Una experiencia sexual muy excitante antes de viajar a Madrid

En primer lugar, me gustaría disculparme por no haber publicado nada en tanto tiempo, desde junio del año pasado, creo; mi trabajo no me deja mucho tiempo libre y no he tenido mucha inspiración que digamos (ni que fuese yo un grande de la literatura y tuviese millones de lectores, pero bueno, creo que lo justo es disculparse). Ver que un autor como @Danisanpedro91 me dejase un comentario -te lo agradezco- me ha animado a contaros otra de mis vivencias.

Sé que con el primer relato que escribí os prometí que os contaría mis escarceos por Madrid; sin embargo, esta historia ocurre unos años antes, cuando aún no me había ido y estaba a punto de terminar la carrera. Rompe un poco con lo que tenía previsto, pero es una de mis experiencias más morbosas y creo que no podía no ponerla por escrito. Nuevamente, la base es real, aunque la historia está ligeramente modificada para hacerla más interesante.

Este relato va dedicado al protagonista del mismo, Alberto, que me enseñó lo divertido que puede ser quedarse hasta tarde estudiando en la universidad 😉


Mi vida antes de Madrid: Alberto

Os recuerdo, por si me habíais olvidado, que me llamo Iván y que soy un chico «mono», sin llegar a poder considerarme «guapo» (aunque Alberto diga lo contrario). Mi cuerpo es bastante normal, pelo castaño, ojos marrones y, respecto a mi amiguito de ahí abajo, tiene un tamaño normal y un grosor bastante aceptable (hasta ahora no he tenido queja).

Esta historia se desarrolla cuando tenía 22 años y estaba terminando la carrera, aún no había conocido al que sería mi primer novio del que, quizá, os hable en alguna ocasión 😉 En España, tras una reforma, es obligatorio realizar un trabajo fin de carrera para poder obtener el título universitario y, por aquel entonces, en ello estaba yo, muriéndome de ganas de acabar ese puñetero trabajo que me estaba robando la juventud que me quedaba. ¿Suponéis lo que os voy a decir ahora? Exacto, también llevaba mucho, MUCHO, sin poder follar. Entre los exámenes finales y el puñetero trabajo apenas tenía tiempo para quedar con nadie. Me estaba volviendo loco.

Una tarde, mientras estaba en la biblioteca, un colega me dijo que estaba por la zona, por si me apetecía bajar a charlar un rato ya que hacía demasiado que no nos veíamos. Mi amigo estudiaba Enfermería y aún le quedaba un año para acabar la carrera. La verdad es que estaba un poco saturado y le dije que sí, que esperase un momento y bajaría a tomarme un café con él, aunque fuese de la máquina de la biblioteca. Estuvimos un buen rato hablando y, para cuando me quise dar cuenta, ya había pasado casi una hora, por lo que le comenté que lo mejor era que me volviese a darle al tecleo si no quería que me quitasen el sitio. Lo acompañé hasta las escaleras y, cuando estaba a punto de subirme, nos cruzamos con un chico que se paró a hablar con mi amigo Víctor.

El chaval me fascinó. ¿Quién era este chico y por qué no lo había visto antes? Era de mediana estatura, muy moreno de piel (cosa que me vuelve loco) barbita y pelo alborotado y con un rollazo increíble. El calor ya había hecho de las suyas, por lo que los pantalones cortos que llevaba me dejaron contemplar unas piernas bastante definidas y un culo que pintaba interesante. Un pendiente de aro en la oreja izquierda completaba el conjunto. Mi polla se había puesto morcillona y mis pantalones cortos no ayudaban mucho a disimularlo; pero no creo que el chico se disese cuenta, ya que acabó de hablar con mi colega, se despidió y se fue.

Miré a Víctor, que me devolvió la mirada y se rio:

V: Te ha molado, ¿eh?

I: Pues no te lo voy a negar.

V: No podrías -dijo señalando mi entrepierna abultada-, me parece que algo dentro de tus pantalones te delata.

I: ¿Quién es? -pregunté dándole un suave puñetazo en el hombro.

V: Se llama Alberto, Alberto Buendía, ¿nunca te he hablado de él? -negué con la cabeza-. También estudia Enfermería, pero él está en cuarto; acaba este año. Pensaba que lo conocerías. ¿Te lo presento?

I: No, no te preocupes jaja Ya me las ingeniaré- dije guiñándole un ojo.

V: Miedo me das- dijo riendo-. Ya me contarás.

La verdad es que el chaval hacía honor a su apellido, porque verlo aparecer había convertido mi día en un buen día. Al volver a mi sitio en la biblioteca, intenté retomar lo que estaba haciendo: pero no era capaz, mi mente la ocupaba Alberto, su sonrisa (con un pequeño diastema que me encantaba), su piel, el bulto de sus pantalones… Así que me propuse camelármelo. Si Víctor lo conocía, quizá tuviesen alguna foto juntos, así que me metí en el perfil de instagram de Víctor y empecé a buscar fotos. Nada, ni una sola con él. ¿Y en las fotos en las que estaba etiquetado? Esas no se muestran directamente en el perfil. Tampoco, la cosa se ponía difícil.

¡Espera! Si está en cuarto de carrera tal vez conozca a mi amiga Elisa, que también es enfermera, y si conoce a Elisa, quizá se hayan ido juntos al viaje de fin de curso. «Elisa no me falles» pensé mientras entraba en su perfil de instagram… ¡BINGO! Después de cuatro o cinco fotos encontré una de todo el grupo en Riviera Maya (menuda suerte tenían los cabrones) y allí estaba él. ¿Pero estaba etiquetado? «¡Sí!» grité, ganándome el característico «shhh» de toda la mesa. ¿Siguiente paso? Cotillearle un poco el perfil. La verdad es que el chaval tenía un rollazo flipante y una mirada que… no sé, podría petrificarte, aunque a mí ya me había petrificado una parte de mi cuerpo sin ni siquiera mirarme 😛

Finalmente le seguí y, poco después, me llegó una notificación de que me había devuelto el follow. Y ahora, ¿cómo le entraba? A ver, sé ser descarado, pero cuando antes ha habido cierto cruce de miradas y esas cosas. Decidí pensarlo de camino a casa, ya que se supone que había ido a la biblioteca a trabajar. Debía ser sutil, no ir muy de lanzado por si el chaval me mandaba a la mierda; pero tenía el cerebro tan aplatanado por los exámenes y el trabajo que no se me ocurría nada.

Una semana después aún seguía igual. «¿Qué coño te pasa, Iván? ¿Vas a dejar pasar esta oportunidad?» Pues claro que no, joder, si casi todas las noches me la pelaba pensado en él. Hasta que se me ocurrió el cómo.

Había ocasiones en las que necesitaba consultar algunos libros del departamento de mi tutor para poder seguir avanzando con el trabajo. Me llevo bastante bien con él y llegué a ganarme su confianza en tal grado que me permitió quedarme en su despacho para poder trabajar. Me había dado una copia de su llave y alguna vez me había quedado hasta las ocho o las nueve de la noche, cuando la facultad ya estaba cerrada, estudiando allí. Una semana después de haber agregado a Alberto, decidí queadarme para intentar terminar una de las partes del trabajo.

Estaba concentrado, o semiconcentrado, cuando empecé a oír música. Me asomé por la ventana y vi un pequeño grupo de gente bailando y bebiendo y entonces recordé que mi amiga Elisa me había invitado a una fiesta que celebraban los del último año de Enfermería para celebrar el fin de sus exámenes. ¿Estaría Alberto? Revisé su perfil de instagram y vi que acababa de subir una foto con un cubata en la mano, asi que decidí dejarme de excusas y le mandé un dm: «Con este escándalo que estáis montando no hay quien trabaje, como tenga que bajar…». Sí, sé que suena muy sobrado, pero así soy yo.

Alberto tardó en contestar, pero finalmente lo hizo:

A: «¿Trabajando a estas horas? Pues igual sí que deberías bajar, te divertirías un poco más. Eres el amigo de Víctor, ¿no?»

I: «Jajaja, ojalá pudiese, tío, pero el TFG (Trabajo de fin de Grado) no se acaba solo. Sí, soy amigo de Víctor, ¿me conoces?»

A: «Sí, estabas con él la semana pasada en las escaleras de la biblioteca. Me ha hablado de ti»

«Puto Víctor», pensé.

I: «Espero que te haya hablado bien jaja Que sepas que bajar bajaría encantado, estoy muy aburrido aquí solito ;)»

A: «¿Estás solo? Qué pena, ¿no? Si necesitas compañía… Pero tu facultad está cerrada, ¿verdad?»

I: «¿Y si pudiese colarte?»

¿Acabo de decirle eso? Está claro que mi polla está empezando a mandar más que mi cerebro.

A: «No quiero meterte en problemas»

I: «¿Y si te digo que quiero colarte y que no hay nadie?»

A: «Entonces ya deberías estar chupándome la polla»

Aquel mensaje me encendió por completo. Le dije que me esperase en la puerta principal de la facultad, bajé las escaleras y allí estaba, esperándome; llevaba unos vaqueros ajustados que le marcaban el abultado paquete y una camiseta de manga corta blanca que contrastaba genial con su piel. Nos saludamos y subimos en silencio hasta el despacho de mi tutor, cerrando la puerta con el pestillo.

A: Así que aquí estabas, trabajando solito- dijo mientras se acercaba a mí. Su aliento olía a alcohol, sangría sin duda.

I: Sí, aunque ahora no estoy tan solo.

A: ¿He vuelto a ponerte la polla dura?.

I: ¿Quién ha dicho eso?

A: ¿Te crees que no me fijé el día que nos vimos? Disimulas muy mal -dijo mientras me agarraba el paquete-, ¿ves?

I: ¿Algún problema?- le dije sin apartar mi mirada de la suya.

A: En realidad sí -dijo mientras se apoyaba contra el escritorio de mi profesor-. ¿Qué haces que no me la estás comiendo?

Me arrodillé de inmediato y vi que ya traía la cremallera abierta, así que solo hizo falta desabrochar el botón. Le bajé los pantalones y los boxers y me encontré cara a cara con un rabo moreno de mediano tamaño que me lancé a devorar como un loco. Alberto gimió y empezó a acariciarme el pelo marcando el ritmo de la mamada.

A: ¿Has dicho que es el despacho de tu profesor, no?- me preguntó. Intenté asentir sin sacarme su polla de la boca, mirándolo a los ojos.

A: Pues quiero que cada vez que vengas a este despacho y mires esta mesa te acuerdes de lo que estás haciendo ahora mismo: estás de rodillas, chupándosela al tío que te la pone dura, al tío que te gusta. Sus palabras resonaron en mi cabeza una y otra vez,

Mi polla dio un respingo dentro de mis pantalones, por lo que decidí sacármela y empezar a pajearme mientras me esmeraba por darle a Alberto una buena mamada: recorría con la lengua su rabo de arriba a abajo, desde su capullo a sus huevos, babeándosela bien, lamiéndole la punta y volviendo a metérmela en la boca hasta donde podía. De vez en cuando, Alberto sacaba su rabo de mi boca, me levantaba la cara y me daba golpecitos en la cara con su polla. «Te gusta, ¿verdad? Uff qué putita eres» Repetía de vez en cuando; «joder, Iván, qué boquita, uff». De pronto me sacó la polla de la boca y me dijo «ponte contra la mesa, quiero follarte la boca». Se separó y ocupé su lugar, empecé a chupársela de nuevo y me ensartó toda la polla hasta la garganta, dándome caña y haciendo que su polla se fuese cubriendo de baba espesa. ¿Cómo había alcanzado esa velocidad tan rápido? Me castigaba la garganta de tal manera que se me saltaban las lágrimas, pero lo estaba disfrutando a más no poder. Necesitaba esa polla en mi boca.

Alberto bufaba con cada embestida, me agarraba de la cabeza y metía y sacaba su polla de mi boca una y otra vez. De pronto la sacó y me dijo «cómeme los huevos con esa boquita que tienes», a lo que no pude negarme. Si su rabo era toda una barra de golosina, sus huevos eran dos bolas de caramelo que chupé y amasé hasta cansarme: le lamía uno, el otro, me los metía en la boca mientras él se pajeaba dándome golpecitos en la cara de vez en cuando con la polla: «Así, así me gusta, uff qué boquita tienes. Sigue comiéndome la polla». Volví de nuevo a comerle el rabo metiéndomelo despacito en la boca, haciéndolo gemir cuando mi lengua entraba en contacto con su capullo: lo lamía y relamía como si de un helado se tratase, me lo metía en la boca, intentaba que mi nariz se encontrase con su pubis y, cuando lo conseguía, me encantan oírlo bufar y dedicarme frases como «qué bien la comes». Y lo que más me encantaba era levantar la mirada y verlo a él, al tío que me la había puesto dura follándome la boca.

Me di cuenta de que tenía bastante desatendida a mi polla, así que empecé a pajearme. Alberto pareció darse cuenta porque, sorprendentemente, me levantó, se arrodilló y empezó a comérmela él. Flipé. ¿Le molaba comer pollas? Más de una se había comido, porque menuda mamada, colega. Si yo tenía buena lengua, él ni te cuento. Me repasaba la polla de arriba a abajo, se comía mis huevos, intentaba tragársela entera… chaval, menudo mamadón. Entre el morbo de tenerlo arrodillado y lo bien que lo hacía no iba a tardar mucho en correrme, así que decidí aprovecharme de la situación.

Lo levanté y, aprovechando su desconcierto, lo empujé contra la silla de mi profesor que estaba detrás del escritorio mientras le comía la boca. Pero no, no lo senté de modo que me mirase a mí, sino que lo puse de espaldas. ¿Lo habéis averiguado? Sí, exacto, no iba a irme de allí sin comerle bien el culo. Cambiaban las tornas y la presa pasaba a ser el cazador. Quizá fuese por el alcohol que llevaba encima, pero no se resistió. Si ya me había parecido que tenía buen culo cuando nos conocimos, vérselo en vivo y en directo confirmó más que de sobra mi teoría. Comencé a morder y lamer suavemente sus nalgas escuchando como empezaba a suspirar y gemir suavemente, gemidos que se hicieron más audibles cuando abrí su culo y empecé a deslizar mi lengua por su raja, rozando suavemente su ano, pero sin hacerle demasiado caso. No sé si os lo he dicho, pero me ponen muchísimo los culos con algo de vello, y creedme que el Alberto es uno de los mejores culos que he tenido el privilegio de comer.

Finalmente sucumbí ante sus súplicas de «por favor, cómeme el culo» y decidí dedicarme de lleno a su ano, que comencé a lamer en círculos mientras oía como Alberto gemía. Recorría su culo de arriba a abajo, desde el perineo hasta el ano y entonces volvía a atarcarlo con mi lengua, intentando penetrarlo, sintiendo cómo sus barreras se abrían a mi paso. Alberto apretó mi cara contra su culo mientras gritaba «joder, sí, sigue comiéndome el culo, dios qué puta lengua, sigueee» y yo, como buen anfitrión, no paré. Si su polla me fascinaba su culo me tenía totalmente hipnotizado. Mi lengua, que intentaba poner lo más dura posible, lo penetraba, siendo cada vez más fácil entrar en su interior. De vez en cuando le daba algún azote, lo que le hacía gemir de placer mientras pedía más. Volví a recorrerle el perineo y le cogí el rabo por detrás para volver a chupárselo, no quería dejarlo desatendido.

De pronto me envalentoné, lo levanté y lo puse contra el escritorio apartando la silla.

I: ¿Y si te follo contra la mesa?

A: Hazlo, joder, hazlo de una puta vez.

I: ¿Quieres que te folle de verdad?- dije mientras empezaba a pasear mi rabo por su culo.

A: Sí, joder, sí, qué rabo tienes, por Dios, fóllame.

I: ¿Te gusta sentir mi rabo?

A: Sí, me encanta tu puto rabo, lo quiero dentro ya.

Dicho y hecho, volví a agacharme para volver a comerle el culo y empezar a jugar con mis dedos dentro de él, lo que hizo que se retorciese cada vez que uno entraba para jugar con su próstata.

A: Jodeeeer, que me folles yaaaa- suplicó.

Busqué en mi mochila y saqué un condón (siempre hay que estar preparado, ¿no?), me lo puse y presioné la cabeza de mi rabo contra su culo, que entró como si fuese mantequilla. Uff, llevaba casi tres semanas sin follarme un culo y echaba de menos la sensación de estrechez, de que un culo me abrazase todo el rabo. Empecé un mete-saca lento para que Alberto se acostumbrase, pero al ver que se deslizaba sin ningún problema decidí acelerar el ritmo.

A: Ufff, fóllame, maricón, dame duro, ¿o es que no sabes?- casi pude ver su sonrisita chula mientras decía aquello.

¿Aún tenía valor para plantarme cara y reírse de mí? Pues chulito, acabas de encontrar la horma de tu zapato.

Le saqué la polla entera y se la ensarté de golpe, provocando que soltase un gemido que debió de oírse en toda la facultad, algo que repetí un par de veces más antes de empezar una follada bastante cañera. Lo agarré del pelo y empece a comerle la oreja mientras le susurraba: «¿Así es como te gusta que te follen, niñato? ¿Dónde está el chulito de Alberto ahora?» Alberto masculló un «hijo de puta» mientras se llevaba la mano a la polla y empezaba a pajearse.

Pero necesitaba más, necesitaba verle la cara mientras me lo follaba, necesitaba ver esa carita de chulito mientras me lo follaba, así que saqué mi polla, lo tumbé sobre la mesa de mi profesor (sí, quité todo lo que había en medio, joder, siempre había deseado hacer eso), y volví a ensartarle mi polla, que no creo que aguantase mucho más el orgasmo que se avecinaba. Ahora podía verlo, podía ver como gemía, cómo cerraba los ojos cuando se sentía lleno de mí, de mi polla y cómo su mano no cesaba de pajear su polla, esa polla que al final acabé pajeando yo mientras él se ponía los brazos detrás de la cabeza y me miraba.

Sentí que me corría, que no había vuelta atrás y se lo dije, le anuncié que me iba a correr. Alberto me apartó la mano de su polla y decidí darle un gran final acelerando la velocidad de mi follada, haciéndolo gemir. No podía más, la estrechez de su culo y la falta de sexo en tanto tiempo me estaba matando, así que, casi entre aullidos, perlado de sudor, empecé a correrme dentro de él. Había sido bestial.

Cuando saqué la polla del culo de Alberto, las piernas me fallaron un poco y caí de rodillas. De pronto, sentí cómo Alberto se levantaba de la mesa rápidamente y me agarraba la cabeza.

A: Ahora me toca a mí correrme, cabronazo.

Empezó a pajearse rápidamente, a mí no me dio tiempo a reaccionar y se corrió en mi cara. Seis trallazos de lefa espesa como seis soles. Por eso apartó mi mano cuando estaba a punto de correrme, porque no quería correrse al mismo tiempo que yo y así poder vengarse y quedar por encima como el chulito que era. Menudo cabronazo.

A: Yo siempre gano, guaper- dijo guiñándome un ojo-. Deberías limpiarte, tienes algo en la cara- y empezó a reír mientras buscaba su ropa.

Me limpié la cara lo mejor que pude con algunos pañuelos de papel que llevaba en la mochila bajo la atenta mirada de Alberto.

A: ¿No vas a probarla? Con lo putita que eres…

I: Tendrás que ganarte ese privilegio.

A: No todo el mundo puede probar este rabo, ¿crees que tendrás una segunda oportunidad?

I: No lo creo, lo sé- y me pasé un dedo por la cara retirando el último resto de lefa y me lo llevé a la boca-. No está mal.

Nos vestimos y salimos de allí, no sin antes colocar la mesa y dejar la ventana ligeramente abierta para que el despacho se ventilase un poco, olía demasiado a sexo. Antes de irse, sorprendentemente, me abrazó.

I: ¿Puedo llamarte la próxima vez que necesite a un enfermero?

A: Es posible. Me he quedado con ganas de volver a probar lo que sabe hacer tu boquita-y se fue, supongo que volvería con sus amigos.

¿Volvimos a quedar? La respuesta es sí. Alberto tenía algo atrayente, mucho carisma y la verdad es que las veces que estuve con él fueron increíbles. Qué le vamos a hacer, me ponen demasiado los chulitos. ¿Queréis que os cuente qué pasó la segunda vez que quedamos? Bueno, no prometo nada; aunque espero no tardar un año en hacerlo 😉 Y tengo que pedirle permiso, claro, a ver si me deja, igual me lo tengo que ganar de algún modo.

¿Mi consejo? Tened siempre un enfermero a mano, saben muy bien qué hacer con el termómetro 😛