Por lástima le entregué mi coño a mi amigo

Llevo cuatro meses sin publicar… en realidad menos; publiqué algo hace un tiempo, pero lo eliminé. No sé si haga lo mismo con esta pequeña confesión. Y espero poder llegar a publicarla; porque he escrito páginas en la ventana de enviar relato, y al final lo he dejado y olvidado al otro día.

Seré rápida. Poco elegante. Quizás a algunos les guste. Pero a mí la historia no me gusta tanto, por eso la mostraré a ojo de pájaro. ¿Por qué? Bueno… ¿cuántos de ustedes se han sentido en algún momento de su vida calientes y «deprimidos» al mismo tiempo? Un amigo me contaba que se sentía así cuando era adolescente y se hacía la paja porque no conseguía novia… ¡ja! después se convirtió en una zorrita, tal como ya les conté en otro relato. Yo me siento así… pero después de haberlo sido.

Vamos al grano; y de una vez, perdón si no me luzco con la exhibición de hoy, corazones; pero necesito contarle esto a alguien para poder olvidarlo.

Por culpa de la cuarentena, me quedé sin trabajo en el restaurante. Luego supe que el administrador del edificio estaba tratando de echar anónimamente a una enfermera. Me las dí de heroína sexual y lo soborné con una felación para que la dejara. Pero como si esto fuera un puto netorare, el tipo se emocionó y empezó a chantajearme para que le siguiera dando placer. Y yo, sin sexo desde hacía mucho por la falta de pareja y el aislamiento, cachonda, desempleada y aburrida, acepté el juego.

Pero a veces cuando encuentras algo que te gusta te entran ganas de compartirlo. Es un sentimiento muy noble… usualmente. Pero aquella vez que el tipo me citó en su oficina y no en el parqueadero, vi el lado oscuro de ese lado. Me había dicho que fuera vestida de forma especial, y yo me vestí como una puta… así de cachonda estaba. Y al entrar a su oficina, aparte de él había un tipo elegante con pinta de extranjero y una jovencita rubia de acento de clase alta sentada en sus piernas luciendo a través de su pequeña ropa un cuerpo lleno de cirugías realmente bien hechas.

No voy a mentirles. Una parte de mí quería hacer todo eso. Pero no «quería» como cuando te propones alcanzar una meta; «quería» como cuando eceptas que ya no se puede seguir eludiendo algo inminente que querías pero no tanto como para buscarlo porque tenía algo que te repelía; y en mi caso, ese algo inminente era que las ganas de estar con un hombre me carcomían desde hacía mucho, y las felaciones que le venía haciendo al administrador no servían mucho porque eran dar, no recibir… sólo me calentaban más y me condenaban a soñar y a masturbarme de tales formas que a veces me parecía cada vez más insuficiente.

Así que hice lo que me dijeron: besé a la chica, le cogí los senos, dejé que ella y ellos me los cogieran y chuparan, la desnudé, le chupé la vulva tolerado sus gemidos melodiosos pero falsos, abrí las piernas mientras lo hacía, y dejé que el desconocido me penetrara con su, también operado, supongo, pene de caballo. Nunca había tenido uno tan grande. Y el tipo se tomaba su tiempo; no me ofendía, era guapo, quizás árabe; como de película; no decía mucho, era el administrador el que me decía qué hacer.

Conforme el árabe se movía, el tamaño, la novedad y la calentura acumulada me hacían respirar de forma más que sonora; el administrador y la chica me miraban como a una pervertida y yo… cada vez me preocupé menos porque lo pensaran; después de todo, así me sentía: después de tanto tiempo de estar embiagada de deseo, ahora tenía un amante de lujo restregándome por dentro con su pene sin que yo supiera su nombre… pero, créanme, chicos… aunque el tamaño era apasionante… lo más rico era cómo se movía: ni tan duro como parecer un animal, ni tan suave como para que no se sienta.

En minutos me había convertido en un mero espectáculo para los otros dos, que jugueteaban tímidamente, y un poco distraídos. Entonces el administrador decidió aprovechar que yo estaba en cuatro sobre el sofá y se acercó para metérmelo por la boca. Y yo, loca de placer, cooperé con gusto… lamentando para mis adentros que no hubiera un tercero para penetrarme por donde faltaba.

La chica… dioses… por un momento me sentí una mala influencia. El administrador le dijo: «¿Si ves? Así es como tienes que portarte con los hombres, reina.» A lo que ella respondió asintiendo tímidamente; al parecer no era tan liberal como parecía al principio.

Estuvimos así un rato largo en el que yo resulté siendo la maestra. Ella, visiblemente excitada, a veces sólo podía masturbarse de lo mucho que estaban concentrados ellos en mí.

Terminó el rato, sin que yo quisiera saber cuánto tiempo había pasado, y el extranjero, de un fajo de billetes, sacó unos cuantos y me los dió diciendo algo en voz alta; el administrador me dijo «Dice que te da una buena propina porque le sorprendió que fueran tan puta.». Yo recibí el dinero instintivamente diciendo «gracias». Nos despedimos; el árabe y el administrador hablaron de mí con un tono ligeramente diferente; un tono que yo había visto usar a algunos hombres en las áreas en las que Flor (mi ex) había trabajado: el tono de dos hombres hablando de la calidad de la mercancía.

Volví a casa con la única indicación de que el administyrador me llamaría. Claro; tienen los datos de uno en el registro del edificio. Pensé en Flor. En el modo de vida que ella había adoptado… ¿ese árabe sería mi sugar daddy? Fantaseé un poco con esa idea, pero eventualmente decidí que no; que el futuro sería algo menos… «privado».

No le daré más vueltas al asunto, ni entraré en demasiados detalles. Sólo les diré que a partir de ese fin de semana, y con una frecuencia que llegó a ser casi diaria, el administrador me llamaba para que fuera a esa oficina, a un apartamento amoblado sin arrendar pero sospechosamente limpio, o en un par de casos a fiestas fuera del edificio, que allí me encontrara con algunos «amigos» suyos, y que hiciera con ellos «lo que mejor sé hacer»… sí, ustedes lo saben y yo también, así que para qué lo maquillo: «tirar como una perra en celo».

Me dejé llevar. No puedo, y en últimas no quiero, darle dimensiones legales a eso. Desde afuera y ante los dioses, lo hice «voluntariamente». Pero como he dicho antes, no como cuando buscas, sino como cuando aceptas.

Y debo decirles, para que la historia no sea muy deprimente, que aunque vivía por inercia a merced de ese proxeneta encubierto, me corrí tantas veces, con tantos penes de hombres cuyo nombre no sabía o no recuerdo, con tantas manos y labios en los senos, con tantas cadenas sujetas a mi cuello, frente a tantas personas que me veían como, sorpresa, como un ángel que ha bajado para traerles la alegría y la libertad que el cielo les niega, que más de una vez pensé que podría vivir así por tiempo indefinido, y con la conciencia más tranquila que la de gente de otros gremios.

¿Que entonces por qué estoy «deprimida»? ¿Es que hace rato no me llaman? Bueno… casi, pero no es eso.

Ser prosti es un negocio, corazones. Y si ustedes trabajan, quizás hayan notado que algunos superiores se aprovechan de su posición. Pues bien, desde el principio el administrador, mi proxeneta, era un cerdo. Y mi negocio con él estaba viciado porque él sólo me veía como una persona sin dignidad; era de esa clase de tipos que creen que amar el sexo la hace a una menos digna como persona. Empezó a mordar cada vez más de mi paga y a dirigirse a mí con apodos cada vez más insultantes. Empezó a pedirme cosas degradantes. Empezó a tratar de obligarme cuando yo me negaba. Ustedes, a quienes les gusta el entretenimiento con sexo, saben cómo terminó Nimph()maniac. Pues bueno, yo no hice nada delictivo, pero sí me harté de los abusos de ese malnacido. Y renuncié. Y aquí viene la razón por la cual estoy triste. Mientras renunciaba, desnuda y a gritos, tapándome con los chiros que encontraba, traté de mantener la mente de ese tipo lejos del hecho de que el trato inicial era «sexo a cambio de la permanencia de la enfermera en el edificio». Lo logré, de hecho. Pero cuando, tras renunciar, él me exigió que me fuera, aceptando yo de buena gana, tuve un mal presentimiento que se hizo realidad.

Y ahora, corazones, esta puta cuyas aventuras han estado leyendo ustedes curante algún tiempo, y que han leído hoy a ritmo quizá menos erótico, está viviendo en casa de sus padres… compartiendo su propia habitación, porque no hay más, con la enfermera, quien fue presionada durante una semana para que dejara el edificio a menos que… ugh… a menos que estuviera dispuesta a chupárselo al administrador. Y ella, como yo, no estaba dispuesta a hacer lo que no quería; y se mantuvo firme, lo cual admiro.

Ya viviendo yo en mi casa supe que había salido de allá para su propia casa, un lugar donde no la querían, entre otras cosas porque hay varios ancianos viviendo allá, así que cuando la llamé y le ofrecí que viviera conmigo, a pesar de conocerme sólo de saludo y simpatía, aceptó. Aquí no hay ancianos: mis padres me tuvieron cuando aún eran jóvenes. Y bueno; con la amistad resultante, ella me contó lo de las insinuaciones del administrador… pero eran tan sutiles que las grabaciones que hay no servirían en un proceso legal, y en cambio estar aliada conmigo sí la desacreditaría, porque yo sí ejercí voluntariamente.

En fin. Si vas a jugar a ser la heroína, tienes que hacerlo hasta el final; a nadie le gustan los héroes mediocres. Ella seguirá arriesgando su vida para salvar la de otros en su centro médico, yo seguiré arriesgando mi salud por convivir con ella, y con mi familia estamos dispuestos a asumir esa carga, y el resto de lo que soy, para mis «adentros»… tendré que conformarme por tiempo indefinido con mis dedos y mis juguetes, y a escondidas, porque ella es hetero, tiene novio, y es más bien conservadora; de hecho escribo esto a escondidas de ella. No. No quiero cambiar sus valores para ajustarla a mí; Daniela tenía un «potencial» que ella no tiene.

Así que, a mi manera, creo que puedo presumir de que hecho algo bueno con mi vida; razón de más para venir a contarlo. 🙂

Un abrazo, corazones. Espero que nos leamos pronto; pero como estoy en abstinencia, tendré que acordarme de historias de otros tiempos. Creo que hay algunas, así que espero que me queden tiempo y ganas para contarlas.

Chao. <3