La hija de mi vecino, tomándose una selfie en bikini al frente de mí, entre una risa y un saludo, todo termina convirtiéndose en algo sumamente placentero

Ernesto siempre me ha parecido un buen tipo. Un vecino ideal: solitario, silencioso, cívico… Nunca se queja de nada y nunca da motivos de queja. Se divorció hará ahora unos… cuatro? cinco años? Algo así. A menudo lo veo encorbatado, con su paso tranquilo, cogiendo el ascensor para bajar al parking.

En las reuniones de vecinos se hace patente una curiosa complicidad entre nosotros; y tú me te preguntarás ¿Por qué? Sí, él es mayor y elegante, un respetable miembro de la sociedad y yo soy un músico que trabaja en negro y me mantengo al margen del consumismo. Puede que sea porque aquí todos son familias y nosotros somos los únicos solterones.

Sorteo a los demás asistentes y, sin siquiera mediar palabra, me siento a su lado con una mirada de complicidad. Mientras esperamos a la señora Josefina, antes de iniciar la sesión comunitaria, Ernesto y yo comentamos asuntos triviales.

-¿Primer día de verano eh?- digo para decir algo.

-Se va a llenar esto de turistas. Tan bien que estábamos- contesta resignado.

Fuerte Castillo es una ciudad costera que goza de cierta reputación turística. Es un gran valor que procura ingresos notables a sus numerosos comercios y servicios de temporada. La reunión a la que estamos asistiendo versa, en gran medida, sobre el uso de la piscina comunitaria. Su puesta a punto se ha demorado y hay que costear su mantenimiento. No son muchos los vecinos que hacen uso de dichas instalaciones ya que estamos a primera línea de mar; eso provoca algunas diferencias entre quienes no quieren tomar parte con sus contribuciones.

Alberto mira su reloj y se impacienta. Es el presidente de la comunidad y siempre aporta nerviosismo y enfados. No tiene talante de diplomático y suele agravar los conflictos, por pequeños que sean. Agarra su teléfono y llama a su mujer:

+ Cariño. ¿Me haces el favor de avisar a la señora Josefina? que venga a la reunión?

+ No lo sé. Igual se ha quedado dormida… Espera, espera. No hace falta. Ya está aquí.

Esa abuelita octogenaria avanza con paso titubeante hasta su asiento, en el lado opuesto de la sala. Algunos de los asistentes se miran entre sí haciendo gala del poco respeto que albergan hacia las personas mayores. En cambio, Ernesto se levanta, le sirve de apoyo y le aparta la silla para facilitar su acomodamiento.

****

Intento eludir el sol andando por el lado más ensombrecido de la calle. Tengo ganas de llegar a casa y empezar a gozar del aparato de aire acondicionado que me ha llegado tras mi comanda online. A ver si escojo horas menos sofocantes para ir al super; no hay ninguna necesidad de abrasarme de este modo.

Me siento agradecido por haber heredado esta propiedad de mi difunta madre pero a veces, cuando hago frente a los gastos comunitarios, me da la sensación que pago más que si fuera un simple arrendatario. Que si una obra, que si los abetos, que si la piscina… reparaciones, limpieza, seguridad… Espero que mis clientes musicales me paguen como es debido y pueda hacer frente a tanto gasto este mes.

Otro asunto más llamativo se sobreponte a mis tediosos pensamientos. Se trata de Iris. La hija del matrimonio fallido de Ernesto. Hasta hace un par de días la tenía muy poco vista, puesto que yo me instalé en el edificio cuando mi vecino ya se había divorciado. Su ex-mujer vive muy lejos y la niña casi nunca se desplaza de regreso a Fuerte Castillo.

En agosto, Ernesto suele viajar para pasar unos días con ella pero este año hay planeado un viaje a la India que truncara esta rutina anual. Así que una vez terminadas las clases, han acordado que Iris pasará unas semanas con su padre. Por fin podrá ver de nuevo a sus amigas de infancia que tanto la echan de menos.

Ya era muy mona de pequeña, pero ahora… ufff. El otro día, Su padre me la presentó y yo no sabía qué cara poner. Sí, lo sé. Ya sé qué me dirás: «¿Porqué no te fijas en mujeres de tu edad?» Estoy enfermo, ya lo sabes. Me pueden las nenas muy jóvenes. Ernesto actuaba con naturalidad pero entre ella y yo percibí una timidez cargada de significado. No creo que fuera solo cosa mía.

Desde entonces he pensado demasiado en ella. Tengo que confesarte que he intentado diseñar alguna argucia que me permita acercarme. Incluso estuve a punto de bajar a la piscina ayer, cuando la vi tomando el sol desde la ventana de mi lavabo. Pero no. Ella estaba con sus amigas y no quise crear una situación… no sé. Tampoco sería tan extraño. Aunque es cierto que yo debería de perder algún kilo, comprarme algún bañador que no me avergonzara y remediar mi extrema palidez. Tengo la playa aquí mismo. No tengo excusa.

Toco la tecla del ascensor. Sigo sin sacármela de la cabeza: Su carita adolescente adornada por esa mecha rubia, su piel tan uniformemente bronceada, esa delgadez tan bien moldeada por sublimes curvas tendenciosas, esa estatura aún poco definitiva…

Como si mi poder mental pudiera deformar mi realidad: al correrse la puerta metálica, ahí está ella, solo con su escueto bikini amarillo, sacándose un selfie en el espejo con su móvil último modelo. Tras percatarse de mi presencia, un sorpresivo «Hola» precede una tímida risa. Le contesto con una simétrica respuesta verbal mientras entro en esa estancia cubicular. Respeto demasiado su espacio vital, como si cualquier contacto accidental pudiera acabar con mi vida.

Para que entiendas esta situación, tengo que contarte que el jardín comunitario, donde se halla la piscina, está a un nivel inferior al rellano de la entrada que da a la calle, al otro lado del edificio. Iris viene del -1 y yo del 0, por eso me la he encontrado ya dentro del ascensor, de camino al 3B. Pulso el botón nº 2.

Ni toalla, ni sandalias, ni un simple pareo defiende esa semidesnudez tan descontextualizada. Este bañador es demasiado breve; eso n… s !Pero qué buena que está esta niña!!

Estoy sufriendo un bloqueo por tan inesperada circunstancia. Ella disimula mirando la pantalla de su SmartPhone posando de un modo natural pero muy estético. Sabe que la estoy mirando y apuesto a que intuye mi sofoco en este breve viaje que compartimos. Empiezo a golpear, comedidamente y con semblante atormentado, mi cabeza contra la pared metálica del cubículo sin siquiera planear ser gracioso. Tras la tercera repetición, Iris se da cuenta de lo que hago y se ríe dedicándome una sublime mirada luminosa. Sabe perfectamente a que viene ese gesto de desespero y, a pesar de cierto enrojecimiento cutáneo, para nada parece incomodada.

Una sutil campanita suena justo antes de que la puerta se abra de nuevo. Mis lentos movimientos de salida denotan una infructífera búsqueda de un buen motivo para permanecer junto a ella. Finalmente, me empuja con un amable y vocalizado «Adiós». La puerta se cierra tras de mí una vez que ya he salido.

Mientras introduzco la llave en mi cerradura sigo deslumbrado por esa radiante sonrisa que me ha hecho temblar las piernas. ¿Le caigo bien? ¿Le gusto? ¿Hay alguna perspectiva de pronunciar esa relación intravecinal durante el tiempo que ella esté aquí? ¿Es posible de que Iris le cuente a su padre el gesto tan elocuente que he tenido en el ascensor?… Si Ernesto se percata de que alucino con su hijita seguro que me retira la palabra de por vida. Pero es que esto… esto no es normal. Estoy seguro de que esta niña no se pasearía así por el edificio si su padre no estuviera ausente. En la oficina.

****

Estoy terminando mi último encargo musical. Un tema techno que me han encargado un par de chicos de Augusta. Sé que destrozarán la base en cuanto empiecen a cantar pero ese ya es su problema; mientras me paguen mi tarifa… Me ha pasado el tiempo volando. El cielo ya está oscuro. ¿Qué hora es?!Wah! Casi media noche. No sé si cocinar algo. No tengo mucho hambre.

¿Qué es lo último que te estaba contando? !Ah! Sí. Iris en el ascensor. Joh. Cómo me he puesto. Esa escena se ha convertido en un pensamiento recurrente durante toda la tarde. Flashes eróticos y fantasías al tiempo que trabajaba las pistas con el sintetizador. ¿Qué estará haciendo ahora ella? ¿Dormirá? ¿Estará con su padre mirando la tele? Yo no podría tener nunca una hija así sin tener un serio conflicto moral. Suena mi móvil:

+ ¿Hola? Ah, hola Ernesto. ¿Qué ocurre? ¿Va todo bien?

+ No. Todavía no duermo. Siempre trasnocho, sobre todo en verano. Vida del músico.

+ Ahá… sí… ya… vale… entiendo.

+ ¿Que suba yo? ¿Pero es que tú tardarás mucho?

+ No, si no me importa. Lo que… es una situación un poco… rara ¿no?

+ Nonono, tranquilo. Ya lo hago. Por ti lo que sea tronco. Ya voy.

+ No. No me des las gracias. No es nada.

Qué cosas. Ernesto me ha pedido que suba a ver a su hija para comprobar que está en casa y que todo va bien. Se ve que no contesta al teléfono desde hace rato. Él está en una cena de empresa y parece que la cosa se va a alargar. No se fía. Iris tiene prohibido salir por la noche y exponerse al turismo de borrachera que empieza a florecer en la costa de Fuerte Castillo.

Estoy subiendo los escalones que separan la segunda planta de la tercera. Que corte. Eso de vigilar que Iris se porte bien… ¿No era algo así lo que quería? ¿Una excusa para acerarme a ella sin exponer mis depravadas inquietudes? ¿Un motivo que me justifique para poder verla?

Tengo el dedo en el botón durante algunos segundos antes de que la presión sea suficientemente incisiva para desatar esa curiosa melodía de campanas. Unos largos segundos de quietud, mientras aún suena el eco de ese sonido agudo, preceden los discretos pasos descalzos de la chica. Aparto la mirada de la mirilla y poso con cierta incomodidad cuando percibo que me observa desde el otro lado. Con cautelosos movimientos, Iris articula la cerradura y abre la puerta. Un escasa obertura de un palmo me permite contemplar su carita extrañada.

M: Hola Iris. ¿Estás bien?

I: Sí. ¿Por?

M: Me ha llamado tu padre. Dice que no coges el teléfono.

I: !¿En serio?! Estoy flipando. Se cree que me he ido poráy.

M: Creo que… no se fía mucho de ti. Debes ser una niña muy traviesa.

I: No lo sabes tú bien.

Iris me asesta un guiño sonriente que hace añicos la coraza de serenidad que intentaba abotonarme desde que he recibido la llamada de su padre. Lleva una ancha camiseta gris y… puede que nada más. Aunque es fácil suponer que vista alguna prenda de ropa interior. Esa dulce mirada, con la cabeza inclinada a un lado, me desarma todavía más pero… no puedo seguir callado:

M: Bueno… entonces… contesta a tu padre… y si necesitas algo… ya sabes…

I: ¿Algo como qué?

M: No se. Cualquier cosa.

I: ¿Cualquiera?

M: Emmm… … … Claro que sí… … … ¿Necesitas algo?

I: Necesito que te quedes conmigo un ratico.

M: … … … ¿En serio?

I: No te emociones. Lo que ocurre es que acabo de mirar una peli de miedo y aquí, sola y lejos de mi zona de seguridad… Estoy cagada… Me he asustado cuando has tocado el timbre. Pensaba que me ocurriría lo de la peli.

M: ¿Que ocurría en la peli?

Iris, sin verbalizar su oferta, me invita a entrar con elocuentes gestos mientras me cuenta el argumento de esa turbadora película. Yo la sigo sin mucho convencimiento y cierro la puerta tras de mí. Me habla con total naturalidad, como si fuéramos amigos desde hace años. Llegamos al comedor y se deja caer sobre ese elegante sofá de piel marrón.

I: Pues llamaban al timbre y la chica, muy mona, aunque no tanto como yo, miraba por la mirilla y veía a su hermano. Esperaesperaespera. No te lo estoy contando bien. Resulta que ella está hablando con su hermano por teléfono, que está de camino para hacerle una visita; entonces suena el timbre y allá está él, al otro lado de la mirilla, pero cuando abre, !pam! no hay nadie. Y de pronto, del auricular empieza a sonar un ruido super aterrador. Yaseyaseyase, parece que no sea nada pero es que hacía rato que le pasaban cosas muy raras y estaba acojonada. Y la música y todo. Le persiguen los fantasmas y…

Habla deprisa, sin pausa, empeñándose en que la comprenda, moviendo teatralmente sus brazos y haciendo muecas faciales.

I: No te rías. Si hubieras estado aquí durante la peli también estarías cagado.

M: No lo sé Iris. Yo soy un tío muy duro.

I: Sí. Seguro. Ya me dijo mi padre qué lloras como una nena cada vez que se te acerca una avispa.

M: No. Espera. Eso no tiene nada que ver. Es una fobia perfectamente respetable que no afecta a mi día a día. Y no lloro. Solo me aparto por precaución.

I: ¿Por eso te has puesto tan nervioso antes en el ascensor? ¿Porque mi bikini era amarillo y negro? como el color de las avispas?

M: … … … Sí… Será por eso.

I: Pues tienes suerte de que no te enseñe las bragas. A lo mejor te da un yuyu y tengo que llamar a una ambulancia.

M: Creo que podría soportarlo… … … … No sé. Prueba.

I: ¿En serio me estás pidiendo que te enseñe las bragas? Se lo diré a mi padre.

M: Nonono. !Que dices!. Solo era una broma.

I: Entonces ¿No quieres vérmelas?

M: Iris… … … … No me busques problemas con Ernesto, es el único vecino con quien me llevo bien. Tenemos muy buen rollo.

I: Que dices tonto. No voy a traerte ningún problema si te portas bien. Hagamos una cosa. Yo me voy subiendo la camiseta poco a poco y si te entra el pánico me tapo de seguida, antes de que rompas a llorar.

M: ¿Pero qué dices niña? Anda. No juegues con migo.

I: Parece que no eres tan duro al fin y al cabo. Te has rajado en seguida.

M: No me he rajado… … … Hazlo si quieres pero no se lo digas a tu padre.

I: Te advierto que tienen rallas; negras y amarillas. ¿Estás seguro que podrás mirar?

Me visto la cara con una máscara de frialdad pero estoy como un flan. Está muy claro de que va este juego y empiezo a contemplar posibles desenlaces, cada cual más sobrecogedor que el anterior. No creo que me vaya de vacío. Espero que no.

Iris se ha puesto de rodillas, sobre la butaca que acompaña al sofá donde me encuentro. Me da la espalda y hace bascular los limites inferiores de su camiseta, en el sentido contrario en que mueve sus nalgas, para que dichas redondeces salgan a relucir un poquito más en cada oscilación textil. Vuelve la cabeza para observar, con su rubio mechón profanando su angelical cara, cómo mi rostro se desencaja. Esa tela es muy fina y su culo respingón se expresa, con cada meneo, marcando su silueta.

Pronto empiezo a sospechar que lo que esconde esa chica, bajo esa holgada prenda, es un tanga, atrincherado entre sus nutridas nalgas adolescentes. Recupero la motricidad de mi mandíbula desgobernada y trago saliva. !Pero que duro me estoy poniendo!. Aunque si te digo la verdad, me inquieta más lo que está a punto de ocurrir que lo que está ocurriendo. !Oh! !No! Eso sí que no me lo esperaba. Ni bragas, ni tanga, ni tongo… Esta cría me está vacilando.

-Ay no- dice Iris tímidamente mientras se baja la camiseta de nuevo -que vergüenza-

-¿Q.qué? ¿Quesqué?- contesto sin conseguir formular una frase coherente.

-No me acordaba que no llevaba nada. Cuando he salido de la ducha antes…- sinuosa.

Ogmhnzfptnmhflbwñ…. Fuaah. Puede que sea el mejor culo que he visto jamás. Tan redondo y con un bronceado tan uniforme. ¿Será su tono natural?

¿Te acuerdas de Raquel? ¿La chica de la bolera? Ella lo tenía un poco más grande y tan pálido… me pareció sublime entonces, insuperable, pero Iris… Vaya par de soles tan luminosos. Me duele la polla. Tengo que levantarme y liberar a la bestia.

M: Te voy a…

I: Noooh. !¿Qué haces?!. Ha sido una broma. Yo no quería…

M: Tengo que follarte niña. En serio. Ahora no me digas que no.

I: ¿Pero qué dices? Si aún soy virgen. ¿No ves que soy demasiado niña para ti?

M: ¿Estás de coña? ¿Cómo puedes decirme esto ahora?

I: Te lo digo en serio. Además. Mi padre estará al caer.

M: !Si me ha llamado hace nada!

I: Imagínate que te encuentra aquí follándome. Irías a la cárcel.

M: Pero… ¿Cuántos años tienes?

I: Te digo yo que irías a la cárcel. Créeme.

Tengo el pantalón desabrochado pero todavía estoy cubriendo la discreción de mi miembro erecto. Me he detenido a un escaso metro de mi presa e intento frenar mis arrolladores impulsos.

M: ¿Entonces qué? ¿Quieres que me vaya?

I: No. Todavía tengo miedo de estar sola.

M: En serio niña… ffffff… Si algún peligro te está acechando ahora mismo, ese soy yo.

I: No creo que seas tan peligroso. Dice mi padre que eres un pedazo de pan.

M: ¿Tú no sabes que los psicópatas más sanguinarios siempre parecen buenas personas? Cuando la verdad sale a la luz, todo el mundo dice «pero si era tan amable… era tan buen vecino…»

I: Sí. Eso. Tú termina de meterme el miedo en el cuerpo. Si te he pedido que te quedes es para protegerme de los muertos, no para hacerme temer a los vivos.

M: Valevale… … … Dime una cosa ¿Por qué no contestabas a tu padre?

I: Tenía el móvil en silencio. Espera, aún lo tengo. !Fuaaaah! Doce llamadas perdidas.

M: Pues corre. Llámale y dile que todo está bien. Eso tenía que haber sido lo primero.

+ ¿Papá?… … … Sí. Estoy bien. En casa. Ahora acaba de venir Mateo.

+ Lo siento. Es que lo tenía en silencio y estaba viendo una peli.

+ De miedo. Emmmm, no sé. La Maldición creo.

+ No es culpa mía. Si tuvieras teléfono fijo me hubiera enterado.

+ Papá ¿Estás borracho?

+ Tú no hablas así. Haz el favor de comportarte o no volverás a salir en todo el verano.

+ Claro. Sí, seguro. Vale. Te lo paso.

Iris me pasa el móvil dedicándome una chistosa mueca de complicidad. Casi se nos cae al suelo, lo que desata una serie de movimientos esperpénticos para evitar el impacto. Unas contenidas risotadas finiquitan este entuerto en cuando me apodero del aparato.

+ Hola Ernesto.

+ No, que casi se nos cae el móvil al suelo.

+ Sí. Parece que se porta bien. Es una buena niña.

+ Sí. Ya veo. ¿Tú tardarás mucho? Es qué viendo la peli le ha entrado miedo.

+ No. Me quedo cinco minutos. A ver si se le pasa y se va a dormir ya.

+ Espero que no pretendas conducir en este estado ¿Eh?

+ Vaya ejemplo para tú hija. Luego querrás que se aleje del turismo de borrachera.

+ Vale. No, no hay de qué. Ya sabes que también te pido algún que otro favor.

+ Hasta mañana.

Cuelgo y fijo mi mirada en Iris. Le devuelvo el móvil y le pregunto:

M: ¿Y ahora qué?

I: No me voy a dormir.

M: ¿Quieres ver otra peli? ¿Que no sea de miedo?

I: No. Quiero ver una de miedo. Me encantan.

M: ¿Entonces qué? ¿La Maldición 2?

I: Sí. Me dan más miedo las asiáticas.

****

Pues no me parece a mí que de tanto miedo. Llevamos unos cuarenta minutos y no me está emocionando demasiado está peli. Además las cintas orientales tiene un tono… como descolorido y triste, como si sus técnicos de fotografía no supieran de iluminación. Los efectos no tienen mucho presupuesto y la dirección abusa demasiado de la oscuridad. Eso sí, los instrumentos disonantes son estremecedores y los altavoces de Ernesto rentabilizan mucho los sustos. El subwoofer le da fuerte; estaría sufriendo por el vecino de abajo si no fuera porque… soy yo.

Iris se aferra un poco más a mí a cada susto. Se abraza a mi grueso brazo y hasta llega a clavarme sus uñas cuando más aterrada está. En serio ¿Que es lo que quiere esta niña? ¿Ponerme cachondo para luego dejarme con las ganas? Solo presta atención cuando pasa algo inquietante. Cuando la trama es más liviana, con diálogos, se dedica a teclear conversaciones con sus amigas. Eso es algo que suele ponerme histérico: mirar una peli con alguien que hace más caso a la pantalla del móvil que a la pantalla del televisor.

Ahora, ahora Iris, fíjate que vuelve estar la chica sola en esa dichosa casa fantasmal. Efectivamente. No tarda en pegarse a mí de nuevo. Sí. Ahí va. Me estoy empalmando de nuevo. Parezco un globo: cada vez que me aprieta el brazo se me hincha la polla. Esta vez no voy a intentar disimular ese bulto. Voy a seguirle el juego. No. Espera. Está resultando demasiado evidente.

M: ¿Por qué te pegas tanto niña? Me estás dando calor.

I: !Hay! Perdone míster caluroso. Ya me separo. Pero al próximo susto me pego otra vez. Quítate la camiseta si tanto calor tienes. A mí no me importa.

Tardo unos escasos cuatro segundos en obedecer sus directrices. Mientras tiro mi camiseta sobre la acolchada alfombra vuelvo a contemplar ciertas perspectivas. No sé si la voy a desvirgar hoy pero… Iris quiere algo. Aquí, pegándose a mí sin ropa interior, pidiéndome que me saque la camisa… Si no sucede nada por no haber tomado la iniciativa de nuevo la culpabilidad me atormentará durante todo el verano.

M: ¿Pero qué estás haciendo ahora?

I: Tranquilo. Solo es una foto de nada.

M: Pero no me saques fotos así, descamisado.

I: Solo quiero que te vea mi padre. Que vea como te pones con migo.

M: !¿Pero tú estás loca?!

I: Que nooooo, tonto. Son para mi amiga Noelia. Para fardar de ligue.

M: ¿Estás fardando de ligue?

I: Sí. Es que mira que maromo se está ligando ella. Quiero darle envidia. Tú estás mucho más bueno. Estás cachas… … Para comerte entero.

!Vamos! Lo que me faltaba. Ahora la niña se pega a mí para enseñarme las fotos de su móvil. Quiere que vea al niñato ese que ha conocido su amiga. Está muy cerca. Muy, muy. Y hele tan bien… A jabón perfumado, a champú infantil, a suavizante de flores… Ya estoy palote otra vez. Ahora sí que no voy a disimular.

I: Se llama Petter.

M: Menudo tirillas. Es alto. Parece Petter la Anguila.

I: ¿Quién es ese?

M: Déjalo. Un tío muy alto y delgado… … Pero si es un crio este.

I: Pues como Noelia.

M: ¿Y como tú?

I: ¿Te molesta eso?

M: No sé ni cuántos años tienes. Solo sé que la última vez que te vi eras una niña.

I: Pues será mejor que no calcules el tiempo que hace de eso.

M: Creo que debería irme. Tu padre no tardará en llegar y yo estoy malo por tu culpa.

I: ¿Lo dices por eso de ahí?

Iris señala la tienda de campaña que habita en mi bajo vientre. Ya me temía yo que esa niña se había percatado de tan bochornoso bulto. Sin apartar la mirada de ella asiento con la cabeza, mimetizando un dramatismo notable.

M: Estoy muy tenso Iris. Estoy a punto de reventar.

I: Podrías irte al lavabo y hacerte una paja. Así te tranquilizarías.

M: Creo que mejor me bajo a mi piso y hago eso que dices. Me imaginaré que te violo salvajemente delante de tu padre.

Iris, escandalizada, estalla en una carcajada incontenible.

I: ¿En serio te pone eso?

M: ¿Qué quieres que te diga? ¿Qué me has puesto a cien con el numerito de antes?

I: Vale. Te creo. Pero antes de irte quiero que me la enseñes.

M: … … … … Vale… Aquí la tienes.

Sin reparo alguno, me bajo el calzón. Mi polla, venosa y enrojecida, viéndose despojada e cualquier limitación textil, se estampa contra mi barriga sonando a modo de palma suave. Iris expresa su fascinación con los ojos como platos y su boca muy abierta.

M: ¿Te gusta?

I: !Por Dios! !Mateo! ¿Cuánto mide eso? ¿Lo sabes?

M: No estoy en edad de medirme la picha. Hace veinte años que no lo hago, lo menos.

I: Aún me quedaba mucho para nacer a mí la última vez que usaste una regla… ja, ja.

M: Tócamela Iris… Vamos… Te mueres de ganas.

I: Emmmm. Bueno. ¿Solo un poquito eh?

Con mucha timidez, la niña acerca su mano cautelosamente. En el preciso momento en que establece contacto, se sorprende de las inconscientes contracciones que ejecuta mi falo, hambriento de atenciones femeninas.

-¿Eso es normal?- pregunta Iris mientras me devuelve la mirada.

Asiento con la cabeza encontrando sus ojos castaños. En el momento en que ella vuelve a centrarse solo en mi polla, me permito romper mi quietud y rodearla por la cintura para pronunciar ese pernicioso acercamiento. Ella no rechaza dicho gesto e incluso lo pronuncia pasando su brazo por detrás de mi cuello, adquiriendo cierta altitud postural en el acercamiento.

Oh, sí. Me está agarrando los huevos con fuerza. Debería de tener más cuid… ooouuxx… Qué daño. Tengo su carita muy cerca. Puedo incluso sentir su dulce aliento insinuándose. Con mi mano libre me apodero de su rostro y me lo encaro para comerme su boca. Mientras le muerdo los labios y aprieto mi lengua contra la suya, percibo que esos curiosos movimientos exploradores de su mano en mi tranca se han tornado paja. Una gayola cada vez más rápida e intensa. Estoy tan cachondo que… podría correrme en poco tiempo. Tengo que parar esto. Cuando por fin consigo separarla de mi, ella me pregunta sin aliento:

I: ¿Tienes condón?

M: ¿Qué?… ¿Qué?… … Sí. Abajo.

I: ¿Lo vas a buscar?

M: Emmm… No hay tiempo ¿No? ¿O sí?

Ya no sé ni lo que me digo. Me urge tanto follarla que se me hace difícil salir de ese salón ahora. Pero es que si la penetro, igual exploto y me corro enseguida. Lo mejor es disiparme un poco mientras bajo a mi piso a buscar gomas. Imagínate que marrón si la dejara preñada. No quiero ni pensar en su misteriosa edad y mucho menos en las consecuencias legales de mis actos.

Recojo mi camiseta y me apresuro a salir de ahí. Bajo los escalones de cinco en cinco, intentando no pensar en Iris. Intento enfriarme para durar más cuando la folle. No. Nononono. Mil estampas de lo que me puede aguardar tras la puerta de ese piso me acechan, estimulando mi lívido inconvenientemente. Con temblores de impaciencia intento introducir la llave en mi cerradura. Una vez dentro y sin siquiera abrir la luz, llego al cajón de mi cómoda y, tras superar el pánico inicial de no encontrarlos, consigo dar con la caja aún precintada. Dejo tras de mí un sonoro portazo al tiempo que subo los escalones de cuatro en cuatro.

Una vez encarado su pasillo, la campanilla del ascensor, tan sutil como imperativa, detiene mi paso en seco. Ernesto hace acto de presencia sin percatarse de mi aparición desde el rellano de las escaleras. Afortunadamente, mi localización dista más de su puerta que la suya y un par de pasos atrás son lo único que necesito para nutrir de secretismo mi presencia.

Por un momento, sufro por Iris. Ella me está esperando y ¿Quien sabe en qué condiciones? Pero yo no tengo llaves. Y su piso está en silencio. Habrá apagado la tele. El sonido de la cerradura la habrá alertado. Cometiendo una estupidez desprovista del más mínimo sentido de la prudencia, me acerco y pego mi oreja a esa puerta de madera. No escucho nada. O espera. Sí. No entiendo bien las palabras pero tienen un tono muy bajo. Suena a normalidad absoluta. Eso me tranquiliza por unos momentos pero unos rápidos pasitos descalzos al otro lado me alertan de nuevo. La puerta se abre repentinamente.

-Sssshhhh- susurra asustada nada mas encontrarme ahí.

-Sssshhhh- le respondo haciendo gestos de peligro parecidos a los suyos.

Me estoy apartando aún con el dedo en la boca para representar la señal de silencio. Iris había dado un par de pasos nerviosos para empujarme de vuelta, pero no ha hecho falta que me toque. Se dispone a entrar en casa otra vez pero un arrebato frena su trayectoria. Tras echar un vistazo a su espalda, vuelve a acercarse a mí para estampar su boca en mis labios. Es un beso fugaz pero intenso. Se apresura a volver y llega justo a tiempo, pues una corriente de aire ha estado a punto de propiciar un portazo injustificable. Me dedica un resoplo de alivio y se apresura a cerrar la puerta silenciosamente.

A toda prisa, articulo mis pasos más rápidos y silenciosos para abandonar mi peligrosa ubicación. Una vez arropado ya por la oscuridad de mi piso me siento a salvo. Un coctel de ideas y sensaciones zarandean mi mente entre la euforia, el miedo, el alivio, la culpa, el optimismo…

*Le hubiera podido hacer de todo a esa nena si no hubiera perdido tres cuartos mirando recatadamente esa fantasmal película.*Nada está perdido todavía, Iris acaba de llegar y tardará en irse. Le gusto y quiere tema. Solo es cuestión de tiempo que consumemos. Eso espero.*Ha ido de tan poco… si Ernesto llega cinco segundos más tarde me pilla golpeando impacientemente su puerta con una caja de condones en mi mano. Si hubiese tardado cinco minutos… ¿Quién sabe?

Los próximos días serán interesantes. Espero que Iris no se raje. Que su reflexión en frío no le haga lamentar lo que su calentura tanto se ha empeñado en justificar. No. No lo creo. Me la voy a follar donde sea y como sea. La tengo en el bote. Y sí. Te lo voy a contar. Si has llegado hasta aquí querrás saber lo que ocurre ¿no? Dímelo a mí. Estoy que trino.