Personas contrarias con intereses demasiado diferentes, la gran pregunta sería ¿Quiénes son los salvajes?

Estaba hastiado, ya me había cansado de estar en aquel lugar. Vi desorientado a ese pequeño lobezno y decidí corretearlo un poco ¿Los animales tenían sentimientos? Unos decían que sí, otros, como yo, afirmábamos que no.

Medio año en aquella selva desolada e inhóspita al sur de Asia. Despertaron mis impulsos más primitivos. Aún faltaban alrededor de tres meses para que el barco llegara por nosotros. La caza por diversión se convirtió en un placer ruin y mundano, que precisamente disfrutaba por cruel y prohibido.

Éramos un grupo de cinco científicos, provenientes de Gran Bretaña. Analizábamos las características físicas y químicas, de estas nuevas tierras: Pruebas en el suelo, flora y fauna; Nada anormal más que investigación pura. Con nuestros hallazgos, le daríamos un poderío muy grande a nuestro país, más del que ya tenía. El poder atrae más ambición, así que a trabajar

Se rumoreaba que la “corona inglesa” buscaba minas de piedras preciosas a través de nosotros. Pero era algo que nunca pude comprobar, además que tampoco me interesaba. Los exploradores hace tiempo que se habían ido, por lo que solo quedábamos nosotros.

A pesar de ser ligeramente joven, era uno de los científicos más destacados en mi país. No fue fácil, pero años enteros, dedicado por completo a mi trabajo, dejando de lado las relaciones sociales, me llevaron a este importante puesto. No era el investigador en jefe. Pero era uno de los que más se le acercaba. A pesar de todo, consideraba que tenía buenas relaciones con mis compañeros de trabajo.

Por la región habitaba una tribu de nativos, la comunicación se logró gracias a las traducciones de, Julio Domínguez, un miembro de mi equipo y buen amigo. Él era, además, el historiador de la zona. Con el paso del tiempo congeniamos con ese pueblo y de alguna manera, ya no nos sentíamos tan solos.

Pero a pesar de todo sentía que algo me faltaba.

Una mañana cualquiera decidí hacer una expedición en solitario. Vi correr a un cachorro de lobo, imagino que aullaba buscando a su manada. Me escondí tras unos arbustos y esperé a ver qué ocurría. Su madre no se veía y tampoco algún compañero ¿Seria acaso que mis amigos y yo cazamos a todos? Seguí al pequeño hasta que efectivamente llegó a su desierta guarida. Aulló aún más fuerte y comprendí que se encontraba solo en el mundo.

Ni un ápice de remordimiento me dio. Era un animal salvaje y debía acostumbrarse a ello. Envalentonado, me divertí correteándolo un rato, por la posición de su rabo y orejas, evidentemente estaba muy asustado. Quería huir, pero yo no lo dejaba ¡Que valiente era aprovechándome de esa inocente criatura!

Una flecha zumbó por los aires.

—¡Déjalo en paz! —Escuché una voz femenina, bastante airada

Busqué el origen de la voz y para mi sorpresa me encontré con una mujer alta, apuntándome con un arco y una flecha. Me sorprendí al verla, no era como los demás nativos. Era de piel blanca, pero bronceada, ojos azules, músculos definidos, cabello dorado y un poco largo. Como única prenda vestía una especie de traje de dos piezas pero muy cortas, hechas con pieles de animales. Como calzado, tenía unas sandalias de cuero.

Confieso que al verla, me despertó admiración además de curiosidad. No estaba para nada acorde con mi estereotipo de mujer ideal, pero…

Llegué a la conclusión que era una cazadora y venía a pelear por el cachorro de lobo. Cuando este corrió buscando refugio ya no hice nada por seguirlo, mis planes habían cambiado. Pero la chica desapareció junto con mi presa. Por más que busqué en los alrededores, no vi que rumbo tomó.

—Por fin hay algo interesante en este lugar agreste —conté emocionado a mis compañeros de trabajo—. Descubrí a una cazadora, quiso quitarme a un cachorro de lobo. Y por supuesto no lo logró —Dije dándome aires de grandeza

—Pero las mujeres de la zona no cazan —increpó Julio.

—Pues, tenía un cuchillo de caza y trató de quitarme al lobezno. No cabe duda que sí lo era.

—¿Tenía la piel del mismo tono que los lugareños?

—Ahora que lo dices no. Era más bien blanca como nosotros. Eso sí, bronceada y vestida con pieles.

Mis amigos se emocionaron, ocasionan ando entre todos, un intenso debate—No puede ser una lugareña —concluyó Julio, quien era el más sosiego de todos—. Sus características son muy diferentes a los aldeanos que hemos visto.

—¿Entonces quién era? —preguntó alguien más, llenó de curiosidad.

—No lo sé, pero lo voy a averiguar —dije presuntuoso.

—Ten cuidado. No sabes a lo que te enfrentas y puede ser peligroso.

—Es lo más excitante de todo. Nunca sabes a quien te puedes encontrar y como corregirla —respondí con una mueca morbosa. Todos mis compañeros me acompañaron con risas y demás desplantes burlescos.

Esa noche no pude dormir por lo emocionante de la posible aventura. Según dijo mi amigo, era una mujer ajena al territorio. ¿Alguna tribu extraña? ¿Extranjera? Pero ¿Cómo? Se suponía que estábamos en nuevas tierras y no teníamos registro de algún viaje cercano a la zona. Estaba claro que no todo alrededor estaba explorado.

Pero cuanto más trataba de analizar lo que vi de la mujer, más confundido me sentía:

Me habló en mi propio idioma, pero su aspecto era de una salvaje ¿Y si se trataba de una especie de sobreviviente? ¿Y si era el eslabón perdido en la evolución del hombre?

Reí de mi propia estupidez. Por lo poco que vi de ella, estaba lúcida y sabía lo que hacía. Lo más probable es que fuera una naufrago, o habitante de algún asentamiento más evolucionado que la tribu que conocíamos. Porque según los últimos análisis, estaba descartado que fuera de un establecimiento de holandeses. Pasaron los días y no encontré ningún indicio de ella. Así que comencé a olvidarla. Mis objetivos siempre habían sido llegar a la cumbre de mi profesión, y estaba cerca de lograrlo.

Una tarde decidí ir a bañarme a una laguna lejana. Como siempre iba solo, porque a mis compañeros no les gustaba por lo inhóspito y alejado del campamento. Mientras que a mí me atraía, precisamente por eso. Pero, de que era un lugar hermoso, lo era.

De esa zona hice mi “escondite”: la laguna estaba pegada a la montaña, regalando el espectáculo de una caída de agua. Sus aguas eran cristalinas y tranquilas, frescas además de todo. La vegetación de alrededor era exótica. Algunas flores silvestres, árboles frutales y unas cuantas rocas esparcidas por aquí y por allá.

Como nunca vi a nadie por el lugar se me hacía fácil bañarme desnudo. Un día, practicaba buceo de superficie cerca de la catarata. Descubrí que detrás estaba la entrada a una gruta. La inspeccioné, pero no había nada interesante que apreciar, la oscuridad me cegaba, así que decidí salir de la misma forma que vine.

Al salir, miré gratamente a mi extraña cazadora, estaba en la otra orilla del cuerpo de agua, bañándose tal cual Dios la trajo al mundo. Me escondí entre las rocas para no ser visto:

Jugueteó un rato con el agua cual niña pequeña, era una excelente nadadora. Después de un rato se acercó a la orilla, comenzó a lavar su cuerpo con una pastilla de jabón, sus senos bailaban sugerentes ante mí, mientras que sus curvas y cuerpo atlético me dejaron anonadado. No era la octava maravilla del mundo, pero en ese momento era todo lo que mis instintos querían. Sí, me deslumbró bastante.

Bajé la guardia, quise acercarme para verla mejor. Salí de mi escondite, sentándome en unas rocas. Su mano recorría cada milímetro de su cuerpo y cuando se dobló, enseñándome su mundo, me cortó el aliento. Sus senos firmes y pezones rosados desfilaban en mi mente, haciendo despertar mi cuerpo. Sabía que el cuerpo femenino era hermoso ¡Pero nunca creí que tanto!

Sus movimientos se veían muy naturales, ignoraba si ya sabía de mi presencia. ¿Qué haría al verme? Pronto obtuve una respuesta. Nuestras miradas se cruzaron, ninguno de los dos hizo nada por inquietar al otro. Me pregunté qué pensó de ver a un hombre desnudo, sentado sobre las rocas, mirándola.

Tranquila como si nada la perturbara, tomó sus ropas y se marchó. Allí permanecí un rato, imaginando lo que pudo haber pasado si no se hubiera ido. No me importo que los rayos del sol quemaran mi piel.

En ese momento estaba en mi propio mundo: Tenía relaciones sexuales con ella, la poseía y le daba todo el placer erótico posible. Disfrutaba yo, y ella se dejaba llevar por mis caricias. Nunca me considere muy morboso o carnal. Pero ella, despertó mi libido (y tal vez algo más) en toda su extensión.

Mi deseo fue tanto, que, mi esperma cayó en las rocas bañadas por el agua, vi como este se mezclaba con el agua y desaparecía de mi vista. Contemplé el paisaje. Me acosté un rato sobre las piedras. ¡No dejaba de pensar en esa extraña mujer ¡No sé cómo le haría, pero de que la vería de nuevo, la vería!

Recobré la cordura poco a poco. Me acerqué al mismo lugar donde se bañó. Al ver que olvidó su pastilla de jabón la examiné: estaba elaborada con materiales de la región, pero tampoco era tan sencilla como los que usaba la tribu amiga. Entonces ¿La fabricó ella misma?

Eso no podía hacerlo una simple salvaje. Mi curiosidad se incrementó. ¿Y si pertenecía a alguna sociedad secreta? ¿Sería posible que gente avanzada de otras culturas se escondiera por estos lugares? Preguntas y más preguntas, sea lo que fuere que ocurriera alrededor de ella, era algo que yo iba a descubrir. Pero por más que me esforzara no podía dejar de pensar en sus ojos azules mirándome.

Llegué a mi campamento muy emocionado. Ella representaba un fruto prohibido que yo deseaba, era esa manzana roja y apetitosa que yo quería comer. A nadie le conté lo que vi, era mi dulce secreto, y no lo pensaba compartir con nadie

En mis momentos libres trataba de investigar de posibles tribus en la región. Me concentré en buscar más yacimientos de agua, o del posible hogar de animales pequeños, que según mi hipótesis a una chica como ella le gustaría cazar.

Desde ese momento, mis visitas a la laguna se hicieron más frecuentes, ese lugar era mi punto de partida para todas mis pesquisas, analicé la zona con cuidado. Alguna vez pensé en dejarle una nota. Claro que no estaba seguro si sabía leer, pero tenía que agotar mis recursos. Cuando estaba en mi campamento, me concentraba en los libros de botánica y zoología para tratar de tener una pista de ella. Estaba seguro que la volvería a ver. Pero por más que la buscaba no la encontraba.

Pasaron unas semanas y la frustración comenzó a apoderarse de mí. Un día Julio me miró con curiosidad y sin más preámbulos me preguntó:

—¿Qué te pasa?

—Nada.

—Estas comportándote muy raro, ya no te concentras tanto en tus actividades como antes. Sabes que soy de confianza, si te puedo ayudar en algo, yo…

—Tengo mis propias investigaciones. — No lo deje que siguiera hablando, me encogí de hombros y me alejé.

Días después, cuando practicaba buceo de superficie en la laguna vi adentrarse a la enigmática mujer a la gruta de la catarata. Tal vez ahí estaba la respuesta a mis interrogantes. Intenté seguirla a distancia para no ser visto. Pero la inmensa oscuridad no me permitió verla a más de cinco metros. Era peligroso ir por ese camino a ciegas. Pero no podía dejar pasar la oportunidad, caminé a tientas.

Llegué a un lugar que se percibía espacioso. Di unos pasos, pero en ese momento sentí un fuerte golpe en la cabeza y ya no supe de mí.

Desperté en un lugar muy oscuro. No sabía si era de noche o… ¡Dios mío, Estaba amarrado con unas cuerdas!

—¡Auxilio, socorro! —Grité lo más fuerte que pude. Los gruñidos y rugidos de algunos animales me hicieron callar ¡Se escuchaban demasiado cerca! Pero la desesperación me gobernó. Grité lo más fuerte que pude. No sé cuánto tiempo paso en lo que yo intentaba liberarme sin éxito, con esto solo logré lastimarme e inquietar a las bestias.

Comencé a sudar frio ¿Qué estaba pasando? Hice acopio de todas mis fuerzas y traté de examinar mi situación: Aun me encontraba desnudo, (pues así entré a la caverna) mi cuerpo descansaba sobre una piel que por sus dimensiones, se antojaba de una bestia grande. Entre las penumbras pude distinguir algunas jaulas, y en su interior, unos animales.

No supe a qué hora me quedé dormido. Cuando desperté, estaba en la misma situación. Tenía frente a mí a esa mujer extraña, me miraba fijamente, una mezcla de emociones me invadió. Traté de guardar la calma, sin conseguirlo. Pase de las suplicas a las agresiones en pocos minutos. Luego intenté el dialogo, para volver a la agresividad.

Ella simplemente me miraba, por sus reacciones parecía que me estaba estudiando.

—¿Esto es tuyo? — preguntó señalando a mi mochila y demás pertenencias.

—Sí, son mías… ¿Qué pasa? ¿Por qué estoy aquí?

—Has matado a muchos de mis hermanos solo por diversión —dijo amenazándome con una daga. Además me has estado espiando y te adentraste en mis dominios. ¿Qué quieres?

—Yo no maté a ningún familiar tuyo —dije mirando a todos lados, buscaba algo que me informara de la situación real, en la que me encontraba. Al menos, quería saber si había más personas a mí alrededor.

Sentí el filo de la daga en mi cuello, que por cierto se notaba, que mi captora estaba temblando. Comencé a hablar de nuevo—. Yo nunca quise hacerte nada malo, solo… conocerte. ¿Me puedes decir dónde estoy? —pregunté sintiendo la adrenalina recorrer todo mi cuerpo.

—Estas en mi hospital. Mis hermanos son todos los seres de la jungla —Me señaló a todos los animales que estaban a mi alrededor. Estaban amarrados y algunos enjaulados—. Aquí traigo a todos los que necesitan ayuda. Por ejemplo los que tú y tus amigos matan solo por diversión.

—Lo lamento— mis palabras salieron atropelladas —. Pero tú has de comprender que entre los mismos habitantes de la jungla se matan entre sí. Tú sabes la ley de la selva.

—¡Sí! —Me apuntó de nuevo con su filosa arma —. Matamos para sobrevivir, para alimentarnos. Pero no olvidamos que todos los seres son nuestros hermanos. Pedimos perdón por quitarles la vida y agradecemos por permitirnos vivir. Pero no hacemos de la caza una diversión como ustedes.

—Perdón —Volví a disculparme—. Si me dejas en libertad, prometo que te ayudare a cuidarlos —quise dialogar más tiempo con ella, negociar mi salida —.Si era una amante de los animales. Tal vez la convencería de mis buenas intenciones.

—¿Y cómo sé que no me estas engañando? —Preguntó airada—. ¿Cómo sé que no iras con los de tu campamento y vendrán a este lugar? No serían los primeros “Civilizados” en quererse aprovechar de la isla.

—Puedes confiar en mí. Te doy mi palabra. —dije tratando de sonar sincero.

Me miró con el ceño fruncido, después de pensarlo unos segundos dijo—.

—Ni siquiera sé que hacer contigo. Tengo que pensarlo.

Se levantó sin más. En sus ojos se veía una profunda tristeza, a pesar de mi desesperación pude comprender que no era perversa, solo quería cuidar a los seres de la selva

¡Pero a mí me tenía amarrado!

Salió de mi extraña prisión, dejándome más desesperado que nunca. Intenté liberarme pero no podía deshacerme de esos amarres, mientras más lo intentaba más escozores sentía en mi piel. Pasé uno de los momentos más angustiosos e irritantes de mi vida. No sabía que pensar y la presencia de esas bestias, aunque heridas y encerradas provisionalmente, no me tranquilizaban para nada.

Cuando por fin regresó después de unos minutos o tal vez horas. Me miró de nuevo. Comprendí que si me portaba hostil no lograría nada, decidí permanecer callado y ver qué pasaba.

—Tengo varias preguntas que hacerte —, exclamó mi captora después de un rato—¿Por qué me miraste cuando me bañaba el otro día en la laguna? ¿Por qué me has buscado con tanta insistencia? ¿Por qué esta mañana me seguiste a la cueva?

—Porque… porque me has llenado de curiosidad. —Tragué saliva—. Nunca había visto una mujer como tú.

—Ese no es motivo para expiarme.

—Libérame por favor y te demostrare mi buena voluntad.

—No quiero arriesgarme a que me traiciones. —Su voz lejos de parecer agresiva, manifestaba inseguridad—. Sé que eres del grupo de investigadores que buscan piedras preciosas o propiedades maravillosas en el habitad de la isla. Pero, es algo que aquí no encontraran. Lo peor es que hacen mucho daño le hacen a la madre naturaleza.

—Tienes razón, mis amigos y yo nos iremos en poco tiempo. Te prometo que si me dejas ir no se lo diré a nadie.

—No lo sé. Pero también es cierto que no quiero lastimarte.

—Con más razón puedes ponerme a prueba. Al menos déjame vestirme, estoy desnudo y…

—No tiene nada de malo la desnudez —dijo como si fuera lo más normal del mundo. Y en el acto me aventó una piel de tigre para cubrirme— En cuanto a ti te mantendré unos días como mi prisionero, para que aprendas lo que es sentir el encierro y esclavitud, como los animales que tú cazas y secuestras. Después te dejare libre.

—¡Cómo! No puedes hacerme esto. Oye yo nunca te he lastimado —Protesté enérgicamente, le dije cuántas cosas se me ocurrieron— ¡Esto es una injusticia!

Ella me miró con tristeza y me dijo—. Tendrás que disculparme pero no puedo arriesgarme a que me hagas daño. Tu actitud conmigo ha sido sospechosa desde el principio.

Se salió de la cabaña de la misma manera que vino.

Mi desesperación y coraje eran mayúsculos. Rabié y maldije todo lo que pude. Además tenía frio y estar con tantos animales me producía miedo y ansiedad. No sabía lo que en realidad quería esa mujer conmigo, tampoco si estaba con otras personas. En ratos dormitaba, pero los ruidos de las bestias me volvían a la realidad.

Los rayos del sol me despertaron, lo primero que sentí fue un intenso dolor en las muñecas y las piernas. Tanta inmovilidad y estar sujeto a esos extraños amarres me estaba cobrando factura. Entonces descubrí que estaba en una especie de cabaña rustica. El hedor de tantos animales juntos, aunque amarrados de la misma manera que yo, era insoportable.

El lugar carecía de muebles, solo había un par de mesas situadas en diferentes lugares, una de ellas tenía un recipiente grande y productos de limpieza, jaulas y espacios vacíos, imagino que era para los “pacientes”. Además de todo había un pequeño estante con medicinas y productos químicos.

Después de un rato, el sol me quemaba la cara haciendo incrementar mi desesperación.

—¡Ayúdenme, por favor alguien que me ayude! —grité varias veces pero nadie parecía escucharme. ¡Cómo era posible que una salvaje me tuviera así!

Después de un rato la mujer apareció y sin decirme nada comenzó a cuidar a los animales heridos, a mí también me revisó y curó los escozores por las sogas. Ella decía no me quería lastimar, solo que tenía miedo de mí.

Limpió el lugar, a mí me ignoraba lo más que podía. Le grité, intenté razonar con ella e incluso la injurié como el día anterior. Pero tranquila decía que pronto saldría de ahí. Eso sí, me trajo una bandeja con frutas frescas, una jarra con agua y un tazón de consomé. Imposibilitado de las manos me ayudó a comer. Tuve que tragarme el orgullo y comer de su mano. Pasó el día y no pude hablar casi nada con ella.

Llegó otra vez la mañana, arribó muy puntual a alimentarnos a todos, limpiar la cabaña y hacer las curaciones necesarias. Yo, sin otra cosa que hacer observaba a la desconocida en sus múltiples idas y venidas: Traía hierbas y algunos remedios naturales. Pero algunas veces eran sustancias químicas y productos derivados de ellas. Por si fuera poco, usaba con bastante fluidez artefactos modernos. Incluso me pareció ver como curó la herida profunda de una bestia:

—Parece una cirugía.

—Algo así —sonrió.

Definitivamente no era una salvaje, entonces ¿Qué o quién era ella?

—¿De dónde tienes todos esos conocimientos? —Por fin me animé a preguntarle—. Pareces una profesional en la medicina.

—Todo lo que sé es… —su mirada se oscureció y guardó silencio por unos segundos—. Por medio de mis padres, muchos libros y experimentación.

—¿Tus padres? ¿Quiénes eran?

Quise recordar de viajes o náufragos cercanos. Acaso ella seria…

—Eso no te importa. Come que necesitas estar bien —Interrumpió suavemente mis pensamientos. Acercó la bandeja de frutas y un poco de carne cocida. Imposibilitado a usar las manos, ella misma se ofreció a dármela en la boca. Pero me rehusé.

—No seas tan orgulloso, necesitas comer. Hoy en la noche te llevare a tu campamento.

Eso me devolvió la alegría.

—Gracias.

—Espero que hayas recibido tu escarmiento —me dijo mientras miraba a los animales—. Muchos de ellos han sido heridos por ustedes y yo aquí los traigo para sanarlos.

—Te prometo que no volveré a cazar solo por diversión. Y en cuanto a lo de espiarte… bueno, solo quería conocerte

—Hubiera sido más fácil decir “Hola”.

Extrañamente reí un par de segundos con ella. La miré a los ojos y le dije—. Soy malo para las relaciones personales, me creerás que nunca me he comprometido con nadie, casi no tengo amigos y…

—Pero si pudiste excitarte viéndome bañar.

—Eh…

—Tu pene estaba erecto, y tú y yo sabemos por qué. —Sonreí abochornado ¡Con que facilidad hablaba de mis partes íntimas!—. No te preocupes. Ahora que platico contigo comprendo muchas cosas. No pareces una mala persona

—Tú tampoco.

Era curioso, como esta plática se dio a pesar de estar atado y desnudo. Porque la muy ingrata nunca se dignó a vestirme. Estar en esa situación, con esa mujer, me producía sensaciones contradictorias. Por una parte era agradable, pero no podía olvidar que era su prisionero. Esperé impaciente para que se terminara el día.

—Ya es hora —me dijo por fin.

Con una daga cortó los amarres y me devolvió mi ropa para que me vistiera. Me ayudó a caminar en lo que me reponía de mi inmovilidad. Después de mucho andar. Nos dirigimos hasta un elefante. Casi se me paró el corazón al ver un animal de ese calibre, Me enseñó a montarlo, como niño pequeño de deje llevar.

¡Yo montado en un animal de ese tamaño y con el sabor de la libertad! Era extraño, muy extraño todo lo que pasaba. Nuestro trayecto se hizo en silencio. En algún momento me volteo a ver, en su cara noté serenidad. Me gustó cabalgar al paquidermo, pero más disfruté el aroma de la libertad y de su piel… Ella iba al frente al conducir al animal, y en más de una ocasión nuestros cuerpos chocaron.

Mi mente trabajaba al máximo ¿Quién era esa mujer? Se veía como salvaje pero tenía conocimientos avanzados hasta para mí, era muy humana, era noble y a la vez peligrosa, incluso creí notar rasgos de ternura en ella. Sentía una mezcla de gratitud y rabia hacia ella.

Casi al amanecer me ayudó a bajar del animal. Señalando hacía el oriente me explicó:

—No estás muy lejos de tu campamento.

Hizo girar el animal, para marcharse.

—Gracias. ¿Cuál es el camino para llegar a mi campamento? No identifico muy bien la zona.

—Solo sigue en línea recta. Está aproximadamente a dos millas de distancia.

Ninguna palabra más, simplemente se marchó. La vi alejarse y por fin me sentí libre. Caminé hasta mi campamento, todo se veía de manera diferente, todo se sentía de manera diferente.

Por fin llegué. Mis amigos estaban felices de verme, pero en cambio yo me sentía confundido. Por cuestiones que aún no alcanzo a comprender, no les conté nada de mi extraño cautiverio. Pasé los siguientes días pensando en esa extraña mujer, pero no sabía si volver a la laguna o no. Mientras más pasaba el tiempo más pensaba en ella.

Una lluvia de contradicciones actuó contra mí mismo: fui el prisionero de esa mujer ¡Y necesitaba verla! Deseaba poseerla y al mismo tiempo quería aprender sus técnicas científicas. Odiaba una parte de ella, pero otra parte de mí la necesitaba a su lado. ¿Qué clase de… lo que sea que haya sido, me ocurrió? Estuve amarrado, me hizo sentir como un delincuente. Pero, me trató bien, me cuidó.

Después de meditarlo mucho, a los pocos días fui a la laguna, que alguna vez fue mi refugio emocional, y ahora era mi esperanza para verla. La vi a lo lejos y al querer platicar con ella huyó.

—Definitivamente no es mala— me dije—. Algo misterioso hay detrás de ella, además ¿Qué tipo de científico sería si dejo pasar cualquier oportunidad de instruirme a través de ella?

Si quería acercarme tendría que ser más listo que ella, me concentré de nuevo en los materiales del jabón y todas aquellas cosas que recordaba de la cabaña, si lograba descubrir de que parte de la región provenían, estaría muy cerca de su “hospital de animales”.

Por lo tanto mis dotes de explorador los usé para eso. Hablé largo rato con Julio o los aldeanos para buscar pistas. Mi investigación me llevó a una región bastante alejada del campamento y cercano a un rio que yo desconocía. Definitivamente la selva era un lugar extraordinario, hermoso y muy peligroso. Revisé todo, busqué hallazgos o alguna alteración del lugar pero nada. No vi nada que me llamara la atención en particular.

Días después, me pareció verla a lo lejos, trate de seguirla, pero ella iba muy rápido, desafortunadamente los ruidos de un animal salvaje me hicieron atentar a la prudencia y la perdí de vista.

—¡Tonto, idiota! —me regañé a mí mismo. Llegué a mi campamento bastante malhumorado. Tuve que hacer acopio de todas mis fuerzas para calmarme. Por experiencia sabía que los buenos resultados se dan con la cabeza fría. Así que seguí con mis investigaciones mesuradamente.

Una tarde caminé más lejos que de costumbre, la espesura de la selva me llevó a otra parte del caudaloso rio. Creí que tendría que atravesarlo para seguir con mis pesquisas. Pensé en hacerlo a nado, pero vi que la corriente era muy fuerte, mientras ideaba alguna manera para atravesarlo sentí una fuerte mordida, giré mi cabeza y vi una víbora.

Rasgué mi piel con mi daga, me quite lo más que pude el veneno, la sujeté con un improvisado vendaje y de inmediato me dirigí hacia mi campamento. Caminé no sé si fue una milla o más, tal vez era menos. Me sentía muy débil. Desde la mañana que no había comido casi nada y con la caminata, no recuerdo exactamente lo que pasó. Sentí que se me cerraban los ojos y ya no supe nada de mí.

***

Desperté, estaba en una choza que no conocía, se miraba rustica, pero bien aseada e iluminada. Intenté reconocer el lugar.

—Tranquilo, ya te repondrás —me dijo mi ¿captora? con una voz suave. Sonreí al ver que estaba junto a la chica que busqué con tanto ahínco—. Te encontré desmayado. El veneno de una víbora te estaba consumiendo. Pero ya lo succioné y te di algunos medicamentos. Creo que estarás bien en unos tres días. Por eso te cuidare hasta que sanes.

—¿Estoy otra vez como tu prisionero? —pregunté aletargado.

—No, eres mi paciente, te curare hasta que estés bien. Bebe esto, te hará sentir mejor.

Me dio una infusión de hojas de un sabor muy amargo, después un trozo de carne cocida. No se me antojó, me insistió, pero no quise:

—Si quieres estar fuerte come lo que yo te dé.

Me volví a dormir. Supongo que al día siguiente ya estaba mejor. Desperté y la vi leyendo un libro de medicina idéntico a uno que yo tenía en mi época de estudiante:

—¿De dónde aprendiste a curar?

—De mis padres —. Contestó en medio de un suspiro.

—Entonces ¿Vienes de un lugar como el mío?

—No me gusta hablar de esas cosas. Mejor come para que estés bien—. Se fue dejándome con mis pensamientos y reflexiones. ¿Por qué era tan esquiva?

Efectivamente sus cuidados me hicieron sentir mejor. Ella dejó de portarse huidiza. Al día siguiente me ayudó a salir de la cabaña. Estaba en un altiplano que permitía ver parte de la extensa selva, el rio y el océano. A pesar de la intensa vegetación el lugar era exótico, hermoso a su manera, diferente. Por unos segundos contemplé ese hermoso paisaje.

Durante todo el día ella estuvo callada, cuando no estaba reparando algo, leía o simplemente caminaba por aquí y por allá. Tuve que ser yo el que rompiera el silencio:

—Me cuidas a mí y a muchos animales. Al principio creí eras una cazadora.

—Cazo, porque tengo que sobrevivir. Los seres humanos somos por naturaleza omnívoros.

—Tienes muchos conocimientos. Evidentemente no eres una salvaje.

Rio divertida, como si lo hubiera dicho un niño pequeño:

—Ustedes los que se dicen estar en un mundo civilizado. Son más salvajes y primitivos que cualquier animal. Ellos matan solo para sobrevivir. Ustedes lo hacen por diversión. Viven de cosas artificiales. Incapaces de apreciar lo que la madre naturaleza les da.

—Entonces has vivido en la civilización como nosotros.

Ella no respondió nada, me observó como si fuera un espécimen raro:

—Te piensas feliz y no lo eres, confías en tus conocimientos y no comprendes lo ignorante que eres —Tomó sus cosas y se alejó.

Los tres días pasaron muy rápido, los cuales la pasé muy bien. De hecho no recuerdo otros momentos que se le igualaran, me sentía feliz, autentico, era como si hubiera perdido mi seriedad, me daban más ganas de reír, de jugar. Ni siquiera pensaba en mis objetivos científicos, o en la vida que me esperaba al otro lado del océano.

A la mañana siguiente ella comentó:

—Ya no corres peligro. Puedes irte en el momento que tú quieras.

La miré muy serio, no sabía cómo reaccionar:

—Antes de irme quisiera saber tu nombre.

—Los nombres no son importantes y menos ahora que ya te vas.

—Igual para quienes amas sí: Tu familia, tu pareja…

—No hay nadie que me llamé de alguna manera —me dio la espalda, creí escuchar un suspiro.

Ese gesto me llenó de ternura, la sentí sumamente sola y sin embargo no daba señales de buscar compañía. Además en todo este tiempo me mostró una manera de ser y unos valores muy diferentes a los que yo conocía.

—Pero tú necesitas amigos.

—Todos los animales son mis hermanos. Me respetan y los respeto.

—Pero necesitas alguien de tu misma especie.

—Varios de los aldeanos son mis amigos. Insistes en decir que estoy sola, pero no lo estoy.

—De acuerdo, como quieras. Al menos déjame llamarte Brisa.

—¿Por qué Brisa?

—Porque siento que tú calmas los corazones como el más dulce viento matutino— se lo dije con una sinceridad que hasta a mí me sorprendió.

—¿Para que buscas un nombre si no hay ninguna relación entre nosotros?

—Porque quiero conocerte, quiero que seamos amigos. Mi nombre es Stephan. Stephan Harris.

Hizo un gesto con desdén—. No sé porque me lo dices si yo no te lo pregunté.

Esa niña parecía un corcel herido, pero ya le demostraría que no tenía nada de malo tener una amistad.

—Sera, que me interesa tener una relación más estrecha contigo —la tomé de la mano.

—Pero yo no quiero —Quiso retirarse de nuevo, pero yo me puse en su camino:

—Quiero quedarme más tiempo y demostrarte que no todas las personas somos ni malos no peligrosos—Exclamé con decisión mirándola a los ojos:

—¿Por qué tantas ganas de estar conmigo? Otro en tu lugar quisiera irse.

—Sinceramente no lo sé, últimamente no me conozco —Susurré— Pero quiero averiguarlo. Además soy científico, me especializo en química y conozco un poco de medicina. Puedo darte mis conocimientos, y tú igual.

—Pero… —levantó las manos como desesperada y por fin dijo—. No te entiendo, pero si tanto quieres, adelante

—Iré por mi tienda al campamento y…

—¡No! No quiero que nadie sepa de mí.

Me tomó del brazo y me miró de tal manera, que desistí por completo. ¿Qué me querían decir sus ojos que expresaban dolor? Acaricié sus manos para darle tranquilidad:

—De acuerdo.

Me enseñó a tejer algunas hojas, a utilizar las ramas de los árboles para mis fines. En poco tiempo tenía un lugar para mí solo, bastante sencillo, pero ante tanto calor era más que suficiente. Los días pasaron tan rápidos como agradables. Por diversión dejé de usar mi ropa para vestirme con algunas pieles que ella me proporcionó. Me sentía más ágil y cómodo.

Perdí la cuenta de todo el tiempo que tenía en ese lugar. Dejé de pensar en mis amigos, en lo incomodo que me sentía. Solo quería conocer más a mi extraña y antigua captora. Me fascinaba a la par que se mostrara misteriosa.

Por fin, poco a poco comenzó a confiar en mí. Me metió a su “hospital” y más de una vez rio con mis errores al ayudarle a cuidar a sus protegidos. Ella me enseñó sus métodos de medicina, igual yo lo hice con los míos.

Un día me dijo algo que yo no esperaba:

—Ayer recolectando fruta para los ancianos de la tribu vi a tus amigos. Parecen preocupados por ti.

Yo simplemente la miré por unos segundos y seguí con lo mío

—Parece que no te importa mucho lo que mencioné. No tienes prisa por regresar ¿verdad?

—La verdad no —miré sus ojos —no me importaría si este plazo no tiene fin. —ella sonrió

Me di cuenta que a veces hacía cosas extrañas. No podía decirlo con exactitud pero las interpreté como oraciones orientales ¡Era extraña pero fascinante! Una tarde me dijo:

—Tú y tus amigos no encontraran lo que buscan en este lugar. Es muy rico, pero no en materia económica. Sí, en vida y salud.

—Yo ya no buscó nada de eso —sonreí—. Pero mejor cuéntame otras cosas —: No eres de aquí. Hablas mi idioma a la perfección, conoces Inglaterra, te desenvuelves muy bien en los terrenos que hablas. Además que tus conocimientos son muchos. Pero… —continúe reflexivo— ¿Eres acaso una de los científicos que naufragaron hace cinco años en el barco llamado “Coloso”?

Ella permaneció en silencio—. Puedes confiar en mí. Tal vez hablar sea bueno para ti.

Ella se perdió en sus recuerdos, la vi confusa y dudosa:

—Era… Soy la hija de… —se quedó callada y me dio la espalda—. Cambiemos de tema por favor

En ese momento recordé más detalles de aquel naufragio:

“El hundimiento de aquel barco, significo una tragedia para mi país y la ciencia en general. Porque precisamente estaba un grupo de investigadores muy importantes. Entre ellos el matrimonio Jefferson Bennett, los más prominentes científicos a nivel mundial. Iba con ellos Sarah su única hija, quien en aquellos ayeres era una adolescente. Nunca se encontraron los cuerpos, pero como el navío se hundió por completo, se dijo que todos fallecieron”.

Yo me encontraba ante el hallazgo de mi vida. Si ellos estaban vivos, me convertiría en alguien muy famoso y reconocido mundialmente. Pero, al ver esos ojos azules que luchaban por no llorar, eché atrás mis pensamientos y le pregunte con la mayor delicadeza posible:

—¿Qué te pasa?

—Nada— ella visiblemente afectada se retiró, mirando a través de la ventana. La tomé por los hombros y traté de consolarla. Pero ella tratando de soltarse dijo:

—Déjame sola

Al ver su actitud comprendí que ella estaba sola en el mundo. Era mi turno de salvarla, así que le dije:

—Tú eres “Sarah”, la hija de Charles y Rosemary Jefferson ¿Verdad? —Bajé el volumen de mi voz—. Tienes un gran patrimonio y legado que conservar, evidentemente sabes tanto o más que ellos. Yo puedo hablar con mis compañeros iras con nosotros y…

—¡Basta!

—Pero…

—¡Cállate! —Por unos segundos pareció que perdió el control en si misma.

Esos segundos me parecieron eternos. Nos acercábamos a un punto muy delicado.

—Sarah, si tú vienes a nuestro país de nuevo. Encontraras tu hogar y…

—¡No me digas Sarah, además ¡Este mi hogar!

Me sorprendí de que gritara de esa manera. Siempre tan mesurada y tranquila. Creo que se dio cuenta de que perdió el control porque se sosiego otra vez:

—No me fio por quien asesina solo por diversión. Recuerda que te conocí por esa costumbre. Además tu mundo es ambicioso, cruel y no me gusta. Apretó los ojos para no llorar

—¡Son solo animales! Además cada hombre lucha por salir adelante y… —De inmediato me arrepentí de mis palabras.

Ella se alejó visiblemente molesta. “nunca cambiaras” me pareció escucharla mascullar “odio tu mundo”. Me acerqué a ella y la abracé por detrás:

—Perdona si dije algo que te ofendiera. Estoy tratando de dejar esa vieja costumbre. Sabes que ya respeto a los demás seres de la jungla. Pero, Si regresas a nuestro país serás muy famosa y…

—¡Ves cómo te importan solo cosas banales! No entiendes lo que es de verdad importante. ¡Tú corazón no es sincero! Clamas por miedo buscando libertad. Te dejas llevar solo por cosas artificiales. Ya te dije que puedes irte cuando quieras con tu equipo.

—¡Cómo que no soy sincero! Desde hace mucho que soy transparente contigo. Además yo no me considero ni banal ni artificial. —Traté de tranquilizarme y seguí—. Solo te hablo de lo que me han enseñado. Mira lo que quiero decirte es que estoy muy a gusto contigo. Y no te preocupes por mis compañeros. Puede que hasta se hayan ido. Perdí la cuenta del tiempo que llevo aquí. Aunque no lo creas ya trato con más respeto a los animales.

—Ellos aún están aquí —dijo refiriéndose a mis compañeros— Yo no he perdido la cuenta de los días. Sé que el barco se retrasó, hablaron de un mes o tal vez dos más. Esto te lo digo para que midas el tiempo y decidas que hacer. Solo prométeme que nunca les dirás de mí.

—Si me voy quiero que vengas conmigo.

—¡No!

—¿Por qué me rehúyes tanto? —la tomé en mis brazos y le di un enorme y profundo beso en los labios. Poco hizo falta para que me cacheteara.

—¡Que primitivo eres!

—Las muestras de afecto nunca serán primitivas

Ella se fue. ¿Por qué era tan arisca si yo había cambiado? “Al menos eso era lo que creía”. Esa misma tarde fuimos a cuidar a los animales. Los dos estábamos nerviosos, no proferíamos ninguna palabra.

Su grito me puso en alerta. La vi caer herida, furioso busqué la causa de su daño:

No sé qué hizo mal mi compañera que el tigre que estábamos cuidando, aunque enjaulado y adormecido le dio un zarpazo en la pierna haciéndola caer. ¡No esperé más! Le di un golpe en la cabeza a la bestia, dejándola inconsciente de nuevo. Lo que me interesaba era dejar al felino de lado y concentrarme en Sarah.

Levanté a mi amiga en mis brazos y la lleve hasta su habitación. Tomé el ungüento que ella usó antaño para mis heridas, y comencé a curarla. Claro después de lavarla. Para mi alegría era solo un rozón. Después me di cuenta que ante su nerviosismo no adormeció correctamente a la bestia cuando la encontró.

—Recuéstate, necesitas descansar —le pedí

Le di un masaje en las piernas.

—Así está bien. Déjalo. No pasa nada. Peores heridas me han hecho.

—Espera. Necesitas alguien que te cuide.

Comencé a acariciarla, mis manos fueron hasta sus pies, dándole una relajación total.

La imagen de ella bañándose en la laguna la tenía muy presente. Acaricié su rostro, bajé lentamente por su cuello dándole masajes circulares.

—Descansa, me encargare de que estés bien —poco a poco mi masaje llegó a la altura de sus senos. Quité su prenda: Parecía un adolescente contemplando por primera vez a una mujer hermosa. Es cierto que antes la vi desnuda, pero sentir su piel y ver esos ojos que me comían ¡Es imposible de describir!

Mis manos surcaron con ternura todo su vientre y en esos momentos el cielo se abrió ante mí:

—Nunca antes me habían tratado así de lindo.

—Y aún falta mucho más —le sonreí

La mimé sin escatimar mi cariño o pasión, sus suspiros me dijeron que no iba mal encaminado. Mis caricias llenaron su piel con juegos de todo tipo. Mis labios no dejaron centímetro sin tocar. Mientras que mi compañera hacía lo propio con mi cuerpo.

Su belleza era diferente, era exótica, podía contemplarla toda la noche. Pero mi cuerpo pedía unirse a su mundo, unirse a su sexo. Hicimos el amor, y por primera vez en varias semanas dormimos juntos: Verla junto a mí y con el traje de Eva supuso para mí una experiencia sensacional. Su única cobija era la luz de la luna a través de la ventana. Mi mano la acariciaba apenas rozándola de vez en vez.

Me acerqué a una especie de balcón, contemplé la vista que me regalaba el magnífico océano y comencé a analizar mi antigua vida y esta nueva etapa de mi existencia: ¡Con toda seguridad podría decir que nunca había sido tan feliz como esta noche!

Analice las fases de la luna, recordé los antiguos reportes de la llegada del barco y la plática con Sarah. Comprendí que la llegada del navío no sería muy lejana. Por un momento me sentí triste, mire a mi hermosa chica desnuda, durmiendo. Se veía tan frágil y a la vez tan inocente. Fue cuando comprendí que para mí sería enormemente difícil dejarla.

Pensé en mi vida en la ciudad, en todos mis proyectos y planes. ¿Sería posible llevarla conmigo? ¡No! fue muy firme al decirme que no quería. Un nudo en la garganta hizo acopio de mis emociones.

A la mañana siguiente le lleve el desayuno a la cama.

—Yo no estoy enferma.

Reí con ganas al ver su expresión. Llevaba muchos años sin recibir mimos, y por eso era tan arisca. Ya le demostraría que los seres humanos podemos dar mucho amor.

Comimos del mismo plato, aderezaba el momento dándole besos por aquí y por allá. La invité a nadar a la laguna, ahí le mostré nuevas posiciones de amor. Era interesante ver su rostro mojado y lleno de éxtasis. Esa noche se mostró más agradable conmigo, incluso sonreía.

Nos comportábamos como amantes, como pareja ¡Éramos felices! Dormíamos en la misma cama y hacíamos el amor a la hora que se nos ocurriera. Del sexo hicimos un arte: Así como éramos capaces de derrochar ternura. Podíamos estallar como un volcán de lujuria. Pero seguía sin aceptar la llamara por su nombre de pila. Los días siguieron pasando, ya no hablábamos para nada de la posible ida al “mundo civilizado”. Ni siquiera yo pensaba en él.

Un día subió dos trozos de carne cruda. Uno de ellos aun sangraba

—Es carne fresca ¿Quieres un pedazo?

—No gracias —Sentí que se me revolvió el estómago solo de mirarlo.

Ella empezó a degustar tan singular comida, vi como tensaba sus mandíbulas. Unas gotas brincaron sobre su cuerpo, dejando pequeños rios a su paso . Mi primera impresión fue de asco. Pero no podía dejar de mirarla:

—Cómo es posible que uses el fuego, para cocinar, para elaborar medicinas, y muchas cosas más. Y ahora estés comiendo carne cruda

—Sí, pero en ocasiones me gusta comer cosas exóticas. Algunas personas lo hacen por ritual, y yo ahora por diversión —Me sonrió.

Al principio me asquee ante mi chica que estaba manchada de sangre. Pero terminé haciendo el amor con ella en el suelo, besando lo inbesable, con caricias nunca pensadas y posiciones más que pasionales; rayando en la lujuria y lo grotesco. Dicen que los seres humanos somos animales y a veces un poco bárbaros. Pues esa vez mi novia y yo ¡Sí que fornicamos como bestias!

Empecé a llamarla Brisa a pesar de que no le hiciera mucha gracia. Con el tiempo formamos un buen equipo. Aprendí mucho de ella y a manejarme en la selva. Empecé a transportarme usando la naturaleza, me enseñó a montar al paquidermo y a criar al lobezno huérfano. Su mundo cada vez me gustaba más.

El tiempo pasó volando, cuando más feliz estaba con ella, me dijo un día:

—Hoy vi a los de tu campamento, escuché que en un par de días regresa tu barco.

—¡Que les vaya bien! —dije sin dejar de reparar mi lanza de caza.

—pero…

—Ya hablamos de eso antes. Si tú no vienes conmigo. Yo me quedo contigo —Dije sin pensar muy bien en lo que decía.

—¿No iras con ellos?

¡Ese día había llegado! La miré a los ojos y simplemente no supe que decirle. Uno puede imaginar mil cosas, pero al momento de la verdad las palabras no salen.

Brisa se acercó y nos abrazamos con fuerza, durante no sé cuánto tiempo estuvimos así, sin movernos. Con ese gesto nos expresamos todo lo que en mucho tiempo no pudimos. La comunión de nuestras almas fue total. Fuimos a la laguna, jugamos, chapoteamos e hicimos mil locuras en aquel paraíso salvaje. Ya nos amábamos ya nos profesábamos caricias escondidas.

Al anochecer, regresamos de nuevo a la cabaña a preparar nuestra cena. Con sus besos tenía más que claro mi futuro.

—¿No iras con ellos? —me volvió a preguntar.

—Prefiero estar contigo —le ofrecí un trozo de fruta.

—Pero ¿y tus planes de fama que me contantes un día? ¿Y este lugar que es tan “salvaje e inhóspito” como lo llamaste al principio?

—Me equivoque. Mis planes ahora están contigo, la jungla y los hijos que un día tendremos.

Creí que con eso sonreiría y caería a mis brazos, pero siguió con su negativa:

—Yo no te siento tan seguro ¿Y si después te arrepientes? A la muerte de mis padres no me quedó de otra que resignarme. Hoy soy feliz, ya entendí este mundo a la perfección y es mucho mejor que el tuyo. Pero no sé si tú lo veas de la misma manera. Además que lo más probable es que en un tiempo tengamos familia

—Brisa no sigas— dejé lo que estaba haciendo para tomarla de los brazos y mirarla a la cara—. Tú te resignaste a este mundo. ¡Yo lo escogí!

—Yo soy la novedad ¿Y si después?

—Después me seguirá encantando. Tendremos la familia que tengamos que tener. Les pasaremos nuestros conocimientos y todos seremos felices. Te amo. Por si no lo has entendido. Seré franco mi amor. Tuve mis dudas al principio, no estaba seguro de nada. Pero conforme fui conociéndote, me enamoré de ti y tu forma de vida.

—Solo dime que pasara con tus proyectos.

—Eso es fácil de responder. Hace mucho que dejaron de importarme

Mi chica comenzó a llorar, por primera vez desde que la conocí, vi quebrarse a la mujer que amaba. La abracé con ternura y le dije palabras mimosas.

La calidez de su piel me hacía mucho bien. La besé intensamente, nuestra relación estaba consolidada. Acaricié y besé su cuerpo de todo a todo. ¡Era mía! Por fin había conquistado a la chica de la jungla y yo era parte de ella.

Brisa se dejó hacer con mis caricias. Fácil transité de lo tierno a lo pasional, de lo profundo a lo prohibido. Tuvimos sexo en toda la extensión de la palabra. Y sin embargo era puro amor. Me encantaba el olor de su perfume natural. Su belleza rompía con los estereotipos tradicionales. Y para mí no había ser más hermoso.

Mis labios surcaron sus pechos. Los rayos de la luna dibujaban en nuestros cuerpos imágenes amor. Por primera vez ni ella ni yo peleábamos en mundos diferentes. Yo la besaba, mientras ella me acariciaba. Su vientre me enseñó la entrada a un paraíso que era mi hogar.

Nada más existía, nada más veía, en ese momento solo estábamos ella y yo . Cuando todo estaba por estallar, sentí mi cuerpo temblar. Y en un fuerte “Te amo” quedamos abrazados dándole a la noche los dulces sueños.

La mañana nos alcanzó abrazados. Ahora sí la miré cuan bella era, sin ninguna barrera física. Despertó y me miró. También sonrió y nos besamos.

—¡Eres maravilloso!— me dijo sonriente.

Pero un rato después, sin decir más me entregó mi antigua mochila y ropa “Civilizada”:

—Esto es tuyo.

—¿Por qué me los das? —Pregunté no queriendo darme cuenta de lo que me decía.

—Te llevaré a tu campamento. Te quedaras con los tuyos y…

—Espera, lo hablamos en la noche. Además creí que éramos una pareja. Algo así como estar casados. Vamos mi amor, déjalos que se vayan y tú y yo sigamos felices en nuestra selva, nuestro mundo.

—¡Que no entiendes! Solo has durado poco más de dos meses conmigo. No estoy segura quieras esto. Tu vida está en lo que tú llamas civilización. ¡Si te quedas conmigo! Después te arrepentirás y no quiero que sufras ¡No quiero sentirme responsable de tu fracaso!

Discutimos un buen rato del tema. Ya cansado le dije:

—Si tan segura estas de que fracasare aquí. Ven conmigo, te reintegrare a la civilización. Y juntos alcanzaremos la cima. Pero de ninguna manera nos separaremos.

—¡Ves cómo es cierto lo que te digo! Mi mundo y mi lugar es este. Con mis hermanos. No quiero, meterte a la fuerza a mi modo de vida. Ni quiero que tú me metas a un lugar que detesto. Fue bonito mientras duró. Pero es hora de decir adiós —se alejó—. Para mi ustedes son los salvajes, los que se encadenan y esclavizan unos a otros. Los que matan por diversión. Lo siento, Prefiero estar en este lugar. Lejos del egoísmo y crueldad del ser humano. Y tú eres igual a todos ellos ¡Lárgate! Que no perteneces a mi mundo.

—¡No me compares con los demás que sabes que soy diferente! ¡Qué fácil rompes lo nuestro! No puedes dominar mi vida. No puedes decirme que hacer y decidir en mis sentimientos. Yo estaba dando todo por lo nuestro. Pero, veo que tú no terminas de creer en mí. Me iré, pero será a donde yo quiero.

Mi espíritu en ese momento se rompió. Eliminé de inmediato cualquier otro pensamiento ¡Que caso tenia luchar por algo cuando ella misma no cooperaba! Tal vez sus últimas palabras fueron ciertas, tal vez solo fue un momento de desesperación.

***

Estaba sentado en lo alto de una montaña mirando el mar: Tan grande como profundo, tan fuerte como salvaje. No sé cuánto tiempo duré en aquel lugar. Brisa a lo lejos me miraba y al ver que yo no hacía nada, se sentó a mi lado y apaciblemente dijo:

—Perdón. No sé porque dije todo eso, yo… tenía miedo.

—Ya lo sé —dije mirando sus ojos—. Te conozco más de lo que crees. Por eso me vine a este lugar para darte tiempo a pensar y meditar

—Stephan…

—No —acaricié su barbilla— No soy Stephan. Mi nombre es Fuego —La besé profundamente

—Y yo soy Brisa — Recargó su barbilla en mi hombro y la abracé.

En ese momento se estaba alejando el barco con mis antiguos compañeros; al momento comprendí la simbiosis de mi existencia: la semilla podrida había perecido para dar paso a una vida llena de luz…

***

“…

Agradezco haber llegado a este lugar. De un “Salvaje” moderno, me transformé en un hombre que vive y respeta a su madre naturaleza. Si alguien me hubiera dicho meses atrás la intensa metamorfosis por la que sufriría, no lo hubiera creído. Pero hay grandes cambios en la vida, y a mí me tocó uno significativo.

El ser humano al estar en sociedad y en constante competencia, muchas veces se vuelve egoísta y demasiado superficial. Estoy consciente que sus descubrimientos y avances científicos avanzaran vertiginosamente. Pero casi puedo vaticinar el desgaste excesivo de los recursos naturales, y que por ambición se pelearan unos con otros.

Mi nueva vida no será fácil, pero la enfrentaré con alegría. No niego que más de una vez he pensado en la “Civilización moderna” y me da un poco de nostalgia. Pero, solo volteo a ver a mi esposa, contemplo sus ojos y todo lo que hemos logrado. Me enorgullezco de ser hijo de la selva.

En cuanto a mis antiguos compañeros… encontraron mi ropa y pertenencias ensangrentadas cerca del campamento. “Misteriosamente”, mis apuntes y material de trabajo desaparecieron sin dejar rastro.

Sinceramente no sé porque escribí esta especie de carta conclusiva, lo más seguro es que ustedes nunca la lean. Se la di a mi amigo Julio Domínguez, y tampoco estoy seguro se las muestre.

Stephan Harris.

P.S. Este fue el final del Ingles que llegó a la isla, y el nacimiento de otro ser ¿Qué importancia tiene para la ciencia mundana y coloquial saber lo que pasó conmigo después?”.