La hijita de mi mejor amigo

Cuando la oscuridad se apodera de ti, puedes llegarte a convertir en alguien que jamás hubieras imaginado. Estaba muy harto de absolutamente todo. De un negocio que casi no me daba para comer, de la zorra de mi exmujer, de no poder ver nunca a mi hijo y de tener a mis padres enfermos. Sentía que cualquier día iba a hacer una locura, aunque pensaba que solo me perjudicaría a mí.

Era el dueño de un bar musical desde hacía diez años. Mi amigo Amancio y yo siempre habíamos soñado con tener uno, desde adolescentes. A él le prestaron el dinero sus padres y abrió una discoteca que lo acabó convirtiendo en millonario. Yo no tenía quien me dejara nada y me tuve que conformar con ser camarero en su local e ir ahorrando hasta que monté el mío propio, mucho más modesto.

Allí conocí a la que terminó siendo mi mujer. La contraté como camarera y a los dos meses ya estaba embarazada. Era una relación destinada al fracaso. Después de unos años tormentosos nos acabamos divorciando y perdí la custodia de nuestro hijo porque mi estilo de vida no era compatible, según el juez. Era cierto que el trabajar de noche me impedía atenderlo, pero de alguna forma lo tendría que alimentar.

Que Amancio triunfara de esa manera por su cuenta nos alejó un poco al principio. Luego volvimos a ser los que éramos, al tener yo mi propio negocio y no sentirme tan inferior, aunque realmente lo era, porque él tenía millones y yo no llegaba a fin de mes. Pero no quería perder a mi amigo de la infancia, incluso era el padrino de su hija, Cayetana. No nos veíamos tanto como antes, pero hacía todo lo posible por mantener el contacto, bastante más de lo que hacía él.

Una tarde estaba en mi local, preparando todo junto a mis dos camareras, quedaba todavía media hora para abrir. Empezaba a hacer buen tiempo y tenía la esperanza de empezar a remontar y pudiera llenar esa noche. De repente, alguien golpeó en la persiana.

– Está cerrado, vuelve en media hora.

– Jacobo, soy yo, ábreme.

– Amancio, dichosos los ojos. ¿Qué te trae por mi humilde bar?

– Tenía ganas de hablar contigo un rato y quería pedirte un favor.

– Ya decía yo…

– No, hombre. Te lo podría haber pedido por teléfono, pero tenía ganas de verte.

– ¿De qué se trata?

– Cayetana vuelve mañana de Londres, ha estado tres años allí y la veo todavía muy verde. Quiero que le ofrezcas trabajo aquí.

– Pero si no tiene edad para trabajar.

– Tío, cumple dieciocho el sábado, también he venido a invitarte a su cumpleaños.

– ¿Por qué no trabaja en tu discoteca?

– Porque conmigo hace lo que quiere, no aprendería nada.

– Pero yo no me puedo permitir una camarera más.

– No te preocupes por eso, yo lo pondré de mi bolsillo.

– No sé, Amancio, no creo que esté preparada.

– Sé que no lo está, pero necesito que se curta o la van a devorar.

– Está bien, hablaré con ella el sábado y veré si es posible.

– Muchas gracias, Jacobo, eres un tío grande.

Lo último que me que me faltaba era tener en el bar a una niña pija que no ha tenido que esforzarse para nada en su vida. Llevaba tres años en un internado carísimo para aprender inglés y recibir la mejor educación, supuestamente. Había vuelto para cursar sus estudios universitarios, también en una facultad de precio desorbitado. En todo ese tiempo, sus padres iban a visitarla a menudo y la muchacha no había vuelto a España para nada, así que la última vez que la había visto, tenía quince años, pero aparentaba diez, no tenía carne por ninguna parte. No es que contratara a las camareras por su físico, pero nunca estaba de más alegrar la vista del cliente.

El sábado siguiente me presenté en el chalet de Amancio con un oso de peluche para la cumpleañera, no estaba la cosa para más. Al llegar me indicaron que la joven estaba en la piscina del jardín, donde se organizaría una barbacoa en su honor. Vi un grupo de muchachas dándose un baño muy animado, pensé que eran sus amigas, a ella no la veía por ningún lado. Una de las chicas salió de la piscina y se dirigía hacia mí. Era una hembra como hacía años que no veía. Tenía unas curvas perfectas apenas cubiertas por un bikini diminuto. Su cara angelical y su cuerpo mojado brillaban al sol. Me subió la temperatura de golpe.

– Tío Jacobo, ¡cuánto tiempo!

– ¿Cayetana?

– ¡Pues claro! ¿No me reconoces?

– Llevaba tres años sin verte, has cambiado un montón.

– Lo sé, estoy súper diferente.

– Ya eres toda una mujer.

– Tú sigues igual.

– Gracias, supongo. Así que quieres trabajar.

– Sí. O sea, no, pero dice mi padre que me vendrá bien.

– Ser camarera es duro.

– Solo serán un par de meses, hasta que empiece la uni.

– Por mí está bien, pero luego no quiero quejas.

– ¿Cuándo empiezo?

– Esta misma noche, si quieres.

– No, tío, esta noche salgo de fiesta con mis amigas, que es mi cumple.

– Supongo que mañana tendrás que recuperarte del fiestón. Te espero el lunes.

– Perfecto. Me hace mucha ilu.

Pensé que su padre se había quedado corto al decir que estaba muy verde. Dudaba que fuera capaz de distinguir un vaso de un plato, pero el tiempo que estuviera, iba a ser un buen reclamo para el sector masculino. Me senté a ver como las chicas disfrutaban en la piscina, pero solo podía fijarme en ella, era un espectáculo. Así fue durante toda la celebración, no le podía quitar el ojo de encima.

Cayetana llegó a su primer día de trabajo casi una hora tarde, poniendo como excusa que se estaba arreglando. El uniforme de las camareras constaba de una minifalda negra de cuero y una camisa blanca. Le tenía preparadas prendas que claramente le iban a venir pequeñas, para que enseñara todo lo posible. La falda cubría su zona íntima y poco más, sus nalgas redondas quedaban al descubierto con casi cualquier movimiento. Le pedí que se desabrochara un par más de botones de la camisa, dejando a la vista un escote que te hacía babear.

La noche fue todo un éxito. Se fue corriendo la voz de que teníamos una nueva camarera cañón y el bar se llenó. No es que mi ahijada hiciera muy bien su trabajo, pero tampoco era el desastre que había previsto. Se desenvolvía muy bien entre los clientes que intentaban ligar con ella. Es cierto que la estaba usando de cebo, pero no quería que la acosaran, por el cariño que le tenía y porque me ponía un poco celoso. Cuando cerramos, a altas horas de la madrugada, quise saber sus primeras impresiones.

– ¿Valoración de la primera noche?

– No ha estado mal, aunque estoy muy cansada.

– ¿Cómo tienes pensado volver a casa?

– Tengo que llamar al chófer de papá.

– No lo molestes, ya te acerco yo en coche.

Prefería llevarla yo a tener que esperar a que apareciera el dichoso chófer, porque no podía dejarla sola a esas horas, no era un barrio demasiado seguro. En la tranquilidad del coche, aproveché para hacerle otro tipo de preguntas.

– ¿Te han hecho sentir incómoda los clientes?

– Un poco, pero ya estoy acostumbrada.

– Me lo imagino, debes estar siempre rodeada de moscones.

– No me importa, siempre que estén buenos.

– ¿Tienes novio?

– Ahora mismo no, solo quiero disfrutar.

– ¿Has disfrutado con muchos?

– Con siete u ocho. La vida en London es complicada, no hay mucho que hacer

– Bueno, si en algún momento no te sientes cómoda, me lo dices.

– Gracias, tío Jacobo. Por la oportunidad y lo bien que me tratas.

Cuando llegamos a su casa, se despidió dándome un beso peligrosamente cerca de los labios. Aparcado justo delante del chalet, me masturbé pensando en Cayetana, en sus piernas, su culo, sus tetas, en ese beso provocador que me había puesto a mil.

Con el paso de las noches, Cayetana iba mejorando en su trabajo y yo iba empeorando en mi excitación. Cada vez me pajeaba con más frecuencia pensando en ella. No conseguía concentrarme en el trabajo, solo estaba pendiente de ver qué hacía y con ganas de machacar a todos los que se acercaban a ella y deseaban follársela. Me descubría a mí mismo pensando en que era solo mía.

De madrugada, cuando la llevaba a casa, siempre buscaba la forma de sacar temas relacionados con el sexo y ella no tenía problema en contarme algunas de sus experiencias. Entre eso, su escote sudadito después de una larga noche de trabajo y el beso de buenas noches que cada vez se aproximaba más a la boca, estaba perdiendo la cabeza.

Una mañana sofocante de verano, fui a casa de mi ex. Habíamos quedado para que me dejara ver a mi hijo. La buena caja que estábamos haciendo desde que Cayetana trabajaba en el bar, me permitió ir cargado de regalos. Cuando llegué, la muy hija de puta me dijo que el niño no estaba, que se lo había llevado su pareja al parque de atracciones y que ya volveríamos a quedar en unas semanas. Ni siquiera quiso coger los juguetes que había comprado. Me fui de allí furioso, haciendo muchos esfuerzos para no ponerle la mano encima.

Ese día, las malas noticias llegaban uno detrás de la otra. Por la tarde me informaron de que mi madre había empeorado de su enfermedad, no le quedaba mucho tiempo. Por la noche, al llegar al bar, vi que habían intentado entrar a robar. No lo habían conseguido, pero tendría que reparar la persiana. La oscuridad se estaba adueñando de mí y lo iba a pagar quien menos lo merecía.

La noche estaba yendo bien, pero ya no podía soportar ver a los tíos acosando a Cayetana. Me contuve como pude, no podía permitirme formar un escándalo y acabar perdiendo clientes. Pero exploté en cuanto cerramos y nos quedamos haciendo caja la joven y yo.

– Parece que disfrutas teniendo detrás a esos babosos.

– No digas tonterías, lo hago por tu negocio.

– ¿Te dejas acosar por mí?

– No va a ser por mí… sé que me paga mi padre, tú estás tieso.

– No me hables de esa manera.

– Relájate o no vuelvo más, no necesito el dinero.

– No necesito relajarme. ¿Sabes lo que necesito?

– ¿Qué?

– Follarte hasta quedarme seco.

– ¿Qué coño estás diciendo?

– Que estoy hasta los huevos de verte zorrear, ahora me toca a mí enseñarte unas cuantas cosas.

No sabía de qué parte oscura de mi interior salían esas palabras, pero ya no había forma de frenarme. Me abalancé sobre ella para besarla a la fuerza. Mientras más se intentaba resistir, más cachondo me ponía y le metía mano por todas partes, sintiendo por fin el tacto de sus nalgas y sus senos. Era mucho más corpulento que ella, no tenía ninguna oportunidad de evitar lo que iba a suceder.

Le rompí los botones de la camisa y desgarré su sujetador. Después de comerle las tetas, de morder sus duros pezones, le aplasté el pecho contra la fría barra del bar. Con una sola mano sujeté sus dos muñecas por detrás de la espalda, no dejaba de moverse. Con la otra mano subí su falda y le bajé el tanga de un tirón. Le introduje un dedo en la vagina. Estaba caliente, pero seca. Me escupí en la mano para lubricarme la polla y apliqué una buena dosis en su rajita.

Consciente de lo que iba a suceder, Cayetana no dejaba de llorar y de suplucarme que parara, prometiendo que no se lo contaría a su padre. Amancio, ese cabrón que quiso cumplir nuestro sueño por su cuenta y se había forrado, humillándome al colocarme de puto camarero y que encima se atrevía a pedirme favores. La violación de su hija también iba a ser culpa suya.

Asegurándome de que, por su bien, se iba a estar quieta, le solté las manos y me aferré a sus caderas para hincarla hasta el fondo. La joven gritaba por el dolor que le provocaban mis salvajes embestidas. Pasé las manos de la cintura a sus enormes tetas, las apreté con fuerza, tirando de los pezones. Los empellones eran tan brutales que se golpeaba una y otra vez contra la barra.

Estaba completamente descontrolado. Le pellizcaba por todas partes, le daba palmadas fuertes en el trasero, le metía los dedos en la boca, le tiraba del pelo y le mordía el cuello, los hombros, todo lo que pillaba. Estaba a punto de correrme en su joven coñito, pero necesitaba sentirla totalmente humillada.

– Dime que nadie te ha follado como yo.

– Jacobo, por favor, ya solo te pido que no te corras dentro.

– Que me digas lo que te he pedido.

– Está bien. Nadie me ha follado nunca como tú.

– ¿Quién es mi putita?

– Yo.

– ¿Quieres mi semen?

– Dentro no, por favor.

Descargué toda la leche dentro, por supuesto. Los chorros más potentes y placenteros de mi vida fueron a para al interior de la rajita de mi ahijada. Una vez aliviada esa tensión, empecé a tomar conciencia de lo que acababa de hacer. Llegados a ese punto, solo me quedaba tirar para adelante e intentar salvar mi culo como fuera.

– Cayetana, supongo que no hace falta que te diga que no puedes contar lo que ha sucedido.

– No pienso volver a este puto bar, eres un jodido psicópata.

– Eso me da igual. Pero si hablas, tu familia y tú lo pagaréis muy caro.

– No quiero volver a verte en mi vida.

– Bueno, eso ya lo veremos.

Continuará…