Una historia de sexo no consentido que sin dudas te terminara volando la cabeza ¡Increible!

Aunque pasó a la historia con el nombre de La Guerra de las Especies, solo hubo dos grandes potencias enfrentadas: los homínidos y los reptilianos. Los primeros les superaban en número y tecnología, pero sus continuas guerras internas por temas religiosos y las desavenencias históricas entre sapiens y neandertales inclinaron la balanza hacia el lado lagarto. Estos, militarizados y esclavistas, poseedores de grandes reservas de petróleo, acabaron haciéndose con el control de los continentes, dominando todas las Ciudades Estado y los territorios a excepción del continente africano, considerado neutral. Los neandertales fueron prácticamente exterminados, mientras que los sapiens siguen sometidos, utilizándose sus hembras como concubinas y sus machos como mano de obra. La excepción la forman pequeños grupos, desorganizados y mal comunicados, que forman la resistencia.

Capítulo 1: Operación Radio

Ciudad Estado de Dodoma, África

El calor era sofocante en el exterior y solo dos ventiladores cochambrosos, dando vueltas con dificultad en el techo, protegían a la taberna de las altas temperaturas.

—Op tic Oma, Ompec —le dijo al barman un formícido, ataviado con los colores rojo y violeta de su colonia, vestido con vistosas hombreras y elegante capa.

—Lo siento compañero, aquí solo entendemos el idioma central.

—Un zumo de raíz, por favor —repitió él con voz conciliadora.

Sin duda su especie era de las más peculiares. Se sabía poco de ella y eran muchos los rumores. Nadie entendía porque fueron los últimos en “dar el salto”, los más lentos en evolucionar. Tampoco porque eran una clara minoría cuando su equivalente animal dominaba el mundo, habiendo miles de millones de insectos por todo el planeta. Ni porqué la naturaleza había elegido solo a las hormigas, olvidándose del resto de especies, incluso a sus parientes himenópteros.

—Aquí tienes —dijo el barman sirviéndole y fijándose en su metro cincuenta de estatura, disimulado por el alto taburete y contrastando con los casi dos metros de él.

Este era un neandertal, uno de los pocos que había en África y en La Tierra. Fornido y de rasgos primitivos, en nada se parecía al aspecto delicado de su cliente. El formícido movió las antenas, degustando su bebida. Dos hembras humanas se acercaron a la barra, sentándose una a cada lado del misterioso insecto. Ambas parecían tener edades similares, no menos de veinte y nunca más de treinta. Mientras una era un ejemplar habitual de la zona, de piel negra y pelo rizado, la otra destacaba por su piel blanca y la larga cabellera dorada. Vestidas con cuero tachonado marrón y de aspecto decidido, no conseguían pasar desapercibidas.

—Dos aguas de lluvia —dijo la rubia.

—El dinero por adelantado —informó con una mueca de desagrado el barman —. Soy demasiado viejo para fiarme de los sapiens.

—¿Satisfecho? —preguntó la negra dejando encima del mármol un saco con varios créditos.

El neandertal gruñó recogiendo el dinero y solo después de contarlo sirvió a las dos hembras.

—Es un ciudad libre —anunció molesta la blanca, harta de la mirada inquisitiva del camarero.

El ambiente se distendió un poco, las dos jóvenes sapiens observaban al formícido que, sin mediar palabra alguna, seguía disfrutando del brebaje.

—¿Vives por aquí? —se animó a preguntar al fin la negra.

—Mi colonia está en las afueras —contestó él, imposible de saber si la miraba con aquellos enormes ojos negros carentes de pupila.

—No sabía que os desplazabais solos, pensé que siempre ibais en grupo —intervino la otra.

—Las distancias son distintas para nosotros.

—¿Y no te da miedo venir solo? —insistió ella.

El formícido era capaz de observarlas a ambas a la vez sin necesidad de mover la cabeza, le inquietaba la presencia de dos sapiens, estudiaba su aspecto. Las dos llevaban las piernas descubiertas, cubierto el tronco inferior solo con gruesas bragas-pantalón de piel, pero eso no significaba que debajo del chaleco de cuero no pudieran llevar algún tipo de arma, o incluso escondida en las botas.

—Sabemos cuidarnos.

—Si quieres luego te acompañamos, el ambiente anda un poco revuelto por aquí —se ofreció la negra—. Te costará solo tres créditos, somos especialistas en seguridad.

—Lo agradezco, pero no será necesario.

—Entonces, ¿es cierto lo que dicen?, ¿puedes hablar a distancia con los tuyos?

El insecto se puso en guardia definitivamente, eran mucho las especulaciones sobre si los formícidos podían comunicarse a distancia, una evolución de la cualidad de comunicarse mediante feromonas de sus hermanas más primitivas las hormigas.

—Eso sería impresionante de ser cierto —mintió.

—Dejad a mi clientela en paz —advirtió el neandertal desde detrás de la barra.

—Métete en tus asuntos, mono —contestó desairada la rubia, poniéndose en pie en actitud amenazante.

Varios clientes del establecimiento, todos hombres de negocio reptilianos, se pusieron en pie. El barman sacó una recortada de debajo del mostrador cuando un instante después se encontró con dos pistolas apuntándole directamente a la cara.

—¡Putas esclavas de mierda! —les increpó él.

—Mejor eso que no ser unos jodidos vendidos, que os abristeis de piernas en cuanto las cosas se pusieron feas —respondió la negra.

—¡Qué sabréis vosotras de la guerra!, erais unas niñas si acaso habíais nacido.

—Escúchame bola de pelo cavernícola, suelta la escopeta o te juro que decoraré tu pared con tus sesos. Y esto va también por vosotras, ¡lagartijas!

Las sapiens apuntaban hacia todas direcciones cuando la rubia se dio cuenta de que el formícido ya no estaba entre ellos.

—¡Mierda! La hormiga, ¡no está! Vámonos de aquí Karen, ¡cúbreme!

La negra se colocó en la entrada, con la pistola apuntando al neandertal y a los reptilianos por turnos, esperó a que saliera su compañera y la siguió.

—¡Está allí! —gritó de nuevo la del pelo dorado viendo como el formícido andaba por un camino de tierra sin asfaltar—. ¡Vamos!

Pocos segundos después alcanzaron su objetivo, amenazándolo:

—No te muevas o llenaré el suelo con tus patitas, bicho.

Sin salida, obedeció.

—¿Quiénes sois?, ¿qué queréis de mí, mi dinero?

La rubia se quitó un brazalete, mostrando un tatuaje de Cernunnos, el Dios Ciervo y símbolo de la resistencia.

—Te necesitamos para nuestra causa, no es nada personal. Ven con nosotras y te prometo que no sufrirás ningún daño.

El objetivo sabía que eran capaces de cualquier cosa, estaba a punto de darse por vencido cuando una motocicleta irrumpió en el camino, derrapando y bajando de ella dos reptilianos armados. Ambos iban con cascos y vestían con el típico uniforme de los mercenarios de la zona.

—¡Joder!, ¡esos putos cara sapo deben haber llamado a la escolta! —dijo la negra justo antes de recibir un impacto de plasma en el abdomen, derribándola.

Su compañera la observó, apuntando a los dos asaltantes mientras que su amiga se retorcía de dolor en el suelo, sintiendo como le abrasaban las entrañas.

—¡Esta es una ciudad libre hijos de puta!

—Tan libre que aceptan a escoria como vosotras —dijo con voz pausada uno de los repitilianos sacándose el casco—. Tira el arma al suelo y mi compañero te fulminará a ti también.

La rubia dudó, pero oyendo los gritos agónicos de la otra finalmente obedeció, dejando caer la pistola.

—Ahora dale una patada hasta mí —ordenó el reptiliano.

Obedeció de nuevo.

—¿Balas?, os habéis quedado primitivos eh, ¿chimpancés? —ironizó este recogiendo el arma del suelo y mirando a su compañero.

—Gork, carga el cadáver en la moto y vayámonos de aquí, no quiero problemas con el gobierno de Dodoma.

—Creo que sigue viva —informó el subalterno cargando con el cuerpo—. Aún respira.

—¿Aguantará?

—No, me extrañaría que sobreviva más de diez o quince minutos.

—Bueno, una lástima, aunque tengo muy saboreadas a las negritas como ella. La rubita es más exótica. Cárgala y alejémonos del camino, tú también hormiga, te necesitaremos para entender todo este asunto.

Se adentraron entre los árboles y la maleza, buscando un sitio más discreto. Karen falleció durante el pequeño trayecto, ahogándose en su propia sangre. El líder reptiliano estampó a la rubia contra un árbol, le agarró el mentón y lo apretó con fuerza.

—Dime, ¿para qué coño quiere una putita cómo tú al bicho?

La hembra escupió a su agresor a modo de respuesta. Este apretó aún con más fuerza, casi levantándola del suelo, haciendo que tuviera que ponerse de puntillas.

—No es una buena idea, blanquita, ¿sabes lo que nos gustáis a los de mi especie? Sobre todo algo tan poco común como tú. Lástima que pocas veces duráis más de dos o tres polvos, los vuestros no saben ni follar. Contesta o te juro que de desangraremos por el coño.

—¿Qué coño te importa? Sois mercenarios no soldados.

—Eso es asunto mío. La información a veces vale más que cualquier mierda que saquemos de estas minas. Necesito algo para volver a mi tierra y olvidarme de este puto continente. Cuéntame: ¿Son reales los rumores? ¿pretendéis usar a las hormigas para conectar vuestras células terroristas?

—¡Qué te den batracio!

Esta vez el esputo fue acompañado de sangre, provocada por la presión de los fuertes dedos del reptil apretando contra su cara. El reptiliano se limpió con la mano libre, asqueado.

—Puedo irme ya —preguntó con cierta timidez el formícido, custodiado por el subalterno.

—Aún no —contestó el líder abruptamente—. Muy bien monita, ahora quítate esto y enséñame que tienes o acabarás como la morenita, ¿comprendes?

El reptiliano soltó a la sapiens y señaló el chaleco de cuero tachonado mientras que con la otra mano jugaba con el arma de plasma. Emily, la rubia, vio el rostro sin vida de su amiga Karen, seguido de su cuerpo contorsionado sobre la moto. Supo que su única opción era ganar tiempo. Lentamente, desató las correas de la armadura y la dejó caer sobre la vegetación, descubriendo unos generosos pechos tapados por un sujetador negro.

—Mmm —se relamió el subalterno, desviando momentáneamente su vista del formícido a la sapiens.

—Tienes razón, Gork, no se ven tetas así con facilidad. ¡Sigue! —dijo señalando ahora la braga-pantalón.

La rubia se quitó primero las botas, despacio, casi con sensualidad. Sus piernas se vieron torneadas y fibrosas, apetecibles. Puso ahora sus dedos sobre la hebilla de la braga y la deslizó hasta los pies para quitársela al fin. Debajo llevaba un finísimo tanga también negro que hizo las delicias de los dos reptilianos.

—Enséñame las tetas —se animó Gork a ordenar.

—Ya le has oído chimpancé, carne o plasma, tú decides —le advirtió el otro al ver su reticente expresión.

Emily llevó las manos a la espalda y desabrochó el sostén, dejándolo caer sobre la maleza y cubriéndose tímidamente los senos con los brazos. De reojo miraba el cielo y rezaba. Seguidamente, cubriéndose como podía, colocó sus dedos en la goma del tanga y dudó.

—¿A qué esperas?, queremos verte el coñito.

Perdió la esperanza y obedeció. Cedió con el único propósito de sobrevivir a lo que estaba seguro sería el siguiente paso, la violación a mano de aquellas alimañas.

—Dejadlo aquí por favor, no he recibido ningún daño, os agradezco la ayuda pero todo esto no es necesario —dijo el formícido con su voz suave.

—Cállate un rato, mastica hojas —ordenó el líder mientras que patosamente se desvestía de cintura para abajo—. La puta blanquita me ha puesto a mil.

—Orgf, orgf —exclamó el subalterno, también ansioso.

El reptiliano le entregó el arma a su compañero y este rio al ver su tremenda erección. Su pene blanquecino y viscoso era de grandes dimensiones, un aparato perfectamente diseñado y evolucionado para introducirse en cualquier cavidad y dificultar su expulsión. Esto los convertía en los violadores perfectos. Clavó sus ojos en la presa y pausadamente se acercó hacia ella.

—¿Ves lo que me provoca tu especie? Si os hubierais dedicado a follar en vez de a la guerra a todos nos habría ido mejor.

Emily tembló de miedo, pero desnuda y desarmada sus opciones eran mínimas. Incluso corriendo no tenía nada que hacer.

—Por favor… —suplicó el formícido.

—Gork, si la hormiga vuelve a hablar reviéntale la fea cabeza, ¿ok?

Volvió a empujar a la sapiens contra el árbol, ella pudo notar la corteza del tronco contra su columna. Le abrió los brazos con un movimiento rápido y sus manos se centraron en magrearle los pechos, apretujándolos y jugando con los pezones con sus afiladas garras.

—Orgf, orgf

—Tranquilo amigo, después de mí será tu turno, tú asegúrate de que nada me estorbe.

El reptiliano siguió sobándole las mamas ante las arcadas y el miedo de su víctima, luego deslizó dos de sus dedos por el vientre, pasando por el pubis y llegando al clítoris para comenzar a estimularlo.

—¿Te gusta zorra homínida?, nunca he entendido porque os rasuráis el chocho, pero lo cierto es que me encanta.

Emily cerró los ojos con fuerza, prohibiéndose llorar. El líder estaba demasiado caliente para seguir jugando, agarró a la sapiens por las axilas y apoyándola con fuerza contra el árbol le abrió las piernas con el cuerpo y la penetró sin piedad. La joven sintió como el miembro entraba con suma facilidad y una vez dentro se agrandaba, atrapándose y provocándole un dolor insoportable. Ambos gimieron por motivos completamente opuestos.

—¡Sabía que te iba a gustar!, sí, sí, grita como la puta que sois todas.

Sin que los pies le tocaran el suelo el reptiliano siguió abusando de ella, embistiéndola con dureza, reventándola por dentro y arrancando la corteza del árbol con las acometidas, provocándole heridas en las nalgas.

—Así me gusta, muévete, ¡disfruta pequeña zorra!

El dolor era insoportable, Emily gritaba descontroladamente cuando un ruido llamó la atención de los cuatro. Miraron al cielo y lo que parecía una pequeña mancha en el horizonte pronto se convirtió en un dron tripulado. El sonido de los rotores era casi ensordecedor cuando en vuelo rasante disparó contra el subalterno, dejando tan solo medio cuerpo en pie, expulsando sangre como si fuera un géiser.

—Pero qué demonios… —fue lo único que pudo decir el líder viendo el dron alejándose de nuevo.

Emily se puso las manos en la melena aprovechando que su cuerpo seguía suspendido en el aire, con el falo del reptil en sus entrañas y el tronco como únicos puntos de apoyo. De su cabello desenredó un fino y alargado cuchillo y mientras apuñalaba en el cuello a su agresor le gritó:

—¡Eso es tu muerte, cabrón!

Se lo clavó tres veces, provocando chorros de sangre y cayendo ambos al suelo. El miembro del reptiliano seguía dentro aunque este gritaba de dolor.

—¡¡Aaargghhh!!, ¡¡jodeeeer!!

—¿Sigues con ganas de follar? ¡a ver ahora! —exclamó apuñalándole en la parte del pene que sobresalía, haciendo que este enseguida perdiera el grosor y retirándolo como si de una angula se tratara.

—¡¡Putaaaa!!, ¡¡te mataré zorra inmunda!!

Malherido, el líder se arrastró hacia lo que quedaba de su compañero en busca de las armas de plasma, pero Emily le atravesó la pierna desnuda por la parte de la corva y lo clavó en el suelo. Andando casi de cuclillas, con dos hileras de sangre saliendo de su vagina y recorriendo sus muslos, consiguió llegar a una de las armas. Dando por neutralizado a su agresor apuntó al formícido y le advirtió:

—Mueve una sola antena y te volatilizaré, bicho.

El dron descendió lentamente a escasos metros, aprovechando que la vegetación dejaba libre una pequeña explanada.

Misión cumplida.

Capítulo 2: Cuartel General

En algún lugar al este de África

—Comandante, la sargento está en la enfermería y tenemos custodiado al formícido. La Operación Radio ha sido un éxito pero hemos perdido a Karen.

—¿Qué ha pasado? —preguntó el superior muy serio, sin darse la vuelta hacia el soldado de la resistencia y acariciándose la profunda cicatriz que empezaba en su frente, atravesaba su ojo derecho y terminaba cerca de la boca.

—Dos mercenarios reptilianos se han entrometido, ambos han sido abatidos.

—¿La sargento está bien?

—Nos ha informado de que tan solo ha recibido unos cortes en un forcejeo. Ahora mismo el doctor está con ella. Hemos recuperado el cuerpo de Karen Jessington.

—Esta noche oficiaremos su funeral, por favor, que alguien con mano izquierda informe a su pareja.

—Sí mi comandante.

—Haz pasar al formícido, espero que todo esto haya valido la pena.

—Sí señor.

Minutos después el formícido entró en lo que parecía la cámara personal del líder de la resistencia en África. Mientras que este le ofrecía una silla para sentarse no pudo apartar la vista de su cicatriz y el parche que cubría el ojo afectado.

—¿Cómo debo llamarte?

—Opmicopnicius —informó.

—Bien, muy pegadizo. Dime…este…lo que sea, yo soy el comandante Allan Smith. ¿Sabes por qué estás aquí?

—Lo sospecho.

—Eso facilita las cosas. Verás, los reptilianos nos superan en todo, hoy en día incluso en tecnología. Son muchos los intentos que hemos hecho para unir a la resistencia pero siempre interceptan nuestras comunicaciones. Las bajas se pueden contar por cientos y ninguno de nuestros sistemas de encriptación ha resultado ser útil. Os necesitamos.

—Creía que la guerra había terminado.

—Eso creen todos, pero nosotros somos mucho más que la resistencia, que el último reducto nuestra especie, solo necesitamos un poco de organización.

—Nosotros siempre hemos sido neutrales.

—No tuvisteis alternativa, sois pocos. Tampoco la tenéis ahora, debéis ayudarnos. Es fácil ser neutral cuando nadie os ha esclavizado.

—No veo cómo.

—Sabemos que os podéis comunicar a distancia mediante feromonas y de manera completamente indetectable. Por favor, no me lo niegues, es más fácil que seamos sinceros el uno con el otro a que mis científicos tengan que estudiarte como si fueras un animal que no ha hecho “el salto”.

El formícido asintió con la cabeza.

—Podemos hacerlo, pero nuestro rango es de unos diez kilómetros, dudo que pueda serviros de ayuda.

El comandante se rascó el mentón pensativo.

—Eso es lo que averiguaremos, si vuestro sistema se puede potenciar de alguna forma, o incluso “empaquetar”.

—¿Y nos vais a secuestrar a todos?

—Preferiría que convencieras a tu especie para que colaborasen, si te soy sincero.

—Creemos en lo colectivo, todo es de todos y actuamos siempre con el mismo propósito. En mi especie no hay escisiones, guerras ni rebeliones, pero cada colonia es independiente.

—Ayúdanos, sabes que los reptilianos algún día pondrán los ojos en vosotros. Sabes que antes o después no se conformarán con explotar África mediante empresas privadas y querrán colonizar el continente. Nosotros os daremos la libertad.

—Es un mal comienzo —se defendió Opmicopnicius, haciendo referencia a su reciente cautiverio.

—A situaciones desesperadas medidas desesperadas. Te aseguro que no es mi intención hacerte ningún daño. Una última pregunta, ¿por qué no avisaste a tus compañeros si tienes ese don?

—Solo habría servido para que alguien más saliera herido.

El comandante agarró un comunicador de alcance interno colgado en la pared y ordenó:

—Que venga Alfred el científico, y dos hombres.

—¿Mi escolta? —preguntó el formícido.

—Tu nuevo grupo de trabajo —contestó Allan Smith.

Cuando los tres hombres entraron en la cámara dirigiéndose a uno de los soldados volvió a ordenar:

—Que la sargento Emily Rose venga a verme cuando esté lista.

—Sí mi comandante.

Tiempo después llamaron al timbre de la cámara personal del comandante. Este abrió y por la puerta cruzó la sargento, vestida con una bata blanca y zapatillas del mismo color, típicos de la enfermería.

—Disculpe mi vestimenta comandante —se excusó ella.

Él la miró fijamente, la agarró por las mejillas y le besó en los labios.

—Pensé que todo había ido mal.

—Solo fue un susto, pero Karen…

—Lo sé, lo sé, yo mismo diré unas palabras en su nombre esta noche. ¿Tú estás bien?

—Muy bien, tan solo tengo un par de rascadas en la espalda —mintió ella, consciente de los puntos y las curas recibidas en su sexo.

El comandante acomodó dos sillas ante una pequeña mesa redonda e invitándola a sentarse sirvió dos tragos de absenta. Emily se sentó con dificultad, pero con disimulo. Se avergonzaba de lo que le había pasado.

—Nada que nuestro verde amigo no cure, pues —dijo Allan Smith saboreando el primer sorbo de alcohol.

Se fijó en el escote que la bata mostraba, sus grandes pechos eran difícilmente disimulables con aquella prenda standard. Sonrió antes de decir:

—Te he echado de menos, han sido seis días muy largos.

—Tardamos en encontrar a un ejemplar solo —contestó ella identificando perfectamente su lasciva mirada.

—Ya…pero tú, ¿me has echado de menos?

—Claro que te he echado de menos, es solo que estoy agotada.

El comandante se levantó y cogiendo con cuidado de la solapa de la bata de Emily la levantó con él, deslizó las manos por su espalda y estas agarraron a la rubia por las nalgas, acerando los cuerpos. Mientras acariciaba el que era, sin duda, el mejor trasero de la base, su erección creció dentro del pantalón y la presionó contra su sexo, oculto solo por unas finas braguitas blancas. Solo el roce fue de un dolor casi insoportable para ella y su maltratada anatomía. Quitó el frágil cinturón de la prenda y la abrió, destapando sus inmejorables pechos.

—¿Notas cómo me has puesto?

Comenzó a besarle en los labios y por el cuello mientras la sargento se sentía entre incómoda y asustada, negándose a contarle lo sufrido.

—Allan…estoy muy cansada, de verdad.

—Shhh, vamos cariño, no tendrás que hacer nada, lo haré yo todo.

Le acarició los pechos y los glúteos mientras que cuidadosamente la tumbó en una cama cercana, le abrió las piernas y se tumbó encima. Hábilmente se desnudó por completo, mostrando sus trabajados músculos y sus vistosas cicatrices. Ahora su erecto miembro presionaba nuevamente las partes de Emily, provocándole dolor.

—Allan, no puedo, de verdad.

—Venga, va, iré muy rápido y luego dormiremos abrazados hasta el funeral.

La sapiens enseguida supo que estaba demasiado cachondo para conseguir que parase sin darle un buen motivo, le agarró el falo con la mano e hizo un amago de masturbarle, pero además de dolorida estaba demasiado cansada para seguir el ritmo. El comandante se disponía a quitarle la ropa interior cuando ella consiguió frenarle diciendo:

—Para, tengo el periodo y sabes que odio hacerlo así —mintió de nuevo.

—Pero si no me importa cariño —siguió él metiéndole mano.

Sintiéndose desbordada consiguió darse la vuelta, notó la excitación de su pareja frotándole ahora las nalgas y desde esa nueva postura se quitó las bragas con cuidado, ocultando las curas de su vagina.

—¿Qué te ha pasado aquí? —preguntó Allan Smith al ver dos esparadrapos tapando su fibroso trasero.

—Las rascadas de las que te hablé.

—¿Te duelen?, ¿qué te hicieron?

—Me empujaron contra un árbol, ¿quieres hacerlo o no? —disimuló Emily sabiéndose interrogada.

—Claro, claro cariño —respondió él besándole la espalda y acomodándose—. ¿Lo hacemos a lo perrito?

—No, quiero que me des por detrás.

—¿¿Cómo?? —reaccionó el comandante sorprendido.

—Sí, mi amor, ¿no es lo que siempre has querido?

—Joder pero me dijiste que…

—Shhh, no pierdas la oportunidad. Hoy estamos de celebración y además sabes que odio hacerlo cuando sangro. Todos contentos, se tiene que probar de todo.

Allan sintió como su miembro tenía un espasmo por la excitación, mientras que la sargento se colocaba a cuatro patas él le agarraba los pechos desde detrás y ponía el glande en la entrada de su ano.

—Joder mi amor que buena que estás, ¿estás segura?

Completamente dolorida, Emily se mordió el labio y cerró los ojos antes de responder:

—Adelante.

El líder de la resistencia la agarró ahora por las caderas y sin pensárselo de nuevo la penetró con fuerza, llegando hasta la mitad del pene y gimiendo de puro placer. La estrechez del conducto le privaba de seguir avanzando, pero lejos de frustrarse aquella presión le estaba excitando de sobre manera. Su amante agachó la cabeza y mordió la almohada por el dolor.

—Sí nena, ¿estás bien?, ¿te gusta?, mmm.

Ella fue incapaz de responder y él embistió con más fuerza, penetrándola tan profundamente que solo se detuvo cuando los testículos ejercieron de tope. El placer indescriptible del comandante contrastaba con el terrible dolor de ella.

—¡¡Joder!!, ¡¡coño, me cago en la puta!!, tienes el mejor culo que he visto nunca —retiró las manos de las caderas y agarrándole nuevamente los pechos siguió—: y las mejores tetas, ¡¡¡ohhh!!!, ¡¡ohhh!!

Emily se concentraba con todas sus fuerzas para no gritar ni llorar mientras el tuerto seguía disfrutando de su cuerpo, sobándola sin parar y comenzando un dificultoso ejercicio de “mete-saca”.

—¡¡Ohhh!!, te gusta, ¿te gusta?, ¡qué buena que estás sargento Rose! Mmmmm.

El conducto fue cediendo y eso permitió que pudiera aumentar la velocidad y la fuerza del coito, acometiendo cada vez con más dureza y notando como los testículos rebotaban contra los glúteos de acero de la sapiens. Las manos apretujaron con demasiada fuerza sus senos cuando el comandante, sin poder retrasarlo más, se derramó en su interior entre fortísimos espasmos, gritando y gimiendo de manera animal. Ella notó un dolor traumatizante pero la perspectiva de que todo terminase la animó por primera vez en horas. El líder se estiró a su lado, exhausto.

—Ha sido genial, te amo.

Emily Rose se secó los humedecidos ojos antes de darse la vuelta y contestar con una falsa sonrisa:

—Yo también lo he disfrutado mucho.