Para relajarse un poco se fue al spa, allí encontró mucho más que masajes y relajación de la que todos conocemos

Martha era una joven de diecinueve años, de ojos verdes, mediana estatura y un cabello largo al estilo ashy blonde, que se caracteriza por combinar tonos rubios con mechas claras para dar un look elegante y moderno. Vivía en Nueva Orleans una ciudad ubicada al suroeste del estado de Luisiana, donde el clima es muy variante. A pesar que tenía un futuro prometedor en la facultad de derecho, tuvo que realizar una pausa para hacerse cargo del negocio familiar.

Desde que su madre falleció, se vio forzada a dejar sus estudios para desarrollar números portafolios de esencias, perfumes, splash, loción de squash entre otros. También estudio la posibilidad de incluir algunos productos personales para ofrecer una opción personalizada a sus clientes, con un precio justo y de buena calidad.

Al principio, no estuvo de acuerdo en dejar la facultad, pero con el pasar de los días comprendió que era la mejor opción, ya que no podía darse el lujo de echar por la borda todo lo que su madre había construido en años. Además, no tenía algún familiar cercano que pudiese hacerse cargo de la tienda ya que era hija única y su padre, era un alcohólico que nunca estuvo en casa. Sin embargo, desde que tenía uso de razón, hubo una mujer que estuvo al lado de su madre apoyándola en todo. Esa mujer era Luisa, la contadora y administradora del local.

Aquella mañana, Martha se encontraba en su oficina, recordando algunos vestigios del pasado. No podía creer como hace unos meses, su vida había cambiado, perdió a su madre por un infarto al miocardio y tuvo un altercado con su expareja que le hizo la vida de cuadritos.

—¡Buenos días! ¿Cuándo llegaste? —investigó una señora mayor, que ingreso a su oficina. De unos treinta y cinco años con un rostro gentil, de cabello castaño.

Martha coincidió su vista con la de Luisa—Pase la noche en la oficina, ya terminé de realizar el inventario y firme algunas cuentas que me habías dejado sobre el escritorio —respondió.

—No es bueno que pases la noche en vela, te vas enfermar —le regaño.

—Luisa, he tenido problemas para dormir—se encogió de hombros. Desde el incidente que había tenido con Alis, no paraba de tener pesadillas y eso comenzaba a irritarla—¿Crees que hoy puedas hacerte cargo de la tienda? —le preguntó. Realmente no estaba de ánimos para nada y lo único que deseaba, era distraerse.

—Claro mi niña, ve a descansar —manifestó. Le dolía ver ese estado de ánimo que tenía Martha, había pasado por tanto los últimos meses, que le parecía injusto que la vida fuese tan dura con ella.

—No sabes cuánto te lo agradezco —se incorporó de la silla para abrazarla. Aquella mujer era como una segunda madre para ella. Con el pasar de los años, vio como ésta se convirtió en madre de dos hermosos niños y llegó a formar una pieza fundamental para la tienda de su madre.

—Sé que es difícil, pero necesito que intentes olvidar lo ocurrido, no es sano para ti —le aconsejó.

Martha suspiró, no podía creer lo mucho que le costaba olvidar y no era para menos. La persona en la que más había confiado, la traicionó y estuvo a punto de asesinarla—Estoy en ello—dijo con desdén—¿Cuándo salen de vacaciones tus hijos? Quisiera ir a pasear con ellos —mintió. Su intención era otra, desde hace unas semanas estaba planeando una sorpresa para Luisa y debía estar al tanto de las vacaciones de sus hijos para que todo quedará perfecto.

—No estoy del todo segura, pero creo que en un par de semanas—recogió las hojas del escritorio—¿A dónde llevaras a los niños? Me lo estás malcriando y no es bueno —la regaño.

Martha sonrió, puede que a veces consentía más de la cuenta a los hijos de Luisa, pero no era para menos. Aquellos jóvenes de 12 y 14 años, eran con sus hermanos ya que habían crecido juntos y el instinto protector de ella, siempre salía a relucir—Puede que los consienta sólo un poco —indicó con su dedo índice y pulgar.

—Sólo un poco—dijo, a modo de ironía—Puedes creer que ese par, me comentaron que cuando sean mayores de edad, se quieren ir a vivir contigo —manifestó.

—No sería tan mala idea. Después de todo, no voy a envejecer sola —bromeó. Martha no le veía problema a esa petición de los niños, ya que siempre estaba con ellos, hasta los iba a buscar todos los viernes a su escuela para llevárselos a su casa todo el fin de semana.

—Bueno, luego no me digas que te has arrepentido. Porque no acepto devoluciones —sonrió. Aquella idea le parecía una locura, pero amaba lo bien que sus hijos se llevaban con Martha—Por cierto, hoy pondré el anuncio en el periódico para encontrar a alguien que nos ayude con el mostrador —expuso, antes de salir del despacho.

Cuando estuvieron en la recepción, se encontraron con unos lugareños que traían consigo unos frascos de perfumes y algunos productos personales—Pensé que nadie atendería —expuso una mujer mayor, que estaba acompañada por un adolescente.

—Lamentamos la demora, es que aún no hemos conseguido una auxiliar para atender la caja—se disculpó—Pidan el perfume de su preferencia, hoy paga la casa —dijo Martha, antes de marcharse.

Mientras maneja su auto Honda Civic Coupe de color blanco orquídea, pensó en ir al spa. Donde había ido últimamente, ya que en aquel lugar podía conciliar el sueño por un par de horas. Con esa idea en mente, decidió pasearse por su departamento para darse una ducha relajante, cambiar su atuendo y si le daba tiempo. Pondría en marcha la sorpresa que tenía para Luisa, ya que pronto se acercaba su cumpleaños.

Al llegar a su edificio, parqueo su auto frente a la edificación ya que pronto volvería a salir y para ella, le resultaba tedioso dejarlo en el estacionamiento. Al cruzar el living, se encontró con el vigilante. Aquel hombre, llevaba dos meses desempeñando su cargo, justo el mismo tiempo en que ocurrió su incidente.

—¡Buenos días señorita! Anoche no la vi llegar, ¿Se encuentra bien? —investigó, al notar el semblante de Martha. A leguas se le podía observar unas pequeñas ojeras y sus ojos rojos.

—Anoche me quedé en la tienda—se encogió de hombros—¿Tienes algún correo para mi? —inquirió.

—Ayer le llegó este sobre, necesito que me firme la hoja de registro —le extendió un bolígrafo.

—Ya me había hecho la idea que llegaría mañana. Gracias Tom —le devolvió el bolígrafo.

—Que tenga un buen día señorita —expuso el joven.

Martha abordo el elevador y reviso el sobre. Era los tiquetes de avión que estaba esperando, al parecer todo iba a pedir de boca. Lo único que le faltaba era dárselos a Luisa, pero ya encontraría la forma.

Giró la perilla e ingreso a su departamento. Estaba exactamente igual que la última vez que estuvo allí. Camino a su recamara, donde se despojo de su ropa y se metió en la tina con agua helada. Quizás algunas personas suelen usar agua tibia para relajar sus músculos, pero Martha era diferente, aquel frío no sólo relajaba su cuerpo, sino su mente. Estuvo bajo el agua el tiempo suficiente, como para darse cuenta que parte de su cuerpo se había entumecido. Así que, decidió salir y envolver su cuerpo con una toalla. Se vistió de manera casual, almorzó algo ligero y salió rumbo al spa.

Al llegar, se topó con la recepcionista que ya la conocía por ser una clienta habitual. Luego de esperar unos veinte minutos, su masajista la hizo pasar. A pesar que aquella chica siempre le había coqueteado, ella siempre se mantuvo al margen para no crear malos entendidos. Mientras Karla preparaba los implementos, ella se despojo de su ropa y envolvió su cuerpo en una toalla.

—Has venido últimamente a este lugar, ¿Hay algo que te preocupa? —inquirió la joven. Desde hace unas semanas, se había visto tentada a preguntar por aquella cicatriz que tenía su cliente en la espalda, pero había algo, que siempre la detenía.

—Nada en particular —respondió Martha, al ubicarse en la camilla.

Karla no dijo nada más. Esparció aceite de jojoba sobre sus manos y cuando las colocó sobre la espalda de Martha, ésta se sobresalto—¿Te hice daño? —dijo preocupada.

—No, tus manos están un poco frías—contestó Martha—Por cierto, no te preocupes por esa pequeña cicatriz, ya no me causa dolor —le explicó.

—¿Sé que no es de mi incumbencia, pero podría saber que te sucedió? —a ella le fue difícil ocultar su curiosidad y decidió preguntar de una vez por todas.

Martha se incorporó un poco para coincidir con los ojos de Karla—Agradezco tu preocupación, pero es algo de lo que no me gusta hablar. Disculpa —respondió amablemente, antes de tomar la postura que tenía.

—No te preocupes—sonrió—Si te vuelves a quedar dormida, ¿Quieres que te deje descansar como la última vez o te despierto? —le preguntó.

—Déjame descansar un poco de ser posible —dijo.

Karla asintió. No tenía la más mínima idea de que le sucedió aquella mujer, pero las últimas veces se había dado cuenta que su spa era el único lugar donde Martha podía conciliar el sueño. Así que, había tomado la costumbre de dejarla descansar por algunas horas luego de realizarle su masaje. Colocó música instrumental, encendió algunas velas aromáticas y empezó su labor.