Siento una atracción hacia mi vecina que es increíble, me he obsesionado con ella y es que ni duermo por pensarla

Estaba convencido de que me había equivocado de carretera al tomar el desvío unos kilómetros antes, aunque realmente como no sabía muy bien hacía donde me dirigía, difícilmente podría haberme confundido.

Qué hacía yo conduciendo de noche, casi sin luces y con una mierda de coche, por aquella carretera local sin arcenes y sin pintar. ¡Joder, que despiste tenía encima! Sin embargo, no podía parar el coche y mirar el mapa, pues aun cuando la carretera tenía poco tráfico, ya me habían adelantado dos coches en los últimos cinco minutos y dejar el coche parado en la carretera sería entre un suicidio y un asesinato.

Tenía la esperanza de salir a otra carretera más importante, en la que ya pudiera orientarme, al menos, para volver a casa, si es que era eso lo que pretendía, pero también podría encontrarme en cualquier momento con que se acabara la carretera y me quedase allí tirado sin posibilidades de salir.

Me estaba poniendo muy nervioso en aquella situación y sudaba por todos los poros de mi cuerpo, a pesar de que el ambiente estaba más frío que cálido y hacía varias horas que se había puesto el sol.

Finalmente, ocurrió lo que me temía y el coche empezó a fallar por falta de gasolina. La suerte fue que divisé un mínimo ensanchamiento de la plataforma de la carretera y pude parar allí el coche fuera de la calzada. ¡Vaya putada! Era lo único que decía de forma obsesiva sin bajarme del coche y dándole golpes al volante hasta hacerme daño en las manos. Al cabo del rato traté de serenarme y salir del coche para hacer señas a cualquier vehículo que pasara, pero los dos que me habían adelantado debían ser la excepción de la carretera, porque después de más de media hora perdí toda esperanza de escapar de allí aquella noche.

Es curioso como en cuanto uno se acostumbra a una situación, esta varía de forma inmediata hacía mejor o hacía peor de forma caprichosa. Sentado en el capó del coche escuché el ruido lejano de un motor y divisé las tenues luces de unos faros. El vehículo se dirigía hacía mí y venía en el sentido contrario al que yo me encontraba. Comencé a hacerle señas de que parara, pero todos mis intentos fueron infructuosos y continuó la marcha sin frenar y escupiéndome el humo del motor. Cabrones, pensé, pero la verdad es que tampoco me enfadé. ¿Quién iba a pararse a recoger a alguien allí y de noche cerrada?

La distracción por el coche que había pasado, no me permitió percatarme de otro vehículo que lo seguía, hasta que casi se cruzó conmigo, entonces le hice señas y a los pocos metros se paró. Corrí hacia él, mientras sus ocupantes bajaban la ventanilla.

– Perdonen es que me he quedado sin gasolina. –Gritaba al acercarme-.

– ¡Hola! -Dijeron desde el coche-. Te hemos adelantado antes y hemos pensado qué dónde irías por aquí.

Las ocupantes eran dos chicas a las que no podía ver bien con el haz de la linterna con que me iluminaban.

– ¿Hay alguna gasolinera por aquí? –Pregunté-. Creo que me he equivocado de carretera y me he quedado sin gasolina.

– La única que hay está a unos diez kilómetros y ya estará cerrada hasta mañana. No tiene mucha clientela y cierra de nueve de la noche a ocho de la mañana. –Me contestó la que conducía-.

– ¿Y algún sitio para pasar la noche? –Pregunté de nuevo, obteniendo como respuesta unas sonoras carcajadas-.

– ¿Pero tú sabes dónde estás? Anda coge tu maleta y sube, que pasarás la noche en casa, si a la tía le parece bien. –Dijo la acompañante-.

– No traigo maleta, no pensaba pasar la noche fuera.

– Anda, sube.

Subí al asiento trasero, dando insistentemente las gracias y excusándome por una situación tan embarazosa. Ellas se mantuvieron calladas y tras dos o tres kilómetros conduciendo a gran velocidad, para como era la carretera, giraron a la izquierda cogiendo una salida en la que yo no había deparado. Tras unos cinco minutos por un camino de tierra llegamos a una casa cuya imagen y posición, por lo que poco que pude ver, se parecía a la del cuadro de Andrew Wyeth, si se miraba con buenos ojos, o a la de Norman Bates, si se miraba con malos ojos.

Bajamos del coche con la luz que ofrecía la luna llena semi tapada por las nubes y las seguí como pude hacia el porche que daba acceso a la casa. Como suele suceder, no vi el primer peldaño de la escalera, tropecé y caí de la manera más vergonzante. Entre las risas de las dos, una de ellas me ayudó a levantarme, mientras que la otra, ya en la puerta, encendía una bombilla tan tenue y sucia que más quitaba luz que la arrojaba.

En el interior de la casa, ya con algo más de claridad, pude contemplar a mis anfitrionas. Se me cayó el ánimo a los pies: una era fea como pegarle a un padre y la otra, además de fea aunque menos que su compañera, tenía el tipo de la “Sansona de Andalucía”. Pero lo peor es cómo iban vestidas: la sólo fea, llevaba una cosa entre sayón de nazareno y un saco de harina, que apenas le dejaba los antebrazos y la cabeza al aire; pero la fea y amplia llevaba unos pantalones cortos que se los debía haber puesto cinco años antes y que ya no podría quitárselos y una camisa anudada al ombligo que le dejaba las tetas, como cántaros, en permanente lucha con las costuras de la camisa y a punto de desbordarse en cualquier momento para terror de los que estuvieran presentes.

Pero si las habitantes que conocía hasta ahora eran así, la casa las mejoraba sustancialmente, quiero decir, que la casa era tan horrorosa que lograba embellecerlas, si ello hubiera sido posible. El papel pintado, los muebles, las lámparas, los detalles, todo era para quemarlo sin preguntar, por el bien de la humanidad. Me adentré como pude en aquel espacio que ellas reconocían como propio, mientras que llamaban a su tía con voces cada vez más destempladas y más agudas.

– Tita iba en el coche que ha pasado delante de nosotras. –Dijo la sólo fea-. No sé por qué no responde. Igual te ha visto y no le ha gustado tu pinta. –Y se acercaron las dos más de lo debido, posiblemente por si tenían que reducirme-.

– Oye, que yo soy un tío de lo más normal, me he quedado sin gasolina como le puede pasar a cualquiera. –Dije mientras ponía un par de pasos de por medio-.

– ¿Quién está ahí con vosotras? –Se oyó desde el interior de la casa. La voz era preciosa, en nada comparable con las mis dos anfitrionas-

– Un chico que hemos recogido en la carretera, que se había quedado sin gasolina. –Respondió la fea y gorda-.

– ¿Cómo traéis alguien a casa sin conocerlo? –Reprendió la voz que surgía desde las habitaciones interiores de la casa, acercándose hacía el salón-. No os dais cuenta que somos tres mujeres indefensas y que estamos en medio de la nada.

– Bueno, indefensas igual es mucho decir, no tita. –Respondió la más gorda-.

– ¡Cállate y no digas más tonterías! –Terció la otra-.

¿Dónde me había metido? El espanto de mis anfitrionas y sobre todo el espanto de la casa me habían sumido en una congoja que no me permitía decir palabra y sólo me dejaba desear salir de allí. Sin embargo, las cosas cambiaron en el momento en que ella apareció por la puerta del salón. ¿Qué hacía ella en este sitio? Sin duda se trataba de Antonia, mi vecina de casa, pero su ropa, su aspecto, su alejamiento, la hacían parecer otra mujer. Su aspecto era exactamente el de las chicas que caían víctimas de Chistopher Lee en las películas de Drácula. Estaba pálida, algo demacrada y llevaba el pelo lacio y suelto. Vestía un camisón negro semitransparente hasta los pies, con un amplio escote y recogido bajo el pecho, que le realzaba sus preciosas tetas.

¿Qué demonios de sitio era este? Hice intención de saludarla, pero ella dejó bien a las claras que no me reconocía y yo me ahorré el desaire.

– ¿Cómo te llamas chico? ¿Qué haces por estos lugares a estas horas? ¿Qué intenciones tienes? ¿Qué les has dicho a estas dos jovencitas para venir a esta casa? –Preguntó sin parar al entrar en el salón-.

– Me llamo Carlos. Me he extraviado con el coche y me he quedado sin gasolina aquí cerca. Lo único que quiero es descansar un poco hasta mañana a primera hora. Y sólo les he preguntado por un sitio donde pasar la noche hasta que abra la gasolinera. –Contesté procurando seguir el orden de la batería de preguntas-.

Tenía que ser Antonia, no podía haber otra mujer exactamente igual a ella. Pero sus reacciones y su sequedad me desconcertaban.

– Es verdad lo que dice, tita. –Corroboró la gorda y siguió-. No podíamos dejarlo tirado en la carretera toda la noche, para que le pasara cualquier cosa y más hoy que hay luna llena.

– Por favor, dígame cualquier sitio para que me tumbe y mañana antes de que se despierten me habré ido. –Supliqué a la que yo creía Antonia-.

– ¿Y tu equipaje? ¿Has cenado algo? –Siguió inquiriendo la doble de mi vecina-.

– No llevo equipaje, no pensaba pasar la noche fuera. Y no se preocupe por la cena, me bastaría con tomar un poco de leche. –Le respondí, dándome cuenta al terminar que lo último se lo había dicho mirándole directamente a las tetas-.

– Dormirás en la habitación de mi difunto novio. Tráele un vaso de leche y unas galletas. –Ordenó a una de sus sobrinas-. Nosotras hemos cenado ya y debemos descansar.

La fea me acompañó a la habitación que se me había asignado, mientras su hermana o prima o lo que fuera se dirigía a la cocina por la leche y las galletas. Si el salón era terrible, la habitación era el infierno. Llena de muebles recargados de decoración antropomórfica y patas torneadas por un paranoico aburrido, mezclados con otros de fórmica típicos de los años setenta. La cama era alta como una entreplanta y con un dosel de terciopelo rojo. La iluminación la ofrecía una especie de candelabro con tres bombillas tipo vela de no más de quince watios, que encima titilaban imitando su origen.

Cuando me quedé solo traté de recapitular para entender cómo había llegado allí, pero me fue imposible. Mi cabeza no podía decirme dónde me dirigía cuando me perdí. Lo dejé para no ponerme todavía más nervioso de lo que estaba. Al momento llamaron a la puerta era la fea y gorda con la leche y las galletas. Al mirarla para agradecerla la atención, reparé en que tenía mojada la camisa a la altura de los pezones, que se transparentaban bajo el tejido húmedo. Aparté la vista y tomé un sorbo de leche. Era extraordinariamente grasa y de un sabor que no había probado.

– ¿Te gusta? –Preguntó-.

– Si. ¿Que es, de cabra? –Dije por seguirle un poco la corriente-.

– No, mía –dijo a la misma vez que se desabotonaba la parte superior de la camisa y se sacaba sus enormes tetas -.

Afortunadamente yo ya me había tragado el buche que tenía en la boca, porque en caso contrario lo habría escupido. ¿Dios mío en qué sitio estaba?

– ¡Manuela! –Exclamó su tía desde la puerta-. Deja al invitado que descanse y vete a tu habitación-.

Manuela, que al parecer así se llamaba, se recogió las tetas como pudo y salió de la habitación sin rechistar.

– Perdone a mis sobrinas, pero no ven a mucha gente por aquí y pretenden ser más atentas de lo oportuno

Antonia o su socias estaba preciosa. La iluminación del pasillo permitía contemplarla al trasluz como si estuviera desnuda, debido a la transparencia del camisón.

– La cama está hecha. En el armario tienes alguna ropa que puedes utilizar para dormir. El aseo, para cuando lo necesites, está al final del pasillo. –Dicho esto, salió cerrando la puerta-.

Yo había conocido personas secas de carácter, pero esta Antonia era peor que el ama de llaves de Rebeca. Sin embargo, la transparencia de su cuerpo en el instante anterior me había excitado, lo mismo que me pasaba con la vecina cada vez que me cruzaba con ella por la escalera o en el ascensor. Su presencia allí me tenía desconcertado. Si era Antonia de verdad, la que yo conocía, qué hacía allí con aquellas dos y con esa pinta de la novia de Drácula y si no era ella, cómo era posible que hubiera dos personas idénticas. Claro, pensé, que también podía ser una hermana gemela. Esa idea, aunque estúpida, me tranquilizó al ofrecerme una posibilidad racional, por escasa que fuera.

Con la poca tranquilidad que me permitía el entorno me entraron ganas de ir al servicio. Pero antes no pude sino oler el vaso de leche que estaba sobre la mesa. Aquella tía seguro que había querido quedarse conmigo, aunque, por si acaso, no se me ocurrió volver a probarlo.

El pasillo estaba a oscuras, con la única y tenue iluminación que salía de mi cuarto. Tanteando una de las paredes llegué al final y moví la mano en busca de la manilla de la puerta. La puerta se abrió sin necesidad de accionar ninguna manilla, tanteé entonces en busca del interruptor de la luz. Lo encontré. Cuando lo accioné reparé en que no se trataba de un aseo, sino de una escalera descendiente, pero ya era tarde, había pisado en falso y caí dando vueltas sin poder agarrarme a ningún pasamanos.

Comencé a despertar no se cuanto tiempo después. Me dolía la cabeza, la espalda, los brazos y las piernas. Poco a poco me fui dando cuenta de que estaba tumbado boca arriba en una especie de mesa grande, desnudo y atado de pies y manos a unas argollas. Estaba además amordazado, lo que me impedía respirar normalmente, padeciendo una fuerte sensación de ahogo incrementada con la angustia que sentía.

En medio del atolondramiento que sufría, noté que seguían golpeándome en las piernas y en el pecho. Abrí los ojos y no pude distinguir más que tres formas a contraluz.

– ¿Qué has venido a buscar aquí? ¿Quién te manda? ¿Qué pretendes? –Era la voz de Antonia o de su hermana o de su socias o de quien coño fuese que seguía lanzando las preguntas por triadas-.

– Uummm –fue lo más que logré decir con la mordaza-.

– Quítale la mordaza. Ya despierto sólo puede gritar y no roncar como antes. –Ordenó, llamémosla Antonia- Contesta –insistió una vez tuve la boca liberada-.

– Buscando el aseo, al final del pasillo, como me dijo, caí por una escalera que no esperaba.

– ¿Sabes que estoy llegando a la conclusión de que eres tonto? –Aquello me molestó, pero mi situación no era como para protestar- Primero no sabes a donde ibas en el coche, después te pierdes y te quedas sin gasolina y finalmente te caes por la escalera. Sin duda o eres muy tonto o eres muy listo y eso lo vamos a averiguar.

Dicho esto accionó un mecanismo y la mesa a la que estaba atado se fue girando hasta ponerse vertical produciéndome aun mayor dolor en todas mis extremidades, hasta que logré apoyar los pies en una balda que tenía la mesa.

Ya de pie comencé a entrever el sitio en que me encontraba y con quien. El sitio parecía un sótano o una cripta o algo parecido. En un lateral había como tres habitaciones o capillas y en cada una un catafalco o un ataúd grande. La iluminación la daban multitud de velas situadas en todas partes. De mis acompañantes sólo pude distinguir a Antonia, que estaba frente a mí, en el centro de dos sombras situadas tras ella. He de confesar que estaba asustado como no lo había estado nunca y que temblaba de miedo y de frío más que un perro chico.

– Creo que estamos sacando las cosas de quicio. –Musité tan bajo que tuve que repetirlo dos veces más para que Antonia pudiera oírme-. No pretendo hacerles nada. Me visto, me voy y asunto terminado.

Una de la sombras dio dos pasos hacia delante haciéndose visible. Era la fea. ¡Joder, fea seguía, pero estaba como un tranvía! Ahora se parecía a una compañera de clase de la que todos decíamos que a oscuras debía tener un polvo de cojones. Había cambiado el saco por un triquini negro brillante de cuero que le tapaba escasamente el chocho y que le envolvía las tetas, ya que lo que debía ser la copa del sujetador no existía, dejando ver unos melones de cuidado apretados por las correas laterales. Completaba el atuendo con unas medias negras y unas botas de tacones hasta la rodilla.

– ¿Así de fácil lo ves tú? Te invitamos a nuestra casa y tratas de espiarnos. –Dijo llena de rencor-.

Al momento se adelantó la otra sombra, como ya suponía se trataba de la otra sobrina. Cortándolos, o como fuera, había logrado zafarse de los pantalones y una vez conseguido había preferido no ponerse nada, así que iba completamente desnuda, con excepción de una botas hasta los muslos, también de tacones. Llevaba el chocho completamente rasurado y sus enormes tetas se las recogía con unas correas al cuello.

– Te he dado lo mejor de mí misma y lo has despreciado, cabrón. -¡Pues anda que había hecho yo amigas allí en tan poco rato!-.

– No es lo que decís. No espío a nadie, me caí por la escalera o creéis que en vez de bajarlas normalmente me tiro. –Le dije a la primera.- Y no he podido tomarme toda la leche porque tenía que ir al aseo primero –Le dije a la otra, tratando de rebajar la tensión-.

– Esperad. –Dijo Antonia- Primero hemos de saber si es uno de nuestros enemigos. Si lo es ya sabéis que tenemos que hacer y si no, también lo sabéis.

– Yo no soy enemigo de nadie. Si no os conocía hasta hace un rato, ¿cómo voy a ser enemigo vuestro?

– Eso lo averiguaremos nosotras y ¿sabes cómo?

– Pues no. –Contesté yo pese a que la pregunta era completamente retórica-.

– Muy fácil. Nuestros enemigos son los ángeles y a esos la polla no les sirve más que para mear, no se les empina, se haga lo que se haga con ellos. Mis sobrinas están muy bien dotadas, capacitadas y dispuestas para hacer esa prueba, por eso seguimos vivas tras más de quinientos años.

¡La hostia, estas tres o estaban como una regadera o se querían meter el lote a mi costa o las dos cosas!

– Vaya, después de quinientos años, vosotras sabréis que eso no es un huevo que se echa a freír. –Lamenté decir la última parte de la frase, por aquello de los huevos y el aceite caliente-. ¿Hasta ahora que ha habido más ángeles o más empalmados? –Pregunté con cierta guasa, pese a las circunstancias-.

Con disimulo miré hacia abajo para ver como estaba de animado mi miembro y lo que vi me lleno de terror. Aquello más que un plátano parecía una avellanita y entre el frío que hacía allí y el miedo que me daban las tres locas debía de tener los huevos a la altura del ombligo. Para colmo, con la mierda de la moda de la depilación masculina, me había quitado todos los pelos hacía dos días, así que daba una pinta de angelote de Murillo que partía la pana.

– Mira, no te voy a engañar, pero tienes pinta de que eso no se te levanta ni con una grúa. –Dijo Antonia-. Y te advierto que sólo me he equivocado una vez.

– O sea que más ángeles que empalmados. –Concluí en voz alta- ¿Y no será que tus sobrinas no están tan capacitadas para la prueba?

Me llevé dos hostias, una de cada una de las sobrinitas, que me acojonaron. Aquellas tías no estaban de broma. Traté de cambiar mi planteamiento y empecé a mirar a las sobrinas con cabeza y ojos libidinosos, concentrándome en sus virtudes, que algunas tenían, y quitando importancia a sus defectos.

Antonia se tumbó en un triclinio situado al lado contrario de las capillas y las sobrinitas empezaron su función. Desde luego, no se les podía echar en cara que no la tuvieran ensayada. La sólo fea se colocó detrás de la otra y comenzó a sobarla a modo por las tetas, la barriga y los muslos. La otra se dejaba hacer volviendo los brazos hacia atrás de vez en cuando para agarrarle el culo y sobarla también por donde pudiera. Tras la primera sesión de sobeteo se pusieron cara a cara empujándose las tetas la una a la otra, besándose y magreándose los culos a modo.

Mi avellanita empezó a sentir los efectos de la función y se transformó en un dátil de buen tamaño. Los cojones por su parte perdieron algo de su timidez para hacerle compañía al dátil. Tras más magreos, la “Sansona” tomó la iniciativa y cogiendo a su compañera en peso le dio la vuelta, la puso boca abajo y le metió la cara en su coño, mientras ella hacía lo mismo con el de su compañera. El culo de la fea la verdad es que era de época y verlo así con la tirilla de la parte baja del triquini me estaba poniendo. De pronto se le cayó la tirilla, la “Sansona” la había roto de un mordisco para poder chupar a gusto. Miré a Antonia, no perdía detalle de la función de sus sobrinas. Estaba tumbada de lado en el triclinio, se había soltado la presilla bajo el pecho del camisón y se estaba tocando las tetas con una mano. La otra mano la tenía bajo el camisón, que se lo había subido hasta la parte alta de los muslos, y se sobaba el coño.

El dátil había pasado a platanito, cambio morfológico que no pasó desapercibido para las artistas. La “Sansona” volteó a su compañera, la dejo sobre el suelo y las dos se vinieron de cabeza a darme una chupadita. Tener los dientes de la “Sansona” tan cerca de una parte tan delicada de mi anatomía, después de ver como había roto la tirilla del triquini, me causó un efecto contrario al por ellas previsto y el platanito comenzó a replegarse, pese a las intensas chupadas y sorbetones que las dos le deparaban.

Al cabo del rato la fea se incorporó diciendo que estaba claro que yo era un enemigo, además de un mariconazo, dejando para mi preocupación a la “Sansona” sola abajo.

– ¡No es verdad! Habéis visto que se me había empinado, lo que pasa es que ellas no saben hacerlo. –Le dije a Antonia, decidiendo jugarme el resto- Si tu me hicieras lo que ellas, ya verás el pollón que se me pone.

Como premio a mi queja, la “Sansona” me agarró los cojones y los apretó hasta que se volvieron al ombligo.

– Es posible que tenga razón. –Dijo Antonia entre las quejas de las sobrinitas-.

Se levantó y se quitó el camisón quedándose con unas braguitas en las que pude distinguir una compresa. ¡Joder lo que se le retrasa a esta la menopausia! Pensé recordando los quinientos años que decía tener. Eso si era una mujer y no las dos contorsionistas. Se acercó muy despacio y en cuanto estuvo a tiro me cogió la entrepierna con toda su fuerza, que era mucha.

– ¿Te gustan maduritas? –Dijo sin bajar la presión- Te vas a enterar ahora.

Me dio una chupada como no me la podía ni imaginar, mientras me metía un dedo en el culo hasta el fondo. La avellanita, se convirtió primero en dátil, luego en platanito y finalmente en un pepino con guarnición.

– No es un enemigo, inútiles. –Le dijo a las sobrinitas-. Traedme la copa sagrada.

Esta tía, además de como un cañón, estaba como un trillo. Las sobrinas le trajeron una copa plateada. Antonia se puso a la tarea y me hizo una paja que ni yo mismo la hubiera mejorado. Cuando notó que me corría se metió mi polla en la boca y recogió todo el semen en su interior para luego volcarlo en la copa. Terminada la tarea se levantó y le dijo a las sobrinas que ya podían terminar ellas.

– Ya tenemos tu savia ahora queremos tu sangre.

La “Sansona” cogió un de cuchillo de carnicero, se vino hacia mí y cogiéndome la polla, todavía en erección, por la punta descargó el cuchillo….

Desperté convulso. Estaba mojado hasta las trancas, otra vez me había corrido mientras dormía pensando en la vecina. Esto no podía seguir así. Tenía ya casi treinta años, pero noche si, noche no, me corría soñando los mayores disparates con la jodía vecina.

Había conocido a Antonia unos dos años antes de aquella noche, cuando me mudé al piso donde ahora vivo. Ella se había mudado unos meses antes y vivía justamente en el piso debajo del mío.

Nuestras relaciones eran de estricta buena vecindad: buenos días, buenas noches, que calor hace hoy,…. Pero cada vez que la veía me producía tal impresión que me cortaba la respiración, sobre todo en verano cuando llevaba vestidos ligeros y descotados. Tal era la fijación que asistía puntualmente a las reuniones de la Comunidad de Propietarios, a las que ella tenía la costumbre de asistir, si bien algunas veces me dejó allí colgado y tuve que chupármelas enteras sin que ella apareciese, lo que le reprendía cuando me la encontraba a los pocos días en el garaje o en el ascensor.

Me había aprendido sus horarios habituales y yo había cambiado los que podía para tratar de coincidir en el ascensor. Todas las mañanas laborables esperaba preparado para salir en la puerta del piso, hasta que oía el ruido de su puerta y entonces trataba de coger primero el ascensor y pararme en su planta para darle los buenos días y bajar juntos hasta el garaje. No siempre lo conseguía, y esos días me sentía frustrado y triste hasta media mañana que con líos del trabajo se me olvidaba el incidente.

Ustedes pensaran que estoy mal de la cabeza, pero no es eso. Soy extremadamente tímido y me siento incapaz de entablar una conversación, y mucho menos una relación con alguien que otras personas no me hayan presentado. Con este carácter comprenderán que mi relación con el vecindario era de pura cortesía y, por tanto, tampoco me podían auxiliar para entablar un mayor contacto con Antonia.

Pero todavía no les he contado como es Antonia. Ahora debe estar entre los veinticinco y los treinta años, morena, mucho pelo, creo que castaño, alta, guapa, cuando va maquillada preciosa, y con una buena figura. Vive sola y en las muchas veces que coincidimos en el ascensor, habla constantemente por el móvil. Por el horario que hace, creo que debe trabajar por libre o en alguna empresa con horario flexible. Posiblemente sea una profesional con estudios superiores, aunque eso no puedo asegurarlo.

Bueno, aun cuando mi fijación sea Antonia, mi vida sentimental no se ha reducido exclusivamente a este amor platónico, sino que yo sólo, o con la inestimable ayuda de ellas, he sido capaz de acumular bastantes fracasos sentimentales en mis ya casi treinta años.

El último ha sido con Purita. Purita es una de las secretarias de la oficina donde trabajo. Ya se sabe que los empleados del trabajo entre si son tan crueles como los niños entre ellos, así que en la oficina la llamaban Putita y algo de razón tenían.

El caso es que un viernes por la tarde que me había quedado más horas de la cuenta a trabajar, al salir ella también estaba todavía allí. Intercambiamos unas cuantas frases por ser amables y cuando me fui a despedir, con el cachondeo de nombres de la oficina me despisté y le dije:

– Adiós Putita, hasta el lunes.

– ¡Eso lo será tu madre, cabrón! –Gritó y se puso a llorar desconsoladamente-

Me deshice en excusas, pero la verdad es que había metido la pata hasta la ingle. No soporto ver llorar a nadie y tras media hora de consuelo y de alabanzas conseguí que se tranquilizara y para que me perdonara la invité a tomar una copa, que ella aceptó entre los últimos hipidos.

Ella vive con sus padres cerca de mi casa, así que fuimos a una taberna Irlandesa que nos cogía cerca a los dos. Yo me precio de aguantar bien la bebida, pero a mi tercer whisky y su tercer gintonic yo estaba empezando a ensoparme y ella estaba aparentemente tan fresca y sin ganas de irse. Para evitar terminar como una cuba le propuse ir a comer algo a algún sitio próximo, pero ella respondió que no le gustaba comer en la calle, que además de robarte, normalmente los camareros escupen en los platos si creen que no les vas a dejar una buena propina. Me quedé un poco atónito y como ella vivía con sus padres y yo solo, le propuse que fuéramos entonces a mi casa y yo prepararía cualquier cosa, prometiéndole ponerme una mascarilla durante el tiempo que ella no estuviera delante. Me miró, se rió y aceptó.

Conversamos animadamente hasta casa sobre nimiedades de la oficina. Al entrar me preguntó por el baño, le indiqué y fui a la cocina a preparar cualquier cosa que empapase y a abrir una botella de vino. Minutos después entró en la cocina pidiéndome una fregona, al parecer no aguantaba tan bien los gintonic como pretendía aparentar. Le dije que ya lo limpiaría yo, pero insistió y le señalé el lavadero, donde estaban los trastos de la limpieza. Mientras yo suponía que ella se afanaba en la limpieza del desaguisado, terminé de preparar las cosas, puse la mesa y un poco de música y me zampé media botella de vino.

Como no volvía fui a ver si pasaba algo. La luz del dormitorio estaba encendida y ella dormía sobre la cama tiritando entre el frío y la borrachera. Apagué la luz y regresé al salón. Puse la calefacción, comí algo y terminé con la botella de vino. A la una y media volví al dormitorio. Seguía durmiendo. Le desabroché la camisa y la falda y le eché una manta por encima. Me quité la camisa y el pantalón y me tumbé a dormir en el sofá del salón. Aunque intenté pensar en la extraña situación que se había producido, me dormí antes de poder apagar la luz.

Desperté al notar la presencia de alguien. Tardé unos instantes en recuperar la conciencia, recordar donde dormía y lo que había sucedido la noche antes. Purita, no había más candidatas, se había metido debajo de la manta y me abrazaba por detrás. Me gustó su calidez y el contacto de sus manos con mi piel, quedándome así un rato mientras me despertaba del todo.

– ¿Sigues dormido? –Susurró a la vez que me tocaba la polla por encima del calzoncillo-.

– No – y me salió el cursi galante- estoy muerto y en la gloria.

– Pues en la gloria hace mucho frío y se pasa mucha hambre. –Respondió ella siguiendo con el toqueteo cada vez más intenso-.

Me giré y cual no fue mi sorpresa al descubrir que no era Purita mi compañera de sofá, sino Antonia, la vecina. La besé y cuando fui a tocarla me corrí y esta vez me desperté de verdad.

Me levanté corriendo a limpiarme y a cambiarme maldiciendo la manía que había cogido con la vecina. Al entrar en el baño, aquello era una laguna. Purita se había dejado el grifo del lavabo abierto con el tapón puesto y el agua caía a chorros. Lo cerré, me limpié, me puse un albornoz y me fui a hacer café, después recogería el agua, total, el daño ya estaba hecho.

Le llevé una taza de café a Purita, que seguía durmiendo en la misma posición en que se había quedado la noche anterior. Abrí las cortinas y me senté en el borde la cama intentando despertarla suavemente.

Estaba atractiva, aunque estuviera despeinada y con mala cara de la resaca. Cuando por fin abrió los ojos, me miró y se asustó hasta que empezó a recordar lo que había sucedido y comprobó que seguía vestida. Le ofrecí la taza de café. Ella se tapó púdicamente con la manta y se incorporó para beberla.

– Lo siento, pero creo que no me afecta el alcohol y al final no es así. –Se excusó y continuó- Además te he quitado la cama. ¿Tú dónde has dormido?

– En el sofá del salón. Anoche supuse que era mejor dejarte dormir. ¿No sé si te he causado algún estropicio por no despertarte?

– No te preocupes mis padres están acostumbrados y mi novio se fue ayer tarde de viaje para ver al Betis jugar en Barcelona contra el Español. -Se quedó un rato mirándome sin decir nada mientras se bebía el café. Después dejó la taza en la mesilla, se volvió a tumbar y levantó la manta invitándome a tumbarme junto a ella-. ¿Quieres que lo hagamos?

¿Por qué no? Pensé. El novio estará haciendo lo mismo con alguna con la camiseta verde y blanca. Me tumbé sin quitarme el albornoz, aceptando su ofrecimiento. Se incorporó y se quitó la camisa y la falda, para luego volver a tumbarse a mi lado. Purita la verdad es que estaba bastante rica, aunque vestida no lo parecía tanto.

Era ese momento entre dos desconocidos que se acuestan por primera vez, durante el cual no se sabe quien va a tomar la iniciativa y quien va a dirigir lo que suceda. Purita resolvió la cuestión y tomó la iniciativa. Mientras nos besábamos, palpó como andaba la cosa por encima del albornoz y notándola con ganas, metió la mano por debajo, acariciándome el pubis, la polla y los huevos. Cuando creyó que estaba en disposición echó la manta a los pies de la cama y comenzó una lenta y profunda mamada.

La nueva posición que había adoptado me permitió contemplarla con la intensidad que merecía. Llevaba un sujetador y un tanga blancos. Tenía unas tetas medianitas y duras y un culo soberbio que el tanga aun mejoraba. Como yo me dedicaba a la observación cogió mis manos y se puso una en las tetas y otra en la raja del culo. Nos llevamos así un tiempo, ella chupando y lamiendo y yo sobando, hasta que se dio la vuelta para que hiciéramos un “69”. Su coño estaba húmedo y rico.

– Méteme los dedos en el culo. –Susurró-

Seguí sus instrucciones y al poco tiempo estaba jadeando y moviéndose de manera nerviosa. Como yo acababa de correrme podía aguantar todavía un buen rato y me dediqué a dejarme hacer y a chuparla y sobarla. Se incorporó, se quitó el sujetador y metió mi polla entre sus tetas.

– ¡El culo! ¡El culo! –Gemía para que se lo chupara y le metiera los dedos-.

Se puso de rodillas frente a mí, cogió mi polla y despacio se la introdujo en el culo comenzando a saltar una vez que la tuvo entera dentro.

– ¡Hazme una paja y sóbame las tetas! –Purita tenía claro lo que le gustaba y no se cortaba un pelo en pedirlo. Persona inteligente.-

Nos llevamos así un buen rato hasta que se corrió gimiendo y recordando a la Virgen de los Desamparados. Ya le había oído utilizar a la Virgen como exclamación, pero me sorprendió que en esos momentos también se acordara de ella. Ya tumbada en la cama volvió a chuparme la polla hasta que me corrí.

El polvo había estado fantástico y se lo dije. Al rato le pregunté si quería desayunar. Respondió afirmativamente. Le presté una camisa del pijama yo me puse el albornoz y fuimos hacia la cocina.

Mientras preparaba las tostadas y algo más de café llamaron a la puerta. Era Antonia que, además de indicarme que la noche anterior me había dejado las llaves en la puerta por fuera, venía a decirme que le estaba cayendo agua en su baño. Durante la breve conversación creí notar que detrás de mí había visto a Purita con mi camisa del pijama y que de vez en cuando bajaba la vista a mi entrepierna. ¡Qué le vamos a hacer! Pensé. Le pedí excusas y le mentí diciendo que estaba recogiendo el agua. Quedamos en hablarnos el lunes para avisar a los seguros.

– Perdona, pero anoche se me olvidó cerrar el grifo del lavabo. –Dijo Purita tras cerrar la puerta- Te ayudo a recoger el agua y luego desayunamos.

Purita me estaba resultando mucho más agradable de lo que creía inicialmente. Era guapa, sensual y educada. O estaba comenzando a hacerme gracia o el pedazo de polvo que acabábamos de echar me tenía todavía bajo sus efectos.

Cuando terminamos de recoger el agua del baño era más de la una. Le propuse salir a tomar una cerveza sin tapa, en todo caso, avellanas. Se rió y fuimos a dar una vuelta. Ella hablaba constantemente de sus padres y yo trataba de introducir otras cosas en la conversación, para descansar un rato de sus padres, pero a todo le daba la vuelta para volver al mismo tema.

A la hora de comer le propuse comer en casa e ir luego al cine. Llamó por teléfono y aceptó. Durante la película, bastante mala por cierto, no paraba de pensar que podía iniciar algo con Purita, ya que parecía que lo de su novio bético se la traía un poco al fresco. Después del cine me dijo que tenía que volver a casa de sus padres, durante el trayecto de vuelta traté de que quedáramos al día siguiente, pero su contestación fue radical:

– Carlos, hemos echado un polvete que ha estado bien, pero yo quiero a mi novio, aunque sea bético, y sobre todo mis padres quieren a mi novio y yo no les puedo dar ese disgusto. De manera que si alguna vez como ayer se tercia, repetimos, pero nada más.

Me quedé estupefacto con Purita. Nos despedimos amablemente en una esquina anterior a su casa, para que sus padres no pudieran verme.

De vuelta a casa pensé que la cosa no había estado mal, pero que, además de tener que reconocer mi desconocimiento absoluto de las mujeres, cualquier posibilidad que hubiera podido tener antes con Antonia, se había ido al traste con la escena de la mañana.

Cené y miré un rato de televisión, no me apetecía leer. Como no me interesaba lo que daban me quedé dormido en el sofá, le habría cogido gusto desde la noche anterior.

Sonó el timbre de la puerta. Mire la hora, eran más de las tres. Me acerqué y observé por la mirilla. Era Antonia y abrí.

– Perdona la hora, pero ha vuelto a caer agua en mi baño y, como estás un poco distraído, he pensado que igual te has vuelto a dejar algún grifo abierto.

– No es posible, pero entra un momento y miro.

Fui al baño. Todos los grifos estaban cerrados y el suelo seco.

– Debe ser todavía la de ayer. El suelo del baño está seco y los grifos cerrados.

– No puede ser porque poco después de subir esta mañana dejó de caer y ha vuelto a caer hace como un cuarto de hora.

– Cuanto lo siento. Te acompaño si quieres y tratamos de averiguar que pasa y si no, por lo menos te ayudo a recoger.

Bajamos y siguiéndola por la escalera reparé que llevaba una bata negra muy corta, atada a la cintura con un cordón, le sentaba de maravilla. Era la primera vez que entraba en el piso de Antonia. Estaba tenuemente iluminado por pequeñas velas situadas encima de los muebles y en el suelo. Por lo poco que pude ver, parecía bien decorado, si bien muy oscuro, pero debía ser la escasa iluminación.

Lo que no era culpa de la iluminación era el frío que hacía dentro. Me condujo hacia el baño y, en efecto, caía agua del techo como si lloviera.

– ¿Puedes darle a la luz? –Dije- A ver si damos con lo que es.

– Lo siento pero está fundida desde esta mañana con el agua. Voy a traer más velas.

Salió del baño. Curiosamente, no había nada personal allí, ni cremas, ni botes, ni cepillo de dientes, nada. Pensé que igual el piso de ella tenía otro baño que era el que usaba normalmente. Volvió con unas cuantas velas que permitieron ver con más claridad por donde caía el agua y que aquello estaba lastimosamente empantanado.

– Tráete unos cubos o algunos recipientes y los ponemos debajo de las goteras, mientras recogemos algo el suelo. Desde luego, parece que cae de mi baño, pero no me lo explico, el suelo del mío está seco.

– Sólo tengo un cubo. Está ahí entre el inodoro y la bañera. –Respondió Antonia.-

– Bueno, pues si me das una fregona al menos te ayudo a quitar agua.

– Sólo tengo un paño.

Pues si que tiene medios limitados esta mujer para limpiar, pensé. Fue por el paño y cuando me lo iba a dar cayó al suelo. Nos agachamos a recogerlo y fugazmente pude ver por el escote del albornoz que llevaba un sujetador rojo intenso, tan pequeño que apenas le cubría algo las tetas. ¡Vaya si está rica!

– Acércate algunas velas más o un flexo o una linterna para que haya un poco más de luz.

Trajo más velas, aquello empezaba a parecerse a una iglesia. Observé mi reflejo en el agua y recordé que iba desnudo debajo del albornoz. Como me agachase mucho se iba a ver un número. Estar así delante de Antonia estaba comenzando a excitarme. Eché mano al paño y comencé a recoger agua, mientras me esforzaba, reparé en que era extraño que hubiera visto mi reflejo en el agua del suelo, pero no el de Antonia, debía estar más alejada, zanjé el asunto.

A los diez minutos de partirme el lomo, no sólo no había conseguido nada, sino que había más agua en el suelo que al principio. Me incorporé y dije:

– ¡Desde luego estoy tonto! Voy a cerrar la llave de paso de mi casa, así tiene que dejar de caer agua por fuerza.

Le pedí a Antonia una toalla para secarme. Estaba empapado entre el agua del suelo y la que caía del techo. Secándome observé que a Antonia se le había abierto bastante el albornoz y dejaba ver ya claramente el sujetador rojo y unas microbragas transparentes a juego. Llevaba el coño rasurado o depilado. Me estaba poniendo berraco. Me llevé la toalla a la entrepierna para que no se abriera mi albornoz.

– ¿Por qué eres tan tímido? –Dijo mirando fijamente al bulto.- Ya soy mayorcita y no me voy a asustar de una erección. –Diciendo esto se quitó el cordón del albornoz, dejándolo completamente abierto.-

Yo aparté la toalla. No hacía falta que me quitara el cinturón, el nabo estaba fuera por sus propios medios. Se acercó hacía mí y mientras me besaba empezó a jugar con mi polla. Yo me deje hacer. Me pasó el cordón alrededor del nabo y de los huevos. Pensé que le iba el juego duro con tanto negro y tantas velas, pero al momento empezó a apretar causándome un fortísimo dolor que me dejó casi sin respiración y caí al suelo en medio de los charcos de agua.

¡Me cago en todo! Me había vuelto a correr soñando con la vecina. La cosa ya empezaba a ser diaria, de seguir así tendría que ir al psicólogo, porque después del polvo que había echado con Purita por la mañana, no podía ser necesidad, como si fuera miembro numerario del Opus Dei.

Pasados varios días las cosas se mejoraron algo. Para ello, en primer lugar trataba de no perseguir a Antonia para verla en el ascensor o en el garaje, y en segundo lugar, me hacía una paja todas las noches antes de acostarme como medida profiláctica. Así y todo no lograba quitarme la obsesión y algunos días volvía a mi antigua afición de esperarla agazapado en mi puerta, para bajar con ella en el ascensor.

Unos quince días después del incidente del agua, Antonia subió una noche para decirme que ya le habían arreglado las humedades del baño y que no había tenido ningún problema con los seguros. Le pedí que pasara, pero me dijo que tenía prisa en ese momento y se mantuvo en la entrada. Mientras me hablaba no podía evitar verla como en algunos de los sueños que había tenido con ella. Cuando se marchó me quedé abatido, pensando que tenía delante a la mujer de mi vida, pero que era incapaz del más mínimo gesto que le dejara entrever la atracción que sentía por ella.

A primeros de junio empezó a sentirse bastante el calor y los fines de semana el bloque se quedaba prácticamente vacío: todos los vecinos salían hacia las playas para pasar el fin de semana. El sábado por la mañana, cuando volvía de comprar el periódico me cruce con Antonia en el portal.

– ¡Que bien que estés por aquí! –Me dijo y continuó:- Esta noche es mi santo y voy a dar una pequeña fiesta en casa. Pásate a tomar una copa sobre las diez y así no podrás decir que no te deja dormir la música.

– Si es para que no proteste, no te preocupes, tengo un buen dormir.

– ¡No es eso hombre, es que me apetece que vengas!

No podía creérmelo, había dicho que le apetecería que fuera a su fiesta. Subí a casa y bajé inmediatamente a buscarle un regalo. Comprar un regalo para alguien que no conoces es una tarea titánica. ¿Algo personal o algo impersonal? ¿Decir algo con el regalo o pasar desapercibido? Al final decidí ser discreto y le compré el último libro de Paul Auster, así vería que era un tío culto y que además también la presuponía a ella una chica interesada en la literatura contemporánea.

Comí y con el calor que hacía me dormí un buen rato en el sofá. A las diez bajé a casa de Antonia. Me abrió una chica que se presentó como Vanesa, me invitó a pasar y me comentó que Antonia había salido a recoger las últimas cosas para la fiesta, pero que volvería enseguida. La tal Vanesa estaba de lo más rico, como pude admirar mientras la seguía hasta el salón. Allí habría unas cinco o seis personas más entre las que para mi sorpresa se encontraba Purita con el que debía ser su novio el bético, pues llevaba, pese al calor que hacía, una bufanda corporativa, que le colgaba ampliamente.

– ¿Pero bueno que haces tú aquí? –Pregunté a Purita mientras nos cruzábamos dos besos.- No sabía que conocieras a mi vecina.

– Y no la conozco, es Pablo quien la conoce. –Dijo Purita presentándome a su novio Pablo como un compañero del trabajo-.

Completaban el grupo dos chicos más y otra chica que permanecieron sentados discutiendo vivamente sobre los avatares de alguna de las ediciones de “Gran Hermano”.

– ¿Entonces eres vecino de Antonia? –Comentó Vanesa por trabar conversación.-

– Si, el vecino de arriba que le moja su casa. –Al hacer el comentario recordé que realmente había sido Purita quien le había mojado la casa, suceso que esta no debía haber olvidado porque al escucharme me miró con cara de que me callase o cambiase tema-.

Mientras me tomaba una primera copa de vino, observé a los hermeneutas de “Gran Hermano” tratando de descifrar si alguno de los chicos sería el novio de Antonia, pues la frialdad que Vanesa demostraba hacia ellos no hacía pensar que fueran muy amigos.

– Anda, ayúdame a traer las cosas de la cocina. –Dijo Vanesa sacándome de mis cavilaciones-.

Dejé el paquete del regalo sobre una mesa y seguí a Vanesa. Realmente era placentero seguirla para poder contemplar sus piernas y su culo que cortaban el aliento.

– No hace falta que ayudes, –dijo Vanesa cuando llegamos a la cocina- es que no soporto a estos amigos de Antonia: la Purita y el bético con su baboseo constante y los maniáticos del “Gran Hermano”, que ven el mundo a partir de las acciones y reacciones de los desequilibrados de la televisión.

– ¿Quiénes son los del “Gran Hermano”? –Pregunté tratando de averiguar si alguno de ellos tenía algo con Antonia-.

– Compañeros de Antonia del trabajo.

– ¿Y tú, de que conoces a Antonia?

– Fuimos juntas a la facultad y mantenemos la amistad desde entonces, aunque no nos veamos mucho.

Sonó la puerta, era Antonia, que vino directamente a la cocina. Estaba muy guapa con unos pantalones y una camiseta muy ajustados.

– Perdonadme, pero se me habían olvidado algunas cosas y he tenido que ir a última hora al supermercado. Vamos al salón, tomamos una cerveza y luego me ayudas a llevar la comida –dijo a Vanesa-.

Al entrar en el salón todos se dirigieron a ella para felicitarla y darle los regalos. Pablo le presentó a Purita y Antonia se quedó mirándola como si ya la conociera. Después todos le entregaron sus regalos, que ella iba abriendo con delectación y agradecimiento. Desgraciadamente, alguien de los presentes, no recuerdo bien quien, le regaló también la última novela de Paul Auster. ¡Joder, tenía que haber supuesto que algo así podría pasar! Cuando me tocó a mí, busqué el paquete en la mesa donde lo había dejado, pero no estaba. Miré y creí encontrarlo semicubierto por otros libros en una estantería, lo habrían movido de sitio mientras Vanesa y yo estábamos en la cocina. Se lo alargué disculpándome por mi falta de originalidad. Ella lo abrió y yo quise morirme. La idiota de la tienda se debía haber equivocado y en lugar del libro que yo había comprado había envuelto el “Kamasutra lésbico ilustrado”. Antonia estuvo un momento seria, pero al final se rió y me dijo que tendría que explicarle luego la intención. Traté de explicar lo sucedido, pero le dieron nuevos regalos y ya no hubo posibilidad.

El incidente me dejó planchado y fui incapaz de hablar ni moverme durante el resto de la cena. Cuando llegó la hora de las copas ayudé a Vanesa a recoger las cosas tratando de hacer méritos, mientras los demás seguían charlando en el salón.

– Lamento la confusión y que hayas sido tú. –Dijo Vanesa cuando estábamos solos en la cocina-. Seguro que el bético le ha echado cara, ha cogido tu regalo y tú sin querer has cogido el mío. Lo siento, pero no podía decir delante de todo el mundo que el regalo era mío, pensaba dárselo cuando os fuerais todos. Antonia y yo jugamos algunas veces a nuestras cositas. En fin, lo lamento. –Diciendo Vanesa esto, entró Antonia-.

– ¡Ya me explicarás! –Me espetó desde la puerta-.

– No te enfades con el. –terció Vanesa- El regalo era mío, pero hubiese sido peor haberlo dicho.

– Eso ya lo sé. Me refiero a que me explique este que hacía en albornoz la novia de Pablo en tu casa el día de la inundación. ¿Tú qué eres, un picha brava?

Aquello iba de mal en peor. Traté de rebatirla, pero con tan poca convicción que resultó más una confirmación que una negación. Con las cosas así, decidí marcharme a mi casa aduciendo un fuerte dolor de cabeza.

Ya en el sofá de casa, tomándome un whisky, le daba vueltas a la cabeza de cómo podía tener tan mala suerte con la mujer que más me gustaba. Al tercer whisky llamaron a la puerta suavemente. Era Vanesa. Antonia había sufrido un desvanecimiento después de irse todos y tenía que bajar a ayudarla. La seguí hasta casa de Antonia, ésta estaba tumbada en el sofá como dormida.

– Le debe pasar algo, no ha bebido casi nada en toda la noche. –Dijo Vanesa acercándose a Antonia-.

– Parece que esté bien. –Dije tocándole la frente y mirándola de cerca-.

– Creo que es mejor que descanse. Ayúdame a llevarla a la cama.

Entre los dos la cogimos y como pudimos la llevamos hasta su cama. El dormitorio era completamente impersonal: ni un cuadro, ni un libro, ni una foto, nada de nada. Salí y esperé a Vanesa en el salón.

– No se que le habrá pasado –dijo Vanesa al entrar.- Antes le daba alguna lipotimia de forma esporádica, pero ya hace varios años que no le ocurría. Necesito una copa. ¿Quieres tú otra?

– Si, por favor. –Vanesa sirvió un par de copas y vino a sentarse al sofá-.

– No creas que Antonia y yo seamos boyeras. A las dos nos gustan los hombres, lo que pasa es que de vez en cuando nos gusta algo suave, por eso iba a regalarle el libro.

Vanesa dijo esto con la mayor naturalidad, como si me confesara que a Antonia y a ella les gustaba tomar helados de vez en cuando. Con el ajetreo se le había soltado un botón de la blusa y dejaba entrever unas hermosas tetas que luchaban contra la tiranía del sujetador. Mis ojos trataban con disimulo de mirar alternativamente a las magníficas piernas que dejaban ver su minifalda al sentarse y a la abertura de su blusa. Me estaba poniendo cachondo con Vanesa.

– Por cierto, ¿es verdad eso que dijo Antonia, que vio a Purita en tu casa? –Me largó de sopetón Vanesa tras darle un sorbo a la copa-.

– Prefiero dejaros en la duda. Los hombres no deben hablar de lo que hacen o no hacen con las mujeres.

– O sea que sí es verdad. ¡Bueno que fuerte, con lo babosos que son! Así que te gustan modositas. Yo, aunque no lo parezca también soy muy modosita. –Al decir esto se cambió de sofá y se puso a mi lado- ¿No te gusto, aunque sea un poquito? –Se echó en mi hombro y comenzó a pasarme la mano por el pecho-. Se nota que te gusta Antonia, pero ella es muy rara. Nunca le he conocido a alguien que le dure más de dos semanas.

La mano de Vanesa fue moviéndose por debajo de mi camisa entre la parte alta del pecho y la cintura del pantalón. Me gustaba, pero no quería tener un royo con la mejor amiga de Antonia. Después de un buen rato de sobe, se sentó a horcajadas sobre mis rodillas y fue abriendo alternativamente los botones de su blusa y mi camisa. Cuando terminó con los botones de su blusa, la dejó caer lentamente hacia atrás. Después se soltó el sujetador, que era de esos que se abren por delante, y también lo dejó caer. Tenía unas tetas grandes, con unas areolas enormes y los pezones duros. La tentación era demasiado grande, sobre todo cuando empezó a apretar sus tetas contra mi pecho y mi cara. No pude resistir más y la abracé con fuerza, empujando más todavía sus tetas contra mí. Bajó sus manos a mi entrepierna y se encontró que estaba empalmado como un mulo. Se separó un poco para soltar el cinturón, la trabilla y la cremallera del pantalón y metió la mano por debajo del calzoncillo. Aproveché para soltarle la falda y levantársela, llevaba unas medias negras elásticas sin liguero y un mínimo tanga también negro. Tenía un culo redondo y duro delicioso. Se levantó y me tiró de los pantalones y los calzoncillos hasta quitármelos, luego se quitó el tanga y se puso de pie detrás del sofá, doblándose hasta conseguir meterme el coño en la boca, mientras ella tenía mi polla en la suya. Mientras la chupaba me pidió que le diese cachetes en el culo. La tía era una acróbata, ya comenzaba a entender lo del Kamasutra lésbico. Cuando estuvimos bien mojados se puso frente a mí y se la metió hasta el fondo. ¡Joder como follaba! Se movía sin parar, a la misma vez que gemía como si la estuvieran matando: “fóllame, fóllame”. Se colocó en todas las posiciones posibles y por último me ordenó que me levantara y me corriera encima de sus tetas. Así lo hice y mientras me pajeaba dándole golpes con el nabo en las tetas, ella se masturbaba con las dos manos.

Estaba tan completamente fuera de mí, que no escuché que Antonia había entrado en el salón y detrás de mí gritó que si no teníamos otro sitio donde hacerlo que en su sofá. La miré. Estaba en ropa interior y completamente fuera de si, pero yo ya no podía parar y lancé una larga corrida sobre las tetas de Vanesa, que gritaba pidiendo más y más y …

¡Otra vez me había pasado! Y esta vez durante la siesta y con los pantalones puestos. Esto ya no tenía más arreglo que hablar con Antonia.

A lo largo de la tarde me fui convenciendo de que tenía que abordar a Antonia esa noche y decirle lo que sentía por ella. A las diez menos cuarto estaba muy nervioso y dispuesto a todo para aclarar la situación. Cuando iba a bajar a su casa cogí el regalo, pero el recuerdo del sueño vespertino me llevó a comprobar que no había equivocación con el contenido. En efecto, era la última novela de Paul Auster, sin embargo, mi torpeza con los envoltorios consiguió que el regalo terminase pareciéndose a un cartucho de patatas fritas bien manoseado.

Con el cartucho en la mano llamé a la puerta de Antonia. Me abrió ella y agradeciéndome la asistencia me acompañó al salón. Se me cayó el alma a los pies: allí apretados había al menos veinticinco o treinta personas. Me sería imposible hablar con ella esa noche. Le di el regalo y antes de abrirlo comentó:

– No me lo digas, pero me apuesto lo que quieras a que es el último libro de Paul Auster. No se que os ha dado a todos con esa novela. –Una vez desenvuelto lo puso encima de otros cuatro ejemplares iguales. Auster debía tener conocimiento de la fiesta por los efectos en su cuenta corriente-.

En la fiesta no conocía a nadie. Todos charlaban animadamente menos yo que unas veces miraba las láminas de las paredes y otras el contenido de la biblioteca. A la hora y media de asistencia a la fiesta decidí marcharme a casa sin comunicárselo a nadie. ¿Para qué?

Desde la cama estuve oyendo la música que provenía del piso de Antonia al menos hasta las cuatro de la mañana y luego los cánticos de los que se marchaban por la escalera. Finalmente a las cinco de la madrugada pude conciliar el sueño.

Desperté a las once y tras asearme salí a comprar los periódicos y el pan. Como suponía por la hora, me quedé sin las entregas de las colecciones que tenía entre manos: “Historia del destape en el cine español” y “Condones de colección”. Tomé un café sentado en una terraza al lado de casa leyendo los periódicos y a la una el calor me mandó para casa.

Al entrar en el portal coincidí con Antonia. Tenía cara de cansada, pero seguía estando muy guapa.

– Anoche te marchaste muy temprano. –Dijo reprendiéndome-.

– No conocía a nadie y no soy muy dado a entablar conversación en las fiestas. –Me excuse abriendo la puerta del ascensor y dejándola pasar-.

– Yo te hubiera presentado a la gente si me lo dices. La verdad es que al final hubo más gente de la cuenta, pero ya sabes lo que pasa, empiezas por quince invitados y terminas por treinta. ¡Que calor hace ya y todavía no es más que la una! –Mientras decía esto último se movía el amplio escote de la camiseta que llevaba, tratando de mover algo de aire hacia el interior-.

Iba a proponerle comer juntos, cuando el ascensor se paró en seco.

– ¡Mira que bien! –Exclamó pulsando de nuevo los botones del ascensor sin éxito ninguno-.

– Pues en el bloque no queda nadie. Y me imagino que no empezarán a venir hasta esta tarde. ¿Tienes un móvil? Yo no he cogido el mío al salir.

– Que va, lo he dejado cargando. Siempre se queda sin batería cuando me hace falta.

Estuvimos un rato pulsando alternativamente la alarma del ascensor y al final lo dejamos, al menos, para no tener que soportar el ruido que formaba. Traté de abrir las puertas interiores de la cabina, pero cuando después de dejarme los dedos en el intento conseguí una ranura de cinco centímetros, nos dimos cuenta de que la situación era pésima: estábamos entre dos pisos y no podríamos salir por ninguno de ellos.

– Bueno, al menos tenemos un poco de pan y podremos comer algo. –Dije tratando de parecer despreocupado-.

A los diez minutos de encierro el calor comenzaba a ser insoportable y la preocupación en los dos se notaba en el espeso silencio que manteníamos.

– ¿Te importa que me quite la camiseta? –Le pregunté-.

– Adelante.

Una vez autorizado me saqué la camiseta por la cabeza y la utilicé para secarme el sudor del torso y de los brazos.

Lo inusual de la situación me hizo recordar algunos de los sueños eróticos en los que había intervenido Antonia y comencé a preguntarme si no estaría en otro sueño. Para comprobar cual era la situación me pellizqué fuertemente en la espalda y por lo que me dolió aquello debía ser la realidad. Después de tanto tiempo de querer estar a solas con Antonia, tenía que ser en una situación tan desagradable.

Diez minutos más tarde ambos estábamos sentados en el suelo con la espalda recostada en las paredes de la cabina y sudando como si estuviéramos en una sauna finlandesa.

– Carlos, hace tiempo que quería comentarte algo, pero me da mucha vergüenza.

Miré a Antonia, que no alzaba la vista del suelo, tratando de descubrir de qué podría tratarse.

– ¿Vergüenza por qué?

– Bueno el asunto es un poco delicado y no sé que pensaras de mí si te lo cuento.

– Ya vas a tener que decírmelo. Me tienes intrigado.

– ¿Recuerdas el día que se te inundó el baño?

– Si, claro. Fue un despiste bastante tonto. Lamento los inconvenientes que te causó aquello.

– La cuestión es que cuando llamé para decirte lo del agua era la segunda vez que subía. La primera vez, como te habías dejado las llaves en la puerta, no sé todavía porqué, entré en tu casa sin llamar y me dirigí hacia el salón. Estabas durmiendo casi desnudo en el sofá y entre sueños murmurabas “Antonia, Antonia” me fijé y tenías el pene en erección por fuera del calzoncillo. Me quedé un rato mirándolo y escuchando como decías mi nombre, hasta que te dio una convulsión y eyaculaste dormido. Salí corriendo y cerré la puerta sin hacer ruido.

Estaba completamente atónito. Aquello tenía que ser otro sueño, pero por más que me pellizcaba no despertaba y lo único que conseguía era que cada vez me doliesen más.

– Pensarás que soy una fisgona, pero de verdad que no es así. No sé lo que me pasó, pero desde entonces me ha perseguido la necesidad de preguntarte si aquella Antonia era yo.

Ahora o nunca, pensé.

– Antonia esto es más grave de lo que parece. Si, eras tú. Pero lo peor es que no ha sido esa la única vez, sino que se repite casi cada noche y la última fue ayer tarde a la hora de la siesta. Estoy obsesionado, sueño contigo todos los días y creo que esos sueños intentan suplir una atracción real hacia ti, que mi timidez me ha impedido compartir. –Dije todo el párrafo mirando a Antonia, pero sólo al final ella levantó la vista para mirarme a los ojos-.

– ¿Y cómo son esos sueños?

– Unos mas delirantes y otros menos, pero todos muy explícitos sexualmente.

– Cuéntame alguno, creo que tengo derecho a conocerlos, ya que estoy en ellos.

Tenía razón, así que le conté algunos de los menos incorrectos: el del día que ella me había visto y el de la noche que había bajado a su casa por la inundación. Ella unas veces se reía y otras rechazaba las situaciones en que la ponía. Cuando terminé, ella dijo:

– Sabes, desde el día de la inundación yo también he tenido algunos sueños subidos de tono contigo y he llegado a preocuparme de si estaba perdiendo la cabeza o la vergüenza o las dos cosas. Nunca hasta ahora había tenido sueños eróticos o, mejor, no recuerdo haberlos tenido, incluso jamás he sido capaz de recordar los sueños. Sin embargo, ahora los recuerdo perfectamente y me despierto turbada y nerviosa.

– Cuéntame alguno de los tuyos, creo que también tengo derecho a conocerlos.

– Te voy a contar el último, el de esta noche:

Estaba en mi fiesta. Habíamos picado y bebido algo ya. La gente estaba animada, pero yo estaba muy incomoda con unas molestias que tenía en la entrepierna, así que decidí ir al baño para reajustarme la ropa interior. Ya en el baño solté la falda, me la quité y frente al espejo observé que tenía un bulto bajo el tanga, eché la tirilla a un lado y con cierto asombro, pero también con naturalidad, comprobé que me había salido un pene. Decidí desnudarme para comprobar si la metamorfosis había afectado a alguna otra parte de mi cuerpo. No, excepto por el pene, todo lo demás seguía en su sitio y como antes. Mientras me observaba en el espejo, se abrió la puerta, que yo no había condenado por despiste al estar en mi casa, y entraste tú. Me saludaste como si tal cosa y comenzaste a orinar. Durante el tiempo que lo hacías de cara a la pared me estuviste hablando sobre la fiesta, pero al terminar y volverte reparaste en el nuevo componente de mi anatomía.

– Antonia, no sabía que tuvieras polla –dijiste mirando mis nuevos genitales-.

– Ni yo, ha debido salirme durante la fiesta.

Verme en el espejo con aquello me gustaba y me excitaba, así que comencé a tener una erección, que no sabía como manejar. Como tenía que volver a la fiesta y no podía salir así, te pregunté qué hacer.

– Mastúrbate y así podrás volver a vestirte –respondiste sin dejar de mirarme-.

Traté de hacerlo, pero mi inexperiencia con aquella cosa no me permitía llegar al final, sólo se iba poniendo cada vez más dura y comenzaba a dolerme mucho, como si fuera a reventar.

– ¡No puedo! ¡Ayúdame!

– Observa y haz lo mismo.

Te bajaste los pantalones y ya tenías una erección como el día de la inundación. Me fijé y nuestros penes eran iguales, bueno el mío era igual al tuyo. Lo cogiste con la mano derecha y empezaste a bombear, primero despacio y después más rápido. Yo trataba de seguir tus movimientos. Finalmente, al grito de “Antonia, Antonia” te corriste salpicando el espejo y yo me desperté sudando y desconcertada.

La historia del sueño me dejó sin habla y casi sin respiración. La miré, pero ella tenía la cabeza agachada y no pude verle los ojos. Pensé que tenía que intentar besarla, pero en ese mismo momento se oyeron voces maldiciendo que el ascensor estuviera averiado. Primero Antonia y después yo empezamos a gritar y a tocar la alarma. Medía hora después los bomberos consiguieron sacarnos del ascensor. Cuando salimos eran las cuatro de la tarde.

– Tendremos que tomar algo. ¿Quieres venir a casa? Tengo un montón de cosas de ayer.

Acepté. Mientras subíamos la escalera iba pensando que a veces la realidad es más delirante que los sueños. Todavía no podía creer que estuviera despierto y que fuera realidad lo que acababa de suceder en el ascensor.

– ¿Quieres un poco de vino blanco que tengo en el frigorífico?

– Por supuesto –le respondí-.

Curiosamente no tenía aire acondicionado, pero tampoco parecía echarlo de menos.

Tomamos algunas cosas casi sin hablar. Sin duda ambos estábamos pensando en las confesiones mutuas de minutos antes y elaborando internamente cómo deberíamos reaccionar.

Antonia se fue recostando en el sofá hasta que se quedó dormida. La fiesta de la noche anterior debía tenerla agotada. Me levanté y sin hacer ruido recogí en la cocina los periódicos y el pan. Volví al salón para verla de nuevo. Sonreía dulcemente, estaba preciosa. Mientras cerraba la puerta me pregunté si estaría soñando conmigo.

Ya en casa, puse el aire acondicionado, me tumbé yo también en el sofá y comencé a echar una cabezada. Al momento sonó el móvil. Era Purita: su novio estaba de viaje con el Betis en Bilbao, ella había comido con unas amigas cerca de casa y se preguntaba si me apetecía que tomásemos café. Le dije que sí, pero que se viniera a casa, el calor en la calle era insoportable.

A los diez minutos estaba llamando al portero electrónico, le indiqué que subiera por la escalera y le abrí. La esperé en la puerta. Para mi sorpresa venía con dos amigas más y una de ellas, Lola, era como la Vanesa de mi sueño del día anterior. Me presentó a sus amigas como un compañero de trabajo y pasamos todos a resguardarnos en el aire acondicionado.

La conversación, inevitablemente, se inició comentando el calor insoportable que hacía. Las dejé en el salón y fui a la cocina a preparar el café y unas copas. Desde la cocina pude oír como una de las amigas le decía a Purita lo rico que yo estaba y como Purita le contestaba que eso ya lo sabía ella de sobra. Al momento una de las amigas de Purita, Teresa, vino a la cocina y me preguntó si podía ayudarme. Le dije que se llevara las tazas y los vasos y que en un momento iría yo con el resto de las cosas. Cogió la bandeja y, sin que fuera necesario, se rozó contra mí cuanto pudo para salir de la cocina.

Al volver al salón con el café y las copas Lola y Purita conversaban sobre cremas y sobre trapitos. Teresa no estaba, imaginé que habría ido al baño. A la media hora escasa mis invitadas dijeron tener que marcharse. No insistí en que se quedaran. Ya en la puerta pregunté por Teresa, Purita me dijo que la había llamado un amigo y se había ido al poco de llegar. ¡Que tías más raras, pensé!

Tras quitar las cosas de en medio, volví a sentarme en el salón para terminar la copa que me había servido. El primer sorbo que dí se me atragantó cuando por la puerta del pasillo apareció Teresa vestida con unos calzoncillos y una camiseta míos. No me dio tiempo a preguntarle qué hacía allí y vestida con mi ropa.

– Purita me ha hablado mucho de ti y ahora que he dejado a mi novio me siento muy sola. Pensé que podríamos hacernos compañía. –Dijo aquello mirando al suelo y con la misma entonación como si me preguntara el que tiempo hacía en la calle-.

– No sé –contesté-, la verdad es que no nos conocemos de nada y aunque suene un poco antiguo me gusta saber algo sobre mis amigos.

Teresa era una chica atractiva, tal vez con algún kilo de más, pero colocados donde más gustan.

– Bueno, tengo veinticinco años, trabajo de dependienta en una tienda de ropa interior y soy amiga de Purita desde el colegio. Hasta hace dos meses tenía un novio de toda la vida, pero era un pesado y un amargado, así que lo deje plantado para conocer mundo. –Mientras hablaba se acercó, cogió mi copa y le dio un buen trago-.

– ¿Quieres una copa? –Pregunté-.

– Deja, ya me la pongo yo. Sé donde está la cocina.

Aquello empezó a parecerme otro de mis sueños tórridos, pero extrañamente esta vez no estaba Antonia de por medio. Teresa volvió con la bandeja. La verdad es que estaba bastante buena. La camiseta se trasparentaba un poco y permitía intuir unas tetas muy apetecibles. Si era un sueño no pasaría nada por dejarlo correr y si no lo era, pues pasaría una tarde más entretenida de lo que en principio pensaba.

– ¿Tú siempre le echas el mismo desparpajo a la vida o es sólo esta tarde?

– Desde que dejé a mi novio he cambiado mucho. –Contestó sentándose a mi lado- Estás muy tenso, desnúdate y túmbate, que te voy a dar un masaje. No te muevas que voy al baño por aceite corporal.

– ¿Cómo sabes que tengo?

– ¿Dónde crees que he estado esperando a te quedaras solo?

La obedecí: me desnudé, me tumbé boca arriba y cerré los ojos. Cuando volvió se sentó sobre mis piernas y comenzó a pasarme las manos por el pecho y el estómago. Era muy agradable. A los pocos minutos noté un intenso frío en los pezones. Había cogido un cubito de hielo y estaba jugando con él. Decidí dejarla hacer y seguir con los ojos cerrados. Así estuvimos un buen rato durante el cual comencé a tener una erección. Ella debió darse cuenta también por que fue bajando sus manos cada vez más hasta que empezó primero a rozarme la polla, después a sobarla por encima del calzoncillo y por último directamente metiendo las manos por la bragueta y sacándola fuera. Comenzó entonces a hacerme una paja, ya sin rodeos. Todavía con los ojos cerrados, le puse mis manos en los muslos y comencé también a sobarla. Se había quitado los calzoncillos, así que le acaricié el monte de Venus y fui bajando las manos hasta descubrir su chocho que lo tenía empapado. Le devolví el favor y estuvimos así un buen rato hasta que los dos nos corrimos a la vez. Ella se dejó caer encima de mí. Se había quitado también la camiseta.

– Eres un dormilón. –Me susurró al oído-.

Era la voz de Antonia. Abrí los ojos y la vi desnuda acurrucada a mi lado.

– ¿Qué haces tú aquí? –Pregunté anonadado-.

– Qué pregunta más tonta: reponerme. –Contestó con toda tranquilidad-.

– Pellízcame fuerte.

Grité del dolor y entonces tuve perfecta conciencia de que esta vez no era un sueño.

– ¿Pero cómo has entrado?

– Venía a pedirte perdón por haberme dormido. Tú tienes la mala costumbre de dejar las llaves puestas por fuera y yo la fea costumbre de entrar sin llamar. Estabas dormido desnudo con una erección de campeonato, así que me he dicho que era el momento de curarme de mis sueños.

Nos besamos largamente y continuamos acostados, primero en el sofá y luego en la cama, hasta la mañana siguiente.

Ahora cuando uno sueña con el otro nos damos la vuelta en la cama y volvemos a follar.