Volviéndose la sumisa de su ginecólogo

Estaba nerviosa, nunca me habían gustado las revisiones ginecológicas, tenía cierto apuro al tener un hombre contemplando mi sexo desnudo para meterme un palito en la vagina, pero llevaba varios días con dolor de ovarios y mis compañeras de trabajo me instaron a que fuera a hacerme una revisión.

—Es que no sé ni quién es mi ginecóloga —me quejé mirando a María.

—Pues tienes que ir, no puedes postergarlo más, estamos en una edad que nos tenemos que cuidar.

—¿Me estás llamando vieja? ¡Solo tengo cuarenta!

—Y muchas de dieciséis querrían estar tan estupendas como tú, pero son cosas que no puedes dejar pasar, si quieres te acompaño —resoplé.

—Deja, deja, que ya iré yo.

Pedí hora en el centro de salud cercano a mi casa, al parecer mi doctora se llamaba Dra. Ruiz, no pensaba que me fueran a dar cita tan pronto, pero me la habían concedido para esa misma tarde.

Llegué a casa y le dije a mi marido que él se tendría que encargar de los niños, que tenía visita para que me miraran los ovarios.

—Claro tranquila cariño, ¿quieres que te acompañe? —Qué perrera les había dado a todos para acompañarme, ni que fuera una impedida.

—No hace falta, será un momento, y ya sabes cómo se ponen los críos en el médico.

—Tienes razón mejor que los lleve al parque.

Tenía una buena relación con mi marido, llevábamos muchos años juntos, desde que yo tenía 19 y él 23. A ambos nos había gustado cuidarnos siempre e ir al gimnasio, por lo que casi nunca visitábamos el médico.

Me llamo Aroa, tengo 40 años mido 1,68, peso 58 kg, pelo rubio, gracias a las mechas y ojos oscuros. Si hay algo que destaque en mi figura son los pechos, mi marido siempre dice que es una de las partes que le conquistó, pues jamás se fijaría en una mujer con un busto pequeño.

Me duché y depilé a conciencia, sabía que no importaba demasiado la ropa interior que me pusiera porque me la iba a quitar, pero la lencería era una de mis debilidades.

Elegí un vestido que se abotonaba por delante, desde el escote hasta el final de la falda que terminaba por encima del muslo. Tomé el bolso y me despedí de mi familia rumbo a la ginecóloga.

Cuando llegué no había demasiada gente en la salita de espera, pero sí un matrimonio que estaba sentado delante de mí cuyo marido no dejaba de mirarme las tetas y los muslos.

Me sentí entre apurada y excitada, siempre me había gustado despertar deseo en el género opuesto, pero su mirada caliente cuando su mujer estaba al lado, me pareció poco apropiada.

La enfermera me llamó y me incorporé inclinándome hacia delante, sintiendo los ojos del hombre perdiéndose en mi escote, ese era el único regalo que se iba a llevar.

Mis relaciones sexuales con mi marido eran satisfactorias, pero reconozco que tenía muchas fantasías por cumplir que estaba segura que le escandalizarían, así que las dejaba para mi mente y mis momentos de soledad cuando me acariciaba recreando todas mis fantasías.

Entré en la consulta y reconozco que me sobresaltó encontrarme con un hombre sentado frente al ordenador.

—Buenos días, siéntese por favor —Me saludó sin apartar la vista de la pantalla.

—Disculpe, debe tratarse de un error tenía hora con la doctora Ruiz. —Por primera vez levantó el rostro de la pantalla y su mirada oscura seguida de aquella sonrisa canalla, me ancló al suelo.

—Yo soy la doctora Ruiz, algún gracioso dejó la “a” y ahora hasta que no lo arreglen parece que tengo un cromosoma femenino de más. —Solté una risita nerviosa, era demasiado atractivo para ser ginecólogo. Cómo iba a abrirme de piernas delante de él—. Por favor siéntese. —Me repitió con una voz profunda. Debía tener mi edad, pelo oscuro, ojos negros y parecía que también se cuidaba. Mi sexo se contrajo involuntariamente—. Cuénteme señorita Martínez, ¿qué le ocurre?

—Puede llamarme Aroa, si me habla de usted me hace sentir mayor. —Él sonrió y asintió pero no me pidió que yo también le tuteara.

—Muy bien Aroa, que te sucede.

—Pues hará un par de semanas que tengo mucho dolor en los ovarios. —No tecleaba simplemente me miraba, creí ver que desviaba la vista hacia mi escote pero no estaba segura. Mi respiración estaba completamente acelerada y me sudaban las palmas de las manos.

—¿Cuándo te hiciste la última revisión?

—Cuando nació mi segundo hijo, hará siete años. —Me miró reprobatoriamente—. Lo sé, é que debería venir una vez al año pero es que no soy de médicos.

—¿Y de cáncer de útero o de mamas sí? —Su respuesta me dejó cortada.

—Debes entender que este tipo de visitas tienen un fin y es evitar muertes indeseadas.

—Lo siento, a partir de ahora no me saltaré ninguna. —Sonrió de nuevo y eso me hizo sentir bien. No estaba segura del motivo pero tenía una energía que me empujaba a complacerle, a que le gustaran mis respuestas.

—Has tomado una buena decisión. ¿Cómo son tus reglas?

—Regulares, soy como un reloj.

—¿Y tus relaciones sexuales? —¿Me miraba más intensamente o eran sensaciones mías? Me sentía sofocada, estaba segura que me había puesto roja—. No te avergüences soy tu ginecólogo, todo lo que digas queda entre nosotros. Necesito saber la frecuencia, si siempre es con la misma pareja, si usas protección, si te duele mientras las mantienes…

—Pues sí, siempre me acuesto con mi marido, no uso protección porque a él le operaron, no siento dolor cuando nos acostamos y solemos hacerlo en el fin de semana, con los niños ya se sabe… —respondí apurada.

—Ya. Bien como llevas tanto tiempo sin venir vamos a hacerte una revisión completa. Desnúdate por favor. —El corazón se me detuvo.

—¿De-del todo? —Él asintió tecleando.

—Sí, debo revisarte también las mamas, allí detrás tienes un colgador para dejar tu ropa. —No me miró, lo que me cohibió más si era posible. «Es médico», me dije para templar los nervios.

Me acerqué donde me había dicho y me desprendí del vestido, el sujetador y las bragas.

—No hace falta que te quites los tacones —susurró más cerca de lo que me imaginaba sobresaltándome. Me di la vuelta y le encontré allí en medio, parado, recorriendo cada centímetro de mi piel expuesta. Mis pezones se activaron ante tal exhaustiva revisión ocular y él volvió a sonreír—. Ven hasta aquí Aroa. —Me daba muchísima vergüenza caminar desnuda hasta él, pero no me quedaba más remedio. Avancé notando el bamboleo de mis pechos, como sus pupilas se clavaban en mis pezones y ellos se alzaban en respuesta.

Tenía unas aureolas anchas que siempre me habían acomplejado un poco, al igual que mis labios inferiores que sobresalían de mi sexo depilado. Mi marido decía que tenía un cuerpo generoso para ser follado, pero a mí no me parecía así.

El doctor me sacaba una cabeza con los tacones puestos, en cuanto me tuvo a un paso de distancia sus manos amasaron mis pechos, las palmas estaban calientes.

—No te asustes, voy a explorarlas bien. —Tragué con fuerza, su toque me estaba excitando, el pensar que yo estaba completamente expuesta y él vestido, sobándome de aquel modo me humedeció. Sus dedos volaron a mis pezones y los pellizcó arrancándome un gemido de sorpresa y placer —. Shhhhhh, tranquila es solo para ver la sensibilidad, ¿qué sientes cuando hago esto? —Notaba el sudor cayendo por mi espalda cuando los retorció con fuerza.

—Aaaaaahhhh —suspiré.

—¿Dolor? ¿Placer? ¿Ambas?

—A-ambas —murmuré. Entonces tiró con fuerza y volví  quejarme.

—¿Y ahora?

—Ambas —volví a repetir. Me agarró un pecho con fuerza y se puso a golpearlo con el índice y el pulgar. Mi sexo se anegaba, no podía estar más excitada. Me mordí el labio inferior.

—¿Esto te gusta? —Asentí sin poder contenerme. Él las soltó y sentí la pérdida de inmediato. ¿Qué me pasaba? Estaba segura que lo que me hacía no era normal, pero deseaba que no terminara nunca. Sin despegarse recorrió mi abdomen con la mano hasta legar a mi sexo para agarrar mis labios inferiores y tirar de ellos. Suspiré con fuerza— ¿Te molestan? Sobresalen mucho, si te incomodan hay una operación para recortarlos.

—No-no me molestan. —La humedad resbalaba por ellos impregnando los dedos del médico. Acarició abiertamente mi sexo introduciendo un dedo en él.

—Veo que lubricas bien, necesito hacer una prueba visual y de sabor.

—¿Cómo? —Se arrodilló apoyando la nariz en mi sexo e inspirando profundamente. Me quería morir.

—Huele bien, separa los muslos —obedecí sin plantearme siquiera no hacerlo—. Estás muy mojada —observó introduciendo sin dificultad dos de sus dedos. Separé más las piernas para facilitarle el acceso. Él sacó la lengua y se puso a saborear mi sexo mientras me follaba con las manos.

—Aaaaaaahhhhh —grité apoyando mi mano sobre su sedoso pelo.

—No me toques Aroa, no te he dado permiso para hacerlo. —Saqué las manos al instante y él siguió devorándome el coño. Mi marido no me lo comía así de bien, con esa devoción. Noté otro dedo metiéndose en mi interior, su lengua se enroscó en mi clítoris incrementando mi necesidad.

Gemía abiertamente, estaba mareada, embriagada de excitación cuando el cuarto dedo empujó seguido del quinto. Esa siempre había sido una de mis fantasías, que me follaran metiéndome la mano al completo.

—Eso es Aroa, ábrete a mí, déjame entrar —. Se estaba enterrando lasta la muñeca y yo estaba al borde del orgasmo cuando se detuvo y sacó todos los dedos para lamerlos uno a uno frente a mis ojos. Iba a suplicarle que me dejara correrme pero me contuve.

—Lo has hecho muy bien ahora siéntate en la silla de obstetricia con el culo bien abajo y los pies en los estribos. Con mi sexo latiendo al borde del orgasmo me subí como pude—. Tienes un coño muy goloso —dijo atándome los pies y las manos con unas correas de cuero. No sabía que decir. Después vi que cogía una especie de succionadores transparentes y los conectaba a una máquina. Dos eran muy grandes y otro pequeño.

Los grandes los colocó sobre mis pezones y el pequeño sobre mi clítoris.

—¿Qué es eso? —pregunté intrigada.

—Ahora lo verás, vamos a ponerte a prueba zorrita. —le miré con los ojos muy abiertos por el apelativo. El doctor encendió el interruptor y la máquina empezó a sorber, como si quisiera engullir esas partes e mi anatomía. Chillé más por la impresión que por el dolor. El doctor sacó un móvil de su bata y comenzó a tomarme fotografías.

—¿Qué hace? —inquirí.

—A partir de hoy serás mi puta y si no lo haces me encargaré de mandar fotos y videos a tu querido marido de lo guarra que es su mujer. —Solté un ruego.

—No por favor.

—Si no quieres que le llegue nada es fácil, solo deberás obedecer, tengo tu dirección y todos tus datos, con un solo clic, tu querido maridito sabrá lo guarra que eres, así que vas a convertirte en mi esclava y obedecerás ciegamente todos mis mandatos. Ahora mismo voy a grabarte y quiero que digas a cámara que vas a ser mi puta voluntariamente, o ya sabes lo que ocurrirá. —Los ojos me escocían. ¿qué había hecho?—. Vamos habla puta, cuéntale a la cámara lo que querías decirle.

—Yo-yo, soy tu puta, quiero ser tu putaaaaaaaaaahhhhh. —Acababa de subir la potencia del succionador.

—Eso es y ahora te voy a follar pero no tienes permiso para correrte —Le vi agarrando una especie de  espéculo y abriéndome la vagina al máximo para apuntar con la cámara. Aullé de placer y dolor al mismo tiempo. Se desabrochó los pantalones, se bajó los calzoncillos  y se introdujo en mí sin quitarme el aparato, que al ser de abertura lateral se lo permitía.

Grité por la fuerza y la brutalidad que empleaba, pero aun así me gustaba, y mucho, lubricaba como nunca sintiéndole perforarme al máximo.

—Me –me voy a correr —le advertí.

—No puta, no tienes permiso. —Siguió embistiéndome y yo aguantándome las ganas de dejarme ir, cuando tuvo suficiente se subió a la silla y pude ver su miembro descomunal—. Hay pocas mujeres a las que me pueda tirar debido a mi tamaño, pero tú tienes la vagina perfecta, vamos a ver qué tal tienes la boca.

Mi boca era ancha, pero no creía ser capaz de engullir todo eso.

—Es imposible que me quepa.

—Abre la boca y obedece. —Me agarró de la barbilla y separó mis labios—. Y pobre de ti que me muerdas, ahueca las mejillas y esconde los dientes o te castigaré y mis castigos no son suaves —me advirtió.

Traté de hacerle espacio pero no estaba lista para algo tan grande en cuanto tocó el fondo de mi garganta creí ahogarme. Las arcadas no se hicieron de rogar.

—Respira y todo irá bien. —Fue lo único que me dijo mientras me agarraba del pelo y me follaba literalmente la cara. No fue delicado, nada delicado. Su glande me golpeaba una y otra vez la campanilla mientras el gruñía desatado. Traté de relajarme, pero era imposible, cada vez se volvía más y más brutal. —Eso es voy a correrme, quiero que guardes mi semen en tu boca y cuando termine de correrme lo mostrarás a cámara y te lo tragarás. —Me daba mucho asco, nunca había hecho eso. Noté el semen inundar mi boca, el cuerpo del doctor se puso rígido corriéndose abundantemente como había prometido. Cuando terminó se bajó, cogió el móvil y me enfocó los labios. Los separé mostrando toda su leche—. Muy bien puta ahora traga. Así lo hice, notando aquel sabor acre deslizarse por mi garganta.

El doctor detuvo la máquina, me sacó el espéculo y se dedicó a azotarme la vagina con la palma de la mano.

Mi cuerpo vibraba, mi sexo pedía más, mis piernas se separaban y la pelvis se impulsaba sola en busca de aquella mano castigadora.

—Mmmmm, así es como me gusta un coño, hinchado, rojo y lubricado. Apuntó con los cinco dedos a mi entrada y me penetró arrancándome otro grito.

—Por-por favor no pares. —le supliqué. Con mi ruego me gané un azote brutal sobre el clítoris.

—A mí no se me tutea perra, soy tu amo y si quieres tu premio tendrás que tratarme con respeto.

—Sí amo, lo-lo, siento amo —Los golpes se volvieron picantes, el puño entraba y salía con facilidad alcanzándome la matriz, volvía a estar al borde del orgasmo—. Necesito correrme amo, por favor.

—Muy bien perrita pero cuando yo lo diga.

Quitó la mano y agarró un bote de los que se usan para analizar la orina.

Sus dedos se pusieron a friccionar mi clítoris que estaba cercano a estallar.

—No puedo, no puedo —me lamenté.

—Ahora. —gritó sin dejar de masturbarme y acercando el bote a mi sexo.

Había escuchado que las mujeres podían eyacular, pero no sabía que yo también. Grité y grité vaciándome por completo hasta llenar aquel botecito con mi corrida.

El doctor sonrió y cuando lo tuvo hasta arriba lo trajo hasta mis labios y dijo:

—Bebé, este ha sido mi regalo para ti. —Sin tener voluntad para decir lo contrario dejé que lo vertiera en mi boca saboreando mis propios efluvios—. Muy bien zorra, lo has hecho muy bien, a partir de hoy no te negarás a nada de lo que te exija, serás mi puta hasta que me canse de ti y me darás las gracias siempre. ¿Entendido?

—Pero amo, mi marido….

—Tu marido será un cornudo, no hay nada que me dé mayor satisfacción que follarme a la mujer de otro. Ahora vístete, no tienes nada solo una leve inflamación, con un poco de ibuprofeno quedará todo resuelto. Estarás las 24h. pendiente del móvil porque en cualquier momento te puedo necesitar, ahora vístete y lárgate, o todo lo que ha pasado aquí lo recibirá tu querido marido. ¿Entendido?

—Sí, amo.

Continuará…