Me cogi a la hermosa hija de mi jefe

Mi jefa me pidió que fuera a su casa para ayudarla a acabar un trabajo. Su marido fue muy amable y su hija un encanto de diecinueve años. La hija no quiso que me fuera tarde y se empeñó en que durmiera con ella.

La hija de mi jefa es un primor, se llama Clara: tiene el pelo castaño en melenita corta por los hombros, es un poco más bajita que yo, es delgada pero no en exceso. Clara estudia primero de derecho.

Yo llevaba seis meses trabajando para Carolina, una mujer muy dinámica, sensible y muy bella. Carolina ronda los cuarenta años, En el trabajo da el do de pecho y además se lleva trabajo a casa. Mis ganas de obedecerla en todo para aprender, mis dotes para el trabajo, mi don de gentes y mi belleza natural; me hicieron ganarme su aprecio y confianza. Llegamos a su piso a las seis de la tarde. Llevábamos una carpeta llena de papeles y nuestros ordenadores portátiles; en pocos minutos, llenamos toda la mesa. Nos pusimos a trabajar enseguida. Yo iba, como no podía ser de otro modo, ¡de punta en blanco!, porque yo no sabía cómo era su familia y quería causar buena impresión; por eso me había puesto guapa.

Ese día, hace dos semanas, me había vuelto a hacer una trenza francesa, mi cabello pelirrojo resaltaba como el fuego. La trenza me llegaba hasta la cintura, justo donde acababa la minifalda a cuadros rojos y blancos que me había puesto. Una minifalda muy cortita, que dejaba ver sentada, mis medias de color piel con liga integrada. También llevaba Una blusa blanca con los hombros descubiertos, que dejaba ver las pecas y la piel clara de los hombros de una pelirroja de veinticinco años.

Empezamos a trabajar, había que repasarlo todo dos veces, los zapatos de tacón me molestaban, pero no estaba en casa y me tenía que aguantar. Mi jefa me iba indicando que tenía que hacer. Llegó su marido, un hombre muy apuesto de unos cuarenta años, como su esposa. El vestía muy elegante sin llevar traje, nada más verme le dijo a su esposa que quien era esa chica pelirroja tan mona.

_ Cariño, es mi mejor becaria, se llama Margarita. Una chica muy lista que ha venido a ayudarme con esos informes que tengo que acabar hoy. Marga, este es Juan, mi marido.

_ Encantado de conocerte, Margarita

_ Igualmente señor Juan.

Se acercó a mí y me besó en la mejilla, su barba pinchaba un poco, claro que la piel de mi rostro es muy suave.

Juan abrió el mueble bar y se echó una copa. Se sentó en la mesita del fondo y se la tomó tranquilamente, mientras leía su diario digital en un ordenador de torre. Lo pillé mirándome una vez, me estaba dando un repaso visual, relajado con su copa.

Sonó la cerradura de la puerta de la calle y entró Clara, la hija de ambos. Eran ya las siete de la tarde. Se acercó a nosotros y nos lanzó una sonrisa preciosa; me miró y se ruborizó; dijo a su madre:

_Mama, ¿nos presentas?

_Claro hija, esta chica es Margarita, mi ayudante. Margarita, esta es Clara, nuestra única hija.

Era preciosa, con hoyuelos en las mejillas, con una chispa en la mirada, que te cambiaba el ánimo. Me levanté y nos besamos en las mejillas. El olor al perfume Gabrielle Chanel que ella llevaba y la piel suave de su rostro, ¡más suave que la mía!, hicieron que sintiera como, dentro de mis braguitas, se humedecían los labios menores de mi sexo y se separaban el uno del otro. Sentí rubor al notar esa «separación».

Clara llevaba unos vaqueros ajustados que le sentaban de rechupete, y una camiseta de algodón gris en la que se apretaban unos pechos de tamaño mediano. Su cabello castaño claro, a la altura de sus hombros, era liso y muy mono. La sensación al verla fue la de que era, como se dice hoy día, ¡un pibón de cuidado! Además, ¡olía a un perfume de Chanel que me encanta!

Mi jefa y yo seguimos trabajando, yo estaba ya cansada, me picaban mis ojos verdes. Eran ya las nueve de la noche. Hicimos una pausa y cenamos unos sandwiches que nos preparó su hija Clara. Al traerlos me sonrió muy agradable, se sentó con nosotras y se tomó otro; su padre se acercó y también comió uno. Clara me preguntó:

_ Margarita, ¿esa tranza te la haces tú sola?

_ Sí, yo sola, no siempre tiene una alguien que la ayude; es mejor saber.

Cuando Clara se había acercado a nosotras con los sandwiches, ya estaba duchada y con un pijama corto puesto. Sus muslos eran tan rosados y de piel tan tersa, que dejaban en menos a los míos. Mis muslos son muy deseados también por suavidad; bien es verdad que mi piel, como buena pelirroja, es de un rosado casi blanco.

Mirarla mientras su madre y yo trabajábamos no me dejaba concentrarme, seguí con lo que estaba haciendo, intentando no mirarla.

El padre se excusó y se retiró a descansar, ya eran las diez menos cuarto de la noche. Clara se había sentado junto a nosotras y se pintaba las uñas de rojo con puntitos blancos (como la famosa seta). Yo tenía que ir a hacer pis.

_ Al fondo a la derecha _ Dijo Carolina.

Al llegar al aseo abrí la puerta, el padre de clara estaba dentro. El llevaba un pijama de rayas y se había sacado el pene por la bragueta. Me quedé muda y con los ojos muy abiertos: Nunca había visto un pene así de gordo sin estar erecto, era largo como una cuarta y media, muy gordo y oscuro, ¡que sería eso empalmado! Juan se dio la vuelta y su cara al verme fue de estupor; dijo al par que se metía esa “trompa” gorda en la bragueta muy deprisa:

_ ¡Pero Margarita!, ¿no llamas?

_No estaba cerrado el cerrojo por dentro, señor; perdón.

_Es verdad chica, perdona tú.

Cerré la puerta por fuera y al momento salió el algo ruborizado. Me dio las buenas noches y se metió en su dormitorio. Seguimos un rato más trabajando, hasta que Carolina dijo:

_Margarita, esto ya está acabado, perfecto chica, muchas gracias por ayudarme.

_Me alegro señora, me voy antes de que se haga más tarde.

Un apartamento céntrico demasiado pequeño, tenía: Una cocina, un baño, un comedor, un dormitorio de matrimonio y otro más pequeño, el de la hija; debía irme sin esperar, no quería ser un engorro para ellos. Eran las diez y media y, como me dijo carolina, su calle no estaba muy transitada a esa hora. Clara le dijo a su madre:

_Mama, el último bus ya ha pasado, ¿porque no se queda Margarita a dormir en mi habitación?, en mi cama cabemos las dos.

Clara había estado con nosotras toda la tarde, su belleza tierna, su delicadeza y sus gestos me habían embelesado. Sus miradas hacia mí habían sido constantes, mirando mis muslos bajo la minifalda; sonriéndome, ruborizándose; soplándose el flequillo mientras me miraba. La había sorprendido varias veces mirando mis hermosos y grandes pechos. Mis pezones reaccionaron a sus miradas endureciéndose y marcándose en la blusa blanca, tanto que; ¡hasta el padre de Clara no había podido evitar mirarme las tetas! (No había llevado sujetador, la blusa no era transparente, pero aquellas miradas y la chispa de Clara, no las había previsto).

Carolina me miró, después miró a su hija y no vio maldad en ninguna de las dos.

Carolina no sabía de mi condición, no voy pregonando que soy bi, pero como no lo he dicho en el trabajo (no tengo obligación) no voy a llegar a casa de mi jefa y soltarlo allí. Tenía que aceptar el taxi que me ofrecía mi jefa, pero la tentación de disfrutar solo de la cercanía de Clara me hizo dejarme llevar.

Me dijo Carolina:

_Si te lo dice Clara es que no le molesta compartir dormitorio, pero si quieres te llamo un taxi o saco mi coche de la cochera y te llevo.

_ Lo que usted vea mejor Carolina.

_ Decidido, te quedas con Clara y mañana nos vamos las dos al trabajo en mi coche, que estoy cansada, ¿vale?

_ Vale señora.

Se duchó Carolina, salió del baño y, sin decirme nada, se metió en su dormitorio envuelta en una bata de baño blanca. Después me duché yo, Clara ya se había duchado antes, como dije. Mi jefa, cuando salió del baño, ¡ni se acordó de ofrecerme ropa!, ¡no pensaría que me iba a poner otra vez las mismas bragas! Salí del baño con una toalla grande liada a mi cuerpo, desde los pechos hasta medio muslo; salí descalza, con toda mi ropa y mis zapatos bajo el brazo. Fui ligero hasta el dormitorio de clara, llamé, entré y cerré la puerta por dentro. Al verme Clara de esa guisa me dijo:

_Margarita, ¿no te ha dejado mi madre un pijama?

_Se le ha pasado ofrecerme ropa, estaba cansada, bueno estábamos cansadas las dos.

Clara abrió el armario y me dio unas braguitas suyas, un camisón de seda blanco y un pijama corto y me dijo:

_A ver qué te queda mejor.

Dudé, pero al final pensé que éramos dos chicas: Me desprendí de la toalla con la luz encendida, Clara estaba en su cama con su pijama puesto. Antes de probarme las prendas, me volví a secar todo el cuerpo, los ojos de Clara estaban clavados en mí, en mi grueso coño, en mi vello púbico pelirrojo, no muy poblado y sin rasurar hacía un mes. Se me cayó la toalla y, al recogerla del suelo para ponerla sobre la silla, le di la espalda a clara, ella no pudo evitar decirme:

_ Que culazo tienes Margarita, volverás locos a los chicos.

_ Bueno, hay de todo.

Clara no solo había visto mi culazo en pompa, también había visto mi chocho expuesto por atrás; pero de eso no dijo nada.

Me di la vuelta y me puse sus braguitas, las que me había prestado; me quedaban un poco justas. Me metí encima el pantaloncito de pijama, ¡fatal! Se me ajustaba demasiado al culo y era incómodo. Me lo quité y me puse el camisón, era muy suave, lo sentía acariciar mi piel; la seda me hace tanto bien. Me metí en la cama y me arropé con la sábana y con la colcha.

Clara y yo estábamos tumbadas boca arriba, me hablaba de la facultad, de sus amigas, etc. Yo hablé poco, tenía ganas de escucharla, su voz quebrada y dulce me gustaba sin más. Al rato, Clara cesó de hablar y se dio la vuelta, dándome la espalda para dormirse. Yo hice lo mismo e intenté quedarme dormida, pero al cabo de largo rato seguía despierta. El calor y la excitación no me dejaban dormir, no estaba yo segura si ella estaba despierta también, pero creía que sí. Eran ya las dos de la mañana, hacía mucho calor, ¡maldito cambio climático!, me desarropé y ella hizo lo mismo con sábana y colcha, Clara estaba despierta. Al ver ella que yo también estaba despierta, me habló bajito:

_ Que calor hace, ¿verdad Margarita?

_Si Clara, mucho calor; estoy sudando.

Clara se levantó y abrió la ventana de par en par y, al abrirla, entró la luz de una farola; una tenue luz que caía sobre la cama. Incluso habiendo abierto la ventana, se movía poco el aire. Me sudaban los pechos y la frente y, el camisón de seda, se me pegaba al cuerpo. Clara dijo:

_No se puede dormir.

_ Pues sí Clara, no se puede, y mira que estoy cansada. En mi casa, cuando hace mucho calor duermo desnuda, pero aquí no estoy en mi casa y no lo he visto bien durmiendo juntas.

_Margarita, no me digas eso, tu, ¡como si estuvieras en tu casa!, y por mí no te preocupes, ¿no somos dos chicas?, y la verdad es que yo a veces también duermo desnuda, pero estando contigo también me ha dado corte porque no nos conocíamos, ¿quieres que durmamos desnudas?, o te parece mal, aunque seamos dos mujeres.

Sus palabras con tanta gana y su tono de voz, me decían que, además de por la calor, Clara tenía ganas de que nos desnudáramos porque deseaba rozarse conmigo. Le respondí como si aquello fuera lo más natural del mundo; aunque yo no creía que ella lo hubiera hecho antes con ninguna amiga, lo de dormir juntas me refiero… lo otro tampoco:

_Me parece muy bien Clara, después de oírte hablar a mí ya no me da corte; a ver si así dormimos mejor. Si tú lo ves bien, pues yo lo mismo.

Me levanté de la cama y me saqué el camisón por la cabeza, lo puse en la mesita y me quité las bragas, ¡que me estaban estrujando “el bollo”!

La luz, entre blanca y azulada, de la lámpara led de la farola de la calle; alumbraba todo mi cuerpo haciendo más visibles mis curvas y mi propia blancura. Clara se lo quitó todo sin salirse de la cama, por último, puso sus braguitas sobre una silla junto a su lado de la cama. Clara se arropó hasta la barbilla, pudorosa. Alcé la sábana de arriba y me metí junto a ella en la cama. Estábamos acostadas frente a frente, a escasos quince centímetros la una de la otra. Su aliento me daba en los labios, tenía un olor dulce; mi pulso se aceleró un poco y me hizo respirar con más intensidad. Mi aliento entonces se derramó sobre su bonita cara, estando así de cerca me preguntó:

_Margarita, ¿te sientes bien así desnudas?

_Si, «abogada»

_ Lela, todavía no soy, ya te dije que es mi primer año de carrera.

_Es broma, Clara. Eres tan mona, que me apetecía bromear.

_ vale… Margarita, eres muy guapa.

_ Gracias Clara, tu eres un primor.

Mientras Clara se iba quedando dormida, se fue apoyando contra mí; nuestros hombros estaban juntos. Yo estaba despierta y mis labios estaban a cinco centímetros de la boca de Clara, Mi sexo se fue distendiendo y ablandando, tenía ya la raja empapada. Clara se dio la vuelta buscando la postura para dormir y; al hacerlo, su brazo rozó uno de mis pezones, endurecido en ese momento por la excitación, y gordo como un dado de apuestas. Un leve suspiro salió de su boca, yo me giré hacia el lado contrario y quedamos espalda con espalda.

Al intentar dormirnos, las dos arqueamos nuestros cuerpos, con lo cual, nuestros glúteos se chocaron. Sentí la delicada piel de sus cachetes y me estremecí. Clara retiró su culo y, ¡al momento!, lo volvió a dejar aplastarse contra el mío. Mi chocho era todo un hormigueo, sentí el sudor de sus nalgas y de las mías compartiendo el calor. Clara se volvió a girar y se pegó a mi cuerpo, sus pezones pequeños, pero duros como los míos, se clavaron en mis omoplatos; ¡pero lo más excitante y maravilloso!, fue sentir como su vello púbico secaba el sudor de mis nalgas; ¡que placer! Un vello tan suave que parecía el de un melocotón, pero más largo y rizado. Me quedé dormida, con mi nueva amiga pegada a mí.

Me desperté al rato y me di la vuelta, quedando otra vez nuestras bocas muy cerca la una de la otra. Mi aliento en sus labios hizo que Clara abriera los ojos y nuestras miradas se encontraran, iluminadas con la leve luz de la calle. Con un hilo de voz me preguntó:

_Margarita, ¿alguna vez has besado a otra chica?

¿Qué pregunta es esa Clara?, puede que sí.

_Solo es hablar, Margarita; yo nunca he besado a otra chica, pero, cuando mi mejor amiga, me habla así de cerca como estamos ahora; siento ganas de besarla y, ¡solo con pensarlo!, me pongo roja delante de ella.

_ Nunca la has besado, aunque solo sea acercándote a su boca al besar su mejilla.

_No.

Acerqué mis labios a los suyos aún más, y estando a dos centímetros nuestras bocas, le dije:

_ Clara, ¿quieres besarme?, si lo deseas, aquí está mi boca. Será algo sólo para las dos.

No dijo nada, me miró con un brillo intenso en sus ojos y cerró sus párpados. Solo tuvo que estirar sus labios para chocarlos con los míos. Sus labios gruesos ardían, los apretó contra mi boca y a los dos segundos los despegó de nuevo y suspiró.

Puse mi mano izquierda detrás de su cabeza, tiré de ella hacia mí y le comí la boca a besos: le chupaba el labio superior y después el inferior, ¡ay de mí!, pensé, que rica estaba. Le mordí un poco el labio inferior, abrió la boca y con mi lengua jugué con la suya. Me aparté de ella y le dije:

¿Te ha gustada Clara?

_ Un montón Margarita, estoy muy excitada, que dulce me ha parecido; me ha gustado tanto o más que cuando me besa un chico.

La había seducido, no me sentía mal por ello, aunque ahora tenía que ser sincera:

_ Clara, no te lo dije antes, porque no se lo había contado a tu madre y porque no tenía ninguna intención de besarte; pero ahora te lo tengo que decir. Clara, yo soy bi, he salido con chicos y con chicas.

_Margarita, no me importa, si lo hubiera sabido antes, también te habría invitado a mi habitación.

_ Eres estupenda Clara.

_ Tú también Margarita, es que estoy tan feliz aquí contigo, que me dan ganas de llorar.

_ Clara, ¿tú tienes novio ahora?

_ Ahora no, ahora tengo aquí una pelirroja que me ha comido la boca, jajaja.

_ Bueno, que simpática esta Clarita.

Le di un beso en los labios de «un solo toque», adulando su ocurrencia. Clara dio un suspiro y me habló:

_Solo he tenido un novio, o podría decir, «un pulpo», solo quería meter mano y no hablaba de nada interesante, eructaba por la calle y le gustaba ser borde, lo dejé, solo salimos seis meses.

¿Te folló?

_ ¡Pero Margarita!, que pregunta más directa. No, no lo dejé que me lo hiciera; pero fue por lo borde que era, no porque no lo deseara.

La abracé sin preguntarle si quería o no, a mi abrazo, siguió otro de ella apretando su cabeza bajo mi cuello. Al abrazarnos juntamos nuestros pechos, mi pezón izquierdo coincidió con el suyo derecho. Sentir la dureza de los dos pezones chocando entre sí, me provocó estremecimiento en todo el pecho. La abracé más fuerte y le besé la mejilla, su perfume de Chanel me embriagó. Nuestros pechos sudorosos estaban aplanados como dos flanes en todas direcciones, mi vello púbico, a medio crecer, acariciaba el suave bajo vientre de ella. La besé en la boca de nuevo, le chupeteé los labios como si me los fuera a comer. Con mis labios y con mis dientes después, atrapé su lengua y jugué con ella como si fuera un manjar. Clara se deslizó por la cama, hasta atrapar el pezón de mi pecho izquierdo; lo succionaba con sus labios y, los hoyuelos de sus mejillas se marcaban más. ¡Me mordisqueó el pezón y tiró de el!, lo estiró varias veces y mi pezón se puso más largo y gordo que ya estaba. Con la tenue luz de la farola de la calle, pude ver mis senos, y comprobé que ese pezón estaba el doble de grande que el otro; era como un dedo rosado y rugoso; que apuntaba a Clara, como acusándola de su «erección». No contenta con eso, Clara agarró mi otro pezón e hizo lo mismo con él. Me sentía como una oveja preparada para dar de mamar.

Bajé la mano derecha y acaricié su sexo sin depilar ni recortar, pero tan suave y homogéneo que era como la seda. Mis dedos peinaban su chochito, mi dedo índice jugaba con sus labios menores, abiertos y húmedos, parejos como los míos pero de menor tamaño. Metí mi cara entre sus tetitas y las saboreé, suaves, pequeñas. Sus pezones oscuros eran dos dardos, se los chupé con ganas un rato.

No podía esperar, gateé por la cama hasta llevar mi boca junto a su sexo. El chocho de clara estaba empapado, pero aun así, su olor era dulce y fresco. Le metí la lengua en la raja hasta que con ella tonteé con su clítoris, haciéndolo saltar de su escondite como un berberecho duro y resbaladizo. Le daba con la lengua alrededor de su clítoris, las piernas de Clara se convulsionaban en espasmos de placer. Profundicé con mi lengua en su coño hasta que mi boca se aplastó contra sus labios mayores, que eran como un bollito tierno en el exterior. Lo mordí con mis dientes, mi boca abierta atrapaba a la vez sus dos labios mayores, ladeando mi cabeza.

Movía mi lengua despacio, de arriba abajo y viceversa, aceleré más y más; como si mi lengua fuera el barco vikingo de las ferias. Sus labios menores bajo la tenue luz, eran tan perfectos como los pétalos de una orquídea. Se derramó en mi lengua, brotando como un manantial sobre mi boca. Mi lengua recogía su líquido como una cuchara y lo lanzaba a mi garganta; ¡toda mi boca se llenó de su frescor! Le limpié el vello púbico con la lengua, despacio, recorriéndolo todo; me tragué algún que otro pelo.

Intentamos no exteriorizar nuestro placer con sonidos, solo algún gemido muy suave, para que sus padres no pudieran oírnos desde su dormitorio. El dormitorio de mi jefa y de su marido está en el otro extremo del piso; pero en el silencio de la noche, cualquier ruido suena más.

Yo no podía creer lo que estaba viviendo, cuando acudí a aquella casa, no sabía cómo era Clara, solo conocía su nombre, pero ni idea de que me gustaría tanto.

Me dijo Clara con un susurro de voz:

_Margarita, estoy muy excitada, me estás haciendo muy feliz, te quiero hacer lo mismo yo a ti.

Quería que me lo comiera desde atrás, pero no se lo pedí, solo que se lo dejé claro.

Me puse de rodillas en el centro de la cama, agaché la cabeza hasta aplastarla contra la almohada. Arqueé la espalda y alcé mi culazo, obligando a mi coño a salir por detrás. Clara puso sus manos en mis cachetes y me clavó sus uñas pintadas como setas venenosas. Antes de sentirla a ella, sentí su aliento caliente en mi grieta empapada, mi «flor» se abrió y dejó extendidos mis rosados labios menores, para que ella hiciera lo que quisiera conmigo.

Su lengua, delicada y juguetona hizo círculos en mi ojete, mi ano se abría y se cerraba con mini espasmos. En uno de esos espasmos, mi ano al abrirse, ¡atrapó la punta de la lengua de Clara!, ¡que mujercita!, me estaba volviendo del revés. Me sacó su lengua del ano y la introdujo en mi vagina, Clara la movía en todas direcciones. Mi clítoris se escapó del capuchón carnoso que lo envuelve y Clara lo atrapó con sus labios, luego lo lamió un rato muy despacio, como si comiera un mini helado…aaaaaaaa, susurré.

Mi orgasmo fue explosivo, salpicando toda su cara. Caí en la cama rendida, boca arriba y con las piernas abiertas. Clara separó mis muslos con sus manos, hasta dejarme abierta como a una rana.

Ella siguió haciéndome lo que le daba la gana. Empezó a chupar mi gordo bollo, cubierto de vello pelirrojo a medio crecer. Me daba bocados, me lamía la raja a lengüetazos, moviendo mis labios internos como alas de mariposa. Tuve otro orgasmo, primero un poquito y luego un estremecimiento que me hizo correrme a chorros (me pasa solo a veces). El primer chorro salió de mi coño muy intenso y se estrelló en la nariz y en la boca de Clara, para el segundo ella ya había abierto la boca y le entró sobre la lengua; el tercero más suave sólo se chorreó por su barbilla. Me dijo Clara con su cara embadurnada de mí:

_Margarita, ha sido, no sé qué decir, estoy como en un sueño, ¿lo haremos más veces?

_Si tú quieres sí.

Miré mi móvil, eran las seis y media de la mañana, cogí la toalla que traje del baño, me lie en ella y fui a darme una ducha.

Cuando mi jefa y yo bajábamos en el ascensor de camino al trabajo, ella me miró a los ojos con una mirada intensa e inquisitiva. Me ruboricé y miré hacia otro lado, a la vez me quitaba de la lengua un pelo rizado y suave.