Sarita me tiene loco, esas clases de verano que le di fueron lo mejor que me paso y es que pude probar su cuerpo

Me presenté al siguiente día bastante temprano otra vez, ya que la madre de Sarita quería verme antes de irse a trabajar. Tenía que pagarme las clases de la semana y quería que nos organizaramos para el resto de clases ahora que ella estaría ausente más a menudo.

Así que me tocó volver a madrugar, y medio adormecido llamé a su puerta sobre las siete y pico de la mañana.

—¡Qué amable venir tan pronto otra vez! —me agradeció la madre.

—No hay problema señora, todo por ayudar… —dije aguantándome un bostezo.

—Qué majo que eres, corazón… —dijo invitándome a pasar al salón después de un par de besos—. Ven e instálate, que ahora saldrá Sarita, la acabo de despertar.

En la mesa del salón la mujer había dejado zumo, café, y unas cuantas galletas y tostadas.

—Sírvete de lo que quieras, cariño —dijo en un tono maternal.

Agradecí el gesto y mientras la señora se preparaba para irse acabamos de arreglar el tema del dinero, con la sorpresa de un pequeño bonus que me había preparado para compensar por los cambios de horario de última hora y el “inconveniente” de tener que dejarme solo a cargo de Sarita.

—Para programar las clases te arreglas directamente con Sarita. Ella ya se sabe el planing de la semana… se lo tiene que combinar con las clases de natación, equitación, tenis y demás… Pero si hubiera alguna duda me llamas —dijo ya lista para salir.

Vestía de forma muy elegante, con un traje chaqueta de fino lino y una blusa color azul cielo que resaltaba su esbelta figura. Se notaba de dónde sacaba Sarita su belleza.

—¡Cariño! —gritó ya desde la puerta— ¡Venga sal ya de la cama, que te están esperando! ¡Y acuérdate del medicamento! —Y la mujer cerró la puerta detrás suyo sin esperar respuesta.

Joder, el medicamento otra vez. Se me aceleró el corazón nada más que imaginándome a Sarita pidiendo ayuda con su supositorio. Puede que hubiera encontrado la forma de hacerlo sola y no le hiciera falta mi ayuda ese día, así que intenté no pensar mucho en eso y me relajé tomando un poco del café y las tostadas que seguían en la mesa.

Como a los cinco minutos finalmente apareció Sarita, adormilada, esta vez vistiendo un conjunto de pijama que consistía en una camiseta muy cortita y holgada que colgaba sobre sus pequeños senos dejando su ombligo a la vista, y en unos pantaloncillos también muy cortos y holgados que dejaban entrever el bajo de sus nalgas al caminar.

Lo primero que hizo fue acercarse a mí para darme un abrazo y un par de besos de los suyos. Me deleité estrechándola contra mi cuerpo, sintiendo como ella a su vez se aferraba a mí firmemente. Cariñosa como siempre, no tuvo prisa en soltarse, y aproveché para inhalar profundamente y captar el aroma que desprendía recién levantada de la cama.

Finalmente se sentó a desayunar en la mesa del comedor, justo en frente mío. Me hablaba divertida y con normalidad, como si nada hubiera cambiado entre nosotros. Puede que así fuera por su parte, pero no por la mía, que llevaba obsesionado con ella desde nuestra última clase.

Me fijé en su cuerpo, que podía ver a través de la mesa de cristal. Su cinturita quedaba al descubierto entre el top y los shorts, y observé un par de pliegues en su piel que se formaron a la altura del ombligo por la postura en que estaba sentada. Guié mi mirada más abajo, y me quedé encandilado. Había doblado una pierna, que apoyaba con un pié sobre la silla, provocando que su entrepierna quedara muy abierta. La telita holgada del short no llegaba a tapar todo la zona, revelando lo que parecía ser parte de un labio vaginal con la ausencia de ropa interior.

Mi corazón se puso a latir incontrolablemente al hacer ese descubrimiento, y me costaba no centrar mi mirada en su ingle, intentando descifrar si lo que le estaba viendo era parte su coñito, o algún tipo de braguita oscura. Durante unos minutos no sé ni de lo que hablamos, mi mente estaba completamente perturbada intentando volver a vislumbrar ese sexo que me había tenido obsesionado por dos días.

Finalmente terminó por cambiar de posición, terminando así esa dulce tortura. Cuando acabamos el desayuno, y después de ayudarla a limpiar la mesa, nos dispusimos a empezar la clase. No le hizo falta cambiarse de ropa, y tal cual con ese pijamita puesto se sentó en la mesa conmigo, ésta vez a mi lado. Como solía pasar con Sarita, se pegó mucho a mí, de manera que su pierna desnuda constantemente entraba en contacto con la mía.

Era por su manera de ser, siempre tan mimosa, no le molestaba el contacto con la gente, o estar demasiado cerca. Era normal verla en la calle charlando con sus amigos del instituto, colgada del cuello de compañero de clase, o sentada sobre las piernas de algún afortunado joven.

Esa mañana la noté un poco nerviosa durante la clase, no sé muy bien porqué. Cambiaba mucho de posición, como si estuviera incómoda, y no dejaba de mirar la hora en el gran reloj que colgaba de una de las paredes del salón. Poco a poco el calor empezó a hacerse patente, a pesar de ser tan pronto, y gotas de sudor se fueron formando sobre su piel, que yo admiraba disimuladamente.

—Son las ocho… —interrumpió ella en medio de la resolución de un problema—. Tengo que ponerme el… el supositorio… —dijo tímidamente.

Yo me quedé callado, pensativo, dudando en cómo reaccionar.

—¿Necesitas… que yo…? —pregunté algo cohibido, con dificultad de terminar la frase.

—Bueno… sería más fácil si… —balbuceaba—, si tú me ayudaras un poco… como el otro día.

Se hizo el silencio durante al menos medio minuto. Yo la miraba intensamente, y ella no se atrevía a mirarme a los ojos. La noté ruborizada, con las mejillas completamente enrojecidas, y con gotas de sudor que se deslizaban desde su frente hasta su mentón.

—Pues… sí, no te preocupes, que yo te ayudo… —dije finalmente con la voz algo quebrada.

Sarita se levantó de su silla, y muy despacio se inclinó sobre la mesa prácticamente en frente mío, dejando su culito en pompa a un palmo de mi cara.

—¿Puedes…? —dijo ella girando su cabeza sin cambiar de postura.

Acerqué mis manos temblorosas a los lados de su pantaloncito de pijama, que sin ninguna dificultad pude empezar a deslizar delicadamente, dejando sus maravillosas nalguitas blancas al desnudo. Podía ver la marca que el bañador había dejado sobre su piel, creando un contraste duotono deliciosamente fascinante. Cuando solté la prenda al inicio de sus muslos, ésta cayó por su propio peso, siendo tan holgada que no llegaba a sostenerse por sí misma. Fueron sus finas pantorrillas las que evitaron que la prenda cayera hasta sus pies.

Ahí lo tenía de nuevo; redondo, perfecto, brillante, rosado, mullido, abultado… Una imagen que se quedará grabada en mi recuerdo hasta el final de mis días.

Me dispuse a separar sus níveas nalgas para acceder mejor a sus orificios más sagrados. Con una mano le abrí el culo mientras que con la otra acaricié su ano, cerradito y arrugado. Ya tenía mi dedo empezando a presionar sobre su ojete cuando me percaté de algo importante, primordial; no me había dado el supositorio que se suponía tenía que aplicarle.

—Ehem… Sarita… ¿y el supositorio? —dije aún con mis manos sobre su culo.

La chica saltó de golpe, con una exclamación que no dejó lugar a dudas; se le había olvidado involuntariamente.

—¡Lo siento…! No sé en qué estaría pensando… —se disculpaba— ¡Qué tonta soy…!

—No digas eso, Sarita, para nada. Ha sido un despiste… nada más…

Se había levantado y ahora la tenía de cara, aunque estando yo aún sentado. Ella, con el pijama casi a los pies, mostraba su rajita enfrente mío. Una fina capa de vello oscuro la cubría, y sus gruesos labios mayores le daban un aura de pureza y juventud.

Acabó de sacar por sus pies los shorts de su pijama, que recogió seguidamente con una mano, y vestida ya únicamente con esa pequeña camiseta que apenas la cubría más allá de sus tetitas, me indicó que la acompañara a su habitación.

La seguí como un depredador persigue a su presa, hambriento, devorando con mis ojos ese culito que me hacía salivar. Al llegar, como la última vez, me entregó uno de los supositorios que guardaba en su mesita de noche. Me volvía loco. Era fascinante cómo Sarita, prácticamente desnuda, se mostraba tan fácilmente delante mío. Aunque cuando me fijaba en su rostro, se la notaba aún muy sonrojada y seguía sin poder mirarme a los ojos.

Otra vez se subió a su cama, posándose a cuatro patas sobre ella y dejando su culito en pompa a mi disposición. Me senté a su lado, y ella ajustó su posición para que su pompis quedara apuntando directamente hacia mí. Procedí con prudencia a extraer el supositorio de su envoltorio, y despacio lo conduje a su prieto orificio, mientras que con la otra separaba bien la nalga.

Gracias a la cantidad de lubricante que llevan estas cosas, empezó a hacerse paso en su interior sin ninguna dificultad y sin apenas aplicar fuerza. Cuando la punta de mi dedo tocó directamente su ano, me paré un segundo, saboreando el momento. Apenas conseguía contener mi excitación, y sin duda mi erección era aparente bajo mi pantalón.

Me fijé también en su coño adolescente, que gracias a mi esfuerzo por mantener sus nalgas bien separadas, también empezaba a abrirse. Pude vislumbrar su interior rosado, que brillaba por los abundantes jugos vaginales que Sarita, creo que incontrolablemente, no dejaba de emanar.

—Más adentro… —susurró ella, que respiraba rápida y ruidosamente.

Sin demorarme demasiado procedí a clavar mi índice en su interior, notando la resistencia que su esfínter ejercía sobre el dedo en cuestión. La lubricación del supositorio ayudó, y pronto quedó prácticamente todo entero en su interior. Su anito ejercía presión sobre mi carne, como si fuera un anillo, y podía sentir el calor de sus entrañas.

Intenté verle la cara, pero Sarita giraba la cabeza hacia la otra dirección. Pero si que pude ver cómo le colgaba la holgada camiseta, de manera que sus pechos eran visibles desde mi posición. No eran pequeños, aunque tampoco demasiado grandes. Sus rosados pezones abultados sobresalían prominentemente en el centro, dándoles una forma exquisitamente peculiar.

No sé cuánto tiempo pasó, ni me importaba. Yo me limitaba a disfrutar de cada instante mientras mi miembro se comprimía cada vez más dentro de mis calzoncillos. Metido en mis pensamientos y sopesando el dolor de huevos que me provocaría lo que estaba haciendo con Sarita, su dulce voz me sorprendió.

—¿Tú ya has hecho el amor con una chica…? —dijo débilmente.

En la situación en la que nos encontrábamos, con mi dedo penetrando ese virginal agujero, su pregunta me dejó perplejo, y aún más excitado si cabe.

—Bueno… la verdad… sí, unas cuantas veces… —dije medio balbuceando—. ¿Y tú? —pregunté.

No me respondió de inmediato, aunque sentí como contraía su culo sobre mi dedo. Su esfínter me apretaba repetidamente, y provocaba al mismo tiempo que su coñito también reaccionara a sus movimientos.

—¿Crées que ya no se va a salir? —me preguntó.

—Supongo que no… déjame ver—respondí.

Empecé a mover mi dedo en su interior, como comprobando si el supositorio estaba bien adentro y sin riesgo de salirse. Pero sin duda yo lo aproveché para deleitarme en esa penetración “justificada”, sacando y metiendo el dedo un par centímetros cada vez. Sarita respiraba fuertemente, y me pareció que reprimía algo parecido a un gemido.

Finalmente dejé mi dedo clavado tan al fondo como me fue posible, y pregunté:

—¿Qué te parece…? ¿Lo saco ya?

Tardó en responder, y volvió a contraer su ano repetidamente, haciéndome sentir la gloria de su cerrado culito. Su rajita estaba empapada, y sus flujos eran ya tan abundantes que se escurrían dejando un charquito de humedad sobre su cama.

—Bueno… supongo que ya… sí… —dijo con cierta dificultad.

Sin prisa alguna empecé a sacar el dedo, mientras ella seguía reprimiendo sus gemidos.

—Voy a vigilar… que no se salga… —dije cuando terminé de sacarlo completamente.

Se mantuvo a cuatro patas, apretando su ojete para que el supositorio se saliera, mientras yo controlaba muy de cerca. Ahora le separaba las nalgas con las dos manos, haciendo que su rajita se abriera aún más y dejándome ver perfectamente el canal de entrada. Sarita arqueó su espalda de manera que su culito se subió un poco más y dejó su coñito aún más expuesto delante mío.

Aguantamos un par de minutos en esa posición para asegurarnos. Cuando finalmente solté sus nalgas, Sarita se sentó sobre la cama con la espalda apoyada contra una pared. Cogió un conejito de peluche que tenía cerca y lo usó para taparse la entrepierna, pero dejando sus piernas totalmente abiertas.

—Gracias… otra vez… —dijo.

—Un placer… —contesté excitado.

Se la veía preciosa, aún muy sonrojada, y la camiseta se le pegaba a la piel por el sudor, dejando los pezones marcarse a través de la tela. Jugaba con el peluche que mantenía en frente de su sexo. Tal y como lo iba estrujando y moviendo nerviosa, sin querer dejaba expuesto por unos instantes su vello púbico o un lateral de su vulva.

Seguía sin poder mirarme a la cara, pero me pareció que fijaba su mirada sobre mi paquete. Se veía hinchado, y no era para menos después de lo que acababa de pasar. No quise incomodarla así que no hice ningún ademán de taparme, como si no me hubiera dado cuenta.

—Así que… ¿tu ya has estado con muchas chicas…? —preguntó tímida entonces, retomando la conversación de antes.

—Bueno, no tantas… un par de compañeras de universidad y tal… —respondí vagamente, aunque ante su silencio proseguí—. ¿Y tú…? ¿Tu ya has…? —no acabé la pregunta, aunque me imaginaba la respuesta.

—No… bueno… —dijo, poniéndose aún más roja si cabe—, algo he hecho, pero no lo que… ya sabes… sin acabar de…

—Sí… entiendo… todos empezamos por ahí…

—¿Así que entonces tú…? ¿Tienes novia? —preguntó nerviosa.

—No, bueno… no exactamente —dije escurriendo el bulto—, nada serio.

—¿Y eso qué quiere decir?

—Pues eso… tengo esta amiga de la Uni… ha habido algo, pero nada formal… —me expliqué.

—¿Pero habéis… follado…? —dijo disminuyendo el volumen de su voz con esa última palabra.

Oír a Sarita pronunciar tal vocablo me puso algo nervioso. Es una chica tan formal que no me habría supuesto que conociera ese tipo de lenguaje, o que se atreviera a usarlo con alguien como yo.

—Ehem… —me aclaré la voz—, sí… aunque solo una vez…

Al oírme me dí cuenta que sonaba casi como una excusa, como si de alguna manera me sintiera culpable de reconocerlo para mi preciosa y joven alumna. Sarita, sonrojada y sudorosa, seguía respirando fuertemente y se la veía excitada y nerviosa. Si no la respetara tanto a ella y a su família, me habría lanzado a comerle ese dulce y virginal coño que aún tapaba con el dichoso peluche. No me cabía duda de que la chica estaba cachonda, aún podía ver la mancha de flujo que había dejado sobre la colcha. Pero eso no quería decir obligatoriamente que quisiera hacer algo conmigo y no quería forzar nada. Decidí tomármelo con calma y no estropear el momento.

—¿Y tú… tienes novio? —pregunté.

—No… —respondió tímidamente—, yo… bueno… nunca he tenido novio…

—¡Vaya! ¡Quién lo diría…! Con lo bonita que eres… —se me escapó.

—Gracias… —dijo ruborizándose.

—Pero… ¿dices que has hecho… cosas…?

—Sí… pero… fue con un amigo. El hijo de unos amigos de mis padres…

—Ya… ¿como un ligue de verano?

—Bueno… fue en un viaje de esquí que hicimos el invierno pasado…

—Ah… ya veo. ¿Y cómo es que tú y él…?

—Pues… cosas que pasan… —continuó—. Yo sabía que le gustaba, aunque nunca se atrevía a decirme nada. Pero una noche que nuestros padres salieron de copas y nos dejaron solos en el hotel…

Hizo una pausa, y la observé intensamente. Seguía jugando con ese peluche entre sus piernas y lo estrujó tan fuerte que dejó una vez más a mi vista parte de su rajita; abierta, rosada y mojada.

—¿Os enrollasteis…? —pregunté, ansioso por saber cómo fue la cosa.

—No… bueno, más o menos… —seguía muy nerviosa— no nos besamos, pero hicimos otras cosas…

—Vaya… —dije excitado, casi inaudible.

—Vino a pasar el rato a mi habitación porque nos aburríamos, y para pasar el rato nos pusimos a jugar a las cartas. Luego a él se le ocurrió que nos apostáramos cosas, que el perdedor debía cumplir. Al principio eran tonterías como; “tienes que hacer cincuenta abdominales”, o “me tienes que cargar la mochila mañana todo el día”… cosas así. Pero entonces una vez le dije; “te tienes que sacar la camiseta”, cosa que él repitió la siguiente vez que yo perdí. Al poco rato nos quedamos él con solo los calzoncillos y yo con mis braguitas…

—Vaya, Sarita… —balbuceé excitado.

—Sí, bueno… estábamos muy cortados, y yo no sabía si continuar pero…

—¿Pero…?

—Bueno, entonces él perdió otra partida y le dije que se quitara los calzoncillos… y… pude verle el pene. Lo tenía muy… arriba… —volvió a pausar, y miró una vez más mi paquete a punto de estallar—. Como volvió a perder, le dije que tenía que enseñarme como se hacía una… una paja…

Sarita me lo explicaba variando sus tonos de voz, como si me contara un secreto, algo prohibido que nunca había confesado a nadie.

—Pero luego… perdí yo… y tuve que sacarme las braguitas… me quedé completamente desnuda delante de él.

Podía ver como Sarita luchaba entre su deseo y su vergüenza, y el pobre conejito de peluche que tenía entre sus manos, sufría las consecuencias.

—Él es el único chico que me ha visto desnuda… bueno, lo era… porque ahora tú también… me has visto —dijo ruborizándose aún más.

—Pues… es un honor, Sarita, eres preciosa… —dije después de una necesaria pausa.

Me miró con sus grandes y profundos ojos un instante, y pude ver el brillo que desprendían. Me ofreció una medida sonrisa, que rápidamente interrumpió para morderse los labios nerviosamente. Se hizo un corto e intenso silencio.

—¿Así… no hicisteis nada más? —dije al fin.

—Bueno… él no se atrevía a hacer nada, creo… así que al final me acerqué yo un poco a él y bueno… le dije que si quería podía tocarme… un poquito —dijo muy flojito—. Y bueno… después no hubo casi nada más…

—¿Casi…?

—Sí, bueno… yo también le toqué a él un poco… pero es que…

Esas pausas me estaban matando.

—¿Es que… qué? —pregunté impaciente.

—Bueno… él se corrió muy rápido cuando yo se la tocaba…

—Vaya… —dije tragando saliva.

Ese fué el fin de su historia, y entonces dejó de lado el maldito peluchito y se incorporó para acercarse a mi lado de la cama y darme un abrazo de los suyos. La estreché entre mis brazos, sintiendo el calor de su cuerpo y el olor de su piel sudorosa.

Me pregunté si ese era el momento adecuado para pasar a la acción. O era simplemente uno de sus gestos de amistad que tanto apreciaba. Reposé una mano sobre el bajo de su espalda, a me retuve para no ir más abajo. Nada deseaba más en el mundo que volver a poner mis manos sobre su tierno culito, pero dediqué toda mi templanza a no hacerlo.

Mirando sobre sus hombros, ví que en el lugar donde había estado sentada había dejado una nueva mancha de humedad. Noté otro tirón en mi polla, que en un estado ya imposible amenazaba con hacer estallar la bragueta. Tener a Sarita entre mis brazos, con su piel en contacto directo con la mía, solo agravaba más la situación.

Cuando se separó de mí, quedó arrodillada sentada sobre sus pies, justo a mi lado, en el mismo lugar donde unos minutos antes había profanando su más oscuro orificio. Mantenía los muslos muy cerrados, lo que me impedía ver en su totalidad su sexo, pero hacía sobresalir su abultado pubis y parte de sus labios mayores.

Me pareció más relajada de golpe, como si el abrazo la hubiera devuelto a su habitual naturalidad. Entonces cambió de posición y se estiró sobre la cama boca abajo, apoyándose sobre sus codos y con su cabeza muy cerca de mis piernas.

—¿Y… cómo se siente? —preguntó entonces.

—¿Quieres decir…?

—Hacer el amor… ¿Cómo se siente? —insistió.

—Bueno, es difícil describirlo exactamente… creo… —intenté responder—. Cambia un poco cada vez, según con quién lo hagas, o dónde lo hagas, o también cómo te encuentras en ese momento…

Sarita me miraba confundida, supongo que esperando otro tipo de respuesta, apoyando su cabeza sobre una mano. Vestía solamente esa mínima camiseta de pijama, y de media espalda para abajo podía verla completamente desnuda. Su trasero se alzaba como dos colinas, que culminando sus perfectas curvas, protegían un valle por el que habría vendido mi alma para poder penetrar y explorar el resto de mis días.

—No pero… ehem… —continué aclarando mi garganta e intentando reconducir mi explicación—, es increíble… la sensación digo… es muy placentero… Pero quiero decir que es una experiencia única entre dos personas, y para mí pues… a sido algo diferente de una vez a otra.

—Aha… ya… —asintió ella, mordiéndose el labio inferior—. Supongo que es una de esas cosas que se tienen que vivir para entenderlo…

La manera en que me miró al pronunciar esa última frase, y su tono de voz, me hicieron pensar por primera vez que quizá sí, se estaba insinuando. Puede que sonara menos inocente, de alguna manera, como queriéndome darme a entender algo, quizá que estaba interesada en experimentar conmigo.

Pero no me dió tiempo a indagar en esa idea, para hacer algún un avance y tantear el terreno. El rostro de Sarita se dilató, abriendo los ojos como platos y levantándose de repente con alarmante prisa.

—¡Mierda! —gritó saltando de la cama— ¡Tengo entreno de tenis a las nueve! ¡Voy a llegar tarde!

Miré la hora, y me sorprendió lo rápido que había pasado el tiempo. La observé rebuscando en un cajón de su armario ropero, intranquila, y medio desnuda.

—Si quieres te acerco yo… con el coche es un momento y no llegarás tarde —me ofrecí.

—¿En serio? ¿No te importa? —exclamó con su iluminado.

—No, no… claro que no —insistí.

—¡Gracias, gracias! —gritó, y de un salto vino a darme otro abrazo.

Me quedé en su habitación mientras se ponía unas mallas blancas muy cortas, que después cubrió con una minifalda deportiva, también blanca. Si no me habían fallado los ojos, no la ví ponerse ningún tipo de ropa interior primero. Al desprenderse de su camiseta pude avistar brevemente sus puntiagudos senos, gloriosos, aunque rápidamente los cubrió con un polo muy estrecho que se acomodó a la perfección alrededor de su cintura.

—Oye… lo siento mucho, no hemos acabado la clase… —dijo mientras me fijaba en el pequeño cocodrilo que, muy cerca de sus tetitas, se me antojó a punto de morderle ese pezón que destacaba bajo la fina tela.

—Mira, se me ocurre algo —dije en un momento de lucidez—. Te acompaño al tenis, y cuando termines el entreno te vuelvo a traer a casa y terminamos la clase. ¿Qué te parece?

—¿En serio? ¿No te molesta? —dijo emocionada.

—No, claro que no… —contesté, conteniendo mi entusiasmo—. Tampoco tengo mucho que hacer hoy, de todas formas…

—¡Vale! —exclamó entusiasmada—. ¡Muchísimas gracias!

Me ofreció otro abrazo, aunque sin perder un minuto más terminó de prepararse una mochila y con la raqueta en mano nos fuimos corriendo hacia el coche.