Mi hermano me quiere dar duro

En casa somos tres: mi marido que trabaja en una línea aérea, mi hija de 20 años y yo, Maria José. La vida en familia es muy sencilla y normal, cada uno se dedica a sus tareas o trabajos, nos vemos todos por la noche y yo me ocupo de todo en la casa.

Estoy acostumbrada a pasar largas temporadas sola por los frecuentes viajes de mi marido y no paso ningún apuro, me manejo muy bien, pero cuando llamó mi hermano para decirme que tenia que hacer un curso en Madrid por seis meses y que si yo podía alojarle una semana o dos, mientras encontraba una casa  para alquilar o una pensión me pareció maravilloso.

Yo tengo 43 años y el 50, pero nos veíamos muy poco. Todavía era yo muy niña cuando él se fue de casa a trabajar fuera y luego se casó y ya no volvió. A veces pasaban cuatro o cinco años sin vernos.

El trabaja en la hostelería en Mallorca y es alto y fuerte, practica deporte a menudo y está bastante en forma. Llegó y nos abrazamos con cariño. Él me miraba complacido:

– hermanita, no pasan los años por ti.

– que mas quisiera yo. Ya ni me atrevo a ponerme bikinis.

– que no me entere yo, tienes una figura esplendida.

– gracias Vicente, cielo, pero yo se como estoy. ¿Y tu mujer y los niños?

– cada uno a lo suyo, todos viven su vida y la pavisosa de tu cuñada con su vida de monasterio de siempre.

Ella era un poco sosa, es verdad, siempre ha sido muy calladita, muy eficaz ama de casa, pero siempre tenía cara de hastío y de aburrimiento.

 A las dos semanas mi hermano seguía en casa. A la tercera le pregunté, a instancias de mi hija, que parecía incomoda, si no había encontrado todavía alojamiento y me respondió que para qué, donde iba a estar mejor que con nosotros y además mas barato.

No me gustó la contestación, pero no supe que replicar. Mi hija se puso de morros y le llamó maleducado y gorrón. Yo pensé que estaba enfadada al tener que haber variado tan drásticamente nuestras rutinas con su llegada.

Estábamos acostumbradas a ir por casa como nos diera la gana. Mi marido nada mas llegar se ponía el pijama y nosotras nos quedábamos en bragas y con una camiseta por encima. Todo eso cambió a los pocos días. Ella estaba siempre vestida y yo a veces me tenía que poner una bata o algo, sobre todo si las bragas eran muy pequeñas o caladas, porque, efectivamente, a veces nos miraba con bastante descaro e insistencia.

Cuando mi marido salía dos o tres días fuera, el se sentía el dueño de la casa y ordenaba y mandaba y decía lo que quería de comida y por la noche se quedaba con el pantalón del pijama solo o en calzoncillos y se rascaba su paquete como si estuviera solo o delante de su mujer, suponiendo que esta le dejara hacer tales groserías.

Yo veía a mi hija cada vez de peor humor, evitándole y diciéndole impertinencias con frecuencia y pasando cada vez mas tiempo fuera de casa o con los amigos.

Una tarde que estábamos solas, la regañé un poco por ser tan intransigente y tan contestona con su tío.

– ¿pero es que no te has dado cuenta que se pasa todo el día espiándonos?

– ¿cómo espiándonos?

– pues a todas horas esta mirando por el hueco de la puerta del dormitorio o del baño.

– ¿Qué te espía dices? ¿Qué te mira a escondidas?

– si, cuando me visto por las mañanas, cuando me ducho, cuando me cambio por las noches. Entra en mi cuarto sin llamar cuando estoy desnuda y se sienta a mirarme hasta que me visto a todo correr. Tengo que tener la puerta siempre cerrada con llave.

– ¿pero como puede espiarte? ¡Que barbaridad!

– te lo dije bien claro al principio. E s p i a n d o n o s. A ti cada vez más y cómo se agacha a mirarte las bragas cuando estás de espaldas, sin importarle que yo le esté viendo.

– ¡no me lo puedo creer!

– puedes creértelo, fíjate y veras. Y alguna vez, cuando he llegado tarde le he visto asomado a vuestra puerta, cuando estas con papá, o saliendo de tu habitación a escondidas si estas sola. Creí que tu lo sabías…

– ¡qué voy a saber! Yo actúo como siempre. Nunca pensé que no pudiera hacer en mi casa lo que quisiera o que tuviera que esconderme de nadie.

– pues fíjate a partir de ahora. Yo desde luego no pienso ni acercarme a él, ni mirarle. Me da asco.

Me dejó muy preocupada ¿Cómo podía ser? llevaba casi un mes en casa y yo no me había dado cuenta de nada. ¡Cómo podía ser tan cándida! Era inaudito, pero la verdad es que apenas le conocía, nunca pude disfrutar de un hermano mayor. La diferencia de edad y su salida tan temprana de casa de nuestros padres lo impidió.

Empecé a fijarme en detalles, sin cambiar mi modo de vida, para ver si era verdad lo que me había dicho mi hija. Miraba por el espejo cuando me vestía o cambiaba y efectivamente, se entreveía una sombra por detrás. Cerraba la puerta del cuarto de baño y cuando salía desnuda de la ducha me la encontraba medio abierta. Y era verdad que por las mañanas, cuando mi marido no estaba, me despertaba siempre desnuda sobre la cama y toda la ropa a los pies.

Aquella noche que estaba haciendo el amor con mi marido a la vuelta de uno de sus viajes, con la puerta casi cerrada, me acorde de pronto, miré un segundo y, efectivamente, no se veía nada pero la puerta se había abierto un buen trecho, bastante mas de cómo yo la había dejado.

No sabia que hacer, como decirle que no podía hacer eso, que se fuera de casa, que no podía mirar a su hermana y a su sobrina de esa manera, que eso era incesto. Le daba vueltas y vueltas y cuando volvieron los tres por la noche yo todavía no había resuelto como afrontar un tema tan delicado y violento.

Aquella noche ocurrió algo que desbarató todas mis ideas y echó por tierra todos mis planes. Durante los dos o tres días posteriores a algún viaje, mi marido me asediaba, me tocaba, subía mis faldas, me besaba, es decir, se desahogaba de los días de soledad anteriores y a mi me gustaba su actitud.

Por la noche, después de cenar, me sentó sobre sus piernas, levantándome la camiseta y tocándome los muslos. Mi hija se había ido a dormir. Muchas veces lo había hecho delante de ella, decía que no tenía porque ver mal que nuestra hija se diera cuenta de que sus padres se querían y amaban y ella, la verdad, es que se lo tomaba a risa y decía que si nos íbamos a poner tiernos mejor se iba a dormir.

Pero ese día era mi hermano el que estaba allí, mirando sin perder detalle, viendo mis muslos completamente al aire, mi camisa hasta el pecho, mis bragas de algodón blancas y como la mano de su cuñado se metía por detrás, tocándome el culo, o hacía un bulto por delante, mientras palpaba mi conejito.

Le rogué que nos fuéramos a la cama, estaba caliente pero violenta. Cerré la puerta casi del todo, cosa que nunca hacíamos y me olvidé del espía en mi calentura y nos desnudamos a toda prisa y nos tumbamos en la cama, revolcándonos, besándonos, tocándonos. Quedó boca arriba y me acerqué a su pene, para ponerlo a punto con mi boca.

Me quedé cortada de pronto, y me tumbé rápido a su lado, ocultando como pude mi figura desnuda a la sombra que se vislumbraba al otro lado de la puerta. Durante toda la tarde no había conseguido solucionar aquella situación tan rara y no tenía previsto qué hacer, pero mi cuerpo decidió actuar por su cuenta.

Me puse de rodillas sobre la cama y levanté mi culo, dejándolo apuntando hacia la puerta y agachándome sobre el pene de mi marido para introducirlo en mi boca. No apagué la luz de la mesita como acostumbro a hacer llegado este momento, por el contrario, fui separando mis rodillas, abriendo los muslos y levantando mi culo para que fuera bien visible y mi raja quedara bien abierta y mi abultado pubis, el bosque de pelos que lo tapaba y la abierta vulva, quedaran totalmente expuestos hacia la puerta del dormitorio.

Cuando la herramienta de mi marido estuvo lista, me coloqué sobre ella y bajé mi cuerpo de golpe, dando un gran suspiro, un rugido de satisfacción y comencé a subir y bajar, con la pequeña luz iluminando un miembro que aparecía y desaparecía, cada vez mas brillante, mas rápido por momentos, en mi húmedo interior y el espectáculo extra de unas manos estrujando mis pechos, apretando mis pezones y al final, aferradas a mis caderas mientras ambos dábamos los últimos estertores y sacudidas de un orgasmo que para mi, había sido compartido con el otro pene, asomando descarado en mitad de de la puerta y que casi en ese momento se sacudía también, alentado por una mano que lo aferraba con desesperación.

Creí que ya se había ido mi marido, era muy tarde, pero lo volví a sentir como otras mañanas cuando se iba. Bajó las mantas y dejó mi cuerpo al descubierto, besó y chupó mi conchita, me volvió a excitar y de pronto metió su pene y empezó a bombear dentro de mí. Lo sentía muy grande esta vez, rígido, potente, certero. Me arrancó un orgasmo medio dormida y otro a continuación casi seguido, ya mas despierta pero algo ida todavía por la tremenda sensación del anterior, hasta que se vació dentro de mi con rabia, con necesidad atrasada de un desahogo corporal que era la consecuencia de tantos días fuera de casa.

Me dejó aturdida, abiertas las piernas, satisfecha y feliz, mientras se limpiaba un poco la punta del pene, aun goteando, en el espeso pelo de mi chochito, todavía abierto y palpitante. Según se alejaba le oía como en un murmullo:

-ay Pepi, Pepi. ¡Qué rica estas hermanita!

Nota: estoy intentando recuperar y repasar antiguos relatos eliminados por mí. Estos cuentos los borré de mi cuenta, y ahora he decidido volver a sacarlos a la luz. Si no te gustaron en su día, no los vuelvas a leer, pero no me pongas un terrible, que me molesta mucho. Gracias.