Una realidad de la que es difícil escapar

Max salió de la clase de matemáticas aliviado de haber terminado otro día. Estaba muy ocupado entre sus estudios, rugby y vida social.

Caminó por el pasillo viendo apartarse a otros jóvenes, era capitán del equipo de rugby y líder en su escuela secundaria. Caminó hacia su casillero con algunos amigos. Rafael (Rafi) el del casillero vecino, le obstruía el paso.

Habían asistido a alguna clase juntos pero apenas se saludaban. Rafi parecía intimidado por Max. Sus amigos, sin embargo, no pudieron resistir molestarlo: callado, delgado y un poco femenino, ellos habían detectado su vulnerabilidad.

– «Fuera de mi camino, maricón.»

Max se arrepintió de haber dicho eso; Rafi tropezó, cerró su casillero y alejó rápidamente.

– «¿Qué diablos dijiste?»

Max miró al entrenador sin comprender.

– «¿Te escuché llamar marica a ese joven?”

Nunca había sido duro con él, y su pregunta lo puso nervioso..

– «Yo… eh… sí.»

– «¿Tienes idea del problema en que te puedes meter? Estarías fuera del equipo, suspendido.»

– «No sé por qué lo hice. Honestamente, no soy así.»

– “Eres un atleta y líder natural; es hora de que establezcas reglas firmes con los que te siguen. No lo olvides.”

– «Lo sé. Le diré que lo siento apenas lo vea.»

– “Házlo ahora mismo, lo último que ese joven necesita es ser acosado. Probablemente te admire.”

El atleta salió sin decir una palabra, dispuesto a arreglar las cosas. El entrenador tenía razón.

Rafi volvió a casa al borde de las lágrimas. Le dolía el pecho, lo habían llamado así antes, pero nunca lo había afectado tanto.

Max era el sueño de las chicas de la escuela y, por supuesto, de todo chico gay. Alto, de hombros anchos, cuerpo musculoso, cabello corto negro, mandíbula cuadrada y ojos marrones. Un sueño de escultura masculina.

Y entonces…

– «Fuera de mi camino, maricón.”

La fantasía se derrumbó. Era solo otro deportista tonto.

Estaba cambiándose cuando tocaron la puerta. Abrió. Max estaba frente a él. Vestía una camiseta sin mangas y pantalones cortos que se aferraban a sus cuádriceps. Se pasó una mano por el pelo y preguntó si podía entrar. Rafi asintió e hizo a un lado, estupefacto.

Entró y sentó en un sofá. Max abrió ligeramente las piernas y Rafi notó el apreciable bulto de sus genitales en los pantalones. Intentó no mirar.

– «Escucha, hoy cuando dije, eh… cuando te llamé, eh… maricón, yo no debería haber dicho eso. Lo siento.»

– “Mis amigos te van a dejar en paz. No permitiré que te traten mal.”

– «Gracias”, dijo en voz baja.

– “Tengo un poco de hierba en mi coche por si quieres fumar», dijo con una sonrisa.

– «Sí, vamos.”

Fumaron y tumbaron en unas sillas a contemplar la tarde de verano. El sol calentaba.

Max se quitó la camiseta. Rafi vió asombrado esos pectorales y abdominales tan bien formados.

– “Tengo sed. ¿Puedo pedirte agua?”

Se levantó, llenó un vaso y se lo ofreció. Sus ojos recorrieron el torso y el bulto en los pantalones de Max. No se dió cuenta de la manera en que miraba.

– «¿Qué pasa?»

– “Nada”, tartamudeó Rafi.

– «Eres gay, ¿no?»

– “Te pones nervioso cada vez que estás cerca mío.”

Rafi apartó la mirada.

– «Sí, soy gay.»

Era la primera vez que lo confesaba..

– «Y tú eres muy sexy.»

– «Está bien que me mires, pero debes relajarte.»

Necesitaba unos momentos para ordenar su mente; sus pensamientos estaban nublados por la hierba. Fingió que quería agua y se paró.

Max lo tomó por la muñeca y le llevó la mano al pecho. Sabía que Rafi estaba enamorado de él y le daba lo que deseaba. Rompió el silencio.

– «¿Alguna vez has tocado a alguien?»

Rafi negó con la cabeza y acarició el pecho húmedo de sudor. Sus dedos tocaron sus tetillas.

– “Me encantaría tener un cuerpo como el tuyo», fingiendo admiración en vez de un avance sexual.”

– «¿Cuánto tiempo me has deseado?»

– “Desde que te vi.”

El contacto físico despertó en Max un deseo animal.

Perdió el control; esa mano era algo distinto, no era la de una chica. Nunca antes había tenido alguien tan interesado en él. Su verga comenzaba a despertarse. Los dedos de Rafi hicieron se posaron sobre el pubis. Max desató el cordón de los pantalones y los dejó caer. Lo lo empujó suavemente y Rafi se postró de rodillas sin resistir. Se encontró frente a un miembro erecto: veinte centímetros de masculinidad.

– “Solo explora»…

Llevó sus labios al glande y lo dejó deslizarse en su boca. Sintió el sabor, olor y calor de la virilidad del atleta. Acarició y lamió el tronco de arriba a abajo. La gloria.

– «¿Todo lo que imaginaste?»

– “Mejor.»

Rafi respiró profundamente. Max olía a sexo, a hombre, a macho caliente. Debía aceptar la innegable realidad: sólo un gay podía amar ese aroma… él lo era.

– «Bésame los huevos”, ordenó.

Nada lo hizo tan feliz como esa boca hambrienta lamiéndole los huevos. Gimió.

– «Ahhhh. Sigue.»

– “Me corro. «¿Quieres mi leche?», dijo en voz alta.

– “Toda.”

Max se abandonó al placer y comenzó a eyacular. La manera en que inundó la boca de Rafi fue intensa, llenándola de espesos grumos de semen por largos deliciosos segundos antes que sus caderas cesaran de moverse. Bebió hasta la última gota.

– “Una corrida increíble y la mejor mamada que he recibido nunca.”

– «¿Mejor que las de tus muchas chicas?

– “Mil veces.”

– “Puedo hacerlo cuando tu quieras”, dijo Rafi con una sonrisa y un guiño.