Luego de doce años me encuentro con Carmen, mi gran amor

Al empezar 1961 de nuevo estaba en un puesto fronterizo del desierto, éste junto a Argelia, pero con las mismas vistas de antes, desierto, desierto y más desierto, sin vestigio de vida aunque eso fuera una ilusión, pues la vida se agarra a la vida, surge y prospera en todos los ambientes, por hostil que sea. Pero ahora era diferente. Lo que antes se me hizo insufrible y aburrido esta vez me servía de calmante, daba sosiego y paz a mi espíritu, tan traumatizado por los cuatro meses pasados en el Congo. Cuando con los binoculares de campaña observaba ese paisaje desértico tan cambiante, con sus arenales y espacios pedregosos, las cadenas de dunas de arena arrastrada por los vientos o las someras montañas de dura roca, todo ello seco, árido, en esta otra vez me tranquilizaba antes que agobiarme. Hasta la atmósfera que allí se respira, agobiante y a veces casi irrespirable por la casi permanente calima que reina, se me hacía más llevadera. Ahora todo eso era para mí como uno de esos gajes de la vida imposibles de sortear y ante lo que sólo queda el remedio de adaptarte y aceptar buenamente lo que no tiene remedio ni cura

Incluso a veces me sentía monje: Uno de aquellos monjes que a los tradicionales votos de castidad, pobreza y obediencia sumaban el de combatir hasta la muerte por la Cristiandad, uno de los monjes de aquellas famosas Ordenes Militares de Santiago, Calatrava, Alcántara, Montesa, San Juan…

Y lo que antes era una intuición ahora se hacía patente realidad para mí: Amaba esta vida, lo que significaba. Amaba ser lo que era, soldado y legionario, a la Legión en sí misma. Todo eso se hizo parte de mi, de mi propia existencia y supe que eso es lo que sería hasta el fin de mis días: “Legionarius in Eternum” Allí, entre aquellos hombres, tantas veces rudos e incultos, pero siempre fieles y leales hasta morir por la Patria o en apoyo de un camarada en apuros, haciendo bueno hasta la exactitud aquello que reza el Credo Legionario en su apartado, «Espíritu de Compañerismo: “Al grito de «A mí la Legión», acudirán todos y, con razón o sin ella, apoyarán al compañero en apuros», encontré una especie de familia. Así, el regreso a la Legión fue como volver al hogar tras largas y abrumadoras jornadas lejos de todo ser querido.

Por un momento recordé a Carmen, ese amado y lejano tormento mío, y el daño que me hiciera hacía… Mucho, mucho tiempo, para mí entonces. Lo veía tan lejano después de todo lo ocurrido que me parecía que hacía siglos que sucediera. Y comprendí que la decisión aquel día tomada fue un verdadero acierto. No por lo que entonces pensara o buscara, el olvido en el fragor del combate; no, no por eso sino por lo que la Legión ha acabado por ser para mí, bálsamo de las heridas del alma y a Dios doy gracias por permitir que aquel día tomara tal decisión.

Otro aspecto que por entonces, cuando ya entraba en la recta final de mis 23 años, era mi situación personal. Que sería legionario de por vida era algo perfectamente deseado y asumido, pero ¿con qué aspiraciones? ¿Ser simple “legía” toda mi vida? Indudablemente que no. Y esperar años y años a ser suboficial, oficial incluso, mediante la especial Escala Legionaria tampoco era lo que pretendía. El acceso directo a las oposiciones de ingreso a la Academia General Militar de Zaragoza valiéndome de mi título de Bachiller mi edad, 22 años ya cumplidos, me lo vedaba. Pero había otra posibilidad, la Escala de Complemento. Esta Escala, aunque permitía el ascenso de cabo a alférez en pocos meses, en sí no tiene futuro pues el empleo de oficial no te lo asegura más allá de los 34 años, pero te brinda la posibilidad de poderte presentar a las oposiciones a la General Militar hasta los 27 años, con lo que dispondría aún de cuatro para ingresar.

En mi última escapada a Villa Cisneros me dirigí al Cuartel General del Tercio donde la gente que estaba de guardia, era domingo, me informó de todo lo referente al asunto por los Diarios Oficiales del Ejército. Al parecer, para acceder a los cursos de Complemento era imprescindible ser cabo y, siendo ya cabo, en cuatro-cinco, seis meses máximo, podía ser alférez.

Al día siguiente, lunes, al regresar al desierto pude ver al teniente de la sección para ser incluido en el primer curso de cabos que se convocara. Resultó que había un curso convocado para el 1 de Marzo y con plazas libres todavía, con lo que en primero de Junio pude lucir el galón de cabo y en Septiembre empezar los cursos de la Escala de Complemento de modo que a mediados de Febrero de 1962 lucía la estrella de alférez y me pavoneaba cosa mala entre la “parroquia” (1).

Ya no estaba en aquel puesto fronterizo, aunque tampoco dejé el desierto, pues me dieron el mando de una sección con cuatro de esos puestos bajo mi control. Entre marzo/abril de ese año apareció en el Diario Oficial la convocatoria para el ingreso en la Academia General Militar y yo presenté mi instancia para concurrir a examen, con lo que en Junio, con 24 años recién cumplidos, estaba en Madrid de paso para Zaragoza.

Y ahora, con el corazón encogido y un nudo en la garganta, telefoneé a mi casa. Cuando escuché la voz de mi madre… no pude ni hablar. Ella insistió: “Dígame… dígame”… y yo seguí en silencio, incapaz de articular palabra. Iba ya mi madre a colgar diciendo “Otro gracioso que llama sólo por molestar” cuando al fin me salió un sonido, unas palabras de la garganta, y aún estas enronquecidas y casi balbuceando.

· So… so… soy… soy yo… mamá

El silencio de unos segundos y la voz de mamá.
· Javier, Javi hijo, ¿eres tú, de verdad, eres tú?
· Sí mamá, soy yo, Javier. ¿Cómo estáis?
La voz de mamá cambió al instante, descargando la furia, la rabia, por años y años sin saber nada de mí, sufriendo, en silencio, mi ausencia
· ¿Que cómo estamos? ¿Y tú qué crees, después de? ¡SEIS AÑOS JAVI, SEIS AÑOS SIN SABER NADA DE TI! ¡Crápula, golfo, sinvergüenza, mal hijo!… ¡DEGENERADO! ¡Y te atreves a preguntar que cómo estamos!…
Las voces que daba mi madre restallaban en mi oído hasta casi hacerme daño. Retiré un momento el auricular y al volver a acercarlo era la voz de mi padre la que escuchaba
· .…ahora te acuerdas? Mira Javier, ante mí ni aparezcas porque… porque… ¡Te mato!… ¿Me oyes?… ¡Te mato!…
De nuevo la voz de mi madre que, al parecer,a le quitó el teléfono a papá
· No hagas caso a tu padre Javi, que ya sabes cómo es. Pero dime hijo, ¿Cómo estás tú? ¿Dónde estás? ¿Te pasa algo hijo mío?
· Mamá, si me dejáis hablar podré contestaros algo. No mamá, no me pasa nada y estoy bien, de verdad mamá muy, pero que muy bien. Y aquí, en Madrid.

· Javier, ¿por qué nos hiciste eso, escaparte? ¿Tan mal te tratábamos? Si estabas mal con nosotros, habérnoslo dicho, ya sabes lo que te queremos y alguna solución habríamos encontrado a los problemas que con nosotros tuvieras. Pero… ¡Escaparte, así, sin una palabra!… ¿Sabes lo que hemos pasado todos estos años? No, no lo sabes… ¡Llegamos a creerte muerto, muerto en cualquier lugar, Dios sabría dónde! (Mamá estaba tan alterada que ni se había enterado de que estaba en Madrid)
· Sí mamá, lo comprendo. Perdóname por favor, perdonadme todos, papá, tú, mi hermana… Aunque no os lo creáis, os he echado mucho de menos a todos vosotros, os he añorado muchísimo.

Tanto mamá como yo estábamos llorando. Tras otro segundo en silencio, atragantado por la congoja que me dominaba, seguí hablando.

· No mamá; no me marché por vosotros… Fue por Carmen; me hizo sufrir mucho aquella tarde… Me rompió por dentro. Tenía muerta el alma y quería morir, morir de verdad… y… ¡Me fui a la guerra!
· ¡Pero qué dices hijo… ¿a la guerra?… ¿A qué guerra?
· (Ahora quien hablaba era mi padre) ¡Pero qué dice tu madre! ¿Qué significa eso de la guerra?
· Pues… eso mismo ¡Que me fui a la guerra!… A la de Ifni-Sahara
· ¿Te volviste loco o qué? Y…¿cómo pudo ser si eras menor de edad? No entiendo nada Javier No nos estarás contando un cuento para ablandarnos, ¿verdad?…
· No papá; no os miento; es todo cierto. Me alisté en la Legión. ¿Cómo pudo ser? Sencillo: Cuando me pidieron la documentación dije que no la tenía, que la dejé en casa cuando me escapé pero juré por todo lo jurable que tenía 21 años cumplidos y…el sargento reclutador pues hizo como si le estuviera contando los Evangelios…
· (Papá, tras un coro silencio) ¡Alistarte en la Legión, y sin documentación! Lo dicho, estás loco. Y, ¿qué es de ti ahora? ¿Qué haces? Porque imagino que lo de la Legión se acabaría ya.
· Pues no, que sigo en la Legión. Cabo efectivo y alférez menos efectivo: De la Escala de Complemento. Estoy en Madrid, como le decía a mamá, pero de paso hacia Zaragoza. Esta tarde tomo el TALGO para allá. Voy a examinarme para ingresar en la General Militar y espero aprobar este mismo año, todo lo más el próximo. Papá, tengo ya dos medallas, la de la Campaña Ifni-Sahara y la de Sufrimientos por la Patria. Sí papá, estuve en la guerra y entré en combate varias veces, aunque lo más duro fue lo de Edchera: Más de cien bajas en una fuerza, la XIII Bandera, que no alcanzaba los 450 efectivos, casi el 25% de bajas, con la mitad ellos muertos… Uno de los heridos fui yo, con dos disparos en el cuerpo. Y eso cuenta a la hora de sumar puntos en el examen; como también el presentarme siendo alférez.

Papá volvió a enmudecer pero enseguida habló de nuevo.

· Vaya Javier, te veo bien, muy centrado y eso me tranquiliza. Pero sobre todo me enorgullece cuanto me cuentas. Veterano de Ifni y…. ¡HERIDO DE GUIRRA! ¡Casi nada hijo! Un abrazo muy fuerte Javi. Así quiero yo verte, un verdadero hombre. Sin alharacas y mucho menos alardes de camorrista perdonavidas, pero sabiendo estar a la altura de lo que corresponda, sabiendo afrontar las responsabilidades en cada momento y cumpliendo siempre con tu deber, sobre todas las cosas. Me enorgulleces Javier, hijo

Al otro lado del teléfono empecé a escuchar algo de jaleo y distinguí al momento la aguda voz de mi hermana diciendo “Vosotros ya habéis hablado con Javi pero yo no, así que me toca” Y seguidamente su voz en mi auricular
Al otro lado del teléfono empecé a escuchar algo de jaleo y distinguí al momento la aguda voz de mi hermana diciendo “Vosotros ya habéis hablado con Javi pero yo no, así que me toca” Y seguidamente su voz en mi auricular
· Javi, hermano, ¿de verdad has estado en la guerra y te han herido?
· Eso es Mariló, tú directa, sin preguntarme ni cómo estoy Ja, ja, ja. Pues sí hermanita he estado en la guerra y allí me hirieron. Pero dime pequeña, ¿Cómo estás? Seguro que sigues tan guapina como antes, con esa nariz tan respingona. Y también seguro que sigues siendo tan respondona como entonces, pero ¿sabes? (Bajando un poco la voz) Te he echado mucho de menos, aunque me hicieras rabiar tanto y tantas veces. Otra cosa chiquitina, ¿sigues rompiendo el corazón de cuanto chaval se cruza contigo?
· Javi, pues sigues tan chinchoso como siempre. Pues no, ya no voy por ahí…como dices. Senté la cabeza y… ¡Soy una señora casada desde hace ocho meses largos!… y… ¡Con una barriga que ya, ya, de algo más de seis meses! ¡Dios y qué gruesa estoy! Me miro al espejo y ni me reconozco, yo siempre tan delgadita y tal. Pero soy muy dichosa Javi, esto de esperar ser madre es lo más bonito del mundo.
· ¡Vaya hermanita, esto sí que no me lo esperaba! ¡Tú casada y esperando prole! ¡Y yo, sin enterarme de que voy a ser tío ¡Pero si aún eres una cría!
· Pues no hermanito, que voy a cumplir los 22 años y ya soy mayor de edad
· Claro, es verdad, ya eres una venerable ancianita. Y ¿quién es el afortunado mortal? ¿Le conozco?
· Pues….sí que le conoces, es, es… Eduardo
· ¿Eduardo Linares? ¿El “jirafa”?
· ¡Ves como eres un chinchoso! ¡Pues no es tan alto y desgarbado! Es guapo…y me quiere mucho…y yo a él
Yo reía a mandíbula batiente. ¡Eduardo, el bueno de Eduardo, el “Jirafa”! Buen amigo y mejor persona pero, Señor, lo más desgarbado y patoso que se pueda uno imaginar. Le gustaban las chavalas más que a un perro un picatoste pero tan pronto tenía una fémina cerca se ponía colorado como un tomate y la lengua se le trababa que era una vida suya. Menudo espectáculo daba entonces, con el pobre hecho un lío, el rostro a punto de llamearle y la lengua no ya trabada, sino tartamudeando a todo trapo, viento en popa y a toda vela.
Y mi hermana todo lo contrario. Extrovertida, dicharachera, alegre, con una risa que te envuelve y acababa por embrujarte. Sin ser lo que se dice una belleza, resultaba muy atractiva. Tenía un don especial, natural, para concentrar en sí misma la atención de todos cuantos la rodearan o, simplemente, se cruzaban con ella por la calle. Los chicos la volvían loca y no podía pasar sin tener siempre alguno al retortero.

Es inteligente, bastante más que yo, pero alérgica a cuanto sea esfuerzo. Cuando llegaban las fechas de las evaluaciones escolares de cada mes, en casa se armaba la de Dios, pues ella, como mucho, venía con aprobadillos raspadetes y más de uno, mejor más de dos, suspensos, lo que a mi padre le hacía perder los estribos: El, tan serio, tan trabajador siempre, no podía admitir que su hija, ella precisamente, su ojito derecho, fuera como era. Y de desordenada nada digamos: En su cuarto siempre andaba todo manga por hombro. (Desordenado todo)

Pues bien, estos dos seres, tan distintos como el agua y el aceite, que no hay manera de mezclarlos, habían acabado casándose. No lo podía creer… Misterios de la insondable naturaleza. Pero me alegraba. Eduardo era un gran chico que sabría amarla y hacerla dichosa. Claro, que ya sabía yo quién llevaría el bastón de mando en ese hogar. Pobre Eduardo en manos de semejante diablesa, pero también dichoso él, pues Mariló es, como él, una gran persona y sabrá hacerle feliz. Bien mirado, pueden ser una pareja perfecta, no sólo se compenetrarán sino que se complementarán mutuamente, cada uno es el complemento ideal del otro. Sí, creo que ambos serán felices. Y así se lo hice saber a mi hermana
Mariló cariño, perdona, pero ya sabes cómo soy, siempre tomándolo todo a broma. Y de corazón te felicito, no podrías haber elegido
un hombre mejor. Ni tampoco él una mujer mejor. Sé que seréis felices porque os lo merecéis, como también sé que mutuamente sabréis haceros dichosos el uno al otro. Y bueno, muchísimas felicidades por el rorro, ese sobrinito que entre los dos me daréis. Te quiero mucho a ti y también a Eduardo. Dale un abrazo y la felicitación de mi parte.

Gracias Javier hermano, muchas gracias. Se las transmitiré a Eduardo de tu parte. Verás, él no se pone pues no está todavía en casa. El pobrecito mío se pasa el día trabajando ¡Para que yo me “funda” el dinero ja, ja, ja! Oye, que eso es broma, no vayas a creer que soy una manirrota. Al menos ahora, pues soy una mujer de su casa muy, pero que muy responsable y administro el dinero que tú no veas: Ni un céntimo en gastos innecesarios. Y porque yo me ocupo de ello, pues si fuera por Eduardo, pobrecito mío: Cada día me compraría un vestido, unos zapatos, cualquier cosa. Pero no. No puede ser, nuestro hogar lo tenemos que sacar adelante y somos nosotros, él y yo, quienes tenemos que sacarlo. Y si él se sabe ganar el dinero yo debo saber administrarlo, hacer que cada mes nos llegue para todos los gastos y, además, procurar que cada mes sobre algo, por si las moscas. Bueno Javier, te dejo pues papá se está poniendo de un pesado que no veas.
Ahora volví a escuchar la voz de mi padre, que ya le oía a lo lejos pedir a gritos a mi hermana el teléfono

Que sí Javier, que sí, que también tu hermana sentó del todo la cabeza, a Dios gracias. Desde que se puso novia con Eduardo varió como quien da la vuelta a un calcetín. Y veo que de verdad se quieren los dos. Como imaginas estamos muy contentos con ellos dos. Viven muy cerca, en Menéndez Pelayo, a dos pasos de casa y frente al Retiro. Como le digo, al chico que venga le vendrá muy bien ir allí. Tu hermana pasa en casa casi todas las tardes, a veces hasta come con nosotros. Luego, sobre las nueve, viene Eduardo a buscarla. Suelen cenar aquí casi todas las noches y luego se van a su casa. Por eso la has encontrado hoy aquí
· O sea papá, que estáis bien y contentos a lo que veo. Pues no sabes lo que me alegro.
· Una cosa Javier, ¿dónde estás exactamente?
· Os llamo desde Atocha, desde lacafetería El Rubí exactamente.

· Y, ¿a qué hora tomas el tren?

· Pronto papa, cogeré el TALGO a Zaragoza a las dos de la tarde.

· Pues espéranos un momento que enseguida estaremos allí y comemos todos juntos. Un momento Javi, de verdad

· De acuerdo papá, aquí os espero.

De nuevo se puso mi madre un momento al teléfono para enviarme nuevos besos y abrazos y colgamos.

Algo más tarde más demedia hora más tarde, aparecieron los tres, mis padres y mi hermana, por la puerta de la cafetería y yo me levanté yendo a su encuentro, pero tan pronto me tuvo a su alcance, mi madre me detuvo en seco de un bofetón. ¡Dios y qué tortazo que me dio! ¡Varios días estuvo doliéndome la mandíbula, no digo más! Mamá es así, muy, muy cariñosa, porque al momento me abrazó y cubrió de besos, pero con una mano más larga que el manido día sin pan. De crío, cuando me decía “Niño que te doy”, era porque ya llevaba al menos un par de “cachetes” encima. Y es que, en aquella época, años 40, 50 y hasta los 60, al menos, los padres eran muy suyos y daban “galletas” de a kilo en cuanto te descuidabas.

Y que no se te ocurriera aparecer en una comisaría o juzgado acusándoles de “Maltrato Infantil”, que te devolvían a casa con la coletilla ”Señora, que su “niño” les quería denunciar por haberle dado un sopapo”, porque entonces sí que te enterarías de lo que vale un peine. Mi padre nunca me puso la mano encima, pero mi madre se las valía ella solita a las mil maravillas. Y eso, tuvieras la edad que tuvieras: Un padre o una madre siempre eran eso y el respeto se mantenía. La verdad es que razón no le faltaba, pues lo que les hice no tenía perdón: Seis años de tremendo suplicio sin saber nada de su hijo, si vivía o estaba muerto; y si vivía, cómo vivía. Sin podérselo explicar, sin encontrar el por qué de lo ocurrido. Eso de ¿Por qué Señor, por qué?

Y allí quedé yo, con mi impecable traje legionario de paseo, mi estrella de alférez en el “chapiri” y en la “galleta” al pecho, mis dos medallas luciendo en la camisa y una cara de gilitonto que para qué te cuento. Y para qué te cuento el cachondeo que se formó en nuestro entorno; la acción de mi madre había hecho de nosotros el centro de todas las miradas y el papelón en que yo quedé, un esforzado miembro de la mítica Legión Española, Caballero Alférez Legionario y, para más “Inri”, con dos medallas al pecho, públicamente abofeteado por una señora. Las risitas y algo más que risitas a mi alrededor acentuaban mi cara de más panoli que tontaina que era una vida mía. Y el colmo volvió a ser mi madre que, echándome los brazos al cuello, me plantó dos sonoros ósculos, uno en cada mejilla, al tiempo que decía con voz lo suficientemente estentórea para dominar los ruidos del local:
· ¡Señores!, es nuestro hijo, el pródigo que escapó de nuestra casa hace ya seis años y hasta hoy al grandísimo sinvergüenza no se le ocurrió decir ni palabra sobre él. ¡Y es que estuvo muy ocupado alistándose en la Legión para hacer la guerra por España en Ifni y el Sahara!… Muy ocupado en ser herido de guerra por España dos veces… Muy ocupado en ser condecorado por España con las medallas de Sufrimientos por la Patria y la de la campaña Ifni-Sahara… Y en otras mil aventuras más como lo de ascender a alférez por sus propios medios. Pero eso de escaparse y no decirnos ni palabra hasta hoy, como entenderán, no iba a dejarlo impune, que sea lo que sea yo soy y seré siempre su madre. ¡Dónde iríamos a parar si esas cosas se quedaran así!

Y el local estalló en un rotundo aplauso, aunque por ello no decayeran las risitas, contenidas unas, sin contención algunas otras y en francas carcajadas otras cuantas más. Así que yo me dije: “Calma Javier, mucha calma; ya sabes, serenidad ante la tormenta” Y tieso como un palo, con más orgullo que D. Rodrigo en la horca, tomé del brazo tanto a mamá como a Mariló y me abrí paso hasta la barra, cosa que no me costó ningún trabajo, por cierto, ya que a todo el mundo le dio por cedernos el paso. Ya en la barra como por ensalmo apareció ante nosotros un solícito camarero dispuesto a tomar nuestra comanda de cuatro cervezas y un par de raciones de gambas a la plancha, que por una vez me sentí dadivoso y consideré que la ocasión no era para menos, siendo atendida la comanda a velocidad de vértigo. Bueno, las gambas no aparecieron tan vertiginosas pues había que hacerlas antes, pero en fin, casi que como las cervezas. Me chocó de todas formas la rapidez con que apareció el solícito camarero y lo veloz del servicio, pues la barra estaba bien poblada de clientes que a gritos demandaban atención a sus deseos y nosotros no éramos precisamente los primeros en allegarnos a los dominios “camareriles”, pero en fin, «Doctores hay que les responderán mejor que yo».

Con tranquilidad pero lo más pronto que pude acabé, acabamos, lo pedido; pero aquella mañana y en ese local las sorpresas aún no habían acabado, pues cuando solicité la cuenta a pesar de las protestas de papá por pagarla él, el solícito camarero me sale con la noticia de que la casa invitaba al héroe de guerra herido por la Patria. Luego, tras dar las gracias por la deferencia y tomar de nuevo por el brazo a mi madre y hermana, con paso firme, frente alta y envarado cual si palo me recorriera de coronilla a cóccix, enfilé la salida con paso tan ligero como alma que escapara del mismísimo Diablo, haciendo así honor al insistente reclamo de mi cerebro: “Trágame, tierra”. Ya en la calle miré a mamá con un mudo reproche en los ojos a lo que ella, con la mayor desfachatez del mundo replica.
· ¡No te enfurruñes con mamá cariño!

Y entonces la guinda al pastel. Con el mayor desparpajo va mamá y me hunde los dedos en el cabello hasta dar con mi hermoso “chapiri” en el duro suelo. Me agaché a recogerlo y, cuando me incorporaba, digo con la voz más quejumbrosa que pude sacar de mi garganta.
· ¡Mamá, te acabas de cargar la poca moral legionaria que me quedaba! ¡Me la has hundido hasta el fondo!

Y lanzando una alegre carcajada que fue coreada a modo por los tres, papá, mamá y Mariló, pasé ambos brazos por la cintura de las dos mujeres para, seguidos por papá y aún riendo todos, meternos en el bar de Atocha más cercano donde nos sentamos en torno a una mesa para consumir dos o tres rondas de cerveza acompañadas por más raciones de gambas y otras de sepia, calamares y no sé qué más.
Faltaba algo más de dos horas para que mi tren partiera, tiempo en el que con las raciones pedidas casi comemos, y durante el cual me fueron poniendo al día de lo últimamente sucedido en la familia.

A la semana más o menos de que yo pusiera “pies en polvorosa”, cuando ya se perdió toda esperanza de dar conmigo, ellos tres dejaron el pueblo para volver a Madrid y nunca más volvieron por allá.

Desde entonces la alegría se esfumó de casa. Nadie hablaba, nadie decía nada, ni mi nombre se mencionaba aunque de las mentes de todos nunca se fuera, siempre pensando dónde estaría, qué sería de mi, qué habría pasado por mi cabeza para tomar aquella decisión que nadie entendía. Mi hermana empezó a salir de ese marasmo al poco, año y algo después, merced a la atención que asiduamente empezó a dedicarle el “Jirafa”, rendidamente enamorado de ella al parecer desde tiempo atrás. Y. ¿qué mejor consuelo para las amarguras de una joven y tierna muchacha que las lisonjas y la mirada de “carnero degollado” de un joven doncel, incluso si es tan patoso y desgarbado como mi amigo Eduardo? Y claro, las sinceras muestras de cariño y devoción del bueno de mi amigo, poco a poco, casi imperceptiblemente, empezaron a hacer mella en el romanticoide corazoncito de mi pizpireta hermana hasta acabar enamorada del desgarbado doncel hasta el tuétano.

Pero para mis padres el harina fue de otro costal, no podían en forma alguna superarlo. Mi madre se fue apagando poco a poco. Se convirtió en una sombra de la mujer fuerte que siempre fue, deambulando como sonámbula por la casa, la calle que sólo pisaba si ello era imprescindible para el necesario abastecimiento de su hogar. Antes había sido una mujer no solamente fuerte, sino sobre todo alegre y animosa, amiga de salir con mi padre por las noches al cine, a cenar y bailar y no sé qué más. Hasta más de una noche, cuando alcancé la suficiente edad para entender “esas” cosas, la escuché bramar encendida cuando, al volver a casa, celebraba en la alcoba, con mi padre, las alegrías de la salida.

También mi padre llevó su alma en su almario y su carácter, serio y un tanto seco, se tornó agrio, irritable y taciturno. Hasta el despacho llegó a resentirse y en la práctica sus socios acabaron por mandarle a casa, que no trabajara ni apareciera por allí para no espantar más clientes. Y eso acabó por ser peor, pues papá se encerró en sí mismo…y en su despacho de casa de donde, a veces, no salía ni tan siquiera para comer o dormir.

Ahora, hoy, me daba cuenta casi exacta del terrible daño que les hice. Los hijos no podemos darnos cuenta del daño que más a menudo de lo que parece hacemos a nuestros padres. Y es que para de verdad ser consciente de ello es necesario antes ser padre o madre; sólo con esa premisa llegamos algún día a entender el daño que en otros tiempos pudimos hacerles.

A los tres años, tres y pico tal vez, mis padres compraron una casita baja con algo de césped o jardín a la entrada en un todavía pequeño y dormido pueblecito de la sierra norte madrileña, la hoy día llamada “Sierra Rica”, donde empezaron a pasar los veranos y donde mis padres al fin empezaron a encontrar algo de reposo para sus quebrantados espíritus. Para mi madre pronto aquello se convirtió en un refugio al que retirarse de vez en cuenta a dar serenidad a sus cuitas, la acompañase mi padre o no. Allí, rodeada de silencio y quietud y con la compañía, a veces, de alguna señora del pueblo con quien hiciera algo de amistad, mi madre acababa por sentirse en paz y tranquila.

También para mi padre los retiros al pueblecito aquel fueron un descanso pues al ver a mi madre más tranquila y animada él se sentía, a su vez, sosegado y en paz. Pero el gran sedante para los dos fue el noviazgo de mi hermana y su posterior boda. La noticia del embarazo que les haría abuelos cayó en casa como lluvia en páramo yermo. Y las tardes que Mariló empezó a pasar en casa como bálsamo que sana heridas enconadas. A Dios gracias.

A mí me dieron entonces una noticia que creí me hundiría de nuevo en el abismo, pero que cuando me la dieron me dejó casi indiferente: Unos tres años atrás Carmen se casó con un sujeto que poco antes conociera en Valencia y que creían era murciano pues, tras la boda, el nuevo matrimonio pasó a residir en Murcia, o en uno de sus pueblos, no lo sabían bien. Y que al poco les nació un hijo o una hija pues no recordaban qué fue, niño o niña. Por sí mismos no supieron nada; fue tiempo después, con motivo del viaje a Madrid de un familiar del pueblo que pasó a visitar a mis padres, que lo supieron.

Eso era algo que yo nunca había querido ni plantearme, que Carmen, por finales, se enamorara y se casara con otro. Me causaba espanto sólo pensarlo, pero cuando el evento se hizo realidad ante mí no fue como esperaba, pues simplemente me dije: “Es lo normal Javier, pasaría antes o después. Bien claro te lo dijo, no eres su tipo de hombre, y eso no tendría remedio nunca. Luego, encaja y aguanta, macho”. Y encajé y aguanté, sin que ni un solo músculo me temblara.

Si dijera que no me afectó la noticia mentiría, pues era el adiós definitivo a una tibia esperanza que todavía anidaba en mi corazón, pero… ¿Eso iba a abatir a un bravo legionario? ¡Ni hablar del peluquín!

Lo curioso fue que desde aquel 15 de Agosto de hacía ya seis años, ella nunca volvió tampoco al pueblo; solo iban sus padres y por poco tiempo, pues más o menos un par de años después también ellos dejaron de ir.

Finalmente, aquel año no logré ingresar en la AGM, pues me suspendieron en dos asignaturas: Matemáticas y química. La verdad es que tuve poco tiempo para prepararme adecuadamente, cuatro meses escasos. Pero tuve la compensación, muy importante para mi entonces, de poder pasar tres días en casa, con mi familia. Lo de la AGM podría esperar hasta el siguiente año, que volvería con renovados ímpetus y bastante mejor preparación, que es lo que al final cuenta. Y mi padre sostuvo esta opinión.

Ya cuando les vi en Atocha unos días antes en mis padres no había rastro de lo que antes pasaran, pero la tarde en que volví a casa tras seis años ausente, cuando al fin llegó mi hermana, esta vez con su marido, mi amigo Eduardo el “Jirafa”, que, por cierto, así le llamé al abrazarle cuando nos vimos, Mariló me dijo algo que me llenó de alegría, pues era la certificación absoluta de que los traumas pasados eran eso felizmente: Pasado. Y es que me dijo en tono muy, pero que muy malicioso.

· Por cierto hermano, ¿sabes lo que pasó el otro día, cuando llegamos a casa tras dejarte en el TALGO? Que papá y mamá me dijeron que les perdonara, que estaban muy cansados y se iban a echar un poco la siesta… ¡Pues no veas cómo “bramaba” mamá al poco, como en aquellas salidas que hacían y las celebraban al volver a casa! ¡Y no veas cómo “bufaba” papá, que eso era nuevo!… Ja, ja, ja

Mis padres, los dos, papá y mamá, se pusieron rojos como tomates maduros; y entonces papá lo acabó de arreglar cuando, poniéndose en pie, muy serio y apuntándonos con el dedo, nos espeta: “¡Chicos!” . Entonces ya fue el acabose, el cachondeo que siguió a la intervención de mi padre fue apoteósico, con mi hermana, mi cuñado y yo riendo a carcajadas, a más no poder. Por finales, hasta mi madre rompió a reír, mientras decía.

· ¡Hay hijos, qué queréis, estábamos muy contentos y durante la vuelta lo decidimos. Además, ¡hacía tanto tiempo!… ¡Ah, y no veáis cómo se portó vuestro padre! ¡Puro encaje de bolillos fue aquello!

Y eso para mi padre ya fue demasiado y, enfurruñado, desapareció para encerrarse en su despacho, tal y como hacía siempre que se sentía inseguro. ¡Odiaba eso de no dominar las situaciones!

Y lógico, mi madre salió tras él aunque riéndose aún. Al rato aparecieron los dos, muy juntitos y amarteladitos, sonrientes y felices como dos colegiales enamorados. ¡La mano izquierda de mi madre, que se las pintó siempre sola para “trastear” a mi padre a su antojo!… Y perdón papá por la acepción taurina del «trasteo por bajo».

Desde aquel verano empecé a pasar con mis padres las vacaciones estivales, en la casa que poseían en el pueblecito serrano de Madrid, como también las de Semana Santa y Navidad, estas otras ya en la casa de Madrid.

Allá en ese pueblo también pasaba los veranos mi hermana, con mi cuñado cuando éste tenía las vacaciones, como también los fines de semana, a estas alturas del siglo totalmente popularizadas en casi toda España, y cuando Eduardo tenía que trabajar ella sola.

Ambos compraron otra casa, esta con piscina, (a mi cuñado parecía irle bastante bien) en ese pueblo y muy cerca de mis padres.

Como ya esperaba, en la siguiente convocatoria, Junio de 1963, logré aprobar el ingreso a la AGM, con lo que el 1 de Septiembre me incorporaba a la Academia como alférez cadete de segundo curso, pues el empleo de oficial convalidaba el primer curso.

Fue la primera vez que me desprendí de mi querido uniforme legionario para vestir el típico del Ejército, reglamentario en la Academia, qué se le iba a hacer.

Así, tras dos años en Zaragoza con los cursos comunes a todas las Armas y Cuerpos del Ejército, más otros dos en la Academia de Infantería de Toledo cursando las materias específicas del Arma, a fines de Junio de 1967 lucía las dos estrellas de teniente en mi uniforme y pedía destino en mi viejo Tercio Sahariano Alejandro Farnesio. Pero no lo logré, pues mi primer destino fue en el Regimiento de Infantería “Saboya” nº 6, de guarnición en Leganés.

Lo de estar en Leganés a mis padres les encantaba, pues me tenían en casa, pero a mí me desesperaba y, como es natural, empecé a remover Roma con Santiago para poder volver con los “míos”, los “legías”; desde recurrir al coronel jefe del Tercio hasta elevar instancias al Estado Mayor del Cuartel General del Ejército y a la Inspección de la Legión en Ronda.

Y, finalmente, lo conseguí, pero no donde quería, el «Farnesio», sino en el Juan de Austria, IIIº de La Legión/VIIª Bandera, en El Aaiún, donde me incorporé en Mayo de 1968, a días de cumplir los 30 años.

Ese año obtuve el permiso veraniego en Agosto, por lo que el mismo día uno estaba en casa, dispuesto a pasar el mes en la casa de la sierra madrileña; pero mis padres me tenían preparada la sorpresa de que ese año el verano querían pasarlo, por vez primera en estos últimos doce años, en el pueblo que fuera cuna de todos nosotros desde ni se sabe cuándo. A mí, aquello me fue indiferente, qué más daba un sitio que otro, lo importante era refrescar los calores estivales y descansar un poco. Además, me picaba la curiosidad respecto a los que en aquellos tiempos, más que juveniles de tardía adolescencia, fueron mis amigos. Temí un poco ante los recuerdos que podían asaltarme, pero pronto deseché todo temor: Qué me podía frustrar ya después de decir el adiós definitivo a Carmen…

Luego de dos días, lo justo para descansar algo del viaje, emprendimos la marcha al pueblo, con mi hermana y mi sobrino,(sí, sobrino, un chico, que fue lo que Mariló trajo al mundo) en el asiento de atrás con mi madre, mi padre delante, junto a mí, que iba al volante. Mi cuñado vendría algún fin de semana y durante la segunda quincena de Agosto.

El 3 de Agosto dormimos ya en la casona ancestralmente familiar y al día siguiente, tras ducharme y tomar el desayuno que mi madre nos impuso a todos, café con leche y mantecosas, unas tortas de manteca de cerdo, típicas del lugar, salí a dar una vuelta por el pueblo, paseando en el más absoluto incógnito hasta llegar a la plaza Mayor, única, por cierto, del pueblo, y a no tantos metros de la casona.

Al llegar a la plaza me planté casi en su centro, admirando la belleza arquitectónica que en sí es esa plaza que en mis lejanos años mozos no aprecié como debía: Construida en el siglo XVI es de planta rectangular cerrada en tres de sus lados por magníficos edificios de estilo renacentista con pórticos corridos en sus bajos soportados por arcos de medio punto, todo ello construido en piedra viva. El cuarto lado se abre a una pequeña plazuela, separada de la Plaza Mayor por un murete de 60, 70 cm. de alto, aunque por el lado de la plazuela sean unos dos metros hasta el suelo, donde se alza la iglesia parroquial, de estilo gótico con extensiones renacentistas a sus costados. Entre estas extensiones renacentistas se incluye la hermosa torre del campanario de curiosa planta rectangular. Llama la atención una segunda torre, también de forma rectangular, que aparece al lado derecho de la del campanario, separadas ambas por un angosto callejón que rinde en la plaza. Esta segunda torre pertenece al conjunto de uno de los edificios porticados que cierran la plaza, la llamada “Lonja del Corregidor”, y el conjunto de las dos torres ofrece una vista impresionante cuando se accede a la plaza desde la calle Mayor. Bueno, lo verdaderamente excepcional es la misma visión del conjunto de esta plaza al acceder a ella desde la citada calle Mayor. Resulta, en verdad, sobrecogedora por su belleza sobria, sencilla, pero monumental; una de las muestras arquitectónicas más bellas de España. En esta plaza se encuentran, amén de la iglesia parroquial, el ayuntamiento y el casino, amén de varios bares

Llevaría pocos minutos plantado allí, en mitad de la plaza, cuando me sorprende una voz a mis espaldas

· ¡Javier, Javier Andrade! ¡Dios, y cuánto tiempo

De inmediato reconocí la voz. ¡Ella, Carmen! ¡Señor, que tuviera que ser precisamente ella la primera persona conocida con quien me en contrara al regresar al pueblo después de tanto tiempo! ¡Suerte la mía!

Quedé algún segundo sin reaccionar hasta que me empecé a girar hacia donde venía la voz, pero no me dio tiempo a nada, pues de pronto me encontré con Carmen que, llevando sus brazos a mis hombros, me besaba en ambas mejillas

· ¡Cuánto tiempo, Javier, cuánto tiempo! ¡No me puedo creer que estés aquí!

Carmen se había separado de mi, y, ¡Dios mío, qué guapa, qué bella, qué embrujadora que, al instante, me pareció! Los años se habían portado más que bien con ella, pues estaba mucho más hermosa y deseable que nunca. Desde luego, el matrimonio, los embarazos, le habían sentado espléndidamente. ¡Maldita suerte la mía! Cuando logré reponerme algo le devolví los ósculos en las mejillas y pude empezar a hablar

· Hola Carmen, yo también me alegro de verte. Sí, ha pasado algún tiempo desde la última vez. Exactamente, el próximo día 15 hará doce años.

Carmen se puso seria de golpe y bajó los ojos un momento. Pero enseguida también ella se repuso y, alzando de nuevo la cabeza, siguió hablando.

· Te veo muy bien Javier; desde luego cambiado, muy, muy, cambiado, pero bien. ¡Hasta me pareces más guapo!

· ¡Tú sí que estas, no ya más guapa, sino espléndida!

· Hombre, gracias por el cumplido. Tú, tan galante como siempre. ¡Pero cuéntame, Javier, ¿qué es de tu vida? Supongo que te habrás casado, ¿cuántos hijos tienes?

· No Carmen, no me casé, sigo soltero…y sin compromiso. Tú creo que sí te casaste, incluso me dijeron que tienes un hijo. Bueno, a estas alturas supongo que más de uno. Me alegro por ti Carmen; de verdad que celebro que seas feliz

El rostro de Carmen, por un momento se ensombreció, y su mirada se perdió en una nada más allá de mí, del horizonte… Pero fue sólo eso, un momento. Enseguida volvió hacia mí sus ojos, e intentando esbozar una sonrisa algo forzada, me dijo.

· Sí Javier, me casé Y sí, tuve, tengo, un hijo… Lo siento Javi, pero no me puedo entretener más. Lo dicho, me alegro mucho de volverte a ver, Javi. Hasta otro momento.

Quedé allí, donde estaba, viendo cómo se alejaba de mi y desaparecía calle Mayor abajo, sin moverme. No entendía esa reacción. ¿Por qué se había ido así? ¿Había dicho yo algún inconveniente? Pienso que no, nada de particular le había dicho, pensaba yo al menos ¡Bah, mujeres!, me dije y también yo marché calle Mayor abajo, a casa.
FIN DEL CAPÍTULO

NOTAS AL TEXTO

1.- Literalmente posible, cuando menos, por esas fechas. En la madrugada del 19-20 de marzo de 1963 ingresé en el cuartel del Regimiento Infantería “Covadonga nº 5” empezando así mi Servicio Militar. Aquella misma noche se me acercó un “veterano” con galón de cabo 1º. Era Adolfo de la Macorra, compañero mío de colegio años ha. Se había alistado voluntario en Diciembre del 62 para intentar acceder a la Academia General Militar. En Junio de ese año “juré bandera”, y mi amigo Adolfo llevaba ya un mes luciendo la estrella de Alférez. Es decir, que era Alférez de Complemento a los SEIS MESES, escasos más bien, de ingresar como simple recluta.