Me gustan mucho los hombres maduros, por eso es que no puede aguantarlo y termine follando con el abuelo de mi amiga Nuria

Don Anselmo, el abuelo de mi amiga Nuria.

Una noche que estaba durmiendo con Nuria en casa de su abuelo, fui al lavabo, y coincidí con él en el pasillo, yo volvía y él iba… Don Anselmo vestía solo un pantalón de pijama muy elegante, y yo una camiseta hasta el ombligo y unas braguitas estilo tanga. Realmente era impresionante, ya le había visto yo muchas veces en la piscina en bañador y sabía que está muy gordo, pero era muy diferente tenerlo ahora, tan cerca, de noche y en pijama. Se quedó mirándome sonriendo, sin dejarme pasar. Yo me quedé parada con la mirada fija en el extraño tatuaje que don Anselmo tiene en el brazo derecho. Al final, se apartó, y al pasar a su lado me dijo en voz baja «¡Guapa!», y me dio un pellizco en el culo. Yo me giré, sorprendida, y vi de nuevo su sonrisa satisfecha, mientras me hacía un gesto obsceno que nunca habría esperado de él, me señaló a mí, después a él mismo, y entonces introdujo un dedo en un círculo formado por dos dedos de la otra mano. Me quedé muy parada, lo entendí perfectamente, e instintivamente, sin pensarlo, le enseñé el dedo mayor de una mano con los otros cerrados en forma de puño. Pero él no se enfadó, como respuesta aún hizo algo peor, me enseño la lengua moviéndola de dentro afuera y se tocó el pene como si se lo estuviese meneando. Entré en la habitación con el corazón palpitando, no me creía lo que acababa de pasar, Nuria dormía pero aunque estuviese despierta no podía explicarle nada de lo que había hecho su abuelo, no pude dormir, cientos de imágenes me venían a la cabeza, entre ellas, naturalmente, las de don Anselmo violándome en cualquier lugar de la casa.
Por la mañana, desayunando, yo evitaba mirarle y hablaba con Nuria, pero me di cuenta de que él no dejaba de observarme sonriendo. Yo sabía que no debía crear ningún problema, el abuelo de Nuria es una de las personas más importantes y respetadas de esta pequeña ciudad y mi madre trabaja en su fábrica de auxiliar de secretaria. Nos fuimos al Instituto con las bicis, mientras a él su chófer le llevaba a la fábrica. En un momento de descanso, en el patio, tomando el bocadillo, me di cuenta de que me había llegado un whatsapp al teléfono, que no había oído porque en el Instituto es obligatorio tenerlos apagados o en silencio. Vi que el remitente era «abuelo Nuria», y el corazón me dio un vuelco, y abrí el mensaje muy nerviosa. Y aún lo estuve más después de leerlo. Don Anselmo me decía:
«Mañana viernes no tenéis clase por tarde. Te espero con el coche en el puente del tren. Tenemos que hablar. Nuria no estará, mañana irá con sus padres a Barcelona. No faltes»
Me faltó la respiración. Una cita, don Anselmo me daba una cita para el día siguiente. Y no podía engañarme, los gestos de la noche anterior indicaban bien claramente sus intenciones. Pero tenía que arriesgarme e ir, si no lo hacía podía perjudicar a mi madre en su trabajo, y tal vez don Anselmo me alejase a Nuria, mi mejor amiga. Y todo fue pasando como en una película, de forma automática, como si yo tuviese que obedecer el guion que un misterioso escritor había diseñado, como si todo fuese inevitable…
Cuando salimos del Instituto al día siguiente, yo, que había dicho en casa que me iba a casa de Nuria toda la tarde, cosa que en principio no era ninguna mentira, pero, claro, no era toda la verdad, me fui caminando hacia el cercano puente, en el que la carretera que pasa por la puerta del Instituto cruza por encima de las vías del ferrocarril cerca también de las paredes exteriores del cementerio. Ya cerca observé estacionado uno de los coches de don Anselmo, uno de esos pequeños que pasan desapercibidos. Suspiré, dudé, pero al final vi que don Anselmo me hacía gestos desde dentro del coche de que me apresurase. Creo que temía alguien le viese recogiéndome cerca del Instituto sin Nuria. Yo iba vestida con una camiseta que me dejaba el ombligo al aire y unos pantaloncitos cortos que revelaban el inicio de la braguita. En los pies, un calzado deportivo, sin calcetines ni medias.
Abrí la puerta del pequeño vehículo y entré. Don Anselmo me sonrió, me pasó los dedos por el brazo e intentó darme un beso. Yo aparté la cara, pero sentí sus labios en mi mejilla. Mi corazón ya se puso a mil, todo estaba pasando muy rápido, la película avanzaba y yo parecía que no podía hacer nada más que interpretar mi papel, don Anselmo no disimulaba sus intenciones, bien claras y evidentes. Arrancó, y por una calle secundaria nos dirigimos hacia uno de los barrios periféricos de la ciudad.
Unos diez minutos después, se paró delante de un edificio de apartamentos nuevo. Delante había una explanada y un bosquecillo que daba al riachuelo que cruza el sur de la población. Pulsó un mando que llevaba en la guantera y se abrió la puerta del garaje. Descendimos por la rampa y estacionó el discreto auto en una amplia plaza que debía ser la que tiene asignada. Paró el motor. Yo me quedé quieta. No habíamos dicho nada aún ninguno de los dos.
Y, entonces, de golpe, me llegó el segundo ataque. Don Anselmo se giró hacia mí, me atrajo hacia él e intentó de nuevo besarme. Me resistí, pero fui cediendo, hasta que noté que sus labios se aplastaban en los míos, y con gran asco me di cuenta de que el abuelo de Nuria introducía su lengua en mi boca. Introdujo su mano dentro de mi camiseta y me apretó un pecho. Grité y él me tapó la boca con la mano, riendo. Bajó del coche y me abrió la puerta. Salí sin dejar de mirarle, y de nuevo dirigió la mano a mis pechos, pellizcándome un pezón. Me tomó de la mano y casi me arrastró al cuarto del ascensor. Introdujo una llave y lo llamó. Entramos. Marcó el botón del cuarto piso y me sujetó por la cintura, dejando caer la mano hacia mi culo. Me aparté cuando me atraía hacia él. El ascensor se paró, él abrió la puerta y, sin dejar de agarrarme por la cintura, me llevó a una de las cuatro puertas del replano, el apartamento 4º 1ª, me acordaré toda la vida. Sacó otra llave, abrió la puerta, entramos, cerró y se guardó las llaves en el bolsillo.
Estaba oscuro, don Anselmo abrió la luz, me llevó de la mano hasta el comedor. No era una vivienda muy grande. Supongo que lo justo para sus intenciones y aventuras. Subió la persiana para que entrase luz. Por el balcón se veía la explanada, el bosquecillo, la línea verde que marca el recorrido del río y, más allá, unos campos de cultivo ahora en barbecho y, lejos, los edificios de otra barriada popular de la periferia de la ciudad cercana a la fábrica de don Anselmo. Eché una ojeada al apartamento. La puerta, un pequeño recibidor, una cocina a la izquierda, el comedor a la derecha con la salida al balcón, un pequeño pasillo que daba a un cuarto de baño sencillo, una pequeña habitación con una cama individual y un armario, y una habitación más grande con ventana al balcón, en la que había armarios empotrados, dos mesitas de noche, una cama amplia de matrimonio, -me estremecí al verla-, un tocador y un mueble bar junto a un televisor de leds que colgaba de la pared. Don Anselmo me llamó desde el comedor.
Me esperaba sentado en la mesa. Había traído de la nevera de la cocina una botella de champán francés de la única marca que conozco por haber visto que a veces don Anselmo se la bebía en la hamaca junto a la piscina de su casa. En la mesa había dos copas de cuello estrecho y cuerpo largo, una bolsa de patatas, unos berberechos, unos tacos de queso y otros de jamón ibérico.
-Respetemos las tradiciones, nena, -me dijo- las cosas buenas hay que celebrarlas.
Dudé un poco, pero me atreví a decir.
-Bueno, ¿qué cosas buenas tenemos que celebrar, don Anselmo?
-No me vuelvas a decir don Anselmo, soy el abuelo de Nuria y el jefe de tu mamá, dime sólo Anselmo, ¿De acuerdo, bonita?
-Vale, Anselmo, como quiera.
-«Como quiera» no, de usted no, has de decir «como quieras», ¿entiendes, nena?
Asentí con la cabeza y dije.
-Como quieras, Anselmo
-¡Así me gusta, cariño! Ya vas aprendiendo… Por cierto, ¿sabes? Eres muy guapa… Me recuerdas mucho a tu mamá cuando empezó a trabajar en la fábrica…
Sentí una extraña sensación al oír llamarme «cariño». Es lo que le dice papá a mamá…
-¿Y qué cosa buena celebramos, Anselmo? –repetí
El abuelo de Nuria se puso a reír y me miró fijamente con un brillo insinuante en los ojos:
-La cosa buena eres tú, claro, pequeña, ¿qué te pensabas?
Siguió riendo y yo noté que las mejillas me ardían. Don Anselmo volvió a reír y me dijo:
-Te has puesto roja, Mireia, venga, va, vamos a brindar.
Abrió la botella de champán dejando escapar el tapón hasta el techo. Llenó las copas evitando que se hiciese mucha espuma e inició el brindis mirándome directamente a los ojos:
-¡Por Mireia, la nena más guapa y simpática de la ciudad!
Hizo que su copa chocase con la mía, bebió e hizo que yo también bebiese todo lo que había en la copa. La verdad es que estaba fresco y muy bueno, a mí no me gusta el vino, pero este champán pasaba como agua, tan fresquito y con sus burbujitas picantes. Volvió a llenar las copas, y las bebimos mientras comíamos de todo lo que había en la mesa. La verdad es que estaba muy bueno y yo tenía hambre, o sea que me lo acabé casi todo yo. Don Anselmo también picaba, pero más bien se dedicaba a mirar sonriendo lo que yo hacía. Me sentía tranquila, el pica-pica de tapas y la bebida me habían sentado muy bien, aunque tal vez estaba un poco mareada, me iría bien ahora sentarme un poco a descansar. Don Anselmo me dijo entonces, como adivinando mis pensamientos.
-Voy al dormitorio a descansar un poco, nena. Si quieres limpia la mesa un poco, nos ahorraremos trabajo cuando marchemos, y después vienes, ¿te parece?
Yo asentí con la cabeza, aunque no había pensado en ir al dormitorio a descansar, prefería el sofá del comedor, que se veía bien cómodo. Y, además, aún sentía el escalofrío y la extraña sensación que noté al llegar, cuando recorrí el apartamento y al entrar en el dormitorio vi la cama de matrimonio… Yo intuía, presentía que… Pero ahora aquellos pensamientos se iban, lo que me dominaba era la necesidad de descansar, tal vez de dormir un poco. Sí, seguramente había bebido demasiado champán, no estoy nada acostumbrada a beber cosas con alcohol, Nuria y yo sólo tomamos normalmente refrescos y a veces agua.
Cuando acabé de limpiar el comedor, bebí un poco de agua. Miré por el balcón, vi que las nubes se habían ido cerrando y tal vez pronto se pusiese a llover. Miré a mi alrededor y, no podía hacer otra cosa, me dirigí hacia la puerta del dormitorio, que estaba entreabierta. Tal vez don Anselmo se había echado a hacer la siesta y ya se había dormido. Entré… Había encendido la luz de la mesita de noche, porque la luz del día que entraba a través de las cortinas de la ventana era cada vez menor, parecía como si ya estuviese anocheciendo. Y le vi. Le vi y me sobresalté de la sorpresa. Tuve el impulso de salir corriendo, pero me quedé como paralizada. Don Anselmo estaba sentado en el borde de la cama, mirándome con expresión divertida, aunque a mí no me hacía ninguna gracia. Fumaba un cigarrillo que dejaba en un cenicero encima de la mesita de noche. Vestía un elegante batín, de color rojo, supongo que de seda, que llevaba abierto, de manera que vi todo su cuerpo, su pecho y su vientre recubiertos de un abundante pelo blanco, una leve barriga, casi imperceptible, me indicó que se conservaba en buena forma física. Y después de la barriguita… Lo vi… Sentí como unas arcadas y ganas de vomitar… Allí estaba… En su pubis… Un pene potente, largo, ancho, erguido hacia arriba, sobresaliendo de unos testículos abultados como pelotitas en una larga bolsa que le reposaba en la parte superior de los muslos. Todo revuelto en un bosque de ensortijados pelos canosos… Y las piernas con los pies desnudos reposando en la alfombra que había en el suelo… Se puso en pie y se me acercó sin cerrarse el batín, con todas sus partes al aire, yo retrocedí asustada. Me miró de forma muy extraña.
-No tengas miedo, cariño, tranquila, no va a pasar nada malo, ven a descansar conmigo… -dijo mientras llegaba a mi lado y ponía la mano en mi hombro.
Yo cada vez estaba más atemorizada. Me acarició la cara, sus dedos eran largos, su mano estaba caliente y húmeda. Me llevó hacia él y me apretó contra su cuerpo. Intenté separarme, y me sujetó por la cintura con más fuerza, hasta que dejé de moverme, mientras don Anselmo me seguía mirando de manera que daba miedo, con una sonrisa que era como una burla. Entonces me di cuenta de que el hombre me había desabrochado los pantaloncitos y me los estaba bajando con una mano, mientras con la otra me sujetaba por la cintura. Cayeron al suelo, y quedaron al descubierto mis muslos y la braguita que cubría mi sexo. Entonces me soltó, se apartó medio metro y me miró.
-Estás buenísima, nena, pero tu eso ya lo sabes, ¿no? –me dijo mientras seguía observándome con una expresión asquerosa en los labios y los ojos.
Agarró el cigarrillo del cenicero y dio un par de caladas, exhalando el humo muy lentamente mientras seguía con los ojos fijos en mí, como si estuviese valorando qué hacer. Al final dejó el cigarrillo de nuevo en el cenicero de la mesita de noche. Me dio la espalda, y, en el borde de la cama, se quitó el batín, quedándose completamente desnudo. Vi su espalda, con el sorprendente tatuaje de un dragón y una corona en el omoplato, y el culo, con las nalgas fuertes y bien marcadas para su edad. Separó las sábanas y el cobertor de la cama, se giró –volví a verle desnudo por delante, con el pene aún más erguido que antes-, y se introdujo en uno de los lados de la cama de matrimonio, dejando evidentemente el otro lado para mí.
-Venga, va, Mireia, nena, no seas tonta, que ya no eres una colegiala de primaria, venga, ya sabes, quítate la ropita y ven a acostarte conmigo, estamos solos y nos vamos a divertir, ya verás, guapa… – y mientras hablaba, me señalaba con la mano el lado libre del lecho, incitándome a ocuparlo.
Ya estaba muy nerviosa. Me acerqué a la mesita de noche. Señalé el cigarrillo encendido.
-¿Puedo…? –dije, alguna vez Nuria y yo habíamos fumado en la habitación cuando estudiábamos para un examen que sabíamos que seguramente suspenderíamos.
Don Anselmo puso una cara de una cierta sorpresa, e hizo un gesto de asentimiento.
-Pues claro, nena, ya te lo puedes acabar. ¿Quieres que te encienda uno nuevo? –me ofreció.
Dije que no con la cabeza. Agarré el cigarrillo de don Anselmo, hice dos caladas, y lo volví a dejar en el cenicero. Mientras tanto, el hombre había abierto la otra mesita de noche, había sacado una botella y dos pequeños vasitos, y me ofreció un poco de whisky. Alguna vez lo había probado, y no me gusta nada. Pero esta vez lo acepté, creo que lo necesitaba igual que el cigarrillo, tomé el vasito y me lo bebí de golpe. Seguía sin gustarme, pero noté un ardor agradable que me subía del estómago a la cabeza y que me quitaba parte de la sensación de pánico que me había invadido cuando don Anselmo me bajó los pantaloncitos y me dijo que me desnudase y fuese a acostarme con él.
Él me continuó mirando, esperando a ver que hacía yo ahora. Y tal como estaban las cosas, habiendo llegado hasta allí, yo sabía que sólo podía hacer lo que hice, además, mi madre trabaja en la fábrica de don Anselmo, y no quería perjudicarla si me peleaba con su jefe, el abuelo de Nuria. Suspiré profundamente y empecé a subirme la camiseta para quitármela.
-¡Muy bien! ¡Estás buenísima, cariño! –dijo el hombre cuando mis pechos quedaron al descubierto, y empezó a aplaudir de manera que casi me hizo reír.
No me podía creer lo que estaba pasando. Tal vez era el whisky el que me estaba dando ganas de empezar a reír, no sé. El caso es que me acerqué al borde de la cama, y, poco a poco me fui bajando la braguita, quedando ya completamente desnuda mientras don Anselmo dejaba de sonreír al verme ya sin nada encima y me miraba con los ojos desencajados y expresión terrible en la cara. Ahora sí volvió a sonreír al tiempo que me señalaba de nuevo el lado libre del lecho y me dijo:
-Ven, nena, ven conmigo ya…
Me acerqué y me senté en el borde de la cama, de espaldas a don Anselmo. Enseguida sus manos empezaron a acariciar mi espalda, mi cuello, y me estremecí cuando las pasó debajo de mis sobacos hasta tomar mis pechos y apretarlos como si fuesen dos pelotas de goma. Me tiró hacia atrás, hacia él, hasta que quedé en la cama a su lado. Se giró de costado a mi lado y empezó a acariciarme, besarme, lamerme… Sus manos siguieron jugando con mis pechos, apretando mis pezones, yo empecé a darme cuenta de que aquello me estaba gustando mucho, pasó los dedos por el estómago, jugó con el ombligo, bajó por el vientre, y, finalmente, empezó a acariciarme el pubis, el sexo, me hizo gemir cuando introdujo levemente sus dedos apretándome el clítoris, momento en que hasta grité del extraño placer que sentí. Fue entonces cuando me separó los muslos después de acariciarlos por dentro haciéndome unas enloquecedoras costillas, y se colocó encima de mí, dejando caer todo su peso en mi cuerpo. Me besó, introdujo la lengua en mi boca, oí que musitaba con voz nerviosa:
-Te voy a follar, nena, ¿me dejas? Hace años tu mamá, cuando era jovencita, me dejó hacerlo con ella, antes de que conociese a tu papá y se casase con él…
Yo no contesté, sólo volví a gemir y le mire aterrorizada pero muy excitada al mismo tiempo, al oírle decir que se había acostado con mi mamá cuando ella era joven. Debía salir corriendo, pero sabía que nunca lo haría, no lo quería hacer, deseaba continuar.
-¿Me dejas que te folle, Mireia? – repitió – No quiero que después me digas que te violado a la fuerza… Si quieres lo dejo y no pasa nada, tranquila, te llevo a tu barrio otra vez… ¿Me dejas que continúe?… No te obligo a nada, cariño…
Le miré, hice un gesto de asentimiento con la cabeza, como autorizándole a seguir. Y conseguí decir algo:
-No me haga daño, don Anselmo…
-¿Ya no te acuerdas, nena? –me contestó, dejando ir gotitas de saliva en mi cara al hablar tan cerca de mí- No me llames don Anselmo, sólo Anselmo o Anse, como Nuria…
-Por favor, Anselmo, Anse, no… -gemí de nuevo mientras mi cara, mi cuerpo, mi piel ardía y enrojecía de excitación y miedo al sentir su cuerpo en contacto con el mío…
Y entonces él pareció ya enloquecer, perder el control, satisfacer todos sus deseos. Dio una especie de rugido y empezó a zarandear mi cuerpo con una fuerza terrible mientras hacía conmigo cosas que nunca pude ni imaginar en un hombre como él, el abuelo de mi amiga Nuria, el dueño de la fábrica en la que trabaja mi madre. Yo me agarré a él, me abracé a su cuerpo, sentí su pecho apretando mis tetas, su vientre contra el mío, su pene refregándose claramente encima de mi sexo, crucé los muslos apretando los suyos y sus caderas, apreté su culo con mis manos, noté su aliento a tabaco invadir mi boca cuando me besaba, sus colmillos clavándose en mi cuello cuando me mordía como un vampiro mientras emitía una especie de gruñidos de diablo cuando el mordisco bajaba a mis pezones, los pelos d su barba mal afeitada se clavaban en la piel de mi cara, yo sudaba, lloraba, gemía, reía, mientras ya retumbaban, aún lejos, los truenos de una tormenta que bajaba de las montañas…
Sí, don Anselmo parecía un demonio, una bestia fuera de control, me besaba y mordía la boca, el cuello, me lamía y yo a él, me chupaba y mordía los pezones de los pechos todo aquello me gustaba mucho, el abuelo de mi amiga Nuria era un monstruo que abusaba de mi pero sabía lo que tenía que hacer para que yo también gozase como nunca había podido imaginar, era terrible el ahogo y placer de sentir todo su peso encima de mí, su vientre aplastado en el mío –sí, allí notaba que estaba también bien vivo y activo el pene de don Anselmo-, su culo saltando adelante y atrás… Noté que sudaba mucho más que yo, me mojaba y me impregnaba de todos sus olores de perversión y lujuria de viejo putero follador, yo también conseguía moverme aunque su cuerpo me oprimía como si tuviese un elefante jugando encima de mí… Don Anselmo gemía y murmuraba cosas terribles que yo no acababa de entender del todo… Me metía su lengua en el sexo, luego en mi boca…
Y me di cuenta, de golpe, sorprendida, que sin haberme apercibido del todo, algo se metía ya en mi sexo, algo penetraba en mi vientre… Pensé que eran los dedos de don Anselmo, como antes, pero, no, no podía ser, claro, sus dos manos estaban en mi cuerpo, en todas las partes de mi cuerpo, sujetándome, maltratándome y jugando conmigo, aquello que se metía, aquello que se metía, sí, claro, aquello que se metía en mi vientre, no era ningún dedo, era mucho más grande, era, era, ¡sí!, ¡era el miembro enorme que salía del vientre don Anselmo!… ¡Oh, noo, claro !, ¡Era su pene! Sí, me estaba metiendo su gran palo, noté, asustada, horrorizada, que se abría paso, que estaba entrando en mi sexo, que era algo enorme, muy caliente y duro que se estaba introduciendo en mi cuerpo muy lentamente, cada vez más, estaba impresionada, paralizada, si, el momento que miles de veces me había imaginado sin saber cómo sería había llegado, el abuelo de Nuria me la estaba metiendo, me estaba violando, me estaba penetrando, me abría la entrada de la vagina, paraba, apretaba…
Me quedé paralizada, sin respirar, abrí los ojos, a punto de gritar, noté que me llegaba el pánico, el miedo, que debía de huir, pero no podía moverme, estaba quieta, le dejaba hacer, no sé qué me pasaba, estaba inmovilizada…Y, de pronto, sin que pudiese pensar en nada, sin poder reaccionar, un pinchazo en mi vientre, como si algo se hubiese clavado dentro de mí. Y dolor, la sorpresa del dolor. Dejé ir una especie de ¡aayyy!, que era entre un grito aterrorizado que se transformó en un prolongado gemido de desesperación, mi cuerpo se estremeció y crispó en una rígida convulsión, tiré la cabeza hacia atrás, apreté mis labios, volví a quejarme y llorar, pero el pene del hombre seguía metiéndose en mi vientre hasta lo más hondo de mi vagina, y me hacía daño, mientras se introducía, de mi boca y de mi alma salieron gritos desgarrados que don Anselmo silenció tapándome la boca con una mano mientras con la otra agarraba mi culo y lo apretaba contra su sexo, como ayudándose a clavar su pene aún más en mi vientre, mientras yo sentía dolor, pánico, desesperación y notaba correr por mi cara las babas que se escapaban de excitación y placer de la boca del hombre…
.Ahora, don Anselmo se aprovechó a fondo del momento de su triunfo, ya me había desvirgado e introducido todo su pene en mi vagina hasta apretar ya su pubis contra el mío mientras yo chillaba de sorpresa y terror, me besó por todas partes, buscó mi lengua hasta morderla, me lamió la cara, me mordió con más fuerza el cuello hasta casi clavarme los colmillos, me chupó y devoró las tetas, me hizo todo aquello que le gustaba y le daba más placer, y empezó a moverse arriba y abajo, y su pene, entraba y casi salía de mi sexo, entraba y salía, entraba y salía, penetraba más profundamente hasta casi reventarme y volvía a salir al tiempo que su cara ardía y temblaba en una expresión satánica que daba un miedo mortal… Y rápidamente se fue produciendo un cambio que no me esperaba, todavía notaba mucho dolor cuando volvía a meterla hasta el fondo, pero me di cuenta de pronto de algo espantoso: a mí me gustaba sentir su pene dentro de mi cuerpo, era como un escozor indescriptible de dolor y placer notar el pene del abuelo de Nuria moverse adelante y atrás dentro de mi vientre, especialmente cada vez que llegaba al fondo de todo,, el dolor intenso que me dejaba sin respiración se mezclaba con un placer que me hacía agarrarme a su cuerpo con toda la fuerza que podía, todo el peso de su cuerpo encima del mío me ahogaba, pero me gustaba morir aplastada por él,, saltaba arriba y abajo follándome como un perro o un caballo, me movía por toda la cama al moverse enloquecida y salvajemente él, se aplastaba contra mí, gritaba como una fiera salvaje, me continuaba besando, mordiendo, y yo, y yo, moría, temblaba, sudaba, no respiraba, gemía, chillaba….
Nunca había estado tan desquiciada, tan excitada, tan aterrorizada como sintiendo el gran pene de don Anselmo moverse dentro de mi cuerpo en aquel frenético entrar y salir… Me abracé con desesperación al abuelo de Nuria palpando y apretando todas las partes de su cuerpo ardiente, él continuaba moviéndose y saltando encima de mi gritando de forma cada vez más salvaje, respiraba jadeando como si le faltase aire, le besé, le mordí el cuello, apreté su culo contra mi vientre, casi hasta hacerme aún más daño cuando parecía que me iba a atravesar, me moví arriba y abajo, arriba y abajo, adelante y atrás, adelante y atrás, acompasando mis movimientos a los suyos. Era formidable y horrible, increíble y alucinante, su pene no dejaba de ensanchar mi vagina frotándose contra sus paredes, entrando y saliendo hasta hacer que esta se adaptase a él, entrando y saliendo una y mil veces, don Anselmo jadeaba agotado de exasperación, gemía, me miraba con ojos asesinos, me agarraba de los pelos de la cabeza, cerraba los ojos y babeaba tomando aire para continuar, me bañaba con su sudor, yo también seguía sudando, me gustaba y me dolía, no puedo explicar bien con lo que sentía, el placer de mil caperucitas folladas por lobos y los escalofríos de la muerte…
Inesperadamente, de golpe, como un relámpago, don Anselmo dejó ir un gemido más alto, casi como una queja desesperada, un estertor inhumano de bestia moribunda, como si algo explotase dentro de él… Se quedó quieto un momento, su cuerpo se puso como rígido, como duro, y luego empezó a moverse encima de mi cuerpo saltando y gritando, muy acelerado, soltando espuma de saliva por la boca que caía en mi cara, mi cuello, mis pechos, yo sentía llegado ya el momento final, moría de placer, dolor, terror y sorpresa, ni él ni yo podíamos respirar, su pene entraba y salía de mi sexo a gran velocidad, me zarandeaba arriba y abajo y me aplastaba como si veinte caballos salvajes estuviesen galopando furiosos encima de mí, me maltrataba y yo reventaba y moría de dolor y placer, nunca lo había imaginado así…
Don Anselmo empezó a gruñir aún más alto, gritaba, me llamaba puta y zorra, se ahogaba como si le estuviese dando un ataque al corazón, me di cuenta, sorprendida, de que cada vez que ahora él pegaba uno de los tremendos empujones hacia adelante, clavándome el pene hasta lo más hondo que le permitía mi sexo de adolescente, un líquido muy caliente me entraba a borbotones, como un río que estaba inundando el interior de mi vientre, me notaba mojada, un mar ardiente desbordaba de la vagina y me salía del sexo hacia los muslos y las sábanas… Me di cuenta de que el hombre estaba eyaculando dentro de mí, en medio del más brutal orgasmo y explosión de placer infernal y yo clavé mis uñas en el cuerpo del abuelo de Nuria, en su espalda, en su culo, y también exploté, grité enloquecida, gemí desesperada, me quejé, me puse a jadear ahogándome, me moví tan rápida y salvajemente como él, le besé, le mordí en el pecho, en el cuello…
Mil demonios nacían y explotaban también dentro de mí, no podía respirar y perdía el conocimiento asfixiada, y aquello seguía, seguía, ahora era yo quien movía al hombre al saltar arriba y abajo sin parar, hasta que me di cuenta de que estaba empezando a quedarme quieta, ya no podía más, mojada como si estuviese dentro de una piscina, poco a poco me calmaba y dejaba de moverme, don Anselmo ya estaba quieto encima de mí, como muerto pero respirando con mucha dificultad, sin aire en los pulmones, aplastando mi cuerpo con el peso del suyo, los dos nos asfixiábamos desesperados bañados de sudor… Yo le estaba acariciando la cabeza, estaba mojada por dentro y por fuera, sucia de sudor, un líquido caliente salía de mi vientre, mezcla de sangre de mi sexo desgarrado y semen de su pene, el hombre estaba inmóvil, encima de mí, intentando tomar aire y respirar… Por un momento temí que don Anselmo acabase finalmente muriendo de placer y agotamiento allí, con el pene todavía dentro de mi cuerpo y sus arterias del cerebro y el corazón reventadas por la tensión del tremendo orgasmo al que había llegado desvirgándome y follándome con toda la violencia de la locura y el deseo…
Todo fue quedando en silencio, él aún jadeaba y suspiraba, pasó un tiempo, unos minutos y lo aparté un poco, hice que se pusiese de lado para poder respirar yo mejor, su peso aún me aplastaba, sentí como su pene, ya desinflado salía de mi sexo al moverlo de encima de mi… Se quedó pegado a mi cuerpo puso su mano en mi vagina y se dedicó a chuparme el pecho que le quedaba más cerca de la boca, después el otro, yo me atreví a coger su pene con la mano, a palpar sus testículos… Don Anselmo dejó ir una especie de ronroneo de gato viejo y feliz, hasta que se quedó quieto, giré mi cara para buscar la suya y vi que se había dormido, su aliento daba en mi cuello, el calor de su cuerpo cubría de lado el mío, llevé su mano a mi sexo y la dejé allí, me toqué, me toqué allí y en los pechos…
Pasó un rato largo hasta que pude reaccionar y empezar a moverme. Estaba cansada, muy húmeda de sudor, saliva, semen, sangre, desgarrada, agotada, me costaba respirar, dolorida, muy dolorida en la zona del vientre, me hacía daño el sexo, la vagina, las tetas, los pezones pellizcados mil veces, el cuello y la cara mordidos. Me levanté sigilosamente, salí de la habitación sin hacer ruido para no despertar a don Anselmo, el hombre que me acababa de desvirgar y me fui hacia el lavabo del apartamento… Me miré en el espejo del cuarto de baño. Estaba hecha un desastre, despeinada, los ojos inundados de lágrimas, llena de sudor, con las babas y la saliva del viejo en mi cuerpo, el dolor que no cedía y un escozor creciente en mi vagina irritada, mis muslos manchados del semen mezclado con sangre que salía de mi sexo y corría hacia abajo por las piernas… Sí, yo ya lo había hecho por primera vez, al final el abuelo de Nuria había conseguido lo que yo imaginaba que pretendía hacer conmigo, desvirgarme, como tal vez hizo hace años con mi mamá cuando empezó a trabajar para él… Lentamente entré en el baño y abrí el grifo de la ducha para limpiarme un poco…
Cuando volví a la habitación, don Anselmo continuaba durmiendo bastante ya más tranquilo, respiraba mejor, pero aún roncaba de forma intermitente, como si en algún momento dejase de respirar. Su pene, muy ancho y largo, estaba ahora flácido entre los dos muslos, pasando por encima de sus grandes testículos cubiertos de pelos blancos. Un líquido blanquecino aparecía por la abertura que dejaba su prepucio para permitir la salida del glande. En el lugar en el que estaba yo, una mancha viscosa blanca y roja marcaba el lugar por donde el semen del hombre y la sangre de mi himen habían salido de mi vagina y escapado entre los muslos hacia la sábana. Suspiré y volví a llorar al darme cuenta de que ahora sentía asco y vergüenza de mi misma al ver al viejo que acababa de follarme y hacerme todo lo que quería. Me puse la braguita y me asomé a la ventana. Llovía intensamente.
Estuve un rato largo mirando cómo la calle se inundaba de agua, e incluso el fulgor de un relámpago y el estruendo del trueno del rayo muy cercano me cegaron y aturdieron por unos momentos e hicieron retumbar todo el edificio. Momentos después noté que alguien me agarraba por la cintura y me apretaba un pecho al tiempo que me mordía en el cuello. Me volví. Don Anselmo, que se había despertado por el trueno, me atrajo hacia él, me estrechó en sus brazos y volvió a besarme. Al cabo de unos momentos, me tomó de la mano y me condujo de nuevo hacia la cama. Me dejé llevar, se estiró en la cama y me colocó encima de él, sentada con mi culo reposando en sus piernas, mis muslos abiertos con las piernas flexionadas y mi vientre apretando su sexo… Me atrajo y me aplastó contra su cuerpo mientras su pene se introducía de nuevo en mi vagina…
Justo cuando estalló otra vez un trueno terrible después de la caída cercana de un potente rayo, su pene empezó de nuevo a moverse frenéticamente en mi vientre mientras con las manos apretaba mis tetas con una fuerza que me hacía mucho daño… Me giró, me colocó con el pecho y el estómago sobre la cama, se tiró sobre mi espalda, me agarró los cabellos y me tiró la cabeza hacia atrás, me penetró nuevamente y me folló violentamente como los perros hacen con las perritas hasta que de nuevo gritó como una fiera salvaje y volvió a eyacular, depositando lo que le quedaba de esperma en mi vagina…
Dos horas después, ya duchados y vestidos, estuvimos un rato sentados en sofá del comedor, él me acariciaba, me daba besitos y me consolaba lamiendo mis lágrimas mientras pasaba su mano por mis pechos, mi cintura, mi sexo… El abuelo de Nuria al final me dijo que ya era tarde, que tenía que volver a la fábrica porque tenía que arreglar unos asuntos antes de que acabase el día.
Nos fuimos en su coche. La tormenta había pasado y volvía a lucir el sol de la tarde. Casi no hablábamos, tan solo me tocaba los muslos y me sonreía como burlándose un poco de mí. Cuando me dejó cerca de mi casa, me dijo que me enviaría un mensaje para volver a llevarme al discreto piso en el que me había desvirgado.
Y nos hemos seguido viendo y follando, claro. Sin esperar mucho, me llamó al día siguiente, claro, al parecer lo había pasado muy bien desvirgándome. Y así hasta hoy, en que nos vemos muchas tardes al salir yo de clase y esperarme él en una calle discreta de un paraje casi deshabitado para ir al mismo piso o, a veces, a una torre que tiene en un bosque cercano. A veces se conforma con dormir bien abrazados los dos desnudos, aunque tiene días que me sorprende por la potencia y brutalidad con la que me coge, me penetra y me posee tan enloquecido como aquella primera vez… Y me trae cajitas con unas pastillas para evitar que yo quede preñada, nunca me folla con condón, dice que no le gusta hacerlo sin barreras…
Algún día le hecho discretas preguntas sobre él y mamá cuando ella era joven y entró en la oficina de la fábrica, pero don Anselmo me sonríe cuando lo hago y me tapa la boca con su dedo índice… La manera perversa en que sonríe y calla es suficiente respuesta…
Sólo faltaría que yo fuese hija suya… Prefiero no saberlo…