La chica de la moto Sin mediar palabra, se subió a mi coche, me miró a los ojos, se sonrió y, subiéndose el vestido hasta la cintura mostró su coño esta vez sin bragas

Un día de verano, de mucho calor. Yo salía de trabajar e iba en mi coche por la Diagonal de Barcelona. El tráfico estaba inusualmente denso, hasta el punto que tardé una eternidad en pasar las primeras manzanas.

Como había quedado con mi mujer en que iríamos a hacer unos recados, la llamé y le dije que llegaría tarde a lo que ella me contestó que había oido en la radio que había pasado algo y la Diagonal estaba cortada.

Lo malo es que donde yo estaba no podía tomar ningún desvío hasta un buen trozo después por lo que le advertí que aún tardaría bastante en llegar.

Un poco más adelante, ya cerca de un semáforo, miro por mi retrovisor de mi lado y veo algo que me llama la atención, pero no caigo el qué exactamente. En situaciones de atasco, lo normal es que las motos pasen entre los coches y adelanten pero mi coche es muy ancho y, casualmente, yo estaba lo bastante cerca del coche de mi izquierda como para que por ese lado no pasara ninguna moto.

De repente, me di cuenta de qué era lo que me había llamado la atención. Esa moto a mi izquierda, a la altura de mi maletero, estaba conducida por una chica rubia, de aparente buen ver y que lucía un vestido veraniego que, debido a su posición de las piernas y mi altura, me permitía ver las bragas con relativa comodidad.

Como estábamos parados, tenía tiempo de recrearme mirando así que, para hacerlo más cómodo, toqué disimuladamente el regulador del retrovisor para que me diera un ángulo aun mejor.

Pero parece ser que ese movimiento del espejo le llamó la atención. Al principio le pasó como a mí  antes, no cayó en qué era lo que había visto pero, segundos después, a juzgar por su cara de sorpresa, se dio cuenta de qué era lo que yo estaba mirando. Ella ni habría pensado en que nadie pudiera verle las bragas y creo que incluso la misma sorpresa le impidió cerrar las piernas de inmediato y, segundos después, hizo un ademán de cerrar las piernas pero… algo le detuvo. Una sonrisa maliciosa apareció en su cara y no solo volvió a abrir las piernas a su posición anterior sino que las abrió, si cabe, un poco más.

Yo no perdía el hilo de lo que pasaba tras de mi, ya me importaba un carajo el atasco e incluso ya me estaba bien que durara. Ella era plenamente consciente de que la miraba e incluso, moviendo ligeramente la cabeza podíamos vernos a los ojos.

Ella, divertida con el juego que estaba dando su vestido decidió darle una vuelta de tuerca más. Poniendo los dedos pulgar e índice sobre su vestido, tiro levemente de la tela moviéndola hacia un lado. Y al estar bastante abierta de piernas, junto con la tela de la falda, desplazó hacia el lado también la braga. Lo justo para que esta vez pudiera ver, casi por completo, su coño impecablemente depilado.

Así seguimos un rato más, yo disfrutando mirándola y ella disfrutando de como la devoraba con la mirada. Sin apenas enseñar nada pero poniéndome a mil.

Y pasó lo que tenía que pasar. Por fin el policía nos hacía avanzar aunque sólo lo justo para quedarme en primera línea de salida al pie del semáforo. La siguiente vez que lo hiciera, por fin dejaría atrás el atasco.

Esta vez, por supuesto con mi colaboración “espontanea”, la anchura con el coche de mi izquierda era ligeramente mayor y como, imagino, ella no tendría ganas de seguir su juego con el guardia como testigo, avanzó hasta ponerse a mi altura.

Nos miramos. Se sonrió y me preguntó ¿te ha gustado lo que has visto? Hubiera sido estúpido que me hubiera hecho el tonto y, como además seguramente no la volvería a ver más, no había motivos para no decirle lo mucho que había gozado de las vistas. Pero no hizo falta: mi mirada se lo dijo todo. Lo siguiente que me dijo fue “pues si quieres verlo mucho mejor, en el próximo cruce, gira a la derecha y aparca el coche”.

Como yo ya había avisado de que llegaría tarde a casa, pensé… y por qué no? Así que cuando el policía volvió a dar paso, ella salió como una exhalación y metros después giró a la derecha. Yo hice lo propio y aparqué en el lateral, tal y como ella me había indicado.

Allí estaba ella de pie. Sin mediar palabra, se subió a mi coche, me miró a los ojos, se sonrió y, subiéndose el vestido hasta la cintura mostró su coño esta vez sin bragas (aun me maravillo de cómo se las pudo quitar tan rápido y sin que la viera) y me dijo: “puedes mirar… y tocar”.

Obviamente, no iba a dejar pasar una oportunidad así. Ella sentada en el asiento del acompañante, vestido subido, coño a mi alcance… mi mano no tardó nada en acariciarlo. Primero con suavidad y subiendo el ritmo paulatinamente hasta que tuvo un orgasmo.

Con la cara desencajada del placer, me volvió a mirar, me apartó y me abrió los pantalones a la vez que se agachaba entre mis piernas para hacerme una señora mamada hasta que yo me corrí en su boca.

Con unas gotitas de mi semen aun resbalando por la comisura de sus labios, se limpió con su dedo y se incorporó, se adecentó el vestido, me miró, me dio un beso en la mejilla, abrió la puerta y se fue. Sin preguntas, sin darnos datos,… sin más.

No había avanzado ni un metro de la puerta de mi coche cuando se paró, se dio media vuelta y con una señal me pidió que abriera la ventanilla. Veo que introduce la mano en su bolso… y me da sus bragas diciéndome: “para que tengas un recuerdo de mi”.