Mi padre estaba de viaje, tres delincuentes entraron a la casa y se dieron un festín con mi madre y conmigo. Lo mejor es que estaba bien dotados

Serían las siete de la tarde o así. Mamá y yo veíamos un concurso en la tele cuando sonó el timbre de casa:

—Abre tú, Luisi, que yo acabo de salir de la ducha y sólo llevo el albornoz… —dijo ella secamente.

—Vale —respondí, pese a mis pocas ganas de moverme.

El chico que llamaba a la puerta vestía de rebeca gris y corbata.  Parecía uno de esos jóvenes que tratan de captarte para alguna religión. Pensé en no abrirle para evitarme la comedura de coco, pero era un tipazo alto, rubio, de ojos azules que debía tener mi edad, veinte años, o todo lo más veintitrés. Demasiada tentación para un gay afeminado como yo. Así que abrí…

—Buenas tardes, ¿eres Luisi, verdad? —dijo educadamente.

 

—Sí, soy yo… ¿qué deseas? —pregunté titubeante, extrañado de que supiera mi nombre.

Su respuesta fue darle un tremendo empujón a la puerta (y a mí con ella), al tiempo que entraba en la casa y me tapaba la boca para que no gritara. Acto seguido se metieron dentro otros dos compinches suyos y el último en entrar se preocupó de cerrar bien la puerta, incluso echando el cerrojo y la cadena de seguridad. Todo pasó en cuestión de segundos. Ahora ya me parecían tres maleantes fuertes y musculosos, capaces de matar a una persona de un solo golpe, y de ahí que temblara de miedo. Me condujeron hacía el salón sin hacer ruido, guiados por el sonido que venía de la tele, y nada más llegar allí agarraron a mi madre y le taparon la boca. Mamá me miraba aterrorizada…

—Tranquila, familia… —dijo uno al que llamaban Baraja y que parecía ser el mandamás— ahora Javi  y Berto les soltarán. No vamos a hacerles daño pero si alguno de ustedes grita o intenta algo raro, los dos se llevaran una paliza de muerte.

 

Nos soltaron, sí, pero mamá y yo seguíamos igual de acojonados y por supuesto que ni gritamos pidiendo auxilio ni nos movimos para nada. Baraja volvió a hablarnos:

 

—Anoche escuchamos cómo tú, Luisi, le decías a tu primo Fidel, el dueño del pub La Suerte, que tu padre se encontraba  en viaje de negocios y que no volvería hasta la próxima semana, por lo que tu madre y tú iban a estar solos en casa.

Mamá me miró enfurruñada, recriminándome que fuera contando todo eso, pero aun así aprovechó para indicarme en voz baja que debíamos hacer todo lo que nos ordenaran: «¡No intentes ninguna tontería porque estos bandidos nos matan a los dos!», me advirtió.

Simplemente tuvimos que seguir a Luisi —continuó diciendo Baraja—  para saber dónde vivía y poder montarnos la fiesta que todos disfrutaremos a partir de ahora.

 

Dicho esto, Baraja no se anduvo con chiquitas… Agarró a mamá de un brazo y la condujo hacia el amplio sofá-cama que teníamos allí. Mi madre no opuso la menor resistencia ni siquiera cuando le quitó el albornoz y las bragas, dejándola en pelota picada. Todos se quedaron boquiabiertos con ella. Era una mujer esplendorosa, joven, de cuarenta años, con un cuerpo diez al que no le sobraba ni le faltaba ni un solo gramo de grasa, dotado además de un culo de perfecta redondez, terso y prieto, y de un par de tetas granditas caídas hacia arriba. Sin perder ni un segundo, Baraja se desnudó —e instó igualmente a que nos desnudáramos todos— y se dedicó a comerle la boca y las tetas a mamá, a la par que le apretujaba el culo y le masajeaba el coño. El muy cabrón se gastaba una polla casi equina, grande y gorda, de veintidós o veintitrés centímetros de larga. En un momento dado Baraja me hizo una seña para que me acercara y me ordenó que abriera el sofá-cama. Lo hice en un pispás e incluso lo cubrí con una sábana, y luego me despidió con voz autoritaria: «ahora te vas con mis chicos y les atiendes en todo lo que quieran, mientras yo me follo a tu madre y la hago disfrutar». Cuando me iba hacia el otro lado del salón pude ver la cara de mamá y, la verdad,  me pareció que estaba excitada, con ganas de que le dieran un buen repaso…

Así que me despreocupé de ella, me centré en lo mío y uno o dos minutos después ya tenía a mi libre disposición las pollas de Javi y Berto, no tan grandes como la de Baraja, pero sin duda buenos ejemplares de entre dieciocho y diecinueve centímetros. Los dos me las dieron a mamar,  y yo, de rodillas sobre un cojín, se las chupé con mucho esmero, saboreándolas, saltando de una a otra para darles lamidas, chupetones y engullidas, a la vez que se las encapuchaba y descapuchaba. Berto era el que gozaba más de mis tejemanejes, pero Javi, que tenía otros propósitos, me la sacó de la boca, me puso de pie doblado por la cintura, y después de dos o tres intentos fallidos acabó por meterme la polla en el culo y luego me folló con saña, al galope, fuerte y duro, mientras yo seguía chupándosela a Berto.  De reojo pude ver que mi madre, a horcajadas sobre Baraja, bajaba y subía su coño por la polla gorda de éste gozando como una perra desatada. Aquello desde luego no se parecía para nada a una violación. El primero en correrse fue Berto, que se vino dentro de mi boca y también me bañó un poco la cara con su leche espesa, salada y tibia. La suya fue una corrida abundante, copiosa, que afortunadamente no me provocó náuseas ni arcadas… Un poco después debió correrse Baraja. Vi que tenía a mi madre debajo de él y que la penetraba a fondo, fieramente, apurando la follada. Era obvio que le estaba inundando el coño de semen y, aunque no lo sé a ciencia cierta, supongo que mi madre debió correrse antes y puede que hasta más de una vez… Yo no sentí mucho la corrida de Javi en el interior de mi culo, pero, a juzgar por sus arreones, también debió ser espectacular. El único que se quedó a dos velas fui yo. Menos mal  que el bueno de Javi tuvo la deferencia de hacerme una paja. Ya lo tenía calado y sabía perfectamente que éste era de los que le van más los culos machos que los culos hembras.

Berto fue a la nevera y trajo cervezas para todos, aunque mamá declinó la invitación y prefirió tomarse un zumo. La veía triste,  cabizbaja y preocupada. El polvazo de Baraja la dejó a gusto, sí, pero creo que ahora deseaba que las cosas no se desmadraran y que aquellos tipos se largaran. Obviamente ninguno estaba por esa labor y ni siquiera yo lo tenía demasiado claro o más bien me inclinaba por disfrutar de una segunda vuelta…

Baraja debió captar el estado de ánimo de mi madre y, cuando vio que se disponía a ponerse su albornoz, intervino para apretarle las tuercas:

—No, cariño, eso no. Tú te vestirás únicamente cuando yo te lo diga… y de momento tendrás que seguir en pelotas como todos nosotros— le dijo Baraja con voz autoritaria.

 

—Ya nos han follado, ¿no? Pues ahora quiero que se vayan de mi casa de una puñetera vez— se atrevió a decir mamá, yo creo que impulsivamente. La réplica de Baraja no se hizo esperar:

—¡Ah! ¡Ya entiendo! Lo que ocurre es que la putita de la casa, doña Margot, está rebelde… ¡Tendré que bajarle los humos!

Le soltó eso al tiempo que se la llevaba al catre a empujones y dándole palmadas en el culo. Llegados ambos al sofá-cama la obligó a sentarse en el borde y él, de pie entre sus piernas, le acercó la polla a la boca para que se la chupara:

—¡Trabájemela doña Margot, y consiga que se me ponga dura como una piedra!

 

Mamá se dio a la tarea con resignación y yo creo que también con empeño. Chupó y lamió golosa, con buena maña, y enseguida la polla de Baraja creció hasta alcanzar su esplendor de veintitrés centímetros. Aunque ya se la había visto anteriormente, una verga así siempre impresiona. Mi madre la miraba con cara de asombro, o tal vez recordando que ya la había tenido dentro de su coño. Él, en cambio, esta vez se proponía bajarle los humos metiéndosela por el culo. Así que la puso a cuatro sobre el borde del sofá-cama, le abrió las nalgas, escupió varias veces en el ojete, y le enchufó la polla en un abrir y cerrar de ojos. Con un nabo como el suyo no hay resistencia que valga. Aquella verga debió entrar en el culo de mamá como una exhalación, provocándole desgarros, dilatándole las paredes anales. Los chillidos y las protestas de mamá no le sirvieron de nada…

—¡Sácala cabrón que me haces daño! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Me vas a partir en dos! ¡Sácala de una maldita vez! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡No la aguanto más! ¡Hijoputa! ¡Me matas! ¡Ay! ¡Ay!

 

Baraja no sólo no aflojaba, sino que se la metía con mayor furia, a lo bestia… Yo observaba  impasible aquella enculada. Me había visto muchas veces en esas situaciones y sabía que la llantina de mi madre sólo era momentánea, pasajera, y que antes o después acabaría disfrutando de la follada. Atraídos por los gritos, Berto y Javi vinieron junto a mí para no perderse ripio de las venturas y desventuras de «doña Margot». Ver la enorme polla de Baraja entrando y saliendo de su culo era para ellos un espectáculo, una gozada, la constatación inequívoca de que una cosa tan grande y gorda pudiera caber en un sitio tan pequeño… Y, efectivamente, al poco rato ya mamá dejó de gritar y hasta se la escuchaba jadear de placer… Eso debió calentar a Javi puesto que le dio por estrujarme y amasarme el culo, además de darme chupadas y besos en el cuello. Ni que decir tiene que el jodido me puso cachondo total. Por supuesto que accedí a que me apoyara en una mesa para que me la endilgara por atrás. Y lo hizo, claro, incluso calcó a Baraja en lo de metérmela a la primera y en lo de follarme a todo tren, duro, sin darme ni un respiro. Berto, que estaba sin pareja a la que follar, porque no le iban los hombres, se acercó a Baraja y le pidió ponerse debajo de mi madre para follarle el chocho, mientras él le follaba el culo. El jefe aceptó y enseguida pude ver como a mi madre le hacían un doblete por delante y por detrás. No duró mucho, la verdad, porque Baraja, que ya iba con cierto retraso, se corrió enseguida y se descabalgó del culo de mi madre, del que salió un reguero de sangre y lefa. Eso permitió que Berto pudiera emplearse a su antojo. El cabronazo puso a mi madre bocarriba, la abrió de piernas, y se la folló a toda pastilla, dándole fuerte, pero sacándole la polla de cuando en cuando para restregársela por el clítoris. El resultado fue que ambos se vinieron al mismo tiempo. Mamá estaba como en trance, loquita, posesa de placer, largando fluidos vaginales que corrían hacia su culo y hacia la sábana que cubría el sofá. Berto quiso hacer una porno: le sacó la polla y se corrió en su vientre, en las tetas y en la cara, y acabó limpiándose en la pelvis de mamá, utilizando su pelambrera rizada a modo de una toalla de rizo. Entretanto, Javi, que también debió ver aquella doble corrida, se vació acto seguido dentro de mi culo y esta vez sí que sentí el rociado de sus borbotones de lefa. Un deleite…

Todos nos quedamos relajados un buen rato, laxos, con la mirada perdida en algún punto del salón… El primero en reaccionar fue Baraja que, viendo a mamá toda pringosa debido a la corrida de Javi sobre su cuerpo, le indicó:

 

—A ver, Margot, estás bien cochina… Creo que lo mejor será que te des una duchita conmigo, ¿te parece?

Mi madre asintió moviendo la cabeza de arriba abajo, y Baraja les dijo a Berto y a Javi que se fueran vistiendo porque se marcharían tan pronto él saliera de la ducha… Hasta ahí todo bien, salvo que esa ducha se alargó mucho más de la cuenta. No sé lo que pasó en el baño, pero, a juzgar por la tardanza, Baraja debió darle polla a mamá por la boca, por el culo y por el coño. Una despedida de lo más completa…