Mi mujer no sabe decir que no a los hombres, es una puta reventada con la que hago lo que quiero y me aprovecho de sus aventuras

PEPE:

Hola, me llamo Pepe, soy uno de los pocos jóvenes que aun se dedican a la agricultura y ganadería en las tierras de Andalucía. Tengo mi propia explotación y con ello me gano la vida. Las tierras son de mi padre que todavía está en edad de trabajar, por lo que las llevamos a medias. Actualmente tengo 25 años y mi padre 50.

Voy a comenzar a relatar las aventuras de mi mujer durante algunas entregas. A veces lo contará ella directamente.

Me casé con veinte años con una niña de 17 años de mi pueblo preciosa llamada Ana. Era un ángel: una cara muy bella aniñada con ojos verdes y boquita de piñón que invita a comérsela. Es delgadita y muy elegante. Llama mucho la atención en el pueblo por su belleza y la ropa elegante que usa que contrasta mucho con su aspecto aniñado y su vocecita infantil.

En nuestros primeros contactos sexuales me llamó la atención la virtud que tiene para disfrutar de la jodienda. La putita tiene la capacidad de correrse cada cuatro o cinco minutos de forma que puede alcanzar antes de que yo me corra unos diez orgasmos. Siempre está gimiendo con su vocecita de niña lo que hace que a mí me enerve la polla.

Pero mi mujer tiene un defecto, que a mí ha acabado convirtiéndose en una virtud. No sabe decir No.

Es muy simpática y todos los tíos se le acercan mucho, ella no se da cuenta que es por el morbo de lolita que despierta.

ANA:

Con el permiso de mi marido voy a escribir mis experiencias. Quizá lo voy a hacer porque tengo la impresión de que la mayoría de las personas creen que sólo se disfruta en la ciudad. Yo he nacido en un pueblo pequeño.

Me casé a los 17, mi suegro me regaló el traje de novia y mi madre me enseño cómo lo debía hacer, todas las posiciones y las prácticas bucales, además se cuidó de aleccionarme para dejarle hacer a mi esposo mientras yo me mantenía bien calladita.

– Has de tener muy en cuenta que vas a vivir en otra casa, donde estarás bajo las órdenes de tu marido, de tu suegro, de tu cuñado y de tu suegra.

De ésta manera, un mes antes de la boda, empecé a masajear la primera polla, a dejarme sobar, aunque fuese por mi novio, y a cumplir algunos de otros requisitos.

Después de la ceremonia nupcial, durante la comida que se celebro fui besada, magreada en el baile, y entre bromas, me fueron llevando a los rincones donde varios sujetos importantes me colocaron sus pollas en las manos. A Don Antonio, el más rico dl pueblo, se la tuve que menear, lo mismo hice con mi suegro hasta que se corrieron.

Por mis obligadas caricias pasaron también mi cuñado, un tío de éste y varios amigos. Unos eyacularon y otros se quedaron con las ganas por culpa del alcohol que habían consumido.

Yo me quedé más caliente y mojada por lo que únicamente deseaba verme estrenada. Al final del baile sortearon mi sostén y mis bragas, sin que a nadie le importasen que estuviesen empapadas. Al contrario, me hicieron pasar la vergüenza de que las olieran antes de apostar. Se las quedó Don Antonio, y el dinero obtenido fue para nuestro viaje de novios.

Nos fuimos a Barcelona donde nos alojamos en un hotel de las Ramblas. Y al fin me vi desvirgada, a la vez que recibía tres polvos que calmaron la fogosidad de mis 17 años.

Al día siguiente nos fuimos a ver a un compañero de mili de mi marido. Estaba casado y nos invitó a comer en su casa, luego en la sobremesa, estuvimos hablando de ciertas cosas, pero enseguida nos dedicamos a hablar de la jodienda. Pocos minutos más tárdela esposa del amigo, llamada Carmen se la estaba tocando y mamando a mi marido. Según ella esto daba suerte a la polla de un recién casado. Era obligatorio besarla, si no lo había hecho antes la novia.

Al ver a mi marido tan empalmado y fuera de sí, gracias al gusto que le estaban dando, yo me corrí solita. Y sin darme cuenta, encontré con que Toni, el amigo, me había desnudado y quitado las bragas. Me dedicó un tratamiento parecido, ya que me paso la lengua por el chocho. “Ay madre, qué gustazo”.

Al mismo tiempo, Carmen se sentó encima de mi marido para dale la teta. Estaba despatarrada, pero es que además se lo iba follando en aquella postura. Esto venció el último obstáculo que se oponía a que me entregase plenamente a Toni, el cual, primero montándome y luego quedándose debajo, la estuvo metiendo durante una larga hora en la que yo me corrí once veces.

Me corría como si mi chumino se hubiera convertido en una fuente. A la vez mi esposo permanecía mirando y Carmen me dedicaba unas palabras obscenas. Disfruté igual que una loca del sexo. Al terminar, ya sintiéndome falta de fuerza, me fui a abrazar a mi marido y le pregunté si había sido feliz y cuantas veces se vació.

Después descansamos y decidimos ir al cine. Toni le preguntó a Pepe si ya había estrenado mi culo. Al decir que no, los amigos nos dijeron que nos quedáramos a dormir en su casa pues quería presenciar el desvirgamiento de mi culo. Con algo de licor en el cuerpo tuve que bajarme las bragas y enseñarles el culo a los tres.

Toni me lo lamió amorosamente, cosa que le agradecí mucho. Al mismo tiempo, me iba agachando pues intentaba meterme la lengua en el ojete. Mi marido me fue desnudando, contando con la ayuda de Carmen. Seguidamente, me metió la polla en la boca. De momento la experiencia me desagradó un poco, pero animada por la amiga unida al gusto que me daba Toni al lengüetearme el culo, se la fui chupando y mamando hasta que los otros dos dijeron “ahora”, y mi esposo se desplazó a la zona trasera para metérmela.

Como no me entraba, me aplicaron una pomada y…”zas”. Fue colándose lentamente, de una forma arrasadora, hasta llegar al final. Me causó algo de dolor, pero casi no lo noté porque tenía muchas ganas de saborearlo. Y luego lo repitió a lo bestia, pues me había casado con un hombre con mucha potencia sexual y me daba unas embestidas que agitaban la mesa del comedor igual que si se hallara a merced de un terremoto.

Luego, contando con el permiso de su esposa y de mi marido, me la metió Toni, no empujaba tan fuerte, y yo movía el culo y me daba un placer inmenso; además, me masajeaba el chocho chorreante con una mano. También me folló durante una hora que tardó en correrse en la que yo alcancé diez orgasmos más.

Al fin nos marchamos al hotel. Casi me era imposible andar, ya que dolían el culo y las nalgas. Cenamos y dormimos 12 horas seguidas.

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Continuara