Un hombre que realiza una pregunta de lo más extraña obteniendo una excitante respuesta

Con 30 años y divorciada, mi vida carecía de libido.

Me dedicaba exclusivamente a trabajar lo que satisfacía mi necesidad de atención, concentración y ritmo. Era un trabajo sencillo, pero servía para ocupar mis horas y para solventar mis gastos que no eran muchos.

No habíamos tenido hijos en 8 años de matrimonio porque ninguno de los dos tenía ganas de ser ejemplo para nadie y tampoco considerábamos que nuestro linaje mediocre se proyectaran. Habíamos terminado en excelentes términos, nos amábamos pero las cosas me agotaron. Lo dejé, él se aferró más a mí, pero logré salir de esa.

Verdaderamente el primer tiempo estaba muy triste y creí que toda mi vida sería igual.

De la cintura para abajo estaba anulada.

Como mujer soy muy apetecible, pero no una muñequita, más bien una mujerona de anchas caderas bamboleantes y un buen par de tetas que al caminar se desplazan con esa cadencia gelatinosa que adoro y que veo adorar a los tipos que me miran de frente.

Amo mis tetas, son tibias, blandas, abundantes, con pezones rosados que se vuelven locos cuando los succionan.

He hablado con varias mujeres y no he encontrado a otra que le pase lo mismo que a mí: puedo llegar a un orgasmo si me chupan las tetas y me las manipulan, es algo que me saca de eje y me lleva a explotar en pocos segundos. También he llegado al orgasmo mamando la verga a un tipo, tal así es mi facilidad para el placer.

No soy promiscua, cuando tengo sexo me concentro en esa persona y disfruto cada segundo.

Retomando, ya nos habíamos separado hacía un par de años y me enteré que su padre había muerto. Recién llegaba de un viaje de fin de semana y tenía toda la ropa sucia por lo que no sabía qué ponerme. Usé una camisola estampada, y no sé qué me llevó a evitar ponerme corpiño. No usar corpiño implica demasiada exposición con mis enormes tetas, por lo que también me puse un saco que me cubría.

Debía tomar un taxi, crucé la plaza, debía recorrer una calle en donde solo se veía la luz de la estación de policía por lo que comencé a cruzarla muy confiada. No había hecho muchos metros cuando escucho una voz muy cordial:

– Señora, estoy solo por acá ¿quiere acompañarme?

Fue irreal, como un sueño, no entendí porqué alguien haría esa invitación. Estaba confundida, concentrada en llegar al velorio de mi ex suegro no terminaba de entender.

– Disculpe, debo ir a un lugar con urgencia

Me sorprendí de mi propia respuesta, giré la cabeza y ahí estaba un señor de más de 60 años, pelo canoso, con grandes bigotes blancos y de contextura normal.

Mi cabeza comenzó a pensar rápidamente y mi boca hablaba casi sin que pusiera voluntad.

– Le aseguro que si no fuera a ese lugar, lo acompañaría.

– Si me acompaña, luego la puedo llevar a donde quiera.

– Una pregunta, qué le hizo pedirme esto? estoy toda tapada y no veo ningún atractivo en mí.

– La puedo ver… la puedo ver.

Me acerqué y abriendo mi saco y desprendiendo mi blusa le dije:

– Esto ve?

Ahí estaban, mis dos blancas, enormes y deseosas tetas. Tomé la mano del hombre y sentí cómo mis pezones se erectaban con su frío contacto.

Me tomó de la mano y me llevó a su auto.

Sin mediar palabras, en absoluto silencio y solo con unas luces lejanas que apenas nos alumbraban nos sumergimos en una tibia, rítmica y lujuriosa danza coordinada sin habernos visto jamás.

Él abrió mi saco, terminó de desabrochar mi blusa y con sus dos manos tomó uno de mis pechos, lamió con mucha saliva el pezón, lo mordisqueó y succionó, lo presionó lo retorció y enterró su nariz, yo olía su exquisito perfume, acariciaba su nuca y presionaba su cabeza hacia mí. Levantó su rostro y el beso fue profundo, jugoso y con la boca plena, abierta, queriéndonos comer.

Toqué su bulto, era enorme, eso me elevó el deseo a más no poder, ambos nos habíamos “visto”, olido, presentido, sino porqué me hizo una invitación tan rara y porqué la acepté.

Estaba desesperada por llevarme su pene a la boca y a la vez más desesperada porque su boca comiera mis tetas. Mi voz se había puesto ronca de deseo, saqué su verga de su pantalón, tenía olor a limpio, eso me atrajo aún más, se la sobé, mi mano la recorrió adivinando sus venas y su cabeza enorme y dura como pocas veces había sentido.

Él seguía magreando mis tetas, metía mano debajo de ellas y se entibiaban con mi calor. Agarré una de sus manos y me la llevé a la vulva, estaba hecha agua, estaba jugosa, caliente, resbalosa, mi clítoris firme y deseoso de sus dedos. Solo tuvo que masajearlo un segundo para que mi cuerpo estallara en convulsiones orgásmicas. Agarré su cara y la oprimí contra mi pecho.

Estaba enloquecida de placer, no podía saciarme, lo empujé a su asiento y me lancé sobre su pene, lo llené de saliva, lo metí tan adentro de mi garganta que hacía arcadas, pero nada me impediría seguir succionando y sobando hasta tomarme toda su leche. Escuchaba sus sonidos guturales de placer, lo pajeaba, lo chupaba, lo babeaba, recorría cada milímetro, lo presionaba, lo besaba, lo adoraba, estaba tan extasiada que mi mente salía de mi cuerpo. Necesitaba desesperadamente darle placer, necesitaba que acabara en mí.

Me separé un poco, agarré su verga desde la base, comencé lentamente a pajearlo luego pasé a imponer un ritmo firme y rápido, no tardó mucho hasta que agarró mi cabeza y enterró su pija en mi boca, acabando en un espectacular río de leche que inundó mi garganta. La tomé toda, hasta lamí su cabeza para no desperdiciar una gota, y sentía como también convulsionaba por la hiper sensibilidad que ello le causaba.

Apoyé mi cabeza en su pecho, besé su mano con olor a mí, lamí sus dedos mojados de mis jugos, besé su cuello y su boca con lentitud.

Estuvimos en silencio unos minutos.

– A dónde te llevo?

– A la sala de sepelios de la ciudad.