Ella es una pringada pero tiene un culo que no pasa nunca desapercibido

Demasiado buen culo para ser una pringada

Bullying

Los cinco amigos hablaban en los pasillos del instituto, haciendo tiempo antes de ir a los vestuarios.

—Gimnasia a las nueve de la mañana, debería ser un delito —dijo Pol.

—Yo no sé ni dónde estoy —intervino Elena dándole la razón.

—Oye Elenita, ¿quedamos esta tarde para seguir con el trabajo de historia?

—Qué remedio.

—¿En tu casa?

—Sí, pásate sobre las siete, después de clases voy a revisión de examen de matemáticas. ¡Puto cara huevo!

—¿Lo tenéis muy avanzado?, nosotros vamos de culo —dijo Judit que hacía el trabajo con su hermano.

—A nosotros nos falta solo la tesis, ¿cómo vas tú, gordi? —preguntó Pol a Javier que al ser impares le había tocado con un chico al azar.

—Bien supongo, Omar no hace nada. Lo malo es que me toca trabajar el doble, lo bueno es que no tengo que quedar con él.

—Deberíamos ir tirando, solo me faltaría una bronca del sargento de hierro por llegar tarde.

—¿Hoy qué toca?, ¿natación? —Preguntó Pol.

—Exacto —respondió su amigo.

—Bueno, por lo menos podré veros en bañador chicas—añadió guiñándole un ojo a Elena justo antes de emprender la marcha a los vestuarios.

—Mira que es tonto —susurró ella a Judit viendo como los chicos se alejaban—. Espera que guardo el móvil y nos vamos.

Elena era, probablemente, la más cercana del grupo a entrar en la categoría de “normal” estipulada por las normas no escritas de cualquier instituto que se preciara, pero que había acabado en el grupo de los frikis sin derecho a reevaluación. A pesar de ser muy delgada y su obsesión por las películas de terror, eran muchos los chicos que se habían fijado en su más que notable trasero, anhelándolo en secreto.

Ya en la puerta de los vestuarios femeninos, las dos amigas estaban a punto de entrar cuando Marcos y Borja pasaron por su lado. El primero, moreno y fornido, típico chico popular y deportista, le dio una sonora palmada en el trasero a Elena mientras le decía:

—¡Demasiado buen culto tienes para ser una pringada!

Ambos amigos se alejaban entre risas, comentando la jugada y diciendo toda clase de frases jocosas:

—Seguro que no sabe ni cómo usarlo.

—Menuda friki, jajajaj.

Elena no contestó, tan solo se quedó quieta y rabiosa.

—No les hagas caso, son un par de gilipollas —la animó su amiga agarrándole del brazo para llevarla a los vestidores.

Las dos se cambiaban entre el griterío adolescente de las compañeras de clase en un rincón. Judit siempre iba muy rápido, poniéndose el bañador hábilmente con la intención de mostrar su cuerpo lo menos posible. Su amiga aún estaba con el pantalón puesto y en sujetador cuando Carolina y Cristina se acercaron hasta su posición.

—Mira a quien tenemos aquí, la friki siniestra —dijo Carolina refiriéndose a Elena, que solía vestir de negro y con algunos accesorios góticos.

Al par de harpías les llamaban la doble C, dos chicas tan guapas como malas, tan populares como estiradas. No solían meterse con ellas, por lo menos no de una manera tan descarada. Judit se quedó inmóvil mientras su amiga las miraba perpleja. La que había hablado era la líder, la otra se limitaba a sonreír y asentir.

—No me mires así zorra, es a ti a quién hablo.

Enseguida un círculo de muchachas se arremolinó alrededor de las cuatro chicas, expectantes como tiburones cerca de un bote antes de lanzar la carnaza. Elena solía tener carácter y la personalidad suficiente para responder cualquier ofensa, pero la habían sorprendido tanto que se encontraba en fuera de juego. La tensión era máxima.

—¿A mí?

—¿Conoces a muchas más putas góticas calienta pollas?

La víctima seguía alucinada mientras Judit casi entraba en pánico, sintiéndose la peor de las amigas por no defenderla. El resto de compañeras disfrutaban con la escena, sin intervenir en favor de ninguna. Instintivamente Elena se tapó el torso con los brazos, vestía solo con el sostén, la acción pareció irritarlas aún más.

—¿Ahora te tapas el cuerpo, puta? —le increpó Cristina intentando ganarse el favor de la jefa.

—¡Basta, dejadla en paz! —intervino por fin Judit, asustada pero valiente.

—Tú cállate morsa que contigo no va la cosa —ordenó Carolina, agarrando los brazos de Elena y apartándolos de su cuerpo, descubriéndole nuevamente el busto—. ¿Tampoco tienes mucho que tapar no? ¡Flacucha asquerosa!

Ella se liberó de las manos con un movimiento seco y su agresora respondió con una sonora bofetada que le giró la cabeza.

—¡Cuidado conmigo eh!, ¡la próxima te mato!

Sobrepasada por la escena se quedó inmóvil, momento que Carolina aprovechó para agarrarle los pequeños senos por encima de la ropa interior.

—Menuda mierda de tetas tienes, no entiendo cómo se pueden fijar en ti.

La líder siguió magreándolos ante la visible incomodidad de Elena. Judit no fue capaz de volver a defenderla, tampoco ninguna de las presentes.

—¿Qué pasa?, ¿no te gusta que te toquen?, seguro que es la primera vez que alguien te soba estos colgajos —bajó una de sus manos hasta la entrepierna y apretó sobre el pantalón—. Esto debe estar más cerrado que la caja fuerte de un banco.

Elena temblaba por la rabia cuando ahora fue Cristina quien le pegó en la cabeza, seguido nuevamente de la líder, que le golpeó dos o tres veces hasta que se tiró al suelo para protegerse. Carolina suspiró con fuerza antes de decir:

—Quédate donde estás babosa, y si te vuelves a acercar a mi novio te juro que te corto las tetas.

Después de eso salieron del vestuario acompañadas del resto de la clase en dirección a la piscina, solo Judit se quedó con ella, acariciándole el pelo y excusándose.

—Lo siento muchísimo, no sabía qué podía hacer.

Consiguió no llorar luchando con todas sus fuerzas. Al final había entendido qué pasaba, aquella palmada de Marcos había sido el detonante.

Revisión de examen

El resto de día transcurrió de manera normal, con Elena obviamente afectada por lo acontecido pero sin que hubiera más incidentes. Le pidió a Judit que no se lo contara al resto del grupo, suficientemente avergonzada estaba como para tener que lidiar con la compasión de los chicos. Después de la última clase de la tarde el grupo se reunió en la puerta del instituto como era habitual.

—Bueno, me voy a la a academia —informó Jaime.

—¿Sigues con el inglés? —se interesó Saúl.

—Sí, mis padres me obligan, es un rollo patatero.

—¡Potato roll! —bromeó Pol—. Elenita, ¿sigue en pie lo de esta tarde?

—Sí, sí. Yo me vuelvo para dentro que voy a revisión de examen pero pásate sobre las siete por casa que seguro que estoy.

Los amigos se despidieron y siguieron su camino.

—Buenas tardes profesor, vengo a revisión de examen como ya le anuncié.

El profesor debía tener unos cincuenta años, delgado, mal conservado y mal vestido. Era capaz de que cualquier traje pareciera arcaico si lo llevaba él. Su apodo de cara huevo era sobradamente justificado, con una cara alargada y cabeza ovalada y bastante calva.

—Por supuesto señorita Vilchez, pase por favor, tome asiento —contestó indicándole amablemente la silla frente a su escritorio.

Mientras Elena obedecía el profesor sacaba de su maletín los exámenes pertenecientes a su curso y buscando minuciosamente acababa localizando el de la alumna.

—Yo creía que no me había ido tan mal, cuando dijo las notas me quedé sorprendida, francamente —se explicó ella educadamente.

—Veamos…sí, aquí está. Lo cierto es que ha estado cerca de aprobar, un cuatro con siete, pero en las derivadas ha fallado estrepitosamente. Aunque las progresiones aritméticas estaban bien le ha penalizado mucho el último bloque del examen.

El maestro repasaba los folios mientras Elena insistía:

—Repasando las respuestas con mis compañeros creí que por lo menos uno de los ejercicios estaba bien, no entiendo que ha podido pasar.

—Veamos señorita Vilchez, es cierto que uno de los ejercicios tiene bien el resultado, sin embargo el proceso que usted expone no llega al número en cuestión. Aún no sé si fue una inmensa casualidad o copió, pero esa es la verdad.

Con aquel lenguaje tan pedante a la alumna muchas veces le costaba seguir las indicaciones del profesor.

—Ya veo que desde su sitio le cuesta ver lo que le explico, por favor venga conmigo para que pueda verlo en perspectiva.

Elena se levantó de la silla y pasó al otro lado del escritorio, inclinando su cuerpo sobre la mesa para acercarse al folio. El docente enseguida tuvo la “perspectiva” que realmente buscaba, y esta no era más que la del deseable trasero de la estudiante. Compacto y en forma de cereza del revés.

—¿Se refiere a este problema? —preguntó ella ajena a sus miradas lascivas.

—Siéntese un momento, es imposible que aprecie lo que le digo desde las alturas —ordenó él agarrándola de la cadera y acomodándola en su regazo.

A Elena le sorprendió la actitud del profesor, siempre tan distante y redicho, pero no le dio más importancia mientras intentaba comprender sus razonamientos, incómoda sobre aquellas escuálidas y viejunas piernas. Él seguía con sus argumentos, cada vez más extraños e ininteligibles, por un momento creyó que más que sobre matemáticas hablaba en latín. Fruncía el ceño en señal de concentración cuando notó algo, un pequeño cambio anatómico del maestro, un tímido bulto apretando sobre sus nalgas. Analizó aquello mentalmente, paralizada por sus sospechas cuando estas se hicieron más evidentes, convirtiéndose el tímido bulto en una inequívoca erección.

—Cómo verá le han faltado tres décimas, quizás podríamos intentar que llegara usted al cinco —seguía él mientras depositaba una de sus manos en el muslo de la muchacha.

El profesor estaba tan excitado que su respiración se entrecortaba, consciente del importante paso que acababa de dar. Su mástil estaba tan tieso ahora, frotándose por la sensual anatomía de Elena que ella apenas podía mantener el equilibrio encima del maestro. El docente siguió con sus impúdicas fricciones, moviendo incluso ligeramente las caderas y acercando su mano hacia el pubis de la estudiante. Finalmente la yema de uno de sus dedos rozó su sexo por encima de la ropa y la alumna se puso de pie de manera automática, abandonando el despacho mientras decía:

—No se preocupe, me quedo con el cuatro con siete.

Nunca se había sentido tan sucia y humillada como aquel día, solo le apetecía irse a casa, meterse en la cama y no salir durante una semana.

Tarde de estudio

Cuando Pol llegó a casa de Elena la madre de ella lo atendió amablemente y le indicó que su hija le esperaba en el piso de arriba, en su habitación. Eran amigos desde niños, conocía perfectamente la casa, incluso los padres de ambos eran amigos desde hacía años. Pol era, sin duda, otro friki de los que abundaban por el instituto. Aunque no era virgen, sus experiencias sexuales se limitaban a “Olga la gorda”, y de eso hacía ya más de un año. Larguirucho, flaco y con acné, era el cliché de pringao elevado a la enésima potencia. A su amiga le había dedicado más de una noche de entrega al onanismo, pero, a pesar de sus continuas bromas e insinuaciones, Elena nunca había demostrado un interés en él más allá de la pura amistad.

El muchacho irrumpió en su cuarto. Al entrar la vio estirada en la cama, escuchando música sin mostrar ningún sentimiento. Iba vestida con un pantalón short de pijama y una camiseta vieja de la película Hellraiser, pero para Pol aquello era como ver una película porno de Xena: la princesa guerrera.

—Vaya, no me acordaba de que habíamos quedado —dijo al fin su amiga.

—Vaya hombre, que recibimiento, ¿te pasa algo? —contestó el chico dejando su mochila a un lado de la cama y sentándose en un extremo.

—Nada, la revisión de examen no ha ido bien.

—No sé de qué te extrañas, el cara huevo es completamente intransigente.

—Sí…ya…

—Bueno, ¿nos ponemos con la historia o prefieres que me vaya?

Elena no contestó, pero su cara dejaba ver que había algo más de lo que le contaba a su amigo.

—Elenita, ¿seguro que no te pasa nada?

Ella se quitó al fin los cascos, guardó el Ipod y se sentó en la cama junto a él.

—No, de verdad, estoy algo cansada simplemente. A ver si terminamos ya el trabajo.

Los dos se acomodaron en su escritorio, amplio y con una silla con ruedas para cada uno. Repasando las partes que iban a terminar cada uno y revisando las que ya tenían hechas. Cuando Elena se levantó a buscar un libro Pol no pudo evitar repasar con la mirada su despampanante trasero en forma de corazón invertido. El fino pantaloncito de ajustaba perfectamente a la piel, tan pequeño que dejaba entrever las redondeces de sus nalgas, escapándose ligeramente por la parte de abajo. El amigo notó como su miembro reaccionaba levemente a aquel estímulo visual. Al volver la propietaria de semejante culo enseguida se dio cuenta de los lascivos ojos de su compañero de clase.

—¿Qué pasa?

—Nada, nada, ¿por?

—¿A qué viene esa mirada rara?

Aunque Pol solía bromear con ella de temas sexuales, la seriedad con que le preguntó lo pilló completamente desprevenido.

—Joder…ehm…no sé. Elenita es que estás buenísima.

—¡Ya empezamos!, ¡todos los tíos sois unos putos salidos! —replicó ella clavándole sus inquisitivos ojos negros.

—Pero no te enfades mujer, hay confianza, ¿no? Es que tienes un culazo que ni en Los vigilantes de la playa.

—¡Ni confianza ni hostias, pajillero!, y no me compares con una de esas zorras siliconadas.

—Pajillero sí, porque no me quieres ayudar. Si fueras una buena samaritana no tendría que cascármela pensando en ti —se defendió Pol intentando quitar hierro al asunto con una de sus habituales bromas.

Pero Elena aquel día no estaba de humor para sus insinuaciones ni sus chistes.

—Vete a la mierda tío, solo sabéis pensar con la polla —contestó ella con el rostro entristecido, levantándose y tumbándose nuevamente en la cama.

Su amigo la observó unos segundos algo perplejo hasta que finalmente se tumbó a su lado.

—Elenita, ¿qué te pasa? Nunca te pones así por mis tonterías…

Ella abrazaba una almohada con fuerza, como si fuera una pobre niña desvalida mientras que Pol insistía:

—Vamos, sabes que puedes contarme cualquier cosa.

Elena no pudo más y le contó todo lo sucedido durante el día, el sobeteo de Marcos en los pasillos, el acoso de Carolina y Cristina e incluso la reacción del profesor en la revisión de examen. Todo con pelos y señales, sin eludir ningún detalle. El joven pajillero tuvo reacciones encontradas. Por un lado se entristeció por ella, pero por otro notó como su excitación iba en aumento hasta que el bulto de su pantalón alcanzó cotas difícilmente justificables. La estudiante parecía sentirse mucho mejor con aquel desahogo cuando, de repente, se percató de la excitación de su compañero.

—¡¡Joder, que te jodan!!, ¡¿te cuento mi puto día de mierda y tú te empalmas?! —le increpó mientras usaba ahora la almohada para atizarle en la entrepierna —. Eres un cabrón como todos los demás.

—Tía, no te pongas así. Si yo te entiendo pero es que de verdad, tienes un culo que no es normal, es normal que se fijen en él.

—¡¿Ah sí?!, ¿es normal que me toquen sin mi permiso?, ¿es normal que me magreen?, ¿de verdad?

Su amigo la abrazó instintivamente mientras ella se resistía y susurrándole intentó calmarla:

—Claro que no. Es normal que no pases desapercibida porque eres una chica preciosa, eso es lo que quería decir. Ellos son unos cabrones que no merecen que te pongas triste ni un segundo pensando en lo que te han hecho.

Elena pareció relajarse un poco entre sus brazos mientras Pol seguía:

—Sabes que te quiero un montón, puedes contar conmigo para lo que sea.

Se sentía en paz por fin, abrazado a su amigo más antiguo, tumbados los dos en su cama. Su respiración empezaba a recuperar su estado normal cuando notó la erección de Pol clavada contra su cuerpo, presionando contra el muslo.

—¡¡¿¿Sigues cachondo??!!

—Shhh, coño no grites, que nos oirá tu madre.

—Eres un cabrón, suéltame —le ordenó ella, tan serena como firme.

—Pero no te enfades, ¿qué puedo hacer yo?, es una reacción natural. Si yo te comprendo Elenita…

—Suéltame, Pol —insistió marcando todas las letras con autoridad.

Pero el muchacho estaba demasiado cachondo, avergonzado pero tan excitado que no podía obedecer. Simplemente notaba como la mente le ordenaba lo contrario a lo que le pedía el cuerpo. La abrazó aún con más fuerza, moviéndose con habilidad hasta quedarse justo encima de ella, clavándole el bulto ahora en la entrepierna, separados solo por la ropa.

—Qué buena que estás tía.

Elena intentó forcejear, en silencio para no preocupar a su madre pero con todas sus fuerzas, dándose cuenta de que estas no eran suficientes para librarse de aquel animal en celo que decía ser su amigo.

—¡Déjame en paz joder!

Pol seguía restregando su miembro contra su sexo mientras que sus manos acariciaban los pequeños pechos de su anfitriona por encima de la camiseta, excitándose aún más al notar que no llevaba sujetador.

Por favor Elenita no me dejes así, no te cuesta nada. ¡Por favor!

Continuó metiéndole mano mientras que ella luchaba por no poner el grito en el cielo y que medio vecindario se enterara de lo que le estaban haciendo.

—He dicho que me sueltes.

Estaba más preocupada de no hacer ruido que de librarse de él mientras su mejor amigo se desabrochaba el pantalón y se lo bajaba hasta las rodillas junto con el calzoncillo, presionando ahora el glande contra su vulva, con solo la finísima tela del pantalón de pijama por el medio.

—Lo necesito Elenita, lo necesito, ¡voy a explotar!

Las manos del pajillero dejaron sus pechos para acariciarle sus partes, en ese momento ella se dio cuenta que no podría librarse de él. Mientras una le acariciaba por delante la otra se colaba entre el colchón y sus nalgas para sobarle el trasero.

—Tienes el mejor culo que he visto nunca, mmm.

Elena pensó en gritar, y tuvo unas ganas inmensas de llorar, pero finalmente deslizó su mano y consiguió agarrar el erecto falo de Pol, comenzándolo a masturbar lentamente ante la sorpresa de este.

«Siempre es mejor una paja a tiempo que una violación», pensó ella.

—Mmm, mmm, ohh.

El joven sintió un placer inmenso desde el primer segundo, con la pequeña mano de su amiga subiendo y bajando pieles sensualmente mientras que él aprovechaba para seguir manoseándola.

—¡Ohh!, ¡ohh!, ¡ohhh!, mmm, mmm, ¡ohh!, ¡ohh!

Ella aumentó el ritmo de la paja, acariciándole el glande con el pulgar a medida que la masturbación se hacía más profunda.

—¡¡Ohh!!, ¡¡ohh!!, ¡¡ohhh!!, sí, síi, ¡¡ohh!!, ¡¡ohhh!!

Notaba las manos del muchacho por todas partes, colándose por dentro de la camiseta para magrearle los pechos, recorriendo su vagina por encima del pantalón, agarrándole los glúteos con fuerza. En este momento lo único que quería era terminar lo antes posible, ordeñar hasta la última gota del que ya consideraba su ex amigo.

—¡¡Ohh síi!!, ¡¡ohh síi!!, estás buenísima, ¡¡¡ohh!!!, ¡¡¡ohhh!!!

El joven inexperto enseguida notó que aguantaría poco, en un último intento de penetrarla agarró la goma de los shorts con fuerza y consiguió bajárselos hasta la mitad de su pubis, mostrando el inicio de lo que parecía un precioso sexo depilado en forma de triangulito, pero la estimulación genital junto con la visual fue demasiado para él y terminó por eyacular, expulsando numerosos chorros de semen contra el muslo de su forzada amante.

—¡¡¡Ohhhh!!!, ¡¡ohhhh!!, ¡¡ooohhhhh síiiii jodeeeerrrr!! Eres increíble Elenita, mmm, ¡mmm!, ¡¡ahhhh!!

Exhausto se dejó caer sobre ella, notando su satisfecho miembro contra la piel de la amiga, ahogado por el brutal orgasmo. Algo murió dentro de Elena aquella tarde, y fue mucho más que una bonita amistad.