Lo que comenzó como noche de chicas, termina como una noche demasiado lujuriosa

Era viernes y como cada viernes tocaba salida de chicas, no es que me apeteciera demasiado después de una dura semana de trabajo pero por muchas pegas que pusiera, de poco iba a servir para Mary e Isabella de modo que llegue a casa y decidí darme una ducha relajante y prepararme para la noche que me esperaba.

Me miré frente al espejo de mi habitación y solo veía una diosa sensual, apenas lograba reconocer a aquella mujer de curvas sinuosas metida en un minúsculo y apretado vestido negro con un escote que no pasaba inadvertido con un busto tan exuberante.

Mis pupilas se dilataron apreciando lo que veía ante el espejo.

Calcé mis pies con unos tacones rojos, pinte mis labios carnosos del mismo rojo intenso que los zapatos.

Arreglé un poco mi pelo con los dedos dándole forma a esa incontrolable melena de rizos rojizos. Última vista al espejo y lista para salir.

Apagué la luz de la habitación y recorrí el pasillo hasta la puerta de entrada del piso, una vez cerrada la puerta miré el móvil y llamé a las chicas.

– Tara, ¿dónde estás? — Sonaba la fina voz de Isabella a través del altavoz.

– Voy de camino al pub, no tardo el tiempo de coger un taxi. — Llegaba tarde, pero no tenía muchas ganas de salir hasta que ellas se habían empeñado.

– Bien, pero no te tardes que estamos esperando en la puerta.

– De acuerdo. — Dicho eso colgué la llamada y cogí el primer taxi que pude.

En menos de cinco minutos estaba en la puerta del pub, pude ver a Isabella y Mary esperando en la cola para pasar dentro. Me puse junto a ellas y las saludé con un gran abrazo, era el ritual de cada viernes. Noche de chicas solteras, tres diosas pisando el asfalto.

– He sido puntual ¡eh! — Sonreí socarrona.

– Menos mal, pensábamos que no llegabas. — Soltó con malicia Mary mientras sonreía.

– Siempre vengo, es lo que cuenta… Además eres tú quien tarda un siglo en arreglarse no te quejes por esperar una vez. — Nos reímos ante la pelea infantil que estábamos teniendo.

Estábamos poniéndonos al día de esta larga y ardua semana mientras la cola iba avanzando y nosotras con ella.

Una vez entramos en el garito la música estaba alta, había bastante gente pero se podía caminar y pedir una copa en la barra.

La barra estaba en el centro, arriba había una especie de reservados VIP, a la derecha unos sillones de cuero rojo y negro con las paredes forradas del mismo tono y textura, y a la izquierda la pista de baile donde estaba atestado de gente moviéndose y contoneándose al ritmo de la música más caliente que pudiera existir. El local en sí era una mezcla de habitación de sado y el infierno… Aunque que iba a saber yo de eso si nunca había estado en una habitación de sado y tampoco en el infierno, dada mi escasa vida sexual podría decirse que incluso era virgen de nuevo, porque era imposible que sino otro gallo cantaría.

– Que animado está todo ¿no? — Dijo Mary sonriendo.

– Eso parece. — Espetó Isabella.

– Está noche mojamos — les dije sonriendo. — ¿Qué? ¿Una copa?

Me abrí paso entre la gente hasta la barra, Isabella y Mary me seguían de cerca, muchos chicos se quedaban mirando al vernos pasar era divertido ver sus miradas lujuriosas como si fuésemos un bocado exquisito que deseaban probar.

Al llegar a la barra sonreímos al camarero y en seguida tuvimos toda su atención.

– ¿Qué puedo servirte guapa? — Sonrió de forma seductora.

Aunque era guapo, no era mi tipo. Joven unos veintitantos, rubio de ojos oscuros, cuerpo musculado embutido en una camisa blanca y unos jeans azules oscuros.

Bella se lo estaba comiendo con los ojos de modo que pensé en facilitarle las cosas.

– Hola… ¿Tu nombre es? — Pregunté con una sonrisa ladina.

– Jeremy. — Dijo alzando las cejas curioso.

– Bien Jeremy, te presento a mi amiga Isabella pero los amigos la llamamos Bella, es noche de chicas y para empezar nos vas a poner unos chupitos.

– Encantado Isabella — le sonrió de forma provocativa — marchando esos chupitos.

– Igualmente Jeremy. — Balbuceó Isabella colorada como un tomate.

Isabella me miro de forma fulminante como si estuviera a punto de matarme allí mismo.

– ¿Qué? — Le pregunté sonriendo.

– Te mataré…

– Quizás me lo agradezcas después del polvazo que vas a echar con ese camarero que tanto te comes con los ojos, lo único que hice fue facilitarte las cosas. Por ahí viene, aprovecha la ocasión.

– No me dejéis sola con él. — Se quejó como una niña pequeña en una rabieta.

– Tranquila no va a comerte, al menos que tú quieras claro… — Le dije de forma juguetona.

Mary empezó a reír a carcajadas.

– Aquí tienen sus chupitos señoritas. — Dijo servicial.

– Oye Jeremy, mi amiga Mary y yo queremos bailar pero Bella no quiere, me pregunto si podrías charlar con ella de vez en cuando y no dejarla a manos de cualquier tiburón que se acerque a por un bocado tan especial.

– Será un honor quedarme con Bella. — La miró como si quisiera comérsela.

– Bien. — Sonreí. – Nos vemos después Bella.

Mary y yo nos mezclamos entre la gente mientras bailábamos, la música sonaba fuerte, en menos que cantaba un gallo, Mary bailaba de forma sensual con un chico mientras esté le susurraba algo en el oído y ella asentía.

Me miró para decirme con gestos que iba a tomar una copa con el chico que acababa de conocer.

De modo que me quede sola bailando en la pista, la noche de chicas ya no me parecía tan divertida, aunque mirándolo de esta forma podría tomar una copa e irme a casa a ver una película.

Me acerqué a la barra en el extremo opuesto donde Bella conversaba con Jeremy y sonreía relajadamente, Mary besaba al chico desconocido.

Había conseguido lo que quería, ellas se divertían y eso me hacía feliz.

– ¿Qué te pongo? — Preguntó la camarera.

– Un Tequila. — Me senté en un taburete y miré a mi alrededor y me di cuenta de que había un chico mirándome desde el otro extremo de la pista de baile.

Su forma de mirarme me puso nerviosa, nunca nadie me había mirado así, cómo si fuese un reto.

He de decir que el chico era muy atractivo, alto, moreno de ojos claros, su rostro era duro algo que lo hacía hermoso sin dejar de ser masculino, labios carnosos y piel pálida, hacía ejercicio; tenía un cuerpo definido y fuerte que invitaba a caer en los pecados más carnales y salvajes que cualquier mujer pudiera desear. Vestido con traje de chaqueta era el mismísimo Lucifer personificado.

Fruncí el ceño sin darme cuenta esperando una respuesta a su escrutinio, en ese momento la camarera me sacó de mi ensoñación cuando me dejó el Tequila delante. Desvíe la vista y la fijé sobre mi bebida, para luego volver a buscar con la mirada a ese Dios pagano, pero no estaba; había desaparecido. Un poco decepcionada me encogí de hombros y me tomé la copa.

Dejé el dinero en la barra y me dispuse a salir del bar, mandé un mensaje a las chicas para que supieran que me iba a casa y que disfrutasen la noche.

En el camino a la salida choqué contra el pecho duro como una roca de un chico, al levantar la mirada me quede sin palabras, era el señor desconocido, de cerca era más atractivo aún si cabía. Mis piernas temblaban como gelatina, mi garganta se secó en el mismo momento en que noté sus manos agarrar mi cintura para no caer, su tacto era suave pero férreo, sabía que no escaparía fácilmente pero no me haría daño alguno.

Toqué su brazo a modo de apoyo para no caer y nuestros cuerpos se juntaron más como un imán es atraído por el metal, noté la dureza de su cuerpo con la suavidad del mío, un escalofrío de excitación recorrió mi cuerpo con fuerza, sin darme cuenta mojé mis labios con la punta de mi lengua suavemente un gesto inocente que a él pareció excitarle.

– Siento haberme chocado con usted. — Le dije con nerviosismo aparente.

– No ha sido nada, ¿se encuentra bien? — Dijo con una sonrisa cortés.

Su voz hizo que me derritiera toda, jamás había oído una voz tan grave, tan deseable.

– Sí… Me encuentro, bien… — Dije entrecortadamente.

Me deshice de su abrazo y tomé una distancia prudente para poder pensar en que decir sin parecer algo torpe.

– Deje que la invite a una copa por las molestias.

– No es necesario, de hecho ya me iba. — Dije con una sonrisa de disculpa.

– Insisto, he tenido una noche horrible, que menos que me deje invitarle a una copa después de este pequeño tropiezo. — Sonrió de forma seductora dejándome muda y accediendo a tomar esa copa.

Nos acercamos a la barra y pedimos unos chupitos, me quedé embobada viendo como lo llevaba a sus labios y bebía de un trago, su garganta pedía a gritos ser mordida y besada, un calor bajó por mi espalda llegando a la entrepierna. Me tomé el chupito de un trago para que me diera fuerza y no tirarme directamente a sus brazos.

– Bueno, permíteme que me presente soy Anthony. — Sonrió ladino.

Esa boca iba a terminar volviéndome loca, lo único que podía era imaginarme cada uno de los sitios en que quería que me besara, besarle hasta quedarme sin aliento.

– Me llamo Tara. — Le sonreí.

– Tara, interesante. — Se quedó pensativo mientras susurraba mi nombre de nuevo, y era delicioso oírlo. – ¿Cómo es que acabas sola tomando una copa?

– Era noche de chicas, y le he buscado ligues a las chicas de forma que pueda irme sola a casa a ver una película y acabar con el chocolate.

Me miró sorprendido.

– ¿Me estás diciendo que no te ha invitado nadie a una copa? — Preguntó boquiabierto.

– Podría decirse que he pasado desapercibida.

– Que suerte la mía. — Sonrió seductor.

Me hizo reír y eso era raro hacía mucho que no me reía de verdad con un desconocido, tanto que me sorprendió a mi misma. Me sentía relajada y cómoda como si le conociera de toda la vida y eso me gustaba pero también me asustaba a la vez.

– ¿Quieres bailar? — Me preguntó con una sensual sonrisa.

Asentí ofreciéndole mi mano.

En la pista empezó a sonar «It’s a man’s man’s man’s world – Joss Stone» me agarró por la cintura atrayéndome hacía su cuerpo, posé mi mano delicadamente en su hombre y su agarre se volvió más férreo, sensual, posesivo. Me invadió el olor de su perfume, a la misma vez que fui consciente de la dureza de su cuerpo sobre la sensibilidad del mío. Mis pechos se rozaban contra su duro torso haciendo que mis pezones se endurecieran pidiendo a gritos ser acariciados, bajó su cabeza a mi cuello y con un suave roce lo besó haciendo que mi sexo se humedeciera y mi respiración se acelerase.

Estaba tan pegado a mi cuerpo que noté como su erección se frotaba contra mi sexo. Me estaba volviendo loca de deseo, jamás me había sentido tan inexperta y tan deseosa de que me tocase y me follase, pero este hombre me estaba desequilibrando.

– ¿Te encuentras bien? Noto tu respiración entrecortada. — Me dijo en un susurro al oído que descargó un escalofrío por todo mi cuerpo.

– Es sólo que me gustaría que pudiéramos estar a solas. — Le susurré con voz ronca en su oído.

Al oírme, le oí gemir apenas perceptible sino hubiese estado cerca, él estaba igual de cachondo que yo, bien al menos no iba en desventaja.

– Bien déjame llevarte a casa y podremos tener intimidad. — Me susurró una vez más.

¡¿A casa?! Una alarma saltó dentro de mí, no podía llevarle a casa, no le conocía y sabía que si le llevaba a casa acabaría por tener que socializar con él después de hacerlo, si le invitaba a casa en el camino acabaría por enfriar lo que en ese momento sentía y me negaría a acostarme con él. Tenía que buscar una solución. Una idea loca y absurda rozó mis pensamientos.

– Haz lo que te diga, iré al baño espera un minuto y después vienes tú. Te esperaré allí, no quiero ir a casa ahora, lo quiero ya. — Mi susurro seductor en su oído hizo efecto en su polla que sobresaltó contra mi pubis.

Asintió y yo me fui.

Una vez entré en el baño comprobé que no había nadie en los demás servicios, escuché la puerta tras de mí y allí estaba el señor desconocido tan atractivo como el mismísimo Lucifer. Sus ojos azules se habían vuelto grisáceos me miraba con deseo, como si fuese un bocadito de lo más apetecible.

Apenas me dio tiempo a decir nada, una mano la llevo a mi cintura y la otra a mi nunca, me besó desesperadamente como si se le fuera la vida en ello, su erección se apretaba cada vez más dura contra mi sexo. Me agarré a sus hombros para no caer al suelo mareada por el efecto de sus besos, retrocedí hasta que nos metimos en un baño individual y cerramos la puerta porque oímos pasos, sin dejar de besarnos.

Subió mi falda y bajó mi escote hasta dejar el vestido en un trozo de tela alrededor de mi cintura. Llevó las manos a mis pechos tocándolos, tironeando de mis pezones, gemí suavemente en señal de protesta, quería su boca sobre ellos lamiendo, mordisqueando, parece que sabía exactamente lo que quería porque así lo hizo, cuando posó sus labios sobre ellos jamás algo me había sabido tan delicioso, sólo pedía que ese momento tan placentero no acabase.

Alguien entró en el servicio de modo que él me besó para que no hiciese ningún sonido que nos delatara y supieran que estábamos allí, llevó su mano derecha a mi entrepierna y rozó con suavidad mi pubis, me hizo respirar más rápido deseando más, jugó con sus dedos en mis labios acariciándolos y torturándome, elevé mis caderas hacía sus dedos de modo que él introdujo un par de dedos en mi vagina totalmente mojada y lista para él. Llevó los dedos a mi clítoris acariciándolo en círculos y millones de descargas recorrieron mi cuerpo proporcionándome un placer inimaginable.

Bajé mi mano a su erección y empecé a frotar su polla por encima del pantalón, su respiración se aceleró y empujó sus caderas contra mi mano frotándose con fuerza y más intenso.

En ese momento fue como si algo salvaje se apoderase de él, hizo que me diese media vuelta poniéndome de espaldas, arrancó mis bragas de un tirón y rozó su polla contra mi trasero mientras agarraba mi pelo y tiraba hacia atrás.

– Llevaba toda la noche deseando hacerte gemir y suplicar. — Susurró en mi oído, mordiendo mi oreja.

– Yo también quería esto desde que te vi. — Le respondí frotando mi trasero contra su dura erección.

– Maldita bruja. — Espetó mientras se introducía en mí con firmeza.

Una risa ahogada escapó de mi garganta que terminó en gemido por la sorpresa y el placer que aquello me ocasionó.

Se sentía genial tenerlo dentro, ningún hombre me había excitado tanto como lo había hecho el señor desconocido, cuanto más fuerte me penetraba más caliente me ponía.

Apretó con fuerzas mis caderas haciendo que las embestidas fuesen más hondas, apenas podía contener mis gemidos de modo que tapó mi boca para que no gritase, eso hizo que me corriese rápidamente.

En el momento en que me corrí él también se dejó ir con un gemido triunfal, aún dentro de mí, besó mi espalda.

Luego me colocó el vestido en su sitio guardando mis bragas hecha trizas en su bolsillo del pantalón. Se colocó el su ropa.

Me besó.

– Ha sido impresionante. — Me dijo mirándome a los ojos y me besó una vez más.

– No podría estar más de acuerdo.

– Dame tu teléfono y te llamaré. — Sonrió descarado.

– Te propongo algo, dejemos esto aquí; si volvemos a cruzarnos te daré mi número, si no… habrá sido una bonita casualidad y una noche memorable. — Dije sonriendo, mientras salía por la puerta del servicio.

Caminé por la pista, en el momento en que salí de allí ya me arrepentía de no haberle dado mi número de teléfono para volver a verle. La verdad es que me había gustado muchísimo.

Mientras iba pensando de camino a la salida me choqué con alguien.

Al intentar disculparme el desconocido se volvió y me encontré con que era mi hermano David.

– Hola hermana, no sabía que estaba aquí. — Dijo mientras me abrazaba.

– Hola, si bueno ya me iba, simplemente vine con las chicas pero ya me iba.

– Espera quiero presentarte a alguien. — Me agarró de la cintura.

No parecía aceptar un no, así que de buena gana le acompañe y después me iría a casa.

– Tara te presento a Anthony, un viejo amigo de la universidad.

Levanté la mirada… No, no podía ser él…

– Hola Tara, encantado de conocerte. –Dijo con voz sensual mientras besaba mi mano.

– Hola Anthony. — Susurré nerviosa.