Una amiga tetona de mi hermana muy adicta a que se corran en su boca

Corría el mes de febrero de 1997 y yo era un mozalbete caliente de 19 años, con las hormonas a flor de piel, virgen y dedicado a la masturbación, con un ritmo de una o dos pajas diarias. Lo que más me excitaba de las mujeres eran las tetas. Tetas, tetas y más tetas. Ni miraba los culos, piernas y caras de las mujeres. Todas mis amigas, primas, hermana y otras jóvenes que conocía habían empezado a desarrollarse, algunas más y otras menos, pero todas estaban “echando” tetas. Y esto me volvía loco! No podía entender bajo qué hechizo el cuerpo de estas adolescentes se empezaba a hinchar por duplicado a la altura del corazón… y no me cansaba de mirarlas, sin disimulo y cada vez que veía una tetona, al llegar a mi casa me cascaba pensando en esos pechos.

Una de estas hembras que me volvía loco era Tere (18 años), una amiga de mi hermana dueña de unas tetas de ensueño. A pesar de su corta edad y de estar en plena pubertad, ya las tenía grandes, bien formadas y (parecían) duritas.

Ese verano de 1997 mi hermana invitó a Tere a pasar dos semanas con nosotros en nuestra casa en las sierras cordobesas. Yo estaba como loco y fue una gran noticia: las tetas más grandes en mi pequeño mundo adolescente iban a convivir conmigo, bajo el mismo techo, por algunos días.

Ya el primer día me la pasé mirándola, apreciando sus peras y disfrutando de su presencia. Ella sólo sonreía y hablaba poco, era bastante tímida y su pechera no le ayudaba mucho ya que todos la miraban. Esa tarde me encerré en el baño y le dediqué una linda paja. A la noche salí al jardín y me masturbé nuevamente pensando en sus globos. Me fui a dormir feliz y con un pensamiento fijo en la cabeza: yo acabando en sus boobs.

Al día siguiente fuimos todos a una pileta ya que era un día soleado y muy caluroso. Cuando Tere se quitó la remera y dejó ver su bikini amarillo que sostenía con dificultad semejantes melones casi me infarto. Mi corazón se aceleró mucho y disfruté tantísimo de esa visión. Era la primera vez que la veía así, en bikini. Por supuesto que se me puso dura la pija y tuve que sentarme en una reposera con una toalla encima para disimular. Ella se movía con algo de timidez, consciente, creo, de que yo la devoraba con mi mirada. En un momento dado la chica se metió al agua y yo no dejé de observarla. Me deleité con los acontecimientos y hasta pude apreciar su cola cuando se puso a nadar de pecho, dejando su pompis más o menos a la vista. Yo tenía unas ganas desenfrenadas de tocarme pero decidí aguantarme hasta la noche. Al salir Tere del agua la visión fue más deliciosa aún y la retengo grabada a fuego en mi memoria, aún hoy cuando han pasado más de 21 años: sus gomas se habían hinchado levemente por el contacto con el agua y el bikini amarillo era tan finito que se transparentaban los pezones !! Una locura. Se notaba claramente la superficie circular de las areolas (unos 8-9 cm) y la puntita erizada del pezón mismo que marcaba una deliciosa protuberancia de 1 cm de ancho en la tela de la prenda de baño. Encima al caminar la niña, esas tetas en estado alfa se balanceaban suave e inocentemente. Y yo que me prendía fuego por dentro…

Esa misma noche fuimos con algunos primos al único local bailable del pueblo que tenía una sección “matinée” y luego una sección “noche” para los mayores de 18 años. Asistimos. La música en general era pop y cumbia argentina pero en un determinado momento vino la tanda de “lentos”. Cuando el DJ puso “Lady in Red” de Cris Deburgh la saqué a bailar y ella aceptó tímidamente. Nos aproximamos el uno al otro, quedando nuestros cuerpos casi pegados y nuestras caras a sólo 20 cm; yo la rodeé con mis brazos y puse los mismos sobre sus hombros. Para mi sorpresa, Tere me los sacó y los colocó en sus caderas. En esa posición nos quedamos varios minutos, moviéndonos suavemente, en una cadencia deliciosa, a medida que pasaban los lentos. Sonaron “I Want To Know What Love Is”, de Foreigner, “Take my breath away”, de Berlín y “Slave to love”, de Bryan Ferry. Al promediar esta última canción la besé tiernamente y ella correspondió. Eran besos inocentes, casi sin lengua, de esos que dan los adolescentes cuando están descubriendo el amor. Mi corazón volaba y un fuego interno comenzaba a quemarme. Estaba nervioso pero al mismo tiempo era el hombre más feliz del mundo. La excitación fue en aumento y sin pensarlo la apreté más contra mi cuerpo de manera que pude sentir sus tetas aplastándose contra mi pecho. Estos instantes fueron reveladores y nunca más nada en mi vida volvió a ser lo mismo. Yo sólo tenía una remera de algodón bien finita, de 1 mm de ancho, con lo cual pude sentir de manera bien rica sus enormes mamas acariciándome y presionándome mis pectorales. Mi pija se hinchó por completo y esto me avergonzó: era la primera vez que una mujer sentía una erección mía y mi primer reacción fue separarme un poco para disimular. ¡Qué inocencia la mía! Tere no lo permitió y me acercó nuevamente a su cuerpo de forma tal que mi pene duro en el pantalón presionaba justo su conchita. Le había gustado y mucho esta sensación. Dejó escapar algún jadeo y su lengua se animó a más. Ya eran besos más profundos, deliciosos. Yo volaba y respondí a estos estímulos apretándola más fuerte que nunca y haciéndole sentir mi paquete. Repentinamente y de manera inexplicable se prendieron las luces del local bailable y la música cesó: era medianoche y debíamos partir. Me quise morir pero no pude hacer nada. Nos volvimos caminando y esto fue como un baldazo de agua helada.

Al llegar a la casa nos despedimos tímidamente con un beso en la mejilla y cada uno se fue a su cuarto: nos moríamos de pudor ya que estaban mi hermana y dos primos por allí dando vueltas, aunque en el fondo teníamos una calentura tremenda y queríamos continuar con nuestra sesión de besos profundos. Maldije la situación y me encerré en mi habitación sabiendo que una buena paja me aguardaba. Pero no me apresuré, me dije que sería mejor esperar un rato e ir al baño que usaba Tere para realizar mi faena allí, con la ayuda de alguna prenda íntima de ella, si es que la niña había dejado algo allí. Al cabo de una larga hora en la que me dediqué a recordar los besos que nos habíamos dado durante 40 minutos y las sensaciones de mi pija bombeando contra ella, fui a su baño y comprobé que efectivamente Tere se había ido a dormir. Gran sorpresa me llevé al descubrir que la adolescente había dejado colgado su bikini amarillo. ¡Bingo! Ahí tenía al alcance de mis manos esa prenda de baño que horas antes había sostenido ese hermoso par de tetas y la parte inferior que había protegido su chuchita. Trabé la puerta, agarré las dos partes del bikini y desenfundé el sable. Estaba listo para una linda sesión masturbatoria. Me senté en el piso y comencé a hacerme la paja lentamente, estaba todo mojado y muy caliente. Iba a durar poco si no lo hacía con cuidado. Acerqué la bikini a mi nariz con la mano derecha mientras que con la izquierda continuaba con mi fajina. Qué delicia ese aroma, nunca olvidaré esa fragancia suave y ácida a la vez. Era la parte inferior y me estaba fumando todo lo que había emanado su conchita. Seguía tocándome, cerré los ojos y comencé a imaginarme el cuerpo desnudo de Tere: unas tetas firmes y gomosas con sus areolas oscuritas y los pezones bien en punta, una cola con la piel blanca bien suave y su coño peludito con los labios para afuera. Al ser adolescente, casi con seguridad que no se depilaba la concha. Suelen ser sensaciones nuevas y las niñas no dedican mucho tiempo al cuidado de sus genitales. Más bien es una etapa de descubrirse y además, al ser virgen, no tenía que complacer a ningún hombre ni preocuparse por el look de su vagina. De golpe sentí que me corría así que paré, solté mi verga y pensé en el agua helada de un lago para evitar acabar y prolongar el goce. Mi glande se veía reluciente, palpitante, bien hinchado y con dos o tres gotas de líquido seminal que anteceden el orgasmo. Estuve cerca de dos minutos así, tranquilito y reanudé mi paja. Ahora tomé la parte superior del bikini y me la llevé a la nariz; no tenía un olor particular pero el sólo hecho de estar rozando esa prenda que horas antes había sostenido esas juggs me puso al borde del paroxismo y a milímetros del clímax. ¡Qué tetas tenía esta hembra! ¡Y qué ganas de tocarlas, sentirlas, amasarlas, chuparlas y estrujarlas! Nuevamente tuve que dejar de masturbarme porque me venía, ya era inminente. Y como ya no podía más, exploté en un orgasmo fabuloso y con una única imagen en mi cerebro: ella acostada y yo arrodillado encima acabando sobre sus senos. Tuve que ahogar un gemido de placer, cerré los ojos y apreté bien los dientes mientras mi semen saltaba energizado sobre mi pierna derecha (siempre, al día de hoy me hago la paja con la mano izquierda). Fueron cinco chorros de leche que salieron despedidos con fuerza y dejaron grabados esos instantes a fuego en mi memoria. Me quedé así sentado dos o tres minutos más, relajando y saboreando el orgasmo que acababa de tener. Mi pene ya estaba gomoso, en un estado de relajación total aunque seguía muy sensible. Yo miraba toda esa leche derramada a mi alrededor y pensaba… “qué picardía, cómo me gustaría que estuviera sobre las boobies de Tere, o en su concha, o en su culo, o en su boca”. Y en ese instante tuve una idea: como nada de esto era ya posible, se me ocurrió que untando mi semen en su cepillo de dientes, cumplía en algún punto mi deseo más profundo. Así que me levanté, con cuidado de no pisar las manchas de leche, y tomé el cepillo de dientes de Tere (conocía el de mi hermana así que no había posibilidad de equivocarse). Me hinqué y con atención refregué el cepillo sobre una de las lagunitas de semen de forma que bastante esperma quedó adherido, sin ser una cosa alevosa para que la chica no se diera cuenta al día siguiente. Me vestí y me retiré feliz del baño, muy excitado por lo que había hecho.

Tere nunca dijo nada, seguramente no percibió nada extraño en su cepillo de dientes. Y si lo hubiera notado, con su inocencia adolescente, jamás se hubiera imaginado que era leche humana.