La zorra domina a su hija y humilla a su hijo y su amado esposo

Me estaba sobando las tetas con verdadera ansias mientras me morreaba devorándome la boca en el sofá. Y sabía muy bien lo que hacía. Para su edad, demostraba tener más experiencia y dominio que la mayoría de maduros. Se estaba poniendo morado, como se suele decir, y a mí me encantaba y volvía loca de placer.

Se escuchó la puerta de la calle abrir al entrar mi hijo con sus compañeros de instituto. Ningún problema. Soy una puta exhibicionistas y transgresora. Los tabúes sólo me sirven para excitarme rompiéndolos. Desde que eran niños él y su hermana, me había dejado ver por ellos en situaciones similares sin ningún pudor. ¡Me encantaba! Hoy tendría que agachar la cabeza avergonzado otra vez y sus amigos, que intentarían hacerse los locos, como si no hubieran visto nada, esta noche se pajearían de nuevo pensando en las enormes tetas de la superzorra madre de ese imbécil. Una buena MILF con un cuerpazo lleno de curvas es la fantasía irresistible de todo adolescente.

Primero fue domar al idiota de su padre, siguiendo un plan minuciosamente trazado para aniquilar su amor propio y dignidad masculina, doblegando su voluntad y obligándole a rendirse y aceptar su condición de cornudo. Estudié la carreta de Psicología precisamente para tener ese dominio sobre las emociones y la psiquis de los hombres. Trampas, encuentros casuales, pistas “descuidadas” que llevaban a sospechas… Poco a poco se fueron transformando en certezas, al tiempo que minaba su fortaleza y resistencia. Gradualmente, de forma que no se hubiese ningún punto de ruptura ni momento especialmente crítico, para así ir extinguiendo su orgullo sin darle la oportunidad a pararse y rebelarse en ningún momento. Nada de situaciones violentas antes de haber asegurado que ya no contaba con el carácter necesario para romper la relación a consecuencia de ellas. Me ponía supercachonda verlo rabiar y desesperarse cuando ocurría, sin encontrar la fuerza necesaria para dejarme. Yo reía y me divertía sádicamente a costa de ello. ¡Me encantaba! Luego, cuando ya su rebeldía había quedado totalmente anulada y su condición de gusano a mis pies aceptada, llegó el momento de dar un paso más allá. No bastaba con que lo hiciera en la intimidad. Ello implicaría albergar cierto sentimiento de preocupación por que no trascendiera, por evitar la humillación de que los demás lo supieran. Y ello, claro, podría haberse constituido en semilla de la que germinara nueva rebeldía, ascuas a partir de las cuales revivir el fuego su orgullo. Era necesario que se reconociera cornudo sin reservas, y por ello no cejé hasta que la cosa fue enteramente pública, de dominio de todos sus amigos, compañeros, familiares, vecinos… En ese momento ya pude dar por terminada mi conquista. El mierda estaba totalmente sometido a mis pies, yo con carta blanca para hacer absolutamente todo lo que me diera la gana, por más humillante y denigrante que resultara para él. Una vez aceptado que todos lo sabían, ya no quedaba nada de orgullo o dignidad por lo cual luchar o rebelarse, y el mierda hincó final y definitivamente la rodilla ante mí, su Dios y Dueña absoluta.

Luego llegaron los niños. Un varón y una hembra. No sé si alguno de ellos es suyo. No podría tener la certeza sin un análisis médico, pero quise permitir que existiera la incertidumbre. Era un nuevo nivel de sumisión. Totalmente rendido él y aniquilada su dignidad, sería divertido permitir que destellase nuevamente con la llegada de sus “hijos” para arruinarla de nuevo. Un nivel aun más profundo que el anterior. No me despertaba absolutamente ningún deseo sexual aquel ser patético. Entiéndase, en el sentido propiamente dicho de la palabra. Ninguno de que me tocara, follara, etc. Sin embargo, sí me excitaba terriblemente divertirme humillándolo. Permitirle tener la certeza de que los hijos no eran suyos, hubiera supuesto concederle cierta tranquilidad. La incertidumbre en cambio, es lo que no nos deja vivir. Busqué tener sexo con él sólo para permitirle mantener la esperanza de que lo fueran. Muy perverso, lo sé. ¿Y? Si te indigna lo que estás leyendo, ya estás tardando en cerrar la página y salir. Esto no es para ti. Fuera.

El chaval se sobresaltó en un primer momento. Al fin y al cabo, no debía ser mucho mayor que el mierda de mi hijo y sus amigos. Me habría sorprendido si me hubieran dicho que llegaba a los veinte. Bueno, por ahí. Yo sonreí y tomé su cara con mis manos para atraer de nuevo su boca hacia la mía. Sus manos no habían llegado a separarse de mis tetas. El inconsciente. Se dirige la vista hacia lugar del que proviene el estímulo que nos sobresalta. El resto del cuerpo queda congelado en lo que estaba haciendo. Habían bastantes botones de mi camisa desabrochados ya, de forma ofrecía una generosa exposición de mis melones a los chicos. ¡Me encendió aun más percibir (que no ver, pues yo seguía a lo que importaba) cómo quedaron pasmados mirando, sin capacidad de reacción por unos segundos! Tenía la absoluta seguridad de que todos aquellos ojos adolescentes estaban clavados en ellas. El comportamiento inconsciente de nuevo. En un momento, recordarían que estaba mi hijo allí y reaccionarían para disimular y seguir camino hacia su habitación. Marcharse de la casa habría supuesto confirmación de que habían visto aquello. Demasiado incómodo para los chavales. Intentarían hacer como si no hubiera visto nada, a pesar de que todos tenían claro que no era así. Mejor ignorar las situaciones tan violentas que afrontarlas. Cogí la mano del chico y la lleve hasta una teta por debajo de la tela de la camisa antes de que dejasen de mirar.

Mi hija es harina de otro costal. La peque de la casa, mimada y consentida, la princesita de su papi. Aunque una princesita muy puta, claro, de las que pasan de las bragas y el sujetador y visten camisas ajustadas para marcar las tetas y los pezones, y las llevan bastante desabrochadas para enseñárselas a todo el mundo. El pelo rubio y los ojos azules no sé de dónde los sacó, pues ni en mi familia ni en la del cornudo se conocen, y tampoco me ha interesado ni preocupado nunca averiguar quién es su padre biológico. Uno de tantos que pasó por mi coño, ¿qué más da? La cara y los melones sí los ha sacado de mí, eso es evidente, aunque su cuerpo es más fino que el mío. Muy bonito, pero más fino. Me gusta observarla y compararla conmigo.

Andaba retozando con Chesco cuando llegó. No ocurrió como con los chicos. Ella no nos pilló con las manos en la faena. Otras veces, con otros maromos, sí lo había hecho, pero no ésta. Aunque estaba claro a lo que estábamos de todas formas. Ella sonrió pícaramente y se fue directa a su cuarto tras saludar para dejarnos solos. Llevaba mi puterío mejor que su hermano. Mucho mejor. Para ella no era ningún problema ni motivo de vergüenza. Todo lo contrario. Se enorgullecía de tener una madre tan buenorra, deseada por todos sus amigos y conocidos del instituto y el vecindario. Le divertía mucho conocer a los jovencitos que me pasaba por el potorro continuamente, con los que a menudo entablaba animada conversación.

Él se quedó mirándole el culo. Sólo un momento, procurando que no me diese cuenta, pero una mujer percibe esas cosas aunque no las vea. Me sentí excitar con ello.

Chesco no era mi tipo de varón en principio. Me suelen ir jovencitos y rubios, y éste estaba ya en los treinta y alguno, aunque era bastante guapo para ser moreno.

-¿Qué te parece el culo de mi hija?

Reímos. Luego le besé ligeramente.

-Es muy guapa. Pero tranquila, ha sido sólo una mirada. No he podido evitarlo, se me ha escapado.

-¿Tú ves que esté preocupada?

Me miró socarrón. Sorprendido por mi descaro, pero procurando que no se notara.

-¡Oh, vamos!… ¡Lo tiene para eso! ¿Para qué querríamos el culo y las tetas si los tíos no nos lo mirasen?

Nos besamos.

-¿Quieres verle las tetas? –le pregunté con un brillo perverso en los ojos.

-Claro.

Me gustó su respuesta. Pensé que me contestaría preguntándome si hablaba en serio. Sonreí.

-¡Caroline! –la llamé procurando pronunciar bien su nombre en inglés, como siempre. Ya se sabe cómo son las adolescentes. Odiaba que la llamasen Carolina o Carol. Era “Cárolain”. Desde la preadolescencia se había empeñado en que todos aprendieran a llamarla así y tenía la idea de cambiarse el nombre en cuanto tuviera edad para ello.

-¡¿Qué?! –se la escuchó contestar desde su habitación.

-Ven un momento, por favor.

Se escucharon sus pasos acercándose por el pasillo poco después, apareciendo en el salón a continuación con una leve sonrisa y una expresión de curiosidad en su bonito rostro juvenil. Estaba preciosa con su uniforme escolar. Se comprendía que fuera puro morbo para un varón así ataviada.

-Mira, éste es Chesco.

Le sorprendió un poco la presentación. Obviamente, no la había llamado para eso.

-Hola –lo saludó acercándose e inclinándose para darle dos besos. Sus tetas, ya grandes aunque aún no enteramente desarrolladas, colgaron ante él semiexpuestas a través del escote que dejaba su camisa. Se había desabrochado algún botón tras llegar de la calle para ponerse cómoda, y no se había tomado la molestia de volver a aborchárselo después para presentarse ante nosotros. Lo de cortarse y el pudor no iba con ella.

Él clavó sus ojos en ellas, claro. Intentó disimular,que no ya para mí, que había quedado claro que aquellas miradas no me molestaban, pero sí para ella. La chiquilla se apercibió no obstante, sonriendo ligeramente.

-¿Te gustan sus tetas?

Ella se sorprendió graciosamente, pero sin molestarse en absoluto. Había confianza de sobra entre nosotras, y cosas como ésta debían andarse algún día. Tan sólo era cuestión de tiempo. Simplemente se echó atrás con la boca y los ojos abiertos en graciosa expresión de sorpresa y amistosa reprobación, sentándose en el sillón que quedaba al lado del sofá.

Yo reí y Chesco esbozó un cómico gesto.

-Enséñaselas. Vamos, las tienes muy bonitas.

Levantándome, me acerqué hasta ella para sentarme a su vera, sobre el brazo del mueble. Ella miraba hacia él, pícaramente, y yo me coloqué a su espalda. Pasando las manos por debajo de sus axilas, tomé sus pechos en mis manos para levantarlos.

-Vaya –comenté con pretendida leve sorpresa yo ahora-. Esta putilla tiene los pezones muy duros.

Reímos. No era mentira, y estaba claro por qué los tenía así.

-¿Sí? –preguntó él.

Ella no respondió. Simplemente mantuvo su sonrisa. Suavemente, comencé a desabrochar los botones de su camisa. Luego la abrí y retomé sus tetas en mis manos, ya desnudas, para alzarlas y mostrárselas descaradas a nuestro chico.

Caroline le mantuvo la mirada desafiante.

-Veamos –aceptó él reto levantándose y acercándose para, a continuación, inclinarse y extender sus brazos para sobárselas. Ella se dejaba hacer.

Al cabo de unos momentos estaban ambos recostados sobre el respaldo del sofá, morreándose con pasión y amasándole él las tetas a placer. Decidí retirarme para dejarlos solos.

Chesco se quedó a dormir. Se fueron juntos al dormitorio de ella y los gritos y gemidos de la putilla se escucharon hasta bien entrada la noche. El cornudo estaba fuera de la ciudad por cuestión de trabajo. Tampoco hubiera cambiado mucho la cosa de haber estado en casa, pero mejor así para esa primera vez de sexo de nuestra hijita en presencia de la zorra de su madre.

A la mañana siguiente, sentada yo a la mesa ante mi desayuno, apareció ella ya vestida con un bonito vestido amarillo veraniego. Le quedaba muy bien, combinando idealmente con su cabello. Me saludó y comenzamos a hablar mientras daba cuenta de mi tostada. No de lo ocurrido, no se vayan a creer. Tan sólo de cosas normales, de las que suelen tratarse normalmente entre madre e hija.

Chesco apareció poco después. No perdía tampoco el tiempo. Sin decir nada, se acercó por detrás y, pasando sus brazos por debajo de las axilas de ella, se puso a sobarle sus deliciosas tetas ante mi cara. Me gustó su descaro. Luego le subió la falda del vestido para dejarla recogida sobre sus bonitos glúteos y, tras colocar su polla contra la entrada de su coño, enchufársela hasta el fondo sin más. La putilla exhaló un profundo gemido de placer y él comenzó a follarla. Suavemente, al principio, para ir arreciando progresivamente en sus movimientos hasta acabar embistiéndola frenéticamente. Al cabo de unos minutos, se corrió resoplando como un búfalo en su coño. Podía hacerlo tranquilamente. La niña había comenzado a tomar la píldora hacía ya meses.

Salió de ella mirándome perversamente. Yo sonreía. Me encantaba todo aquello.

-Ven aquí.

Obedecí, por supuesto.

-Túmbate en el suelo boca arriba, entre las piernas de la putita.

Lo miré extrañada. ¿Qué pretendía? ¿Incesto? No era el momento aún. Era otra de las cosas que, antes o después, seguramente llegaría, la progresión natural de nuestra perversión, pero todavía era demasiado pronto para eso.

Me empujó suavemente para conminarme a seguir su petición.

-Coloca la cabeza bajo su coño y abre bien la boca.

Sonreí de nuevo. Me gustaba la idea. Y a la zorrita también, era evidente. Sin haber abandonado en ningún momento su posición inclinada sobre la mesa, me miraba desde arriba sonriendo perversa. Sus tetas se veían preciosas colgando en aquella postura. Abriendo su coño con los dedos, dejó que un espeso cuajarón de blanca yeta deslizara de su dulce cueva de placer para ir a caer directamente en mi boca, que ansiosa y deseosa la recibió. Degusté con placer aquel manjar. Delicioso postre para mi desayuno.

En fin, otro día continuaré contando mis historias. Comentaré cómo fui domesticando al cornudo, humillando a éste y al idiota de mi hijo, emputeciendo a mi hija… Como ya dije, estudié mi carrera de Psicología para aprender a manejar y encauzar la mente y personalidad de las personas que me quedan cerca, transformándolas o enseñándoles a ser como quiero que sean. Y no se me da mal, ¿no creen?