Una vez que probaste una verga no hay forma de soltarla, la quieres tener siempre para ti solito

Hacía ya bastantes meses desde que terminó mi última relación, tantos como los que llevaba sin echar un buen polvo. Lo típico: trabajo, responsabilidades, y una urgencia cada vez que me acercaba a una posible candidata que no venía nada bien. Después de muchos intentos infructuosos, muchos vídeos de mamadas y muchos relatos eróticos, comencé a interesarme por los relatos de sexo gay o bisexual. Me gustaban especialmente aquellos en los que los heteros acababan seducidos por la situación y se comportaban como auténticas putas.

No me engañé a mí mismo: me gustaban las tías, cada vez que salía por ahí todos esos pensamientos se esfumaban, pero en la intimidad de mi cuarto… pronto, me empecé a masturbar más con relatos de gays que de heteros.

De ahí al siguiente paso no había mucho… Me conecté a un chat gay con bastante tráfico de gente, siempre con diferentes nicks que hacían referencia a mi estado heterosexual y a mi interés por ser pasivo. Pronto empecé a chatear con gente: muchos sólo querían quedar para follar en el momento, cosa que por supuesto yo no iba a hacer, pero con algunos tuve conversaciones interesantes acerca de mis inquietudes e incluso conversaciones muy calientes con las que me hice unas buenas pajas.

No me engañé a mí mismo: me gustaban las tías, pero tenía ganas de comerme una polla. Tenía ganas de probarlo, quizá incluso algo más que eso, y lo único que me echaba para atrás era que al correrme todos esos sentimientos desparecían y me sentía culpable. ¿Prejuicios? ¿Simple morbo de alguien que llevaba mucho tiempo sin follar? La mejor forma de descubrirlo era probarlo, pero un chat con desconocidos no me parecía la mejor opción.

-¿Qué tal, Marcos?

-¡Hola, Javier! Dios mío, cuánto tiempo…

Marcos tenía razón. Hacía bastantes meses que no nos mandábamos un mísero mensaje, y que le llamase era realmente extraño. Pero era mi único amigo gay, que yo supiera, y sabía que nunca decía que no a una buena noche de fiesta. Pensaba que salir por un local de alterne podría aclarar un poco mi situación.

-Claro, no hay problema, precisamente hoy había quedado con algunas personas para ir a perrear un rato. ¡Apúntate!

Me apunté. Ir a un local de ambiente tampoco era nada raro. Ya había ido alguna vez y parece que la gente por allí tiene un detector, el famoso radar, para ver quién es del rollo y quién no. ¿Funcionaría también con los heteros confusos? Cuando llegué al punto de reunión, Marcos, tan espigado y moreno como siempre, me saludó con un abrazo y un beso en la mejilla, y me presentó a sus compañeros: Gabriel, un chico con gafas, y Lourdes, una chica rubia de piel clara. Reconozco que en ese momento se me quitaron todas las dudas: Lourdes era guapa y simpática, y tenía todo lo que yo necesitaba para olvidarme de mi propósito de esa noche.

Bebimos alcohol a raudales, bailé con Marcos y con Lourdes. Aunque pronto me quedó claro que ella no estaba interesada en mí en absoluto, disfruté de su compañía mientras los dos chicos entablaban conversaciones con cualquiera que se acercaba.

-¿Y tú nunca te has acostado con ningún chico?- me dijo mirándome a los ojos.

-Qué va, no me va nada eso- contesté. No la conocía lo suficiente como para desvelarle mis inquietudes. Aún tenía demasiados prejuicios.

-Yo sí que he probado con chicas, y la verdad es que me gustó. Durante un tiempo tuve una pareja y todo. No te dejan de gustar los chicos por eso.

Conforme seguíamos hablando del tema, la naturalidad de Lourdes me ayudaba a sentirme más cómodo.

-Supongo que si me… bueno, si hiciera algo con un tío, me seguirían gustando las tías igual- dije al final.

-Pues yo tengo entendido que el que prueba la polla… no vuelve- dijo riendo. Me miraba de forma muy extraña.

“Igual pruebo con un tío, igual me como una polla, pero dejar de tirarme chicas… nunca” Por ese lado estaba tranquilo.

La noche continuó. Marcos se acercó a nosotros: Gabriel había desaparecido con un tío por la puerta principal. Los tres nos estábamos divirtiendo de lo lindo. De pronto, Gabriel se quedó mirando a Lourdes.

-¿Sabes? Nunca he besado a una tía.

-Pues esta va a ser tu primera vez- Lourdes le agarró de la chaqueta, lo atrajo hacia ella y le dio un morreo, mientras yo me reía y aplaudía.

-Oye, yo no he besado nunca a una tía tampoco- le dije a ella en tono de broma.

-Si te besas con Marcos, te dejo que me beses a mí- me respondió. Otra vez esa mirada extraña.

Bueno, yo había ido allí a iniciarme en el mundo gay, y si además de probarlo me liaba con una tía, sería una noche redonda. Me acerqué a Marcos, que estaba demasiado borracho para negarse, y le besé en los labios. No hubo lengua, ni más de un segundo de contacto. La verdad es que no sentí gran cosa, ni placer, ni asco, nada. Bromeamos un poco más y Marcos se fue riéndose un par de minutos más tarde, diciendo que le había puesto demasiado cachondo. No tardó mucho en encontrar a un tío dispuesto a solucionar su problema.

-Ahora me debes un beso- le dije a Lourdes, con mi mejor voz de seductor.

-Tú no me engañas, has venido aquí a probar, ¿a que sí?

La franqueza de la pregunta, ayudada por el alcohol, me pilló con la guardia baja, y mi cara debió de reflejar la respuesta.

-Voy a ayudarte a dar el paso-

Me cogió de la mano y me arrastró fuera del local. En ese momento a mí me apetecía más liarme con ella que probar cualquier cosa, pero no me dejó responder. Al pronto, se acercó conversar con un par de chicos. Me miraron de arriba abajo y volvieron a hablar entre ellos.

-Oye- dije yo cuando se acercó a mí de nuevo- no estoy seguro de esto…

-¿De qué? Tú lo que quieres es probar cómo es estar con un chico, a eso has venido y eso vas a hacer. ¿Qué puede pasar? ¿Qué no sea lo que esperabas? Bueno, pues no vuelves a hacerlo, pero si no, te lo preguntarás toda la vida.

La verdad es que tenía tanta lógica como lo que me había dicho yo a mí mismo antes de dar ese paso.

-Bueno… pero con esos de ahí la verdad es que no…

-Entonces vamos a buscar uno que te guste.

Después de recorrer un par de calles y un par de bares más, Lourdes se acercó con un chico de mi edad, delgado y moreno como yo, y de la misma estatura. Se llamaba Sebas.

-Tu amiga me ha contado que tienes ganas de probar con un tío, y da la casualidad de que yo vivo en este barrio.

-Pero… ¿cómo? ¿Así de fácil?- pregunté, confuso.

-Es que estás bueno, y tu amiga te ha vendido bien- respondió Sebas, juguetón.

-Ya… bueno, mira, esto me parece muy raro…

-Mira, ¿y si vienes a mi casa, ponemos una peli y charlamos un poco?

En ese momento estaba más nervioso que un flan. Miré alrededor, pero no se veía a Lourdes por ningún sitio. Inspiré hondo: tenía la oportunidad perfecta para probar lo que había ido a hacer allí con absoluta discreción. Si no lo veía claro, siempre podía decirle que no.

El camino a su casa fue más agradable de lo que pensé. Sebas era un chico simpático e hizo un esfuerzo por entablar conversación, hasta que al final empezó a fluir sola, hablando de fútbol, películas… Pero cuando llegamos a su portal diez minutos más tarde, empecé a notar la tensión en el ambiente. Subimos en silencio a su apartamento, un piso muy pequeño, y nos sentamos en el sofá del salón.

-¿Quieres tomar algo?

Asentí con la cabeza en silencio mientras Sebas servía dos cubatas de ron. Se sentó a mi lado, cerca, y pasó el brazo por encima del respaldo.

-Dime… ¿y qué es lo que te llama la atención de probar con un tío?- me dijo.

-Pues… no sé, la verdad… el morbo- en ese momento estaba increíblemente tenso.

-Tranquilo. ¿Qué te da morbo, quieres que te la chupe un tío a ver si es verdad que lo hacemos mejor?

-Más bien… bueno, más bien chuparla yo.

Sebas me sonrió y creí ver un atisbo de burla. Todo había sido un error, estaba demasiado tenso y nervioso como para que eso me fuese a gustar. Probablemente no era más que una estúpida fantasía producto de los relatos que había leído y de mi etapa de sequía. Tenía que levantarme de allí e irme.

–Mira, esto ha sido un error…

Entonces Sebas se inclinó hacia mi. Yo pensaba que iba a besarme y me aparté, pero su intención era alcanzar el interruptor de la luz que había detrás de donde yo estaba. Lo apagó, y en el proceso apoyó su mano en mi polla. Le miré de nuevo: ahora estaba muy cerca, iluminado solo por la pantalla de la tele, con su mano acariciando mi paquete. Mi polla empezó a reaccionar, y el ambiente a mi alredeador cambió. Me sentí tan excitado como en aquellas conversaciones con tíos al otro lado de la pantalla. Se me fue la cabeza. Me lancé a su boca y empezamos a besarnos con ansia. No separó su mano de mi entrepierna en ningún momento, lo cual me ponía cada vez más cachondo. Por un instante, se me disiparon las dudas.

-Recuéstate en el sofá- le dije. Sebas sonrió de nuevo, pero esta vez no me pareció una burla sino más bien una mueca juguetona. Me hizo caso sin decir nada y separó las piernas.

Me incliné sobre su bragueta y empecé a sobarla con las dos manos. Desabroché el botón, bajé la cremallera y, sin pensarlo ni un instante, empecé a lamer la punta de su polla por encima del calzoncillo.

-Vaya, si parecía tímido- dijo con picardía Sebas. Me detuvo un momento para besarme, me quitó los vaqueros y me agarró de la nuca para que volviera a mi tarea. –Vamos, a ver cómo te la comes.

Yo estaba encendido. Me metí la polla en la boca con la tela del calzoncillo y todo y se me escapó un gemido cuando noté los dedos de Sebas empezando a jugar con mi culo.

Por fin retiré la tela. Empecé a chuparle la polla con cuidado de no rozarla con los dientes, tal y como me gustaba a mí. Lamí el glande y me deleité con su sabor, bajando el prepucio una y otra vez sólo con mi boca. Al retirarme para coger aire, un hilo de saliva aún unía mis labios a la polla de Sebas.

-Mira, te estás quedando pegado- me dijo, y volvió a agarrarme la cabeza para que siguiera mamando. –Eres toda una putita, ¿verdad? Te gusta comer pollas, ¿a que sí?

Me encontré gimiendo como una zorra mientras chupaba como un loco, no sé si por oír esas palabras o porque finalmente los dedos de Sebas habían penetrado mi culo y se movían por dentro con habilidad, dándome un placer indescriptible. Pasé a comerle los huevos, agradeciendo mentalmente que estuvieran afeitados. Me los metí enteros en la boca y los repasé milímetro a milímetro con la lengua. Me mareaba de puro gusto.

Cuando me incorporé para acomodarme mejor en el sofá, Sebas me agarró con firmeza y me sentó a su lado. Me quitó la camiseta y se inclinó hacia mi para besarme de nuevo.

-Te sabe la boca a polla, guapetón-

Se me escapó un gemido por toda respuesta que le hizo reír. Se puso de pie sobre el sofá y acomodó sus rodillas en el respaldo, una a cada lado de mi cabeza. Volví a metérmela en la boca sin dudarlo, agarrándole del culo y empujándolo hacia mí al ritmo del chup chup de su polla ensalivada.

-Eres una zorrita comepollas, tienes la boca perfecta para mamar una y otra vez.

Así estaba yo, desnudo y gimiendo mientras un tío con los pantalones bajados me follaba la boca cuando se abrió una de las puertas de las habitaciones que daban al salón.

-Sabía que ibas a ser toda una putita- dijo Lourdes.

Me quedé inmóvil. Habría soltado una exclamación de sorpresa de no haber estado comiéndome la polla de Sebas.

-No pares por mi, cariño- dijo ella, acercándose. –No eres el primer chico al que ayudo a dar el paso, ¿sabes? Os comportáis como unas auténticas zorras en cuanto os la meten en la boca. Y ahora que has probado la polla ya sabes que no vas a soltarla.

Sebas se levantó, riendo.

-Este es toda una perrita. No sé por dónde es más tragón, porque las mamadas las hace bien pero gemía bien agusto cuando he jugado con su culito.

-Se le oía desde la habitación. ¿Por dónde te gusta más, perrita?- se rió Lourdes, pasando su dedo por mis labios. Estaba húmedo.

Quería preguntarle qué hacía ella allí, quería acusarla de haberme engañado, pero en lugar de eso dije.

-Por los dos sitios. Quiero que me den por culo. Y quiero tragarme la leche.

Lourdes abrió los ojos con sorpresa y no pudo evitar reírse.

-¡Ay, cariño! Eres una monada. Venga, no te vamos a hacer esperar más, ponte a cuatro patas y acaba de comérsela a Sebas.

Me di cuenta de que se estaba tocando el coño. Al parecer, Lourdes también tenía unas fantasías muy personales. Sebas ya estaba tumbado en el sofá. Se había desnudado por completo y su polla apuntaba hacia el techo como un mástil de barco. Me la metí una vez más en la boca, la ensalivé y empecé a pajearla tan rápido como podía seguir el ritmo con la cabeza.

-Eso es, chúpasela como una buena puta. Sabes que quieres tu desayuno- decía Lourdes. Noté sus manos acariciando mis huevos, y mi polla se endureció tanto como la que estaba mamando. Un dedo se deslizó hacia mi agujero y empezó a penetrarme. Aumenté el ritmo y de pronto un líquido espeso empezó a llenarme la boca. El primer chorro me lo tragué sin darme cuenta, pero el resto lo dejé en mi boca hasta que me desbordó las comisuras de los labios y me pringó toda la barbilla. Y en ese momento mi propia polla empezó a soltar leche en todas direcciones, manchándonos a Sebas, al sofá y a mí mismo.

Lo que ocurrió después no fue tan interesante. Una hora más tarde llegué a mi casa, asqueado y nervioso… pero también caliente. La experiencia había sido morbosa, aunque después me había ocurrido lo que me temía, que el arrepentimiento sustituyese a la libido. La pregunta era, ¿volvería a hacerlo?