Nada mejor que probar una niña buena

Llevamos demasiado tiempo hablando con dobles sentidos, con miradas largas y buscando coincidir.

Me acerco a verte, con excusa de gestiones pendientes.

– Más sencillo en persona – coincidimos al teléfono.

Me ofreces café, en el sofá. En la mesa hay unos papeles, pero no importa. Por el balcón entra luz y la brisa de la primavera. Tú estás fresca, recién duchada y con una camiseta holgada que descubre tu hombro.

La conversación se alarga. Con tu voz de seda me ofreces algo más. ¿Tal vez un vino? Tienes uno abierto, así que te acepto una copa y tú te pones otra.

Poco a poco nos relajamos en el sofá. Nos recostamo, reímos cada vez más, buscamos excusas para tocarnos mientras hablamos. Te cojo la mano y sonreimos.

Nos besamos. Una y otra vez, cada vez con más intensidad. Te sientas sobre mí. Por debajo de tu camiseta acaricio tu espalda. Primero suavemente, con las uñas y luego con las dos manos mientras te mueves sobre mí.

Bajo la camiseta palpo unos pantalones cortos, ocultos. Ambos sonreímos: querías que no se viesen, para que al llegar me imaginara que no llevabas nada debajo. Al quitarte la camiseta descubro un sujetador negro, con transparencias. Me encanta.

– No te lo quites – te pido.

Nos levantamos para desnudarnos. Sin mediar palabra te tumbo sobre el sillón. Tras par de besos cortos comienzo a comerte el coño. Me encanta hacerlo. Disfruto de tu placer.

Cuando te corres, me acaricias el pelo con las manos. Te beso la cara interna de los muslos y me tumbo a tu lado.

Recuperas el aliento y quieres la rebancha, pero te freno.

– Vamos a hacer una pausa – pido – tenemos toda la tarde.

Nos acariciamos ahí tumbados. Es dulce y cálido, pero mi erección me delata. Estoy pensando en cómo vamos a follar, en si quiero quitarte el sujetador o no.

Me acaricias la polla con tus dedos y recorro tu cara con los míos. Tanteo el óvalo de tu cara, tus labios. Los rozo invitando a tu lengua a salir. Toco primero la punta y, cuando se retira dentro de tu boca, meto mi dedo y la busco.

Quiero tocar tu lengua en toda su extensión. Cuando me acero a la garganta te retiras un poco, como si hubiera sido accidental. Pero te dejo claro que no: una de mis manos agarra tu nuca firmemente mientras lo vuelvo a intentar.

Nos miramos a los ojos, la boca entreabierta. Sí, eso es lo que me excita y está en tu mano concedérmelo. Me contemplas unos instantes y luego capitulas: abres la boca de forma obscena y sacas la lengua.

Pronto palpo el fondo de tu garganta. No con un dedo sino con dos o tres. Tu barbilla se llena de babas, que recojo y llevo a tu coño. Te acaricio por fuera y por dentro, llevando mi mano mano una y otra vez de tu coño a tu boca. Tú saboreas en mis dedos el sabor de tu corrida anterior y nos vamos calentando más y más.

– Quiero comértela – susurras, y te deslizas hasta mi rabo.

La chupas con devoción, con los ojos cerrados. Besos, lametones e incluso algún salivazo. No es la primera polla que chupas y se te da fenomenal.

Al poco te la saco. Me miras, extrañada, mientras te coloco en el sofá.

– ¿No te gusta?

– Claro que sí. Luego me la chupas más.

Y así, con ese comentario de pasada, te estoy anunciando que me correré en tu boca o en tu cara, mientras me la mamas.

Entro en ti. Estás húmeda pero apretada. En las conversaciones que hemos tenido me has dejado caer que tuviste algunas relaciones formales, pero que ahora llevas tiempo sola. Así que, cuando al final te entra entera, abres las piernas del todo y exhalas. Es una liberación, un alivio.

Nos besamos una y otra vez, como queriendo comernos. Me tiendo sobre ti para sentir nuestros cuerpos. Pongo mi cabeza junto a la tuya para sentir tu respiración cada vez que mi polla se desliza dentro. Me lames la oreja y el cuello y durante un momento veo todo borroso. Sonríes provocativa, tomas mi mano y te la llevas a la boca.

Yo te levanto las piernas, las cruzo sobre ti y te doblo: quiero entrar lo más profundamente posible, hasta que mi polla choca con un bulto dentro de ti. Cada vez que lo toco me respondes con un gemido, así que me quedo clavado dentro de ti y muevo las caderas arriba y abajo. Con cada movimiento mi capullo choca en tu interior.

Tus ojos negros se abren de golpe. Tus labios, sin sonido, vocalizan:

– Me voy a correr.

Ahora eres tú la que se lleva las manos a la boca y te frotas el clítoris furiosamente, todo el cuerpo sudando y temblando. Contienes la respiración y, justo antes de cerrar los ojos para abandonarte a la corrida, me miras y asientes una y otra vez. Como queriendo decirme que sí, que te corres, que lo estás gozando.

Te abrazo mientras siento tus últimos escalofríos. Tus manos bajan por mi espalda y tocan mi culo. Una de ellas, camino de mis pelotas, acaricia levemente mi agujero. Podría haber sido sin querer, salvo por tu mirada.

Y, perfectamente coordinados, cambiamos de posición. Me coloco sobre ti tu mano guía mi rabo hasta tu cara. Contemplas mi polla brillante antes de besar el capullo con los labios entreabiertos. Luego te colocas debajo, lamiendo mis pelotas mientras me la casco. De cuando en cuando me la chupas para humedecerla, o meto mis dedos hasta tu garganta para sacarlos ensalivados.

Escupo yo también sobre mi polla, para lubricarla. Para mi sorpresa, tu lengua recoge rápidamente el salivazo antes de seguir chupando.

Con un dedo te abro la boca suavemente. Y admiro como desde ahí abajo sacas la lengua y aguardas pacientemente a que un escupitajo se escurra desde mi boca a la tuya.

– Y parecías una niña buena- exclamo.

Por toda respuesta te escurres más abajo y me comes el culo. Al poco no puedo aguantar más y me corro mientras intento meterla en tu boca. En el trayecto te mancho la cara y el cuello. Luego me quedo ahí clavado, en tu boca, mientras acaricias mis pelotas.

– Tenemos que quedar más – dices con una sonrisa, con la cara manchada.

– Claro – respondo sin aliento.

Pienso en todo lo que podría hacer contigo. Pero también me gustaría adivinar qué tienes tú en mente…