Hace tiempo que iba a entrenar, tres días a la semana, al mismo gimnasio, con la misma gente, y prácticamente haciendo siempre lo mismo

Hace tiempo que iba a entrenar, tres días a la semana, al mismo gimnasio, con la misma gente, y prácticamente haciendo siempre lo mismo.

Siempre nos lo pasábamos bien, reíamos, jugábamos, pero todo esto se hizo mucho más intenso cuando a principios de este año, comenzaron a entrenar en nuestro gimnasio dos chicos más. Ahh, no lo he dicho, soy una muchacha que lleva desde hace años entrenando con un grupo formado completamente por hombres.

De estos chicos nuevos, uno era un viejo conocido, se había pasado algunas veces por allí, pero el otro, no. Era un chico que no llamaba la atención, era como lo que se dice vulgarmente: ‘’del montón’’. Su cara no llamaba la atención por ninguno de sus rasgos, y su físico general no era nada espectacular; era poco más alto que yo, y sin embargo, se pasaba un poco de la regla de los kilos y los centímetros.

Me cayó simpático el primer día, incluso cuando no pronunció palabra, el segundo, cuando ya se atrevió a decir algún comentario, el tercero, cuando ya era considerado uno más de nuestra gran familia del deporte, y así durante un mes, descubriendo cada día alguna cosa nueva; fuimos cogiendo confianza, hablábamos bastante pues, después de entrenar, solíamos quedarnos fumando y echándonos unas risas un buen rato.

Hablando de todo un poco, descubrí que tenía dos o tres tatuajes impresionantes, preciosos, y como no, como en toda historia, novia.

Después de un tiempo, me llevaba realmente bien con el muchacho, incluso había llegado a ver a su novia un par de veces, cosa que no me gustaba y no entendía por qué. Hasta que un día, descubrí, no sin sorpresa, que aquel hombre, incluso sin ser nada del otro mundo, sin llamar la atención para nada, no es que me gustara, si no que me ponía y deseaba tener una ‘’aventurilla’’ con él a toda costa; era algo plenamente sexual.

Seguí yendo a entrenar, pasaban los días, los meses, y cada vez nos acercábamos más, cada vez teníamos más roces, más miradas cómplices, más roces tontos, y aunque yo sabía que teniendo novia él, aquello no estaba bien, mientras lo hacía no me importaba, pues rozaba el mismo cielo cuando él me dedicaba una mísera sonrisa o un roce ‘’descuidado’’.

Seguían pasando los meses, y nuestra relación de ‘’amistad’’ era cada vez más fuerte y cada vez más desviada al ámbito sexual; a tal punto llegó, que durante un entrenamiento, al terminar un ejercicio, como muestra de respeto nos saludamos al estilo japonés, pero con alguna variante; estando de rodillas ambos, posó sus manos en la parte exterior de mis rodillas y apoyó su cabeza encima de las mismas, y subió la cabeza hasta hacerme cosquillas en la barriga, en ese momento, sentí una sensación tan intensa, algo divino y fantástico, algo que conocemos todos como orgasmo, que me obligó a soltar un pequeño gemido, pero lo suficientemente alto como para que todos se me quedaran mirando, y tuviera que fingir un pequeño tirón en una pantorrilla para disimular, pero siendo tan buena actriz, todos lo creyeron.

Aquel día, al salir del entrenamiento, como ya teníamos por rutina, nos fumamos un cigarro de risas y en un momento de la conversación, me preguntó que si realmente me había hecho daño en la pantorrilla o era disculpa de ‘’algo’’. Yo era demasiado joven e ingenua en aquella época y cedí a los encantos de aquel hombre, le dije lo sucedido; le conté que me había sobrevenido un orgasmo, algo que nunca había sentido con ningún otro chico, a pesar de haber mantenido relaciones con varios, pues ni tenía novio ni intención de tenerlo. Él, que se llamaba Marco, se sonrojó, como sintiéndose culpable de haber hecho disfrutar a otra mujer, teniendo a su novia en casa, con la cena hecha.

Aquel días las cosas quedaron ahí, pero al siguiente, con el simple roce de la piel de Marco durante los ejercicios era para más que nada en el mundo, y él lo notab

a, y hacía lo posible por poder tocarnos cada vez más; otro día, y otro, y otro, y cada día que pasaba, cada día que buscábamos más el roce, buscábamos nuestras miradas cuando no estábamos juntos; y al cabo de una semana con esos juegos, después de un entrenamiento y el cigarro de rigor, me fui a duchar.

A esas horas de la noche, el vestuario femenino del gimnasio siempre estaba vacío, y podía desperdigar todas mis cosas por todos lados, darme una ducha tranquilamente y estar a mis anchas, prácticamente como en mi casa, pero aquel día, Marco se empeñó en hacerlo diferente.

Cuando estaba completamente desnuda y dispuesta a calzarme las sandalias para ir a la ducha, se abrió la puerta del vestuario que me sobresaltó, pero me sobresaltó aún más la imagen que estaba en el umbral de la puerta: Marco venía con todas sus cosas, y me informó de que en su vestuario no había agua caliente (mentira) y de que se venía a duchar conmigo; ni siquiera me acordaba de que estaba completamente desnuda en medio del vestuario y de que el hombre que llevaba poniéndome cachonda durante tanto tiempo, estaba desnudándose para ducharse conmigo.

Salí de mi estado de estupefacción y sin esperarle me encaminé a la ducha, donde me mojé entera y comencé a enjabonarme, de repente, una mano pasó por mi espalda extendiendo el jabón y masajeándome; escalofríos recorrían mi cuerpo; Marco comenzó a deslizar sus manos por mis pechos, que he de decir que son bastante voluminosos, por mi espalda, mi barriga, el interior de mis muslos, y con todo el cuidado del mundo, se dedicó a mi entrepierna.

Cuando su mano se posó sobre mi clítoris noté que algo en mis nalgas comenzaba a estar demasiado duro y a apuntar demasiado alto, esa sensación me excitó aún más y como sus manos no paraban de masajearme clítoris y pechos, además de recibir pequeños mordiscos en el cuello, me acabé corriendo. Tuve un orgasmo de esos de película, de esos que no puedes aguantar los gemidos, de esos que por mucho que quieras no puedes reprimir, entonces me di la vuelta, y besé a Marco con toda la pasión que cabía en mí.

Aquel hombre, con apenas tocarme, me hacía sentir como nadie lo había hecho, y quería agradecerle aquello. Como ya comenté, mis pechos son bastante voluminosos, y su pene, creedme cuando digo que también. Le hice una cubana y acaba corriéndose en mis pechos. Al estar bajo la ducha, el agua se lo llevó todo rápidamente.

Marco y yo, seguimos debajo del agua, jugando con el jabón mientras nos besábamos y acariciábamos intentando conocer un poco mejor nuestros cuerpos; al cabo de un rato, su pene estaba erecto y pidiendo guerra de nuevo.

Antes de que pudiera darme cuenta, Marco me cogió en brazos, rozando su pene contra mis labios, y depositándome con cuidado sobre el suelo, siguió rozándome mientras me besaba. Aquellos roces consiguieron hacerme llegar al orgasmo de nuevo, pero la cosa no quedaría ahí; siguió bajando, concentrándose en mis pezones, mi ombligo, y llegando al clítoris y toda la zona que comenzó a chupetear y lamer. Era un gran experto, estuvo un buen rato con aquella operación, que me corrí otras dos veces. Ni siquiera yo me lo creía, nunca había tenido tantos orgasmos en una relación y en aquel momento estaba a punto de rozar el cielo.

Después de comérmelo todo, dirigió la cabeza de su pene hinchadísimo a la abertura de mi vagina. Estuvo un rato jugueteando, y haciendo movimientos circulares tanteando la zona. Luego, en un acto de cariño, comenzó a introducirlo poco a poco, hasta que lo tenía totalmente dentro.

Gemí de placer, y al ver la cara de Marco, sabía que él no lo estaba pasando demasiado mal. Comenzó con un movimiento de caderas lento, que fue adquiriendo velocidad, y más y más, hasta que en un éxtasis brutal, ambos llegamos a la vez al orgasmo. El se corrió completamente dentro de mí; sentí como chorros de su leche caliente me inundaban y se escurrían por entre nuestros sexos. También sentía latir mi vagina, estaba exhausta y sumida en un intenso placer que nunca había sentido. Nos quedamos en el suelo de la ducha un buen rato, con nuestros sexos unidos, mientras sentía como el pene de Marco se encogía, oleadas de placer seguían viniéndome y le impedí que se moviera.

Después de un rato nos sentamos frente a frente, nos besamos, nos duchamos y salimos del vestuario con total naturalidad. Marco me acercó a mi casa en su coche, y la despedida fue algo emotivo. Ni siquiera cruzamos una palabra, pero nuestras miradas lo dijeron todo.

La mía decía algo así como, ya se que esto a estado mal, y espero que Esther nunca se entere, pero he de agradecerte desde lo más hondo de mi corazón lo bien que me lo has hecho pasar, ha sido increíble. Y la suya, era una cara de arrepentimiento total, había llegado el momento de pensar en Esther y sentirse culpable, sin embargo, cuando me puse a bajarme del coche, me cogió fuertemente, me acarició los pechos con disimulo, y me beso apasionadamente en la boca.

Tras un tiempo, en el que nuestra relación se basaba solamente en algo sexual, Marco rompió su relación con Esther, pues ella también mantenía una pequeña ‘’aventurilla’’ con un amigo de toda la vida, así que, Marco y yo, ahora mantenemos una relación de pareja increíblemente estable y buena. Vivimos juntos desde hace un par de años, y estamos pensando en casarnos.