dar un paso atrás mientras mantenía mi vestido ligeramente levantado, dejando mi culito expuesto a su mirada. Volví a girar la cabeza y vi su mirada que desprendía delirio. Seguramente no había tenido muchas ocasiones de sobetear así a una chica de 19 años. Dejó caer mi vestido, llevó las manos a mis caderas y suavemente las empujó hacia atrás. Noté su paquete, duro como una roca. Ahora si estaba completamente mojada. Estaba en un lugar público, con las rodillas ligeramente flexionadas, el culo en pompa y la espalada arqueada, dejando que frotase su paquete en mi trasero. Me atrajo del todo hacia él y pasó las manos de mis caderas a mi cintura y luego a mi vientre. Subió las dos manos hasta llegar a mis pechos. Los acarició por encima del vestido, los sobó y apretó ligeramente mis pezones. Sentí olas de placer llegando a mi entrepierna. Notaba su respiración en mi cuello. La mezcla de olores era embriagadora: olía a ropa limpia, a jabón de Marsella, pero también a panadería y a mi perfume.

La cosa siguió progresando. Bajó su mano derecha deslizándola hasta levantar ligeramente mi vestido e introducir su mano entre mis piernas. Con uno de sus dedos empezó a acariciar mi coñito. Lo movió haciendo una ligera presión y separando levemente mis labios hasta encontrar mi clítoris. Notando lo mojado que estaba mi tanguita profirió un «joder». Empezó a mover su dedo de forma circular lo cual me hizo soltar un gemido. Subió su otra mano hasta mi hombro y con delicadeza y sin dificultad apartó el tirante de mi vestido hacia un lado, dejándolo caer. A continuación agarró la tela y con un tirón firme dejó mi teta a aire. Vi mi pezón rosadito y abultado por la excitación. Mientras tanto él seguía apretando su paquete contra mi culo, moviéndolo, rozándose, al tiempo que acariciaba mi clítoris con una suave presión. Comenzó también a tocar mi pecho desnudo, a acariciar mi pezón y apretarlo, poquito a poco, justo como a mi me gusta.

Había conseguido ponerme extremadamente cachonda. Ahora era yo la que frotaba mi culo contra su paquete. Aparté mi otro tirante y saque mi otro pecho, tocándolo del mismo modo que el tocaba el otro. Solté de nuevo otro gemido, esta vez un poco más alto que el anterior. Esto despertó de su letargo a mi yo racional. Miré a mi alrededor y, aún que estábamos en la parte alta del parque y en teoría podríamos ver si alguien se acercaba, me dí cuenta de que el riesgo de que alguien nos viera si seguíamos era alto. Me detuve y me aparté ligeramente de él. «Tenemos que parar», dije. «Nos puede ver alguien». Él se detuvo inmediatamente y apartó las manos. «Sí, tienes razón». Había dejado de tocarme pero su paquete seguía pegado a mi culo, duro y palpitante. Me aparté, recompuse la falda de mi vestido y me giré. Dejé que viese mis tetas por unos segundos antes de subirme los tirantes. Su mirada se perdió en ellas, la verdad es que estaban preciosas y juguetonas. Exhalo un suspiro de satisfacción y dijo: «Gracias». «Gracias a ti», contesté sinceramente mientras me colocaba el vestido. «Hasta luego», dije mientras mientras buscaba con la mirada al perro, del que me había olvidado completamente. «Hasta luego», finalizó, para luego marcharse por donde se había ido su compañera. Localicé por fin al perro, le puse la correa y me dirigí al piso, muy acalorada.

Al entrar por la puerta solté al perro que inmediatamente se dirigió a su camita. Apenas dejé las llaves en el aparador de la entrada dejé caer mi vestido al suelo, apoyé mi espalda contra la pared del pasillo y me masturbé como una posesa. Tuve que taparme la boca con la mano para no gritar al llegar al orgasmo. Aún en una nube me fui a la ducha, donde volvía a tocarme, corriéndome varias veces seguidas.

De todas las experiencias que he tenido a fecha de hoy (y han sido unas cuantas), sigo contando esta entre las más morbosas. No cambiaría ni un detalle. Desde entonces he pasado un par de veces por delante de la panadería de camino a casa de mis tíos, pero no he llegado a ver a mi panadero favorito. Espero poder encontrármelo de nuevo en alguna ocasión y vivir alguna otra experiencia…

Deja una respuesta 0