Una discusión por celos lleva a una pareja a hacer algo que jamás se imaginaron

Celos

-¿Vas a salir vestida así?

Esa simple pregunta fue el detonante de todo lo que pasó después.

-Sí ¿pasa algo? ¿No te gusta? ¿O es que vamos a tener otra discusión por culpa de tus celos? – me soltó, enfadándose por instantes y con sus brazos en jarras.

Claro que me gustaba, como para no hacerlo. A mí y a todo hombre con el que se encontrara aquella noche cuando saliera de fiesta con su amiga y su hermana. Y es que estaba preciosa con aquella minifalda, aquellas medias de rejilla, aquellos tacones de vértigo, aquella camiseta súper ajustada…

Aunque, a decir verdad, toda ella era una preciosidad. Lorena, mi novia durante los últimos tres años, dos de los cuales viviendo juntos, era una chica de las que solemos llamar cañón. Rondando el 1,75, cabellera larga negra que solía recoger en una coleta, unos ojos verdosos, aquella carita de rasgos finos y delicados que le daban un toque inocente que no tenía, un cuerpo esbelto y cuidado a base de gimnasio, pechos generosos que apenas podía abarcar con mis manos, piernas largas y torneadas y un culo firme y buen puesto.

Como para no estar celoso. Yo soy un tipo más bien normal y cada vez que salíamos juntos tenía que aguantar como los demás tíos recorrían con su mirada de forma lasciva el cuerpo de mi chica. Pero yo la quería y mucho, procuraba aguantar como podía pensando que cuando llegara a casa sería yo el que se acostara con aquel pedazo de mujer y no ninguno de aquellos cerdos.

Pero a veces, sin darme cuenta, brotaba esa parte de mí que procuraba ocultar ya que sabía que a ella no le gustaba nada. Y entonces se liaba parda. Como estaba a punto de suceder.

-¿Celoso? ¿Yo? Qué va, solo lo decía por tu propia comodidad, cariño. Con esos tacones es imposible que puedas bailar y, además, luego te quejarás que te duelen los pies.

Le mentí como un bellaco, está claro. Porque sí, lo reconozco, soy celoso pero hay otro defecto que aun supera a ese y no es otro que el de ser orgulloso. Así que, por nada del mundo, iba a darle la razón a mi novia.

-¿O sea que no eres celoso? entonces no te importará si me quito el sujetador y salgo con la tetas libres y bien apretaditas contra la camiseta, marcando pezón… -lo dijo para provocarme, estaba claro, pero yo no iba a dar mi brazo a torcer. Todo por no reconocer mi cagada. Maldito orgullo.

Lorena me miró de forma retadora, con sus ojos brillando por la furia que yo había provocado y, para mi sorpresa o no tanto, coló las manos bajo su camiseta y se deshizo de la prenda de forma rápida y precisa. Provocadora, me enseñó el sujetador y lo lanzó a mis pies, escrutando mi reacción.

Miré el sujetador, luego su camiseta donde se marcaban de forma contundente sus pechos y aún más sus pezones y luego su rostro triunfante. Y es que, si como os he dicho yo soy orgulloso, Lorena lo era aún más y tampoco estaba dispuesta a ceder ante mis celos y mi negativa a reconocerlos.

-Si así estás más cómoda… -sólo acerté a decir.

Otro destello de furia cruzó por su cara y, cuando estaba a punto de saltar sobre mi yugular, sonó el timbre de la puerta salvándome de una muerte certera. Sus tacones resonaron por el pasillo mientras se dirigía a la puerta a abrir a sus compañeras de juerga.

-Ala tía –sentí que exclamaba su amiga Maite –Ya veo que vienes en pie de guerra – supuse que lo decía por sus pezones inhiestos y me figuré que, como solía ser ella de atrevida, seguro que se los habría tocado por encima de la camiseta. Ella era así.

-Joder hermanita, así no hay manera – ahora era el turno de su hermana Paula. Y es que, con Lorena vestida de esa guisa, pocas oportunidades de ligar le daba a su hermana que, aunque no era fea, nada tenía que ver con su hermana.

-Calla, calla que esto es solo para darle un escarmiento al gilipollas de Miguel –sentí que les decía a ellas.

-¿Celoso otra vez? – Preguntó Maite- agggg… lo que daría yo por tener un chico que se preocupara por la ropa que me pongo en vez de pensar en cómo quitármela, jajaja.

-Pues si quieres te lo regalo –dijo mi novia denotando el intenso cabreo que tenía.

-Oye, pues no te digo yo que no –le contestó su amiga- ya sabes que no me importaría hacerle un favor…

-Lo que me faltaba –exclamó Lorena – encima ésta con ganas de tirarse a mi novio.

Yo, desde la habitación, escuchaba anonadado la conversación que mantenían en el salón como si desde allí no pudiera oírlas perfectamente.

-¡¡¡Miguel!!! – Gritó Lorena –¡¡ven aquí ahora mismo!!

¿Y ahora que quería ésta? ¿Pensaba seguir discutiendo con ellas delante? Yo, al menos, no pensaba hacerlo. Aquella interrupción había hecho que me calmara algo y no pensaba darle la satisfacción de ridiculizarme ante su amiga y su hermana.

Cuando entré en el salón, vi por primera vez a las otras dos chicas.

-Hola chicas –saludé- ¿Con ganas de salir de juerga?

Fue Maite la primera que se me acercó a darme dos besos. Como siempre, aquella rubia teñida estaba espectacular. Llevaba un ajustado vestido que ceñía sus tetas, aún más grandes que las de mi chica, marcaba de forma escandalosa sus anchas caderas y su soberbio trasero, dejando al descubierto la mayor parte de sus generosos muslos.

-No lo sabes tú bien –me contestó mientras sentía sus labios en mis mejillas y me embriagaba con su perfume.

-Hola cuñado –me dijo Paula a su vez.

Ella, como ya os había dicho, no tenía nada que ver con su hermana. Apenas llegaba al 1,70, su pelo negro lo llevaba corto, también delgada, con un busto más bien escaso lo que le permitía ir siempre sin sujetador, caderas estrechas y lo más reseñable de ella, su culito firme y respingón. Lo único que tenía en común con su hermana era aquel rostro inocente que, por lo que conocía de ella, sí que se ajustaba a su carácter y forma de ser.

Paula, para la ocasión, había elegido unas mallas ajustadas para resaltar la mejor parte de su anatomía y una camiseta ceñida donde se marcaban sus tetitas libres de ropa.

-Pues como os estaba diciendo, Miguel sigue empeñado en negar que es un tío celoso-prosiguió Lorena- así que, como al parecer no le molesta que vaya así vestida he pensado que, si a vosotras no os importa, podría venirse con nosotras de marcha.

Las dos chicas se miraron, intuyendo por donde iban los tiros y fue Maite la primera en responder.

-Claro que sí –dijo divertida- esta noche promete que nos lo vamos a pasar en grande jajaja.

-A mí me da igual -respondió tímida Paula no queriendo posicionarse con ninguno.

-Entonces ya está decidido –dijo volviéndose hacia mí- vete a cambiar que te vienes con nosotras. Ya veremos si cuando acabe la noche sigues manteniendo que no eres un hombre celoso.

No tenía ganas de discutir así que me encaminé a la habitación a cambiarme para acompañar a las chicas en su salida nocturna. O sea, que ese era el plan de Lorena. Me obligaba a salir con ella vestida de esa guisa, esperando que a la mínima saliera mi vena celosa y acabar dándole la razón, que era lo que realmente le importaba.

No se lo iba a poner fácil y estaba seguro que ella tampoco a mí. Pero, costara lo que costara, tenía que mostrarme fuerte y no dar mi brazo a torcer. Y el primer paso para conseguir descolocarla y hacerle entender que a ese juego podíamos jugar los dos, era acicalarme como pocas veces hacía poniéndome mis mejores galas.

Cuando me miré en el espejo, supe que había conseguido mi objetivo. Como ya he dicho, soy un tío de lo más normal, lo que no quiere decir que sea feo. Unos tejanos ajustados que marcaban mi culo y una camisa negra de manga corta, semiabierta mostrando parte de mis pectorales y dejando al descubierto mis fuertes brazos.

Cuando salí al salón unos silbidos de admiración de Maite, el enrojecimiento de cara de Paula y la cara de mala hostia de Lorena me confirmó que la primera victoria era mía.

Bajamos a la calle donde nos esperaba el coche de Paula al cual nos montamos, yo delante junto a mi cuñada y Lorena y Maite detrás cuchicheando entre ellas. Supuse que estarían hablando de mí y decidí ignorarlas y concentrarme en conversar de forma animada con Paula que estaba encantada con la atención que le estaba prestando.

No tardamos mucho en llegar a un local en el que no había estado nunca y que Paula me dijo que les había recomendado ella. Era un bar de copas que solían frecuentar los estudiantes universitarios, por eso lo conocía Paula, recién estrenada ese año en el ambiente estudiantil.

En cuanto salimos del coche y antes de que Lorena pudiera hacer o intentar cualquier acercamiento, cogí de la cintura a Paula convirtiéndola de esa manera en mi acompañante.

-Si no te importa me llevo a Paula conmigo, que nos hemos quedado a media conversación y como nos lo estábamos pasando tan bien… -le dije con mala intención a Lorena que acusó el golpe frunciendo el ceño.

Estaba claro que las cosas no estaban saliendo como ella quería pero estaba seguro que no se iba a rendir e iba a darlo todo para salirse victoriosa. Miró a Maite que le devolvió la mirada cómplice y eso me confirmó mis sospechas, aquellas dos habían planeado algo y no iba a tardar mucho en descubrirlo.

Entramos al local y, guiado por mi cuñada, nos acercamos a la barra mientras seguíamos conversando sobre sus estudios y su adaptación a su nueva vida. Las otras dos nos seguían enfrascadas en su propia conversación que no era capaz de escuchar con el ruido de la música.

Dos barras en cada punta del local, una zona de reservados cerca de cada barra y una pista central donde bailar componían la planta baja de aquel local. En la segunda, según me contó Paula, era una zona más tranquila donde la gente se relajaba y, sobre todo las parejas, aprovechaban su intimidad para meterse mano. Y lo dijo poniéndose roja, claro está.

Yo aproveché para meterme con ella, interesándome por saber si lo sabía por experiencia propia, cosa que ella negó vehementemente, provocando que primero yo y luego ella contagiada por mí estalláramos en una sincera carcajada. Detrás, Lorena nos miraba con mala cara y cada vez más enfadada. A ver si al final iba a ser ella la celosa…

Cuando llegamos a la barra, pedimos nuestras consumiciones y, mientras Paula y yo nos acomodábamos allí mismo para apurarlas, Lorena y Maite decidieron ir a la pista de baile.

-Ahí os quedáis muermos –nos gritó Maite mientras se llevaba a Lorena cogida del brazo, cada una con su bebida en la mano.

-Sabes lo que va a pasar ¿no? –me preguntó Paula mientras yo veía a las dos chicas meterse de lleno en el centro de la pista.

-Algo me imagino –dije sinceramente.

Y era la verdad. Desde el momento que Lorena me había ordenado que fuera con ellas sabía que su estrategia no era otra que la de dejarse querer por cualquier tío que se le acercara para hacerme estallar y ganar ella aquella particular disputa.

-Tienes que ser duro, respirar profundo y no caer en su juego –seguía aconsejándome Paula.

-¿Estás de mi parte? –Pregunté sorprendido- Creía que te ibas a posicionar con tu hermana…

-Pues te equivocas, Miguel. Estoy harta de que siempre se salga con la suya y, además, tú me caes muy bien. Ya va siendo hora que alguien le pare los pies y yo te voy a ayudar a ello –dijo guiñándome un ojo y rozándome el brazo con complicidad.

-Pues gracias. Siempre es bueno saber que no estoy solo en esto, se me va a hacer duro aguantar lo que tu hermanita me tendrá preparado…

Desde donde estábamos apenas podíamos ver a las dos chicas en la pista pero, por lo que intuíamos, ya estaban rodeadas por varios chicos que las cortejaban.

No me preocupé demasiado. Sabía que estaban tanteando el terreno y que cuando se hubieran decidido por alguien en firme ya se preocuparía Lorena que yo lo viera todo bien visto, esa era la única forma de doblegarme y hacer que brotaran mis celos, que era lo que ella pretendía.

Así que, sabiendo que de momento no había nada nuevo a la vista, me concentré en seguir disfrutando de la compañía de Paula con la que, realmente, estaba disfrutando enormemente. De esa manera perdí la noción del tiempo, tan a gusto estaba en su compañía que no me di cuenta de los cambios que se producían en la pista.

-Ya empieza –me alertó Paula, haciéndome girar la cabeza buscando lo que ella ya estaba viendo.

Tenía razón. Lorena había encontrado el candidato con el que me iba a poner a prueba y no pude negar que se había lucido con la elección. Un tío alto, rondando el 1,90, visitante asiduo al gimnasio a tenor del volumen de sus bíceps y sus pectorales marcados por aquella ajustada camiseta, pelo negro ensortijado, tez muy morena y su rostro, atractivo, aunque lo que más llamaba la atención de él era su expresión chulesca.

Estaba claro que Lorena había escogido al prototipo de hombre que más odiaba, el típico chulito acostumbrado a salirse con la suya, a llevarse por la cara a cualquier mujer ya fuera soltera, casada o lo que fuera, sin importarle nada ni sus parejas ni la propia mujer, a la que sólo quería beneficiarse y a por otra.

Ahí ya estuve a punto de estallar, de rendirme antes de haber empezado, pero por suerte o desgracia tenía a mi lado a Paula que, con sólo poner su mano sobre la mía, consiguió calmarme y contener aquel inicio de celos que habían surgido de mi interior.

-Menuda cabrona está hecha –me dijo Paula apaciguándome con su caricia – debe de estar realmente cabreada para ponerse a tontear con semejante gilipollas.

-¿Lo conoces? –le pregunté ya que, por su forma de hablar, me dio a entender que sí lo hacía.

-Claro. Se llama Abel y creo que estudia el último año de carrera aunque no sé en qué materia. Tiene bastante éxito con las chicas por lo que dicen y todas las noches sale de aquí con una distinta.

Me pareció denotar un toque de amargura en su voz, quizás diría que hasta odio en sus palabras.

-Parece que no te cae muy bien –le dije sondeando su reacción.

-No mucho la verdad –dijo fijando sus ojos en los míos -¿Sabes que en todo el tiempo que llevo viniendo por aquí ni una sola vez ha intentado ligar conmigo?

O sea que era eso. Celos y envidia. Aquel ligón de pacotilla nunca había considerado digno de su harem a Paula y, a las primeras de cambio, se lanzaba con todo a por su hermana Lorena con la que ya estaba bailando en la pista, aunque todavía algo separados. Aunque algo me decía que aquello no iba a durar demasiado.

A su lado, Maite se dejaba querer por otro universitario con el que ya se rozaba sin miramientos. Tampoco nada extraño. A sus 27 años, Maite tenía un amplio historial de romances de una noche que incluía tanto hombres solteros como casados y, por lo que había podido intuir en alguna conversación entre ellas, también alguna fémina.

Pero lo que a mí realmente me interesaba era Lorena y en ella fijé mi atención. La copa que se había llevado había desaparecido de su mano y ahora sus dos manos se movían al compás de la música resiguiendo el contorno de su cuerpo, exhibiéndose ante su nuevo amigo que no perdía detalle de la belleza de mi novia.

Él hizo amago de acercarse y ella, instintivamente, dio un paso atrás dejándole claro lo que ella quería. El chico pareció resignarse y continuó bailando esperando a una nueva oportunidad. Lorena se giró levemente para mirar mi rostro, que se esperaba encontrar demudado por los celos y en su lugar se encontró con mi rostro totalmente tranquilo una vez superado el primer brote de celos gracias a la ayuda de Paula.

Vi en su rostro la confusión y la decepción, supongo que esperaba una claudicación rápida por mi parte y en cambio se encontraba con todo lo contrario. Y encima, tenía que lidiar con aquel sujeto que sabía que tampoco debía ser plato de su devoción ya que ella también odiaba aquel tipo de hombres.

Para rematarlo, alcé mi copa saludándola y eso hizo cabrearla aún más. A su lado Maite vio toda la escena no entendiendo lo que estaba pasando. Otra que pensaba que aquello iba a ser pan comido.

-Lo estás haciendo genial –me animó Paula volviendo a posar su mano sobre la mía que ahora ya no retiró ni yo aparté.

Lorena, ofuscada por su momentánea derrota, subió un escalón su juego con Abel, acercándose ahora ella hacia él que, encantado, no rechazó su avance. Ahora bailaban los dos juntos aunque no pegados, apenas unos centímetros los separaban, lo que no quitaba que de vez en cuando, de forma inevitable, sus cuerpos se rozaran.

Mi corazón empezó a latir de forma más rápida pero Paula, como presagiando lo que se avecinaba, siguió acariciando mi mano y mi brazo mientras, inclinada sobre mí para hacerse oír por la música, me susurraba palabras tranquilizadoras para intentar apaciguarme.

Y cosa extraña, lo consiguió. Paula me transmitía con sus palabras y gestos paz y sosiego, calma para poder aguantar lo que estaba viendo. Aunque lo que transmitía de puertas para fuera era otra cosa bien distinta. Lorena, desde la pista, cuando buscó el inicio de mi ataque de celos y su victoria, lo que vio fue a su hermana inclinada sobre su novio, acariciándole y susurrándole cosas al oído.

Eso es lo que yo intuí poco después cuando, al separarme de Paula, me encontré a Lorena totalmente pegada a aquel chico, rozándose ambos ya de forma descarada y sin tapujo alguno, aunque todavía sin meterse mano ya que sus manos aún se agarraban por la cintura.

No sé porque pero esta vez me costó menos contenerme. Supongo que aún estaba bajo el influjo de las palabras de Paula y vi aquello más como otra provocación de Lorena para salirse con la suya que como una traición a nuestra relación.

Maite, a su vez, mientras bailaba de forma sensual con aquel otro chico, no dejaba de lanzar miradas tanto a Lorena como a mí, cada vez más desconcertada con lo que allí estaba pasando.

Abel se inclinó sobre la oreja de Lorena para decirle algo al oído, algo que le gustaba por la cara que ella ponía, que me miraba jocosa intuyendo que debía estar a punto de explotar ya que, según se mirara, parecía que él estaba besándole el cuello o la propia oreja mientras sus manos no dejaban de recorrer su cintura subiendo y bajando, casi rozando ya sus nalgas.

-Tienes que ser fuerte, Miguel –intentó calmarme Paula-sólo te está provocando.

Lo sabía pero no por ello dejaba de doler lo que estaba viendo. Y más que dolió cuando vi cómo, sin resistencia por su parte, las manos de él bajaban definitivamente y se posaban sin reparo sobre su culo. Él, sonriendo por haber dado aquel paso importante y viéndose próximo a añadir una nueva víctima a su historial y ella, pensando que me había dado la puntilla final.

Y otra vez me salvó Paula cuando estaba a punto de darme por vencido, confesar mi pecado y darle la razón como siempre hacía. Pero esta vez no fueron sus palabras ni sus caricias sino algo involuntario por su parte que me hizo desviar la atención de forma drástica de la pista y de mi novia.

Paula se inclinó y me abrazó, quedando mi cabeza medio apoyada en su hombro y, desde aquella posición, pude distinguir perfectamente como sus pezones erguidos se marcaban sobre la camiseta. Me dejé embriagar por su calor, por el olor que desprendía, por la visión de sus tetas pequeñas y aquellos pezones que levantaban levemente su camiseta, sus muslos apretados bajo aquellas mallas e intentando vislumbrar la silueta de su sexo bajo la apretada tela.

Me empalmé. Mientras mi novia se dejaba manosear por un chulo de discoteca yo me empalmaba al sentir el contacto del cuerpo de mi cuñada. Me aparté ligeramente de ella, algo avergonzado por mi erección y por lo que le estaba haciendo a Paula. Ella había salido con la intención de divertirse y allí estaba, haciendo compañía y ayudándome a superar aquel mal trago que mi orgullo había provocado. Bueno el mío y el de Lorena, que ella también tenía su culpa.

Me levanté y Paula se sobresaltó pensando que iba a montar alguna escena pero nada más lejos de mi intención. La cogí de la mano y la hice seguirme a través de la pista, yéndonos a la otra punta, cerca de la otra barra y lejos de la mirada de Lorena y Maite.

Ella se dejaba llevar, no entendiendo que pretendía, quedándose algo atónita cuando, con mis manos en su cintura, empecé a mover mi cuerpo al son de la música. Paula, tras una breve vacilación, sonrió y empezó a moverse, acompasando sus movimientos a los míos. Por primera vez en toda la noche la veía feliz y eso ya era suficiente para mí, mi forma de agradecerle su apoyo incondicional.

Aunque claro, no iba a tardar en ser provocado de nuevo por mi novia que, viendo lo que creía mi escapada, se apresuró en ir tras nosotros para acabar lo que había empezado. Y Maite detrás, aunque sola, ya sin su acompañante.

Lorena, siguiendo en su provocación, vino hasta la barra cogida de la mano de Abel y totalmente pegada a él. En la barra, de frente a mí mientras él la abrazaba por detrás, susurrándole cosas en el oído mientras esperaban que les sirvieran sus consumiciones, retándome con la mirada.

No le hice ni caso, para deleite de Paula y enfado de Lorena que ya me creía vencido. Maite, también en la barra, observaba la situación y su rostro denotaba la preocupación por cómo estaban discurriendo las cosas. La cosa se estaba saliendo de madre y ella era plenamente consciente de ello y empezaba a tener serias dudas de cómo podía acabar aquello.

-¿Me lo dejas un rato? –la voz de Maite me sobresaltó mientras seguía bailando con Paula.

-Claro –dijo ella, cediéndole el lugar y yendo a la barra desde donde no pensaba perder detalle de lo que ocurría.

-Tienes que parar esto –me dijo Maite no más quedarnos solos.

-¿Por qué yo? Yo no estoy haciendo nada malo –le dije con toda la tranquilidad del mundo que estaba lejos de sentir.

-Porque eres más razonable que ella. Lorena no va a dar su brazo a torcer hasta que cedas y, al paso que va todo, no estoy muy segura si no va a hacer algo que va a lamentar luego, si no lo ha hecho ya –lo dijo preocupada, no le gustaba lo que estaba viendo y quería parar aquello antes que fuera demasiado tarde.

-Tú lo has dicho, quizás ya sea demasiado tarde y se haya pasado de la raya hace rato. Quizás deberías hablar con ella en lugar de conmigo, al fin y al cabo es ella la que ha empezado este juego de provocación y debería ser ella la que lo acabe.

-Pero Miguel, ¿no te das cuenta que ella no es de piedra? Si seguís así va a ser incapaz de dar marcha atrás y va a acabar haciendo una tontería –parecía desesperada pero no me iba a amilanar. Otra vez mi orgullo salía a relucir.

-Yo tampoco lo soy y no creo que me hayas visto tocarle el culo a Paula o a ti misma, que ganas no me faltan –le dije provocándola, cosa que la cogió por sorpresa- ¿te sorprende? Estás muy buena Maite y nada me gustaría más que meterte mano… pero no lo hago porque tengo novia y la respeto aunque ella no tenga las mismas consideraciones conmigo…

Maite suspiró resignada, sabiendo que de mí no iba a sacar nada y me dejó abandonado en la pista, yéndose en busca de Lorena a intentar hacerla entrar en razón. Paula reapareció a mi lado, la volví a coger de la cintura y reemprendimos el baile donde lo habíamos dejado antes de que nos interrumpieran.

En la barra, Maite intentaba en vano hacer entrar en razón a Lorena, que solo estaba dispuesta a aceptar mi total rendición. Tampoco ayudaba que su acompañante, en ningún momento dejó de acariciarla, de susurrarle cosas al oído y apretar su pelvis contra su culo, haciéndole notar lo que su presencia provocaba en él.

Maite se apartó, derrotada, no sabiendo qué más hacer para parar aquello. Me compadecí de ella, se preocupaba por nosotros y entendía su preocupación, yo tampoco tenía muy claro hasta donde estaba dispuesta a llegar Lorena para salirse con la suya.

Enfrascado en mis pensamientos, súbitamente fui girado por Paula, quedando de espaldas a la barra y perdiendo de vista a mi chica. Ella, ruborizada, se acercó un poco más a mí, casi notando aquellos dos bultitos pegados a mi pecho, rozándonos nuestros muslos con cada movimiento que hacíamos, casi sintiendo su cálido aliento sobre mi rostro.

-¿Y esto? –pregunté curioso por su reacción.

-Me apetecía sentirte más cerca –me dijo con aquel rubor que teñía sus mejillas- ¿acaso te molesta?

-Para nada pero quizás tu hermana crea lo que no es y a saber qué es capaz de hacer… esto está yendo demasiado lejos –le dije aceptando y asumiendo aquello por primera vez, dispuesto a dar de nuevo mi brazo a torcer aunque ahora de forma racional y no por un ataque de celos.

Vi un brillo extraño en sus ojos que miraban detrás de mí mientras sus manos me aferraban de la cintura manteniéndome en aquella posición, como queriendo impedir que me diera la vuelta. Entonces me percaté del porqué de su comportamiento, sólo había querido apartarme para que no viera algo.

Rápidamente la hice girar, quedando frente a frente con la barra donde estaban Lorena y Abel. Y entonces entendí el porqué de intentar desviar mi atención. Y es que allí, apoyados aún en la barra, Lorena con su cabeza medio ladeada, se dejaba besar el cuello por aquel ligón de pacotilla mientras su mano se paseaba sin reparo por sus tetas por encima de la camiseta.

Me quedé paralizado, sin poder de reacción, estupefacto por lo que estaba viendo mientras Maite, asustada, venía a nuestro encuentro y le decía a Paula que me llevara al baño a remojarme un poco la cara mientras ella iba a parar aquello pero ya.

Me dejé guiar hasta el baño de hombres donde Paula entró conmigo sin importarle lo que pudieran pensar de ella, me hizo meter la cabeza bajo el grifo y me remojó la cabeza, despejándome casi al instante. Entonces surgieron los celos, unos celos enfermizos que me pedían romperle la cara a aquel sujeto por meterle mano a mi chica, decirle a Lorena lo puta que era y mandarla a la mierda.

Casi empujé a Paula, quitándomela de encima y saliendo del baño hecho una furia. Cuando llegué a la barra no había nadie, ni rastro de Lorena, ni de su amigo ni de Maite. Me paseé por el local cual toro enfurecido, buscando descargar mi ira contra algo o contra alguien pero, por fortuna, nadie se interpuso en mi camino.

Poco a poco mi ira se fue apaciguando algo, haciendo que pudiera pensar con algo más de claridad y darme cuenta que allí no estaban.

-Deben estar fuera –dije tanto para mí como para Paula que, al fin, había conseguido llegar a mi altura.

Salí del local, miré a ambos lados de la calle y ni rastro de ellos. El parking me dije y hacia allí me dirigí seguido de Paula que escribía de forma frenética en su móvil, supongo que intentando averiguar qué estaba pasando.

Supe que había acertado cuando vi salir de entre los coches aparcados a una Maite descompuesta que, cuando nos vio, trató de pararnos diciéndonos no sé qué, ya que la ignoré completamente y seguí andando por donde ella había aparecido. A mis espaldas, Maite le contaba algo a Paula que ni supe ni quise escuchar. Solo quería encontrar a mi novia y hacer lo que hiciera falta para apartarla de aquel energúmeno.

Pero claro, ya era tarde. Al final del parking, entre dos coches, en mitad de la penumbra de aquel sitio mal iluminado, vi la figura alta de Abel sobresaliendo de los techos de los coches. Casi corrí hasta allí, dejando atrás a las dos chicas cogidas por sorpresa por mi arrebato, gritándome que parara. Pero no lo hice.

No al menos hasta que llegué a un claro desde donde, sin ningún obstáculo de por medio, vi que Abel estaba desnudo de cintura para abajo, que Lorena estaba sentada en el asiento del conductor pero de lado, con sus piernas apoyadas en el suelo pavimentado, que su boca engullía la polla de aquel chaval que, con sus manos en su cabeza, marcaba el ritmo de la mamada que le practicaba mi novia.

Me hundí. Cada vez que aquella polla entraba y salía de la boca de Lorena me sentía caer un poco más, como si la tierra me tragara y ya no me dejara ir más. Totalmente paralizado, incapaz de apartar la mirada de aquella escena que significaba el final de nuestra relación, la traición final.

Unos leves cuchicheos a mis espaldas me advirtieron de la llegada de las dos mujeres que, al igual que yo, se pararon al ver lo mismo que veía yo. Se hizo el silencio a mi alrededor casi pudiendo oír el sonido de succión de la boca de Lorena sobre aquel miembro que engullía. Noté una mano sobre mi hombro, como pidiéndome que no siguiera allí y nos marcháramos. Más quisiera yo pero estaba completamente paralizado.

En frente nuestro, Abel debía querer algo más porque apartó a Lorena de su polla y le dijo algo que, desde nuestra posición, no pudimos escuchar. Pero tampoco hizo falta ya que mi novia, deseosa de satisfacerle, se apresuró a obedecerle. Se alzó del asiento del coche quedando de pie delante de su amante que, expectante, vio como Lorena llevaba sus manos bajo su falda y hacía descender sus braguitas que, una vez recogidas del suelo, alargó al chico que no tardó en llevarlas a su nariz para impregnarse con su olor penetrante.

No me podía creer que Lorena hubiera hecho eso y, menos, lo que iba a hacer a continuación. Ya que mientras Abel seguía oliendo su ropa interior ella se giró, encontrándose nuestras miradas en un breve suspiro, apoyando sus brazos sobre el asiento del coche, con sus piernas apoyadas sobre el asfalto y bien abiertas, su falda subida en su cintura y exhibiendo su desnudo culo, ofreciéndose.

Supe que no iba a echarse atrás. Aquella mirada que había visto me había dejado claro que mi novia era puro fuego, aquel ligón había quebrado sus defensas y ella estaba totalmente a su merced, dispuesta a satisfacerle hasta donde le demandara mientras apagara el intenso ardor que la devoraba por dentro. Lorena había jugado con fuego y había acabado quemándose. Y yo con ella.

Abel no se hizo de rogar y, con sus manos en su cintura, enfiló su dura verga en el interior del coño de Lorena, que la recibió con un grito de liberación que llegó hasta nuestra ubicación. Un grito que se me clavó en mi pecho como si me hubieran disparado.

A partir de ahí me cuesta recordar lo que pasó. Recuerdo unas manos que, ahora con más vigor, me arrastraban lejos de allí, apartándome de la visión de aquel chulo follándose a mi novia. Recuerdo como me metían, casi empujaban, dentro de un coche que casi al instante partía hacia un destino desconocido. Al menos para mí.

Recuerdo a alguien sentado a mi lado, que intentaba confortarme de forma vana, voces que hablaban, casi discutían pero yo no podía distinguir qué decían ya que mi mente seguía anclada en aquel parking donde Lorena había llevado demasiado lejos su juego.

Recuerdo que, cogido por ambos brazos, me subían en un ascensor y después entrábamos en un piso que desconocía a quien pertenecía. Otra vez sonaban palabras, volvían a discutir y otra vez nos movíamos, vete tú a saber dónde y tampoco me importaba.

Noté como un par de manos pugnaban por quitarme la ropa, dejándome completamente desnudo y me metían bajo la ducha. Un chorro de agua fría sobre mi cuerpo me hizo despertar de aquel sopor en que había caído, aquel estar y no estar y casi grité de dolor al sentir el agua helada golpeando mi piel.

Salí raudo de la ducha, apartándome del agua salvadora pero hiriente y, por primera vez en mucho rato, fui consciente de todo lo sucedido. Vi que estaba en un baño que no conocía, completamente desnudo, con las gotas de agua surcando mi piel desnuda y que delante de mí, contemplándome como si nunca me hubiera visto, estaba Maite totalmente absorta con su vista fijada en mi entrepierna.

Y entonces sucedió lo inevitable. Todos los celos reprimidos, toda la tensión acumulada durante la noche, el recordar la traición de mi novia con aquel energúmeno… todo eso, en un cóctel explosivo, estalló en aquel instante mientras observaba la figura de Maite que, ajena a ello, no se percató del brote de ira que subía del fondo de mis entrañas y que se apoderaba de mí.

Se sobresaltó cuando me vio abalanzarme sobre ella pero fue incapaz de reaccionar, quedando apresada entre mi cuerpo y la pica del lavabo, con mis manos sujetando las suyas. Vi temor en sus ojos cuando vio mi rostro desfigurado por todo el dolor acumulado, transmutado en la más profunda ira.

-Estarás contenta con lo que has conseguido –le escupí en la cara- maquinando y tramando como joderme con tu amiguita del alma… pues bien, lo habéis conseguido, me habéis jodido pero a base de bien… y ahora voy a hacer lo mismo contigo, zorra…

Con una mano apresando las suyas, la volteé dejándola de espaldas a mí, con su cuerpo inclinado y apoyado sobre el filo del lavabo. Con la mano libre subí como pude su vestido hasta dejar a la vista sus nalgas apenas cubiertas por la fina tela del tanga que llevaba. Eso acabó de encenderme más y es que la visión de su culo exuberante no era para menos, sumando a mi furia ahora una calentura exacerbada.

Le arranqué de un tirón su tanga, descubriendo por primera vez el orificio de su culo y el inicio de su rajita depilada que, por lo que podía ver, no le disgustaba mucho el trato que le daba a su dueña. Llevé mi mano allí, palpando su sexo y comprobando que, ciertamente, Maite se estaba excitando con aquello mientras movía mi pelvis para rozar con mi miembro la piel de ella para acabar de endurecerlo.

No costó mucho hacerlo y mientras cruzaba en el espejo del baño mi mirada con la de Maite, una mirada llena de lujuria y expectante ante lo que se avecinaba, dirigí mi polla hasta su entrada, empujando con todas mis fuerzas y arrancándole un grito mitad dolor mitad placer.

Lo que siguió a continuación fue un ataque en toda regla contra el cuerpo indefenso de Maite que, sin ningunas ganas de huir de mí, se liberó de mi agarre para sujetarse con sus manos a la pica para recibir mis embestidas sin que peligrara su integridad.

Libre de sujetarla, me incliné para apoderarme de sus grandes tetas por encima del vestido, asiéndome a ellas mientras la penetraba totalmente enfurecido haciéndola pagar a ella la traición de mi novia. Y por su mirada encendida, encantada de ser castigada de aquella manera.

Y algo más me encontré en el reflejo del espejo. Y es que, oyendo el grito de Maite al ser ensartada por mi verga, había entrado en el baño Paula encontrándonos en aquella peculiar e inesperada situación. Nuestras miradas se encontraron y vi fuego en ellos, sus mejillas encendidas, sus pezones empitonados y sus muslos rozándose nerviosos, tratando de apaciguar la calentura que surgía de su interior.

No lo consiguió. Entre grito y grito de Maite y el chocar de nuestros cuerpos en aquel polvo salvaje vi cómo, cogiéndome por sorpresa y dándose por vencida a lo que sentía, se quitaba su camiseta dejándome ver por vez primera sus pequeñas tetas pero con unos pezones enormes y duros, empezando a acariciárselos de forma frenética mientras su otra mano se colaba dentro de sus mallas para masturbarse viéndonos follar.

Ver aquello me dio un plus de excitación, si es que eso era posible, arremetiendo como un animal contra el voluptuoso cuerpo de Maite que, no pudiendo aguantar más, se corrió de tal forma que, de no estar apresada contra el lavabo, se hubiera estampado contra el suelo.

Yo seguí penetrándola sin importarme nada su estado, sólo buscaba mi goce y ver el de Paula en el reflejo del espejo que, por la rapidez de sus movimientos bajo la tela de la malla ajustada, debía estar cerca. Cuando vi su cara demudarse al sentir el orgasmo recorrerla entera me dejé ir, corriéndome por fin, explotando dentro del coño de Maite que no había dejado de contraerse desde que había alcanzado su orgasmo, alargando éste hasta el momento en que sintió los trallazos de mi semen golpeando el interior de su vagina.

El placer había sido máximo y, al vaciar mis huevos, también me había vaciado de aquella ira que se había apoderado de mí. Me salí de Maite que apenas era incapaz de sostenerse y vi que Paula se había dado a la fuga. Recogí mi ropa y salí del baño mientras, a mi espalda, sentía farfullar a Maite.

-Madre mía… qué polvo… qué callado lo tenías mala puta…

No vi a Paula por ningún lugar, entendí que se avergonzaba de lo sucedido y me largué de allí sin despedirme de ellas. Era hora de afrontar mi futuro y mi nueva vida sin la que había sido mi novia durante los últimos años.

Epílogo

Han pasado casi quince días desde el día en que vi a mi novia engañándome con aquel tipo. Quince días en que, sin faltar ninguno, recibía su llamada para intentar arreglar lo nuestro. Como si aquello fuera posible. Aquella fatídica noche, al volver a casa, varias horas después de verla entregándose a Abel, me encontré la casa y la cama vacía, delatándome que, no habiendo tenido suficiente, debían haber acabado de gozar el uno del otro en casa de él.

Había recogido mis cosas tranquilamente, le había dejado una nota diciéndole que lo nuestro había terminado y me había mudado a un apartamento que me había dejado un amigo hasta que encontrara algo que me pudiera permitir.

Estaba oyendo sus enésimas súplicas cuando llamaron a la puerta. Sabía quién era así que, desnudo como estaba y empalmado ante lo que se avecinaba, abrí la puerta dejando pasar a la fémina que había al otro lado.

-¿Otra vez ella? –preguntó en un susurro mientras lanzaba su bolso y su chaqueta, se arrodillaba y empezaba a besar mi glande con devoción.

Yo acaricié su cabeza mientras seguía escuchando la retahíla infructuosa de mi ya ex que no entendía que lo nuestro ya no tenía solución.

Su lengua recorría el tronco de mi miembro provocándome un leve gemido que apenas detuvo la imparable verborrea de Lorena. No tardó en engullir mi polla casi en su totalidad. Cada día había ido consiguiendo tragar un poco más y, apenas un par de días antes, había probado por primera vez lo que era sentir mi polla completamente enterrada en su garganta.

Ahora sí que gemí de puro placer, cosa que no pasó desapercibida para Lorena.

-¿Qué ha sido eso? –preguntó al oírlo.

No contesté. Aparté levemente el aparato de mi oído para que, con suerte, pudiera escuchar el ruido de su boca succionando mi polla, mis leves gemidos o no tanto provocados por su buen hacer y deseando que pudiera ver como sus pequeñas manos jugaban con mis testículos de forma magistral.

-¿Tú qué crees? –le dije volviendo a colocar el teléfono junto a mi oreja.

-¿Estás con alguien? –preguntó furiosa.

Tampoco contesté. La jodida cada día lo hacía mejor y en apenas un par de minutos ya me tenía al borde del orgasmo. Un largo gemido por mi parte anunció mi intensa corrida que ella, habiéndole cogido el gusto a tragarse mi leche, engulló sin cesar toda mi carga hasta dejarme vacío. Acaricié con cariño su cabeza que ella alzó sonriente, satisfecha de haberme hecho disfrutar de nuevo.

-¿Te estás follando a alguien? –esa fue la pregunta airada que oí cuando volví a pegar mi oreja al aparato.

Ella se desvistió rápidamente y contemplé de nuevo, como llevaba haciendo los últimos catorce días, su cuerpo desnudo y apetecible que hizo que, casi al instante, mi polla se endureciera de nuevo, deseosa de seguir jugando con aquel coño tan estrecho que no me cansaba de penetrar.

-¿Quién es la puta que te estás follando? –su pregunta llegó hasta los oídos de ella que, sin ningún reparo, cogió el teléfono.

-Hola hermanita, perdona que no te saludara antes pero tenía la boca llena… y ahora, tanto si te gusta como si no, voy a colgarte que estoy deseando follarme a Miguel como llevo haciendo desde el día que le pusiste los cuernos con aquel gilipollas –dijo Paula tranquilamente mientras con su mano no dejaba de jugar con mi polla enhiesta, a la vez que yo acariciaba aquellas pequeñas tetas que conseguía abarcar con toda mi mano.

-Por cierto hermanita, muchas gracias por ser tan gilipollas y dejarte follar por ese tío… espero que te valiera la pena porque yo, personalmente, no cambiaba por nada del mundo las folladas que me pega mi Miguel –dijo resaltando lo de mi miguel.

Yo no pude más y, atacándola por detrás, colé mi polla dentro de su coño, cayendo ambos sobre la cama y empezando a follarla de forma salvaje, gritando ella de forma desesperada por el placer recibido y por saber que Lorena, al otro lado de la línea, escuchaba todo el trajín de nuestros cuerpos gozando juntos.

Fin