Un profesor de arte empieza a sentir una atracción por un alumno atractivo y lo lleva a romper todos sus códigos morales

Al día siguiente empecé a pensar en todo lo que me había pasado aquella noche en el pub. Estaba confuso porque, por un lado, viví unas sensaciones

maravillosas con una persona que, físicamente, me atraía enormemente. Pero, por otro lado, mi cabeza me hacía reflexionar y analizar mi situación

personal como profesor universitario. ¿Estaba cometiendo una equivocación? ¿Debía seguir mis instintos más profundos?

Debía de ir con cuidado para no liarme con aquel joven. Eso es lo que me aconsejaba la razón, pero me gustaba muchísimo aquel chico. No sabía qué

hacer y no era fácil buscar consejos de nadie.

Aquel fin se semana me dediqué a preparar mis apuntes para las próximas clases. Era una tarea sencilla para mí porque los temas los tenía muy

preparados desde hace tiempo y en muchas ocasiones mi memoria me traicionaba (¿o no?) y me transportaba al pub que ya conocéis.

El primer dia de clase con el grupo de David estaba un poco nervioso pero decidido y concentrado a dar una clase excelente. Yo estaba, en general,

bien considerado por mis alumnos y alumnas. No era un profesor capullo pero sí exigente y ellos lo entendían bastante bien.

Lo que pasa es que cuando tienes a un alumno inteligente y buen estudiante y, además, guapo de verdad, te puedes distraer más de lo conveniente.

La clase transcurrió perfectamente. Pensé que David me había dado un tiempo de tregua y prácticamente no me dirigió en ningún momento aquella

mirada tan directa que me hacía casi temblar en alguna ocasión.

Acabada la clase, uno de los últimos en ordenar sus cosas fue David. Esperó a quedar el último para acercarse a mi mesa. Sonreía de aquella manera

tan way que me dejaba de una pieza.

– Hola profe. ¿Qué tal el fin de semana? Muy buena la clase de hoy.

No sabía qué contestarle. Estaba ya muy cerca y con aquella voz tan atrayente me preguntó:

– Profe, querría repasar algunos temas con usted sobre la cultura babilónica. Podríamos vernos esta tarde?

No era una pregunta. Era una orden. Y yo no era capaz de inventarme ninguna excusa o de decirle que no. Y mantenía su mirada gatuna sabiendo su

capacidad de persuasión.

– Pero ¿Dónde?

– Este trimestre no tengo a nadie en casa. ¿A las cinco le va bien?

– Sí, muy bien. Le respondí automáticamente.

Ya conocía el piso de David. Durante el curso pasado algunas reuniones con un grupo de alumnos de clase las habíamos hecho allí. Es un piso muy

cómodo que había heredado de sus abuelos que tenían mucha pasta.

No sabía bien bien que podría pasar. A las cinco en punto llamé al timbre.

– Hola profe! Como siempre tan puntual.

Entramos a la sala y me senté en una de las butacas.

– ¿Quieres tomar alguna cosa, café, una copa?

– Un café, gracias.

Pensé que quizá hubiera algún otro alumno interesado en la cultura babilónica pero no fue así.

-¿Esperamos a algún otro alumno?

Volviendo de la cocina me contesta:

– No, profe. Nosotros hemos de hablar de cosas serias, de lo nuestro.

Se sentó en el sofá y acompañándose con un gesto con la mano me dice:

– Siéntate a mi lado, nenita.

No sé si mi tembleque me delataba pero, como un robot, me siento a su derecha. Su brazo derecho pasa por encima de mis hombros y rodea mi cabeza

acercándome a él.

– Muy bien, Carlos. quiero decirte que, desde este momento, cuando estemos solos te voy a llamar «nenita» o también lo que me apetezca. Pero ya no

serás mi profe. ¿Comprendes? Ahora estás a tiempo de poder marcharte y no continuar con lo nuestro. Pero ¿tu quieres continuar con lo nuestro,

verdad?

Al tiempo de susurrarme estas palabras al oído, sus labios iban acariciándo mi carrillo izquierdo e iban acercándose a mi boca… Me dió un beso

delicado y profundo. Su lengua abrió mis labios y jugaba con mi lengua, con mis dientes y mi boca entera. No sé cuánto tiempo no estuvimos besando.

Mirándome, me volvió a preguntar:

– ¿Verdad?

¿Qué podía hacer? Yo sabía que estaba entrando en un juego inseguro que podría tener consecuencias problemáticas pero David me atraía horrores.

Estaba en el cielo rodeado por sus brazos. Aquél beso me había noqueado…

– Le contesté que sí.

– ¡Dímelo bien! Iba teniendo conciencia que David estaba dominando mi mente pero no sabía reaccionar sino como él quería.

– Quiero seguir con lo nuestro, por favor.

– Muy bien, nenita.

Volvió a besarme con pasión pero con ternura. Y continuó diciendo:

– Te voy a decir algunas cosas que quiero que sepas. Desde ahora vas a ser mi juguetito y tú te convertirás en diferentes personajes que irás conociendo

poco a poco. ¿De acuerdo?

Su mano izquierda iba abriendo los botones de mi camisa y se deslizaba por mi pecho muy suavemente, muy lentamente. Pasaba las manos por mis

tetillas y sus dedos me pellizcaban los pezones. David sentía mis gemidos y los estremecimientos de mi cuerpo. Su mano llegó a mi paquete que

acariciaba por encima del pantalón. Mi pene luchaba contra el pantalón y me dice:

– Tranquila, nenita. Todo llega.

Y poco a poco, me baja la cremallera y desata mi cinturón. Con la palma de su mano por debajo de mi ombligo pasa por debajo del slip y llega a mi rebelde pene. Lo coge con la mano y lo acaricia recorriendo de arriba a abajo todo el tronco. ¡Qué delícia!

Mi boca busca sus labios porque necesito besarlos otra vez. Le estoy besando y me está acariciando el pene. A veces lo aprieta con fuerza y luego lo relaja… Mi mano derecha aprieta su cintura durante un instante. Quiero tener su cuerpo pegado a mí… y luego corro a acariciar su pene que también está bien despierto. Necesito llegar a él y suelto con torpeza su cinturón…

– Espera, nenita. Ya te ayudo. ¿Es esto lo que quieres?

Con la cremallera abierta saca su pene al aire libre y me dice:

– Dale unos besitos y cuidado con los dientes.

Me lancé a su poya. Esa «orden» sí que la quería cumplir. Primero besaba el glande y su rajita, de la que salían algunas gotitas de su escondido néctar.

Estaba apoyado en su regazo y lamía con fervor todo el tronco. Con los labios sujetaba la verga e intentaba apretar el máximo posible. Me habría gustado morderla con los dientes, un poquito si quiera…

David iba acariciando mi cabeza, jugueteando con mi pelo y su mano derecha pasaba por mis nalgas, primero por encima del pantalón y luego despacito me iba bajando mi pantalón hasta dejar todo mi culo al aire. Sus dedos continuan explorando el terreno y se adentran en mi raja hasta llegar a mi escondido agujero. Masajeando en círculos concéntricos mi ano reacciona con pequeñas contracciones que abren y cierran mi agujerito que, cada vez, está más excitado. David necesita lubricarlo y con buena puntería lanza un escupitajo que lo esparce a su alrededor. Acerca un dedo a mi boca y yo respondo chupándolo con deleite. Luego entra un segundo dedo y lo lamo con fruición..

– ¿Quieres que los meta en tu culito, nenita?

Me pregunta, pero yo lo siento como una orden. Sé que está jugando conmigo pero me siento cómodo en mi sumisión hacia él. Le respondo:

– Sí, por favor. Méte tus dedos en mi culo…

Con cierta cachondeo me dice:

– De acuerdo, como tu quieras.

Entrando sus dedos en mis entrañas siento un cierto dolor pero sus húmedos dedos cubiertos por mi saliva ayudan a que pasen esos primeros momentos. Entran y salen cada vez con más suavidad y también en círculos. Voy respirando y soplando cada vez con más intensidad y muevo mis nalgas no sé hacia dónde, hacia todos lados. Mi poya está alteradísima y mi piel transpira por todos mis poros.

Para que me sienta un poco más humillado ante él y demostrarme mi sumisión, me dice:

– Bueno nenita, creo que ya está bien por hoy.

Al mismo tiempo separa sus manos de mi cuerpo y espera…

No pueder ser que me deje así, no puede ser. Con voz suplicante y mirándole con ansia le pido:

– Por favor, no me dejes así…

– ¿Quieres que te folle zorrita?

– Sí, sí! ¡Quiero que me folles!

Presumiendo de la situación me contesta

– De acuerdo. Te voy a follar. ¿Vés cómo complazco tus deseos? De la misma forma tú también tendrás que atender mis intereses de ahora en adelante…

– Gracias, David.

David, mientras tanto, seguía maniobrando con delicadeza mi culo…

– Entenderás que, entre nosotros, yo desde ahora voy a ser tu Amo. Un amo bueno, siempre que seas obediente y cumplas mis deseos. Por ello te vuelvo a preguntar: ¿Aceptas ser mi sumiso juguetito?

He sucumbido. No tengo razones para cambiar. Estoy a su disposición.

– Sí. Acepto ser tu sumiso juguetito.

– ¿Cómo dices?

– Sí Amo. Acepto a ser tu sumiso juguetito.

– Eso es. Ven aquí nenita. Arrodíllate y chúpame la poya para que te entre bien tiesa.

– Gracias Amo.

Después de un rato chupando de maravilla, me hace sentarme encima suyo, frente a él. Me siento poco a poco en su enhiesta poya y… estoy en la

gloria… Subiendo y bajando por su mástil, mis labios besan su cuello por todas partes. Vuelvo a sus labios y le beso jugueteando con su lengua.

– Te quiero Amo…

David tiene los ojos cerrados y se va concentrando cada vez más, hasta que explota inundando mis entrañas.

– Ah! Qué gusto!

Con una amplia sonrisa me mira y me revuelve el pelo.

– ¿Y tu? ¿Ya te has corrido? Hazlo ya. Pon en tu mano el semen que salga de tu poya y luego te lo vas tragando. Con todo este esfuerzo debes de tener

sed ¿verdad? ¡Ja, ja!

Me pongo de pie y, masturbándome con frenesí, no tardo ni 30 segundos en eyacular en mi mano. David espera que siga su «consejo» y lamo toda la

palma de mi mano.

– Muy bien. Ahora limpia también mi pene que nos tenemos que duchar.

En la ducha Carlos me dice:

– Bueno, se ha hecho un poco tarde. ¿Quieres cenar? Te invito a cenar. En la nevera tengo una pizza y también lechuga y tomates para hacer una

ensalada. Seguro que eres un buen cocinero. Demuéstrame lo bien que me vas a cuidar ¿De acuerdo?

– Sí Amo.

Otra vez me había camelado y yo, poco a poco, iba aceptando los diferentes papeles de mi status de sumiso.