Me penetra de cualquier cosa. Desde su mirada hasta su polla

Y tan penetrantes… dejarme que os cuente la historia.

Como algunos ya empezaréis a saber, trabajo en hostelería, y tengo contacto directo con diversa gente, tanto a nivel de restaurante como de hospedaje.

Un sábado tuve la suerte de atender la mesa de un señor, de unos 40 años de edad, complexión normal, pelo despeinado sin cuidar, barba con claros en algunas zonas, ropa deportiva, y peludo, de esos que todo y llevar ropa de invierno, se les asoman los pelos por el cuello de la camiseta (y es algo que me gusta, y mucho). A primera vista nada me llamó su atención, fue un cliente más que entró y se sentó a comer.

A medida que voy atendiendo su mesa me fijo en sus ojos, de un azul grisáceo claro, con mucha personalidad, con mucha profundidad, que transmiten atención, de mirada penetrante, que me pone nervioso; lo miro a los ojos y me recorre un cosquilleo por el estómago, que me sube a la garganta e incluso me impide hablar. Con el paso del rato me fijo más en él, no es un adonis, pero su personalidad y sus ojos me están arrastrando hacia el deseo.

Acaba de comer, recojo su mesa y me pregunta si puede hacer un café tranquilamente y trabajar con su ordenador un rato. Tengo que estar toda la tarde y noche, así que le digo que sí, que incluso puede quedarse a cenar y a dormir, que tengo habitaciones libres en el hostal. Sonríe, me mira fíjamente con esos ojos y se pone a trabajar.

De vez en cuando cruzamos algunas palabras, él sigue enfrascado con su ordenador y su trabajo. Sale a fumar un par de veces a la calle, nos vamos cruzando miradas, pero cada uno sigue en sus tareas.

A eso de las 6 de la tarde me pide si le puedo servir una cerveza y unas aceitunas, que le gustaría hacer un descanso y charlar, si tengo tiempo. Le sirvo lo que me ha pedido y me abro una cerveza para acompañarlo. La conversación es amena sobre la vida en el pueblo, su trabajo de escritor, las nevadas que están por venir… acaba la cerveza y me pregunta si sigue en pie la oferta de disponer de una habitación para pasar la noche. Lo acompaño a las habitaciones para enseñárselas, donde finalmente escoge una doble, con cama grande, para tener más espacio y, palabras textuales, “quién sabe si tendré compañía”, a lo que reímos y salimos. La cerveza, y la confianza de las conversaciones, hace que existan más momentos de contacto físico; reconozco que esa mirada me está cautivando, y sus roces me ponen la piel de gallina y, en cierta forma, rígido (sí, la entrepierna también).

Recoge sus cosas del trabajo, y se dirige a la habitación para tomarse una ducha, relajarse y venir a cenar. Regresa a cenar, recién duchado, con el cabello aún húmedo, oliendo a limpio, con la ropa de la mañana, pero fresco y con aire más relajado. Le preparo y le sirvo la cena, es el único huésped, con lo que estamos solos, el uno para el otro. Me pide que cenemos juntos, así no está tan solo y yo acabo antes mi jornada. Después de cenar, amenizamos la noche con un gintonic, en un ambiente discernido entre risas y confidencias.

Llega la hora de irnos a dormir, y me mira a los ojos, con ese azul hipnotizante que me tiene locamente perdido:

Tengo una cama grande, y estoy solo, hace frío y no hay nadie más en el hotel. ¿Y si tengo miedo? ¿te gustaría acompañarme?
No puedo negarme, no soy capaz, ni quiero. Así que acepto acompañarlo, pero antes tengo que pasar por casa a recoger algunas cosas y pasear al perro. Decide esperarme en la habitación acabando una tarea pendiente.

Voy a la casa, la preparo para pasar la noche fuera, paseo al perro y decido que no sería mala idea llevarme unos condones y lubricante. No me ha propuesto sexo, ni parece ser de esos que busca follar sin más complicación, pero mi entrepierna intuye algo.

Regreso a la habitación del hotel. Llamo a la puerta pero está abierta, entro y lo encuentro trabajando en el ordenador. Me disculpo por haber llegado antes de tiempo, pero pensé que si me duchaba iba a tardar demasiado tiempo y no quería hacerle ir a dormir tarde. Me ofrece ducharme en su habitación mientras acaba el documento que tiene que presentar, a lo que acepto encantado; después de un día de trabajo, no hay nada más relajante que una ducha antes de irse a dormir.

Entro en el baño, dejo la puerte entreabierta para que no se acumule todo el vaho, y no lo negaré, con la intención de dejarle acceso libre por si se anima a entrar. Me desvisto, abro la ducha, entro y cierro la cortina. El agua resbala por mi cuerpo, caliente, reconfortante, amigable. Me enjabono el pelo, el cuerpo, y sigo disfrutando del ritual de descanso que es la ducha. Apago el grifo, abro la cortina para coger la toalla y allí está él, apoyado en la puerta, con sus ojos clavados en los míos, una sonrisa que derretiría al polo norte, y la toalla en sus manos para entregármela. Sin quitarle la mirada de esos ojos azules, le doy las gracias, me envuelve con ella y me ayuda a salir. Sin apartarnos las miradas, sin decir ni una sola palabra, pero hablando tanto con la vista. No hay marcha atrás, el beso es inmediato, primero los labios, sutil, suave, buscando la aprobación del otro. Miradas clavadas, ojos abiertos, intensidad pura. Apretamos más los labios, nos fundimos en un beso de bocas entreabiertas, ojos cerrados, jadeos y pasamos a las lenguas encontrándose, presentándose, deseándose. Al cabo de unos minutos, donde el tiempo se paró, nos separamos, nos miramos a los ojos y seguimos con nuestra conversación. Me seco, me pong nuevamente la ropa mientras Javier acaba el trabajo y lo envía. Cuando estamos listos, salimos a la calle, quiere fumar, y nos apetece dar una vuelta por el pueblo, con la noche como único acompañante, sin encontrarnos a nadie, disfrutando de nuestra soledad, sintiéndonos tan acompañados. Salimos de las luces para disfrutar del cielo estrellado, de la oscuridad y de unos besos robados a la luna que es nuestro único testigo.

Regresamos a la habitación, cada vez que tenemos oportunidad nos besamos. Es tarde, estamos cansados, así que nos quitamos la ropa, dejándonos únicamente la ropa interior y nos metemos entre las sábanas, rozándose nuestras pieles por primera vez. Sintiendo todo su vello rozarme, algo que me excita y me enamora a partes iguales. Nos besamos, seguimos descubriendo nuestras bocas, nuestros cuerpos con las manos, notando el calor que desprenden nuestros cuerpos, la testosterona inundando cada rincón de la habitación. Y así nos quedamos dormidos, abrazados, con el calor protegiéndonos de los malos sueños, con el cariño acariciando nuestros deseos.

Al cabo de unas horas me despierto, siento su pecho peludo contra mi espalda desnuda, cómo todo su cuerpo está rozándome, cómo su polla ejerce presión, la siento dura, caliente, desafiante. Me muevo, adaptándome a su forma, acomodando su cuerpo al mío, mostrándole interés en él. Me besa el cuello, lentamente, roza con sus manos mi pecho, mi barriga, y desciende hasta mis boxers, sopesando mi polla dura. Mueve su boca hasta mi oreja derecha, juega con ella, un escalofrío recorre mi cuerpo y con dulzura me baja los boxers, pasando a rozar mi polla desnuda con su mano suave, sutil, pero firme en el movimiento. Ahora sólo su ropa interior nos separa, así que con tranqulidad me deshago de ella, notando su polla caliente en mis nalgas. La acomodo en mi mano, no es larga, ni gorda, pero está muy caliente, muy dura, muy dispuesta a darme placer. Nos fundimos en una masturbación mútua, con su lengua recorriendo mi cuello, oreja y espalda, y mi piel de gallina alentándole a seguir. Mi mano se humedece con su polla, está lubricada, y le indico el camino hacia mi ano. Apoyo su punta en mi entrada, y ejerce una leve presión que me hace suspirar, deseando tenerle dentro, acariciándome mi intestino hasta alcanzar mi próstata. Lo quiero dentro, lo deseo, lo anhelo. Alargo la mano, saco un condón y se lo pongo, huntándome la entrada y su polla con vaselina; no quiero que nada nos frene a sentirnos completos. Vuelve a poner la punta en la entrada, ejerce una presión constante que va dilatándome y haciéndome retorcer de un dolor muy placentero. Sus mordiscos en la oreja me están haciendo perder el sentido, su polla penetrándome me está derritiendo por dentro, y mi boca desea gritar de placer. No hay vecinos, sólo Javi y yo, sólo su sexo y el mío. Un gemido sale de mi boca, y eso hace que Javi apriete con más fuerza y me penetre entero, siento su vello púbico rozar mis naldas. Así lo quería, así lo quiero, así lo deseo. Siento su respiración entrecortada, su latido acelerado. Empiezo a mover mi culo, jugando al meter y sacar, rodeando para que la penetración sea más profunda y más expansiva. Acompasamos nuestros movimientos, la saca hasta la punta, y vuelve a entrar hasta el final, gemimos, suspiramos. Necesito besar su boca, giro la cabeza pero no conseguimos más que el roce de nuestras lenguas. Me saca la polla, me siento vacío, necesitado de su sexo. Me pongo bocarriba, me levanta las piernas y me la vuelve a meter. Encendemos la luz, quiero ver su cara, sus ojos penetrándome, su boca entreabierta emitiendo gemidos ahogos de placer. Ahora roza mi próstata y mi polla salta de placer, mi boca se abre y gime, y siento su sonrisa pícara, sus ojos clavándose en los míos transformados en deseo, y cómo se acerca a mi boca, me la llena con su lengua, con sus labios, con sus mordiscos. Voy a explotar, necesito correrme. Con las bocas juntas, acelera la penetración, cada embestida es un golpe más de placer a mi próstata, no podré aguantar mucho más, mi polla está encerrada entre su barriga peluda y la mía, recibiendo el placer interno y la paja que está recibiendo con nuestros movimientos de cuerpo.

Joder Javier, me corro, no puedo más, qué placer.
Y casi sin poder acabar la frase noto cómo de mi polla emanan chorros de semen calientes, que se reparten entre nuestras barrigas. Mi orgasmo hace que apriete el ano con cada eyaculación, y eso excita a Javier hasta el punto de acelerar su penetración y sentir cómo descarga toda su leche dentro de mi. Siento su condón bien lleno, bien caliente. Se deja caer sobre mi cuerpo, aplastándonos. Retira la polla de mi interior, se quita el condón bien lleno de leche, manchado con nuestros deseos. Lo lanza a la papelera y se tumba junto a mi, limpiándonos mi corrida. Nos volvemos a tumbar, nos besamos, nos acomodamos y nos rendimos a un sueño húmedo y relajante. Creo que acabo de tocar el cielo. No quiero despertar, quiero estar en este eterno sueño.