A veces las personas llevadas al límite se ven obligadas a hacer cosas que jamás se hubieran imaginado

Estaba desesperada, llevaba ya demasiado tiempo en paro, y me había convertido en una de esas cifras que de vez en cuando sueltan en los telediarios informando como si nada importase al resto de compatriotas, pero alertando de que millones de personas en España como yo, no cobran ningún tipo de desempleo o de subsidio. Hacía un par de meses que yo era una más de esas personas. Si con la poca ayuda del subsidio y el ridículo sueldo de mi marido ya tenía que obrar milagros económicos para llegar a final de mes, imaginaos desde hacía unos meses en los que ya no tenía derecho a ningún tipo de prestación. ¡Malditos políticos!. Ellos si tienen derecho a despilfarrar mis aportaciones que como cotizante he realizado durante todos estos años atrás, y de los que no me han devuelto ni una mísera parte. La situación comenzaba a ser dramática en mi hogar, durante el transcurso de este mes ya no pude evitar devolver algunos recibos al banco al no poder hacer frente a los pagos. Necesitaba dinero urgente como fuera.

Por eso enviaba mi curriculum a cualquier tipo de oferta que se me presentase. Me daba igual si tenía o no que ver con mis diez años de experiencia laboral, o con mi formación universitaria y algún máster de complemento. Me apuntaba a toda oferta con tal de ingresar dinero en la cuenta.

Para los que no me conozcan decir que me llamo Sandra y tengo treinta y dos años. Estoy casada con un marido maravilloso con el que he tenido un hijo al que adoro por encima de todas las cosas. Siempre he sido fiel a mi esposo, aunque debo reconocer que no es todo lo creativo que yo deseara en la cama. Pero sobretodo es buena persona y lo respeto. Yo me alivio sola cuando no está en casa, imaginando un ciento de situaciones que podían presentarse en mi vida, o volviendo la vista atrás a cuanto pudo haber sucedido en otras ocasiones y no sucedió. Si quieres, puedes saber más sobre mí consultando mi blog:

lawebdesandragonzalez.blogspot.com.es

o mi web:

www.lawebdesandragonzalez.tk

Mi esposo trabaja como comercial, y últimamente se pasa muchas horas fuera de casa tratando de cerrar contratos hasta muy tarde. La crisis ha hecho que se reduzcan notablemente sus incentivos variables, que el pobre trata de paliar con horas y horas de trabajo. Al menos eso me dice.

El caso es que un martes a la mañana leí el siguiente anuncio en un periódico local de mi ciudad:

“Se busca camarera para trabajar en local nocturno. No es necesaria experiencia, tan solo buena presencia. Interesadas contactar con Mario en el teléfono: 69 3 555 6969”.

Creo que me sorprendió ese anuncio por la época del año en la que estábamos. A principios de agosto no era habitual encontrar este tipo de ofertas que siempre son más frecuentes hacia inicios del verano. Supuse que les urgía encontrar a alguien y por eso no requerían experiencia. Me animé a llamar. Me quedé algo desconcertada cuando me contestó una voz femenina a la llamada, pregunté por el tal Mario pero me indicó que no podía ponerse en esos momentos. Le dije que estaba interesada en lo del anuncio de la prensa y muy amablemente me indicó que les urgía contratar una camarera antes del fin de semana, y que si no tenía inconveniente me pasase por el local esa misma tarde pues seguro que estaba su jefe. Me advirtió que el trabajo era en horario nocturno hasta el cierre del local prácticamente de madrugada, a lo que le respondí que no tenía inconveniente. Me indicó el nombre del bar: “Caprichos”, me facilitó la dirección y se despidió hasta conocernos personalmente a la tarde.

Marché a casa contenta por haber podido concertar una entrevista de trabajo. La única en mucho tiempo, y comencé a ilusionarme con el dinero que podía ganar. Al mismo tiempo estuve dándole vueltas a la cabeza de cómo podía convencer a mi marido para que no pusiese objeciones a este tipo de empleo. En su educación tradicional y conservadora seguro que no aceptaba que su mujercita trabajase como camarera en un pub. Aunque trabajador y honesto, mi esposo no dejaba de ser de ese tipo de hombres que anteponen su orgullo y dignidad a las necesidades reales. Claro que él no hacía las cuentas a final de mes y vivía ajeno a las circunstancias. Decía que con matarse a trabajar tenía bastante y que no lo atosigase con más problemas, que bastante tenía él con los suyos, y por eso delegaba bajo mi responsabilidad las cuentas de la casa. Pero…¿qué hacer cuando el dinero no alcanza a final de mes?. Yo, en contra de su educación, estaba dispuesta a encomendarme lo mejor que supiera a mi nuevo trabajo con tal de ganar dinero.

Me pregunté qué ropa sería la adecuada para acudir a ese tipo de entrevista. Revisé todo mi armario y al final opté por una minifalda negra estampada con motivos florales y un top blanco de lycra que se ajustaba bastante a mi cuerpo. Por delante mostraba un generoso escote que se disimulaba con algún pliegue de telas en la prenda, en cambio por la espalda se ceñía bastante a mi piel. Tal vez por eso decidí no ponerme sujetador, pues este se notaría en mi espalda. Las sandalias y el bolso eran también blancos más o menos a juego. Me miré en el espejo antes de salir, estaba perfecta, enseñaba lo justo, ni mucho ni poco, eso sí, bastante insinuante. Cuidé los complementos, pendientes, collares, anillos… y no sé por qué en el último momento tuve la corazonada de quitarme la alianza de casada. Un sexto sentido me dijo que tal vez fuese mejor por el momento ocultar esa faceta de mi vida.

Nada más llegar a la dirección indicada y ver el letrero del pub ya advertí que se trataba de una especie de disco pub con mucha marcha por las noches. Respiré aliviada nada más entrar, por unos instantes me lo había imaginado mucho peor, temí que se tratase de un local de alterne, citas o yo que sé qué barbaridad, pero lo cierto es que era una mini disco de lo más normal, que durante la semana servía algún que otro café.

La entrada era un pasillo alargado con una barra al lado que hacía una pequeña “L” con la pista de baile al fondo. A lo largo de esta barra había algún que otro taburete de esos altos, en los que a esas horas apenas había media docena de hombres bebiendo cerveza o tomando café. La pista de baile en la que finalizaba la parte pequeña de la barra era bastante grande, de forma prácticamente cuadrada, con muchas luces de colores alrededor y con una gran bola de cristal en el techo. También había muchos espejos por las paredes de la pista de baile. De esta forma las luces de los focos se debían reflejar por todas partes cuando estuviesen encendidos. Al otro lado de la pista de baile había otra pequeña barra y las puertas de acceso a los aseos públicos.

.-“Hola soy Sandra, he llamado esta mañana por lo del anuncio en el periódico y me han dicho que esta tarde podría encontrar por aquí a Mario, ¿sabes dónde puedo localizarlo?” le pregunté a una de las dos chicas que vi tras la barra lateral de la entrada.

.-“Mario todavía no ha llegado, si quieres te sirvo una copa mientras lo esperas” me respondió sin cara de muchos amigos la chica que me atendió. Yo me quedé algo sorprendida por su reacción tan seca y desentendida.

.-“¿Sabes cuándo llegará?” le pregunté algo mosqueada por la situación.

.-“No tengo ni idea. El jefe viene y va cuando le da la gana” me dijo como esperando a que le pidiese una consumición.

.-“Sino te importa le esperaré aquí hasta que llegue” la dije tomando asiento en una de esas butacas altas junto a la barra y dispuesta a observar y averiguar el porqué del mal carácter de la que podía ser mi nueva compañera.

.-“Lo que tú quieras. ¿Vas a tomar algo?” insistió en preguntarme una vez más.

.-“No gracias” le respondí yo tajantemente ante su insistencia. No estaba dispuesta a gastar un dinero que no me sobraba.

Una vez me dio la espalda, me acomodé en el taburete y me dediqué a observar los detalles que podían desvelarme alguna pista acerca de cómo enfocar la entrevista.

Lo primero que me llamó la atención era la decoración del bar, parecía una réplica barata de fiebre del sábado noche, ambientado en los años 70 y 80, con alguna que otra pequeña deficiencia en la pintura.

Nada más darme la espalda pude fijarme en la chica que me recibió tras la barra del bar. Parecía más o menos de mi edad. También rubia, llevaba puestos unos shorts vaqueros recortados que dejaban entrever los cachetes del culo en su inicio. Daba la impresión de que se había pasado recortando los jeans, pues no creo que los comprara así. Aunque tenía algo más de culo que yo, lucía buenas piernas, ni gordas, ni delgadas. Llevaba puesta una camiseta negra de tirantes finos. Se notaba que no llevaba sujetador debajo, tampoco lo necesitaba pues no tenía mucho pecho.

A lo lejos de la barra, en la zona de “L” y frente a la pista de baile, había otra chica. A pesar de la luz y la distancia me pareció algo más joven, entorno a los veintitantos diría yo. Esta chica llevaba una minifalda de esas elásticas que le marcaban sus curvas. Estaba algo más rellenita, por eso sacaba partido de su escote con una camiseta que dejaba entrever su enorme pecho.

Por lo demás me fijé en la clientela. Todos cincuentones o sesentones, apostados en la barra del bar para mirar disimuladamente a las chicas que les servían tras la barra. El uno hacía como que miraba la tele, en la que retransmitían no sé qué absurdo deporte de olimpiadas, mientras de reojo no le quitaba la vista a la chica que enseñaba los cachetes del culo. Otro fingía leer el periódico fijándose en los mismos detalles que su compañero de barra. Un par de tipos trajeados no le quitaban el ojo a la otra compañera, que les mostraba el escote prácticamente enfrente de ellos cada vez que se agachaba a aclarar la vajilla.

Por último, el más cercano a mi posición no dejaba de mirarme alertado seguramente por la conversación entre la camarera y yo. Me repasaba inquisidor de arriba abajo con la mirada hasta llegar a ponerme nerviosa. No dejaba de mirarme las piernas desde los tobillos hasta cuanto mi falda le dejaba ver, esperando seguramente el menor descuido con cada cruce de mis piernas. Vamos, otro típico baboso de bar que se fija en las camareras.

No había que ser muy inteligente para deducir que la clientela fija del pub eran señores más o menos entrados en años que bajaban a contemplar a las camareras. Me pregunté si yo sería capaz de encajar en ese tipo de ambiente. Incluso estuve tentada de marcharme de aquel garito, sino fuera porque necesitaba desesperada el dinero. Una mujer recatada, decente esposa, y madre ejemplar, estaba claro que tendría que transformarse en un estereotipo de mujer mucho más descarada y alegre si quería durar en un trabajo como ese.

Pude mentalizarme mientras aguardaba la llegada del jefe. Estuve esperando más o menos una hora que se me hizo eterna por las distintas miradas a las que era sometida, tanto de la chica de la barra y posible futura compañera, como del señor del taburete más cercano. Para colmo el aire acondicionado no era muy potente, y a pesar de estar algo más fresco que en el exterior, seguía haciendo calor dentro del local. Enseguida comencé a sudar presa de los nervios. Lo que me llevó a pensar que la generosa vestimenta de las chicas podía deberse al calor y no a las expectativas de los clientes.

La entrada del tal Mario me pilló de sorpresa, antes de que pudiera darme cuenta accedió al interior de la barra por mi espalda.

.-“Hola Lucio” saludó al tipo de la barra que había estado observándome todo este rato.

.-“Hola Mario” le devolvió cordialmente el saludo el cliente, como si se conocieran de toda la vida.

.-“Hola Marta” saludó a la chica de la barra al pasar a su lado, al tiempo que le daba una sutil palmadita en el culo ante la envidiosa mirada del tal Lucio. Luego sin preámbulos ni más dilación abrió la única caja registradora a mitad de la barra y retiró casi todo el dinero como con prisas.

.-“Hay una chica esperándote” pude leer en los labios que le indicaba la tal Marta a su jefe señalando mi posición. El supuesto jefe se volteó por un instante para observarme y le dijo:

.-“Que espere cinco minutos y dile que suba”. Aunque no podía escucharles, pude intuir que le decía algo así, y dicho esto desapareció por una puerta tras la barra que había pasado inadvertida para mí hasta ese momento.

A los pocos minutos la chica se acercó hasta mí y levantado parte de la barra que quedaba en la esquina a mi espalda me indicó que pasara.

.-“Encontrarás a Mario, el jefe, subiendo las escaleras” me dijo nada más abrir la puerta oculta que quedaba en medio de la barra.

Tras la puerta había una pequeña estancia en la que se amontonaban cajas de bebidas, envases de esos retornables, y algún que otro barril de cerveza. Vamos lo que sería un pequeño almacén. Al otro lado se veían unas escaleras estrechas y empinadas. Subí según las indicaciones, al acabar las escaleras un corto pasillo y al fondo una única puerta en la que ponía un cartel de privado.

Llamé con los nudillos antes de entrar.

.-“¿Si?” se escuchó una voz del otro lado de la puerta.

.-“¿Se puede?” pregunté educadamente antes de abrir.

.-“Adelante” respondió, y abrí para entrar.

Sorprendí al tipo cerrando una caja fuerte en la que se adivinaban un montón de billetes, y que luego escondió tras una foto del local recién inaugurado. Me sorprendió que no le diera importancia al hecho de que supiese donde escondía el dinero. Yo en su lugar hubiese sido más prudente. O una de dos, o de verdad lo había sorprendido in fraganti, o por algún motivo quería que lo viese.

.-“Pasa encanto y siéntate” dijo nada más voltearse a verme y señalando una silla que quedaba justo enfrente de la mesa tras la que él estaba acomodado. Pude ver en sus ojos como me repasaba de arriba abajo con la mirada, y de cómo se fijaba en mis piernas y en mi escote.

.-“Gracias” dije tomando asiento al tiempo que sacaba de mi bolso un currículo impreso para entregárselo. “Venía por lo del anuncio en el periódico” pronuncié tímidamente mientras le dejaba el curriculum sobre la mesa de tal forma que pudiera leerlo. Pero ni siquiera le prestó atención, me observó detenidamente como tomaba asiento, y dejando los papeles a un lado de su mesa me preguntó:

.-“Bien, ¿cómo te llamas preciosa?”. Me percaté que mientras me hablaba, y debido a la altura de mi silla, mi minifalda se recogía en mi cintura mostrándole una visión más que sugerente de mis piernas, y que por supuesto él no había dejado de observar en ningún momento. Creo que ni me había mirado a los ojos aún siquiera.

.-“Hola me llamo Sandra. Estoy interesada en trabajar como camarera” le dije muy sonriente tratando de causar buena impresión.

.-“Ya”, musitó dubitativo. “Dime Sandra, ¿y tienes experiencia como camarera?” se interesó por mi respuesta.

.-“No, pero aprendo rápido” dije con cierto ademán insinuante cruzando mis piernas a lo Sharon Stone para distraer su mirada y su atención. Me sorprendí a mí misma recurriendo a semejante maniobra, usando mis mejores armas como mujer, ante lo que parecía un tipo vulgar y simple de manejar.

.-“¿Y por qué quieres trabajar en un sitio como este”. Insistió en preguntarme.

.-“Es evidente, necesito el dinero” le respondí al tiempo que comenzaba a jugar con mi pelo haciendo tirabuzones a la altura de mi escote.

.-“¿Estas casada o tienes novio?” me preguntó mirándome a los ojos por primera vez en todo ese rato.

.-“No” le mentí parpadeando descaradamente tratando de distraer nuevamente su concentración en la conversación. Además, eso era algo que no era de su incumbencia.

.-“Mejor así”, quiso explicarse, “aquí sabemos cuándo empezamos pero no cuando terminamos. A veces terminamos tarde, y la experiencia me dice que los esposos y novios no acarrean más que problemas….”, y sin dejar de mirarme las piernas comenzó a describirme las condiciones de contratación.

Me explicó que el contrato sería indefinido a media jornada con tres meses de prueba. Se haría un ingreso bancario a finales de mes por la parte proporcional a las veinte horas que realizaría de lunes a jueves incluyendo los domingos. Indudablemente los viernes y sábados debía permanecer hasta el cierre del establecimiento. Esas horas superaban lógicamente las veinte estipuladas, por eso me las pagaría en metálico junto con la propina, en la misma madrugada del sábado, “junto con la recaudación” puntualizó.

Durante sus explicaciones pude fijarme en aquel tipo detenidamente. Se trataba de un cincuentón que a pesar de la edad se conservaba bastante bien. Más tarde supe que acudía a un gimnasio dónde además aprovechaba para promocionar el local, pues muchos de los clientes que acudían provenían de allí. Canoso, delgado, algo musculado, con algún tatuaje en su cuerpo, camisa desabrochada, mostraba poco pelo y un bronceado permanente. Estaba claro que le gustaba sentirse atractivo. Vamos, el típico chulo de playa, con pinta de follador trasnochado. Pude ver una alianza en su mano, lo cual me tranquilizó un poco mientras escuchaba sus lamentables condiciones de contratación.

También pude fijarme en la estancia. El cuarto que le hacía de despacho estaba desordenado. Había papeles y facturas por todos lados carentes de control alguno. Me llamó la atención que de una de las paredes colgaban varias perchas con ropa femenina y algunos bolsos. Deduje que se trataba de los bolsos de mis compañeras. La estancia tenía también acceso a un pequeño cuarto de aseo donde seguramente se cambiaban mis compañeras.

Pero lo que más me llamó la atención era una de las paredes del cuarto. Casi toda la pared en sí, era uno de esos espejos a través del cual podía verse la planta baja del establecimiento. Era una de esas ventanas en las que tú puedes ver a través de ellas pero en cambio no pueden verte del otro lado. Sin duda se camuflaba desde la pista con el resto de espejos que decoraban la sala. Era una forma de controlar disimuladamente desde su despacho todo lo que ocurría en la sala de abajo.

.-“¿Qué te parece?”, me preguntó mirándome a los ojos por primera vez en mucho tiempo tras concluir su exposición.

.-“¿Qué cuándo empiezo?” Respondí sonriente fingiendo desear incorporarme, aunque las condiciones me pareciesen del todo abusivas, y no me quedase otra que aceptar.

.-“Mañana mismo, vente sobre las cuatro de la tarde, debes traerme la documentación para llevarla a la gestoría cuanto antes. Para cuando vengas mañana, Marta te dirá todo lo que tienes que hacer” y dicho esto se incorporó de la silla para abrir la puerta del despacho y despedirme.

.-“Por cierto”, apuntillo antes de cerrar la puerta tras mi marcha, “las propinas de los clientes dependen mucho de cómo vayas vestida”, y antes de que pudiera preguntarle nada acerca de su comentario cerró la puerta en mis narices dejándome sola en el pasillito de antes de las escaleras.

Regresé a casa llena de dudas. Estaba claro que aquel antro no era el mejor sitio del mundo para hacer alarde de educación y conocimientos. De nada me servirían mi carrera universitaria y los dos masters privados por los que pagué un pastón, bastaba con enseñar tetas y culo para ganarte el sueldo y obtener buenas propinas. Me preguntaba una y otra vez si sería capaz de llevar las diferentes situaciones a las que seguramente tendría que hacer frente tras la barra. Me imaginé todo tipo de comentarios, miradas y soeces, y me propuse solventarlas con soltura.

Por otra parte tenía claro que mi marido no debía enterarse de nada. Así que anduve todo el camino buscando una forma en que salir del paso. Concluí que lo mejor sería decirle a mi esposo que comenzaba a trabajar en una plataforma logística de distribución en turno de tarde, pero que los viernes y los sábados debía doblar turnos porque por problemas logísticos se trabajaba hasta completar pedidos, y que debían estar listos para el lunes. Lógicamente viernes y sábados eran los días de mayor venta, y por tanto los de trabajo a destajo. No hubo inconveniente en creérselo cuando se lo conté, aunque a decir verdad tampoco me prestó mucha importancia.

.-“Es estupendo que comiences a trabajar, ¿no cari?” es todo cuanto dijo al respecto tumbándose largo en el sillón después de comer, tras habérselo comentado, y mientras yo recogía los platos de la mesa. Bueno, recogía los platos, fregaba, ponía el lavavajillas, escobaba, limpiaba la vitro, fregaba y un montón de tareas más que prefiero no enumerar y de las que recibía poca ayuda.

En cuanto a la ropa decidí que lo mejor sería salir de casa con una ropa más o menos decente y llevar en el bolso aquello con lo que trabajar. Ya me cambiaría en el baño del despacho como deduje que hacían mis compañeras de ser necesario.

Por suerte al día siguiente era miércoles y parecía no haber mucho jaleo cuando llegué al local. Aunque Mario me había dicho de llegar sobre las cuatro de la tarde, me presenté casi a las tres y media con la intención de cambiarme con calma de ropa.

Nada más llegar me presenté ante Marta que de nuevo atendía la zona de entrada del bar. Esta vez me atendió algo más amable. Me dijo que el jefe la había informado de todo, y que debía ponerme al corriente de mis tareas. Me presentó a la otra compañera, Patricia, la más joven. Luego me dijo que la acompañara al piso de arriba. Me preguntó si había traído la documentación y se la entregué. Pude ver como se la dejaba al jefe encima de la mesa. Me hizo pensar que de alguna forma había tomado el roll de encargada en las ausencias de Mario.

.-“¿Piensas trabajar con esa ropa?” me preguntó mirando mi recatado aspecto con el que había salido de casa.

.-“Había pensado en cambiarme” la respondí enseñándole una bolsa en la que traía algo de ropa.

.-“Puedes cambiarte aquí mismo, esa será tu percha” dijo señalando un colgador en la pared que quedaba libre “nosotras dejamos los bolsos y algo de ropa en las otras perchas” concluyó de explicarme. Yo esperé con la intención de que me dejase sola por un momento para cambiarme, pero al ver que no hacía intención de dejarme sola me dirigí al pequeño aseo que había. Para mi sorpresa el pestillo de la puerta estaba intencionadamente forzado e inservible, y Marta se dio cuenta de que me llamó la atención.

.-“Mario es muy desconfiado” trató de justificar mi nueva compañera a su jefe por el tema del pestillo, “en este cuarto guarda la recaudación y no quiere perder a nadie de vista en cuanto entra en este despacho. A mí me contó que tuvo que forzar la puerta para sorprender a una antigua camarera robándole”. Luego hizo un breve silencio para continuar explicándose: “aunque entre tú y yo, chica, y para serte sincera, te diré que lo que le gusta es expiarnos cambiándonos de vez en cuando. Ya te habrás fijado que es de esos jefes a los que les gusta imaginar que somos las gallinitas de su gallinero” dijo mascando chicle mientras yo me cambiaba del otro lado de la puerta. “Te aviso para que no montes un numerito si alguna vez abre la puerta para sorprenderte. Si quieres conservar este empleo tu dale algo de coba, ya me entiendes. Merece la pena, recompensa las propinas que te da” concluyó en su exposición de la situación.

Había elegido una minifalda ligera azul con algo de vuelo y una camiseta de tirantes blanca. Nada más salir del baño Marta me miró de arriba abajo y me dijo:

.-“Para hoy pase con lo que has traído, pero mañana procura ponerte algo más corto. Debes sacarle partido a esas piernas que tienes, y vete acostumbrando a trabajar sin sujetador, estoy segura de que algunos clientes dejaran buenas propinas al ver el movimiento de tus pechos. Si quieres otro consejo, a esta pandilla de cincuentones que tenemos por clientes les pone saber que usamos tanga. Deja que se te vea de vez en cuando. Y recuerda que las propinas nos las repartimos entre las tres, así que nada de acerté la recatada. Es casi la mitad de mi salario y no pienso renunciar a ello por una compañera remilgosa. ¿está claro” concluyó esta vez tajantemente.

Yo me quedé impresionada por sus palabras.

.-“Si, si, está claro. Perfectamente” le respondí sin ánimo de contrariarla. De nuevo mi compañera mostró su carácter.

.-“Así me gusta, ahora vamos abajo, te enseñaré lo mínimo que debes saber para llegar a este sábado” dijo abriendo la puerta y apresurándose a cerrar con llave tras mi salida.

Comenzó por explicarme dónde estaba cada cosa y los tiempos en que debían estar preparadas. Me indicó el funcionamiento del lavavajillas, la máquina de hielo, la cafetera y el resto de maquinaria. Entre explicación y explicación fue presentándome también a algunos de los clientes asiduos del bar. Entre ellos el tal Lucio, el inquisidor que no me quitó ojo desde el primer día. Y ya casi al final de la tarde me explicó cómo funcionaba la máquina registradora.

.-“No olvides cobrar las consumiciones en el acto” me dijo, “sobretodo el viernes o el sábado, más de un borracho se marcha sin pagar y eso sale de nuestra propinas” me indicó muy seria.

Yo la miré sorprendida.

.-“¿Cómo que sale de nuestras propinas?” la pregunté contrariada.

.-“La máquina registra las ventas, Mario recauda el dinero equivalente a los tickets de ventas, lo que sobra lo reparte entre las tres, o eso dice” me indicó.

.-“¿Y si falta?” insistí ante la posibilidad de que pudiera deberse dinero en la caja.

.-“Si falta lo ponemos nosotras” me respondió taxativamente.

.-“Aunque tranquila, pocas veces falta, la gran mayoría de las veces sobra. Hazme caso, tú preocúpate de cobrar en el acto. Con el tiempo aprenderás los precios y le indicarás al cliente la cuenta antes de servirle, tan solo espera a pillar el dinero antes de poner las copas y no habrá problemas. Por lo demás solo debes preocuparte en sacarles buenas propinas a los clientes, con tus piernas, tu culo y tus tetas, te bastará con una sonrisa. Eso contenta al jefe, al cliente y a nosotras. Así funciona este negocio, ¿lo tomas o lo dejas” me preguntó de esas maneras.

.-“No te preocupes, me ha quedado lo suficientemente claro” le respondí.

Ese primer día se me pasó volando. Me sorprendió que el jefe no apareciese en toda la tarde. Patricia me confesó luego que eso era algo más o menos normal entre semana, y mejor que fuese así, “así no nos molesta” me dijo con una segunda intención en sus palabras que no entendí en ese momento. Posteriormente averigüé lo que quería decir, y es que Don Mario, aprovechaba cualquier situación tras la estrecha barra para rozarse con nosotras, e incluso para tocarnos el culo como quien no quiere la cosa, como una tímida palmada y cosas por el estilo.

Patricia se tornó más confidente conmigo de lo que había sido Marta. De hecho me confesó algún que otro chismorreo acerca del jefe. Me corroboró que efectivamente estaba casado, aunque era una pareja un tanto rara, para ella que la mujer del jefe se la pegaba con otros, y que sin duda él también tenía algún que otro escarceo fuera del matrimonio, con Marta nuestra compañera, sin ir más lejos. Me confesó que para ella que tenían un lío, y que por eso Marta hacía de encargada en las ausencias de Mario, pues de lo contrario no entendía que habiendo sido contratada más tarde que ella, fuera nombrada la encargada siendo además demostrable que era peor camarera que ella. Se justificaba diciendo que cuando algún cliente pedía un combinado atípico del tipo bloody mary, san francisco o gin Premium, siempre se lo pedían a ella para que los preparase, pues ni Marta, ni el propio Mario, tenían ni idea de cómo mezclarlo, luego se ofreció a que si tenía algún servicio por el estilo se lo pidiese a ella.

Recuerdo que le comenté a Patricia el tema de cambiarnos en el despacho delante del jefe y me aconsejó que le diese algo de rienda suelta.

.-“Chica, que quieres que te diga, el jefe es un poco sobón y todo eso, nada más, se contenta pensando que somos de su harem o algo por estilo. Y si por verme de vez en cuando en bragas y sujetador me suelta las propinas que suelta, pues que quieres que te diga…, tampoco ve algo más que no se vea en la playa. Yo lo que hago para llevarlo es pensar que no muestro mucho más de lo que muestro en bikini” concluyó guiñándome un ojo buscando mi complicidad.

Después cambiamos un poco de tema y me comentó algunos chismorreos más acerca de los clientes habituales. Lo que le gustaba beber a tal o cual cliente. Los que acudían fijos para verla a ella o a Marta, digamos que eran como sus admiradores. Incluso tenía un pacto con Marta para que cada una entablase conversación con aquel que les dejaba más propina a cada una, aunque no estuviese en su zona de atención de la barra.

Esa misma tarde me informaron que la barra se repartía en dos zonas entre semana. De esta forma podríamos librar algún día al rotar entre las tres. Pero que los viernes y sábados se abrían las tres zonas de barra. La de la entrada, la frontal a la pista de baile, y la del fondo; algo más pequeña y aislada. Este mismo viernes, por ser mi primer fin de semana estaríamos Marta y yo en la barra grande, y Patricia al fondo de la pista, luego ya veríamos. Mis dos compañeras me advirtieron que guardara fuerzas para el fin de semana, pues todo se tornaba en una locura a partir de las diez de la noche hasta las tres o las cuatro de la madrugada.

Para ser el primer día traté de memorizar todo cuanto me dijeron, y de anotar aquello que era imprescindible. Debo reconocer que acabé agotada, pero satisfecha. Soy una mujer a la que le gusta afrontar retos, y desde luego se me planteaban muchos en mi nuevo trabajo. Debía encontrar la manera de llevar a mi jefe, sin duda distinto a cuantos jefes había tenido hasta el momento. Por otra parte debía buscar argumentos con los que sortear las soeces de los clientes y arrancarles esa propina de la que todo el mundo hablaba, y que me tenía mosqueada. Por último debía encontrar la forma en que mi marido no se enterase de nada.

Aquella noche caí rendida y dormí envuelta en mis pensamientos.

Para mi segundo día elegí un viejo short blanco de tela algo desgastado por los lavados, y del que sabía perfectamente que transparentaba mi braguita de elegir colores oscuros. Me pareció de lo más apropiado para no defraudar las expectativas que mis compañeras y mi jefe habían puesto en mí, pero sobre todo para demostrarme a mí misma que en esta vida era capaz de eso y mucho más. Por supuesto elegí un tanga negro a juego con el sujetador. En la parte superior me puse una camiseta negra con el logo de los Rolling que me venía algo holgada, y dejaba entrever mi sostén al agacharme. De seguro que tenía a algún que otro cliente entretenido con eso como era mi intención.

Esa tarde estuvimos solas en la barra Marta y yo. De ese segundo día de trabajo recuerdo varias cosas…

La primera es que Marta aprobó mi vestimenta, pero me insinúo que para el viernes y el sábado me pusiese algo más elegante que una camiseta de los Stones. Los cincuentones que venían al local no eran precisamente muy rockeros, más bien todo lo contrario. Según ella todos bien posicionados y votantes del PP.

La siguiente es que me soltó al final de la barra nada más aparecer como terapia de choque con la realidad. Lo cierto es que me atascaba con algunas cosillas al principio. Se me notaba torpe e insegura, pero poco a poco comencé a dominar el tema. Entre otras cosas, gracias a la ayuda que los asiduos del local me brindaban a cambio de una generosa visión de mi cuerpo. Por ejemplo, al tal Lucio le encantaba indicarme dónde estaba cada cosa cada vez que iba a la máquina de hielo y me tenía que agachar para llenar las bandejas de cubitos. De esta forma le ofrecía a cambio de sus consejos una visión que iba desde mi escote hasta mi ombligo, pasando por el sujetador, debido a la generosa holgura de la camiseta. Tan generosa como las propinas que me dio al abonar cada consumición y que me hicieron entender la insistencia de mis compañeras.

Otro par de tipos que conversaban en la barra, y que me sonaban del día anterior, preferían en cambio verme al agacharme de espaldas a ellos para coger los diferentes vasos y copas, y contemplar así como se me transparentaba el tanga en todo el culo a través de la tela blanca del short.

A otros los sorprendía observando mis piernas, mi culo y mi cuerpo en general. Si bien al principio me ponían nerviosas sus miradas, no tuve más remedio que resignarme a ser objeto de deseo por unos momentos por parte de unos hombres que acudían al bar precisamente a eso: a contemplar las camareras imaginando todo cuanto nos harían y que seguramente no podían hacer con sus respectivas mujeres.

Otra de las cosas que recuerdo de ese segundo día es un comentario que le hice a Marta acerca de Patricia. Recuerdo que le dije algo así como que me parecía una chica muy maja, y que fue muy amable al ofrecerse a ayudarme y cosas por el estilo. A lo que palabras textuales de Marta me respondió con un: “A Patricia le gusta hacerse imprescindible, aunque sea llevándose cosas a la boca”, soltó de golpe y porrazo, como insinuando por la conversación que se la había chupado al jefe. No pude dar crédito a lo que Marta me decía pues la misma Patricia me comentó que estaba saliendo con un chico, y aunque no era una relación formal, no la veía capaz de hacer cuanto Marta me insinuaba en cada comentario. Además, según Patricia era la propia Marta la que tenía un lío con el jefe y no ella. En cualquier caso me quedó claro que había ciertos roces y tiranteces entre ambas, a pesar de que aparentaban llevarse bien.

Lo último que recuerdo de ese segundo día es cuando apareció Don Mario, como a mí me gustaba llamarlo. Reconozco que lo hacía por diferenciarme de mis compañeras que siempre lo llamaban y trataban como “el jefe”, yo en cambio prefería mostrarme más cortés al referirme a él como “Don Mario”. Como digo, fui ganando en confianza sola tras la barra, hasta que Don Mario apareció esa tarde y se ofreció para ayudarme detrás del mostrador. Debo reconocer que me puso nerviosa, no solo porque me corregía en cada pequeño detalle, sino porque además aprovechaba la más mínima ocasión para rozarse conmigo. Estaba claro que buscaba el contacto físico más de lo que yo aprobaría en circunstancias normales. Le gustaba sobretodo pegarse a mi espalda cada vez que cobraba alguna consumición, y se apostaba pegado detrás de mí para comprobar que marcaba correctamente el importe de las bebidas en la caja registradora. En esos momentos, podía sentir su cuerpo pegado al mío por detrás. Incluso en alguna de las ocasiones en que me agachaba para coger algo de la parte baja de la barra, se beneficiaba así de la postura y la estrechez del pasillo para propinarme alguna que otra palmadita en todo el culo, y tocármelo sutilmente. Supongo que ya me lo habían advertido mis compañeras, y por eso hice de tripas corazón tolerando como pude la situación.

Esa noche dormí rendida por el cansancio y el estrés de la jornada.

Así llegó el primer viernes de un fin de semana. Sopesando lo que tenía por el armario, y tratando de seguir los consejos que me habían dado mis compañeras acerca de la vestimenta, no encontraba nada que encajase con lo que se esperaba de mí, y con lo que yo me sintiera conforme. Incluso me percaté que todo cuanto colgaba de mi armario me resultaba ahora bastante recatado. Yo misma quise revelarme como inconscientemente contra esa faceta que ahora percibía como descuidada y abandonada en mi vida. Siempre había sido una mujer atrevida, y en cambio mi armario se había convertido en el manual perfecto de una admirable esposa. A mí, que incluso tuvieron que llamarme la atención en el colegio de monjas en el que me eduqué por mis escotes y mis minifaldas. “¿Cuándo y dónde había dejado de ser yo?” me pregunté airada mentalmente al comprobar mi fondo de armario, y recordé que tenía algún vestido guardado en el trastero de cuando esa época más rebelde.

Al ser viernes a la mañana pude probármelos todos con calma. En muchas de las prendas que conservaba y guardaba ni me cabía el cuerpo, pues eran de cuando era adolescente. Otros eran vestidos de boda, de esos que usas una sola vez y los guardas tontamente. En cambio encontré un par que se ajustaban perfectamente a mis pretensiones.

El uno se trataba de un vestido blanco elástico ajustado al cuerpo, minifaldero, y si bien por el escote no mostraba mucho, dejaba al descubierto toda la espalda hasta prácticamente el culo. Para colmo me venía un poco pequeño, sin duda era de cuando tenía otro cuerpo mucho más joven. Me alegré de podérmelo encajar a pesar del paso de los años, lo que terminó por ayudar a decidirme. Como ventaja es que se ceñía a mi cuerpo como un guante, tal vez demasiado. Como inconveniente es que evidenciaba que no podía llevar sujetador, pues este quedaría horroroso por la espalada. Y además debía tener cuidado con el tipo de bragas a ponerme, pues estas se marcarían por las costuras. La única opción era ponérmelo como hacía en tiempos, con tangas de esos de hilo dental aprovechando los pliegues del vestido. El problema es que hacía tiempo que no usaba ese tipo de prendas, tan solo encontré entre mi ropita interior uno de color rojo que me puse alguna nochevieja atrás. Muy a mi pesar era la única forma de lucir el vestido. Tras mirarme y mirarme una y otra vez en el espejo, al fin decidí que me lo pondría esa misma noche.

El otro vestido que se ajustaba a mis pretensiones era un mono corto de fiesta con escote en “uve” relativamente holgado. El puntito lo ponía por ser de color carne, pues desde cierta distancia parecía que estuvieses desnuda. Recordé todas las alegrías que ese mono me dio antes de conocer a mi marido. Lograba que al entrar en un bar todos los chicos fijasen su vista en mí. “¿No era eso lo que pretendía ahora?” pensé nada más probármelo y envolverme en los recuerdos que me traía a la mente. El inconveniente es que este parecía haber encogido un poco, o yo haber aumentado de tamaño por todos lados. Se ajustaba a mi cuerpo algo más de lo deseado, y si bien el problema de la braguita quedaba solventado, debía cuidar el sostén al tener un escote pronunciado y holgado con caidita al agacharme. Sin duda debía comprar uno de esos sujetadores transparentes en su parte central especial para este tipo de vestido. Decidí que este vestido me lo pondría para la noche del sábado pues tendría más tiempo para comprar el sostén adecuado al escote.

Cuando llegué como en días anteriores a las tres y media de la tarde ya estaban tanto Don Mario, como Marta, como Patricia poniendo a punto el local para la noche. Fue el propio Mario quien me indicó que me apresurase a cambiarme nada más entrar por la puerta a pesar de llegar con más de media hora de antelación sobre mi horario.

Su cara al verme aparecer posteriormente con el vestido blanco ceñido a mi cuerpo marcando curvas, fue todo un poema. Tuve claro al ver la expresión de su rostro que muy mal lo tenía que hacer esa noche, para que no me contratase definitivamente. Sabía que todavía no había llevado el contrato a la gestoría, y que esa noche sería una especie de prueba de fuego. Estaba muy decidida a superarla. Mi intención al ponerme el vestido era agradar a mi jefe y me quedó claro al verlo que lo había conseguido. Incluso pude apreciar que no le hizo mucha gracia a Marta verme tan espectacular, lo cual me certificó que había acertado plenamente.

Lo malo es que el vestido resultó ser un poco incómodo para trabajar, la minifalda al ser de esas elásticas y ajustadas se subía al agacharme. Si tenía las manos ocupadas algunas veces incluso me daba la impresión de que llegaba a apreciarse por debajo de la tela blanca del vestido el inicio del tanga rojo que llevaba puesto. Y si por el contrario me bajaba la falda todo cuanto podía para evitar la situación anterior, entonces asomaba el elástico superior del tanga por el escote de la espalda. En definitiva, que todo el mundo supo esa noche que bajo mi vestido blanco tan solo llevaba un tanga rojo por prenda interior. Todos, incluido mi jefe, quien con la excusa de echarme una mano en la barra aprovechó para tocarme el culo unas cuantas veces disimuladamente y otras no tanto.

De ese primer viernes quedaron grabadas en mi mente varios momentos de la noche, que por suerte o por desgracia se sucedieron posteriormente en otras muchas ocasiones. Recuerdo perfectamente la primera vez que con la sala a tope de gente, Don Mario me indicó que le llevase hielos y copas a Marta que estaba sola en la barra del fondo. Para ello tenía que pasar con las manos ocupadas por entre el tumulto de hombres que llenaban el garito, los cuales aprovecharon para tocarme el culo a su antojo a mi paso. Siempre recordaré como una de las veces, Don Lucio se ofreció para ayudarme a abrirme paso entre la gente, y con la excusa me sobó el culo a conciencia durante el trayecto de una barra a otra. No me lo esperaba de una persona con la que había hablado amigablemente en las tardes anteriores. Una cosa es que me repasase con la mirada y otra que se atreviese a tocarme el culo a la primera de cambio. Puede que sirva como excusa que había tomado unas cuantas copas y estaba algo borracho. Pero si lo recuerdo es porque me sobó el culo cuanto quiso y como quiso descaradamente, sabedor de que luego tendría que soportar sus miradas recordando el incidente día tras día.

Ni tan siquiera mi jefe se había atrevido a tocarme el culo con las manos tan descaradamente detrás de la barra. Y eso, a pesar de que bien entrada la noche, en una de las ocasiones en que me encontraba cobrando las consumiciones a unos clientes, pude apreciar como mi jefe se aproximaba por mi espalda hasta la caja registradora, y con la excusa de cobrar también a otros clientes clavaba su miembro en mi culo. Incluso se restregó intencionadamente contra mi cuerpo dándome como un par de puntaditas, de las que sin duda grabó en su mente tan bien como yo, aunque por diversos motivos.

Además me tuve que escuchar todo tipo de barbaridades detrás de la barra y conforme pasaban las horas era peor. Cuanto más bebidos iba la gente, peor eran sus comentarios, del tipo: “¿Has visto lo buena que está la nueva camarera”, “te voy a comer ese tanga rojo que llevas”, o “llevas los pezones punta”, cuando no me proponían que me acostase directamente con ellos “¿qué haces esta noche al salir?” y cosas por el estilo.

Supuse que debía acostumbrarme a todo ello si quería sobrevivir en ese ambiente.

Cerramos pasadas las tres de la madrugada, estaba totalmente agotada cuando comenzamos a recoger y limpiar el bar. No podía ni con mis pestañas. El jefe, Don Mario, me felicitó por cómo había llevado la jornada. Me indicó que había ido mucho mejor de lo esperado y al verme tan agotada me permitió marchar antes que mis compañeras a casa. De buen grado me hubiese quedado a ayudarlas, de hecho ese día fue una excepción, pero estaba tan, tan agotada, que no vi el momento en el que marchar a la cama a descansar.

El sábado estuve durmiendo prácticamente toda la mañana. Apenas me levanté para comer algo y tener que regresar de nuevo al trabajo. Para esa noche decidí ponerme el mono corto por la tontería de no repetir vestido. El problema es que estaba tan cansada que no caí en la cuenta de seleccionar un sujetador que encajase con el escote, además se me hacía tarde. Mi marido estaba merodeando por la casa, cansada y con prisas, cometí un grave despiste. Así que cuando me probé el vestido en el despacho de arriba de Don Mario, no me quedó otra que quitarme el sujetador de algodón cómodo y ridículo con el que salí de casa.

Esta vez llegué pasados cinco minutos las cuatro de la tarde. Tanto Marta como Patricia hicieron una mueca de desaprobación por mi tardanza. Por suerte el jefe no me vio llegar hasta que bajé de cambiarme en su despacho. De nuevo pude ver en la cara de Don Mario la satisfacción por mi elección con el mono. Ni que decir tiene que una vez se percató de la holgura de mi escote me ordenaba todas las tareas que implicaban agacharse, para literalmente, verme las tetas.

Desde luego no fue el único que aprovechó esa noche el más mínimo de mis descuidos para procurar a verme los pechos, y eso que tenía cuidado en llevarme siempre que podía una mano al escote, tratando de evitar la caidita de la tela.

De esa noche me llamaron la atención algunos de los comentarios que escuché por parte de algunos clientes en plan: “Menudas tetas tiene la tía”, que lejos de sentarme mal, comencé a tomarme por halagos. Y es que a nadie le amarga un dulce. Entre otras cosas porque desde la lactancia de mi hijo había adquirido cierto complejo de pecho caído, que figuradamente los clientes de esa noche supieron levantarme. Por eso no me sorprendió cuando incluso mi propio jefe, prefirió salir a hablar con sus clientes en la zona frente al lavavajillas, que rozarse conmigo en el interior de la barra. De seguro que gozaba al igual que el resto de clientes, de lo que veía con cada descuido al agacharme para meter la vajilla.

Anécdotas al margen esa noche cerramos entorno a las cuatro de la mañana. Yo estaba que no podía ni con un pelo de mi alma. Me daba igual todo con tal de marchar a mi casa a descansar. Para colmo aún quedaba lo peor, como por ejemplo recoger todos los vasos y limpiarlos. Como el lavavajillas no daba a vasto había que fregarlos a mano. Tarea que en posteriores noches nos turnamos entre las tres junto con escobar y barrer el suelo, limpiar la barra, ordenar las botellas, deshacerse del agua de los hielos, salir a tirar las botellas vacías al contenedor verde,… y lo peor de todo: hacer los baños.

Siempre recordaré mi primera noche de sábado. Mario recogió el dinero de las cajas y se subió a su despacho, no sin antes ordenar que fuéramos subiendo una a una arriba después de ir terminando nuestras faenas. No sé cómo se enteró de que yo llegué un pelín tarde ese día, aunque me hago una idea de quien se lo dijo, pero el caso es que ordenó que subiese la última, y así lo hice.

Primero subió Marta, quien abandonó el local nada más bajar del despacho. Luego subió Patricia que salió sonriente al poco tiempo marchando también a su casa nada más bajar y antes de indicarme que ya podía subir.

Reconozco que subí un poco temerosa de lo que pudiera pasar. En el fondo estaba sola con un hombre a altas horas de la madrugada en un local insonorizado, y aunque no veía a Don Mario capaz de ninguna locura, nunca se sabe.

Cuando subí estaba sentado tras su mesa, lo sorprendí como en el primer día cerrando la caja fuerte con un montón de billetes en su interior, de tal forma que dejaba intencionadamente a mi vista un sobre encima de su mesa.

.-“Toma asiento, por favor” me dijo en un tono serio que llamó mi atención. Yo le obedecí.

.-“No me gusta que mis empleadas lleguen tarde” dijo recriminándome mis escasos cinco minutos de tardanza.

Sus palabras y su tono de voz me indignaron nada más escucharlas, estuve a punto de abrir la boca para mandarlo a la mierda, para increparle por lo cerdo y cínico que era. Llevaba toda la semana llegando con más de media hora de antelación, y sólo hoy me había retrasado un poco. No habían sido ni cinco minutos, me sonaba a excusa barata para representar un papel de jefe duro y déspota, que no le correspondía. En cambio él…, él se había propasado tres pueblos sobándome como un baboso, y con unas condiciones laborales de risa. Juro que estuve a punto de saltar por culpa del cansancio, pero también, gracias a la fatiga lo dejé pasar. Don Mario, se adelantó a hablar antes de que yo ni siquiera articulase palabra alguna…

.-“Sin embargo estoy muy contento con tu trabajo. Debo reconocer que tenía mis dudas cuando te vi entrar esta semana, tan formal y recatada. Sinceramente, pensé nada más verte que hoy tendría que entregarte tu finiquito, y en cambio… una vez cuadradas las cajas y según lo que te prometí, debo entregarte este sobre” dijo tendiendo el sobre que había dejado antes en la mesa ofreciéndomelo.

Yo alargué la mano para cogerlo. Lo abrí para comprobar la cantidad que podía haber dentro y me sorprendí gratamente por lo que pude ver en un primer vistazo. ¡Un montón de billetes de veinte euros!.

.-“¿No vas a contarlo?” me preguntó mirando mi reacción sin apartar la vista de mi escote.

.-“¿Cuánto hay?” le pregunté yo sorprendiéndolo mirándome furtivamente una vez más a lo largo de toda la noche.

.-“Trescientos euros” dijo mirándome ahora a los ojos para comprobar mi reacción. Inevitablemente mis ojos se abrieron como platos al escuchar la suma. Enseguida vinieron a mi mente los pagos que había dejado atrasados en el banco y a los que podía hacer frente con esa cantidad. Sin duda un brillo especial debió de apreciarse en mis ojos.

.-“No dices nada, ¿qué te parece?”, preguntó Don Mario incorporándose de su sillón tras la mesa y sentándose frente a mí, sobre el escritorio, seguramente con la intención de mirarme al escote desde arriba y retener la visión en su memoria por última vez en la noche.

.-“Está muy bien” dije sin mostrar mucha alegría. “¿No creí que pudiera ganarse tanto dinero con las propinas?” apuntillé mostrando mis dudas acerca de la procedencia del dinero.

.-“Bueno…” quiso explicarse Don Mario sentándose en el borde de la mesa para mirarme efectivamente desde arriba, “no solo están las propinas, digamos que también hay un extra por tu disponibilidad, la actitud, y la atención con los clientes. Digamos que si tú me haces ganar dinero, yo quiero que estés contenta. ¿Espero que lo estés?” preguntó terminando su discurso y relamiéndose los labios a la vez que admiraba babeante mi escote antes de incorporarse de la mesa.

.-“Lo estoy, lo estoy” pronuncié entendiendo el sutil juego con el que se me planteaba mi nuevo trabajo. Y dicho esto me puse en pie dirigiéndome a la percha en la que estaban mis cosas personales, con la intención de cambiarme de ropa para regresar a casa y zanjar de esta forma la conversación.

.-“Te espero abajo para cerrar” pronunció Don Mario al ver mis intenciones, volviendo la puerta de la estancia al salir, pero cuidándose muy mucho de no cerrarla del todo.

No escuché sus pasos bajando las escaleras, deduje que se había quedado en el pasillo con la intención de espiarme al cambiarme. Lo cierto es que yo estaba reventada, cansada, y que mi mente solo pensaba en cómo gastar el dinero que acababa de recibir. Si lo único que pretendía mi jefe era verme en bragas a esas alturas de la noche, lo que es yo, no se lo iba a negar. Y aunque tenía mis dudas, tampoco estaba por la labor de averiguar si se había quedado detrás de la puerta o no, sólo pensaba en cambiarme y marchar a casa de lo agotada que estaba.

Así que dándole la espalda a la puerta me quité el vestido quedando efectivamente tan solo con mis braguitas puestas, me apresuré a ponerme mi sujetador de algodón, los jeans, y el resto de la ropa para salir de allí cuanto antes y tumbarme en mi cama. Al salir apagué la luz y cerré la puerta. Debo decir a su favor, que Don Mario estaba esperándome abajo en la puerta de salida. Bajamos la persiana los dos juntos, y aunque se ofreció a llevarme a casa en su coche, decliné amablemente la oferta parando un taxi para regresar cuanto antes junto a mi esposo y mi familia.

Creo que me dormí antes de ponerme el pijama siquiera. Por suerte ese domingo le tocaba abrir a Patricia por la tarde, por lo que tendría fiesta hasta prácticamente el lunes a la tarde. Reconozco que me pasé todo el día pensando en lo sucedido a lo largo de la semana. Sobre todo en cómo mantener mi delicada situación laboral. Estaba claro que debía encontrar la forma de agradar a mi jefe, sin llegar a darle falsas expectativas para conmigo. Llegué a la conclusión que debía ser correcta por mi parte en el trato personal con él, y como muy bien me aconsejaron mis compañeras, darle algo de coba de vez en cuando.

Lo mejor de todo fue la sensación de satisfacción cuando el lunes a la mañana realicé en ingreso del dinero en la cuenta, y comprobé al final de la libreta como desaparecieron todos los números rojos de la lista. Al fin el saldo era positivo. Positivo no solo en lo monetario, sino también en otros muchos aspectos. Compensaba aguantar todo cuanto consentí, con tal de ganar ese dinerillo. Enseguida comencé a imaginar la de caprichos que podríamos darnos yo y mi familia. Al fin podría comprarle a mi hijo muchas de las cosas que me pedía y que yo le negaba al no considerarlas imprescindibles. Esa era sobretodo una sensación de orgullo como madre inconmensurable al menos para mí.

Llegó el lunes a la tarde, y el martes, miércoles y jueves. Tuve la impresión de que llevaba toda la vida haciendo ese trabajo, no me costó nada adaptarme. Lo peor de todo era soportar las miradas de los asiduos después de mi pequeño espectáculo del fin de semana, aguantaba el tema como podía, pensando en las propinas que recibiría el sábado de saber llevar la situación.

Como en la semana pasada mi jefe iba y aparecía cuando le daba la gana, y siempre que estaba por el local aprovechaba cualquier excusa para buscar el contacto físico con las camareras. Aprendí a sonreír cada vez que me tocaba el culo, se aprovechaba de hacerlo siempre con disimulo, como quien no quiere la cosa, sutilmente, como por descuido. Cuidándose muy mucho de que ninguna pudiéramos recriminarle nada al respecto.

Por los comentarios y temas de conversación con los clientes deduje que esperaban lo mismo de mí de cara al fin de semana. Muchos me preguntaron por el vestido, el mono o qué era lo que me iba a poner el viernes y el sábado. Deduje que había generado alguna expectación, y reconozco que no pude evitar pensar en ello en mis ratos libres. Le di vueltas y vueltas a la cabeza tratando de pensar en el asunto. De no ser por los comentarios de mi jefe y los clientes, no le hubiera prestado mayor importancia al respecto, pero maquiné que debía convertir el problema en solución. En mis trabajos anteriores siempre había demostrado mi valía transformando los problemas en oportunidades, y esta vez no tenía por qué ser distinta.

Así que la mañana del jueves salí de casa dispuesta a comprarme algo de ropa que encajase con mis intenciones y las expectativas tanto de Don Mario como de los clientes. Al final me hice con un par de minifaldas y de tops que encajaban perfectamente con la idea que llevaba para vestir entre semana. Mientras me probaba las faldas ya ideaba la forma en que nada más llegar a casa las recortaría y ajustaría junto con un par de vaqueros hasta el límite de lo decente. De tal forma que al caminar resultase la medida justa para que no se viese nada, y que al agacharme en cambio mostrase el inicio de mis cachetes del culo o de mis braguitas. Ya escogería yo el momento en el que agacharme doblando las rodillas púdicamente para que no se viese nada, o si por el contrario optaba por hacerlo con las piernas estiradas calentando el ambiente y el bolsillo de las propinas.

La casualidad quiso que en el último momento pasase por un escaparate de una tienda en la que indicaba “Remate final por cierre”, en el que vi un vestido que me pareció muy sugerente y sexy. Se trataba de un vestido ceñido al cuerpo, con generoso escote y minifalda, hasta ahí más o menos normal. Lo que lo hacía realmente sugerente y sexy era que por uno de los laterales estaba abierto de arriba abajo, dejando claramente a la vista el inicio del pecho a la altura de las costillas en plan “sideboob”, y por supuesto el elástico de las braguitas por el mismo lateral. Le pregunté a la dependienta que cómo era posible lucir ese vestido con ropa interior y sin que se notase, a lo que ella me respondió encogiéndose de hombros.

.-“Tu eres joven y atractiva, yo ya no entiendo de estas cosas” me comentó con una sonrisa picarona de forma simpática, y me hizo un buen descuento. Su complicidad me ayudó a decidirme, y por eso me lo llevé muy dispuesta a ponérmelo al sábado siguiente.

Nada más llegar a casa me animé a probármelo frente al espejo. Me veía estupenda con él y traté de encontrar una forma en que lucirlo.

Para ese segundo viernes me llevé al trabajo una minifalda de esas de tablillas plisadas en negro junto con un top del mismo color. En cambio elegí una braguitas cómodas de algodón color carne. El efecto es que cuando me agachaba enseñando el culo en la oscuridad del bar y con las luces destellando, dejaba dudas de si llevaba ropa interior o no según mis intenciones. Por el top era evidente que no llevaba sostén, y por el color de las braguitas hacía pensar viéndome desde la distancia al agacharme, que tampoco llevaba esta otra prenda.

Supe por los comentarios que escuché de los hombres a los que atendía en la barra, que medio bar se cuestionaba y se preguntaba si de verdad llevaba bragas o no. Sin quererlo se convirtió en tema de conversación entre los clientes en esa noche. Máxime cuando al día siguiente, sábado, aparecí con el vestido completamente abierto por el lateral evidenciando que no llevaba ropa interior, esta vez ni de color carne ni de ningún tipo. Me sorprendí a mí misma por mi atrevimiento. Nunca hubiera imaginado que fuese capaz de tal cosa, aunque en cierto modo debo reconocer que obtenía cierta satisfacción personal por todo ello. Sin duda había aprendido a manejar a los hombres, en poco tiempo las situaciones que antes me daban pudor, habían pasado a ser meros instrumentos para la consecución de mis objetivos: unas propinas tan generosas como mis escotes o la carne que enseñaba. Sin olvidar el tener a Don Mario lo suficientemente contento como para que contase conmigo noche tras noche.

La propina de ese fin de semana ascendió a trescientos cincuenta euros. Algo más que el sábado pasado, y totalmente gratificante de nuevo para mí. Me convencieron de que valía la pena todo el esfuerzo que estaba llevando a cabo.

Digamos que con el transcurso del tiempo comencé a hacerme imprescindible en el bar, y eso a pesar de las caras que me ponían tanto Marta como Patricia cada vez que me veían aparecer con mis modelitos. No puedo negar que en cierto modo yo comenzaba también a disfrutar con eso de mi doble vida. Para mi marido no dejaba de ser esa sacrificada esposa que trabajaba a turnos de noche, matándome a trabajar para pagar los esfuerzos económicos de la familia. Y que sin embargo por las noches, me transformaba en esa mujer de mundo dónde los límites me los ponía yo misma.

A decir verdad comencé a gustarme más a mí misma provocando a los hombres. Incluso debo reconocer que algunas noches regresaba a casa excitada por los comentarios que me escuchaba, las proposiciones de los hombres para acostarme con ellos, de sus miradas que me follaban con la vista, e incluso de los toqueteos que me tenía que aguantar cada vez que cruzaba de una barra a otra por medio de la pista de baile. Muchas noches llegaba caliente a casa pensando en desfogarme con mi marido, lo malo es que cuando llegaba este ya estaba roncando plácidamente y yo lo suficientemente agotada como para tomar la iniciativa.

Pese a todo y con el tiempo, me di cuenta una mañana que sin quererlo cuidaba mucho más de mi cuerpo, me gustaba sentirme atractiva y deseada. Incluso rasuré en varias ocasiones mi pubis y no pude evitar acariciarme más de una mañana yo sola en casa, pensando en los muchos hombres con los que hubiera podido acostarme de no ser porque me había propuesto fervientemente ser fiel a mi marido. Sin la fidelidad a mi esposo, todo aquello carecía de sentido.

Eso no era para nada incompatible con fantasear con la idea de que aparece un caballero en medio del bar y al cierre me lleva al hotel en su Ferrari, o incluso algo más violento como un polvo rápido con un desconocido entre las cajas y barriles del almacén. El caso es que lograba unos orgasmos maravillosos que me animaban a ver la parte más excitante de mi trabajo.

De esta forma fueron pasando los fines de semana uno tras otro, en lo que lo único reseñable es que transcurridos casi dos meses le comenté a Don Mario que no había visto ningún ingreso por nómina en mi cuenta. Y que si bien en un principio pensé que todo podía deberse a una demora de algunos días en llevar los papeles a la gestoría, ya había transcurrido el tiempo suficiente como para tener un ingreso como honorario fijo. A lo que me respondió que todavía no estaba dada de alta en la seguridad social ni lo estaría, pues por no sé qué tipo de excusas baratas no podía hacerlo. Me dijo medio burlándose de mi inocencia que si me creía que lo que recibía cada sábado eran solamente propinas. Se defendió de mis réplicas argumentando que estaba contento conmigo y todo eso, que era muy buena camarera, pero que le creyera si en la calle había un ciento de buenas camareras como yo, o tal vez incluso mejores. “Más complacientes” dijo con cierta ironía en su tono de voz. Que eran lentejas, que o lo tomaba o lo dejaba, pero que él no podía hacer nada más al respecto.

Terminó por convencerme argumentando que si me daba de alta en la Seguridad Social, perdería casi la mitad de mi salario. Esto es, que en vez de los cerca de mil trescientos euros que más o menos había ingresado estos meses atrás, seguramente solo podría ofrecerme unos seiscientos cincuenta. Demasiada diferencia incluso para mí, por lo que terminé aceptando sus lamentables condiciones y lo peor de todo, evidenciando que me hacía mucha falta el dinero.

Lo único bueno que surgió de aquella conversación, es que puso las cosas tirantes entre los dos durante un tiempo, y que al menos por una temporada estuvo mucho más correcto para conmigo. Se mantuvo algo distante y desde luego mucho menos sobón, cosa que agradecí enormemente.

Pero los hechos más dramáticos se sucedieron con relativa rapidez en el tiempo. Debo reconocer que siempre encontraba motivo para sorprenderme desde que trabajé en aquel sitio, y mira que pude ver y comprobar sucesos inimaginables para mí antes de conocer este mundillo de la noche.

Fue una de las tardes en que llegué con mucho tiempo de antelación. Como por otra parte venía siendo costumbre en mí día tras día, sobre todo para no darle a Don Mario la excusa con la que deshacerse de mí. Ya me llamó la atención nada más entrar, la cara de pocos amigos de Patricia atendiendo sola toda la barra. No me dijo nada, sin duda quiso que al subir al piso de arriba sorprendiese a Don Mario y a Marta teniendo relaciones sexuales. Abrí la puerta con sigilo dispuesta a cambiarme de ropa como todas las tardes, pero alertada y sorprendida por los ruidos que provenían del interior del despacho. Mi incredulidad nada más entreabrir un poco la puerta, y sorprender a Marta arrodillada a los pies de Don Mario practicándole una felación en toda regla. Marta quedaba de espaldas a la puerta medio desnuda, por lo que no se dio cuenta de mi llegada, en cambio Don Mario que quedaba justo enfrente, sí se percató de mi presencia tras la puerta. De seguro que vio mi cara de asombro y estupefacción por lo que estaba sucediendo entre ellos. Para mí fue toda una sorpresa, y aunque ya imaginaba que pudieran tener un lio, nunca pensé realmente que pudiera ser verdad y mucho menos sorprenderlos en pleno acto. Ahora lo estaba comprobando con mis propios ojos. Para colmo, al ser la primera vez en mi vida que contemplaba en vivo una escena como esa, tardé un tiempo en asimilarlo, el suficiente como para observar como Don Mario sujetaba a Marta del pelo y comenzaba a follarse literalmente su boca mientras me observaba como permanecía incrédula tras la penumbra de la puerta con la mano en la boca.

Me cambié como pude en el pasillo y dejé mis cosas en el almacén. Esa tarde no comenté lo sucedido ni con Patricia, ni con nadie. Ni tampoco nadie sacó a colación el tema. Lo más curioso resultó que dos días más tarde, al poco de incorporarme al turno de tarde, bajó Marta llorando a moco tendido del despacho de Don Mario. Me sorprendió ver llorar de esa manera a una mujer de mundo como Marta, máxime cuando me dijo que estaba despedida, no sin antes advertirme de que Don Mario era un auténtico cabrón, y que me anduviera con cuidado. Dicho esto salió del local y nunca más volví a saber de ella. Tanto Patricia como yo nos quedamos cariacontecidas por lo sucedido. Yo no daba crédito a lo ocurrido, mientras que Patricia comenzó a saborear la posibilidad de ser la nueva encargada.

Efectivamente por unos días Patricia tomó el roll de encargada. Y digo por unos días porque al poco tiempo se incorporó otra chica llamada Raquel. Raquel era mucho más descarada que nosotras dos en todos los aspectos, y eso a pesar de que apenas tendría los veinte añitos recién cumplidos. Enseguida pasó a ser la nueva administradora, y no solo administradora y encargada, sino también algo más. Tanto Patricia como yo sorprendimos en poco tiempo en varias ocasiones a Don Mario y nuestra nueva compañera Raquel, teniendo relaciones sexuales en el despacho. El caso es que follaban a todas horas y siempre que podían. No se cortaban un pelo. Incluso llegaba a ser molesto tanto para Patricia como para mí. Molesto porque Don Mario no dejaba de alardear frente a clientes y empleadas de su potencia sexual para con la chiquilla. Y de Raquel, porque sabiéndose la preferida del jefe no dejaba de dar órdenes y órdenes, para no trabajar ella. No hacía nada. Se dedicaba a pasear medio desnuda por el bar para deleite de todos los presentes y alarde de Don Mario, pero no daba un palo al agua.

Incluso arremetía contra mí cuando competía con ella en modelitos, defendiendo lo que creía era su terreno, sin duda por celos. Me ponía verde a mi espalda con los clientes, en plan de que si era una buscona, que si me quería tirar al jefe y a todos los presentes, empeorando intencionadamente mi maltrecha reputación ya de por sí deteriorada en el bar. Tuve que luchar contra una inmerecida fama.

Aquel sábado a la noche, yo llevaba puesto el vestido abierto por el lateral, salvaguarda de mi puesto de trabajo dadas las circunstancias. Por supuesto no llevaba ropa interior debajo y como casi siempre que me ponía ese vestido había rasurado meticulosamente mi pubis a la mañana. Yo era la primera a la que le gustaba sentirse expuesta a los clientes, pues debo reconocer que en cierto modo yo también disfrutaba a mi manera de mi lado más perverso cobijada en el anonimato. Dada mi nula vida marital con mi esposo incluso me aliviaba y me excitaba en mis ratos de intimidad imaginando cientos de situaciones en la que podía acabar en la cama con cualquier desconocido del bar. Que si en plan Pretty Woman, o Proposición Indecente, de alguna manera fantaseaba con sentirme igual que las protagonistas de esas películas. Vamos chicas…¿Quién no ha fantaseado nunca con una aventura idílica como te muestran esas pelis?. Yo al menos sí lo hacía. Eso me mantenía viva.

Pero aquella noche sería una pesadilla para mí. Creí que esa noche mi marido estaría en casa cuidando de mi hijo como todos los sábados anteriores, y cuál fue mi sorpresa cuando lo vi aparecer en medio del bar a altas horas de la madrugada, acompañado de un grupo de otros cinco o seis hombres de los que reconozco no conocía a nadie. Seguramente serían o clientes, o compañeros de trabajo.

Mi primera reacción fue de pánico al pensar en el numerito que podía montar mi esposo de verme trabajando allí vestida de esa manera. Temerosa porque me descubriese, corrí a esconderme tras la puerta de la barra en el almacén. Aquella noche compartía barra con Patricia, quien enseguida vino a interesarse por mí. Le dije que me encontraba mal, que me diese un tiempo y que enseguida salía de nuevo a ayudarla. Mientras, rezaba porque mi marido abandonase el local cuanto antes. Después ya le exigiría explicaciones al llegar a casa de porque no estaba cuidando de nuestro hijo. No me había dicho nada. Tratando de ganar algo de tiempo decidí subir al despacho de Don Mario pues desde allí podría comprobar cuando abandonaba el local mi marido y podía bajar de nuevo a continuar con mi trabajo.

Al no verme tras la barra atendiendo a los clientes enseguida subió Don Mario a preguntar el motivo.

.-“Lo siento, es que no me encuentro muy bien” dije fingiendo encontrarme mal.

.-“Bueno, pues márchate a casa si no puedes trabajar” argumentó dando a entender que tampoco recibiría la paga de la semana al abandonarlo un sábado por la noche. Don Mario siempre pensaba en su dinero.

Yo lo miré dubitativa. Por un momento estuve tentada de marcharme, pero pensé que al bajar para irme mi marido podría verme, y encima perdería la paga de la semana. Estaba evidentemente nerviosa por la situación. Debía encontrar la forma de ganar tiempo. No dejaba de morderme las uñas y de mirar de reojo por la ventana de efecto espejo, que me permitía ver a mi esposo riendo en la pista de baile junto a sus amigotes.

.-“Sólo necesito un poco de tiempo, se me pasará” pronuncié tratando de aparentar que se trataba de algo pasajero. Sin embargo se notaba a toda legua, que lo que me ocurría no era otra cosa sino nervios. Unos nervios imposibles de controlar, y que no pasaron desapercibidos para Don Mario.

.-“Sandra….” pronunció esta vez acercándose hasta mí, “No se te da bien mentir, estás nerviosa, ¿por qué?, ¿qué te ocurre?. Sabes que puedes contármelo” dijo en un tono conciliador y comprensivo al tiempo que me abrazaba. No me esperaba ese gesto de condescendencia por su parte.

Tal vez fuese ese gesto el que me conmovió, por primera vez en mucho tiempo Don Mario se mostraba comprensivo para conmigo. Me lo había imaginado mucho peor, temí que montase en cólera por no atender la barra y su dinero. Agradecí su bondad en un momento tan delicado para mí. Además, de alguna manera necesitaba poder confiar en él, pues era el único que podía ayudarme. Pensé que tal vez fuese el momento oportuno para confesarle mi pequeña mentirijilla.

.-“Lo siento Don Mario, usted siempre ha sido bueno conmigo y… yo… le mentí…” dije con voz temblorosa al tiempo que me dejaba rodear por sus brazos.

.-“Tranquila mujer, estas nerviosa, sabes que puedes contarme lo que quieras” susurró a media voz mientras se abrazaba pegado a mi cuerpo, moviendo sus brazos de abajo arriba por mi espalda, otorgándome la confianza suficiente como para continuar confesándome.

.-“El caso es que estoy casada, no quiero que mi marido sepa que trabajo en un sitio como este. De hecho cree que trabajo en unos almacenes. Y….” yo no sabía cómo acabar la frase, estaba muerta de miedo por los nervios, intuía que ese sería un momento trascendental para mí, sin duda habría un antes y un después, mis labios temblaban y mis ojos comenzaban a enrasarse corriendo el rímel de los ojos manchando su camisa.

.-“¿Y?” preguntó él en un tono amigable tratando de consolarme.

.-“Mi marido está ahí abajo con unos amigos. No quiero que me vea aquí vestida de esta manera” pronuncié temerosa señalando a través de la ventana que hacía de falso espejo.

.-“¿Eso es todo?, ¿por eso tanto nervio y preocupación?” me consoló Don Mario. Yo asentí con la cabeza mirándolo a los ojos, con el rímel señalando el camino que habían recorrido mis lágrimas al caer por las mejillas, agradeciendo su comprensión.

Juro que me temí una reacción mucho peor por su parte y me relajé al comprobar que no reaccionaba de malas maneras al escuchar mi pequeña mentira. Pensé que se enojaría y me despediría montando en cólera, pero nada de eso sucedió. Por un momento pensé que lo había juzgado mal. Creí que antepondría la atención de la barra y su dinero, a mis sentimientos. Y sin embargo se estaba mostrando totalmente condescendiente para conmigo en esos momentos.

.-“Tranquila mujer, eso lo solucionamos enseguida” dijo rodeándome con un brazo de la cintura y guiándome hasta la ventana.

.-“¿Quién es’” me preguntó interesado mientras mirábamos los dos de frente por el espejo a la pista al tiempo que la mano que me rodeaba por detrás, se movía tímidamente de arriba abajo por el lateral contrario de mi cuerpo, recorriendo las curvas de mi cadera.

En un principio justifiqué esta maniobra de Don Mario alegando que siempre había sido un poco sobón, pero con el paso del tiempo se evidenció que lo que trataba era de encontrar el elástico de mi braguita con sus dedos por el lateral de mi vestido.

.-“Es aquel de allí, el de camisa blanca, el que está hablando con aquellos otros…” dije señalando hacia su posición y temblando de los nervios por la búsqueda que la mano de Don Mario estaba empeñada en llevar a cabo en mi cintura. En esos momentos comencé a no tener claras sus intenciones.

.-“Parece un buen tipo” argumentó Don Mario como tratando de alargar la conversación al tiempo que su mano descendía cuidadosamente por debajo de mi cadera, muy cerca de esa línea invisible que separa la cadera del culo. Comenzaba a estar desconcertada. Temí que mi confesión no me saliese gratis, él buscaba algo a cambio y temí hasta donde pudiese atreverse a llegar.

.-“Lo es” respondí inquieta por la caricia de Don Mario sin atreverme a apartar la mirada de la ventana. En esos momentos no sabría precisar si me estaba cogiendo de la cadera, o me tocaba el culo. Su maniobra como siempre, estaba en el límite de lo permitido, desconcertándome por completo.

.-“Parece que se lo está pasando bastante bien” pronunció al tiempo que su mano se deslizaba sigilosamente hasta posarse poco a poco descaradamente sobre mi culo. Ya no tenía duda. El muy cínico se estaba aprovechando a su manera de la situación.

Nada más poner su mano en mi trasero me giré y lo miré con cierto desconcierto y desprecio, recriminándole su maniobra y su bajeza moral por tratar de beneficiarse de una mujer como yo dadas las circunstancias. Aquel viejo verde me estaba sobando el trasero a conciencia por encima del vestido sin ningún tipo de miramiento con una maliciosa sonrisa en su cara.

Él, por supuesto, se regocijó en la situación, sabía que me tenía atrapada. Hizo caso omiso a mi mirada y continúo acariciando mi culo sin el menor disimulo, sopesando entre sus dedos la firmeza de mis nalgas. Para colmo me tenía que aguantar esa sonrisa burlona en su cara a la vez que me sostenía desafiante la mirada. El muy cabrón no se cortó ni un pelo. Estaba disfrutando. Sabía perfectamente que yo no haría nada, que estaba llena de dudas, que si protestaba sería el fin para mí, el muy cerdo sabía perfectamente que necesitaba tanto de su dinero como de su silencio, y estaba dispuesto a aprovecharse, a saber cuál podía ser el límite de mi necesidad.

Juro que me entraron ganas de arrearle un buen bofetón y dejarlo allí plantado en su despacho con su dinero y su arrogancia. En cambio, sabía tan bien como él que no haría nada y otorgaría silenciosamente. De eso se aprovechaba el muy cabrón. Además del tema económico, los dos sabíamos que no podría pasar desapercibida ni tan siquiera para mi marido de bajar así vestida, aunque fuese con la clara intención de abandonar el local para siempre y dejarlo allí plantado. Los dos sabíamos que tanto o más que el dinero, me preocupaba mi familia, y las explicaciones que tendría que dar a mi marido. Estaba atrapada a dos bandas, y el muy cerdo lo sabía y se aprovechaba.

.-“No es justo” pronunció rompiendo el tenso silencio que había entre los dos. Y aunque me desconcertó con sus palabras, aproveché la situación para ladearme y escapar del alcance de su mano.

.-“¡¡Eso mismo pienso yo!!” le espeté mostrando cierto coraje e indignación en mi respuesta refiriéndome a su actitud. Pero para mi desgracia, y antes de que pudiera alejarme del todo de su presencia, me agarró de nuevo de la cintura y me atrajo hasta él tirando de mi cuerpo. Esta vez me sujetó de la cintura con mucha más fuerza reteniéndome junto a su lado evidenciando lo que quería a cambio de su silencio.

.-“Sandra, querida, tú también deberías divertirte” dijo al tiempo que volvía de nuevo a la carga y deslizaba su mano hasta posarla bien abierta de par en par sobre mi cachete del culo. Dejó claro que quería sobarme el culo y disfrutar un rato a su antojo.

No pude continuar aguantando su sucia mirada devorándome con los ojos. En esos momentos estaba llena de rabia y de impotencia. Me estaba metiendo mano a placer. Me preguntaba qué podía hacer mientras observaba a mi marido reírse con sus amigos a través del falso espejo. La situación era tan humillante para mí en esos momentos, que ni siquiera mi cuerpo reaccionaba. No encontré mejor refugio que permanecer impasible mirando fijamente al infinito a través de aquel absurdo espejo, mientras me dejaba sobar el trasero por el baboso de Don Mario. Me tocó el culo cuanto quiso y como quiso, sin que yo le diese la satisfacción de protestar o resistirme. Siempre atenta a lo que ocurría en la pista de baile. Con la mirada perdida en el infinito. La escena se prolongó por unos minutos que a mí me parecieron eternos.

.-“¿Es verdad lo que murmuran ahí abajo?, ¿es verdad lo que dicen de ti?” me preguntó al tiempo que me giraba, aplastando mi cuerpo contra el suyo, los dos de frente, cogiéndome por ambos cachetes del culo a dos manos, rodeada por sus brazos que me inmovilizaban.

.-“¿El qué?” esta vez lo miré sorprendida por su pregunta y su atrevimiento. Pude ver su cara de salido a apenas unos centímetros de mi rostro, podía apreciar su cuerpo contra el mío, y su aliento cargado de alcohol.

.-“Todo el mundo dice ahí abajo que no llevas bragas con este vestido. Don Lucio asegura que te has dejado tocar el culo por él varias veces y no ha encontrado tus bragas” pronunció como extasiado por la duda, tratando de levantarme la falda a dos manos por detrás de nuestros cuerpos para comprobarlo.

.-“¿Pero qué coño hace?, ¡que se ha creído!” le aparté las manos de un manotazo evidentemente enfada. Le dejé claro que se había propasado en su intentona, y que no estaba dispuesta a permitir ciertas cosas por mucha falta que me hiciese su asqueroso dinero.

.-“Vamos Sandra, no te hagas la estrecha ahora conmigo. Con el cerdo de Lucio te dejas tocar el culo, ¿y conmigo no?. Yo solo quiero saber si es verdad” pronunció al tiempo que se acercaba hasta mí con la intención reflejada en su rostro de intentar levantarme las faldas por segunda vez. Yo levanté mi mano dispuesta a darle un buen bofetón. Supo entender mi amenaza.

.-“Hagamos un trato…” me dijo en un tono conciliador tratando de rebajar la tensión, “me dejas comprobar si es verdad lo que dicen…, y bajo a deshacerme de tu marido. En el fondo esta absurda situación, ya me ha hecho perder mucho tiempo y dinero” propuso acercándose hasta mí de nuevo muy despacito, desvelando sus verdaderas intenciones.

Yo lo miraba indecisa. Por una parte sonaba bien eso de deshacerse de mi marido. Por otra, no quería que ese cerdo comprobarse que efectivamente no llevaba ropa interior debajo de mi vestido.

.-“Si. Es cierto” dije relajando también mi actitud dando a entender que aceptaba el trato, “no llevo bragas”, terminé por confesarle lo que tanto esperaba saber.

.-“¿Nada?, ¿nada?” cuestionó poniendo cara de asombro a la vez que me cogía de las muñecas, y tiraba de mi cuerpo hasta aplastarme contra el suyo.

.-“Nada de nada, no llevo nada de ropa interior” respondí temerosa por verme atrapada de nuevo entre sus brazos.

.-“Joder Sandra, parecías tan modosita el primer día que te contraté, y ahora en cambio…” pronunció al tiempo que efectivamente me rodeaba con sus brazos inmovilizándome, para acto seguido deslizar sus manos por mis caderas hasta posarse cada una en mis nalgas. Apretó mis cachetes un par de veces entre sus dedos antes de que yo pudiera reaccionar, “tienes razón…” continúo diciendo clavando su aliento en mi rostro, aguantando desafiante la mirada, y sobando a placer mi trasero, “…si te viera tu marido sin bragas así, pensaría que eres una puta cualquiera” concluyó al unísono que levantaba mi falda y acariciaba a placer la piel desnuda de mis nalgas fingiendo buscar unas braguitas que sabía perfectamente que no hallaría.

.-“Joder, es verdad” musitó al comprobar con sus propias manos que efectivamente no llevaba ropa interior comprobando la suavidad de la piel en mis glúteos.

Durante su deleite, pude introducir mis brazos entre su cuerpo y el mío apartándolo de un empujón.

.-“Ya está, ya es suficiente. Ahora ya lo sabes” le increpé zafándome de él, y bajándome la falda del vestido en la distancia ganada ante su incrédula mirada por cuanto acababa de comprobar.

.-“Ahora cumple con tu parte” le exigí recomponiéndome el vestido y señalando con una mano hacia la puerta, indicándole con gestos que bajase a deshacerse de mi esposo.

Don Mario abandonó la estancia sin pronunciar palabra.

Nada más marcharse del despacho me asomé por el espejo, pude ver que efectivamente entablaba conversación con mi marido y el grupo de amigos que lo acompañaban. Estuvieron un rato hablando, por lo que comencé a impacientarme. Me pregunté de qué podían estar charlando tanto tiempo, y comencé a temer que cualquiera de los dos hablase más de la cuenta. Era una situación totalmente tensa. Además, conforme transcurría el tiempo más difícil era para mí tratar de asimilar lo sucedido.

El asqueroso de mi jefe se había propasado tocándome el culo. Estaba irritada, enfadada, y lo peor de todo era que no encontraba solución a la situación. Mientras los veía conversar incluso pensé en denunciarlo a la policía. Esa idea iba creciendo con la rabia en mi interior, junto a alguna otra como marcharme de allí robándole el dinero de la caja fuerte, algún día, en algún descuido, podría darle su merecido. Envuelta en la tortura de mis pensamientos fue transcurriendo el tiempo, hasta que sopesando con más calma los pros y los contras, me fui convenciendo de que a pesar de todo, lo más sensato sería dejarlo pasar. Ponerme a buscar otro empleo en el poco tiempo libre que tenía para salir de allí cuanto antes, y olvidarme de todo lo sucedido. Conforme recuperé la calma, lo fui viendo todo con más claridad. Culpé a mi marido de todo cuanto había pasado justificándome a mí misma. Incluso dudé de si de alguna manera me lo tenía bien merecido por andar provocando la situación. Con el tiempo apareció también ese absurdo sentimiento de culpa en mi interior, que me decía que tal vez Don Mario tuviese razón y me hubiese comportado como una puta.

“Puta”, esa palabra comenzó a resonar en mi mente una y otra vez deteniendo mis pensamientos. Por suerte pude ver desde el despacho a través de la ventana como Don Mario se despedía de mi marido y sus amigos, y estos abandonaban la pista apurando sus bebidas. Al fin parecían terminarse mis temores por esa noche.

Don Mario subió a su despacho para indicarme que mi marido ya se había ido. Esta vez estaba más calmado, e incluso algo amable. Cuando menos correcto, en cualquier caso. Yo bajé a continuar poniendo copas y por suerte el trabajo me ayudó a olvidar y no pensar en lo sucedido. Hasta que se hizo la hora de cerrar. Por supuesto Don Mario se las arregló para que yo subiese la última a cobrar la paga.

.-“Pasa y siéntate” me dijo nada más abrir la puerta en tono serio. Yo obedecí tomando asiento en la sillita frente a su escritorio inquieta por lo que pudiera suceder.

.-“Ten, esta es tu parte” dijo dejando caer un sobre encima de la mesa.

Me estiré a cogerlo, la curiosidad quiso que lo abriese impaciente para comprobar la cantidad que en ese día tan peculiar podía haber dentro. Me sorprendí cuando en un primer conteo sumé casi quinientos euros. Mucho más de lo que venía siendo habitual.

Quise contarlo por segunda vez detenidamente, esta vez sacando el fajo de billetes del sobre. Efectivamente quinientos cuarenta euros en billetes de diez y de veinte. Una vez repasé la cuenta alcé la vista para mirar sorprendida a Don Mario preguntándole con los ojos a que se debía esa cantidad. Estaba francamente sorprendida, pensé que me daría menos que en otras ocasiones justificándose en el tiempo que no había estado atendiendo la barra. No sé por qué, llegué a pensar que incluso al saberlo, Raquel le habría comida la cabeza y algo más para hacerse con mi parte de las propinas. Y sin embargo, tenía en mis manos la prueba de todo lo contrario.

.-“Siento lo que ha pasado esta noche. Espero poder compensarte” pronunció medio disculpándose por lo sucedido.

No me lo podía creer, encima me estaba pidiendo perdón. Me alegré porque fuera así, y no de otra manera. En esos momentos pensé que se temía que lo denunciase o algo así. Debía aprovechar el momento para poner punto y final a lo ocurrido.

.-“Lo de esta noche no puede volver a pasar” respondí haciéndome la ofendida, pero contenta en mi interior por el giro de la situación, y el reporte de dinero que tenía entre mis manos. Y dicho esto me levanté de la silla dispuesta a cambiarme de ropa como otras noches dando por zanjado el tema.

.-“Te espero abajo” pronunció Don Mario haciendo intención de abandonar la sala para dejarme sola como en otras ocasiones en que cerraba el bar con él.

.-“Por cierto…” lo interrumpí antes de que saliese por la puerta del despacho. “¿De qué han estado hablando tanto tiempo usted y mi marido?” le pregunté intrigada.

.-“Oh, nada, ya sabes…, cosas de hombres, fútbol, mujeres, política…” dejó caer como si nada.

.- “Esto… Sandra, tu marido parece un tipo simpático. Tal vez deberías replantearte el contarle donde trabajas, no he tenido otra forma de deshacerme de él, que invitándole a una consumición la próxima vez que venga” concluyó volviendo la puerta tras de sí e inquietándome con su última respuesta.

“Cómo que invitándole para que venga otra vez” musité en mi cabeza. Ciertamente lo dijo en un tono de voz que no me gustó un pelo, me provocó cierto desasosiego.

Nerviosa como estaba, me quité el vestido a toda prisa, tratando de cambiarme de ropa cuanto antes, con la clara intención de salir de allí urgentemente, y regresar a mi casa. Tenía unas ganas locas por ducharme para quitarme el sudor, pero sobre todo para quitarme la sensación de las manos de Don Mario en mi cuerpo. Por unos instantes me quedé sola en el despacho completamente desnuda, buscando desesperadamente las braguitas con las que vine de casa. No estaban colgadas en la percha donde estoy segura que las dejé junto al resto de la ropa. Encima escuché unos ruidos provenientes del pasillo a oscuras tras la puerta. Me había descuidado por los nervios y las prisas, temí que como en otras ocasiones Don Mario se hubiese quedado sigiloso para vernos como nos cambiábamos de ropa las chicas. Si bien en otras veces le daba la espalda y me cuidaba de llevar la ropa interior, esta vez me pillaba completamente desnuda deambulando tontamente de un lado a otro de su despacho, buscando unas braguitas que no aparecían. Nerviosa, inquieta, y desesperada por poner fin al espectáculo que le estaría dando, opté finalmente por ponerme los jeans y el resto de mi ropa con la que regresar a casa, sin braguitas debajo.

Mis peores temores se confirmaron al escuchar unos ruidos tras la puerta justo antes de que me dispusiera a salir del despacho, lo que evidenciaba que Don Mario me había estado espiando mientras me cambiaba. Seguramente pudo observarme completamente desnuda por unos interminables minutos. Estaba completamente abochornada. Al salir apenas intercambiamos palabras. Don Mario procedió a la ceremonia del cierre de persiana, y yo marché a casa con la preocupación en mi cuerpo, ahora debía tratar de averiguar qué coño es lo que hacía mi marido en el bar a esas horas.

Esa noche dormí de un tirón muerta de cansancio. Cuando desperté encontré una nota en mi cama en la que mi marido me indicaba que ya había salido con nuestro hijo para comer en casa de sus padres. Ese mismo domingo a la tarde le pregunté a mi marido por lo que hizo la noche anterior, y me mintió descaradamente al decirme que había estado en casa cuidando de nuestro hijo. A pesar de que insistí varias veces de distinta forma, me inquietó que no me dijese la verdad, ¿Por qué iba a mentirme mi marido en una tontería como esa?. Era obvio que había salido por la noche, y resultaba evidente que nuestro hijo se había quedado en casa de mis suegros. Entonces…, ¿por qué me mintió?. No lograba entenderlo.

Apenas tuve tiempo para indagar más. El lunes a la tarde llegó antes de que me recuperase incluso del cansancio. Por suerte Don Mario no apareció ni ese lunes, ni el martes, ni el miércoles. A lo que apareció por el local a jueves, la cosa ya se había enfriado entre nosotros. Ninguno hizo la más mínima mención a lo sucedido la noche anterior del sábado. Como si nunca hubiese sucedido nada. Mejor así. Incluso Don Mario volvió a estar distante y ausente para conmigo.

Fue un sábado a la noche. Raquel había salido la primera alegando que tenía prisa. Una excusa como otra cualquiera para no hacer los aseos y fregar la vajilla. Siempre librándose de hacer las peores tareas con el visto bueno de Don Mario. Patricia me dijo que se quedaba ella a cerrar, por lo que pude recoger mi correspondiente sobre, y marchar a horas no muy intempestivas a casa. Ocurrió que al salir a la calle estaba chispeando, amenazaba lluvia. Recordé que tenía un viejo paraguas plegable en mi percha arriba en el despacho, y regresé con la intención de no mojarme.

Ya fuera por lo despistada que soy, o por lo cansada que estaba esa noche, que no me percaté de los sospechosos ruiditos que provenían del despacho hasta que prácticamente estuve a mitad de las escaleras. A lo que quise darme cuenta estaba paralizada en medio del pasillito escuchando los gemidos que emitía Patricia del otro lado de la puerta. No sé qué me pudo más en esos momentos, si la curiosidad o la incredulidad. El caso es que me acerqué sigilosa hasta la puerta y a poco me caigo de culo despavorida allí mismo por lo que ví.

Me tuve que contemplar la esperpéntica visión de ver a Don Mario con los pantalones en los tobillos follando como un caballo a Patricia por detrás, que yacía recostada sobre la mesa esnifando lo que parecía una rayita de coca. Desde luego que no me lo podía creer. Tal vez de otra me lo hubiese esperado, pero de Patricia. Si hasta me había confesado en varias ocasiones que tenía novio. La única explicación que encontraba a todo cuanto veía con mis propios ojos era la droga que consumía la chica.

Un mal paso me delató. Casi me tuerzo el tobillo mientras los espiaba detrás de la puerta. Don Mario se detuvo y se volteó a mirar alertado por el ruido. Por un momento creí que me descubrirían. Temí morirme de la vergüenza si llegaran a darse cuenta o decirme algo. Por suerte Patricio alentó a su jefe para que continuase con el movimiento, y de vuelta con el trajín aproveché para marchar sigilosamente.

Por supuesto nunca comenté con nadie lo que vi esa noche. Y mucho menos con Don Mario o con Patricia. Tampoco hubo lugar ha, porque el jefe no apareció ni el lunes ni el martes, y cuando lo hizo a miércoles fue para despedir a Patricia, que al igual que Marta bajó llorando del despacho de Don Mario.

Yo lo sentí por Patricia pues me caía bien, además egoístamente hablando me quedaba sola con Raquel, y eso quería decir que todo el trabajo recaería sobre mí, máxime cuando a Don Mario le costó algo de tiempo encontrar otras camareras.

El muy cerdo aprovechaba siempre que no estaba Raquel para lanzarme indirectas y volver a la carga con el tema sobeteos. Aprovechaba la menor excusa para tocarme a la menor ocasión. Como era de esperar al sábado siguiente al despido de Patricia me tuve que quedar a cerrar el bar. Recuerdo que ese mismo sábado, subí a recoger mi sobre de la semana. Cuando subí a su despacho lo sorprendí extrayendo un sobre de su caja fuerte para entregármelo. Nada más cogerlo me percaté que pesaba y abultaba más de la cuenta, quise abrirlo para contar los billetes.

¡¡Guauuu!!, había cerca de seiscientos euros. Indudablemente la cantidad me llamó la atención y Don Mario se dio cuenta de mi asombro.

.-“¿Y esto?” le pregunté sorprendida al ver la cantidad.

.-“Bueno, ahora estáis solo dos, os toca a más” pronunció alegrándose de verme contenta.

.-“Si, sí, claro” dije algo confusa, pues no sabía cómo darle las gracias por la generosa cuantía de dinero que acababa de recibir. En cualquier caso recogí el sobre para guardarlo celosamente en mi bolso. Me incorporé con la intención de cambiarme y salir de allí cuanto antes como en otras noches, dando por terminada la jornada. No quise darle más vueltas a la cabeza, ya que de por sí estaba bastante cansada.

Nada más incorporarme de la silla, mi mente ya estaba pensando en todos los préstamos y letras que podría cancelar en el mes con ese extra de dinero inesperado. El trabajo y el cansancio quedarían olvidados.

Únicamente me sorprendí, cuando haciendo la intención de cambiarme de ropa frente a la percha como siempre, comprobé que Don Mario no hacía intención de abandonar la estancia como en otras ocasiones…

.-“¿No sale para que me cambie de ropa?” le pregunté al observarlo sentado aún tras su mesa terminando de contar algún dinero y de cerrar la caja fuerte.

.-“Vamos Sandra, no me hagas perder el tiempo. Ya te he visto prácticamente desnuda, me queda algo de papeles por hacer. Puedes cambiarte delante de mí. No pasa nada, ¿verdad?. Hay confianza.” dijo haciéndose el ocupado en ordenar papelajos absurdos.

Los dos sabíamos que eso era una mera excusa para verme desnuda delante suya sin tener que esconderse detrás de la puerta. Yo pensé en todo el dinero que me acababa de dar, y tontamente pensé que tal vez fuera esa la forma en que podía agradecerle su gesto. De todas formas pensé que me iba a ver desnuda igual tras la puerta, así que procedí a cambiarme delante de él. Lo hice rápido, todo lo más rápido que pude, a pesar de todo me seguía dando vergüenza desnudarme así delante de él. Sin ningún tipo de disimulo.

Cuando me giré terminada de vestir pude ver como Don Mario esnifaba un par de rayas de coca que había dejado encima de su mesa.

.-“¿Quieres un tiro?” me preguntó terminando de inhalar los resquicios de polvo blanco que quedaban alrededor de su nariz.

.-“No gracias” respondí poniendo cara de asco. Nunca he soportado la droga, además era la primera vez en mi vida que veía a alguien drogarse descaradamente delante de mí. Creo que advirtió mi cara de repulsa y recogió con prisas para abandonar el bar y proceder al ritual del cierre de persiana.

No encontró ninguna otra camarera durante la semana siguiente. De nuevo otra semana para mí solita, y lo que era peor, un sábado sola en la gran barra. Por supuesto Don Mario aprovechó para rozarse conmigo cuantas veces pudo a lo largo de toda la noche, incluso llegué a notarlo empalmado varias veces cuando se situaba en la caja detrás de mí con las prisas por cobrar a los clientes como excusa. “Baboso” pensé cada vez que me culeaba en medio de la barra a la vista de todos sus compinches para mi menoscabada reputación.

De nuevo se las ingenió para que ese sábado subiese la última. En cierto modo era lo lógico, me tocaba recoger la barra grande, hacer los aseos, la vajilla, limpiar, barrer el suelo y tirar la basura, mientras Raquel únicamente recogía la barra del fondo. Claro que de esta forma ella subía siempre antes por su paga.

Esa noche fue algo tensa entre Don Mario y yo. A lo que subí a su despacho me indicó que parar ganar tiempo fuera cambiándome de ropa. Argumentó que aún no había podido preparar mi sobre y fingió contar dinero mientras yo me resigné a desnudarme enfrente de él. Justo cuando me quité el vestido, y estaba tan solo en ropa interior me llamó.

.-“Toma Sandra, esto es tuyo” pronunció a mi espalda intencionadamente al quedarme en ropa interior. Yo hice ademán de ponerme mi pantalón cuanto antes y recoger el sobre al acabar de vestirme.

.-“¿No lo quieres?” preguntó tratando de llamar mi atención, yo quise terminar de vestirme cuanto antes sin decir nada. Pero él se las ingenió para detenerme antes de que pudiera llegar a coger mi ropa siquiera.

.-“Entones Raquel tenía razón…” pronunció esta vez provocándome “…tal vez se mereciese más ella, siempre sabe agradecérmelo”. Juro que esta vez lo logró. Sus palabras me encorajinaron y me acerqué hasta su mesa aún en ropa interior, dispuesta a recoger mi sobre cuanto antes, temerosa de que sacase parte del contenido para dárselo a Raquel como había insinuado. Ciertamente lo creía capaz. Todavía estaba tan solo en braguitas y sujetador cuando me planté enfrente de su mesa recelosa por su comentario, al tratar de recoger el sobre lo retiró de mi alcance.

Yo lo miré encorajinada por su reacción. Creo que pudo leer claramente en mis ojos lo que pensaba: “¿Por qué coño me retiraba el sobre, jugando con mi dinero de esa manera tan infantil?”.

.-“¿No quieres saber cuánto hay?” me preguntó tratando de ganar tiempo. Me quedó claro que su pregunta era una excusa para contemplarme medio desnuda delante suya.

.-“¿Cuánto?” pregunté tratando de seguirle la corriente cansada del jueguecito que se traía entre manos.

.-“Hay mucho, nena, mucho dinero” dijo arrastrando de nuevo el sobre por la mesa hasta mi posición. Traté de alcanzarlo, pero se anduvo más rápido que yo y de nuevo lo retiró de mi alcance. Esta vez lo miré realmente cabreada por su tontería de juego. Debió advertir mi ira en los ojos.

.-“No importa lo que haya dentro, lo que importa es si estas dispuesta a ganar más” musitó provocando cierto suspense en su entonación.

Comenzaba a estar harta de su jueguecito, así que con un brazo en jarra sobre mi cadera, y haciéndole gestos con el índice de la otra, le indiqué que quería mi dinero ya. Lo exigía inmediatamente.

.-“No tanta prisa” dijo observándome impaciente.

.-“Basta ya de jueguecitos, quiero mi dinero” le dije notablemente enfadada.

Esta vez se tomó su tiempo, se reclinó sobre su asiento, y contemplándome con las pupilas dilatadas maquinó su propósito.

.-“Y si te dijera que estoy dispuesto a comprarte ese sujetador que llevas puesto, ¿qué dirías?” preguntó mientras se relamía los labios observando mi enfado.

No pude menos que reírme, todo cuanto quería era verme los pechos. “Menudo salido de mierda” me dije mentalmente antes de que instintivamente le preguntase…

.-“¿Y para que quiere usted mi sujetador?” le pregunté por mera curiosidad.

.-“Yo no quiero tu sujetador para nada, tan solo es una excusa para darte más dinero. Me gustaría poder ayudarte” dijo tratando de rebajar la tensión entre los dos.

Yo lo miré dubitativa a la cara. Sabía que se tramaba algo, aunque por el momento eran simple preguntas. Decidí seguirle la corriente, total, para mandarlo a la mierda siempre tenía tiempo.

.-“Esta bien, ¿cuánto?. ¿Cuánto me darías por mi sujetador?” le pregunté cansada tratando de no contrariarlo a esas horas de la noche.

.-“¿Y si te dijera que te ofrezco trescientos euros por él?, ¿Qué harías?”. Dijo extendiendo seis billetes de cincuenta euros encima la mesa para que pudiera verlos.

“Joder, caray” pensé al ver los billetes. Eso era una cantidad nada despreciable por mostrarle mis pechos. Reconozco que un primer impulso no me parecía digno de mi persona, mi marido no se merecía que me exhibiese ante otros, pero me pareció una cantidad considerable. Además ya me había visto desnuda, ¿no?. Así que sin pensármelo mucho más, me llevé las manos a la espalda, y desabrochando el corsé posterior de mi sostén procedí a quitármelo ante su atenta mirada. Aunque lo tenía decidido yo también quise ser mala, no era cuestión de que pensase que lo había tenido tan fácil. Antes de desprenderme definitivamente de las copas, lo miré a los ojos por última vez antes de mostrarle mis pechos. Mísero desgraciado, al pobre se le caía la baba expectante.

Al fin me deshice de mi sujetador y se lo arrojé encima la mesa a la vez que recogía mi dinero. Me encontraba agrupando los billetes en un solo fajo en mi mano frente a su mesa cuando me dijo:

.-“Te doy otros trescientos por tus braguitas” exclamó sopesando mi reacción al tiempo que dejaba caer tres billetes de cien euros sobre la mesa.

.-“No” se escapó esta vez de mi boca. Una cosa era mostrarle mis pechos, y otra mi pubis.

.-“Vamos Sandra, piénsatelo bien. Son trescientos euros” dijo mostrándome los billetes como un abanico.

.-“No” le repetí una vez más desafiante a pesar de estar ya medio desnuda delante suyo.

.-“¿Por qué haces esto Sandra?, ¿Por qué vienes aquí cada noche a poner copas?, ¿Por qué aguantas todo cuanto aguantas?” preguntó con una voracidad canina.

Sus palabras me dejaron dubitativa. Realmente no supe contestarle.

.-“Yo te lo diré” se apresuró a decir antes de que yo articulase palabra, “yo solo veo dos explicaciones, o lo haces por dinero, o porque te gusta” argumentó.

No me gustó para nada como sonaba esa segunda opción, así que preferí que pensase que lo hacía por dinero. A esas horas de la noche no entendía de qué iba el tema. Lo miré mosqueada. ¿Dónde estaba la trampa?. Seguro que había gato encerrado, pero a esas horas de la madrugada era incapaz de pensar con claridad.

.-“¿Quieres decir que me llevo mi propina, trescientos por el sujetador, y otros trescientos por las braguitas?” le pregunté sorprendida por su oferta tratando de recalcar el tema del dinero.

.-“Así es” dijo muy serio comenzando a relamerse saboreando la posibilidad de que accediera a sus pretensiones.

.-“Si quieres verme desnuda eso serán quinientos euros más” dije altiva. Él me miró sorprendido por mi reacción y se lo pensó dos veces antes de contestar.

.-“Es una pena” dijo desconcertándome “se los tendré que dar a otra” argumentó retirando los billetes de cien euros que mostraba ante mi vista.

.-“Espera” grité viendo como recogía los billetes al tiempo que me quitaba mis braguitas a toda velocidad y se las arrojaba tratando de impedir que guardase el dinero.

.-“Nena estás preciosa” dijo recogiendo mis braguitas entre sus manos. Luego hizo un silencio observándome completamente desnuda delante suyo para su total regocijo.

Yo me tapaba los pechos a una mano y con la otra trataba de ocultar mi pubis de manera totalmente ridícula ante su escruta mirada.

.-“Si algún día tu marido no te da lo tuyo, recuerda que estoy aquí para ayudarte” pronunció deleitándose con la visión de mi cuerpo.

.-“Deme mi dinero” le recriminé por su tardanza.

.-“Joder Sandra, me ha parecido ver que lo llevas completamente rasurado. Como una niña pequeña, ¿es cierto?, ¿para quién te lo rasuras tanto?,¿no será para tu marido, verdad?” me preguntó tratando de prestar atención en esa zona de mi cuerpo.

.-“Eso no le importa” dije tratando de cubrirme aún más en esa zona.

.-“Déjame verlo” suplicó en un último intento.

.-“Deme ya mi dinero” dije comenzando a enfadarme muy seriamente.

.-“Ahí lo tienes es todo tuyo” dijo depositando en un solo montón encima de la mesa tanto el sobre de las propinas, como los seis billetes de cincuenta, y los tres de cien.

Estaba claro que lo que pretendía era verme detenidamente cuando tuviese que alargar la mano para recoger el dinero. Posiblemente lo que más satisfacción le producía era mi pudor y mi recato por mostrarme desnuda ante él. Así que armándome de valor, lo miré fijamente a los ojos y mostrando orgullosa mi cuerpo, retiré mis manos para recoger el sobre y el dinero.

.-“Muchas gracias” pronuncié con cierta sorna mientras lo miraba desafiante a los ojos y procedía a recoger la pasta. Luego me dí la vuelta y me dirigí hacia la percha donde estaba mi ropa dándole la espalda, o mejor dicho el culo.

Cuando llegué donde estaba mi ropa, quise guardar el dinero lo primero de todo. Me llamó la atención el poco peso y bulto del sobre. Lo abrí estupefacta para comprobar que apenas había sesenta euros dentro.

.-“¡¡Será hijo de puta!!” grité en voz alta olvidando que Don Mario todavía estaba en la sala observándome desnuda.

.-“¿Ocurre algo?” preguntó serio Don Mario incorporándose de su silla.

.-“Aquí hay muy poco dinero” dije mostrándole los sesenta euros del interior del sobre.

.-“Es la propina, lo que te corresponde, hoy ha sido un mal día” puso por excusa al tiempo que se acercaba hasta mi posición, “¿qué ocurre no te gusta trabajar en este bar?” concluyó muy seriamente ahora notablemente molesto por mi queja.

Yo lo miraba llena de ira de rabia, me había tomado el pelo miserablemente para verme desnuda.

.-“Joder Sandra, te acabo de hacer un favor…” dijo tratando de conciliar el tono. Estaba claro que emocionalmente estaba en una montaña rusa, posiblemente a causa de las drogas “…sabía que lo de esta noche era muy poco dinero para ti y tu familia. Pensé en tu hijo y por eso te di la oportunidad de ganar más dinero, y así ha sido ¿no?. Deberías agradecérmelo” pronunció al tiempo que yo terminaba de subirme los jeans y darle la espalda. El me agarró por detrás atrapándome entre sus brazos.

.-“Si quieres… puedes ganar mucho dinero conmigo” pronunció como insinuando que me acostase con él o la barbaridad que quisiera que estuviese pensando.

.-“No gracias” me defendí a la vez que me separaba de sus brazos que me rodeaban.

.-“Deberías probar a divertirte conmigo” insistió en retenerme por detrás rodeándome con su brazos.

.-“Quizás otro día, en otra ocasión” pronuncié al tiempo que me zafaba de él y lograba ponerme la camiseta por el cuello con todas las prisas del mundo por no darle falsas esperanzas.

.-“Te tomo la palabra” dijo dándose por vencido y entendiendo que no tenía nada que hacer conmigo por esa noche.

Yo respiré aliviada al comprobar que entendía mi negativa a algo más. Por un momento pensé que podía cometer alguna locura por culpa de las drogas.

.-“Ya sabes, si te lo piensas mejor…” insistía mientras terminaba de adecentarme sin perder la esperanza.

.-“Don Mario, está Ud. muy perjudicado, será mejor que se vaya a casa” le aconsejaba casi de forma maternal mientras procedíamos al ritual del cierre de persiana comprobando el lamentable estado en el que se encontraba. Tal vez por eso le disculpé aquella noche todo cuanto ocurrió en su despacho. Debo reconocer que en cierto modo me dio lástima.

La casualidad quiso que el martes de la semana siguiente al incidente se le rompiese el coche a mi marido. Una reparación de cerca de cuatro mil euros que nos hizo replantear si merecía la pena arreglarlo o comprar otro nuevo. Salimos de dudas al pedir un préstamo al banco para un coche nuevo, y ése mismo viernes nos lo denegó alegando que nuestros ingresos no eran suficientes. Mi marido aunque con el variable que traía a casa era dinero suficiente como para ir tirando, ingresaba en cambio poca cantidad en fijo. En mi caso ni tan siquiera tenía nómina que les constase al banco. Por lo que la opción de coche nuevo quedó descartada, y no quedó más remedio que buscar la forma en que pagar el arreglo del coche. Lo único seguro es que mi marido necesitaba del coche para trabajar y urgía una solución.

El fin de semana llegó antes de lo previsto. Sin duda la semana había sido algo movidita en casa y a lo que quise darme cuenta era sábado a la noche. Esa noche estuve nerviosa todo el tiempo. Sopesé la posibilidad de pedirle el dinero a Don Mario, tal vez él pudiese ayudarnos, pero enseguida descartaba esa opción imaginando que me pediría algo a cambio. Así entre dudas llegó el momento de cerrar ese sábado. Me dije a mi misma que mejor improvisar según la marcha. Lo único que tuve claro es que me quedaría la última a cerrar. De hecho me demoré en hacer mis tareas para que Raquel subiese antes que yo al despacho de Don Mario y quedarme la última. Anhelaba que pujase de nuevo por mi ropa interior como en el sábado pasado, y sacar así una buena parte de la reparación del coche. No tenía mejor plan para sacar el dinero.

Nada más subir Don Mario me tendió una caja envuelta en papel regalo.

.-“¿Y esto?” le pregunté sorprendida por el regalo que se me ofrecía. Yo me alegré más sopesando la posibilidad de pedirle el dinero, que por el regalo en sí, del que no esperaba gran cosa.

.-“Espero haber acertado” dijo al tiempo que yo lo habría ilusoria ante su presencia.

Mi sorpresa al comprobar que se trataba de un conjunto de lencería en color negro. Sin duda debió sorprenderle la cara de estupefacción que debí poner al comprobar su regalo. Aquello echaba al traste las pretensiones con las que me había ilusionado durante toda la noche. ¿Cómo iba a comprarme la ropa interior si me estaba regalando otra?. Y por otra parte…¿cómo pedirle ahora el maldito dinero?.

.-“¿No te lo pruebas?” me preguntó al ver mi demora.

Miré la marca del conjunto: Cacharel. Abrí la caja para comprobar que se trataba de un tanga de seda negro a juego con un sostén. Pero lo que más llamó mi atención es que en el interior también había un liguero de esos de pincitas y unas medias. Aquello le debía haber costado una pasta como para hacerle el feo.

.-“Si claro” musité sin saber que hacer muy bien en esos momentos. Todos mis planes al carajo.

Don Mario se apoyó en el borde de la mesa. Esta vez no quiso sentarse en su silla tras el escritorio, quería estar cerca de mí cuando llegase el momento de desnudarme delante de él para probarme su regalo.

.-“No tenía por qué haberse molestado” exclamé en un intento por devolvérselo y tener que evitar el mal trago que se me presentaba.

.-“Insisto en vértelo puesto” dijo esperando paciente a que me desnudara. “Deberías cuidar algo más tu ropa interior. Las braguitas que te compré la semana pasada estaban desgastadas y viejas” trató de amenizar mi suplicio en un monologo absurdo por su parte. “Una chica tan guapa como tú, no debería ponerse cualquier trapo” pronunciaba mientras observaba detenidamente como me ponía el conjunto que me acababa de regalar.

.-“Guau, Sandra, estás estupenda” exclamó nada más verme con el conjunto puesto, “¿por qué no te pones tus zapatitos de tacón para que pueda verte mejor, eh, nena” sugirió para consternación mía. La situación era tan…, tan…, tan rara para mí.

En esos momentos yo me sentía como una puta exhibiéndose ante sus ojos. Para colmo nada más enfundarme mis tacones me hizo indicaciones para que me diese un par de vueltecitas delante suyo. Mostrándome ante él como un mono de feria amaestrado. Y yo como una tonta le seguía el juego y obedecía a sus perversiones sin vislumbrar otra alternativa.

.-“Menudo culito te hace ese tanga” dijo al tiempo que me propinó una cachetada en una nalga y se retiró antes de que pudiera recriminarle nada a abrir el cajón superior de detrás de su mesa para extraer un sobre. Mi sobre.

.-“Ten “, dijo tendiéndome el sobre en su mano, “te lo has ganado” se sonrió de manera cínica.

No me fiaba, quise comprobar el contenido del sobre, de nuevo unos trescientos euros. Lo normal. Reconozco que de esa noche era yo quien se esperaba más.

.-“Me alegro que te guste”, quise demorarme el tiempo suficiente para comprobar si estaba dispuesto a darme algo más por mi pequeño espectáculo. No fue así. Únicamente estuve exhibiéndome tontamente para él vestida como una furcia.

.-“Menuda suerte que tiene el cabrón de tu marido” pronunció cuando le di la espalda para vestirme. “Seguro que cuando te vea con eso puesto te pega un polvo de muerte. Espero que pienses un poquito en mí cuando suceda” concluyó babeando todavía por el desfile que le acababa de dar.

Yo terminé de vestirme y pensé que mejor sería postergar mi petición para otro momento más propicio. Algo me decía que ese no era un buen momento para pedirle dinero a Don Mario, seguramente querría algo a cambio que no estaba dispuesta a darle. Por esa noche ya tenía suficiente.

Para mi desgracia el lunes no apareció por el bar, y eso que tenía ganas de verlo para tratar de solventar el tema del coche. Tal vez fuese la primera vez que tuviese ganas de verlo en todo este tiempo. Para mi desilusión tampoco pareció el martes ni el miércoles, y muy a mi pesar transcurría el tiempo sin que ni mi marido ni yo pudiésemos hacer frente al momento de retirar el coche del taller y pagar la reparación.

Así pasé un par de días sin dejar de sopesar la posibilidad de pedirle el dinero prestado a Don Mario. Nadie me quitaba de la cabeza que el muy cerdo aprovecharía para pedirme algo a cambio. Aunque me horrorizaba la simple posibilidad de tener que escuchárselo de su boca estaba convencida de que me pediría que me desnudase delante suya, o algo mucho peor, del tipo que se la chupase como seguramente habría sucedido tanto con Marta, como con Patricia como con Raquel. Menudo cabrón, seguro que se aprovechaba así de sus camareras.

Para colmo, ese jueves a la mañana me levanté especialmente calentita. Tuve tiempo de darme una bañera con agua caliente, espumita, y sales de baño. Música chillo out, y todo el tiempo del mundo por la mañana para mi solita. Sin querer comencé a tocarme, poco a poco mi mano pasó de acariciarme inocentemente por el cuello a descender hasta mi pubis. A lo que quise darme cuenta ya estaba agitando suavemente mi clítoris. Al principio vinieron a mi mente imágenes de apuestos caballeros seduciéndome en el bar, pero pronto acudieron a mi imaginación martilleando mi conciencia, las imágenes de Marta arrodillada a los pies de Don Mario chupándosela, o la esperpéntica escena en que sorprendí a Patricia siendo embestida por detrás salvajemente por un hombre que la doblaba en edad. Por un momento en mi imaginación quise ser yo la camarera sometida a las vejaciones de su jefe. Mi incontrolable necesidad quiso que desease verme humillada a los pies del tipo más perverso, asqueroso y repugnante que había conocido en mi vida. Al principio me conformaba con someterme al suplicio de una felación, pero conforme machacaba mi clítoris en la bañera e introducía uno de mis dedos en mi interior, necesitaba imaginarme poseída por detrás a lo perrito sobre el suelo de su despacho. Me regocijaba imaginando la mirada sucia y perdida que tendría mi jefe en esos momentos. Incluso quise pensar que yo sería la mejor de todas las hembras que ese cerdo hubiese montado jamás, y eso que suponía una larga lista en su carrera. Me lo imaginaba azotándome el culito embistiendo a un ritmo frenético. Totalmente fuera de sí, gozando de mi cuerpo como un regalo envuelto con el conjunto que me regaló.

“¡Joder siiih!” me corrí. Me corrí en un orgasmo que me sobrevino de repente convulsionando todo mi cuerpo. Temblando de arriba abajo con cada espasmo y cada sacudida de placer de mi espina dorsal. Incluso el agua se salió de la bañera desbordando por los lados del ímpetu de mis sacudidas. Hacía tiempo que no me corría de esa manera, bueno, mejor dicho, hacía tiempo que no me corría, y ese orgasmo tal vez fuese insuficiente para calmar todo el fuego acumulado en mi cuerpo durante todo este tiempo.

Una vez calmada, comencé a maquinar la forma en que llevar a cabo mi plan. Mientras me daba cremas pensé que lo mejor sería ponerme el conjunto que me regaló. Estaría espectacular a sus ojos, sería una forma de demostrarle mi agradecimiento. Por supuesto debía ingeniármelas para quedarme la última y cerrar el bar con él. Debía andar astuta, mostrarme sugerente, marcando las líneas rojas.

Así fue, esa misma noche me quedé la última a cerrar el bar. Cuando subí al despacho de Don Mario éste hablaba por teléfono. Temí que se pasase todo el rato conversando y me demoré cuanto pude disimular en desvestirme. No prestaba atención a sus palabras hasta que la ocasión se presentó sola. Coincidió que todavía estaba tan solo con el conjunto de tanga, sostén, medias y liguero que me regaló cuando lo escuché que concluía su conversación con quien fuese que estaba hablando.

.-“No te preocupes por el dinero, yo corro con todos los gastos. Tú tan sólo prepáralo para que este todo a tiempo” fueron de sus últimas palabras antes de despedirse, “Chao, nos vemos”, concluyó antes de colgar el teléfono.

Nada más colgó el teléfono me dirigí hasta su mesa tan solo en ropa interior y con los zapatos de tacón como a él le gustaba.

.-“Veo que es usted mi generoso Don Mario” pronuncié con voz sugerente. Él se reclinó sobre su asiento y me contempló asombrado por mis palabras y mi actitud.

.-“Procuro serlo” dijo con media sonrisa en su voz intuyendo lo que podía pretender.

.-“Me preguntaba si podría ayudarme” susurré a media voz mientras me sentaba a un lado suyo sobre el escritorio insinuándome totalmente, y cruzando mis piernas ante su atónita mirada.

.-“Siempre es un placer ayudarte” se relamía viendo mi ofrecimiento, “lo que no veo es cómo” quiso saber intrigado por el jueguecito que me traía entre manos.

.-“El caso es que necesito algo de dinero, y me preguntaba si usted podría prestármelo” argumenté cruzando y descruzando mis piernas delante de su cara.

Don Mario se relamió antes de hablar. Incluso tuvo que acomodarse en su sillón como no dando fé de la oportunidad que se le brindaba.

.-“Depende” dijo ahora algo dubitativo, “¿cuánto necesitas?” preguntó sin dejar de mirar la zona de mi piel desnuda entre el final de las medias y la tira del tanga que quedaba a escasos centímetros de su vista.

.-“Unos cuatro mil euros, tal vez menos” respondí sonriente como una tonta.

Don Mario se relamió al escuchar la cantidad.

.-“Joder Sandra, eso es mucho dinero, ¿no crees?” me preguntó observando mi reacción.

En esos momentos yo estaba paralizada, respiré hondo y no supe que contestar. Intuía que ahora vendría lo peor, y de momento estaba presa de los nervios. Don Mario al ver mi reacción tomó la iniciativa.

.-“Pero dime…si te lo dejara, ¿que obtendría yo a cambio?” preguntó a la vez que se incorporaba de su silla y ante mi pasividad se situaba justo enfrente mío acariciando mi pierna superior, la más accesible a las pretensiones de su mano.

.-“Mi gratitud” respondí como una tonta observando como su mano recorría mi muslo sentada sobre su escritorio.

.-“¿Tu gratitud?” cuestionó mis palabras, “Aún no me has agradecido como es debido el conjunto que te regalé. Por lo que veo te sienta estupendo” dijo posando su dedo pulgar de la mano derecha sobre mis labios de la boca.

.-“Yo.., esto…, no…, yo no…,” musité temblorosa por los acontecimientos. Me veía acorralada. Tal vez no había sido tan buena idea eso de pedirle prestado ningún dinero a semejante tipejo.

.-“Chiiist. No digas nada. Ya sabes lo que tienes que hacer” susurró al tiempo que jugaba a correrme la pintura de labios con su pulgar recorriendo mi boca.

.-“No sé, había pensado en una especie de adelanto de sueldo o de propinas” intenté revertir la situación con un razonamiento coherente.

Don Mario me calló la boca introduciendo su pulgar entre mis labios forzándome a chuparle el dedo mientras se reía burlón de mis palabras.

.-“Vamos Sandra, no te hagas la tonta, si quieres que te deje el dinero ya sabes lo que tienes que hacer” se entretuvo en meter y sacar su dedo de mi boca de manera perversa y lasciva. Estaba claro que el muy cerdo pretendía que se la chupase. Me dio verdadero asco. El mero hecho de aceptar la invasión de su dedo en mi boca ya me producía repulsa. No estaba dispuesta a ser su puta por dinero. Así que armándome de valor agarré de Don Mario por la muñeca y retiré su mano de mi boca. Luego haciéndome a un lado para ponerme de pie, bajando airada de la mesa, le dije:

.-“Creo que se confunde. Yo no soy como el resto de las camareras que se tira” pronuncié enérgicamente al tiempo que le daba la espalda y lo dejaba plantado con sus ganas y su dinero, dispuesta a vestirme y salir de allí.

.-“¿Estás segura?” me preguntó mientras comprobaba como me enfundaba mis jeans y mi blusa.

.-“Será mejor que lo olvide” repliqué enfadada terminado de vestirme.

.-“Ya veremos” musitó Don Mario al tiempo que abandonaba la estancia, “ya veremos”.

Apenas cruzamos dos palabras cuando cerramos la persiana y marchaba cada uno a su casa.

Lo peor vendría al día siguiente, viernes. Cuando llegué por la tarde me sorprendió la presencia de dos chiquillas de apenas veinte años a las que Don Mario enseñaba como manejarse tras la barra. En un principio me alegré por ser más las camareras que atendiesen el local. Desde hacía ya unas semanas que tan solo estábamos Raquel y una servidora. Vamos, que todo el trabajo lo hacía yo. Aunque luego me sorprendió el hecho de que fueran dos y no una las chicas que contratase. Desde que lo conocía siempre habíamos sido tres las camareras que atendíamos el bar y no cuatro como parecía por la situación.

Una vez me quedé a solas con las muchachas me dijeron que se llamaban Doro y Martina. Era evidente que ambas eran extranjeras. Mientras que Doro era una universitaria alemana, de erasmus por España, con ganas de sacarse un dinerillo, Martina era rumana, estaba casada y tenía un hijo con apenas veinte años.

Estuve mosca toda la noche pensando que hacían esas dos muchachas detrás de la barra conmigo. Salí de dudas una vez llegó la hora de cerrar. Don Mario bajó de su despacho para indicarles a las chiquillas que podían marchar. Estaba claro que Raquel haría tres o cuatro cosas y me dejaría a mí el resto de tareas. Por lo que inevitablemente subiría la última a cambiarme. Conociendo a Don Mario sabía que algo se tramaba entre manos. Nada bueno. Por lo que comencé a ponerme nerviosa antes de tiempo. Mi cabeza comenzó a darle mil vueltas a las distintas posibilidades.

Efectivamente nada más subir a su despacho me hizo sentar en la silla que quedaba frente a su mesa. Yo era un manojo de nervios. Él se apoyó en pie contra el escritorio justo frente a mi posición.

.-“Es una pena Sandra” dijo nada más darme la opción de sentarme en la silla. Yo lo miraba cariacontecida por sus palabras que no me hacían presagiar nada bueno.

.-“Me temo que no necesitaré más de tus servicios. Ten, esta es tu parte” dijo tendiéndome un sobre de la mano, y antes de que pudiera reaccionar me dijo” recoge tus cosas y vete” concluyó entregándome el susodicho sobre.

Yo miré el interior del sobre estupefacta. Ochocientos euros. ¿Me estaba despidiendo?, ¿por qué?. Un montón de preguntas asaltaban mi mente.

.-“¿Me está despidiendo?” pregunté atónita.

.-“Uhm, uhm” asintió con la boca.

.-“¿Esto es todo?” le pregunté indignada por los acontecimientos.

.-“Así es” pronunció orgulloso observándome con aires de grandeza mientras el permanecía en pie apoyado contra su mesa y yo sentada en la silla. Me incorporé enfurecida.

.-“Eres un cerdo. Debería denunciarte. Que te jodan” le espeté en la cara al tiempo que me incorporaba para quedarme frente a frente conteniendo las ganas de darle una buena bofetada.

.-“Lo ves Sandra. ¿Así es como me agradeces todo cuanto he hecho por ti?. No mereces que te dé más oportunidades. Al menos las dos niñas que he contratado saben cómo agradecérmelo” me reprochó alzando la voz y sosteniéndome la mirada.

.-“Oh vamos, sabes tan bien como yo que esas dos chiquillas no van a hacer entre las dos la mitad de lo que hago yo sola. No me llegan ni a la altura de los zapatos” le repliqué muy cabreada a punto de darle su merecido bofetón en esa estúpida cara sonriente que se mostraba.

.-“Que coño me importa a mí eso. No hace falta ser una genio como tú, para trabajar en este bar. A mí me importa lo que me importa. Para empezar te diré que la alemanita la chupa muy bien, y que la rumana ya me ha enseñado las tetas y el conejito, y eso que no llevan aquí más que un día conmigo. Ellas si saben agradecerme la oportunidad que les doy, no como tú, que no eres más que una puta desagradecida” gritó como un energúmeno ante mi presencia.

Esta vez sí. No pude contenerme por sus palabras. Ese tío era un cerdo, ¡cómo que la alemana ya se la había chupado!.

.-“Splaaasssh” mi bofetón en su cara resonó por toda la habitación callándole la boca. Era un cabrón por tratar así a las mujeres. Seguro que tampoco había perdido el tiempo en hacer desnudar a la pobre rumana delante suyo.

.-“Es usted un cerdo” le recriminé.

.-“Créeme Sandra, que con ese orgullo que tienes, y lo chulita que te pones, que nada me gustaría más que tenerte entre mis camareras por más tiempo. Pero debo elegir, y ya sabes cuál es mi criterio de selección” pronunció suavemente mientras se pasaba la mano por su mejilla tratando de aliviar el picor en su cara producido por mi manotazo.

.-“Si no quieres continuar trabajando aquí, recoge tus cosas y vete” dijo tajantemente avergonzado por mi bofetada.

.-“¿Cómo que si quiero seguir trabajando aquí?. Es usted quien me está despidiendo” le recriminé.

.-“Yo no. No te confundas. Te estás despidiendo tú misma. ¿Te lo repito?. Si quieres continuar, ya sabes lo que tienes que hacer, y si no ya sabes dónde está la puerta” pronunció sereno una vez recuperado del manotazo.

Yo lo miré desconcertada. ¿Qué quería decir con eso?. ¿Me daba otra oportunidad?. ¿Qué me estaba contando.. .que si se la chupaba seguiría trabajando?. Menudo cabrón.

Mi mente sopesó en menos de un segundo los pros y los contras de lo que parecía su última oferta. Los contras los tenía claros y ganaban por goleada. No estaba dispuesta a chupársela por nada del mundo. Pero lo cierto es que dadas las circunstancias necesitaba del dinero desesperadamente. Por eso me replanteé las posibilidades. Miré a Don Mario a los ojos tratando de averiguar que me decían. Solo encontraba deseo en su mirada, deseo porque accediese a sus pretensiones.

Quise ganar tiempo mientras pensaba.

“No Sandra, no. No cedas a su chantaje. Es un cerdo. Tú vales mucho más que eso. Piensa en tu familia” me susurraba el ángel de mi conciencia sobre el hombre derecho.

“Por eso mismo Sandra, piensa en tu familia. ¿No querrás sumir a tu hijo y a tu esposo de nuevo en la miseria?. Recuerda como lo pasasteis antes de este trabajo” replicaba el demonio de mi conciencia sobre el hombro izquierdo.

“No Sandra, no. Tu eres una mujer integra. Después de esto ya no serás la misma persona” argumentaba el pequeño angelito.

.-“¿Es que no te atreves?, ¿acaso no fantaseabas con ello días atrás cuando sorprendiste a tu jefe con tus compañeras?, ¿no deseabas lo mismo?. Venga prueba. Atrévete” contrarrestaba el pequeño demonio.

.-“Una carrera y dos máster tienen que servir para no denigrarte de esta manera” me decía la parte de blanco.

.-“Una carrera y dos máster no dan de comer a tu hijo” replicaba mi parte más endemoniada. Estos últimos argumentos parecían más convincentes, y poco a poco fue imponiéndose la opción de rojo en mi conciencia.

.-“Que le quede bien clarito una cosa” dije aproximando mi cuerpo al suyo “yo no soy como las demás” concluí firmemente al tiempo que le bajaba la cremallera del pantalón sin dejar de mirarlo a los ojos, interpretando un cambio radical en mi actitud difícil de explicar incluso para mí misma.

Don Mario no daba crédito a lo que sucedía. Esta vez era él, el que permanecía inmóvil contemplando atónito como mi mano acariciaba su miembro por encima de la tela de su pantalón con la cremallera bajada. Se le notaba glorioso al comprobar que su miserable táctica le estaba dando resultado. Era evidente que hacía tiempo que soñaba con este momento.

.-“Si accedo…” quise dejar cierto suspense en mis palabras para aumentar su excitación.

Mi insinuación era tan evidente como sus nervios.

.-“¿Si accedes?” preguntó tartamudeando sorprendido por mi iniciativa.

.-“Si accedo… me dará el dinero que le pedí” susurré en su boca al tiempo que mi mano hurgaba entre su bragueta buscando extraer su miembro, y tratando de arrancarle el mayor grado de excitación que jamás hubiera experimentado en su reprochable vida.

.-“Cuatro mil euros es mucho dinero Sandra” dijo dejándose hacer.

.-“¿Acaso no merezco la pena?” le pregunté mirándolo a los ojos al tiempo que atrapaba su miembro entre mis dedos por debajo aún de su ropaje.

Pude sentir un calor abrasador quemando al contacto de mi mano junto con los espasmos de su polla que luchaba por crecer dentro del pantalón.

.-“Hagamos un trato…” dijo desesperado porque se viesen cumplidos sus deseos.

.-“Te doy mil euros y continuas trabajando aquí todas la noches” musitó notablemente excitado.

Yo liberé su miembro de entre sus calzoncillos blancos, lo agité un par de veces arriba y abajo a pesar de la repugnante sensación que me producía, estrujando su pene en la palma de mi mano, tratando de manejar como buena mujer a aquel viejo sesentón para que definitivamente pensase con su polla y no con su cabeza.

.-“Al menos tres mil” le susurré con mis labios a apenas un par de centímetros de su boca sin dejar de menear su miembro arriba y abajo para su desesperación.

En esos momentos, fue como si de repente me percatase de que le estaba haciendo una paja a ese cerdo. Tomé consciencia de lo que estaba sucediendo. Seguramente había dejado de segregar endorfinas tras el shock de verme despedida. Me sentí mal conmigo misma por sorprenderme con la polla de otro hombre que no era la de mi marido en mi mano. ¿Qué es lo que estaba haciendo?, ¿cómo había podido llegar a esa situación?.

.-“Uff, sigue siendo mucho dinero, Sandra, entiéndelo” sus palabras y el regreso de mi consciencia, hicieron que recobrase mi dignidad.

.-“Esta bien” le dije soltando su miembro y sus ganas para marcarme el órdago, “estoy segura que Don Lucio me atenderá mañana en su sucursal del banco. Que te vaya bien” argumenté dándome la media vuelta decidida a marcharme.

.-“Esta bien”. Me detuve al escuchar sus palabras a mi espalda. “Que sean dos mil por lo de esta noche” pronunció tratando de evitar que me marchase dejándolo con el rabo al descubierto.

.-“¿Te refieres a los dos mil, más la propina, más tener que soportarte trabajando en este antro por más tiempo?” quise asegurarme del trato aún de espaldas a él y sin mirarlo.

.-“Joder sí, Sandra, no quiero que te vayas. Eres la mejor camarera que he tenido nunca…” pronunció totalmente excitado, “pero chúpamela de una maldita vez”.

Fue al girarme sobre mí misma y contemplar en la distancia la esperpéntica visión de aquel tipo meneándose su miembro como un mandril apoyado en el borde de la mesa de su escritorio, cuando tomé consciencia de lo que acababa de acordar. Había aceptado a chupársela a cambio de dinero. ¿Qué era?, ¿una puta?. Pues sí, eso es lo que hacía desde hace tiempo por dinero, estaba decidida a hacerlo, ¿qué hay de malo en ello?.

La palabra puta resonaba en mi mente provocándome sentimientos contradictorios al tiempo que con pasos cortos me acercaba hasta la posición de Don Mario. Desde luego las pintas que me tenía con su conjunto y en tacones debía parecerlo. Si iba hacerlo por dinero, debía ser la mejor, ese cerdo debía saber que yo valía mucho más que el resto.

“Vamos Sandra, lo que tengas que hacer hazlo rápido y punto. Termina con esta farsa de una maldita vez” tenía que encontrar palabras de ánimo en lo más profundo de mi alma mientras me disponía a hacer aquello que me había jurado que nunca haría, y que por contra estaba dispuesta a hacer lo mejor que sabía.

Me parecía imposible que tuviera que arrodillarme a los pies de ese canalla dispuesto a satisfacer sus deseos. Debía encontrar argumentos que justificasen y ayudasen a tragarme mi orgullo. Qué ironía de la vida, al parecer no era solamente mi orgullo lo que me iba a tragar.

Para colmo me tenía que aguantar sus miradas de supremacía. “Cabrón, cerdo, hijo de puta…” pensé mientras me acomodaba de rodillas a sus pies tratando de asimilarlo. “¿No querías probar a ver cómo se siente?, ¿no fantaseabas con ello?. Pues disfruta el momento”, me repetí mentalmente antes de proceder.

Apenas agarré su miembro con dos dedos para levantar su flácido miembro cuando comenzó a bombear sangre por sus venas. Me armé de valor. Descubrí que una mujer sabe cómo llevar estas situaciones, y es que en el fondo no iba a ser ni la primera ni la única que pasa por un momento parecido. Un primer lengüetazo de abajo arriba a lo largo de toda su extensión le hizo recobrar gran parte de su dureza.

“¡Dios, que asco!” pensé nada más degustar la mezcla de sudor y orines de su carne junto con el profundo y nauseabundo olor reconcentrado que desprendía aquella bragueta medio abierta. ”¿Cómo he podido caer tan bajo?” pensé para mis adentros.

Mi cabeza era un hervidero de contradicciones y de sensaciones.

.-“Joder Sandra, no puedo creérmelo” se le escapó al muy cínico.

“Ni yo tampoco” me dije mentalmente mientras volvía a repasar con mi lengua la longitud de su polla. Esta vez rodeé su miembro con mi mano y comencé a meneársela mientras de vez en cuando acercaba mi lengua para lamerla de poco en poco.

A poco vómito del asco y la repugnancia que me producía todo en sí. Máxime cuando Don Mario me instó a que me la introdujese definitivamente entre mis labios pintados de rojo.

.-“Quiero follarte por la boca, ¿lo oyes?, quiero follarte esa boquita de zorra que tienes” dijo cogiéndome del pelo y forzándome con dolor a introducírmela en la boca hasta el fondo. No me quedó más remedio que abrir los labios y tragar. Al principio era él quien me culeaba sujetándome del pelo desesperado por follarme la boca. Resistí estoicamente los golpes de su miembro en mi campanilla y las arcadas por vomitar. Babeaba como una niña incapaz de controlar la segregación de saliva entre sonidos guturales “glup, glup, glup”. Yo hacía fuerza con mis manos contra sus muslos tratando de controlar el ritmo de la situación pero todos mis esfuerzos eran inútiles ante su sometimiento. Por suerte tras una docena de rápidos embistes desesperados por su parte cesó en su violento empeño y me dejó hacer. Se cansó y quiso saber cuáles eran mis artes.

.-“Hazlo tú. Demuéstrame lo puta que eres” me espetó a la cara.

Obedecí sumisa sus órdenes. Rodeé su prepucio con mis labios pintados aún de rojo al tiempo que recorría con mi lengua los pliegues de su carne. A pesar de la poca práctica que tenía, me estaba esforzando en hacerlo lo mejor posible. Me sorprendí incluso a mí misma de lo bien que podía llegar a hacerlo si me lo proponía. Al imbécil de mi esposo no le gustaba practicar sexo oral, y pese a lo que podía pensar en un principio no me estaba pareciendo tan desagradable. Sobre todo desaparecido el repugnante gusto inicial, y una vez pude reconocer el sabor de mi propia saliva por toda su polla.

Tras apenas un par de segundos cabeceando con su miembro aprisionado entre mis labios, me di cuenta que aquello podía prolongarse más de lo que yo estaba dispuesta. Comenzaban a dolerme las rodillas y con el dolor las dudas. Así que sin dejar de mirarlo a los ojos procedí a desabrocharle el cinturón y el botón del pantalón arrodillada aún a sus pies. “Te vas a enterar de quien es la mejor” me propuse.

.-“Esto me sorprende de ti Sandra, parece que estas disfrutando y todo” pronunció dejándose hacer mientras me contemplaba orgulloso desde su posición. Hice caso omiso a sus palabras que no buscaban más que provocarme. Tiré de sus pantalones desnudándolo de cintura para abajo y me agarré desairada a dos manos en su peludo culo para no caer mientras cabeceaba.

Por un momento tuve la impresión de que su miembro perdía algo de fuerza en el interior de mi boca. Seguramente mis movimientos se habían convertido en mecánicos y predecibles en el último minuto. Todo acompasado y muy frío. No estaba dispuesta a que eso se prolongase más de lo debido, quería que se corriese cuanto antes y decidí buscar otros métodos. Debía excitarlo aún más. “Piensa Sandra, piensa, tú vales mucho más que todo esto” me repetía tratando de hallar solución al problema. Vino a mi mente en forma de “déjà vou” la película de Show Girls. Pensé que una especie de show podía ayudarme en mi cometido. Tipo lap dance o algo así. No sabía muy bien el qué, pero cualquier cosa por el estilo sería mejor que continuar chupándosela de rodillas a sus pies.

Paré de dar cabezazos dispuesta a llevar a cabo mi nuevo plan. Me incorporé y mirándolo de frente a los ojos me llevé los brazos a mi espalda para desabrochar el corchete posterior de mi sujetador. Don Mario se relamió sabedor de que me quitaría el sostén y le mostraría los pechos al mismo tiempo que ponía cara de asombro.

.-“¿Quieres que me lo quite o no?” le pregunté antes de deshacerme de mi sostén del todo reteniéndolo tan solo por las copas del bra, y provocando cierto suspense en el ambiente.

.-“Claro que sí Sandra. Estoy deseando verte esas tetas tan ricas que tienes” le costó hablar debido a la excitación que le producía saber mi ofrecimiento.

Yo me quité despacito el sostén y se lo tiré a la cara a modo de strip girl. Lo tenía donde quería, a mi merced. Sin duda mi pequeño espectáculo y mi actitud rompían la rutina a la que otras lo tenían acostumbrando, y por mi parte, lograba evitar la desagradable felación. Me acerqué a él sin dejar de mirarlo a los ojos. Me sentía bien dominando a ese ogro. Don Mario todavía permanecía en pie apoyado contra el escritorio con los pantalones en el suelo. Me situé cuerpo con cuerpo abriendo mis piernas rozándome a cada lado de las suyas, y buscando claramente el contacto de mis pechos contra su camisa. Lentamente procedí a desabrocharle los botones. Uno a uno, muy despacito, a la vez que me refrotaba contra su polla aprisionándola con la parte más externa de mi tanguita.

.-“Apuesto a que te gustaría follarme” le susurré en el oído mientras le desabrochaba los botones y me refrotaba con mi pubis contra su miembro.

Don Mario no dijo nada, simplemente me miró suplicante. El muy cerdo se excitaba solo de pensar que podía satisfacer sus sueños. Pero nada más lejos de mi realidad.

.-“Apuesto a que te gusta andar follándote a las mujeres de otros ¿verdad?. Eso te pone” le susurré de nuevo al tiempo que desabrochaba el botón más bajo de su camisa y le agarraba su miembro comenzando a meneársela de nuevo muy despacito, exasperándolo.

Tras un par de sube y bajas sobre su polla a una mano, le abrí la camisa de par en par con la otra. Rocé y froté con la punta de mis pezones sus tetillas jugando con él perversamente ante la atenta mirada de los dos. Las palpitaciones en su miembro me hacían presagiar que pronto se correría según mis objetivos. ”Joder Sandra, cuando quieres eres la mejor” me dediqué mentalmente mis elogios por cómo estaba llevando la situación sorprendiéndome incluso a mí misma.

.-“¿Te gustan mis pechos?” le pregunté separándome lo suficiente de él como para mostrarlos orgullosos ante su atenta mirada y sin dejar de masturbarlo en ningún momento. Don Mario tan sólo afirmó con la cabeza.

Quise jugar un poco con él. Acerqué uno de mis pechos a su boca, pero se lo retiré nada más notar el contacto de sus asquerosos labios.

.-“¿Te ha gustado?” le pregunté tratando de alargar su suplicio. Por unos momentos estaba disfrutando de manejarlo a mi antojo.

.-“Sandra son preciosos” pronunció con un hilo de voz en su garganta a la espera de mis actos.

.-“¿Quieres probar otra vez?” le pregunté de nuevo maliciosamente.

Movió la cabeza afirmando como un tonto.

Esta vez acerqué el otro pezón a su boca. Quise retirárselo al menor contacto de sus agrietados labios al igual que antes, pero esta vez se anduvo más listo y retuvo mi cuerpo con sus manos en mi espalda. Se dedicó a succionar como un loco con la boca abierta toda la aureola que rodea mi pezón. Aquello no me lo esperaba. Me sorprendió a traición. Por los espasmos de su miembro en mi mano supe que eso lo excitaba, por eso lo dejé hacer a pesar de que me resultaba del todo desagradable ser babeada por ese cerdo. Solo pensaba en ducharme nada más llegar a casa.

El caso es que el muy cabrón se dedicó a chupar y chupar a su antojo salivando por todo mi escote y mi pecho. Al principio se dedicó a succionar como un ternero, luego jugueteó con su lengua alrededor de mi pezón. A un lado y a otro, dibujando circulitos, pequeños mordisquitos, vuelta a chupar y mover de un lado a otro, y así hasta que me babeó todo el escote y se detuvo para mirarme a los ojos satisfecho. Lo cierto es que el tipo sabía muy bien como estimular a una mujer en esa parte tan sensible de su anatomía. Yo no era una excepción y por un momento logró arrancarme algún pequeño suspiro de placer y que humedeciese tímidamente mis braguitas.

.-“Ya veo que te gustan” le dije tratando de retomar de nuevo el control que parcialmente había cedido. Fue él quien tiró de mi cuerpo hacia sí para repetir la jugada con el otro pezón, pero por suerte esta vez pude retirárselo de su boca.

.-“No” musitó en un gemido apagado.

.-“¿No qué?” le pregunté extrañada ante su negativa sin saber a qué venía a cuento.

.-“Sandra, me corroo, no quiero” ahogó su gemido de placer al tiempo que su polla salpicaba chorretones de esperma sobre mi mano y contra su propio vientre.

.-“Eso es cabrón, córrete” musité al tiempo que lo miraba satisfecha mientras exprimía en mi mano las últimas gotas de leche que le pudieran quedar dentro a ese pobre hombre.

.-“¿Ya?” pregunté una vez comprobaba que no brotaba nada de ese miembro que perdía fuerza en mi mano.

.-“Uhm, uhm” gimoteó entre espasmos y susurros.

.-“Recuerda que teníamos un trato”, le dije cambiando mi tono de voz tornando a ponerme seria y hacerle entender que debía darme lo acordado.

.-“Joder Sandra, quien me lo iba a decir, menuda puta se pierden las calles. Deja que me limpie al menos para pagarte. Acerca algo de papel por favor” pidió suplicante por qué no lo dejara más tiempo en ridículo salpicado de su propio esperma, con los pantalones en el suelo, y la camisa desabrochada.

Accedí a su súplica y fui al baño que había en su despacho en busca de papel higiénico con el que pudiera limpiarse. Fue una vez sola en el aseo, al tirar del rollo de papel, cuando me percaté de que mis braguitas estaban humedecidas por el centro. Sin duda los estímulos de ese cerdo en mis pechos habían logrado que mi cuerpo reaccionase en contra de mi voluntad. Me dejó algo contrariada, tan solo quería llegar a casa cuanto antes y olvidar esa pesadilla.

.-“Me gusta verte con ese conjunto” pronunció mientras me observaba caminando al acercarle el dichoso papel.

.-“Joder Sandra, has sido increíble. Sin duda la mejor. Esto tenemos que repetirlo. Nunca antes me había corrido tan pronto. La próxima vez no te lo pondré tan fácil. Menuda boquita que tienes, y esas tetas. Menudas tetas. Seguro que a tu marido lo tienes contentico. ¿Se lo dirás?, ¿le contarás lo que ha ocurrido esta noche?. Apuesto que sí, seguro que el tío se corre nada más imaginarte con mi polla en tu boca, o cuando le digas que te he chupado los pezones. Joder Sandra ha sido inolvidable. ”Don Mario no dejaba de decir estupideces mientras se limpiaba solito su cosa.

Yo por contra procedí a vestirme a toda prisa. Quería finalizar de una vez por todas aquella pesadilla. Antes de que pudiera darse cuenta e intentar algo yo ya estaba vestida con mis jeans y mi ropa normalita de calle.

.-“Quiero mi dinero” le dije una vez comprobé que él también se había recompuesto las ropas y volvía a estar decente.

.-“Tranquila Sandra, hay que ver cómo eres para los negocios” musitó abriendo la caja fuerte para proceder a contar los dos mil euros y retirarlos. El silencio se apoderó por unos minutos de la estancia.

.-“¿Era verdad eso que dijiste antes?” me preguntó al tiempo que me entregaba el dinero acordado.

.-“¿El qué?” le pregunté sin recordar a qué hacía referencia.

.-“Eso de que te dejarías follar” me preguntó curioso “aquí y ahora” matizó enfáticamente mis propias palabras.

.-“Nunca dije que me dejaría follar, simplemente te pregunté si tú me querías follar. No te confundas. Es muy distinto” le repliqué comprobando la suma de billetes que me entregaba. ¡Caray!. ¡Dos mil euros!. En esos momentos me pareció incluso a mí mucho dinero por lo que acababa de hacer, pero no iba a ser yo quien lo rechazase.

.-“Hoy cierras tu solo” mis palabras sonaron como una orden que Don Mario aceptó, al tiempo que yo desaparecía a toda prisa de aquel antro.

No sabría explicar cómo me sentí cuando salí del bar mientras caminaba por las calles desiertas tratando de asimilar lo que había ocurrido. Por una parte me sentía sucia, con unas ganas terribles por llegar a casa y ducharme cuanto antes. Decepcionada porque ese cerdo se había salido con la suya. Cabreada contra el mundo por todo. Abochornada, indecente, y confundida por descubrir de esa manera la parte más oscura de mi ser que nunca debió aflorar de llevar una vida mejor. Acababa de descubrir que yo era capaz de eso y mucho más.

Por otra parte consideraba que había hecho lo correcto, no tenía muchas más opciones. Lo que había hecho lo había hecho por mi familia, y punto. Lo contrario no hubiera hecho más que empeorar las cosas. Urgía el dinero de la reparación del coche, además de poder llegar un mes tras otro a final de mes sin deber dinero al banco. Por nada del mundo estaba dispuesta a que mi hijo pasase por las penurias de tiempos que quedaban atrás gracias al maldito trabajo en el bar. Y bien pensado no había sido para tanto.

Pero nada de eso tenía que ver con mi estado de ánimo. Lo peor de todo manaba de mi interior, y era reconocer que muy a mi pesar el canalla de Don Mario me había logrado excitar. No sé si cuando me chupó los pechos o por todo en general. ¿Cómo era posible?, ¿cómo no sentía asco de mi misma?. Vale que el tipo supo cómo provocar una de las partes más sensibles de mi cuerpo para que mis pechos reaccionaran a su favor. Nunca lo reconocería por nada del mundo, pero era más que evidente que mi cuerpo humedeció mis bragas a pesar de mi conciencia. Ni aún el frío de la noche lograba calmar mi estado de ánimo. ¿Cómo era posible que me acabase de comportar como una puta y no me resultase repugnante?. Me debía dar asco a mí misma, pero no por lo que había hecho, sino por cómo me sentía. Se supone que debía sentirme mal, y no era así.

Quise desviar mi mente y pensar que lo mejor de todo, eran los cerca de dos mil ochocientos euros con los que volvía a casa esa noche. No hay nada que el dinero y una buena ducha hagan olvidar.

Efectivamente me duché nada más llegar a casa a pesar de la hora. No sé cuánto tiempo pasé bajo el agua frotándome a conciencia con el cepillo hasta arrancarme la piel. Cuando salí de debajo el agua ya estaba amaneciendo. Mi marido despertó cuando yo aún estaba en albornoz terminando de hidratar mi piel con las cremas.

Recuerdo que vino a abrazarme, deshizo a mi espalda el nudo que cerraba mi albornoz para contemplarme desnuda frente al espejo y me dijo:

.-“¿A qué no te imaginas de que tengo ganas?” me sugirió mientras me refrotaba su miembro por mi trasero evidenciándome su mañanera erección.

.-“No por favor, estoy cansada” lo rechacé a pesar de que sus manos continuaron con su propósito deshaciéndome del albornoz. Quedé desnuda delante de mi esposo.

.-“Vamos cari, el niño aún duerme, uno mañanero” suplicó al tiempo que comenzaba a darme besitos por todo el cuello mimoso.

.-“Para, cari, necesito dormir” le mentí. La verdad es que no me apetecía. Lo último en lo que pensaba era en ningún coito con nadie, ni tan siquiera con mi marido. Así que traté de apartarlo para que dejase de meterme mano por todo el cuerpo. Parecía un pulpo.

Mi marido desistió de su empeño y se puso a mear en la taza del wáter matando cualquier resquicio de erotismo, yo abandoné el baño para ponerme el pijama y tratar de dormir un poco. Al ser sábado a la mañana mi marido marcharía con mi hijo a dar una vuelta. Me despertaron a la hora de comer. Sobremesa, un café cargado y vuelta al trabajo. Le pregunté a mi esposo que harían él y mi hijo a la noche, y me respondió que se quedarían en casa a ver una peli. Tras un beso de despedida marché a trabajar.

Me sorprendió que de momento permanecíamos las cuatro camareras trabajando. Raquel en la barra pequeña del fondo aislada de las demás. Yo atendiendo la parte pequeña de la barra de la entrada, sin duda donde más trabajo había al quedar situada justo enfrente de la pista de baile. Mientras que Doro y Martina atendían la barra larga justo de la entrada. De vez en cuando se turnaban entre ellas para recoger los vasos que quedaban abandonados por el resto del local, y fregar la vajilla. No sé a cuál de las dos le tocarían más el culo cuando tuviese que moverse entre la gente, pero por una vez me alegré de no ser yo la víctima. Sobre todo porque esa noche vestía un vestido muy ajustado sin bragas ni ropa interior de ningún tipo debajo. Salvaguarda de mi puesto de trabajo dada la situación.

La noche transcurría más o menos como de costumbre hasta que ocurrió lo que tenía que ocurrir. No me lo podía creer, vislumbré entre el gentío a mi marido que hacía acto de presencia por la puerta. ¡Aquello no era posible!. Corrí a esconderme en el almacenillo. Maldije las invitaciones que Don Mario pudiera ofrecerle a mi marido tiempo atrás. ¿Por qué eran así de estúpidos los hombres?. Pude entreabrir un poco la puerta para comprobar que mi esposo se aceraba a la barra a pedir acompañado de una morena bastante guapa desconocida para mí. “¿Quién podía ser la mujer que lo acompañaba?” pensé mientras los observaba tras la puerta. Martina al no verme tras la barra se puso a servir ella las copas en mi zona. Me tapaba con su cuerpo la visión de cuanto quería ver. Así que opté por subir al despacho de Don Mario a observar mejor lo que hacía mi marido allí abajo con esa otra.

Para mi sorpresa pude comprobar que habían venido los dos solos al bar. No parecían acompañados de más gente. “¿Quién podía ser ella?” me preguntaba una y otra vez mientras los contemplaba reír y beber. Mi consternación llegó cuando tras los típicos tres o cuatro primeros tragos a sus respectivas consumiciones se dieron un tímido piquito en la boca cargado de complicidad. Como si ya lo hubieran hecho antes.

¡Mi marido acababa de besarse en la boca con otra mujer delante de mí!. ¡Aquello era imposible!. ¡No podía ser cierto!. Seguro que había alguna explicación.

Todavía estaba con la boca abierta sin acabar de encajar lo que acababa de ver cuando pude ver que mi esposo se abrazaba a su acompañante y le tocaba el culo descaradamente. La otra se dejaba hacer sonriente.

Yo no me lo podía creer. “¿Me estaba poniendo los cuernos?. ¿Me era infiel?”. Me asaltaban un montón de dudas. “¿Por qué?, ¿por qué?, ¿por qué?” me atormentaba yo misma espiando incrédula a los tortolitos.

Una lágrima brotó de mis ojos cuando vi que Don Mario se acercó hasta mi marido y se puso a dialogar con él. No supe si alegrarme o no. Eso sí me puse tensa. No lograba imaginar de qué podían estar hablando. Después de lo sucedido ayer mismo me costaba entender como Don Mario era capaz de mirar siquiera a la cara de mi esposo. Se había aprovechado de su mujercita y lo sabía. Al menos agradecí que mi marido dejase de manosear a esa furcia para reír las gracias de Don Mario.

Lo único que me quedó claro por los gestos que veía es que una vez acabadas las copas que consumía la parejita, Don Mario hizo gestos evidentes a Martina para que les invitase a los dos a otra ronda de copas, que por las risas de todos deduje aceptaron encantados. Entonces perdí de vista a Don Mario para centrarme en las manos de mi esposo acariciando de nuevo la cintura de su acompañante, mientras reían como idiotas bebiendo de la consumición a la que habían sido invitados. El idiota de mi marido desconocía todo lo que aceptaba dejándose invitar.

“¡Que narices iba a saber él sí solo piensa con la picha!” Maldije su presencia en el bar al tiempo que me preguntaba… “¿Qué coño estaba haciendo allí mi marido?, ¿Por qué no estaba cuidando de mi hijo?” me preguntaba una y otra vez cabreada espiándolo tras la ventana. Y lo que es peor, “¿qué estaba haciendo con esa guarra?. Mi marido era un imbécil, un pichafloja, un cabrón,…”, no encontraba adjetivos suficientes para insultarlo como se merecía mientras los observaba sin poder hacer nada por impedirlo desde mi posición.

Estaba absorta observando lo que sucedía abajo cuando Don Mario entró por la puerta de su despacho. A pesar de su llegada continué mirando por la ventana como ignorando su presencia que seguro no me hacía presagiar nada bueno.

Pensé que vendría directamente hasta su presa, pero para mí momentáneo alivio se dirigió nada más entrar hasta su mesa. Ninguno de los dos pronunciaba palabra alguna que rompiese tan tenso silencio. Yo mirando por la ventana, y él revolviendo en el cajón de su escritorio. Estuve tentada de preguntarle de que estaban hablando, pero no quise darle ese placer. Preferí continuar callada. De reojillo pude ver como se preparaba lo que seguramente sería una línea de coca sobre la mesa y la esnifaba. “¡Pero qué asco!”. No quise ni mirarlo, soy totalmente reacia al consumo de drogas. Y si bien era algo que podía imaginar desde que lo sorprendí el día de Patricia, quise pensar que no era una práctica habitual.

.-“¿Quieres un tiro?” me preguntó antes de guardar el sobre con el polvo blanco en uno de sus bolsillos.

.-“No gracias” rechacé su invitación sin ni siquiera dignarme a mirarlo. Por lo que escuché, fue él quien se esnifó esa segunda línea preparada.

.-“Deberías probarlo alguna vez” dijo terminando de limpiarse la nariz. Yo continuaba en silencio ignorándolo, bastante tenía con lo mío.

.-“Es más, deberías probar muchas cosas” continuaba su particular monologo mientras se incorporaba de su asiento.

.-“Sabes…, lo mejor de probar cosas nuevas siempre es la primera vez” quiso aleccionarme mientras se acercaba hasta donde estaba.

.-“La primera vez de algo nunca se olvida” sugirió tratando de forzar una conversación conmigo. Yo en cambio permanecía muda atenta a lo que sucedía en la pista de baile.

.-“¿Has visto a tu marido?” me preguntó situándose a mi lado junto a la ventana ante la evidencia de que solo una cosa me importaba en el mundo en ese momento.

.-“Uhm, uhm” asentí con la cabeza sin apartar ni un solo instante la mirada del falso espejo observando atónita como mi marido le tocaba el culo a su acompañante.

.-“¿No le has contado nada de lo de ayer, verdad?” preguntó irónicamente a la vez que me rodeaba de nuevo con su brazo y se agarraba a mi cintura exactamente igual a como lo estaba haciendo mi esposo con su acompañante.

Me giré para contemplar su asqueroso rostro que me observaba con las pupilas dilatadas. Estaba claro que quería aprovecharse de las circunstancias, al tiempo que él buscaba en mis ojos ese momento de debilidad en el que beneficiarse de mí.

Y ciertamente que lo encontró.

En esos momentos de la noche yo no tenía ganas de nada. Me preguntaba una y otra vez porque me tenía que ocurrir todo eso a mí. Que había hecho yo para merecerme eso. Porque estaba allí mi marido fastidiándolo todo. Quise culparlo de cuanto pudiera ocurrir. ¿Por qué me mentía?. No encontraba respuestas ni fuerza en ningún rincón de mi alma para oponerme a nada, ni para resistirme a los acontecimientos. En esos momentos estaba abandonada. Ver a mi marido bailando, imaginando lo que seguramente no era lo que parecía, pero que evidentemente hacía pensar que si al menos no estaba culminando su infidelidad, lo deseaba, me dejaba sin fuerzas para protestar por nada.

Don Mario encontró ese momento de flaqueza en mí que tanto había esperado durante tanto tiempo. Además, seguramente se pensaría que estaba a su alcance desde lo ocurrido en la misma tarde de ayer. Me sabía más vulnerable, asequible. Conocedor de que lo que haces una vez puedes hacerlo dos veces. Seguro de mis dudas, supo que esa era un buen momento para aprovecharse otra vez de mi debilidad e intentar llegar más lejos. Así que sin perder mucho el tiempo, deslizó su mano de un lado a otro de mi trasero comprobando la firmeza de mis nalgas por encima de la tela del vestido. El mismo ritual a como lo hiciera en otras ocasiones e irónicamente igual a como hacía mi marido en esos mismos momentos, como si aquel misterioso espejo reflejase algo más que la imagen. Incluso él mismo, Don Mario, se sorprendió por mi pasividad y falta de resistencia en sus avances.

.-“Sabes…, deberías hablar con tu marido” me dijo el muy cínico mientras me sobaba el culo según su deseo, “él no debería estar ahí abajo, así tú tampoco estarías aquí arriba. Si él no hiciera lo que hace, tú tampoco tendrías que hacer lo que haces” pronunció tratando claramente de buscarme una justificación por mí.

Me volteé para mirarlo a los ojos llena de odio por sus palabras y sus actos. Era evidente que disfrutaba de la situación. Verme furiosa lo excitaba aún más y por eso trataba de buscar mi provocación. Sentí desilusionarlo, pues mi resistencia era un capricho que en esos momentos no tenía las fuerzas de darle.

.-“¿Por qué lo invitaste. ¿Porque no le dijiste que se fuera?. ¿Por qué no me ayudaste?.” le pregunté resignada intuyendo que él se las había ingeniado para provocar esta situación.

.-“Es por tu bien Sandra. Yo solo quería mostrarte como es en verdad tu marido. ¿Has visto como mira a la morena de pechos operados que lo acompaña? ” terminó preguntando envalentonado por la coca y tratando de cabrearme.

Lo cierto es que supo dar en el clavo, enseguida le retiré mi mirada, quise comprobar lo que hacía mi marido abajo, me pudo más la duda y la curiosidad que el absurdo desafío de miradas en el que estábamos enzarzados. Me dediqué a observar por la ventana con la mirada perdida en el infinito, mirando sin ver nada, consintiendo impasible sus caricias. Me refugiaba culpando mentalmente a mi marido de cuanto estaba sucediendo mientras me dejaba manosear el culo.

Tal vez ese cerdo tuviese razón. Si mi marido no estuviera ahí abajo, yo tampoco tendría que pasar por todo esto. Dado mi estado de ánimo en esos momentos me daba todo exactamente igual, pasaba de todo. Mi vida era una mentira.

Don Mario se envalentonó más de la cuenta y deslizó su mano por debajo de la tela de mi vestido, buscando el contacto directo de su mano por toda la piel desnuda de mis cachetes.

“Cerdo, cabrón, asqueroso, hijo de puta…” eran los adjetivos más suaves que me venían a la mente mientras miraba sumisa e impasible a través de la ventana. Lo que no tenía tan claro era de si los insultos se los dedicaba a mi esposo, o a Don Mario. Culpaba a los dos por igual.

.-“Me encanta que vengas sin bragas, no sabes el morbo que les da a todos cuando se lo digo”, pronunció Don Mario. El muy hijo de puta se atrevió a levantarme la falda del vestido arrugándolo a la altura de mi cadera, desnudando mi cuerpo de cintura para abajo. Incluso dio un paso atrás para poder verme mejor. Mi culazo relucía blanquito entre la penumbra de la estancia, y quedaba expuesto ante su vista. Yo continuaba impertérrita con la mirada perdida en el horizonte a través de la ventana observando a mi marido tontear con su acompañante. No sé por qué a pesar de estar expuesta y medio desnuda, quise mostrarme serena, inalterable, tratando de aparentar una firmeza por fuera que no tenía por dentro.

.-“Tu marido es un idiota, estás muy, pero que muy buena Sandra” pronunció totalmente fuera de sí situándose a mi espalda con su aliento clavado en mi nuca, para agarrarme mejor a dos manos por mis cachetes desde atrás. No quise darle ni siquiera el placer de mirarlo a los ojos, tan solo pude apreciar su resuello de excitación cargado de alcohol en mi cuello cuando me empujó contra el espejo debido al ímpetu con el que me agarró con las dos manos por el culo.

En esos momentos pensé de manera totalmente ridícula, que de tratarse de un simple cristal contra lo que me apretujaba Don Mario, todo el mundo abajo podría contemplar mi intimidad expuesta. Seguramente mi pubis rasurado se reflejaría en el mismo cristal. “Ojala pudiera verme así de expuesta mi marido. Ojala pudiera verlo todo el mundo para dejar en ridículo al imbécil de mi esposo. Él tocándole el culo a otra mientras desnudan a su esposa ”. Pensaba llena de rabia. Ni aun así hice nada por evitarlo, de forma que permanecía desnuda de cintura para abajo, mientras Don Mario disfrutaba sobándome el culo con su cuerpo pegado a mi espalda.

Yo me dejaba hacer paralizada por la rabia y la ira, como vengándome de lo que hacía mi marido abajo con su nueva amiga. Total, aquel cerdo asqueroso ya me había visto desnuda con anterioridad cada vez que me cambiaba de ropa, y también me había tocado ya el culo siempre que quería. ¿Para qué resistirme si tampoco era nada nuevo?. ¿Qué conseguiría con ello?. Lo último que deseaba era montar un numerito y por si fuera poco, no encontraba las fuerzas suficientes.

Además, no sé porque extraño motivo me sentía bien dejándome sobar por otro hombre distinto a mi esposo. En algún rincón de mi alma pensaba ridículamente que mi marido se merecía que hiciesen descaradamente conmigo lo que él disimuladamente hacía en la pista de baile con la otra como en una especie de venganza absurda. En esos momentos encontraba más motivos para dejarme hacer, que para resistirme.

Pero en una cosa me equivoqué. Menosprecié el grado de borrachera de Don Mario y el efecto de las drogas que acababa de meterse. Nada de conformarse con una buena sobada de culo. Quiso más. Deseaba más y creía que podía conseguirlo.

Seguramente el muy cerdo estaba acostumbrado a aprovecharse de más de una mujer en estas situaciones y estaba dispuesto a propasarse. Siempre le había salido bien. Nunca nadie lo había parado cada vez que se propasaba con alguna camarera, y dado lo sucedido ayer entre los dos, esta vez tenía la casi certeza de que no iba a ser distinta.

Escuché asustada el ruido de una cremallera entre el sonido apagado de la música que se colaba en el despacho. No quise creer que pudiera ser cierto lo que acababa de escuchar. Más bien no creí en esos momentos que Don Mario fuera capaz de intentar semejante despropósito con mi marido abajo en la sala de fiesta. Una cosa era meterme mano y otra muy distinta tratar de follar casi en presencia de mi esposo. Así que ni siquiera me giré para comprobar la procedencia del sonido. Nos encontrábamos los dos de pie, yo delante y él detrás de mí. No lo veía pero podía escuchar y sentir su respiración acelerada de la excitación. Para mi sorpresa dejo caer en mi nuca algo de polvo blanco que el mismo esnifó de mi cuello. A lo que quise reaccionar Don Mario me sujetó de las muñecas aplastándome con el peso de su cuerpo contra el cristal. Pude notar la suavidad inequívoca de un miembro masculino rozándose contra la piel desnuda de mis nalgas en busca de mi zona más prohibida, sentí también las cosquillas que me producían los pelillos de su barriga, y el roce de sus huevos contra la piel más blanca de mi cuerpo. Era evidente que Don Mario se había sacado su polla según mis temores y la restregaba contra mi cuerpo. Ni ganas que tenía de contemplar la visión de su miembro cimbreando en busca de mi oquedad. Sucedió todo bastante deprisa para mí.

.-“Mira como me tienes, nena, no he podido dejar de pensar en lo de ayer. Quiero que me cojas la polla,… oyes Sandra…, cógela y hazme una paja exactamente igual a la que me hiciste ayer”. Y dicho esto Don Mario tiró de una de mis muñecas, tratando de que mi mano acariciase su pene. ”Vamos Sandra, lo estás deseando. Lo veo en tus ojos. Quieres vengarte de tu marido y yo soy tu oportunidad. Además estoy seguro que lo de ayer te gustó y quieres repetir. Todas la zorritas en que prueban mi polla quieren repetir.” pronunció de nuevo forzándome a rodear su miembro con mis deditos.

Debo reconocer que respiré parcialmente aliviada por las palabras de Don Mario al saber que se conformaría con una simple paja. Por un momento temí que estuviera dispuesto a mayores. Aunque me horrorizaba pensar que tendría que sacudírsela otra vez. El mero roce de su miembro contra mi mano ya me parecía desagradable. Pero por desgracia ya había descubierto que era capaz de eso y mucho más.

Y eso que me resistí como pude para hacerle entender que no era por mi gusto, sino que procedía obligada por las circunstancias. Cerré el puño, traté de alejar mi mano, tiró de ella, de nuevo cerré el puño, y así en un absurdo forcejeo en el que Don Mario me retenía por las muñecas empujándome con su peso contra el espejo. Me opuse en una pugna silenciosa a que mi mano se rozase siquiera con su miembro. Por otra parte no me atrevía ni a girarme. Lo último que deseaba ver era la esperpéntica visión del miembro de mi jefe sobresaliendo de entre su bragueta. “No por Dios, esto no, no puede estar sucediéndome a mí” me repetía mentalmente en mi silenciosa resistencia contra el mundo y mi perverso destino.

.-“Vamos Sandra, como ayer. Sé muy bien que lo estás deseando. No te hagas la tonta y acabemos con esto de una vez, ya sabes lo que quiero. ¿Recuerdas la vez que me sorprendiste con Marta?. Sois todas iguales, si no saliste corriendo es porque sabías que tarde o temprano te tocaría a ti, y lo deseas. Tú también quieres que te folle la boca. Estoy seguro de que te encanta el sabor de mi polla” repetía totalmente fuera de sí a mi espalda. De nuevo una bocanada de alcohol llegó hasta mi olfato. A Don Mario le apestaba el aliento a alcohol. Era evidente que estaba borracho además de drogado.

.-“ ¿Pero qué coño te crees zorrita?. ¿Qué a tu marido no le está sobando la polla esa guarra?. Míralos bien. Mira como esa puta le pasa el culo por toda la polla a tu esposo. No tienes más que fijarte en la cara de zorra que tiene ella y lo bobalicón que parece tu maridito. Seguro que esta noche follan los dos. A lo mejor es en tu cama y todo. Menudo cabrón. Y tú en cambio aquí, sacrificándote, matándote a trabajar, dejándote sobar por todo el mundo. Pues bien, te diré una cosa, déjame que te folle y tendrás tu dinero, el que tanto me suplicabas ayer vestida de puta” pronunciaba totalmente fuera de sí.

Juro que le hubiese partido la cara en esos momentos. Jamás hubiera consentido que nadie me llamase puta de esa manera, y en cambio tan solo un tímido “no” se escapó de mis labios.

.-“¿No?” cuestionó el muy cínico, “Sandra que a mí no me la pegas. Sé muy bien cómo te sientes. En estos momentos no encuentras la forma en que vengarte de tu esposo. Estás despechada. Además, si no has salido corriendo de aquí es porque necesitas el dinero. Tu marido te importa una mierda. Sois todas iguales, os vendéis por el puto dinero. Y tú, tú eres igual, menuda puta estás echa. Si te gusta vestir así es porque te gusta comer pollas, si no de qué. Ni te imaginas lo que Don Lucio anda diciendo de ti por ahí. Todos te tienen por puta y pienso que tienen razón. Estoy seguro de que…“esta vez no le dejé acabar la frase, no quise escuchar más tonterías, quería que dejase de decir estupideces, cerrarle la boca, callarlo. No quería que siguiese escupiendo más verdades por esa lengua viperina. Quería acabar con todo eso cuanto antes. Además era inútil resistirme. No tenía sentido prolongar ese inocente forcejeo. Tenía claro que acabaría haciendo lo que él quería. En la vida a los capullos como él tienen suerte, y todo les sale bien.

.-“Cállate por favor” musité, y así como estaba aplastada contra el cristal, con el vestido enrollado en mi cintura, sujeta de las muñecas por las manos de Don Mario, rodeé su miembro entre mis dedos y comencé a masturbarlo lentamente.

.-“¿No quieres escuchar lo que te digo, eh?, pues continúa, continúa meneándomela. Me gusta como lo haces. Joder que manos tienes nena….”, me susurró el muy cerdo a mi espalda mientras me retenía de una mano por la muñeca y marcaba el ritmo de mi mano con la otra.

Poco a poco pude apreciar como aquello adquiría mayor tamaño y dureza en mi palma.

.-“Eso es, así Sandra, lo haces muy bien. Lo ves… ¿no es para tanto verdad?” pronunció al tiempo que me liberaba la mano que marcaba el ritmo de la paja, y se agarraba como poseído a uno de mis pechos desde la espalda.

Yo aproveché que dejó mi mano libre para incrementar el ritmo de la masturbación. Todo con la intención de que aquella pesadilla terminase cuanto antes.

Abrí los ojos un instante para tener que contemplar atónita como la mano de Don Mario bajaba los tirantes de mi vestido, desnudando mis pechos para estrujármelos y amasarlos llegando a provocarme verdadero dolor físico por su brusquedad y falta de tacto.

.-“Joder Sandra, menudas tetazas tienes. Me gustan desde la primera noche en que te las vi al agacharte para limpiar la vajilla. Menudo espectáculo diste esa noche a todos los presentes. No la olvidaré jamás. Todo el mundo me decía lo puta y buena que estabas, y lo mucho que les gustaría a todos tocarte las peras, y ahora en cambio son mías Sandra, mías.” Reveló sus perversiones al tiempo que su frente se apoyaba sobre mi nuca tratando de atrapar los resquicios de coca que habían quedado pegados por mi sudor en el cuello, totalmente entregado al placer que le proporcionaba con mi mano en sus bajos.

Por un instante la mirada de Don Mario y la mía se encontraron a través del cristal en el punto en que bailaban mi marido y su acompañante.

.-“Tu marido es un auténtico gilipollas”, lo mencionó a la vez que con su lengua saboreaba el sudor de mi cuello y de mi nuca, al tiempo que su mano libre descendía acariciándome desde mi pecho hasta mi vientre.

Agradecí que dejase de torturarme los pezones. Se deleitó en comprobar la suavidad de mi piel por la tripita y descendió con sutileza buscando la parte más íntima de mi cuerpo, evitando intencionadamente acariciarme en mi monte de venus, retrasando expresamente semejante momento.

.-“No” susurré ahogadamente intuyendo las intenciones de Don Mario cuando su mano abierta recorrió mi pubis. No pude evitar dar un pequeño saltito estremecida con mi cuerpo.

.-“Tienes la piel muy suave” se explicó a la vez que su mano buscaba algo de humedad que me delatase entre mis piernas, “si yo fuera tu esposo no te cambiaría por la guarra esa con la que está bailando ahí abajo. Que sepas que es un imbécil. Tú estás mucho más buena”. Sabía que yo me dejaba hacer presa de rabia pensando en mi marido, y me dejó claro que al muy cerdo le provocaba un morbo añadido saber que estaba presente.

Su mano exploró a placer la suavidad y firmeza de la piel de mi cuerpo que quedaba por debajo del ombligo, aplazando el momento en el que atacar definitivamente mi entrepierna. Disfrutaba haciéndome sufrir. En mis ahogados intentos por resistirme no sabría decir que podía ser peor, si permanecer aplastada por el peso de su cuerpo contra el cristal, o tratar de zafarme de él dando culetazos, arqueando mi espalda y exponiendo aún más mi culito para notar su masculinidad aplastándose contra la piel desnuda de mis nalgas.

Abrí mis ojos un instante, lo justo para comprobar que mi marido se estaba morreando en medio de la pista de baile con su acompañante. ”No, no, no” repetía mi cabecita.

Esta vez Don Mario también lo vio, aprovechó mi visión que me dejó paralizada para deslizar su mano por la cara interna de mis muslos, y ascender hasta alcanzar mis labios vaginales.

.-“Joder Sandra…, lo llevas como una niña. ¡Y sin bragas!. Dime …¿de qué va esto?. Estoy seguro que sueñas con que alguien que te coma el coño como es debido y me la jugaría a que deseabas que fuera yo”, dijo totalmente extasiado al descubrir mi pubis rasurado.

En esos momentos yo estaba totalmente paralizada por el miedo y las sensaciones. Estaba siendo manoseada en mis partes más íntimas por ese cerdo mientras contemplaba a mi esposo tontear con su acompañante. Nunca pensé que algo por el estilo pudiera sucederme. Don Mario no se lo pensó dos veces, rebuscó con sus dedos entre mis pliegues más íntimos, y separando mis labios vaginales, introdujo con cierta habilidad uno de sus dedos en mi interior al tiempo que mi vista se perdía en busca de mi esposo.

.-“Noooh” musité ahora ahogadamente dolorida por la intrusión de su dedo en mi cuerpo. Mi vagina, aunque húmeda por fuera, no estaba del todo lubrificada interiormente, y su dedo se abrió paso como una lija dilatando mis paredes. Una mueca silenciosa de dolor se apoderó de mi rostro. No sabía cómo explicar ni justificar lo que estaba sucediendo, era todo tan distinto a mis credos.

.-“Joder Sandra, no te haces a la idea de las ganas que tenía de tocarte ese coño que tienes “pronunció al tiempo que movía su dedo en mi interior buscando estimularme.

Él apenas se movía en mi mano, mientras yo estaba en las suyas totalmente abobada al comprobar como mi cuerpo comenzaba a reaccionar a sus caricias. Su dedo entraba y salía hábilmente, y pese a no resultarme agradable, mi interior comenzó a humedecerse inevitablemente. En unos pocos movimientos mis fluidos comenzaban a esparcirse por la zona. Mi aroma más íntimo se hacía presente en la sala.

.-“¿Te gusta eh zorra?, ya lo sabía yo, estás completamente empapada. Compruébalo tú misma, estás lista” dijo retirando su mano de mi entrepierna para dármela a oler y que yo misma reconociese mi perfume más íntimo. Quedé como embriagada por mi propio aroma, no me lo podía creer, hasta mi cuerpo me había traicionado en esa noche.

Dudé si podía ser verdad lo que se me mostraba y comprobaba con mi propio sentido del olfato. Dudas que Don Mario aprovechó para agarrarse a mi cadera, separar mis nalgas y tratar de penetrarme por detrás en esa misma posición. En su estilo, sin darme tiempo a pensar, como a traición. Conocedor de que ese podía ser un buen momento para intentar follarme. Yo estaba aturdida y desconcertada, como en shock.

En su segundo intento me percaté de que sino hacia nada para impedirlo mi jefe me follaría antes de que me diese cuenta. Giré mi rostro notablemente asustada. ”¿Qué coño piensas que vas a hacer?” pensé intrínsecamente mientras lo miraba contrariada sin reaccionar.

Su mirada lujuriosa se cruzó expectante con la mía por apenas unos instantes. En ese segundo supe que no se conformaría con una simple paja. Tenía que adelantarme a los acontecimientos, o trataría de forzarme a realizar lo que no quería. “Cerdo , cabrón, no vas a follarme de ninguna de las maneras, ni se te ocurra” pensaba encorajinada por sus pretensiones.

Pero Don Mario siempre se adelantaba a mi reacción. Antes de que pudiera hacer nada al tercer intento acomodó su miembro entre mis labios vaginales y en un golpe certero logró introducir la punta de su polla entre mis pliegues más íntimos.

Puse los ojos en blanco al comprobar su suerte en la maniobra. Don Mario explotó mi estado de sorpresa para ir introduciendo todo su prepucio entre mis labios vaginales. Con otro empujón logró penetrarme de una vez hasta lo que vendría ser la mitad de su miembro.

.-“Aaaaayh” esa vez chillé al notarme ensartada por su polla sin apenas tiempo a lubricar y dilatar. Estaba a punto de partirme en dos.

Don Mario empujó por segunda vez en un nuevo golpe seco hasta el fondo, su ariete se abrió paso a la fuerza raspándome como una lija por mis paredes vaginales produciéndome cierto picor vergonzante para mí.

.-“Aaah” chillé de nuevo esta vez mucho más agudo, al igual que mi dolor.

.-“¿Te gusta?, ¿te gusta, eh puta?” pronunció antes de aferrarse a dos manos a mi cintura y comenzar a bombear frenéticamente. La sensación era irritante. Mis paredes secas me quemaban por dentro con cada empujón que me daba.

.-“No, no, noooh, para animal, me haces daño” le increpé tratando de salirme de él pero contribuyendo sin querer a su propósito. Evidentemente mis gestos de dolor lo excitaban aún más.

.-“Por eso te tenía ganas Sandra, porque no eres más que una zorra debajo de tu ropa de niña consentida”, nada más terminó de insultarme, me embistió varias veces seguidas tremendamente fuerte. Mis pechos se bambolearon ante su atenta mirada. Esta vez lo sentí bien dentro.

.-“Ay, ay, ay” gritaba con cada empentón que me daba.

Arquee la espalda como una loca tratando de aliviar el escozor interno que me producía su polla en mi vagina. Sin quererlo me estaba follando y yo no había hecho nada por impedirlo. Muy a mi pesar mi cabecita estaba llena con su polla. No podía dejar de pensar en otra cosa que no fuera su polla en mi interior. “¿Cómo lo había logrado?” me hacía cruces yo misma de la situación tan vergonzante para mí. Me preguntaba una y otra vez en que momento había fallado, pero me era imposible pensar con claridad debido a la fuerza de sus envites. Estaba aturdida.

Cerré los ojos tratando de aliviar el dolor, y mi mente recreaba una y otra vez la escena en que contemplé a mi marido besándose con la otra. Era inevitable, no podía evitar dejar de visionar a mi esposo besándose con otra mientras me dejaba follar llena de rabia por la situación. Me abandoné. Dejé que Don Mario hiciera conmigo lo que quisiera. Aceleró el ritmo y me perdí en el mar de sensaciones en el que estaba navegando.

En esos momentos Don Mario gemía mi nombre en mi nuca, gemía lo mucho que le gustaba, gemía de placer, de gusto, de morbo, gemía sabiendo que me estaba follando mientras yo observaba a mi marido a través del falso espejo… y de repente se detuvo.

Me recogió el pelo improvisando una coleta de cola de caballo, y tiró de él. Me obligó a recostarme sobre mis codos contra el cristal, y sentí como ponía uno de sus dedos a la entrada de mi culito para luego presionar.

-“No…” suspiré mientras mi culito tembló de miedo al notar su dedo tratando de abrirse paso en el esfínter de mi ano.

Intentaba incorporarme tratando de impedir sus intenciones, pero me retenía bien sujeta por el pelo. Por respuesta me propinó una nalgada que debió enrojecer la piel de mi blanquito culito. Sentí que la piel de mi cuerpo me quemara más por fuera que por dentro.

-“Quédate quieta”, respondió impidiéndome que me levantase haciéndome desistir de cualquier intento.

.-“No por favor, por ahí no” supliqué inocentemente en vano.

.-“Será mejor que me dejes hacer, me encanta tu culito, me gusta mucho…, y te lo voy a reventar…, seguro que el imbécil de tu esposo no te ha dado nunca a base de bien por el culo” pronunció al tiempo que su dedo dilataba el anillo de mi ano y comenzaba a abrirse camino muy a mi pesar.

.-“No eres más que un cerdo, y un cabrón. Te gusta encular a las mujeres porque no sabes follar” quise contrariarlo apretando los dientes tratando de contener el dolor en mi interior para que no escapase por la boca.

.-“Con ese orgullo y esa chulería que tienes, te aseguro que pienso disfrutarlo de lo lindo. Me encantará verte chillar cuando te meta el rabo en este culito tan rio que tienes” dijo mofándose por todo e introduciendo un segundo dedo por mi esfínter que me hizo ver las estrellas de dolor.

.-“Aaaah” chillé esta vez inundando la sala con mi dolor.” Me estás lastimando cabrón” le hice saber.

.-“Eso quiero” me replicó.

.-“Eres un cabrón” quise despacharme a gusto, “no pienso chillar” terminé.

.-“Tranquila nena, puedes chillar cuanto quieras. Esta insonorizado” dijo mientras comenzaba a mover sus dedos en mi ano.

Yo cerraba los ojos y apretaba los dientes tratando de mitigar el dolor.

.-“Me encantaría escucharte gritar como una cerda en celo, pero en un momento lo vas a olvidar” y dicho esto sacó sus dedos de mi interior. Sacó también el sobre con polvo blanco que guardó anteriormente en su bolsillo y esparciendo algo de coca por mi espalda y su polla dijo: “Hoy estoy generoso. Voy a darle a ese culo lo que necesita” y acto seguido me tomó por la cintura, recogió con su dedo parte de la coca que había quedado en mi espalda, lo depositó meticulosamente a lo largo de su verga, y presionó para abrirse paso en mi esfínter.

Por suerte se resbaló. Por un momento me sonreí aliviada por su torpeza.

Me besó en el cuello y por los hombros recogiendo con su lengua los restos de polvo blanco mientras me dilataba nuevamente antes de intentarlo por segunda vez. Lo intentó una vez más, y después otra, hasta que sentí como me abría, entró poco a poco hasta meterme tan solo la punta y se detuvo a contemplar su triunfo. Estaba a punto de sodomizarme y quiso disfrutar del momento. Un ardor concentrado en un solo punto manaba recorriendo todo mi cuerpo. Cerré los ojos para recibir más de él. Me sodomizó hasta llenarme, el dolor era intenso, tanto que derramé un par de lágrimas cuando estuve totalmente enculada. Pude notar sus testículos chocando contra la piel de mis nalgas. Luego empezó a moverse lentamente.

.-“Ya está, ya lo has conseguido, ¿no era esto lo que querías?” pregunté encogida del dolor.

Don Mario recorrió mi cuerpo con sus manos disfrutando del momento, y después empezó a bombear muy despacito. Estaba en pie contra el cristal con la espalda arqueada, con una verga dentro del culo y mucho dolor. Mis gestos y muecas de sufrimiento eran evidentes. Don Mario se regocijaba con mis gestos.

.-“Tranquila” pronunció deleitándose en con mis muecas de castigo, “dentro de poco la coca adormecerá esa zona de tu cuerpo y comenzarás a disfrutarlo. Relájate, para ser la primera vez que te rompen el culo no lo estás haciendo nada mal” quiso recrearse en la escena.

.-“Que sepas que no eres ni el primero ni el último” le mentí articulando como buenamente pude las palabras, tratando de no darle el placer de que pensase que me estaba desvirgando el culo.

.-“Tus ojos no dicen lo mismo” arremetió con más ímpetu contrariado. Aunque en algo tenía razón, por el motivo que fuese el dolor inicial estaba remitiendo, mi zona se tornaba prácticamente insensible, y lo que antes era un sufrimiento y martirio continuo, empezaba a transformarse en gozo al estimular zonas antes inalcanzadas en mi cuerpo.

.-“Joder siih” murmuré en bajo cada vez que el miembro de Don Mario estimulaba mi punto “g” como nunca antes había sido acicateado.

Poco a poco mi cuerpo transformaba el dolor en placer. Sobre todo placer al abrir los ojos algo más relajada y contemplar a mi esposo besándose con su acompañante mientras a mí me sodomizaban. No sabría explicarlo pero de repente sentí un morbo inconmensurable. El placer que me producía entregarle el culo por primera vez en vida a otro hombre mientras observaba a mi marido tontear con otra era indescriptible a pesar de todo. “Cornudín, siempre te llevaré ventaja en esta vida y en la otra. Eso te pasa por imbécil. Tu pensando en tirarte a esa calientapollas mientras el jefe de tu esposa me folla por el culo”. Hasta mis pensamientos me producían placer. Así que dirigí una mano frotando mi clítoris y comencé a masturbarme.

Sí, comenzaba a gustarme eso de ser infiel. ¿A quién quería engañar?. Mi mente dejó de resistirse ante los estímulos evidentes de mi cuerpo. Una vez acepté que en el fondo de mi ser lo estaba deseando, comencé a disfrutarlo.

Y es que, aunque me costase admitirlo el muy cerdo tenía razón, si no salí corriendo de aquella habitación al verlo entrar, era porque deseaba de alguna manera que sucediera esto. Si incluso me masturbé en casa en varias ocasiones pensando que era yo la Marta o la Patricia de turno a la que se follaba salvajemente ese cerdo. Porque eso es lo que era para mí él en ese momento. Una polla que me follaba salvaje y duro como había soñado tantas veces en mis fantasías. Nada de los mimos o arrumacos sosos y tibios a los que me tenía acostumbrada de mi esposo. Me estaban follando como hacía tiempo no lo hacían, con pasión y firmeza.

.-“¿Te gusta eh putilla?” fue el piropo que me dedicó Don Mario despertándome de mi ensoñación al comprobar que me acariciaba.

.-“Si” le dije, “me gusta”, e introduje un primer dedito en mi vagina. Me sorprendió que pude notar la polla de Don Mario perforando mis entrañas a través de las membranas de mi cuerpo. Era como si pudiera acariciar su polla a través de mis paredes vaginales. La sensación era indescriptible. Morbo, deseo, sensaciones nunca antes experimentadas,… estaba como en una nube.

El dolor inicial iba remitiendo, comenzaba a moverme yo misma, el placer venía a mí sin darme cuenta ni siquiera de cuando me introduje un segundo dedo.

Don Mario se sorprendió al comprobar la inclusión de mis dedos masturbándome por la vagina, comenzó a empujar con fuerza al mismo tiempo que sentía como su pene se iba introduciendo cada vez más y más en mi culo.

Se detuvo un instante para comprobar como su polla quedaba completamente abrazada por las paredes de mi recto. Su mano izquierda abrazaba mi abdomen desde atrás mientras su mano derecha me propinaba algún que otro azote en mis nalgas animándome a moverme yo solita y hacerle todo el trabajo.

.-“Eso es, muévete, tu solita, lo haces muy bien, muévete, joder nena como te mueves. Así joder muévete…”, gritaba disfrutando con mi nueva actitud.

Y es que el dolor menguante que me ocasionaba su polla dentro de mi agujerito anal era superado por el placer que mis dedos me propinaban en mi interior. Por un lado me sentía como si me estuviese forzando violentamente, de alguna manera el dolor de mi ano era indiscutible. Pero por otro lado el muy cabrón me excitaba con sus palabras y el morbo de ser entregada a sus deseos en forma de sexo violento y no consentido. Para colmo podía ver a mi marido sonreír cada vez que le tocaba el culo a su acompañante. “Eso es idiota, sonríe. Seguro que no sonríes tanto cuando te enteres que a tu querida mujercita le están reventando el culo” debía reconocerlo, a mí también me provocaba morbo la situación. A pesar de todo, todo eso me excitaba, era un encuentro de extrañas sensaciones. Don Mario permaneció callado por unos momentos y solo se limitaba a jadear mientras empujaba sus huevos con fuerza contra mi trasero. Odié su silencio.

-“Me gusta el dolor que me provocas” le dije tratando de realizar un esfuerzo por articular las palabras.

.-“Lo sé, hay que ver cómo te mueves. Estás hecha toda una zorra” dijo propinándome un manotazo tratando de hacerme callar.

.-“Eso es, siiiíh, azótame. Quiero que me destroces, ¿lo oyes?, quiero que me duela cuando llegue a casa y vea a mi marido. Quiero que todavía me duela el culo cuando lo vea sonriendo como si nada hubiera pasado ¿me harás el favor?” me giré para mirarlo a los ojos con cara de puta en celo.

.-“Con una condición” dijo sonriente, ”que me dejes invitar de nuevo a tu marido para que venga otra vez por aquí. Quiero mirarlo a la cara después de esto. ¿Lo harás?” me preguntó cínico y sarcástico.

.-“¿Eso te excita verdad?, te pone saber que te has tirado a su mujercita” esta vez tuve que cerrar los ojos para concentrarme en mi propio placer. De seguir así terminaría corriéndome, hacía tiempo que no me corría con una polla dentro de mí, y menos por ese otro agujerito de mi cuerpo inexplorado antes por nadie.

.-“¿Y a ti?, ¿no te dá vergüenza?. Tu marido ahí abajo y tú con otra polla en el culo. ¿Qué eres tú sino? Una puta cualquiera a la que le excita ponerle los cuernos a su marido. Somos tal para cual no lo olvides” musitó entre dientes por el esfuerzo.

.-“Calla y folla, joder, o sii, siiii siiiiiih” comenzaba a jadear presa de un inminente orgasmo.

.-“Joder Sandra, me corroo, me corroooh” me hizo saber Don Mario al tiempo que comprobaba como su polla procedía espasmo tras espasmo a inundarme mis entrañas con su leche. Pude sentir un chorro de líquido viscoso y caliente en el interior de mis tripas.

Con su polla aún insertada en mi culo me sobrevinieron unas sacudidas de placer por todo mi cuerpo provocando convulsiones que recorrían toda mi espina dorsal. Nos corrimos casi a la vez. Eso era algo que nunca sucedía con mi esposo. Normalmente era yo la que tenía que esperarlo abierta de piernas dejándolo bombear como un conejo encima mío. En cambio esta vez….

.-“Joder siii, siiih, ssiiiiiiiiiih” chillé como una posesa sin importarme donde pudiera oírse o escucharse. Las sacudidas de mi cuerpo eran gloriosas a los ojos de Don Mario que contemplaba triunfal como me corría con su polla perdiendo fuerza en el interior de mi ano.

Yo todavía trataba de recuperar mi aliento apoyada con las manos contra el cristal y el culo en pompa, cuando escuché que Don Mario se abrocha la cremallera, se recomponía las ropas, y salía a toda prisa de la estancia sin decir palabra. Ni tan siquiera un “ha estado genial” y cosas por el estilo. No, a cambio de eso lo veo dirigirse a toda prisa hacia donde estaba mi esposo y su acompañante para darle la mano. Por los gestos hizo evidente que sabía que lo observaba mientras me recomponía las ropas, el pelo y el culo. Dejó entrever que la mano que estrechó con mi esposo era la misma mano que me penetrara la vagina minutos antes. Seguramente todavía tendría restos de mis secreciones impregnados cuando le tendió la mano a mi esposo para felicitarlo por vete a saber qué.

Estuvieron un rato charlando. De vez en cuando Don Mario miraba hacia mi posición. Aunque no podía verme sabía perfectamente que estaba observándolos. Se le notaba que disfrutaba de platicar con mi esposo, el cual no podía ni imaginar que ese amable tabernero se acababa de cepillar a su mujer. Y el muy imbécil le reía las gracias incauto. ¡Será imbécil!.

Lo único que agradecí de su larga y tendida conversación fue que me dio tiempo a recomponerme. Incluso tuve que acudir en varias ocasiones al wáter del despacho a secarme con papel higiénico el esperma que resbalaba por entre mis piernas sin control. Incluso me alegré de no tener porqué bajar a servir copas, pues en una de las ocasiones me percaté que mi vestido había quedado manchado de sangre por la parte trasera a la altura del culo. Mi ano sangró levemente, lo justo para manchar por atrás. Así que decidí limpiarme bien y cambiarme de ropa. Así me puse mi ropa de calle mientras la conversación se demoraba y alargaba.

Terminaron la conversación prácticamente a la hora de cerrar. Don Mario subió para indicarme seca y escuetamente que bajase a ayudar a mis compañeras y cuidase de subir la última a cerrar. Sin duda le llamó la atención verme vestida de calle, pero por suerte era tarde y hora de terminar la fiesta.

Por supuesto subí la última. Me dio el dinero acordado: dos mil quinientos euros. La situación era tensa. Prácticamente monosílabos por ambas partes. Hasta que se me ocurrió preguntar de qué había estado hablando tanto tiempo con mi esposo. Entonces comenzó mi pesadilla.

Me dijo que la acompañante con la que vino mi esposo era una prostituta. Que era conocida suya, que le debía un gran favor, y a la que había pagado para hacerle los servicios a mi marido. Me dijo que al llegar a casa no esperase encontrar a mi esposo, pues estaría follando con su amiga en el hotel que él mismo había pagado. Incluso me dijo el nombre del hotel, conocedor de que quedaba cerca de mi casa.

.-“Por si quieres ir a comprobarlo” me dijo textualmente.

Yo le dije que no me creía nada, que estaba tratando de engañarme y que estaba echando todo a perder. Que si seguía por ese camino tiraba cualquier posibilidad de repetir, y que no follaríamos nunca más.

Me respondió que yo estaba tan necesitada de su dinero como de su silencio, y que por eso estaría a su disposición siempre que quisiera. Le dí un tortazo que terminó con aquella extraña discusión y marché enojada a casa en busca de la verdad.

El caso es que a pesar de la hora al llegar a casa no estaban ni mi hijo ni mi marido. Tan solo una nota que ponía “Estaremos en casa de mis padres. Te quiero”. Me dormí inquieta sin poder averiguar la verdad. A lo que desperté a la mañana siguiente y llamé a casa de mis suegros estos me dijeron que mi hijo estaba allí con ellos, pero inocentemente me desvelaron que pensaban que su hijo, mi marido, estaba conmigo. Confirmándome que no había acudido a su casa a dormir y que me había engañado.

Traté de sonsacarle la verdad a mi esposo, pero tan solo me dijo que quedó con unos compañeros de trabajo a los que yo no conocía de nada, evidenciándome que me había mentido y me había sido también infiel. Quedé bastante echa polvo. No lloré. Hacía tiempo que mi matrimonio era una mentira y ahora la verdad quedaba al descubierto. Quise mirar para otro lado pensando en el bienestar de mi hijo. Podría soportarlo. Si algo había aprendido es que era capaz de seguir adelante con todo cuanto me echasen a la espalda.

Por suerte no apareció Don Mario por el bar ni el lunes ni el martes. A lo que hizo acto de presencia el miércoles me llamó a su despacho. Me preguntó por el coche y si necesitaba algo más de dinero. Yo le dije que sí, a pesar de tener saldadas todas las cuentas, pero si iba a follar al menos que fuera sacándole a ese cerdo la mayor cantidad de dinero posible.

Así follamos media docena de veces más a mil euros por polvete. Seguramente no se resistió a la tentación de contarlo a todo el mundo, y al poco tiempo Don Lucio me indicó que había un cliente suyo que andaba buscando una contable, se ofreció a entregarle mi curriculum, y por suerte a día de hoy trabajo llevando las cuentas de un importante grupo hostelero cuyo dueño me mira deseando que se haga realidad todo cuanto le contaba su amigo Don Lucio de mí.