Un fin de semana que fuimos a la casa de mi hermana aproveche para prestarle mi marido a mi hermanita y además probar algo nuevo

Quería que mi marido entendiese que hacer ciertas cosas, entre cierta gente, no era tan abominable como podría parecer en un primer momento. Debía preparar el terreno para que mi sexuaidad, algo compleja y desprovista de ciertas barreras morales, le fuese mostrada sin hacerle daño. La ocasión la tuvimos cuando fuimos a pasar un fin de semana a casa de mi hermana. Ramón, mi cuñado, esos días estaba pescando en el mar, por eso decidimos acompañar a Tere. Ella tenía por costumbre echarse la siesta en la piscina, mientras que nosotros siempre nos retirábamos al cuarto de invitados. El primer día vi que Juan se levantó a orinar de la siesta y al volver se quedó un instante mirando hacia la piscina. Después de él fui yo y comprobé que mi hermana estaba tomando el sol desnuda, seguramente pensando que o bien no nos enteraríamos de sus costumbres nudistas o, símplemente, de que a nosotros nos tenía que dar igual lo que ella hacía en su propia casa. Que mi marido morcease con mi hermana me molestó vagamente, pues lo iba a usar en mi propio interés.

Al día siguiente le regalé a mi hermana un pequeño libro de cuentos eróticos, que recibió envuelto en nuestras risas. Como era de esperar, con el sopor de la tarde, no pudo evitar llevarse el libro a la piscina mientras nosotros subíamos a nuestra habitación. Nos echamos. Cuando apenas habían pasado cinco minutos me dirigí al baño, y a la vuelta, tal y como hizo él el día anterior, me quedé mirando hacia la piscina.

— La verdad que Tere tiene un cuerpo bonito —mi marido hizo como si no me oyese, señal de que estaba de acuerdo—. ¡Ven, mira! —no se movía— desde aquí no nos ve, los cristales están tintados. No seas tonto.

Juan se acercó.

— ¿Te gustan sus pechos? Los tiene más bonitos que los míos.

— Los tuyos también son preciosos, y tienes mejor culo, amorcito.

La miramos un poco más. Ella estaba ajena, leyendo detrás de sus gafas de sol. Me puse detrás de Juan y le cogí de la cintura. El permaneció en silencio, pero noté cómo su respiración se entrecortaba. Metí la mano por dentro del boxer y palpé una polla un tanto gordota.

— ¡Vaya! —exclamé.

— Gloria, eres un poco perversa.

— Eres tú quien tiene la polla así, querido.

Empecé a mover la mano, sintiendo cómo se volvía cada vez más rígida. Juan se sintió incómodo y metió también su mano para quitar la mía, haciendo medio giro.

— ¡Nos va a ver! —dijo colorado—.

— No nos puede ver… ¿no te da morbo? a mí sí, ¡mucho! —seguía de medio lado y tenía que relajarlo—. Puedes mirarla, no me importa, amor. Si lo prefieres, no te toco, no te preocupes —lo volví a la ventana y retiré mi mano hacia su cintura—. No sabía que se depilara tanto.

Mi marido no tardó en cambiar de idea, pues en cuanto se quedó mirando a Tere, buscó mi mano y se la llevó donde estaba antes. Empecé a masturbarlo mientras mantenía una mano bien en su tetilla, bien en sus abdominales. Tere dobló una de las piernas, mostrando unos muslos espectaculares. Le bajé los boxers a Juan, y lo dejé mirando desnudo por el ventanal.

— Déjate hacer, cariño —le dije.

Puse sus manos apoyadas en el cristal y le seguí pajeando desde atrás.

— ¿Qué es lo que más te gusta de ella? —el movimiento de mi mano en su polla era como un reloj que esperaba paciente su respuesta.

— Tiene unos pechos muy bonitos —dijo al fin.

— ¿Qué los hace tan especiales? —seguí recorriendo el falo lentamente.

— Le sienta bien cualquier vestido o sujetador que se pone…

— Siempre ha sido así, la jodida.

— … y sus tetas terminan en punta, parecen tan duras…

— Lo son. Son duras y turgentes —la polla que tenía en la mano sí que estaba dura— ¿te gustaría tocarlas?

— Es tu hermana…

— Te estoy pajeando mientras la miras, amor… ¿te gustaría tocarlas, tenerlas en tu boca?

— Sí —entró en el juego, era inútil resistirse.

Entonces Tere se tocó un pezón. El libro de cuentos estaba haciendo su efecto. Primero se puso una mano disimuladamente en el pecho, pero vimos perfectamente cómo colocaba el índice y el medio de forma que le hiciera pinza. Cambió las piernas de posición, bajó la que estaba doblada y subió la otra.

— Se está tocando, mira —le dije, pero su verga ya me había avisado de que él lo estaba viendo perfectamente.

— No me jodas…

Empecé a masturbarlo más rápido. Tere, abajo, se llevó una mano a su clítoris y empezó a mover el dedo suavemente. Puse a Juan de lado y me arrodillé ante él, así le podía hacer la felación sin perder la visión de mi hermana. Me metí el glande en la boca, y noté el sabor de sus fluidos. Estaba claro que Juan estaba listo para follarme, pero yo aún no, y quería chupársela un rato mientras que él mirara a mi hermana.

El movimiento circular del dedo de Teresa era cada vez más evidente y yo empecé a imitarla, a la vez que me metía la polla más dentro. Hacía bastante ruido al chupar, nos ponía mucho a los dos. A veces soltaba mi chocho y agarraba con las dos manos la verga, moviendo la boca a la par, pero en direcciones opuestas.

— ¿Te gustaría llevarte ese coño a la boca?

— Sí, cariño. Y follármelo también.

— ¿Lo harías? —yo jadeaba cuando me sacaba la verga de la boca.

— Sí, me lo follaría.

— ¿Te pone mucho? Ayer iba muy sexy…

— Joder ¿sexy? ayer tenía un culazo precioso, no podía dejar de mirarlo. Y su escote… —yo me metía la verga hasta el fondo. Me estaba poniendo oírle hablar así, y me empecé a meter un par de dedos—. Esta mañana iba sin braguitas ni sujetador, sólo con la camisa larga que lleva.

— Te diste cuenta, ¿eh? Y encima se puso con las piernas cruzadas.

Yo ya estaba bastante cachonda, así que me puse de pie y me coloqué mirando hacia el ventanal, inclinada. Juan me la metió inmediatamente, hasta el fondo. Empezó a follarme con mucho ritmo, yo gemía alto, confiando en la insonoridad del cristal. Me embestía con mucha energía y apenas podía sostenerme sin dar algún que otro cabezazo al cristal, pero conseguí llevar una mano a mi clítoris y empecé a tocármelo con frenesí. Abajo, mi hermana había acabado con su autosatisfacción, y seguía leyendo, chupándose los dedos masturbadores. Yo no podía seguir en esa posición y me puse a cuatro patas, a Juan no le importó porque siguió culeándome frenético. No tardó en descargar su semen dentro de mí. Le limpié la polla con la boca y nos dimos una ducha. Cuando bajamos al cabo del rato, Teresa ya estaba por la casa, vestida con unos shorts y una blusa, sin sujetador.

Después del café y galletas, Tere y yo nos fuimos a dar una vuelta, y Juan se quedó en casa viendo un partido de fútbol. Mientras andábamos por la alameda, Teresa fue directa al grano.

— Te voy a contar una cosa, Gloria, no te lo tomes a mal. Cada uno hace lo que quiere… —la miré intrigada—. Resulta que con la tormenta de hace dos meses se rompió el ventanal del cuarto de invitados —me temía lo que venía a continuación— y tuvimos que cambiarlo. Con las prisas, no pudimos reponerlo con el mismo tipo de cristal que el anterior…

— Ajá…

— Y el que tiene ahora transparenta más que los otros. Que ni tiene el efecto espejo ni es semi opaco, vamos —me quedé algo cortada, pero se me erizaron los pezones al pensarlo.

— Quieres decir que esta tarde tú…

— Oye, que ya te digo que me parece bien. Me gusta saber que tenéis una vida sexual activa y, por lo que pude ver, satisfactoria. Pero os pediría algo de discreción. Tenemos vecinos, y Ramón podía haber estado por ahí.

— Perdona, Tere. Es que a veces nos da un calentón enorme. Lo siento… pero… pero…  entonces tú nos veías todo el rato.

— Bueno, no os estuve mirando todo el rato —protestó.

— Claro, y tú también te hacías cosillas —se quedó de piedra—. Te veíamos desde arriba, el cristal no es opaco ni…

— ¡Ya sé cómo es el cristal!

— ¿Qué te puso más, el libro o nosotros?

— No seas guarra, Gloria.

— Tienes mucha cara de decirme eso de que nos vistes follar, mientras tú estabas ahí exhibiéndote mientras te hacías una paja.

— ¡Eso fue antes de veros, de saber que estabais ahí…!

— No me jodas, que te vimos perfectamente.

Estuvimos un rato en silencio. Luego me habló, Tere siempre ha sido muy directa.

— Entonces, ¿Juan te cubre bien?

— Ja ja ja, ni que fuese una vaca, Tere.

— Ja ja ja, perdona, tienes razón… ¿te hace bien el amor?

— Te voy a hacer un croquis, Teresa. Tiene una buena polla y me folla de maravilla. Cada vez que me he puesto cachonda por algún motivo, que me entran ganas, vamos, lo ordeño a fondo.

— ¿Qué es eso de ponerte cachonda por algún motivo? ¿Tienes algún ligue o algo?

— No, no. Son cosas mías… ¿y tú con Ramón?

— No tan bien como vosotros, la verdad. Hace tiempo que… nada, ¡nada de nada!

— ¿Entonces te pajeaste por nosotros? Ya te digo yo que…

— El libro me puso a cien, porque vaya idea tuviste al regalármelo, pero tengo que admitir que luego fue por vosotros…

— ¿Te gustó la verga de Juan?

— ¡Gloria!

— Sabías que te veíamos desde arriba… ¿no? —ni afirmó ni negó—. Esta noche follaremos otra vez, con la puerta abierta.

— ¿No pretenderás que…? —me miraba entre asqueada y extrañada.

— Te puedes llevar la polla de Juan de regalito esta noche. Nadie tiene por qué enterarse, Tere.

— ¡Ni hablar!

— Mira, querida, después del show sexual de esta tarde has estado por casa con la camiseta esa sin sujetador —me miró como si no tuviese importancia—, y te estiraste al menos un par de veces, para que se te marcaran bien los pezones.

— Tienes mucha imaginación, Gloria.

— ¡Venga ya! Que se te ve el plumero —se sonrió—. Te puso algo cachonda todo eso, lo sé, ¡a mí también! Sabes, mientras estaba… ahí… con su polla dentro…

— ¡Gloria!

— …pues me acordé de aquella vez con Carlitos —se rió.

— Tendrías que ver a Carlitos ahora, que parece que se ha comido a 10 Carlitos. Tan canijo que estaba y el pene que tenía…

Carlitos era un noviete, o ligue circunstancial, que tuvo mi hermana cuando éramos adolescentes. Una noche se quedaron solos en casa de nuestros padres, y a la mañana siguiente me contó emocionada que Carlitos tenía una polla enorme. No por larga, sino por ancha. Esa misma noche, después de follar ellos, mi hermana me lo pasó. Yo ya había tenido algunas experiencias sexuales, pero aunque lo intenté de todas las maneras, fui incapaz de meterme semejante miembro dentro del chocho. Sólo alcancé a hacerle una mini mamada en la punta del glande. Ahí aprendí que mi hermana era muy prudente en su vida normal, pero muy libidinosa en el aspecto sexual. Nos estuvimos riendo a costa de eso en aquella época, y ahora también nos estábamos riendo.

— Esta noche será como con Carlitos. Me lo follo un poco, entras y te paso la polla.

— Suponte que digo que sí ¿y mañana qué? eso es jugar con fuego y no quiero quemarme.

— Confía en mí. Está todo controlado —mentí—. De aquí a esta noche te lo piensas: o te follas una buena polla, o te conformas con el dedo.

— Cállate ya, Gloria.

Seguimos nuestro paseo cambiando de tema, pero Tere me miraba de forma distinta, intrigada. Volvimos a casa y preparamos la cena. A pesar de que no iríamos a ningún sitio, me puse lencería y una falda muy estrecha. Juan estaba muy excitado por lo ocurrido esa tarde y, al verme tan sexy, estuvo con el pene en estado de sustentación. A mi hermana eso no se le pasó por alto. La situación me estaba poniendo cachonda a mí también, así que disimuladamente me metía los dedos en cuanto me quedaba sola en la cocina, en el salón o en el baño. Al cabo del tiempo nos retiramos a nuestro cuarto, dejando a Tere en el salón viendo la televisión. Dejé la puerta abierta de par en par y me eché sobre Juan. El miró hacia la fuera, al pasillo, y yo le hice un gesto de silencio con el dedo sobre sus labios. Notó el olor de mi coño y se lo metió en la boca.

Se puso como una moto, se quitó la camiseta y los pantalones en un instante, apenas me dio tiempo de desabrocharme la blusa. Con la falda puesta aún, me llevó la cabeza hacia su polla, que aún estaba dentro de los calzoncillos. Empecé a frotarle la verga con la boca abierta. Cuando la noté más hinchada, hice el mismo movimiento con los dientes, mordiendo el glande. Tenía la polla para mí y él dejó que la gozase. Le bajé los calzoncillos y la verga cayó sobre mi cara. La recogí con la boca abierta, usando los labios y la lengua y empecé a chupársela. Miraba hacia atrás, hacia la puerta, pero Tere no estaba. Así que me la metí más al fondo, sabiendo los ruidos que emanarían de mi boca. Cuando me ahogaba en su verga, a continuación la  sacaba de la boca, con sonidos guturales y mis babas y fluidos profundos, mojando mis pechos.

Me puse de pie y me quité la falda y las braguitas, pero me dejé puesto el liguero con las medias y el sujetador, pues no quería que mi hermana me hiciera más competencia en poner cachondo a mi marido. Juan me arrastró a la cama y se recostó, haciendo que le volviera a comer la polla, estando yo a cuatro patas, de espaldas a la puerta. Por su gesto, comprendí que Tere al fin estaba mirando. Yo no veía dónde estaba, pero le estuve manoseando la verga a dos manos y le lamía el glande con ruido. Luego me subí encima de él, de forma que seguía dándole la espalda a la puerta. Le sujeté la polla con la mano, me llevé el glande al chocho y me senté sobre su rabo, empalándome con un fuerte gemido. Me dejé caer y entró hasta el fondo, empezando a moverme con un vaivén de cadera. Tenía el coño hecho agua, y su gorda polla entraba y salía para mi locura. Como estaba frente a él, lo cogí de la nuca y gemí en su cara. Sin parar de moverme, me eché hacia atrás apoyada en los brazos y él empezó a mover la cadera. Yo tenía los ojos cerrados pues no quería ver a mi hermana aún, para tener la polla para mí sola un rato más.

— Empuja así, cariño. Dame tu polla, entera.

Entonces me dejé caer hacia atrás, quedando mi nuca en el borde de la cama, con la cabeza casi colgando. Puse mis piernas hacia arriba y dejé que me follase un rato. Empecé a sudar, notaba cómo caían gotas por mis pechos y me arrepentí de no haberme terminado de desnudar.

— Hasta el fondo, dame, dame, fóllame fuerte.

Entonces abrí los ojos. Teresa estaba dentro del dormitorio, justo frente a mí. Llevaba la camiseta de la mañana, sus pezones taladraban la tela. Me miraba, nos miraba, con cara de circunstancias, algo avergonzada. Desde mi posición, sentía la polla de Juan entrando y saliendo de mi coño mientras la veía a ella del revés.

— Perdonarme que entre, pero es que quería saber si mañana… —no iba a permitir que sus inútiles excusas rompiesen el momento.

— No te preocupes, cariño —la polla seguía bombeando, haciendo que me moviese con ella—. Levántate un poco la camiseta, anda, sólo un poco.

Tere sabía lo que quería, y se levantó la camiseta, mostrando su sexo. Juan empezó a darme más fuerte, levanté la cabeza y lo miré. Estaba obnubilado con el coño de mi hermana, y me embestía como si yo fuese ella. Yo tenía una postura un tanto incómoda y me senté sobre la cama. Alargué la mano y, cuando Tere me la cogió, tiré de ella hasta nosotros. Llevé directamente su boca al rabo de Juan, y lo empezó a tragar mientras mantenía una mano recogiendose el pelo tras la oreja, ella siempre tan coqueta. La polla de Juan tenía que saber a mí, y Tere la estaba dejando completamente limpia de cualquier rastro mío. Me puso aún más cachonda ver lo cachonda que estaba ella, y me empecé a masturbar mirándolos.

— Así, muy bien, toda para tí, cariño —le cogí de la nuca y le ayudé en el movimiento, pero dejando que ella decidiese hasta dónde tenía que tragarse—. Tenías muchas ganas de una buena polla, ¿verdad, cariño? —miré a Juan—. Mira la zorrita que te he buscado, amor —Tere se desconcertó al oírme llamarla zorrita, pero yo seguí—. ¿Te la come bien la putita?

— Sí…

— Disfruta, amor, disfruta en la boca de mi hermana —ella se tocaba el clítoris más frenética. Tirando del pelo, le aparté la cabeza unos centímetros, pero mantuvo la boca abierta mientras jadeaba—. Mira sus labios, tan gordos, deseando comerse tu polla— introduje la punta dentro de su boca, y ella respondió chupando. La volví a sacar—. Saca la lengua, querida —me obedeció y pasé el glande por ella. Estuve moviendo la verga, entrándola y sacándola, viendo cómo la lengua recorría el falo. Terminé sacando otra vez el rabo de la boca, y acaricié la lengua con mis dedos. Ella notó otra vez el sabor de mi coño, y se metió los dedos enteritos en la boca, chupándolos. Tuve un escalofrío y volví meter la verga.

Juan estaba ciego de lujuria, el pobre. Yo seguía dirigiendo la cabeza de Tere, cada vez un poco más adentro. Ella pasó de frotarse la pipa a meterse dos dedos en un gemido que traspasó la polla que tenía en la boca.

— Fóllate a tu nueva puta, métesela bien dentro.

—Sí, ¡hasta el fondo!

Tere se echó en el colchón, en la misma posición en la que vió que me estaba follando Juan. Me miraba con la cara desencajada por el placer, desconcertada. Juan le fue metiendo la polla a golpecitos, acompañados de los gemidos de Tere. Cada vez que Juan la embestía, ella gritaba. Con el movimiento de Juan ella se tocaba el clítoris frenéticamente, sin parar. Yo disfrutaba viéndolos de esa manera y me acerqué a besar a Juan. Sin querer puse una mano sobre el coño de mi hermana, retirando ella la suya. Tenía el clítoris hinchado y muy mojado. Se lo froté mientras chupaba la lengua de mi marido, pero cuando volví a mi posición dejé de tocarla. Me gustaba darle placer a Tere, se lo merecía, pero me resultaba raro masturbarla, incluso para mí. Juan la sometía a un vaivén frenético, y se volvió a tocar el clítoris mientras me miraba con los ojos algo perdidos, haciendo que mi pasión fraternal pudiese más que el resto de pudor que me quedaba. Le puse una mano en el muslo, cerca de su sexo y con la otra le acaricié un pecho, y ella enseguida se cogió el pezón del otro. Yo creo que sus gemidos se tenían que oír en todo el barrio.

Saqué la polla y puse a mi hermana a cuatro patas, con el culo bien en pompa. Unas gotas le salían de la vulva y se acumulaban en el clítoris. Nunca había visto un chocho tan mojado. Me dieron ganas de chuparlo, pero me contuve cambiándolo con un buen mamazo a la verga de Juan. El coño de mi hermana sabía más dulce que el mío y tenía un efecto afrodisíaco que me recorría todo el cuerpo. Metí la polla en su coño, que entró rápidamente. Mientras Juan la follaba, abrí los glúteos de Tere, para deleite de Juan. El apoyó sus manos junto a las mías, pero cogí su pulgar, me lo llevé a la boca, y después de chuparlo lo coloqué sobre su ano.

Juan estaba alucinando. Escupí sobre su dedo y empezó a meterlo cada vez más. Ver cómo desaparecía la punta dentro de su ano depilado hizo que me corriera mientras me pellizcaba los pezones y gritaba a coro con mi hermana. Juan terminó de introducir todo el dedo y yo volví a poner una mano sobre el culete de Tere, pero la otra la metí en su boca, que empezó a chupar intensamente. Cogí la mano de Juan, chupé el índice y el anular y lo conduje otra vez al ano. Juan esta vez se mostró pasivo, quería jugar conmigo. Acepté y fui metiendo los dedos y, dirigiendo el movimiento de éstos, empecé a follar el culo de Tere a través de Juan.

— ¿Te gusta así, amor? —le pregunté a Tere.

— Me gustan mucho tus dedos… —ella creyó que eran mis dedos los que la estaban sodomizando. Le cogí un pecho y aumenté el ritmo en su culo.

— Eres muy puta, amor mío. Quiero que le cuentes a Juan lo puta que eres —la mano que sujetaba su pecho fue a su boca, de la que sólo salían gemidos. Al final oímos un hilo de voz.

— El culo, métemela por el culo… —era un gemido mezclado con una petición desesperada— toda por el culo… —y Juan se la fue metiendo hasta que entró entera.

Las embestidas de Juan no cesaban y yo me corrí otra vez viendo el agujero de Tere rodeando la polla de Juan. Y además Tere empezó a hablar como una zorra—. Me gusta mucho tu polla… me gusta tener tu polla en el culo… más fuerte… abrémelo… joder, así, fuerte… soy tu perra, fóllame como una perra…

Me puso tan cachonda que saqué la polla y me puse también a cuatro patas, esperando mi dosis. La verga era mía y la corrida también tenía que serlo. No iba a dejar a Tere llevarse todo el premio. Ella se dio la vuelta y chupó la verga mientras me metía el índice en el culo. No se andaba a medias tintas, y además pensaba que empecé yo penetrándola antes. Ella fue dirigiendo la introducción de la verga, lubricando con su saliva el proceso. Tener la polla de mi marido entrando y saliendo de mi culo me hizo gemir y llorar. Me tocaba el clítoris, y como sabía que me iba a llegar otro orgasmo quise que me lo diese todo.

— Córrete, dámelo, córrete dentro —él apenas podía ir más rápido, agotado como estaba—. ¿Quieres correrte en Teresa, o en su culo? hazlo cariño… ven, abre la boca, puta…

— ¡Joder, me voy! —eso ya era mucho para el pobre.

Saqué la polla de mi culo, pero Tere me la quitó y se la metió en la boca. Empezó a chupar mientras se la cogía con las dos manos. Yo me puse de rodillas junto a ella, esperando mi turno para comerle la polla a mi campeón, pero ella no soltaba el rabo y me miraba desafiante. Apenas me dejó cogerle la verga sólo cuando ella estaba acabando y finalmente, sin darme tiempo, me agarró la cara abriéndome la boca, dejando caer el semen de mi marido. Estaba como paralizada, pero me lo tragué. Dejó caer algo más y cayó en la mejilla, así que lo recogió con un dedo y me lo metió en la boca. Luego llegó el resto que le quedaba, y muy lentamente iba fluyendo a mi boca. Esta vez no lo tragué. Intercambiamos la postura y le devolví el semen mezclado con mi saliva, nuestras salivas. Cuando no quedaba más, cerré la boca, salivé un poco más y lo dejé caer. Sé que ella esperaba que la besara, pero no lo hice.

Aquella noche Teresa durmió con nosotros. Dejamos a Juan en medio. Me desperté muy de madrugada. Estaban durmiendo, así que silenciosamente palpé la polla de Juan. Una vez localizada, me metí bajo las sábanas y empecé a hacerle una chupada, muy lenta, buscando su erección. Cuando la tuve, hice que saliera de su duermevela y lo puse de lado, hacia mi hermana, que dormía dándole el trasero a Juan. Este dejó que mi mano llevase su polla al coño de Tere y me dí la vuelta. Recuerdo que me desperté al cabo y ahí estaba él, follándosela con ella tumbada de lado, mirando hacia mí, en un jadeo ahogado. Me miraba como si estuviese viviendo un orgasmo perpetuo y estuviese en piloto autómatico.

— A la perra le gusta tu polla —dije.

— Siiii… Me gusta tener tu polla en mi culo —dijo Tere mirando a Juan. Conocía bien a mi esposo, seguramente tenía la verga bien dura, pero le iba a costar eyacular, y la muy zorra no iba a dejarlo descansar… pero yo tampoco iba a dejar a mi hermana a medias. Era hipnótico verlos follar en silencio, envueltos en sudor. Teresa me cogió una mano y se la llevó a su pecho. Me hizo cogerle los pezones, gimió y me habló—. Seré vuestra puta, tu puta… —no le llegaba el aire— joder, seré vuestra perra…

— No eres nuestra puta, eres mi puta, y follarás cómo y cuándo te diga. Esa verga la tienes en tu culo porque es mi verga ¿lo entiendes? —afirmó con la cabeza y acercó su boca a la mía, dándome un beso que casi se me parte el alma. Su lengua sabía a sexo y su aliento, que llegaba de lo más hondo, era un gemido acompasado a los pollazos de Juan.

El beso duró lo que aguantó Juan sin eyacular con el plus de ver a su mujer besar y acariciar a su propia hermana…