La hija de mi mejor amigo es bastante sumisa y le fascina de todo

Es sumisa, pero yo no lo sabía antes de venirse a vivir conmigo. Desde que la hija de mi amigo Hans se trasladó a mi casa mi vida ha cambiado. Se llama Íngrid y tiene veintiún años, su sonrisa y su belleza cautivan. Es rubia, de pelo cortó color platino.

Tanto ella como sus padres son de un país nórdico, ella se ha trasladado a España para estudiar aquí su segunda carrera universitaria. Su padre y yo somos grandes amigos desde que hace años él también estudió en España. Hans habló conmigo varias veces por teléfono, para que la ayudara con los trámites de inscripción en la facultad. Íngrid habla español, noruego e inglés con mucha soltura y con un acento nórdico muy sensual, es muy inteligente y muy desenvuelta en todo. Lo de vivir en mi casa en lugar de una residencia de estudiantes mi lo pidió su padre por ser el deseo de ella, yo encantado, vivo solo y mi casa, que es muy grande, está muy cerca del centro de la ciudad, lo que le viene muy bien para ir a la Facultad. Su padre y yo no hemos tenido contacto en años, Pero últimamente a través de Facebook e Instagram estamos en contacto y nos vemos en las fotos y nos hablamos, a ella la tengo también de amiga, le gustan las fotografías artísticas que publico en mi perfil. Hasta el día en que llegó Íngrid yo solo la había visto en las fotos que tiene en Instagram, donde antes de llegar ella aquí no he pude evitar fijarme más a fondo en su belleza.

Al llegar su avión al aeropuerto yo la estaba esperando, desde el fondo de la terminal la vi acercarse acarreando dos grandes maletas; «sentí atracción al fijarme en ella»: No sé si por su forma segura de caminar, o por sus muecas al sonreírme cuando desde lejos me reconoció, o por su pelo rubio platino cortito, o por su minifalda de cuero negro y sus tacones altos; «no lo sé», pero mi emoción estaba ahí, ella, para mí; resplandecía entre la multitud.

Me dio dos besos y me habló en su idioma nativo unos segundos por la emoción y después en español. Cargué sus maletas en mi vehículo y nos dirigimos a casa. Al entrar por el portón de la casa y acceder al jardín Íngrid me dijo con alegría:

—Qué bonito es el jardín Erardo, es una maravilla tan lleno de flores.

—Íngrid, hay una piscina detrás de la casa, seguro que te gustará cuando llegue el verano, que aquí hace más calor que en el norte.

—Seguro que si Erardo, vamos a verla —dijo la preciosa joven ilusionada.

Fuimos a ver la piscina, Íngrid se puso en cuclillas junto al filo de la piscina moviendo el agua con una mano, mientras yo de pie la observaba; no se percató de que sus muslos se habían separado un poco, mostrándome a través de la abertura de su falda de cuero negro sus braguitas blancas preciosas y muy ajustadas a su sexo, el cual se asomaba muy levemente a ambos lados de la prenda íntima, con un vello inapreciable, como una pelusilla tan clarita como sus cabellos; «en un instante sentí el comienzo de una erección que no esperaba». Ella alzó la vista y al captar mi mirada de deseo me sonrió sutilmente como entendiéndome, y juntó los muslos.

Todas las mañanas cuando me levanto para ir a trabajar coincido con Íngrid en la cocina, la joven se levanta a la misma hora que yo para ir a la Universidad. Al levantarse Íngrid e ir al aseo o a la cocina a desayunar, se pasea por toda la casa con una camiseta muy cortita y amplia con la cara de Justin Bieber, la cual le llega a la altura de su pubis, justo donde comienzan sus braguitas, que son la única prenda inferior que se pone. La primera mañana que la vi salir de su habitación vestida de esa guisa yo estaba tomando mi café y casi me atraganto al verla con sus diminutas bragas acercarse a mí, tuve que preguntarle:

—Íngrid, perdona si no esperabas que estuviera levantado y te he visto en ropa íntima.

—No me molesta que me veas en braguitas Erardo; así duermo también en Noruega y tengo costumbre de vestirme cuando desayuno y me doy una ducha, pero si te incomoda verme ligera de ropa me vestiré antes de salir a desayunar.

—No, no me incomoda Íngrid, al contrario, contemplar tu belleza es un regalo de los Dioses; además yo siempre he sido muy liberal: hace años iba a playas nudistas muchas veces, me encantaba estar desnudo entre la gente; «Íngrid estás en tu casa», viste como desees preciosa —Íngrid me replicó en tono humorístico:

—Aaaa ya sé que te gusta estar desnudo, «un maduro atractivo desnudo por la casa», jejeje, es broma Erardo, me gusta bromear y tú me caes muy bien, así que «seguiré en braguitas». Me dio un besito en la mejilla sonriendo y siguió haciéndose la tostada; olía a Chanel Nº5 (siempre lleva ese perfume), me embriagó el contacto con su mejilla.

La rutina en casa desde que ella llegó es la siguiente: Íngrid y yo nos levantamos a la misma hora, desayunamos juntos, ella siempre luciendo las braguitas, a veces tangas; cosa que me encanta. Después ella acude a la universidad y yo a mi trabajo. Almorzamos los dos juntos en casa, después yo recojo la cocina y el comedor mientras ella se mete en su habitación a estudiar; estudia igual de cómoda que cuando duerme, «en braguitas y con la puerta abierta». Cuando acabo de limpiar me pongo a ver una película en el salón. Muchas tardes, si la peli le interesa a Íngrid deja de estudiar y se viene a verla conmigo. Me pregunta de todo, quiere saber todo de España. Cuando veo la película junto a ella nos sentamos los dos en el sofá que está frente al televisor, yo en un extremo y ella ocupando los otros dos asientos con los pies descalzos sobre el sofá; unos pies muy pequeñitos y bellos con las uñas siempre pintadas con brillo transparente. Como cuando estudia también lleva el «uniforme de las mañanas», las braguitas «en flor», las veces que deja el estudio para ver la peli conmigo viene tal como está. Ella se siente muy cómoda junto a mí, no hay maldad en ella, o por lo menos no la adivino; pero cuando mueve o abre la piernas relajada sobre el sofá a veces se le asoma levemente un labio externo de su sexo por el filo de las braguitas, ¡cómo explicar la belleza de esa suave piel desnuda!, y el morbo que me da la visión parcial de su sexo, «como un eclipse de coño ante mis ojos», algo muy erótico para mí. Ella parece no darle importancia, o se hace la lela muy bien.

Sin que Íngrid lo sepa, a veces, después de verle la abultada piel de su sexo me olvido del argumento de la película y mi mente crea otra película en mi imaginación. En mis pensamientos se mezclan las imágenes de la película de ese día con la visión imaginaria en la que me veo metiéndole la meno dentro de las braguitas y apretando con mi mano ese tierno manjar «con fuerza». Al acabar la peli mi pene suele estar muy erecto, lo disimulo manteniéndolo apretado entre las piernas cruzadas.

Desde que llegó Íngrid, hace ya más de un mes, muchas noches salgo con el coche y le hago el amor a una amiga madura como yo que está a mi disposición como ella mismo define nuestros encuentros, le hago el amor intensamente, consiguiendo que ella tenga cada día uno o dos orgasmos antes de correrme yo. El otro día, después penetrarla un buen rato me dijo Yolanda:

—Erardo, cuánto sexo con tu edad; me tienes excitada todo el día.

—Tampoco estoy tan mayor Yolanda, simplemente tengo la libido alta.

Desde que salgo por las noches para penetrar a mi amiga noto como se arregla más esperando mis continuas visitas, poniéndose vestidos ceñidos y ropa interior de encajes casi transparentes, prendas picantes. Mi hiperactividad sexual provocada por el intenso deseo que siento hacia la joven hija de mi amigo ha despertado en Yolanda lo más profundo de su sentimiento de sumisión.

Ya han pasado tres meses desde que Íngrid llegó a casa. Y cuento las novedades.

Como cada tarde desde hace más de quince días Íngrid volvió a traer ayer a Paloma, su amiga de la universidad, a estudiar con ella, cuando estudian juntas cierran la puerta para tener intimidad. Ayer fue distinta la visita de su amiga; desde el salón al apagar la televisión escuché gritar a Íngrid, «alarmado y protector», pensando que habían discutido y Paloma le pegaba entré en su habitación sin llamar a la puerta, la estampa que vi me era muy familiar, pero no pensaba ver esa escena entre las dos: Al entrar de sopetón «encontré a las dos completamente desnudas», preciosas, Íngrid estaba con el culo en pompa sobre la cama y su amiga estaba de pie dándole con una vara del jardín a Íngrid en los cachetes con mucha intensidad, el culo de mi compañera de casa Lucía marcas rojas muy marcadas.

Salí de su habitación acalorado, encerrándome en mi dormitorio, donde me masturbé con intensidad hasta correrme sobre el suelo. Cuando limpiaba mi semen de las baldosas con un clínex escuché como se cerraba el portón del jardín. A los pocos minutos llamaron a mi puerta, pon, pon, pon.

—Quién es —pregunté sabiéndolo y me respondió Íngrid así:

—Erardo ábreme que te explique, por favor.

Abrí al momento, ella estaba junto a mi puerta con algunas lágrimas en los ojos totalmente desnuda. Solo la vi de frente pero mi corazón aceleró su caminar… Su cintura muy estrecha dejaba ver un abdomen de gimnasta, bajo el cual se veía su pubis, un pubis sin recortar ni afeitar, ni falta que le hacía ya que era perfecto, estrecho no muy largo y clarito como el sol del mediodía. Sus muslos son los de una hembra de las mejores, separados de su sexo sin abrir ella las piernas, «como marcando su cuerpo un hueco hacia el paraíso; le pregunté:

—A qué jugabais, bueno, yo ya sé a qué, pero, ¿no te parece que le has dado demasiada libertad de acción?, esos varazos no eran moderados, parecían de ira y no para darte placer Íngrid —Ella se derrumbó y se echó a llorar abrazándome y aplastando sus pezoncitos de punta contra mi camisa de algodón; me dijo gimiendo junto a mi oído:

—Erardo no ha sido la primera vez, acabo de decirle que se vaya que no quiero volver a hablar con ella, veras: hace una semana fui yo la que le pedí mientras estudiábamos que me diera unos azotes solo con la mano, porque yo añoraba un poco a un novio que tuve y que también me azotaba, pero al que dejé porque también se pasaba conmigo, confundiendo mis deseos de ser sumisa con un trato irrespetuoso. Después de la primera tarde, Paloma me enseñó su verdadera cara, me quería maltratar, no dominar de un modo correcto, y para que no me negara me amenazó con contártelo a ti, y solo de pensarlo se me caía la cara de vergüenza y la deje hacer, yendo a más en los últimos días; «pero gracias a Dios entraste tú y se quedó sin argumento, y justo después de cerrar tú la puerta la he podido mandar a la mierda para siempre. Siento haberte dado este mal rato Erardo, eres tan bueno —me dijo con un tono de voz amable y más calmado; yo le hablé algo preocupado aún.

—Para mí es una alegría que hayas sido tan sincera conmigo y también que la hayas mandado a la mierda, si te vuelve a molestar yo mismo iré a hablar con el Rector. Ya que estas desnuda no te dará corte que te vea ese precioso culete Íngrid, valla que te haya hecho alguna herida profunda.

No dijo nada, solo se dio la vuelta y apoyando sus manos en el filo de la cama me mostró su precioso culazo en pompa, un culo increíble enmarcado en su cintura de avispa. Miré las heridas, y vi que la cabrona de la amiga le había dado bien, le dije:

—Guapetona, no tienes ninguna herida profunda, solo marcas rojas y moratones, no habiendo sangre no creo que haga falta que te lleve al hospital, te daré una pomada y si mañana lo vemos peor vamos al hospital, ¿te parece bien?

—Erardo, ni hoy ni mañana, aunque tenga el culo inflamado pienso ir al hospital, no le voy a enseñar el culo a todas las urgencias y dar explicaciones de la zorra de Paloma, si hubiera sido más grave entonces sí; «anda dame la pomada, pero antes refréscamelo con una toalla húmeda por favor».

—Traje una toalla húmeda y una zafa con agua, y un jabón de aceite natural que es muy bueno para los moratones, me hice espuma con las manos y se lo froté. Lo hice muy despacio acariciando muy bien sus dos cachetes y el comienzo de su fina espalda ya que también tenía algún moratón, lo hice bien, no dejando ningún rastro de la piel vegetal de la vara con la que le atizó. Mi mano desnuda recorría todo su culo cubriéndolo de jabón con olor a pueblo. Miré su rostro y la vi jadeando sin producir ningún sonido, mientras le secaba el pompis con la toalla tuve una tremenda erección, tal que sin entrar en detalles sobre el tamaño de mi pene, solo diré que no me cabía dentro del pantalón, y eso que me había corrido recientemente. Al secar a fondo sus cachetes estos se abrían y se cerraban haciendo que asomara su precioso bollo por detrás, como mirándome de medio lado, muy, muy rosado. Acabé la sesión cubriendo todo su culo con una pomada muy buena para los moratones, al acabar le di un azote «muy liviano en su culo cubierto de crema» diciéndole:

—Ahora vete a tu habitación y ponte unas braguitas de las más grandes que tengas para que la crema no se desprenda sobre las sábanas, y acuéstate pronto que descanses y se te pase este mal rato.

—Sí, gracias, mañana me darás crema también, me has relajado mucho.

—Vale, mañana te daré más.

Al salir pisó unas gotas de mi semen que no vi al limpiarlo, trastabilló un poco como si hubiera pisado un chicle con su pie descalzo y regresó a su habitación.

Ya lleva medio año viviendo conmigo, por consideración a mi amigo no he intentado poseerla ni dominarla sabiendo como sé que es aficionada al BDSM como yo. Pero desde los tres días en que le unté el culo con pomada como si fuera mía ya no desayuna en bragas, desde entonces desayuna desnuda completamente. Me despierto de madrugada entusiasmado por volver a ver esa estatua griega viviente paseándose desnuda por la cocina; se agacha dejándome ver su bollito, y tomando el café bosteza y se estira hacia atrás marcándose los labios mayores de su sexo abultados. Las visitas a mi amiga Yolanda, son diarias, las pajas que me hago también. El desearla y prohibirme a mí mismo tenerla me han provocado un estado de excitación que ha hecho que adelgace y se marquen mis músculos, es como una fuerza vital, que al contenerla me está dando la fuerza de los Druidas.

Siete meses llevo ya sintiendo este frenesí, hasta he sido capaz de buscar un empleo mejor, tengo una energía que me mantiene siempre valiente, amable y decidido. Pero la semana pasada todo cambió: Me escribió un wasap diciéndome que no comería en casa, que había quedado con Julio, el camarero del restaurante que hay frente a nuestro hogar, que él le ha dicho que le gusta la dominación… lo conozco más de oídas que de trato, y sé que es un gañán que presume en público de sus conquistas y de cómo se comporta de un modo algo canalla. También sé que ha tonteado con las drogas, después de leer su wasap los celos me devoraban, también la inquietud que sentía al ser consciente que al no haber querido seguir mis deseos y los suyos por respeto a mi amigo la había mandado «al foso de los leones», ¡en un instante en mi mente un pensamiento lo cambió todo! : EL MAL MENOR. Así era, había comprendido que lo mejor que podía hacer para protegerla era hacerla mi sumisa, y alejarla de las garras de este gavilán. Sin perder un momento le mandé este concreto wasap:

(Íngrid, tengo que contarte mi secreto, yo soy un dominante con experiencia en el BDSM, pero por respeto a tu padre no he querido confesártelo ni pedirte que fueras mi sumisa; pero al decirme lo de Julio, que aunque tú no lo sabes yo sí lo sé, que es peor que ese novio que tuviste no he podido dejar de pensar en el mal menor, si es que es un mal:

—Íngrid deseo que seas mi sumisa total mediante una relación 24/7, seré muy moderado en los castigos si me aceptas como tu dominante, no haciéndote ningún castigo con intensidad, ni te haré castigos que te dañen, y parando con solo decir tú la palabra ALTO. En público no se notara tu sumisión, ni sabrá nadie que eres mi sumisa, tampoco te compartiré con otro dominantes, te prometo hacerte feliz. Solo te pido si aceptas que no me desobedezcas en nada, prometo dirigirte bien y no entorpecer tus estudios, y acabar la sumisión cuando lo desees, solo entregándome el collar que si hoy aceptas te impondré—

Léelo despacio y piénsatelo tranquilamente, si decides aceptar ven a casa y no vallas con Julio).

A los diez minutos recibí un escueto wasap de ella, al sentir la notificación mi cuerpo se estremeció, abrí el wasap y ley lo siguiente:

(Erardo ese es mi sueño desde antes de viajar a España, mi secreto, que fueras mi dominante maduro, por eso quise vivir contigo. Desde este momento soy su sumisa mi Amo, acabo de salir de mi última clase antes de que acabara y voy a casa ahora mismo mi Amo, adiéstreme como desee).

Mientras ella regresaba, yo ilusionado me duché y me afeite todo mi vello púbico, el del pubis y el de mi bolsa escrotal con esmero, dejando mi sexualidad tan suave y limpia como la piel de un plátano.

Al llegar a casa se acercó a mí y yo la besé en la boca intensamente mientras le rodeaba su pequeña cabeza con mis manos, abrí un cajón del comedor que estaba cerrado con llave y saqué un collar de cuero negro sin estrenar con una chapita plateada con su nombre y el mío, le dije,

—Arrodíllate junto a la mesa sumisa.

—Si mi amo.

Después de arrodillarse le puse el collar al cuello abrochando la hebilla sin apretar, y le dije:

—Íngrid, siempre que estés en casa, y estemos solos llevarás puesto este collar, excepto para dormir.

—Sera un placer Erardo, mi Amo.

—Bien Íngrid, quiero que disfrutes más que yo, no solo disfrutando de verme gozar, si no haciéndote gozar a ti, iremos despacio, este sentimiento tienes que vivirlo poco a poco, ese es mi deseo, sin preguntas, solo obediencia. Para empezar hoy serás mi esclava solo para chupar, no podrás tener un orgasmo, ni te penetraré, ¡desnúdate completamente!, y ponte aquí de rodillas delante del sofá donde estoy sentado y chupa mi miembro hasta que me corra en ti, hazme gozar y cuando acabes te iras a dormir, quizás mañana te haga el amor.

—Como ordene usted Erardo.

Acto seguido se postró de rodillas delante de mí, con los pezones de sus pequeños pechos morados de duros y sus mejillas sonrosadas mientras yo bajaba la cremallera de mis calzones cerca de su cara. Saqué mi pene de los slip y se quedó duro como un mazo en el aire, sin doblegarse lo más mínimo, con tantas venas señaladas como el brazo de un culturista haciendo una pose.

Sin esperar, acercó su lengua a mi glande con la cabeza más baja agachándose y paseándola por el frenillo de mi pene rozándolo y acariciándolo con mi pellejo replegado por la intensa erección, después rodeó mi glande con su lengua como circundándolo, el color de mi miembro paso a morado. Luego descendió más y abriendo su boca atrapó mis dos testículos como si tragara una pareja de cerezas directamente del árbol. «Me quería morir de placer», con mis huevos en su boca me miraba a los ojos y parpadeaba en señal de felicidad, los estuvo moviendo en su cavidad bucal más de diez minutos seguidos, arrastrándolos de un lado a otro con su lengua como si con ella colocara «los bolos». Luego los dejó colgando empapados con su saliva y se alzó para intentar atrapar mi glande, abriendo mucho la boca se introdujo mi glande en ella, el cual rozó las comisuras de sus labios por la estrechez que producía el tamaño de mi miembro totalmente erecto. Sus labios, como anillo carnal abrazaban mi pene donde acaba el glande, mientras su lengua jugaba «otra vez» con mi tenso frenillo en el interior de su boca. Qué barbaridad de mamada me hizo mi joven sumisa, me temblaban hasta los muslos. Notaba como su lengua se desplazaba alrededor de mi glande dentro de su boca, despacio, dándose tiempo.

Tras varios minutos comenzó a tragarse mi pene entero, ayudándose al agarrarse a mi cintura por detrás de los pantalones. Yo notaba como mi pene rozaba el fondo de su boca y comenzaba a introducirse apretado en su garganta. Cuando consiguió metérselo entero me miró a los ojos desde abajo, con los suyos muy abiertos, deteniéndose así unos segundos antes de sacárselo un poco para poder respirar. Con medio pene dentro y medio fuera comenzó a mover su cabeza, ¡intensamente!, adelante y atrás, casi me corría ya, acaricié sus cortitos cabellos color platino mientras se me escapaban de entre las manos por el frentico movimiento de su cabeza… a punto de correrme le dije:

— ¡Para!

Y paró, con mi pene a medio meter. Agarré su cabeza con las dos manos por la nuca y comencé a moverla adelante y atrás muy despacio, sintiendo como mi pene ahondaba y salía de su bella boca; ¡Me corrí intensamente!, noté como el semen ascendía por mi pene como una prospección petrolífera y descargué dentro de su boca un chorro de semen que no pude ver salir, pero que sí sentí su caudal. Íngrid no movió ni un músculo mientras me corría en su boca con varios espasmos, el último se derramó sobre la punta mi zapato negro. Ella, casi tocando el suelo con su cara, y de dos lengüetazos a mi zapato lamió el semen que se la había derramado de la boca.

Antes de irse a dormir la besé en la boca mientras con mi mano derecha apretaba su bello y suave coño estrujándolo y humedeciendo mis dedos.

Los tres días siguientes la penetré por el ano, muy despacio, consiguiendo dilatarlo mucho en tres sesiones. A la semana penetré su vagina por primera vez, no sin antes comer su chochito durante más de media hora, provocándole más de tres orgasmos antes de hacerle el amor.

—Erardo—