Sara vuelve a casa ¿Aceptara estar con un refugiado iraquí? ¿Dolor o placer?

ACOGIENDO A HASIM.

NOCHE MUSICAL.

Después de que entre Hasim y su propia madre organizasen las nuevas humillaciones y abusos en la vivienda semi en obras y semi abandonada, regresaron a la casa familiar.

La casa de la familia de Sara.

No la de Hasim.

La casa que el refugiado había mancillado con su presencia.

La casa donde había comenzado el calvario para la pobre Sara.

La casa en donde Sara había descubierto una faceta perversa de Eva, su madre, que nunca antes hubiera podido siquiera sospechar.

Ella viajó en el asiento de atrás.

Sola.

En silencio.

Sin su móvil.

Hasim tenía ahora su teléfono.

Y lo usaba.

Sara no sabía para qué.

No la importaba.

En ese momento nada parecía importar.

Estaba destrozada.

Por fuera y por dentro.

Aún sentía dolor de los golpes recibidos por Hasim y sabía que las uñas de sus pies habían dejado marcas sobre su piel de adolescente.

Sentía la boca tirante, del esfuerzo de tragar decenas de pollas.

El coño la ardía, resultado de la última penetración con el pepino que lo había mantenido dilatado al máximo pero entrando y saliendo sin el cuidado que puso su madre la primera vez.

Y lo sentía repugnantemente inundado con la sucia lefa de Hasim.

Pero lo de su culo… eso ya era otra cosa.

Si no fuera por su estado de shock no habría podido siquiera sentarse.

Lo tenía roto.

Notaba una quemazón interior que la desgarraba.

Su ano no había recuperado aún su forma y Sara sentía que un líquido iba escurriendo, símbolo de la nueva humillación sufrida por Hasim.

Con la ayuda de Eva.

Con la ayuda de su propia madre.

Cuando llegaron a casa cenaron como si nada hubiese sucedido.

Sara en silencio.

Hasim y Eva con apetito.

Una bofetada interrumpió los pensamientos de la chica.

– Responder ajaliva –instruyó Hasim, después de que Eva hubiera hecho una pregunta sin que Sara respondiera.

– Lo… lo siento… -acertó a responder Sara, con la cara marcada por la manaza del árabe unicejo.

– Te preguntaba –repitió Eva, con una cara sonriente que daba a entender que el tortazo que acababa de recibir su hija estaba para ella ya dentro de una normalidad- por lo mucho que has disfrutado esta noche, cariño. Sé que un castigo de Hasim puede parecer duro, pero es algo justo. Ahora somos suyas, le pertenecemos. Él es un hombre, nuestro hombre y somos suyas. Debemos aceptar su sabia guía y aprender de nuestros errores con su ayuda. ¿No te parece, cariño?. Que suerte tenemos de la llegada de Hasim. ¿No te parece, cariño?. ¿No ha sido un castigo divino?.

– No… Eva –contestó Sara, medio aturdida, medio enfadada, medio viviendo un momento absurdo en el que su madre… bueno, no su madre, ahora era esa persona llamada Eva que tenía el mismo cuerpo que su madre pero no se comportaba como tal… pero que, en el colmo de los colmos, incluso parecía encontrar normal y casi como de agradecer los golpes y violaciones que había sufrido apenas un rato antes… y Sara no pudo más, estalló incluso aunque una parte la estaba advirtiendo de que no dijera nada-, no, este cerdo es un maníaco y un violador. Y os voy a denunciar y…

No llegó a terminar su respuesta.

Hasim la dio otra bofetada y, antes de darse cuenta, la empezó a golpear de nuevo hasta terminar en el suelo.

Los pies del árabe pasaron entonces a caer sobre ella, mientras escuchaba de fondo a su madre… creía que suplicando.

Después de un rato en el que la joven española siguió recibiendo golpes, el refugiado árabe la agarró de su larga cabellera y la arrastró escaleras arriba hasta su cuarto.

– Mala, kafir, ser mala –la acusó, con rabia, tirándola sobre su cama-. Ahora yo castigar. Yo educar. Tú mía. Ajaliba mía. Aprender.

Con un esfuerzo de voluntad, Sara logró ponerse de pie e incluso llegó hasta el marco de la puerta de su dormitorio.

El iraquí estaba cogiendo algo de una bolsa junto a su cama.

Podía huir.

Escaparía.

Saldría de esa casa que ya no era su hogar.

Por fin había tomado la decisión.

Les denunciaría.

A los dos.

A Hasim… y a su madre.

Una parte de ella detestaba hacerlo, pero tenía que hacerlo. No podía aguantar más.

Era verdad que en algunos momentos incluso había sentido algo parecido a la excitación y pudo haber disfrutado de ciertas cosas… no podía negarlo, sobre todo los profundos e intensos orgasmos que había logrado esa noche gracias, sobre todo, a su propia madre.

Pero no era suficiente.

No era suficiente para nada.

No podía seguir aguantando ese maltrato, ese ser usada como si fuese un objeto, ese ser entregada para saciar la necesidad de vaciar los huevos de grupos de decenas de inmigrantes por unos cuantos euros como si fuese una vulgar ramera.

Y lo de esa noche había colmado el vaso.

Se iba.

Aprovecharía que Hasim estaba distraído y saldría corriendo.

Iría a casa del vecino y…

No, del vecino no.

El Doctor Ortiz era otro mierda, otro hombre que no buscaba más que aprovecharse de ella.

Iría a… a… bueno, ya lo pensaría, lo importante era salir de allí antes de que Hasim regresara.

Pero cuando quiso dar un paso hacia las escaleras se encontró con su madre.

Eva la impedía el paso.

– No, esta vez no. Esta vez te comportarás como debe ser, Sara. Ahora somos suyas. Somos de Hasim. Debes aprender a respetarle y convertirte en la mujer que necesita que seas –la soltó, mientras bloqueaba la ruta de escape de su hija.

– Mamá… -intentó negociar la adolescente española.

– Nada de mamá. Ahora somos de Hasim. Le pertenecemos y punto. No hay nada más. Obedece y…

Sara no llegó a saber qué otros argumentos iba a usar su madre.

La había distraído lo suficiente y hablado en voz lo suficientemente alta como para que Hasim la alcanzase y, agarrándola del cabello, la arrastrase de nuevo hasta su dormitorio, en donde usó de nuevo las manos para abofetearla y lanzarla sobre la cama.

Pero esta vez llegaba con algo más.

Había traído las abrazaderas.

La joven intentó resistirse, pero el inmigrante era demasiado fuerte para ella.

Y mientras esto pasaba, entró Eva.

Por un instante, Sara pensó que su madre la ayudaría.

Por un instante.

El tiempo desde que la pudo ver por el rabillo del ojo hasta que la tuvo en el extremo de su cama agarrándola las piernas por los tobillos para evitar sus pataleos.

Estaba vendida.

Y el árabe no desaprovechó la ocasión.

Rápidamente, con la precisión que otorgaba la práctica, la inmovilizó con las abrazaderas.

Como en una pesadilla, Sara volvía a estar sometida por el falso refugiado gracias a las abrazaderas del trabajo que había conseguido gracias a ellos.

La chica no podía moverse.

– Ajaliba, cuchillo –demandó el monstruo unicejo.

– Enseguida, mi Señor –respondió con alegría Eva.

– No… por favor… no… yo… -empezó a suplicar la adolescente, aterrada ante lo que pudiera suceder.

– Callar, kafir –dijo Hasim, y, cuando comprobó que la chica dejaba de suplicar, incluso se permitió una ligera sonrisa-. Tú aprender. Ajaliba y tú ser mías. No volver pensar. Obedecer a mí sólo. Tú feliz. Pero antes tener castigar.

– No… por favor… seré buena… -insistió Sara, comenzando a llorar ante las cosas que empezaba a imaginarse y escuchando a su madre revolver en la cocina.

La interrumpió una nueva bofetada, más fuerte aún que las anteriores… o eso la pareció.

– Dije callar, kafir. Tú callar. Tú ser mujer infiel. Yo hombre. Tú aceptar castigo. Tú aprender a obedecer siempre a mí. En todo. ¿Entender? –y, como la joven española asintió entre lágrimas, el iraquí no pudo contener la risa-. ¡Jajaja!. No. Tú no entender aún. Pero yo enseñar. Yo castigar para tú aprender. Después serás mía para siempre.

Y, en un alarde de inspiración, el inmigrante unicejo cogió una pelota de tenis del suelo de la habitación.

Una pelota que había rodado durante la breve lucha.

Una pelota sucia, llena del polvo que se escondía bajo la cama de la ingenua adolescente.

La sopló y Sara pudo ver cómo se desprendían algunas pelusas.

Hasim sonreía con malicia mientras acercaba la pelota a su cara.

– Abrir boca –y, ante la indecisión de la muchacha, otra bofetada cruzó su cara. Sólo entonces Sara hizo lo que la ordenaban-. Abrir boca toda. aguantar pelota.

Se marchó sólo un instante.

Lo justo para regresar antes que Eva y fijar con cinta americana la pelota a la boca abierta al máximo de Sara.

La jovencita notaba su propia saliva resbalar por su boca apenas un instante después, incapaz de detenerla e impedir que se mezclase con el tejido de la pelota y la suciedad que la impregnaba.

Tampoco podía evitar tener que tragar un poco cada vez.

Y, mientras, su propia madre miraba con una cara sonriente justo al lado, asistiendo en silencio a la operación de rotura de toda la ropa que cubría a Sara por parte de Hasim con el cuchillo que ella misma había subido.

Un cuchillo enorme a los ojos de la inmovilizada adolescente.

Después de romper toda su ropa, el refugiado ordenó a Eva que se desnudase y ella lo hizo con presteza, quedándose así de pie al lado de su hija mientras el iraquí recorría el desnudo cuerpo de Sara con el frío acero de la hoja del cuchillo.

Sara temía lo peor.

Pero no podía hacer nada.

Estaba a su merced.

Sólo podía llorar.

Lloraba mientras el cuchillo se acercaba a sus tetas y las iba recorriendo, rodeando sus perfiles antes de apoyar la punta en sus pezones y presionarlos levemente.

Después la deslizó sobre su tripa hasta llegar a su entrepierna.

El cuchillo parecía estar aún más helado cuando empezó a recorrer las partes íntimas de la chica.

Lo dejó con el filo apoyado contra la raja de Sara y, sonriente, se dio la vuelta para acercarse a Eva.

La abofeteó sin compasión.

Con fuerza.

Pero la madre de Sara aguantó en su sitio y logró articular un “gracias”.

Hasim giró la cabeza para mirar a la chica, como para darla a entender que así era como esperaba que fuese, como su madre.

Completamente obediente.

Completamente complaciente.

Completamente agradecida hasta por el castigo físico.

Una marioneta en sus manos.

– Chupar, ajaliba.

Dicho y hecho.

Eva se arrodilló inmediatamente y sacó el miembro de Hasim.

Sara no era capaz de apartar la mirada pese a lo incómodo de su posición y su propia situación, con el cuchillo aguantado entre sus piernas apoyándose tan sólo en la raja de su coño.

De hecho, ya ni notaba su frío acero.

Se había olvidado de esa sensación.

Sólo era capaz de mirar cómo su madre chupaba la polla del refugiado, cómo se la metía y lograba hacer desaparecer un buen trozo dentro de su boca y cómo al salir, un hilo de babas recubría la superficie de esa polla, cada vez más gorda, hasta la boca de Eva.

Era una escena que la resultaba casi… casi…

No lo podía evitar.

Y tenía que seguir mirando.

Su mirada poco a poco se adaptaba a la indecencia de la situación.

Y poco a poco asumía que sí, que era su madre realmente quien estaba allí…

Y que era su madre la que les había traicionado a su padre y a ella misma…

Y que disfrutaba enormemente de su nueva condición.

Y que no veía ninguna humillación en encontrarse así, desnuda y de rodillas chupándole la polla al hombre que había roto su familia, al hombre que había forzado a Sara y había provocado que fuese reducida a un juguete sexual de decenas de desconocidos, que… y que tenía desnuda, amordazada e inmovilizada a la propia hija de Eva allí mismo, a menos de un metro.

Y había algo de excitante en aquello.

Y el cuerpo de Sara no podía evitar traicionarla.

Sentía un calor crecer en su interior.

Un calor y un picorcillo.

Sentía unas ganas inmensas de tocarse, no lo podía remediar.

Sentía crecer… hincharse… su coño… y no lo podía evitar… ni siquiera cuando el cuchillo empezó a resbalar y el fugaz pensamiento de que podría herirla pasó por su mente.

La polla de Hasim estaba ya crecida al máximo.

Incluso a la madre de Sara la costaba cada vez más, ya no podía meterse hasta el fondo el engordado pene del árabe.

– Montar cama, ajaliba –anunció Hasim.

Eva se levantó, relamiéndose la mezcla de babas y líquido preseminal que colgaba de su boca y escurría sobre sus pechos.

Se colocó sobre la cama de Sara a lo ancho, a la altura del ombligo de su propia hija.

La joven española tenía justo delante de sus ojos el cuerpo medio a cuatro patas de su madre, que se apoyaba sobre sus codos, que clavaba en el costado de Sara.

Pudo ver cómo la polla de Hasim se colocaba apuntando al coño de Eva y cómo iba desapareciendo poco a poco dentro mientras su madre cerraba los ojos por un instante mientras escapaba un gemido de placer de sus labios.

El falso refugiado empezó a bombear dentro del coño de la madre de Sara, apenas a unos centímetros de la cara de la adolescente española, que asistía al espectáculo de ver a su madre siendo penetrada por ese otro hombre que no era su padre con una excitación creciente.

Agarrado a las caderas de la madre de Sara, el iraquí empezó a follarla con fuerza, bombeando con energía y haciendo que Eva pasase de gemir a gritos de placer en pocos instantes y que la vista de Sara no fuese capaz de abarcar toda la escena, incapaz de decidirse entre mirar la expresión facial de auténtico placer y lujuria de su madre, sus tetas moviéndose a un ritmo cada vez más alto mientras los pezones estaban tan hinchados y relucientes como los de la propia Sara… o el coño de su madre, donde la polla de Hasim no dejaba de entrar y salir… entrar y salir… entrar y salir…

Era algo hipnótico.

Y excitante.

Muy excitante.

Y Sara no lo podía evitar.

Lo odiaba con todas sus energías.

Pero no podía evitar sentirse cada vez más excitada por lo que pasaba.

Así estuvieron un buen rato.

Hasim follando a su madre encima de Sara.

Eva alterando gemidos y gritos de placer y pidiendo cada vez más y suplicando por más placer al inmigrante.

Sara… Sara sintiéndose cada vez más caliente y excitada y a la vez asqueada y avergonzada.

Al final, cuando todo parecía que iba a estallar, Hasim sacó la polla del interior de Eva y la apartó, haciéndola caer a un lado de la cama, mientras agarraba el cuchillo y lo dejaba caer a un lado para poder meter con comodidad la enrojecida y gruesa polla dentro del coño de Sara.

Entró con facilidad.

El cuerpo de la adolescente la había traicionado y estaba tan excitada que su vagina recibió casi con comodidad y placer el gordo pene de su sádico violador.

Entró de golpe hasta el fondo.

Y empezó a soltar chorros de lefa.

Sin parar empezó a apretarse más y más contra la chica, hundiendo su polla al límite que aceptaba su vagina, vertiendo todo su semen en lo más hondo de la joven española.

Y mientras, atrapaba entre sus manos las tetas de Sara y se las estrujaba y mordía con fuerza, frotando sus barbas entre medias de sus pechos y abdomen.

Y lo peor… lo peor para Sara… lo peor… lo peor era que una parte de ella lo deseaba y disfrutaba con esa nueva descarga y la hacía pensar que, en el fondo, no se habría resistido demasiado… que nunca se había resistido demasiado… y que en el fondo ella… en el fondo…

¡No!.

¡No, por favor!.

¡Por favor, no!.

Empezó a llorar con más fuerza, mientras su cuerpo ardía con una mezcla de placer y humillación por esta nueva descarga de lefa que Hasim estaba dejándola dentro de lo más profundo de su coño.

Un par de bofetadas cruzaron su cara de nuevo.

Sara dejó de llorar.

La lefa había dejado de brotar.

Hasim, sobre ella, la miraba con su sonrisa torcida y se incorporó, sacando su polla goteante del interior de la vagina de Sara.

– Tú ser mía, kafir. Tú saber. Yo saber. Pronto aceptar. Pero antes tener que castigar.

Con el coño lleno de lefa, desnuda e inmovilizada sobre su propia cama, babeando por culpa de la sucia pelota que tenía adherida a la boca, la adolescente sólo podía esperar mientras Hasim regresaba y la mirada de su madre, que estaba esperando también en una esquina y la miraba con algo que podía ser una mezcla de odio o envidia.

Cuando Hasim regresó, traía el móvil de Sara con los auriculares conectados.

– Ajaliba, comer kafir y luego venir cama –ordenó el inmigrante.

Eva se acercó al fondo de la cama y se inclinó sobre el caliente sexo de su hija.

Comenzó a chupar.

Lo empezó a lamer.

Lentamente al principio, pero poco a poco con más ganas.

Su instinto parecía crecer con el olor que desprendía el coño de su propia hija.

El coño impregnado de la lefa de Hasim.

Cada vez se aplicaba más… y más… y más…

Y Sara empezaba a sentirse más y más excitada de nuevo.

– Eres mía, kafir. Eres mía –repitió el falso refugiado-. Pronto saber. Pronto castigar. Pronto no tener dudas más. Tú ser mía. Ajaliba ser mía. Las dos mías. Aprender obedecer para ser feliz. Yo querer tú feliz. Las dos feliz. Las dos ser mías. Para siempre.

Y así se despidió, antes de ponerla los cascos en los oídos y dejar sonando una especie de mezcla entre rap y música árabe.

Era inaguantable.

No la gustaba.

Y a la vez se excitaba.

Por su madre.

Por la lengua de Eva.

No supo cuánto tiempo duró.

La música era lo único que llenaba todo el hueco, ahora que al irse Hasim había apagado las luces.

Sólo podía escuchar ese sonido mientras el placer la recorría en oleadas gracias a la habilidad de la lengua de su propia madre.

Y así llegó el orgasmo.

Un potente orgasmo la rompió de nuevo, dejándola derrotada.

Y su madre… o eso creía Sara, retiró la bola de su boca y la besó.

Sí, era Eva.

Lo sabía instintivamente.

La besó con pasión.

Metiendo su lengua dentro de la boca de Sara.

Y ella no pudo evitarlo.

Terminó devolviendo el beso con urgencia, ayudando con su propia lengua al intercambio de fluidos.

Se mezclaron las salivas.

Se mezcló el flujo del orgasmo de Sara.

Se mezcló los restos de lefa de la lengua de Eva.

Todo se mezcló en la boca de Sara.

Y todo se lo terminó tragando cuando el beso concluyó.

Y, de alguna manera, cuando la volvía a colocar la bola dentro de su boca, Sara supo que su madre había dicho “te quiero” antes de irse también y dejarla a oscuras con su humillación y su excitación luchando en su mente invadida por una música que odiaba pero que tampoco la iba a dejar pensar ni desconectar.

Ni pensar en el castigo que Hasim la estaba preparando.

Esa música… esa maldita música… esa maldita…

Continuará…