Hoy es el día, papi. Tú todavía no lo sabes. Mira todo lo que quieras. Luego tocarás. Lamerás. Harás conmigo lo que te apetezca.

Besos muy pequeños, tu miembro dentro de mí, muy lejos se escucha el pitido del tren, es el orgasmo que se anuncia, pueden verse los rieles entre la hierba, por aquí vendrá exigente, el tren más cerca, “te quiero, Loreto” “te quiero, papá”-ya no hace falta silbido, se escucha a la perfección la máquina poderosa ensordeciendo el silencio: Ya viene vida mía, ya llega, amor, ahí está.


Primero me presento. Me llamo Loreto y recién he cumplido dieciocho años. Todavía no he tenido ocasión de votar. ¿Mi ilusión? Ser escritora. No soy muy alta, uno sesenta y dos si me estiro mucho, pero no hace falta medir más para tener de todo: no ando mal de pechos; más de una cree que son operados de lo bien puestos. Mi culete tiene su respingo. ¿Mis piernas? Gustan.
Llevo un piercing en el ombligo -una bolita de oro- y un tatoo -una mariposa- en la parte exterior del muslo izquierdo. Ah! Y dos hoyuelos en la espalda, a la altura de los riñones, que vuelven locos a los tíos. ¿La cara? Empezaré por el tejado: Soy morena y llevo el pelo corto. La nariz es un puntín larga, pero ¿quién se siente a gusto con su propia nariz? Los labios carnosos. De lo que estoy más orgullosa es del color de mis ojos: verdes como el trigo verde. Talla 38. Ni gorda ni delgada. Tengo lo que tengo donde hay que tenerlo, vaya. Voy a la Universidad y ¿ya he dicho que quiero ser escritora? Pues presentada quedo. Y ahora os cuento. Cruzo los dedos y os cuento:

Estoy sentada con las rodillas separadas. Papá, papuchi, papi, papacito, finge que duerme en su sillón -que nadie le toque su sillón, es sagrado-.No tiene los ojos cerrados del todo. Estoy sentada frente a él, una mesita baja de cristal en medio. Me mira por más que disimule. Sí. Me miras, papá. Separo más las piernas para que me veas las braguitas. Retienes la respiración. Simulas dormir pero yo sé que no lo haces. Me estás mirando. Me excita que me mires. Me excita excitarte. Hoy es el día, papi. Tú todavía no lo sabes. Mira todo lo que quieras. Luego tocarás. Lamerás. Harás conmigo lo que te apetezca. ¿Sabes? He ido a la peluquería. También me he hecho las piernas. Ha sido por ti. Hoy has de acostarte conmigo.

Soy tu regalo de cumpleaños, papá. Perdón por no ir envuelta con cintas rojas. Mañana cumples 45 y te mereces lo mejor. ¿Te gusta tu nena? Pues la vas a tener. Y gracias a tu página preferida de relatos eróticos, my father.

Encontré los relatos por casualidad. Estaban en tu despacho. Todos tratan de lo mismo: papis que se lo montan con sus hijas. Una veintena de relatos distintos con un mismo argumento. Diferentes autores e idéntico tema. Y a mi papi ese tema le encanta. Descarga los relatos y se los colecciona. Una no es que sea la más lista del mundo pero sabe cuánto suman dos y dos. Si mi papá se interesa por el incesto, yo llevaré algún cirio en esa procesión. ¿O no?

Así que gusto a papi…Ni me había pasado esa idea por la cabeza. Te gusto, papá. Soy la tentación y te gusto. Me miras los pechos. Me miras las piernas si se me suben las faldas. Sueñas con acariciarme los muslos, con tocarme el vientre, con pellizcarme el culo, con zambullirte en mi sexo… ¡Qué calladito te lo tenías, papá! ¡Y qué bien has sabido disimularlo! Si no hubiera sido por los relatos…

Eres un sol, he de reconocerlo. Sabes dominarte. Doy fe. Porque desde que he sabido que soñabas conmigo, te he puesto a prueba. Te pido perdón, papuchi. Me desabrocho un botón más de la blusa para inclinarme y ofrecerte un mejor panorama de mis pechos. Me contoneo más de la cuenta. Te provoco, padre. Deseo averiguar hasta que punto sabes o puedes contenerte. ¿Recuerdas el mes pasado? Me senté en tus rodillas. Ahí te pude. No conseguiste frenar tu erección. Te notaba en el muslo, justo donde el tatoo de la mariposa. El efecto mariposa existe. Lo sé.

Has hecho mi vida interesante. Pon, por ejemplo, que salgo de la salita. No es lo mismo pensar “salgo de la salita” que “salgo de la salita y papá me está mirando el culo”. Así suena apasionante. Gracias por eso.

Pero a lo que iba. Me he acostumbrado a la idea de gustarte. Me convierte en importante. Siempre te he admirado, papá. Eras el más fuerte, el más sabio, el más guapo, el más todo. Y te gusto…Mamá está de viaje y hoy estamos solos en casa. La ocasión la pintan calva. Mira, yo soy como soy. A veces me tiro de cabeza. Eres, además, el único hombre que me ha querido muchísimo antes de desear acostarse conmigo. Tendrás tu premio. Esta va a ser una hermosa noche.

Sigo sentada frente a ti, con las piernas abiertas. Finges dormir. Quemo mis naves:

-Papá…

Haces como que despiertas. Abres los ojos y desvías la mirada que tenías prendida en mi entrepierna.

– ¿Sí, Loreto?

Separo las piernas todavía más.

– Papá ¿te he dicho alguna vez que eres un sol? No hace falta que disimules. Si te gusta mirarme, mírame.

Comienzo a desabrocharme la blusa. Llevo sujetador negro. Dude si ponérmelo, pero recordé un artículo leído en Cosmopolitan: A los hombres les encanta deslizar la mano por el interior de la copa del sujetador y abarcar el pecho. No te quejarás, papá. Imposible dar más facilidades.

– Pero no entiendo, Loreto…¿Te has vuelto loca?

¿No entiendes? Pues ahora entenderás. Me levanto de la butaca, me siento en tus rodillas y busco tu boca con la mía.

– No pienses en nada. Sólo bésame.

Tanteo tu boca con mi lengua. Aprietas los labios. Te pongo una mano en la nuca e insisto en mi caricia, la punta de mi lengua intentando abrirse paso en ti. Tu resistencia va cediendo, papi. Te gusto. Sabes que has soñado con esto muchas veces. No seas tonto. Bésame. Así. Sí. Así. Ya pasé la frontera de tus dientes.

¿Recuerdas? Miguel Hernández lo escribió hace años: “Frontera de los besos serán mañana, cuando en la dentadura sientas un arma”… Tú y yo estamos dinamitando la frontera de nosotros mismos. Nos disponemos a ser lo que una vez ya fuimos, una misma carne. Se enredan nuestras lenguas. Buceas en mí. Buceo en ti. ¿Se reconocerán nuestras salivas? Cierras los ojos y te beso con hambre de ti, porque la tengo, papá. La tengo. Por fin siento tu mano recorriendo mis pechos por sobre el sujetador.

Buscas resquicios, secretas entradas, inciertos caminos y los hallas. Los encuentras, pero vuelves atrás, eres como el mar, yo la playa ofrecida, arcilla húmeda que modelas a tu antojo. Tus dedos exploran mi piel en profundidad, sabia combinación de audacia y de ternura, de lentitud e inexorabilidad que me hacen desear angustiosamente el avance, tus yemas en el nacimiento de mi pecho, adelantando para, cuando me preparo para el definitivo asalto, retroceder suavemente acariciándome en círculo, realizando fintas y fintas, llegando al borde del sujetador y quedando allí, a un par escaso de centímetros de mi botón endurecido… Tengo el alma tensa como un arco.

Tu índice forma hueco entre la leve copa y mi carne. Remolonea. Se retira para volver acompañado del dedo corazón. Ambos tantean, me hacen perder el aire y la capacidad de respirar al acariciar el granuloso borde de mi areola. La rodean por entero, la delimitan quedando en la breve frontera entre la tersa piel de mi pecho y la incipiente rugosidad de su centro. Pese a que me besas, siento la boca seca.

Me ahogo de deseo. Tus dedos siguen acosándome, cierran milimétricamente el círculo de su tacto ligero hasta que me oprimen el pezón, lo pellizcan acuchillándome de placer, se apoderan de él obligándome a gemir y a escuchar campanas y el “Mediterráneo” de Serrat y el aleteo de las golondrinas volando en derredor de un atardecer sangriento, y también el mar derramado sobre la arena blanca. Tu mano, ahora lanzada, se acopla a mi pecho, lo oprime, lo amasa, y te sigo besando y tú a mí, hasta que, en una pausa, me susurras con voz enronquecida:

– Vamos a tu cama.

Tanto da una cama como otra. Vamos a mi cuarto en lenta andadura, parando a cada paso para zambullirnos más el uno en el otro, para reconocernos los contornos por sobre la ropa, tan pronto me tocas la cintura como me recorres los costados, papá. Y luego el lento descubrirse que se teje desabotonando, luchando con ojales que se resisten a la impericia de los dedos temblones, ese astisbo de piel que se entrevé por los resquicios de la ropa en desorden y que, a poco, cobra rotundidad de carne firme y descubierta, mis pechos escapados del sujetador y salidos del camisero abierto, y tú, papá, buscándolos con la boca, lamiéndolos, mordisqueándolos, adorándolos, en tanto me afano por desabrochar tu camisa y recorrerte el torso con mis dedos…

Ahora mismo, mientras rememoro la noche pasada, mientras vierto en el papel este rimero de frases y palabras, vuelvo a excitarme y he de detener el relato para masturbarme. Sigo, ya más tranquila. Estar contigo, padre, es tocar el cielo, arañar la luz de las estrellas. Me aprietas fuerte hasta hacerme crujir las costillas y el alma. Siento contra el vientre el calor duro y grande de tu sexo.

Es hermoso notarlo, tanto como dejarme mecer por tus manos que trazan caminos en mi espalda, por tus dientes que me recorren el cuello a besos pequeños y que, por un extraño mecanismo, consiguen, al hacerlo, erizarme la piel de los brazos, por tus piernas fuertes que me llenan los huecos: una se acomoda entre mis muslos, la otra me oprime el costado.

Mi dulce papuchi… Y pensar, tonta de mí, que yo me creía tu regalo de cumpleaños… Tú sí que eres mi regalo. Me has llevado a lo más alto. Te toco la verga. Es hermosa y extraña. Existió en un principio. Dentro de ella estuvo mi semilla. Aquí, en este miembro fuerte y tieso estuvo mi simiente. He aquí mi origen primero. Deja que la bese, que la lama. Hubo un tiempo en que existió en ella una chispita de vida que luego fecundó un óvulo y me trajo al mundo. Gracias por todo, cosita de papá. O mejor cosaza de papá, que hay que llamar a las cosas por su nombre. ¿Quieres entrar en la cuevecita de tu nena?

Abro los muslos e invito a mi padre a que me penetre. Está anocheciendo, pero me siento en un prado verde con flores, y un cielo azul y un sol ancho y riente, y entras en mi, he de guiarte, tú solo no aciertas, es hasta curioso, y el prado se estremece a impulsos de un viento dulcísimo, como si las campanillas tintinearan porque fueran de oro y no de pétalos, y abro los ojos y veo los tuyos muy cerca. Te aparto el pelo de la cara por abarcarte más, “te quiero, papá”, “te quiero, hija”

Besos muy pequeños, picoteo de pájaros, y el valle verde tembloroso de colinas, y más y más, tu miembro dentro de mí, muy lejos se escucha el pitido del tren, es el orgasmo que se anuncia, pueden verse los rieles entre la hierba, por aquí vendrá exigente, total, y las golondrinas vuelan y el tren más cerca -“te quiero, Loreto” “te quiero, papá”-ya no hace falta silbido, se escucha a la perfección la máquina poderosa ensordeciendo el silencio: Ya viene vida mía, ya llega, amor, ahí está.

Es grande, todo lo llena su metal humeante, por un momento no hay sino tren, vibración de prado estallante, rugido. Luego se va tal como vino. Persiste durante unos minutos la impresión de su paso formidable. Se diluye más tarde y queda el prado, permanece el valle sereno y verde y el arroyo silente. Los pájaros retornan a sus nidos. Es la calma que vuelve.

Quedamos los dos desnudos, las manos enlazadas. Tu miembro se ha achicado. Inspira ternura:

-¿Te parece que, cambiando mi nombre, escriba un relato sobre nosotros y lo envíe a esta página?- te preguntó.

No te dejó ni contestar. ¡Me gusta tantísimo besarte, papá!