Una academia militar que tiene métodos formativos bastante particulares

“Academia Morgan, donde los jóvenes adquieren la disciplina necesaria antes de acceder a la universidad, los valores y la capacidad física propia del ejército.” Así rezaba la publicidad que había convencido a los padres de Lucía para inscribirla este verano en una nueva academia militar, fundada y compuesta únicamente por mujeres, por lo que parecía ideal para una chica rebelde de 18 años.

Lógicamente, a Lucía no le hacía ninguna gracia pasar su último verano antes de entrar en la universidad en un campamento, así que el día que llegó su cara era todo un poema. Allí conoció a un grupo de diez chicas y diez chicos, los cuales tenían las mismas ganas que ella de estar allí. Una mujer de unos cuarenta años les dio una aburrida charla sobre como transcurrirá el verano y, nada más soltar las cosas en sus respectivas habitaciones, todos fueron sometidos a unas duras pruebas físicas.

Dichas pruebas las dirigió la sargento Megan, una chica de 25 años que fácilmente podría pasar por una alumna más, aunque con su mirada fría como el hielo y su fuerte carácter, pronto se hizo respetar por todos. A pesar del miedo que podía llegar a dar, la belleza de la joven sargento no pasó desapercibida, sobre todo entre lo varones, a los que le pareció guapísima, con su pelo recogido y unos grandes ojos preciosos a la par que intimidantes. Aunque lo que robó más miradas fue su apretado pecho en la camiseta verde militar que conformaba el “uniforme” de verano, sobre todo porque no llevaba sujetador, y eso se notaba.

Al finalizar las pruebas físicas, el resultado fue decepcionante para Megan, aunque desgraciadamente lo esperaba. Estamos hablando de una considerable diferencia en el estado físico de chicos y chicas. No es que los chicos estuvieran muy en forma, sino que la mayoría de las chicas el único ejercicio que hacían era en las dos horas semanales de educación física del instituto.

–          Esto tiene que cambiar drásticamente. A partir de mañana, las chicas se levantarán a las 6 de la mañana y entrenarán conmigo hasta estar al nivel de los chicos. – informó la sargento.

Las chicas no estaban muy conformes, pero, con lo que imponía Megan y la falta de aliento, quedaron calladas. Tal como había dicho la joven militar, a las 6 de la mañana todas las chicas comenzaron un durísimo entrenamiento mientras que los chicos dormían plácidamente. Cuando volvieron a las 9, ellos estaban recién levantados, desayunando plácidamente, mientras ellas no podían con su alma. El resto de la semana transcurrió de igual forma, con las chicas levantándose y acostándose tempranísimo mientras los varones se quedaban hasta tarde fumando y bebiendo a escondidas, sin ninguna vigilancia por parte de las instructoras.

A medida que la confianza aumentaba entre los jóvenes, los primeros comentarios de los chicos a las chicas, sobre lo bien que se lo estaban pasando y lo puteadas que estaban ellas se hicieron algo común, dándoles una envidia increíble. Un día, Lucía explotó y se quejó abiertamente de la injusticia que estaban pasando, pero Megan se acercó a ella y en vez de darle una explicación la hizo callar con un gancho al estómago que dejó a la chica sin aire delante de todos. Había quedado claro que en la academia no se andaban con tonterías, por lo que las chicas tuvieron que aceptarlo y seguir con la rutina.

Un día en la ducha post-entrenamiento, una chica miró hacia una de las pequeñas ventanas que había cerca del techo a modo de ventilación y vio a dos chicos asomados por ella, los cuales se esfumaron en cuanto se vieron descubiertos. Las chicas ni siquiera se secaron, solo se pusieron una camiseta y un los shorts con los que iban a desayunar y salieron tan rápido como pudieron en busca de esos canallas a los que por supuesto habían reconocido, eran Jake y Tom, los cuales estaban a punto de recibir la paliza de su vida. Sin embargo, antes de que las chicas llegaran, Megan ya estaba allí, ya que los había sido avisada por la mujer que vigilaba las cámaras de seguridad, de las que ningún alumno sabía nada.

Todos los alumnos y alumnas fueron llevados a un gran patio, donde ambos chicos confesaron lo que habían hecho, se disculparon y prometieron no volver a hacerlo. Lucía ya se temía que todo iba a quedar en eso, una simple disculpa, pero la estricta Megan no defraudó.

–          Ahora desnudaos para que ellas os vean y todo quedará en paz. – dijo la mujer tajantemente, dejando claro que no se trataba de ninguna broma.

Jake y Tom se negaron tajantemente.

–          No volveré a decirlo, si no lo hacéis inmediatamente dejaré que lo hagan las chicas. – dijo Megan.

Los chicos miraron a las enfadadas féminas y pronto comprendieron que iban a acabar desnudos de todos modos, solo que si lo hacían ellas, además recibirán una brutal paliza. Así que aceptaron su castigo y comenzaron a desnudarse.

–          No puede hacer esto. – dijo Jake todavía con los calzoncillos puestos.

–          Si sigues hablando pasarás el resto del curso en pelotas. – amenazó Megan antes de ordenarles que mantuvieran las manos lejos de sus ridículos paquetes.

Ahora sí que las chicas estaban complacidas, no porque los genitales de esos chicos las impresionaran, sino por ver la humillación en sus ojos. Para aumentarla, las chicas no dejaban de reír y hacer bromas sobre el tamaño de sus penes, lo que hundió hasta el fondo la autoestima de los chicos.

–          Cuando mi padre se entere de esto…. – se volvió a quejar Jake.

Megan no lo dejó acabar la amenaza y lo calló con una repentina y brutal patada en los testículos que lo hizo caer ipso facto. Un solemne “Ohh” se escuchó en chicos y chicas, que no podían creer que Megan se haya atrevido a atacar una parte del cuerpo tan delicada e importante. Pero más que la osadía de la instructora, lo que más impresionó a todos fue el efecto que tuvo esa patada en el Jake, que cayó convulsionando y a los pocos segundos vomitó y finalmente se desmayó porque el nivel del dolor sobrepasó los límites de su cerebro. Los chicos y, sobre todo, las chicas, no podían creer el efecto que había tenido una sola patada, nunca habían visto nada parecido. 

Tom lo miraba, rezando por no padecer el mismo destino, aunque era incapaz de moverse, ni siquiera para cubrir su expuesto punto débil. Casi se desmaya cuando vio a Megan mirándolo a los ojos y acercándose lentamente hacia a él. Pronto se arrepintió de confiar en que no le iba a hacer nada porque él no había abierto el pico, ya que la sargento se hizo con sus testículos, lo que lo puso tan nervioso que le temblaba todo el cuerpo.

–          Escuchad, vuestros padres tendrán mucho dinero y poder, pero todo el dinero del mundo no os servirá de nada si os arranco de cuajo estos colgajos. Y chicas, a partir de ahora, si alguno de estos capullos se pasa con vosotras, tenéis mi permiso para hacerles lo mismo. Ya estáis listas para patearles el culo… o lo que vosotras queráis– dijo Megan para todos aunque mirando a los ojos a Tom, que casi se mea encima.

Finalmente acarició seductoramente el escroto del joven y se marchó sin hacerle daño físico, pues psicológicamente ya no era el mismo, no solo él, sino todos los varones. Todo lo contrario que las chicas, que por fin se habían divertido en las dos semanas que llevaban allí y veían que los chicos sufrían por primera vez. Tom quería vestirse, pero Megan se había encargado de que la ropa acabara en manos de las chicas, que no iban a dársela como si nada, ya que a pesar de tenerlo desnudo, querían un castigo mayor para el chico.

Varias chicas propusieron darle la paliza que tenían planeada inicialmente, pero Lucía propuso darle una oportunidad y se ofreció para pelear contra el chico, ya que quería poner en práctica lo aprendido en el duro entrenamiento. A las demás chicas les pareció buena idea, querían hacerlo ella pero finalmente aceptaron que fuera Lucía la que peleara. Tom aceptó la pelea, pero pidió que le dejaran vestirse primero, algo a lo que las chicas se negaron entre risas.

–          Si me ganas, podrás desnudarme, confórmate con eso. – dijo Lucía, aunque con las dos prendas que llevaba y estando todavía mojada ya se le transparentaba todo.

Tom, con las manos tapando sus vergüenzas, insistió en que le dieran la ropa, así que fueron los demás chicos los que lo alentaron para que peleara de una vez, que querían ver desnuda a la sexy chica.

–          Que conste que yo nunca he pegado a una mujer y no me gusta hacerlo, pero no me dais otra elección. – dijo Tom apartando con valentía las manos de sus genitales preparándose para luchar.

–          Tranquilo, hoy tampoco será ese día. – dijo ella intentando sacarlo de sus casillas, aunque el chico estaba muy tranquilo.

Pelear desnudo era bastante extraño e incómodo pero, aunque él no fuera consciente, este hecho también perjudicó a Lucía, la cual no podía evitar mirar el pene y los testículos del chico moviéndose a cada paso y perdía la concentración. Cuando empezó la pelea el chico acortó distancias intentando aprovechar su mayor altura, intentó agarrarla pero Lucía se escabulló ágilmente y midió su puntería con un puñetazo en la cara que hizo tambalearse al varón.

Tom, sorprendido, empezó a darse cuenta de que no iba a ser tan fácil como pensaba, así que se puso en serio para evitar sorpresas. Sin embargo, ni dándolo todo estaba al nivel de Lucía, que había aprovechado al máximo el duro entrenamiento con Megan y era mucho más rápida y hábil. Por lo que estaba recibiendo bastantes golpes y se notaba que la chica estaba jugando con él.

–          ¿Qué estás haciendo, no puede con ella? – decían los demás chicos, sorprendidos por el devenir de la pelea.

–          Pelear desnudo no es fácil. – se excusó él en un momento de respiro que le dio Lucía.

–          ¿Qué pasa, te falta sujeción ahí abajo? – bromeó ella antes de continuar con la pelea.

Tom se dedicó a defenderse esperando que la chica se cansara para tener una oportunidad, pero, tras dos semanas de duro entrenamiento en las que él y los chicos se dedicaron a perder el tiempo, la diferencia de resistencia era notable y el cansancio llegó antes en él. Poco a poco fue encajando más golpes y Lucía no se detuvo hasta que conectó un gancho en la mandíbula y seguidamente un puñetazo directo a los testículos del chico, siendo el primer golpe que recibía en esa zona. Desde el principio de la pelea la chica había tenido oportunidades de todas clases para golpearlo en la entrepierna, pero no lo hizo por dos motivos: primero porque quería ponerse a prueba a sí mismo y, segundo, porque quería demostrar que no necesitaba recurrir a los golpes bajos para derrotar a un chico.

Se agarró e inclinó, intentando mantenerse en pie, aunque consciente de que había perdido la pelea hace rato. Era muy humillante y le costaba reconocerlo, pero así era, esa chica peleaba mejor que él. Mientras lo asumía vio venir el pie de Lucía directo a su rostro, aunque para la sorpresa de todos, la chica se detuvo a milímetros de él, ya que todavía no quería dar la pelea por concluida.

Los demás chicos, que al principio lo animaba sin parar y al ver que estaba siendo derrotado se burlaron de Tom porque una chica lo estuviera derrotando, ahora permanecían en silencio, ya que visto lo visto ninguno se veía realmente capaz de hacerlo mejor que su compañero.

–          Tú ganas. – dijo él, ya que el golpe en los testículos le había quitado las pocas ganas que le quedaban para luchar y no quería que la paliza fuera mayor.

–          No te he perdonado ese último golpe para que ahora te rindas. – dijo acercándose de forma intimidante para continuar la pelea.

A Tom no le quedó más remedio que ponerse derecho y seguir, aunque el dolor de testículos apenas lo dejaba andar. Su única esperanza era noquear a la chica de un único golpe, por lo que no perdió el tiempo y lanzó un potente puñetazo al rostro de Lucía utilizando el factor sorpresa ahora que todos pensaban que estaba acabado. La chica no lo esperaba, pero tuvo los reflejos suficientes como para echar la cabeza a un lado y, cuando el chico se le echó encima por la inercia del ataque, instintivamente le dio un potente rodillazo en los huevos.

El tacto de los testículos desnudos en su también desnuda pierna le resultó muy excitante. El sentimiento no fue recíproco, pues él cayó al suelo agarrándose y llorando, temiendo perder el conocimiento al igual que su compañero Jake. Pero esto no llegó a suceder, algo que decepcionó a Lucía y también la motivó para seguir entrenando e igualar a Megan.

No desmayarse también tuvo su parte negativa, es decir, tener que soportar un dolor tan intenso que opacaba totalmente los dolores que sentía en el resto del cuerpo por los múltiples golpes. Sin olvidar el estar en esa situación rodeado por un grupo de chicas que no dejaban de reír y repetir que quien ríe último ríe mejor.

A unos metros del dolorido chico, Jake se despertaba sin saber lo que había pasado, aunque pronto un terrible dolor de huevos se lo recordó todo. Levantó el tronco para agarrarlos, pero quedó en shock al ver que ahora en vez de testículos tenía dos pelotas de tenis de color púrpura. Ante eso y ver a todas las chicas tan impresionadas como él (ya que con la pelea no le prestaron atención), colapsó y volvió a desmayarse, quedando bocarriba para el disfrute visual de las féminas.

El resto de chicos, que hasta ese día pensaban que el entrenamiento al que sometía Megan a las chicas no era más que correr hasta reventar, estaban tan impresionados que fueron rápidamente a buscar a la sargento para pedirle que les dejara participar. Esta, que esperaba esta reacción aceptó de buena gana. Al ver que parecía estar de buen humor, le comunicaron el estado en el que estaban Jake y Tom, insinuando que necesitaban asistencia médica. Sin embargo, Megan les respondió que ese tipo de ayuda iba en contra de la disciplina de la academia y que debían aprender a curarse por ellos mismos.

–          Usted no lo entiende…. Jake tiene los… ya sabe, los testículos de este tamaño. – explicó uno de los chicos con tanta vergüenza como temor.

–          Créeme que lo entiendo, es más, soy consciente de que terminará el verano y aún no estará recuperado, pero también estoy segura de que aprenderá a aceptar las órdenes de un superior y que nunca más volverán a espiar a mujeres desnudas. – sentenció Megan, que pudo ver en los ojos de los jóvenes el pánico a sufrir la misma suerte que sus compañeros.

Lo único que podían hacer por Tom y Jake es esperar a que las chicas terminen de divertirse y llevarlos hasta sus camas. Cuando informaron a los dos de que no iban a recibir ninguna ayuda las chicas no paraban de reír viendo como lloraban de impotencia y suplicaban que los llevaran al hospital. Todos los chicos querían contactar con sus padres para que les sacaran de allí, pero las comunicaciones estaban totalmente prohibidas. Aunque el mayor chasco se lo llevaron al leer el extenso documento que sus padres y madres habían firmado al llegar allí y del que tenían una copia. En estos papeles quedaba claro que la academia no hacía responsable de ningún daño físico o psicológico que sufrieran los alumnos.

Quedaba claro que su única salvación era entrenar duro para ponerse al nivel de las chicas, algo que ya era demasiado tarde para Jake y Tom. El segundo tenía una considerable hinchazón y un dolor terrible, pero llegaba a sentirse afortunado al lado de Jake, al que el mínimo movimiento o contacto testicular lo dejaba sin aire y llorando desconsoladamente.

Al día siguiente, cuando vieron que los chicos se incorporaban al entrenamiento, a las chicas no les hizo ninguna gracia, ya que consideraban ese entrenamiento como suyo. No obstante, ninguna se quejó abiertamente pues ya sabían que eso con Megan no servirá de nada. Así que decidieron hacerle la vida imposible a los chicos para que estos desistieran en su intento por alcanzar su nivel.

Después de la durísima parte física, como hacía todos los días, Megan puso a todos a luchar por parejas, aunque esta vez, salvo dos chicas que sobraban, todas las parejas fueron mixtas. Antes de que Megan diera comienzo al combate, cada chico miró a su contrincante a la cara y ya no apreciaron ni un atisbo de las débiles chicas que tan mal hicieron las pruebas del primer día. Ahora en la mirada de las chicas solo veían confianza y ganas de demostrar su valía, algo que, unido a como habían acabado Tom y Jake, solo podía general miedo en los varones. Sobre todo sabiendo que no recibirán ayuda médica y la facilidad con la que sus genitales pueden ser dañados, algo que hasta hace poco era un mito para la mayoría pero que ahora es una evidencia.

Las chicas notaban ese miedo, lo veían en sus ojos, en cómo los chicos se posicionaban girados o cómo mantenían las manos cerca de la entrepierna. Esto hacía que se sintieran poderosas, algo que realmente eran, ya que en cuanto empezó el combate los chicos apenas opusieron resistencia. La mayoría consiguió defender su punto débil, pero esto les hizo descuidar el resto de la defensa y recibieron una brutal paliza por parte de las chicas, que no tuvieron piedad ni cuando los chicos se rindieron.

Lucía fue de las pocas que consiguió contactar con el punto débil de su oponente. Lo hizo por medio de una llave que inmovilizó a su oponente de tal forma que tuvo vía libre para meter la mano en el pantalón del chico y apretarle con saña las blandas pelotas. Él solo pudo gemir de dolor mientras rezaba por que Lucía no decidiera dejarlo sin día del padre. Por suerte la chica no se cebó y apenas apretó unos segundos, aunque fueron suficientes para dejarlo en el suelo agonizando con el peor y la mayor humillación de su vida.

Al acabar el entrenamiento, Megan fue a la habitación de Jake, al que encontró bocarriba en la cama, desnudo con las piernas flexionadas y separadas, haciendo lo único que podía hacer: llorar y lamentarse. La joven sargento esbozó una sonrisa al ver los tremendos testículos del chico.

–          ¿cómo estás? – le preguntó sin quitarle ojo al inflamado escroto.

Él no contestó, pues la respuesta era evidente. Solo la miró y suplicó ayuda con una voz muy forzada. Odiaba pedirle ayuda a la mujer que lo había dejado así, pero el dolor y el aspecto de sus testículos le hacían temer seriamente por su integridad, por lo que eligió tragarse el orgullo y dejar la venganza para cuando tenga huevos para hacerlo (literal y figuradamente).

–          Tranquilo, he venido a compensarte, la academia no quiere problemas con tus padres. – le dijo poniéndose a un lado de la cama con un tono amable que utilizaba por primera vez delante de él.

Jake intentó cubrirse pero ni siquiera podía cerrar las piernas y Megan le sujetó las manos pidiéndole que se tranquilizara. A continuación agarró el flácido pene del chico, que no creció ni un milímetro a pesar del contacto con la sexy sargento, que meneó el ridículo miembro e incluso le bajó el prepucio, sin ningún resultado. Era la primera vez que Megan tenía en sus manos un pene en ese estado y le pareció de lo más patético, pero no dijo nada para no hundir más al chico. No obstante, no hicieron falta palabras para que Jake se sintiera el hombre más desgraciado e inútil del mundo.

–          Me duele muchísimo. – se excusó él, aunque realmente era cierto.

Pero Megan no cesó en su empeño por complacerlo y sin decir nada se quitó la camiseta, dejando ante el ojiplático joven unas tetas firmes y bronceadas. Luego volvió a acariciar el pene del chico mientras se subía en la cama y metía la cara de Jake entre sus tetas para terminar frotándolas contra su rostro. Ante esto hasta un eunuco se hubiera empalmado. el chico no pudo ser menos y deleitó a la sargento con una polla que, lejos de sorprender, era mucho más atractiva que en estado de reposo.

Jake le comía los pezones instintivamente mientras ella lo pajeaba lentamente. El dolor de huevos seguía ahí y aumentaba conforme Megan aumentaba la velocidad y los testículos se balanceaban con más fuerza, pero el joven estaba en el paraíso y siguió mamando de los perfectos senos intentando ignorar el dolor. El buen hacer de la lengua del chico puso cachonda a Megan, que lo besó en la boca sin dejar de masturbarlo. También le sorprendió el aguante de un chico tan joven, que seguía sin correrse.

Estaba tan cachonda que no dudó en hacer de la paja una mamada. Jake sintió el aliento en el glande, seguido de un lametón en el frenillo para finalmente tragársela entera. El chico sentía los labios subiendo y bajando por todo el cuerpo de su polla mientras la lengua recorría todo su glande. La respiración del varón no dejaba de acelerarse hasta que un gemido retumbó en la habitación. No se había corrido, sino que Megan le había cogido los huevos con una mano y los estaba presionando levemente para que no se corriera todavía mientras seguía mamando. Megan lo miró y vio como el dolor se apoderaba de él pero no consiguió su propósito y notó como un chorro de ardiente semen la atragantaba. Consiguió retener la arcada y siguió lamiendo y apretando ahora con fuerza las pelotas del chico, que gemía de dolor y placer a partes iguales.

Aunque en cuanto el orgasmo desapareció no tuvo tiempo para disfrutarlo y solo le quedaba dolor. Intentó agarrarse los testículos pero las manos de Megan seguían allí.

–          Tranquilo, yo te alivio. – le dijo acariciándole el escroto después de tragarse toda la corrida.

Pero sus manos solo conseguían provocar más dolor en los destrozados testículos, haciendo que Jake se retorciera sobre sí mismo, aunque ella no dejó de acariciarlo pensando que estaba ayudando. Él pedía ayuda desesperadamente.

–          No te preocupes, esto solo ha sido para disculparme. Ahí fuera tengo un equipo médico esperando para curarte.

A la llamada de Megan, entraron en la habitación cinco doctoras y enfermeras con los materiales necesarios para atender al joven.

–          Como vez he buscado a las más guapas. – dijo Megan aún acariciando la entrepierna. Y así era, todas eran jóvenes y guapas.

–          Vamos a hacerlo aquí si te parece bien, con rapidez y discreción, así te verán en este estado el menos número de personas. – le dijo una de las doctoras cogiéndole la mano.

–          Sabemos lo doloroso y vergonzoso que es esto para ti, pero te aseguro que en una semana estarás caminando con normalidad. Relájate. – le dijo otra cogiéndole la otra mano mientras las otras tres preparaban el material.

–          Gracias. – fue lo único que dijo el avergonzado chico, intentando relajarse y confiando en que tuvieran razón en el tiempo de recuperación.

–          Bueno, chicas, esto es lo que tenéis que curar. – les dijo Megan con los hinchados testículos en la mano.

A continuación, los apretó con todas sus fuerzas, los retorció bruscamente y finalmente tiró hacía arriba con la misma contundencia. Jake, que con los dos primeros movimientos gritaba sorprendido, quedó petrificado cuando oyó y, sobre todo, sintió un grotesco chasquido. Observó con la cara desencajada como los testículos que durante 17 años habían colgado entre sus piernas ahora lo hacían en la mano de Megan.

Finalmente las doctoras y enfermeras lo curaron, aunque no de la forma que él esperaba en un principio.