No quiero besos, quiero que me follen. Me volví una puta completamente

Cuando aún somos jóvenes, a veces, somos susceptibles a la sociedad y, “el qué dirán” nos preocupa mucho. Eso me pasaba a menudo; era inhibida, tímida y temerosa de mis pensamientos, toda una mosca muerta.

Pero un día conocí a Fernando o Fer, como me gusta llamarlo, un chico que está para comérselo entero, él suele asistir a clases de inglés con Gabriel, mi hermano mayor.

-Te presento a mi hermanita -dijo Gabo.

-Muchísimo gusto, mi nombre es Victoria, para ti Vicky.

-Un placer soy Fernando, para ti Fer.

Cuando nos dimos la mano una especie de corriente recorrió mi brazo. Creo que él también sintió lo mismo porque soltó mi mano y puso cara de: “si te agarro no te suelto”.

Mi hermano debió darse cuenta, porque enseguida lo invitó a su cuarto, pero yo no estaba dispuesta a quedarme con las ganas. Después de todo, Fer debía responsabilizarse por lo mal que me había puesto.

-Oye hermanito, tengo hambre. Mamá dejó un dinero sobre los muebles. ¿Quieres comprar pizza? -le dije, ideando un plan para quedarme a solas con Fer.

-Vicky, la pizzería está lejos y tardaría unos cuarenta minutos en ir y venir -respondió.

-¿Prefieres que vaya yo? No tengo problemas -le dije.

-Voy y vuelvo -dijo-. Hazle compañía a Fernando.

Cuando me aseguré que se había ido tranqué la puerta con seguro, así bloquearía la entrada en caso de que tardase en hacer lo que planifiqué.

Mi corazón empezó a latir fuerte, mis manos estaban heladas y mis pezones durísimos. No era para menos, Fer es un tipazo: alto, de tez morena, cuerpo atlético y con ojos color gris, que matan a cualquier solterona.

Él se acercó a la cocina y se sirvió un vaso de agua con mucho hielo.

-Así que eres un experto hablando inglés -le dije.

Se acercó a mí con un vaso de agua y sin preámbulos lo derramó sobre mi blusa. Yo lo miré y puse cara de desconcertada.

-Sí. ¿Quieres que te enseñe a hacer el amor en inglés? -me preguntó-. Se nota que estás ardiendo por mí -acto seguido, miró mis pezones a través de la tela húmeda y translucida… Me había descubierto, pero eso facilitaba mis planes.

Se acercó a mí y deslizó sus manos por mi abdomen hasta llegar a mis senos; allí comenzó a jugar con mis pezones, dándoles masajes y pellizcándolos. Debido al efecto que producía me tuve que agarrar de la isla de la cocina, estaba descontrolándome.

Bajó su cabeza y me dio un suave y exquisito beso, pero era un beso muy soso, de esos que sirven para enamorarse, y francamente en ese momento no necesitaba ser amada, necesitaba ser cogida.

-No me beses. -le dije-. Fuck me -y acto seguido mordí mis carnosos labios.

Él sonrió y se quitó la camisa, me tomó por la cintura y me puso sobre la isla. Allí se deshizo de mi blusa y apretó mis senos como si les pertenecieran. Me miró a los ojos y también mordió sus labios.

-Prepárate, Vicky, porque te voy a dar una buena cogida -dijo.

Y lentamente fue acercándose a mis senos, su respiración sobre mi pecho ya estaba exaltándome, pero fue su lengua y su boca tibia la que terminó por enloquecerme. Lamió y chupó mis tetas con tanta maestría que sentía que estaba preparada para recibirlo dentro de mí.

Pero, aunque me quité los pantalones y abrí mis piernas, él no accedió a mis provocaciones y siguió lamiendo y chupándome a un ritmo tortuoso, hasta que poco a poco, con su lengua pegada a mi piel, fue descendiendo hasta llegar a mi abdomen.

Apartó mis pantaletas a un lado, y dejó al descubierto mi vagina que estaba palpitante, húmeda y deseosa por él.

Bajó hasta allí y siguió lamiendo, pero esta vez exploraba mi interior con su lengua, ayudándose con sus dedos índice y pulgar. En verdad estaba resistiendo todo lo que podía para no gritar, pero era cada vez más difícil.

La tentación y las ganas eran tantas que empujaba su cabeza cada vez más, si hubiera podido lo hubiera dejado por horas pegado a mí, pero él sabía que carecíamos de tiempo, así que desabrochó su pantalón y bajó su cremallera.

Con ayuda de sus manos comenzó a hacer un masaje con la cabeza de su pene sobre mi clítoris… Por un momento pensé que estaba poseída por un demonio sexual… No aguanté su tortura, me quité las pantaletas y abrí mis piernas para que me diera una buena cogida.

Él me miró e hizo un gesto desaprobatorio con la mano; lo único que hacía era introducir el glande y sacarlo… ¡Una y otra vez!

-¡Cógeme! -grité.

Pero él siguió con su ritmo matador, haciéndome sufrir divinamente, dándome a probar sólo una pequeña parte de él.

No lo soporté, me baje de la maldita isla y me arrodillé. Empecé a darle de su propia medicina, lamía su glande, y sus testículos, pero aunque inclinaba su cadera hacia mí, no hacía más que calentarlo.

-¡Ya basta! -gruñó.

Y me acostó boca arriba sobre el suelo que enfriaba mi sudor. Allí, sin previo aviso, me introdujo su masculinidad de veintidós centímetros. Dolía, pero no podía negar que era el dolor más delicioso que había experimentado.

-Por más que grites, no te voy a soltar, perrita -decía.

Y esa fue la gota que derramó el vaso, me vine antes que él. Y él al comprobar su victoria acabó sobre mi abdomen. Dándome a probar un poco de su maravilloso líquido.

Después de nuestro encuentro nos vestimos lo más rápido posible y limpiamos hasta hacer desaparecer el olor a sexo que habíamos dejado por la toda la isla.

Cuando llegó mi hermano con la pizza casi no lo dejamos sin comer.

-¡Si que estaban hambrientos! -dijo mi hermano.

-¡Y no es para menos! -respondismo al unísono, mientras nos reíamos.