Mi mujer es una putita y yo su sirviente fiel

Con dos dedos de cada mano sujetaba sumisamente la falda de mi uniforme y las abundantes enaguas que quedaban debajo del mismo para que se pudiera ver perfectamente el tubo de castidad de plástico transparente que encerraba mi polla sin permitir que ésta creciera a pesar de la excitación.

– ¡Joder, qué putada! – la exclamación fue del hombre que estaba en la cama al lado de mi mujer. Era su último cliente y estaba sudoroso y relajado dejando ver una enorme polla, aún morcillosa y húmeda, que caía sobre uno de sus muslos perezosamente. – ¡Sois un matrimonio muy curioso! Supongo que a tu marido le pone cachondo esto, ¿no?

Mi mujer se encogió de hombros con una ligera sonrisa.

– ¡Es lo que hay!

– Pero follaréis y él se correrá, ¿no? – continuó el cliente intrigado.

– Follar no follamos y correr, se corre los martes normalmente –contestó Lucía, mi mujer. Y dirigiéndose a mí continuó – ¡Remedios, límpiale la polla a mi amigo!

Inmediatamente dejé caer la falda y me puse manos a la obra con un paño húmedo que tenía preparado desde el momento en que oí la campanilla con la que mi Señora me llamaba a su dormitorio.

Lucía vio que el hombre se había quedado esperando y continuó:

– El martes es el día que puede correrse, normalmente, si no pasa nada o yo no tengo otra cosa que hacer.

– Ah, claro. Y si no otro día, supongo – dijo él

– No. Si no se puede se aplaza hasta el siguiente martes.

El hombre casi se queda con la boca abierta por la sorpresa. Yo, mientras tanto, terminé de limpiarle la polla y haciendo una reverencia me quedé al lado de la puerta con las manos a la espalda por si me ordenaban alguna otra cosa.

Mi mujer se sentó en la cama a su lado dejando que sus enormes tetas cayeran por su propio peso hasta la altura de la cintura y se dirigió al cliente:

-Mira, Marcos… te llamabas Marcos, ¿no? Bueno, pues Marcos, te voy a proponer algo. ¿Qué pensabas hacer ahora? Ir a comer, supongo. Son las dos y media.

– Pues sí. Pensaba ir a comer un menú en algún restaurante antes de ir a trabajar de nuevo.

– ¿Has visto cómo tienes tu ropa?

En el suelo, desperdigadas, estaban todas sus prendas: chaqueta, corbata, camisa, pantalones, calcetines y calzoncillos. Todo arrugado y sin control, dejando ver claramente que la pasión había sido intensa y enloquecida.

– ¡Hostias, sí!, ¡vaya desastre!

– Efectivamente – rió mi Señora- Te propongo que esos 20 o 25 euros que te ibas a gastar en comer me los des a mí. Mi sirvienta nos preparará la comida en un momento y comemos juntos. Mientras comemos, ella planchará tu ropa, limpiará tus zapatos (esto último se lo hago a todos los clientes) y cambiará las sábanas. Después de la comida, si quieres, te invito a otro polvo porque la verdad es que yo sigo cachonda. Y mientras comemos te cuento mi historia con el imbécil de mi marido.

– Me parece genial – dijo Marcos riendo.

– Remedios. Ya has oído. Ponte en marcha.

Mi mujer se puso de pie mostrando su figura en la que, sobre todo, destacaban las tetas. Por lo demás era bajita y regordeta. Su cara mofletuda mostraba los rasgos de su país de origen, Ecuador. No era nada agraciada, pero mostraba una pasión para follar que no tenía que disimular: gozaba de verdad. Además, como era consciente de su edad, 45 años, y de su cuerpo, era una puta bastante barata (80 euros por dos horas) por lo que no le faltaban clientes. Era una auténtica ninfómana, asi que tenía muchos clientes fijos.

Se puso una bata y Marcos una toalla en su cintura y los dos se fueron hacia el salón.

– Remedios, antes de preparar la comida tráenos un par de cervezas y algo para picar.

Con una sumisa reverencia recogí del suelo la ropa del Señor y me fui hacia la cocina para cumplir las órdenes recibidas. No necesitaba oír lo que iba a contar a su cliente porque no era la primera vez que la oía. Le encantaba humillarme de esa manera también.

Todo había empezado dos años atrás. Yo estaba en el lugar en que se encontraba ahora Marcos. Solo que yo era sumiso y con una polla muy pequeña que solo funciona con la masturbación. Así que me contentaba con chupar sus enormes tetas, mientras ella me daba azotes en el culo y me ponía sus bragas para, después, ponerme a 4 patas y dejar que me ordeñara, desde detrás, como si fuera una cabra.

Entonces a empezó a coger el gusto de que le fregara la cocina o le barriera el piso poniéndome una de sus faldas.

Lo cierto es que yo llevaba mucho tiempo buscando un ama fija que me hiciera estas cosas y de ese perfil de cuerpo y edad. Así, comenzamos a vernos más a menudo a hablar de nuestras cosas. Ella tenía un vicio, un sueño y un problema. El vicio era la necesidad de follar y de las pollas grandes. El sueño era tener un cornudo como pareja fija y el problema, como casi todas las de su país, el de los papeles para estar en España legalmente.

Así que le propuse que dejara la prostitución y que viviéramos juntos. Yo ganaba bastante dinero así que ella podía vivir como una reina teniendo de todo. Vivíamos estupendamente en un chalet con jardín y piscina en las afueras de Madrid. De vez en cuando follábamos como podíamos aunque ella se quedaba insatisfecha y también, de vez en cuando, yo hacía de sirvienta y ella me castigaba. Compré, por internet, tres uniformes diferentes con sus delantales, cofias, amplísimas enaguas, etc.

No me engañó nunca, pero de vez en cuando íbamos a algún local de intercambio para que ella follara a gusto mientras yo tomaba algo en la barra. Así conoció algunos hombres con el tamaño de polla y vicio que a ella le gustaba y a los que llamaba a veces para satisfacerse. Yo, como buen cornudo, la esperaba en casa impaciente.

Para que pudiera tener papeles en regla le hice un contrato de secretaria y así iba pasando el tiempo.

Todo estaba perfecto hasta que la crisis me dio de lleno. Los pedidos de mi empresa empezaron a desaparecer y las deudas eran inasumibles. En pocos meses lo había perdido todo. Tuve que dejar el chalet que había alquilado y nos fuimos a vivir a un piso bajo que yo había comprado hacía tiempo en la zona de Tetuán para invertir alquilándolo y que, afortunadamente, se había quedado libre por lo mismo. Era muy pequeña: un pequeño salón comedor, 2 habitaciones también pequeñas y una cocina que, sin embargo era un poco más grande lo que cabría esperar. Tenía incluso, una pequeña galería con una de esas pilas antiguas para lavar la ropa a mano.

No tenía ingresos. Acababa de cumplir los 60 años y a lo único que pude aspirar fue a una de esas ayudas de 500 euros para personas en mi situación. Con ese dinero no podíamos vivir. Lucia estaba siempre enfadada. Le había dado a probar la vida de quien tiene más dinero del que se pueda gastar cada mes y, apenas un año después, volvía a estar en la miseria. Siempre estaba irritada y empezó a descontrolar llegando incluso a abofetearme con violencia y rabia. Yo, que la comprendía, aguantaba sumisamente. Por supuesto, habíamos dejado de follar y de jugar a amas y sirvientas.

Yo no sabía qué hacer. Encontrar trabajo era imposible con mi edad y con mi experiencia. Gestores y administradores de empresas era de lo que más había en el paro.

Hasta que un día, hace unos seis meses, mi mujer se presentó con su hermana en casa. Yo había salido a una entrevista de trabajo (tan infructuosa como todas las anteriores) y cuando llegué a casa me las encontré a las dos sentadas en el sofá del salón con una maleta hecha y cerrada. Me puse lívido y ellas lo notaron.

Mi mujer tenía el aspecto serio de siempre. Mi cuñada, Marta, sonreía satisfecha mirándome. La que habló fue Lucía:

– No te creas que esta maleta es porque yo me voy. Aquí está algo de tu ropa de hombre que permanecerá encerrada bajo llave en mi dormitorio. El resto de tu ropa ya se lo ha llevado mi hermana para ver lo que puede vender.

No entendía nada, pero me quedé callado esperando. Marta, que era aún más grande y gorda que mi mujer, se removió en el asiento a la espera de los acontecimientos que se avecinaban. También era mucho más fea que ella. Tenía los ojos muy pequeños y hundidos y unos labios enormes que sobresalían de sus mofletes. Yo nunca le había caído bien y se veía que ahora disfrutaba.

Entonces vi que sobre una silla estaba uno de los uniformes de sirvienta con todos sus complementos preparados, incluyendo una peluca que, hasta entonces no habíamos usado nunca en nuestros juegos. Dejé escapar una exclamación asustada, pero mi mujer se limitó a continuar.

– Como te puedes imaginar, le he contado a mi hermana absolutamente todo. Que eres un inútil y un idiota y también que eres un sumiso de mierda y que…

En ese momento, casi sin darme cuenta, mi cuñada se levantó y me plantó una bofetada en la cara que casi me hizo caer. Lucía se sobresaltó porque tampoco lo esperaba.

– Perdona, Lucía. Tenía muchas ganas – dijo la gorda.

– En fin – continuó mi mujer- Desde ahora volveré a hacer de puta ya que con lo que tú traes a casa no podemos seguir viviendo. Me imagino que no tendrás nada que decir, ¿no?

– Nnnnn – balbuceé

– ¿No qué? – gritó Lucía

– No, Señora – dije yo.

-Bien. De acuerdo con mi hermana, haremos lo siguiente. Desde ahora solo serás la criada de la casa. No hace falta que te diga cómo se hace eso porque lo sabes de sobra. ¿Está claro imbécil?

– Sí, Señora.

– Ahora ponte el uniforme, aquí mismo. Quiero que mi hermana te vea.

Iba a protestar, pero no hubiera servido de nada. Estaba claro que todo lo habían planeado las dos. Así que me desnudé muerto de vergüenza y me puse las medias, las bragas, el petticoat (enaguas), el uniforme, el delantal, la peluca y la cofia.

Cuando acabé les hice una reverencia. Mi cuñada se reía a carcajadas y eso hizo que mi mujer sonriera un poco.

– Marta –le dijo- explícale tú cuales son las normas a partir de ahora.

Mi cuñada aceptó satisfecha y sonreía aviesamente mientras me hablaba

– Tu Señora volverá a anunciarse en las páginas de contactos de internet y, por cierto, hemos decidido que cada cliente que venga se irá con los zapatos perfectamente lustrados. Así que mientras ella folla tú los limpiarás y, por supuesto, serás quién recoja los preservativos usados, arreglaras la habitación, cambiaras las sábanas, etc.

Marta se relamió antes de continuar

– Jamás volverás a follar con mi hermana ni con nadie. Te permitiremos correrte una vez a la semana y de eso me encargaré yo.

No sé cómo, pero todo esto me excitó y de repente tenía una erección. Mi polla se alegraba de mi sufrimiento. Mi mujer, que me conoce bien, se dio cuenta al instante y levantó mi falda para que su hermana lo viera

– ¿Te das cuenta, Marta, como es un maricón gilipollas?

– Sujétate la falda – ordenó Marta.

Así lo hice y ella agarró mi polla y comenzó a masturbarla muy lentamente. Mi polla crecía en su mano satisfecha. Y ella, muy lentamente, no paraba.

– ¿Te gusta, eh, idiota?

– Sssssiiii, ufffff, agggghh

– Apenas te entiendo…

– Mmmmeeee gggusttta….aaagggg, uffff

– ¿Qué día es hoy?

– ¿Ehhhh? Mmmiiiierccccoooollllssss, dododoña Marta.

En aquel momento, Marta soltó la polla

– Oh, oh. Entonces no te toca. Te correrás los martes… si es que te corres

Ahí, mi mujer, que intentaba permanecer seria, no pudo más y comenzó a reírse a carcajadas, lo que provocó también la risa de su hermana.

Luego, Lucía continuó:

– En la galería de la cocina hemos puesto un plegatín para que lo abras por la noche para dormir en la misma cocina. La cocina será tu lugar siempre, salvo que tengas labores que hacer en otras habitaciones. La habitación de matrimonio será para mí. La otra habitación para recibir clientes o para que se quede mi hermana alguna noche. Estas son las condiciones. Si no las aceptas te largas inmediatamente de esta casa y a ver cómo vives con 500 euros al mes.

– Pe,pe,pero es mi casa – balbuceé

– Ya lo sé, pero te recuerdo que hicimos un contrato del alquiler a mi nombre por 5 años para el tema de mis papeles. Te recuerdo que hicimos un alquiler simbólico de 100 euros para no pagar impuestos. Así que te largas y de aquí a 5 años me reclamas.

– Está bien –dije en un hilo de voz- acepto.

– ¡Está bien, ¿qué?! – grito mi mujer.

– Está bien, Señora. Perdón…

– Otra cosa. Dentro de un año nos casaremos para conseguir yo la nacionalidad española y después nos divorciaremos. Entonces te dejaré marchar, pero, eso sí, no habrá ningún si intentas engañarme; ya has aceptado así que en caso de engaño enviare a alguien (sabes que conozco gente así) y te dejará tullido para siempre. Por el contrario, si te portas como una buena criada sumisa, todo irá bien. Ahora dame tu teléfono y tu tarjeta del banco. Dime el pin.

Increiblemente, cada vez estaba más excitado con la situación. La polla aún no me había bajado del todo y mi cuñada se reía con ganas.

– Ahora voy a bajar al cajero a sacar el dinero que quede, que no será mucho, y cambiaré la contraseña. Cada mes, cuando cobres la pensión, haré lo mismo, dejando solo para pagar la luz y el agua. El teléfono lo daré de baja para no gastar y lo cambiaré por una línea de prepago por si hace falta algún día. Marta, acaba tú que ahora vuelvo.

Mi mujer se fue en aquel momento y, entonces, Marta me hizo ponerme a 4 patas, me puso la falda sobre la espalda, me bajó las bragas y como si ordeñara una vaca comenzó a masajearme la polla mientras me hablaba:

– Ya lo sabes casi todo Remedios. Esta será tu vida desde ahora. ¿Qué te parece?

Yo ya estaba como una perra

– Aggghhhh. Muy bien, Doooooña Maaaarta. Lo qqqque ustedes ma…manden

– Ni se te ocurra correrte. Ahora va el último regalo.

Y riéndose, me sumergió la polla en una jarra de agua con hielo para que se me bajara la erección de repente y poder colocarme el tubo de castidad que llevo puesto desde entonces.

Todo esto es lo que mi mujer le estará contando a su cliente mientras yo les preparo la comida. Supongo que lo de su hermana no se lo contará, pero lo cierto es que, desde entonces, es Doña Marta la que me ordeña los martes y la que vigila mientras yo me ducho, puesto que es el único momento en que me quita el tubo de castidad. Ella se divierte así: se ríe de mí, me da azotes, bofetadas y lo que le apetece.

También, para que yo aporte dinero a la casa han encontrado algunos clientes que viven solos o con una mujer que también se divierte así y que les pagan para que yo vaya a su casa, vestido de sirvienta, para limpiarla. Pagan 7 euros la hora y tienen derecho a una mamada mía si les apetece. En estos casos, también es Doña Marta la que me lleva y luego me recoge.

En casa, si los clientes de mi mujer quieren, también debo mamarles la polla. Normalmente lo hago al final, cuando ya se han corrido, para que se la limpie.

Me he acostumbrado a esta vida y no es tan mala como aparenta. Los jueves, como buena sirvienta, puedo salir un rato por la tarde. Mi Señora me da 10 euros para que vaya al cine o me tome una caña.

Es verdad que hay muchos martes que mi cuñada no puede venir y me quedo sin echar la lefa una semana más (mi mujer no ha vuelto a tocarme ni lo hará nunca más), pero lo cierto es que vivo de lo que gana mi mujer como puta y yo no tendría donde ir. Prefiero vivir así, sumiso, cornudo y caliente a los pies de mi mujer y de su hermana. Solo espero que estén contentas con mis servicios y que no me echen a la calle.