Úrsula es una divorciada que necesitaba follar igual que yo, lo hicimos como si nos amaramos, como si fuéramos la droga de cada uno

Conocí a Úrsula mientras arrastraba una caja muy pesada con libros a mi nueva vivienda de alquiler. Tuvo la paciencia y amabilidad de sujetar la puerta del ascensor y mientras observaba mis dificultades para mover con dificultades la caja.

Los días siguientes nos cruzamos con mucha frecuencia en el ascensor o la escalera, en el aparcamiento comunitario o a la entrada del edificio. Intercambiamos unas palabras, después unas frases y hasta algunos comentarios intencionados. Esa relación circunstancial e imprevisible dio origen a una especie de amistad improvisada. De ahí a tomar unas cervezas sólo necesitamos unos días, y un par de semanas más para ir a cenar un sábado tras habernos confesado nuestros divorcios y la correspondiente superación anímica.

Confieso que me gustó su silueta desde el primer momento. Al verla acercarse con paso medido me impresionó aún más. Deduje que no llevaba sujetador y que sus pechos pequeños resistían vencedores las amenazas de la edad y de la gravedad. El vestido resaltaba una sensual tripa incipiente que a los cuarenta resulta excitante y provocadora. Le cedí el paso al entrar en el ascensor. Sus nalgas temblaban como un flan a casa paso que daba, dejando claro que o bien no llevaba bragas o llevaba un tanga dejando sus carnes libres. Datos suficientes como para seducirme o, más bien, excitarme. Surgió al instante mi ansiedad por conocer ese cuerpo desnudo y su reacción a los estímulos de mis miradas y mis caricias.

No fue difícil con Úrsula. Yo llevaba más de tres meses sin follar y se me notaba a la legua mi ansiedad. Ella también necesitaba un revolcón y probablemente vio en mi a un ser desvalido y abandonado al que acoger en un pecho cálido y apasionado para conducirlo al redil del amor.

Aprovechó la primera ocasión que le di. Se colgó de mi cuello cuando caballerosamente le abrí la puerta del coche tras una cena ligera, pero regada con un vino tinto con tanto cuerpo como mi acompañante. Su primer beso fue tan sutil como una brisa de verano, pero tan largo que recorrió toda la geografía de mi boca. No fue una invasión sino un intercambio de visitas que alternaban las lenguas al interior de nuestras campanillas.

Una mirada fue suficiente para decirnos que íbamos hasta el final, fuese cual fuese ese final. Conduje hasta casa con impaciencia. Su mano en mi muslo mantenía la erección que brotó con el primer refregón en su leve tripa. Apenas intercambiamos unas pocas palabras.

– Dirás que estoy loca. – Murmuró.- Apenas si nos conocemos.

– Digo que estás muy buena, que me parece conocerte de toda la vida, y que no hay nada más excitante que lanzarse al sexo sin pensarlo demasiado.

– Yo no soy así de fogosa, pero no sé que me ha pasado.

El ascensor fue testigo del manoseo al que sometí a su cuerpo durante los segundos que duró el trayecto hasta el cuarto piso. Confirmé que no llevaba sujetador y que sus pezones se pusieron duros con el primer roce; comprobé que llevaba tanga y sus nalgas eran blandas y mullidas.

– Un culo delicioso y perfecto para abrirlo poco a poco –le dije

Sus labios respondieron a mi provocación abriéndose al mismo tiempo que la puerta del ascensor, pero amenazándome con cerrar sus dientes sobre ellos.

Llegamos hasta mi habitación enganchados en una danza de lenguas sensual y embriagadora. Sin conciencia del tiempo ni del lugar, nos dejamos caer sobre la cama y se acoplaron nuestros cuerpos con precisión. Ardía su coño y abrazaba mi polla con ansiedad. Sólo se movía ella. Así me lo pidió. La utilizaba a su antojo introduciéndosela hasta chocar nuestras pelvis o lo colocaba a la entrada y dibujaba círculos sobre el capullo. Simultaneaba el ardoroso baile de su coño con la suavidad de sus manos sobre mi espalda y mis nalgas. Jugaba con sus dedos a pellizcar mis pezones o acariciaba mis brazos, o presionaba a la entrada de mi culo.

– ¿Quieres penetrarme por el ano? – Me susurró al oído mientras mordisqueaba el lóbulo de mi oreja.

– Quiero morirme entre tus nalgas y sentir la fuerte presión de tu culo en mi polla.

Apretó con el dedo y cruzó la estrechez de mi esfínter. Me molestó. Fue un pequeño dolor que me sacó del paraíso del placer.

– Así ocurre cuando no se hacen bien las cosas. – Me advirtió.

Se esmeró en el baile de sus caderas para hacerme olvidar el susto. Me besó con más pasión que nunca y me avisó de que se corría. Un torrente brotó de su interior y nos empapó a los dos. Mi polla se deslizaba dentro de su coño con suma facilidad. Su orgasmo era intenso y prolongado. Cada vez que se la metía toda, le provocaba un placer más profundo y se le saltaban las lágrimas emitiendo una especie de aullido. Mi polla alcanzaba su máxima dimensión en esos instantes, pero tras varios avisos de corrida, ahora la tenía bien controlaba y podía mantenerla dura y empalmada a mi antojo.

El orgasmo de Úrsula se fue diluyendo muy lentamente con algunos espasmos esporádicos cada vez más distantes. Finalmente se relajó y se bebió mi boca con ansiedad.

Me separé poco a poco, delicadamente, y para besar su pechos. Y a contemplarlos. Mi necesidad de mirar, observar y retener los detalles de las pechos, los coños y los culos de las mujeres, supera incluso mi ganas de meterla. Sus tetas tenían un tamaño proporcionado a su torso. Se podrían considerar pequeñas, redondas, resistiendo el paso de los años con dificultades, pero con unos pezones duros como garbanzos que emergían con un leve roce. Besé las tetas y las amasé. Pellizqué los pezones y los chupé hasta arrancar de su garganta algunos gemidos.

Recorrí con mis labios su estómago y su vientre voluptuoso. Me deslicé muy lentamente hasta las ingles y luego sobre la pelvis. Úrsula tenía el sexo depilado, pero mantenía sobre el la pelvis una franja de vello de un centímetro de anchura y que subía desde la parte superior del coño hasta el inicio de la barriguita. Algunos vellos canosos surgían entre el pequeño seto moreno. Chupé ese vello impregnado de su néctar vaginal y noté cómo una gota espesa caía de mi polla sobre mi muslo. Contemplé, ensimismado, su coño. Los labios mayores eran inapreciables, casi inexistentes. Sin embargo, de la hendidura surgían los labios menores con fuerza, dos pétalos rugosos y gruesos que dibujaban una línea sinuosa. Ambos se sobreponían el uno al otro y resultaba difícil discernir la línea que los separaba. El clítoris asomaba pequeño y tímido en la parte superior, arrinconado por la exhuberancia de los labios menores. Levanté sus rodillas para contemplar su culo. Era bonito. Varias líneas rugosas confluían en la entrada con un aspecto de diseño perfecto. Lo reconocí con mi lengua y se abrió ligeramente. Me gustó la reacción, pero elegí besar aquellos labios empapados y rugosos que parecían de gelatina. Los chupé. Mi lengua jugó con ellos y de nuevo manaron de su vagina los flujos espesos y deliciosos que absorbí con glotonería. El clítoris reaccionó de inmediato al contacto de mis labios y oí nuevos gemidos. Continué el juego y sus caderas reaccionaron con un movimiento rítmico cadencioso. Puse un dedo a la entrada de su ano y presioné. El flujo que lo humedecía sirvió como lubricante y se lo metí sin dificultades. Mi lengua dibujaba círculos alrededor de su clítoris y, de vez en cuando, recorría la rugosidad de sus labios menores. Aprisioné con mis labios los suyos y después el pequeño detonador del placer. Aceleró sus movimientos y los jadeos se alternaban con gritos apagados. Un torrente de líquido viscoso llegó hasta mi barbilla. Su cuerpo sufrió un cataclismo interior y los movimientos de su piernas y sus caderas amenazaron con romperme el cuello. Fue corto e intenso. Su respiración era agitada tras el terremoto.

Dejé que recuperase el aliento.

– Me gustan las mujeres multiorgásmicas. – Le dije mirando sus ojos cansados.

Me coloqué de rodillas entre sus piernas. Froté mi capullo con su chocho dibujando círculos y restregándola bien con sus labios. Su pecho se hinchó de nuevo. Sus ojos ardían. Su mirada me abrasaba.

– Eres un cabronazo. Me haces rabiar de deseo. Métela otra vez. Tengo dentro media docena de corridas y necesito sacarlas de mis entrañas.

Separé los dos labios rugosos y le metí solo el capullo. Sus labios dibujaban las palabras que no salían de su boca. Me la pedía toda. Quería sentirla en la profundidad del coño. Friccioné suavemente su clítoris con el dedo pulgar y su vagina volvió a ser un manantial de flujos que empapaban sus nalgas y mis cojones.

– Me estás dejando a medias. ¿Eres maricón? – dijo con rabia.

Continué jugando con el capullo a la entrada de su coño, justo en el punto G. Su pecho palpitaba y su respiración era entrecortada, jadeante. Froté un poco más su coño y su vientre se disparó en un baile de locura. Me miró fijamente y apagó con la mano un grito que salía de su boca. El torrente interior se desbordó de nuevo. Movió las caderas como una posesa y giraba la cabeza de un lado a otro emitiendo sonidos guturales ininteligibles.

– Córrete a gusto, disfruta de este coño de golfa insaciable. – Le dije al tiempo que le introducía la polla hasta el fondo.

Sollozó y gritó al mismo tiempo. Sus piernas abrazaban mi cintura y sus manos apretaron mis pechos. Nos empapamos de nuevo con el néctar de una nueva corrida. Besé su boca. La poseí con mi lengua y el orgasmo continuó en su punto álgido durante muchos segundos. Embestí su vagina con violencia en una secuencia de siete acometidas rítmicas. Un nuevo orgasmo empalmó con el anterior. Todo su cuerpo se convulsionaba. Sus caderas golpeaban a un lado y a otro. Su pelvis chocaba con la mía buscando que mi polla llegase aún más adentro. Su boca mordisqueaba la mía, mi cuello, mis hombros y mis pezones. Me miraba con una mirada de loca, de mujer enajenada, poseída por un placer insoportable.

Resistí a duras penas el embate de un orgasmo de una intensidad desconocida para mi. Pasaron algunos minutos antes de que el reflujo devolviese la calma a su pecho y dibujase una sonrisa relajada en sus labios.

La besé dulcemente mientras abandonaba sus entrañas con la polla babeando un líquido mucilaginoso. Chupé alternativamente sus pezones mientras mis manos obligaban a sus caderas a girarse para dejar ante mi unas nalgas gordas y redondas, gelatinosas en sus movimientos, suaves y mullidas.

Pasé el dedo corazón por el culo. El flujo de sus entrañas lo mantenía mojado. Aproveché para lubricar el exterior e introducir poco a poco el dedo. No tuve dificultades. La suavidad con la que penetraba en su interior me sirvió para lubricarlo meticulosamente. Me tumbé a su lado y besé su cuello y su espalda sin dejar de manipular el agujero estrecho y angosto. Estaba relajada y eso facilitó que pudiese meterle dos dedos. Se quejó imperceptiblemente en el primer momento, pero luego se dejó hacer sin ninguna oposición.

Me tumbé sobre ella y froté mi polla entre sus nalgas. Presioné en algunos momentos a sabiendas de que no tenía bien encarada la polla.

– No es por ahí – Me advirtió.- ¿Tendré que enseñarte yo?

– ¿No me decías que no te gusta?

– Tendré que probarlo. Si me duele, la sacas – Contestó sumisa.

Coloqué la punta a la entrada de su culo y empujé suavemente. Ella me ayudó. Levantó ligeramente el culo y noté que la tenía bien encarada. Continué presionando y provocando nuevos quejidos. Finalmente apreté hasta que sentí como el capullo atravesaba el anillo estrecho del esfínter. No dijo nada. Continué empujando hasta que mi pelvis chocó con sus nalgas. Tenía el culo caliente y estrecho. Deliciosamente estrecho. Embestí suavemente. Los jadeos y los gemidos se confundían. Continué mucho rato con un emboleo lento y profundo. Me sentía dueño de su cuerpo. La polla me iba a estallar.

– Me has sometido como a una golfa. No sé por qué me gusta. No sé si me duele o me da gusto en el ano. Pero no la saques. – Me susurró mientras le mordisqueaba su oreja y besaba su cuello.

– Necesitabas ser sometida. Te gusta ser una perra sumisa. Así que haré contigo lo que quiera. Te voy a llenar el culo de lechaza. – le dije con rabia.

No sin dificultad, conseguí incorporar los dos cuerpos sin que se saliese la polla. La coloqué a gatas sobre la cama y se la metí toda entera de nuevo. Gimió con razón y jadeó a continuación pidiendo guerra.

– Fóllame, fóllame como quieras. Me estás rompiendo y me duele, pero lléname- Me pidió girando la cabeza para mirarme a los ojos.

La cogí del cabello con una mano y con la otra agarré su cintura. Embestí con energía, llegando hasta el fondo. Le dije que parecía una zorra hambrienta de polla; que no servía para puta porque le daba demasiado gusto en el coño y tenía el culo muy estrecho; que, en realidad, era una golfa deseando meterse una polla a cualquier hora del día o de la noche. Ella reafirmaba mis palabras y jadeaba con tensión. Vi cómo se empezó a tocar el coño con una mano y se lo prohibí.

– No te toques golfa. Ya te has corrido bastante por esta noche. Ahora mueve esas nalgas para que mi polla entre bien. Tienes que darme el gusto a mi. Olvídate de tu chocho. – Le ordené.

Acompasé mis movimientos a los suyos. Oí sus sollozos intercalados con gemidos y jadeos. Mi polla se puso aún más dura y más hinchada. Yo resoplaba de placer y veía como la lechaza se iba concentrando en mi capullo. Podía estallar en cualquier momento. Una corrida controlada por mi.

– Préñame, quiero que me dejes preñada esta noche. – imploró.

Se lo aseguré. Le prometí que le llenaría el culo de leche y mi polla echaría tanta que inundaría todas sus entrañas y llegaría a su matriz. Las palabras aceleraron sus movimientos. Se convulsionaba de nuevo y tenía otro orgasmo. Noté el flujo caer por el interior de sus muslos. Aceleré las acometidas y mi capullo explotó una y otra vez lanzando cañonazos de lechaza que me producían un placer insoportable en cada parte de mi cuerpo.

– ¡Toma puta! ¡toma lechaza! Te voy a llenar toda hasta que te salga por la nariz y por las orejas. Me has puesto la polla a reventar.

Me corrí como muy pocas veces antes lo había hecho. Aminoré el ritmo de las embestidas notando como en cada una de ellas salía cada vez menos semen. Me detuve extenuado. Mi polla continuaba dura. La presión del esfínter impedía que la sangre refluyese a mi cuerpo y mantenía el tamaño de la polla en su esplendor. Ella se movía muy dulcemente, saboreando las últimas delicias de la corrida. Se la sacó con mucha suavidad y gimió cuando el capullo atravesó el punto más estrecho del orificio. Me deleité mirando cómo mi polla abandonaba la dulzura de aquella cueva y el esperma caía en busca de su coño.

Se recostó sobre mi y me mordisqueó la oreja.

– Hacía mucho tiempo que no disfrutaba tanto de un polvo. –Me confesó.

– Creo que ha estado bastante bien para ser el primero.- Le contesté.

Se nos hizo tarde. Nos despertamos con el sonido del timbre. Abrí ante la insistencia de las llamadas. Una muchacha rellena con aspecto de mujercita preguntaba por su madre. Otra, con aspecto de adolescente se asomaba a la puerta de la vivienda de Úrsula.

– Creo que son tus hijas – Le grité desde la puerta sin dejar de mirar los ojos negros de la chica que había llamado al timbre.

Me resistió la mirada así que dirigí la mía hacia sus pechos inflados por debajo de la camiseta del pijama. Y hacia los muslos regordetes. Me sonrió.

Úrsula apareció enfundada en el vestido de la noche anterior, con el pelo revuelto y los zapatos en la mano.

– Mamá, no hay cacao para el desayuno. Eres un desastre. –Le recriminó la hija.

Mientras recorrían el pequeño trecho hasta su piso, observé los dos culos temblando como flanes. La muchacha se giró y me volvió a sonreír. Dibujé un beso con mis labios y me refugié en la ducha.