Muchas veces hay que saber cómo darle placer a una mujer que está muy apurada, solo hay que saber dónde tocar

Este relato es ficticio, pero es inspirado en un hecho que tuvo lugar hace mucho tiempo.

Eran las cinco de la tarde, Jesús estaba sentado en el sofá, leyendo. Era verano, hacía calor, pero no tanto como para tener el aire acondicionado puesto, así que la ventana del salón estaba abierta, la ventana que daba a la calle, con el aire que hacía era suficiente.

Sonó el timbre, puntual, como siempre. Fue a abrir, con su pantalón corto y su camiseta. Sabía que en poco tiempo estaría desnudo, pero esa no era razón para no vestir correctamente.

En la puerta estaba Eva, radiante, como siempre, con su pelo pelirrojo ondulado que le caía por los hombros, con un vestido rojo, fino y fresco, como era de esperar en el verano.

– Pasa- le dijo- ¿quieres tomar algo?

– No puedo- respondió Eva- tengo poco tiempo.

Dejo el bolso y un par de cosas que llevaba sobre la mesilla, y pasó sus manos por los hombros, retiró los pequeños tirantes de sus hombros y su vestido cayó al suelo. Sin doblar las rodillas, recogió el vestido, lo pasó por debajo de sus piernas y lo puso en la mesilla también.

Eva seguía de espaldas, a Jesús siempre le había gustado verla así, ver su espalda y como las pecas que la cubrían caían hacia el centro de su cuerpo, formando como una punta de flecha que apuntaba hacia el nacimiento de su culo.

Y su culo, ese culo redondo, desnudo, y que sólo se veía un pequeño hilo de tela que salía de entre sus glúteos y se unía al que rodeaba sus caderas. No esperó la invitación, Jesús se acercó a Eva, mientras se quitaba la camiseta, y puso su pecho desnudo sobre la espalda.

Las manos de Jesús acariciaban los brazos, cada vez más hacia abajo, hasta que llegó a sus manos, las agarró con fuerza, las soltó y puso las suyas en las caderas de Eva. Poco a poco volvieron a subir, recorriendo el hueco que dejan las caderas en la cintura, más hacia arriba, hasta llegar al nacimiento de sus pechos.

Los redondos pechos de Eva siempre habían sido algo de admirar. Nunca usaba sujetador, sus pechos eran ni muy pequeños ni muy grandes, eran redondos y compactos, no habían sufrido las consecuencias de la gravedad. Jesús los acarició alrededor y con sus dedos buscó el pezón de ambos.

Jesús acercó su boca al cuello de Eva, ésta giró su cabeza en contra de la dirección en la que estaba la boca, facilitándole la caricia y se dejó llevar. Llevó sus manos sobre las de Jesús, haciéndole tocarla de la manera a la que ella le gustaba, haciendo que se excitase más.

Los cuerpos comenzaron a moverse, lentamente, como bailando a una música que sólo ellos podrían escuchar.

Eva agarró una mano de Jesús, la cogió por entre los dedos, y fue deslizándola por su vientre, llegando a su entrepierna, al centro de su caminar, donde la dejó que siguiera sola. Jesús entendió el mensaje, siguió bajando la mano, pasó por la mitad de ese minúsculo triángulo de tela que era su tanga y encontró la humedad que le marcaba el camino.

Jesús no lo dudó, pasó sus dedos sobre el pequeño clítoris de Eva, acariciándolo, pellizcándolo suavemente… lo colmaba de atenciones, sin descuidar su pecho, que era acariciado por su otra mano, ni su hombro, que era besado por sus labios. Todo en ella era erotismo.

Eva retiró las manos de su cuerpo, se separó de Jesús y se giró sobre sus pies. Estaba frente a él, disfrutando de todo lo que le hacía. Ella cogió la mano de Jesús que había estado en su zona más íntima y se la acercó a la boca, Jesús extendió los dedos que habían estado jugando con su pequeño botón de amor y los puso cerca de los labios de Eva. Ella sacó la lengua, los lamió brevemente y se los metió en la boca. Su lengua jugaba con ellos.

Jesús la agarró del culo y la arrimó hacia su cuerpo. El fino pantalón de deporte era lo único que separaba la erección que tenía del cuerpo de Eva, él la apretó más hacia sí, apretando sus nalgas desnudas.

Eva sacó los dedos de su boca, besó suavemente a Jesús, que tenía los ojos cerrados, pasó la punta de su lengua por los cerrados labios de él, notando cada pequeño pliegue que pudiera tener. Se separó un poco de él y se puso de rodillas.

Frente a sus ojos, estaba la erección de Jesús, algo que había provocado ella, estaba segura, estaba amenazándola en silencio, oculta por la tela del pantalón corto que llevaba. Eva puso las manos en la cadera de Jesús, agarrando los pantalones, y fue bajándolos poco a poco.

La erección de Jesús aparecía como en una película de misterio, donde poco a poco se mostraba al protagonista. Cuando el pantalón bajó lo suficiente, el miembro de Jesús saltó como un resorte, apuntando nuevamente a la cara de Eva.

Eva abrió la boca, hacia donde apuntaba el miembro de Jesús y lo recibió la humedad de la boca.

Jesús notó el calor del aliento de Eva, cubriéndole el miembro, alrededor de la punta y notó la humedad cuando la boca se cerró en torno a él.

Los labios apretaban suavemente toda la extensión del miembro, marcando el camino que seguía. Los movimientos cada vez eran más profundos, la punta del miembro cada vez llegaba más dentro de la garganta de Eva, hasta que los labios de ella tocaron el pubis de él, un pubis que no tenía nada de vello.

Jesús bajó las manos, para acariciar la cabeza de Eva, puso sus manos sobre su cabello, acompañando los movimientos que ella hacía lentamente con la boca. Eva cogió una de sus manos y se recogió el pelo, llevándolo a la mano de Jesús, que lo recogió. Jesús hizo lo mismo con la otra mano, sin que Eva le dijese nada. Jesús le sujetaba el pelo a Eva mientras ella metía y sacaba su miembro de la boca. Los movimientos comenzaron a hacerse más rápidos, más continuos y las penetraciones algo menos profundas.

El miembro de Jesús estaba completamente duro, como solo lo había sentido las veces que estaba con Eva. Agarró con cuidado la cabeza de Eva, parando el movimiento que hacía, sacando su miembro de esa caliente y húmeda boca.

Sin decir palabra, Jesús ayudó a incorporarse a Eva, mientras él se agachaba un poco, lo justo para poner un par de dedos en su cintura, tirando hacia abajo del minúsculo tanga que apenas cubría su pubis.

Jesús se volvió a incorporar, besó a Eva y la instó a caminar de espaldas. No se perdían vista el uno del otro, se miraban a los ojos. Ella daba cautelosos pasos hacia atrás, hasta que le paró, la empujó de los hombros hacia abajo, diciéndole que se sentara. Eva se dejó caer.

Sentada en el sillón como estaba, Jesús se hincó de rodillas sobre ella, frente a la humedad de su entrepierna. Jesús agarró las piernas de Eva por las rodillas, comenzando a levantar las piernas. Eva se apoyó con las manos en el sillón y echó su entrepierna hacia delante, hasta dejar la mitad de su culo en el justo filo del sillón.

Jesús separó las piernas que tenía en sus manos, acercando su boca hacia esa humedad que merecía ser saboreada. Sacó la lengua y se puso a jugar con el pequeño bultito que asomaba. Estuvo jugando con ese botoncito durante un rato, hasta que Eva comenzó a decir que no se quedara ahí. Ese fue como el pistoletazo de salida. La lengua de Jesús se paseaba por toda la extensión de su vagina, rozando los labios y deleitándose con ellos, metía la punta de la lengua dentro de la cueva donde estaba toda la humedad, como penetrándola con ella, hasta lo más profundo que podía.

Soltó una de las piernas, que Eva dejó descansar sobre su espalda y con la mano que le quedó libre comenzó a acariciar la pequeña zona que separaba la vagina del ano. Estuvo acariciándola un momento, metió uno de los dedos dentro de la vagina de ella, humedeciéndolo y usó esa humedad para seguir acariciando la zona, pero esta vez bajando hasta el pequeño ano.

Con el dedo acarició alrededor del pequeño hueco, sin penetrarlo, porque a ella no le gustaba la penetración anal, pero sí que poniendo la yema del dedo justo en el centro, haciendo una ligera presión.

Jesús seguía jugando con su mano, con su lengua, con todo su cuerpo y Eva comenzó a retorcerse. Estaba a punto de alcanzar el orgasmo. Puso la mano sobre la cabeza de Jesús y no paraba de soltar leves gemidos, suspiros y de susurrar que ya llegaba.

El orgasmo no cogió desprevenido a ninguno de los dos, ella lo iba notando desde que la lengua se posó en su clítoris, no solía ser de orgasmo rápido, pero a veces se dejaba llevar, como en ese momento y el orgasmo se presentaba pronto. Tenía que decir que las caricias de Jesús ayudaban bastante. Eva se quedó desmadejada en el sillón.

Jesús buscó con la mirada su pantalón de deporte, miró alrededor y lo encontró, junto al pequeño tanga de ella. Parecía como si hasta su ropa interior buscase el calor. Del bolsillo del pequeño pantalón, sacó un preservativo, lo abrió con un diestro movimiento y se lo puso con seguridad, pero bastante rápido. Ahora su miembro estaba cubierto por un fino preservativo.

Jesús lo cogió con una mano, apuntó hacia la caliente vagina de Eva, puso la punta en la entrada y dio un pequeño empujoncito con la cadera, la punta entró dentro de esa cueva que lo esperaba. Notaba la excitación, la vagina estaba húmeda, suave y extendida. Jesús no se demoró más, empujó sin detenerse, hasta que su miembro desapareció dentro de la vagina de Eva. Cuando entró completamente, a Eva se le escapo un gemido, largo y sensual.

Jesús notó el calor que envolvía su miembro, un calor húmedo (aunque no pudiese notarlo por el preservativo), pero le cubría completamente. El interior de la vagina estaba completamente húmedo. Eva estaba muy excitada y acababa de tener un orgasmo, todo eso se unía en una placentera sensación.

Eva se dejaba hacer, notaba como el miembro de Jesús entraba y salía de su interior, notaba como se abría paso y le llegaba hasta el final de su hueco. Notaba como con cada salida su cuerpo protestaba, pidiendo que se quedara dentro, que la llenase completamente.

Jesús metía y sacaba su miembro de esa húmeda vagina, que siempre se le ofrecía suave y caliente. Estuvo repitiendo los movimientos durante quince minutos, comenzaban a dolerle las rodillas, pero era una dulce agonía. Notaba ese calor, cuando entraba, notaba ese vacío que dejaba y como la vagina parecía que absorbía su pene, cuando la sacaba. Todo ello le hacía olvidar lo forzado de la postura.

Cuando ya no pudo aguantar más, sacó su miembro de dentro de Eva y se puso de pie, frente a ella. Extendió su mano, ella la tomó y se levantó, poniéndose frente a él. La tomó de la cintura y la hizo girar, ahora él estaba sentándose en el sillón. Eva se acercó y puso una de sus rodillas sobre el hueco del sillón, y luego la otra. El miembro erecto de Jesús apuntaba hacia el cielo, pero se eclipsó por la vagina de ella.

Ella se apuntó con una mano al centro de su placer, apuntó el miembro a su vagina y comenzó a bajar. Notaba la punta en la entrada, notaba como se abría paso y pudo más el deseo que la paciencia y se dejó caer.

El miembro entró completamente. No había nada que lamentar, la vagina estaba completamente húmeda, el miembro entró dentro de ella como un trozo de hierro candente en un bloque de cera y la llenó por completo. Un ahogado suspiro salió de su garganta.

Ahora era Eva la que tenía el control sobre el movimiento y era ella la que decidía el ritmo. Comenzó a subir y bajar, a ir de delante hacia atrás, haciendo círculos. No había movimiento que no hiciera para poder sentir más profundo ese trozo de carne que tenía dentro. Notaba que otro orgasmo estaba cerca.

– Me voy a correr- dijo al oído de Jesús- córrete conmigo.

Jesús la agarró de las caderas, ayudando al movimiento. Cada vez era más profundo y más fuerte. Pensó que si lo hacía más fuerte, podría romperle ambas caderas.

El movimiento no cesaba, hasta que Eva comenzó a gritar

– ¡YA! ¡YA! ¡CÓRRETE!

– Si, yo también me corro- dijo Jesús

Eva dio un último salto y presionó el cuerpo hacia abajo, las caderas se golpearon, el miembro de Jesús llegó hasta lo más hondo de Eva, ella comenzó a agitarse descontroladamente, mientras Jesús soltaba su semen dentro del preservativo.

Eva cayó encima de Jesús, sin moverse, Jesús se quedó quieto también, sujetándola por las caderas. Estuvieron sin moverse por más de cinco minutos.

Eva se comenzó a mover, sacó el flácido miembro de su interior, incorporándose, poniendo los pies en el suelo. Jesús le dio un pañuelo de papel, ella no sabía de donde lo había sacado. Lo usó para limpiarse la humedad, se puso el pequeño tanga y se puso el vestido.

Durante ese proceso, Jesús se había retirado el preservativo, había comprobado que no tenía ninguna fuga y le ató un nudo. Cogió la funda, metiéndolo dentro y lo mantuvo en la mano. Cuando Eva terminó de vestirse, cogió sus bosas de donde las había dejado, se acercó a Jesús y le cogió el preservativo.

– Yo lo tiro, como siempre- dijo Eva.

– ¿Lo tienes todo?

– Si, ya está todo, me marcho, tengo algo de prisa.

Eva besó a Jesús en la mejilla, fue hacia la puerta y salió. Cerró suavemente.

Jesús fue hacia el baño, recogió el pantalón corto y lo echó a lavar.

Abrió la ducha y se metió dentro. Tenía que lavarse bien, como hacía siempre, para que su prometida no notase que había tenido sexo. Siempre se preguntó cómo haría Eva para que su marido no lo notase.

Tuvo un pequeño brote de añoranza cuando recordó el tiempo que Eva y él estuvieron juntos, lo que disfrutaban del sexo, como se conocían el uno al otro, pero el recordar como rompieron y estuvieron un año sin hablarse, lo volvía a la realidad.

Una noche recuperaron la amistad y decidieron hacer el amor, como a los dos les había gustado, como les gustaba hacerlo y así surgió la costumbre de que ella o el quedasen cada dos o tres semanas, hicieran el amor como siempre lo habían sentido y luego cada uno hiciera su vida.

Jesús terminó de ducharse, se secó y se puso ropa limpia, aireó la casa y se puso a leer en el salón. Su prometida llegó dos horas después.

Para B.L.I., porque siempre tuvimos algo especial.