Lo que empezó como una provocación, termino en sexo

Era sábado. Estaba en la terraza de un bar con mi esposa, con mi cuñada Aurora y con su hija Teresita. Teresita estaba a mi lado tomando un Acuarius y resguardándose del sol del mes de mayo tras sus gafas de sol Prada Unisex. Vestía un chándal azul, calzaba unas zapatillas Adidas azules con franjas blancas y llevaba su largo cabello negro recogido en una trenza que le bajaba por su teta derecha. Yo estaba con mi Samsung en la mano chateando con un amigo que me estaba hablando de una muchacha a la que se follara y me iba dando los detalles… Me mandaba fotos de ella desnuda, alguna donde le mamaba la polla, otras donde se veía comiendo el coño de aquella preciosidad…

Teresita me miraba para la mano cada vez que la bajaba para apretar mi polla morcillona. Cada vez que yo la pillaba mirando para ella apartaba la vista y acomodaba el culo en la silla dando síntomas de nerviosismo.

Teresita era una muchacha muy morena, de veinte años, con unos ojazos negros… Sin las gafas y la mascarilla azul puesta parecía Jasmín, la de Aladdín.

Unos diez minutos más tarde la polla me había mojado el pantalón. Teresita llevaba un ratito viendo la mancha de humedad… Acomodó el culo en la silla, bajó una mano y apretó el chándal contra en coño. Mi mano se posó sobre su mano, su mano dejó el coño y agarró el bulto que hacía mi polla empalmada, la apretó para saber su grosor, y luego se levantó y fue al servicio.

No quise arriesgarme, pero si voy tras ella casi seguro que me la follo.

Cuando Teresita volvió del aseo traía una sonrisa de oreja a oreja. Se había hecho una paja cojonuda. Al llegar ella se fueron al aseo mi mujer y mi cuñada. Le entré a matar.

-Mojado cómo debes tener el coño después de la paja que te hiciste te lo comía y no tardabas ni un par de minutos en correrte en mi boca.

No negó que se había masturbado, pero cómo Teresita era curiosa, me preguntó:

-¿Quién era el amigo que te puso tan cachondo, tío?

Yo estaba interesado en otra cosa.

-¿Te lavaste las manos?

-No.

-Déjame oler los dedos con los que te masturbaste.

-¿Para?

-Para saber cómo huele tu coño.

Me dio a oler el dedo medio y el anular de su mano derecha. Olían a vicio.

-Diooos. ¡Qué hambre me entró!

Teresita iba a lo suyo, saciar la curiosidad.

-Dime ahora quien era ese amigo.

Le mentí.

-Un amigo con tetas y coño.

-Me lo imaginaba. ¿Le metes los cuernos a la tía con ella?

-Con ella aún no se los metí.

-¿Y se los quieres meter conmigo, claro?

-La idea es jodida. ¿Qué me dices de lo de comerte el coño?

-Que no soy una mujer ligera de cascos.

-Yo apostaría lo que sea a que te acabas de hacer una paja.

-Eso lo hacemos todas, la tía incluida, pero de eso a dejar que nos coman el coño… Aunque la tía dice que se corre siempre que se lo comes.

Me dejó a cuadros.

-¡¿Hablas con ella de esas cosas?!

-No, lo hablaba la tía con mi madre cuando aún vivía con ella y yo ponía la oreja, más de una paja me tengo hecho.

-¿Pensado en que te la comía?

-No, pensando cómo se la comería mi madre a la tía y cómo la tía se la comería a ella.

-No me creo ni una palabra.

-Me la suda que me creas o no. ¿Te contó que una vez le comí la boca en la cocina de vuestra casa?

-¿Y eso cando fue?

-Hace tres años.

-¿No pasó nada más después del beso?

-Pregúntaselo a ella.

-Entonces es que pasó. ¿Le comiste el coño?

-Pregúntaselo a ella.

Viendo que no me iba a responder lo que le preguntaba, volví a lo mío.

-¿Entonces tú y yo…?

-Nunca se puede decir de esa polla no voy a mamar, pero hazte a la idea de que mi coño ya tiene dueño.

Cuando las cosas se ponía más caliente llegaron del aseo mi mujer y mi cuñada. Por la cabeza me pasaron cosas raras… En fin, al rato cada cual se fue a su casa, no sin antes de derramar cerveza en mi pantalón para que el lamparón no me delatara.

Al llegar a casa, en la cocina, cuando mi mujer iba a coger un helado en el congelador, la agarré por la cintura. Me dijo:

-¿Qué quieres, subnormal?

Es así de cariñosa conmigo cuando ve que quiero tiki taka.

-Lo sabes de sobras.

Cogió un helado de cucurucho, se dio la vuelta, le dio unas lamidas y me dijo:

-¿Te puso cachonda Teresita, cabrón?

La besé en el cuello y cuando quise besar en la boca, giró la cara y lamió la bola del cucurucho de nata y fresa.

-¿Y eso a que viene?

-A las miradas que te echaba a la entrepierna. ¿Estabas empalmado?

Le agarré las tetas y se las magreé mientras le mordía el lóbulo de una oreja.

-Estaba.

Ella seguía lamiendo el helado.

-¿Con quién te estabas escribiendo?

Frotando mi polla morcillona en su coño, le dije:

-Me contaba un amigo cómo se follara a una chavala y me mandaba fotos de ella desnuda.

-¿Alfonso?

Busqué de nuevo su lengua cubierta de nata y fresa, pero de nuevo me hizo la cobra, le respondí:

-Sí.

-Ese no cambia. ¿Qué hizo Teresita con su mano cuando la bajo?

No sé cómo coño se había dado cuenta, pero estuviera al tanto de todo. Le volví a mentir.

-Rascarse una pierna.

-Ya. ¿Te cogió la polla?

Confesé.

-Uno par de segundos.

Por tercera vez quise comerle la boca. Esta vez mi boca recibió algo. Me dio la bola del cucurucho a lamer. Lamí y me dijo:

-¿Te puso cachondo?

-Cachondo me estás poniendo tú.

-Responde a mi pregunta.

-No, cachondo me puso mientras fuisteis al aseo con su madre.

-¿Te dijo que se había hecho una paja?

-¿Tú también te diste cuenta de que se fuera al aseo para hacerla?

-Yo y su madre. ¡Cómo folles con Teresita te la corto!

Intenté sacar de ella.

-¿La pudiste follar tú y yo no puedo?

-¡¿Qué?!

-A ver, el beso en la cocina…

Al verse descubierta no me dejó acabar de hablar.

-Fue solo un beso y era una cría.

-Con diecisiete años no se es tan crío.

-Para mí sí lo era.

Comencé a enredarla mientras le bajaba las bragas.

-¿Te gustó?

-Fue algo diferente.

Seguí investigando.

-¿A qué sabe su coño?

Le dio un mordisco al cucurucho.

-No digas tonterías.

-¿Y el de Aurora?

-¿Te dijo que su madre y yo hacíamos la tortilla?

Mi mujer no había levantado la voz en ningún momento. Eso solo podía ser por una cosa, tenía ganas. Había que improvisar.

-Y que se masturbó pensando en cómo la haríais.

-¿No creerías a esa putita!

-La creí. Hace años cuando nos enfadábamos siempre acababas durmiendo en su casa en vez de ir a la de tu madre.

-Era mi amiga.

-Y Juan se había ido con otra, y…

-Calla de una puta vez. Sabes de sobras que no me gustan las mujeres.

Me puso la mano en la cabeza y me la llevó al coño. Le volvía a preguntar:

-¿Sabe mejor el coño de Aurora o el de Teresita?

-No se lo comí a ninguna de las dos, pero me acabas de poner cachonda.

La había pillado.

-¿No decías que no te gustaban las mujeres?

-Calla y come.

Mi mujer ya estaba mojada. Me llevó poco tiempo hacer que el cucurucho le cayese de la mano, que se desparramase sobre una baldosa y que se corriese en mi boca mientras sus manos acariciaban mi cabello.

Me costara poco hacer que se corriera, y me costara poco porque sabía lo que le gustaba que le hiciera mi lengua en su coño.

El marido de Teresita era enfermero y trabajaba de noche y mi mujer estaba cuidando de los nietos en casa de mi hijo, ya que su esposa y él salían a cenar. Yo ya estaba en cama cuando me sonó el teléfono móvil que tenía encima de la mesita de noche, lo cogí y oí la voz de Teresita.

-¿La tía se queda toda la noche en casa del primo?

-Sí.

Sin más ya se me ofreció.

-Estoy desnuda sobre mi cama y necesito echar un polvo urgentemente.

Me vestí, pillé el coche y cinco minutos más tarde llamaba a su casa de la playa. Me abrió la puerta cubierta solo con una camisa blanca que le llegaba a las rodillas. Miró para los lados, no vio a nadie, y me dijo:

-Pasa.

Entré con la mascarilla puesta, ella estaba sin ella, cerró la puerta, quité la mascarilla, le levanté la camisa blanca y le metí una lamida de culo que hizo que se apoyara con las manos en la parte de arriba de la puerta, abriera las piernas, y me dijera:

-¡Qué bueno!.

Lamí entre las nalgas y le eché la mano derecha al coño, lo tenía encharcado. La cabrona se acababa de correr. Le di la vuelta, se abrió los cinco botones que llevaba abrochados, se quitó la camisa y la tiró al piso. Desde abajo vi sus tetas redondas y gordas, pero me centré en su coño peludo, le pasé la lengua de abajo a arriba, la pasé plana y arrastré cantidad de jugos, me enderecé y le metí la lengua en la boca para que saboreara sus jugos. Me devoró la lengua al tiempo que me echaba la mano a la polla y la apretaba. Luego me fui a por sus gordas tetas, unas tetas con areolas rosadas y pezones medianos. Se las comí bien comidas, luego bajé a su coño y se lo comí cómo se come un pastelito de nata, saboreando con cada lamida, saboreando los jugos que cubrían sus labios, los que tenía cerca de su ojete, y saboreando los jugos que mi lengua llevara a su clítoris, me dijo:

-Cuando me corra quiero que la tragues toda.

Era el momento para preguntar.

-¿Te tragaste tú los de tu tía?

-Si, me tragué sus corridas.

No sabía si era cierto o no, pero la respuesta me puso la polla aún más dura de lo que ya la tenía. Le enterré la lengua en el coño, lo movió alrededor y corriéndose, me dijo:

-¡Traga, tío, traga!

Sentí sus jugos calientes bajar por mi lengua y caer en mi boca. Se corrió mientras jadeaba cómo una perra, mientras sus piernas temblaban y mientras los dedos de sus manos tiraban de mis pelos.

Cuando me soltó los pelos en vez de ponerme en pie seguí lamiendo su coño. Paré solo para decirle:

-Voy a hacer que te corras otra vez.

-Cómeme antes las tetas.

Al comérselas metió dos dedos en el coño, los mojó de jugos y después frotó con ellos el clítoris. No me dejó comerle las tetas mucho tiempo, ya que poco después, hizo que me agachase y puso una pierna sobre mi hombro derecho y su coño mojado delante de mi boca. No hizo falta que me dijera que se la comiera. Mi lengua recorrió todo su coño mojado… Al rato sus gemidos la delataron, se iba a correr. Le quité la pierna de encima, me levanté, saqué la polla empalmada y mojada, y le dije:

-Te toca.

No lo entendía. Se lamentó.

-Pero, si me iba a correr.

Metió la polla en la boca de mala gana. Solo le dejé darle media docena de mamadas. La cogí por las axilas e hice que se levantara, luego le levanté una pierna, me agaché y se la clavé hasta las trancas. Al rodear mi cuello con sus brazos, le eché la mano a las nalgas, la cogí en alto en peso, la arrimé a la puerta y le di caña brava. No duramos nada, ni ella ni yo. Su boca comió mi lengua, su coño apretó mi polla y al sentir cómo la bañaba, me corrí y le llené el coño de leche.

Después de correrse quiso más, y más le di, solo que más despacio. Dándole despacio sentía sus tetas apretadas a mi pecho y lo cariñosa que podía ser su boca…, pero cómo pesaba lo suyo, me cansé. El macho ibérico no se lo iba a decir, así que le dije:

-Quiero que te corras otra vez en mi boca.

Sonrió y me dijo:

-Vicioso.

La puse otra vez en el piso. En sus muslos morenos vi mucha humedad cerca del coño y a lo largo de ellos algunos jugos y leche, el resto de nuestras corridas estaba en el piso en cuatro pequeños charquitos. La cogí por la cintura y lamí desde el periné al clítoris sin apretar la lengua, despacio al principio y más a prisa a medida que sus gemidos me lo recomendaron. Cuando cogió mis pelos, me dije: «De aquí salgo calvo», pero no me tiró de ellos, al comenzar a correrse dio con las palmas de las manos contra la puerta y mientras se corría arañó el barniz. La corrida fue gloriosa. Me harté de tragar sus delicias con textura mucosa y sabor agridulce.

Al acabar, la muy cachonda, me dijo:

-¡Qué educación la mía! Se me olvidó preguntarte si querías tomar algo.

Claro que iba a tomar, pero eso si tal os lo cuento otro día.

Quique.