Me convierto en esclavo sexual de mi niñera cachonda

ESCLAVO SEXUAL DE MI NIÑERA

Se trataba de una preciosa chica de 17 años, de largos cabellos castaños y ojos verdes llamada Ana María. Bajo la ropa amplia que solía usar, al menos cuando venía a mi casa, se adivinaban dos bonitos y firmes pechos, una cinturita deliciosa y unas largas piernas.

Yo tenía 12 años recién cumplidos cuando empezó a cuidarme aquellas tardes de septiembre al salir del colegio a las cinco y media. Aún hacía calor, por lo que la segunda vez que vino se trajo su minúsculo bikini blanco para bañarse en nuestra piscina. Jamás había visto muslos tan bien torneados ni pies tan lindos. Además, cuando salía del agua su vello púbico se transparentaba oscuro y misterioso en la pequeña braguita blanca del bikini.

Ella, por supuesto, se daba cuenta de mis miradas anhelantes, aunque yo trataba de ocultarlas y, mientras, iba cogiendo confianza conmigo jugando a las cartas o viendo series en la televisión esperando que llegaran mis padres, casi siempre después de las nueve. Su primer avance fue sobre las seis de la tarde, tumbada en una de las hamacas al lado de la piscina. Yo estaba en el porche, fingiendo que jugaba con la Nintendo pero echando miradas interminables a su entrepierna, donde se transparentaba una densa pelambrera negra. Iba alternando con sus oscuros pezones, que se veían a través del bikini pero que se ocultaban en cuanto la prenda se secaba. Evidentemente, mis padres nunca llegaron a ver ese bikini o la hubiesen echado mucho antes… Siempre se cambiaba sobre las ocho, con un buen margen de seguridad. Estando así, me llamó:

-Juanmi, ven un momento, por favor. -Yo me levanté como un resorte y me acerqué a la hamaca. Era la oportunidad de verla más de cerca.

-¿Qué quieres, Ana María? -dije.

-¿Te gustan mis pies? -comentó como de pasada. -Siempre he pensado que los tengo demasiado pequeños. -Debía tener un 37 y eran francamente deliciosos; un empeine suave y unos deditos perfectos, encajados unos al lado de otros como en una obra de arte. Yo no contesté nada y me quedé mirando sus pies como un jilipollas.

-Pues a ti sí que te gustan ¿verdad? -Añadió con una mirada pícara. -¿Quieres darme un masaje en los pies? ¿Te apetece?

-Yo seguía mudo pero asentí con la cabeza.

-Claro que quieres. Arrodíllate y masajéamelos, por favor. -Lo dijo como una orden que se da con la seguridad de que será satisfecha.

-Yo la obedecí y me arrodillé ante sus pies desnudos y extendidos al final de la tumbona. Comencé a masajearlos lo mejor que pude, apretando sus empeines y sintiendo la tersura de su piel sobre las yemas de mis dedos. Al pasar unos diez minutos podía jurar que ella comenzaba a jadear cuando seguramente pensó que ya estaba bien por aquel día.

-Lo has hecho muy bien, Juanmi. Ahora dale un besito a los deditos, ya que te gustan tanto y vete arriba a hacer los deberes. -Yo acerqué mis labios a los deditos de sus pies de frente, y los besé en las uñas varias veces en cada pie. Mi polla estaba a reventar bajo el bañador que llevaba puesto, y ella se dio cuenta cuando me levanté.

-Si que te ha gustado, Juanmi. -Dijo sonriendo. -Como recompensa por haberlo hecho tan bien te voy a enseñar mis tetitas, pero no debes contárselo a nadie. -Yo estaba asombrado y no podía creer lo que estaba pasando cuando ella tiró del cordel que sujetaba la parte superior del bikini y se desprendió de él poniéndolo en el suelo junto a la tumbona. -¿Te gustan, Juanmi? -Dijo mirándolas ella misma. Mis pezones son oscuros y grandes. A los hombres les gustan mucho. -Yo seguía totalmente enmudecido con una visible erección que no podía ocultar. Me dejó disfrutar de la vista unos dos minutos mientras ella miraba sonriente mi entrepierna. Después se tapó con la toalla y dijo: -Anda, vete para arriba que tienes que terminar los deberes.

Yo me fui hacia el piso de arriba, donde estaba mi habitación, y me hice una de las mejores pajas de mi vida pensando en cómo degustaría con mi lengua aquellos maravillosos y grandes pezones oscuros, excitados y húmedos.

La segunda vez fue viendo la tele. De pronto, le quitó el sonido a la serie de humor que estábamos viendo y me dijo con el mismo tono de la otra vez: -Juanmi, hoy tengo los pies muy cansados. Quítame las zapatillas y dame un masaje de los tuyos. -Yo no me hice de rogar y me arrodillé ante el sofá donde estaba ella con una faldita vaquera que me dejaba ver hasta la mitad de sus muslos mientras amasaba sus preciosos pies.

-Si quieres puedes besármelos, -añadió; y, después de un rato: -¿No te gustaría meterte los deditos en la boca? Así podrías chuparme cada dedito como si fuera un chupa-chup.

-La miré a los ojos mientras me metía el dedo gordo de su pie derecho en mi boquita y lo succionaba con auténtica pasión.

-Si… -Decía ella, -lo haces muy bien. Sigue así.

Yo seguía, dedo a dedo, mezclando mis succiones con lametones a toda la planta de sus piececitos y besos en sus talones y sus empeines.

-Uf… -Me estás poniendo muy cachonda, Juanmi. -Dijo. Yo no lo podía creer. -Ayúdame a quitarme la falda.

-Le desabroché el cinturón de la falda vaquera y tiré de ella hacia abajo. Ella se quedó con unas pequeñas braguitas blancas de algodón.

-¿Te gustan mis braguitas? dijo insinuante. -¿Quieres verlas de cerca? -Añadió levantándome la cabeza de sus pies y llevándola tiernamente hasta su entrepierna. Tenía las piernas abiertas y de sus braguitas emanaba un efluvio divino; un olor que nunca olvidaré en mi vida. Olor a sexo puro.

-Huéleme, Juanmi. Roza tu nariz con mis braguitas para que pueda sentirte.

-Yo no tardé en obedecerla y aspiré profundamente su olor a través del algodón blanco. Quedé embriagado y comencé a frotar mi naricita por aquellas bragas blancas perfectas. Ella gimió, esta vez con mayor intensidad. -¿Ves lo que has hecho? Ahora estoy mojadita, -dijo señalando una creciente mancha de flujo húmedo en las bragas. -Ahora tendrás que secarme con tu lenguita… Quítame las braguitas.

-Ella elevó su precioso trasero sobre el sofá para facilitar la salida de las braquitas por sus pies juntitos y volvió a abrir las piernas señalando una abundante aunque bien recortada mata de pelo negro que ocultaba su preciosa rajita, casi dibujada entre la oscuridad.

-Usa tu lengua, Juanmi. Sécame bien toda y bébete mis jugos. -Yo lo hice al principio de una forma inexperta y ella me fue guiando, diciéndome que frotara allí o chupara allá, al principio lentamente y después con más intensidad, hasta que, pasados unos maravillosos veinte minutos, ella se corrió como una diosa y yo me bebí, ávido, todo su placer, con su clítoris entre mis labios.

-Lo has hecho muy bien, Juanmi. Ahora ponte de pie y quítate esos pantaloncitos, Vamos a ver qué es eso tan duro que te molesta ahí abajo. Ella misma me quitó los pantalones y me bajó los calzoncillos dejando al descubierto mi pequeña pollita dura como el hierro y apuntando hacia el techo. Como de una manera natural, tomó la pollita entre sus preciosas manos y me masturbó levemente. No hicieron falta más que diez o doce sacudidas para correrme: una minúscula gota de semen blanco que salió de la punta y que ella recogió con su dedo corazón para llevarla a mi boca. Yo, obediente, me la comí sin apenas notar nada.

-Vístete y a los deberes, Juanmi.

-Si, Ana María, contesté bien dispuesto y sin saber muy bien qué estaba pasando allí.

El jueves siguiente, cuando mis padres llevaban ya una hora fuera, me tenía preparada una sorpresa. Sonó el timbre de la puerta y entró un chaval de unos dieciocho años, alto y bien parecido, muy moreno, que me miró sonriente. -Así que este es nuestro chiquitín, eh? -Dijo.

-A mi me entró miedo y le dirigí a Ana María una mirada de reproche.

-No te rayes que lo vamos a pasar muy bien los tres. -Dijo sin tardanza Ana María. -Ven con nosotros al dormitorio de tus padres. Allí estaremos más cómodos. -Cuando entramos en la habitación, cerró la persiana y se desnudó inmediatamente. Era la primera vez que la veía totalmente desnuda, con aquella cintura perfecta, las caderas dibujadas, su coño bien poblado de pelambrera negra y esos pechos increíbles, enhiestos, con enormes pezones oscuros y excitados.

-¿Qué esperáis? -Dijo -Quitaos la ropa los dos.

-Julián se quitó la camiseta y los pantalones en un par de segundos. No llevaba calzoncillos, por lo que descubrió inmediatamente su enorme polla encapuchada. Tenía un aparato increíble, de unos 15 centímetros en aquel estado de semi-erección provocado sin duda por la desnudez de Ana María. Esta se agachó presta y me colocó a su lado, estando él de pie, con nuestras caras a unos veinte centímetros de su enorme pollón.

-¿Ves Juanmi? Esto es un pollón de verdad, -Me dijo. A tí te crecerá, pero no llegarás nunca a tener ni la mitad de esta maravilla. -Mi miró dulcemente a los ojos. -Vamos, añadió -Ayúdame a ponerla bien dura.-Y empujó mi cabeza hasta hacer rozar el encapuchado glande de Julián con mis labios.

-Abre la boca y chúpala, como hiciste con mis deditos. -Yo lo hice, y empecé a lamer el prepucio de aquel pollón mientras Ana María lo dirigía con su mano a mi boquita.

-Si, chaval… Qué bien lo haces… -Decía Julián.

-Ahora tienes que descapullarla con los labios -Dijo Ana María, -Ciérralos y empuja el prepucio mientras los abres y te tragas el capullo.

-Aquella polla medía ya más de 20 centímetros y yo tenía el capullo en la boca, succionándolo mientras Ana María lo pajeaba suavemente.

-Te gusta, ¿verdad? -Siguió Ana María. -Voy a dejar que te la comas enterita para que pruebes su leche. Es deliciosa y tendrás que compartirla conmigo. -Dijo mientras aumentaba el ritmo de la masturbación moviendo su mano entre mi boca y los enormes cojones de Julián.

-Chupa los bolones, Juanmi. Así saldrá más leche. -Yo me metí una de sus bolas en la boca, succionando el escroto; después la otra. Julián gemía de placer y anunció que estaba a punto de correrse.

-Ahora métete el capullo en la boca, Juanmi, y prepárate que van a salir unos pocos chorreones de leche. No te los tragues, que quiero mi parte. -Mientras acababa de decirlo, Julián comenzó a correrse como un caballo. La leche se me salía por las comisuras de los labios que abarcaban su pollón y Ana María recogía los restos reuniéndolos en la palma de su mano.

-Ahora bésame, cariño, -Dijo cuando la polla dejó de bombear leche, -Juntando su boca con la mía e intercambiando los flujos seminales de aquel semental. -No debemos dejar ni una gota; hay que tragárselo todo. -Añadió, mientras embadurnaba mi cara con los restos de semen que tenía en la mano.

-Ahora límpiasela bien a Julián y pónsela bien dura de nuevo, que quiero metérmela en el coño.

-Yo comencé a lamérsela a Julián, comiéndome todos los restos de semen que habían quedado entre el pelo de la base y chorreado por sus enormes bolas. En pocos segundos, la polla estaba de nuevo en sus magníficos veinte centímetros o más. Julián se tumbó en la cama de mis padres y Ana María me pidió que le dirigiera con mi mano el enorme miembro al interior de su precioso y oscuro coñito.

-Sí! -Dijo. -Ahora apriétame las tetas, chúpame los pezones mientras Julián me folla, -Gritó. Yo me entregué a la labor sin ninguna duda, y pasada una media hora de cabalgada en varias posiciones, Ana María se corrió entre estertores de placer.

-Ahora sécame mi coñito como tú sabes, Juanmi, cómete toda la lechita que Julián ha dejado ahí para ti. -Y yo me sumergí en su matojo negro dispuesto a tragar todo el semen que pudiese encontrar y consiguiendo que se corriera dos veces más.

Ese fue el culmen y el final de nuestras relaciones, ya que algún vecino que aún no he logrado identificar había visto a Julián entrar en la casa aquel día y mis padres se cabrearon con Ana María, por lo que fue despedida como niñera. Sus sustitutas jamás fueron ni parecidas, y aún hoy, veinte años después, me masturbo como un animal pensando en ella y en el enorme pollón de Julián.

FIN