Hasim tiene mucho poder sobre Sara, la posee durante una noche de dolor o placer, con ayuda de Eva, la madre de Sara

ACOGIENDO A HASIM.

DOLOR O PLACER.

Allí estaba ella.

Una joven adolescente española de buena familia.

Una familia estructurada.

Una familia cristiana.

Destruida.

Destrozada.

Rota.

Y todo por culpa de ser buenas personas.

Por ser decentes.

Por cumplir con lo que creían.

Por ayudar a Hasim.

Hasim, el falso refugiado.

Hasim, el malvado inmigrante.

Hasim, el cerdo que había vuelto patas arriba toda su vida.

Hasim, el abusador.

Hasim, el feo, el horrible, el hombre unicejo, el hombre que no conocía la decencia ni la piedad.

Hasim, un auténtico monstruo.

Hasim, el maduro inmigrante que había hecho estallar la burbuja que rodeaba la vida de la frágil Sara.

Hasim, el cabrón que había convertido su vida en una pesadilla y su boca en el vertedero de decenas de sucias pollas de otros malditos inmigrantes que la usaban como si ella fuera un buzón, un cero a la izquierda, un objeto sin sentimientos.

Hasim, el mismo que ahora estaba poseyendo a su madre a escasa distancia de la chiquilla española.

Hasim, el transformador, el que había logrado que Eva, su propia madre, se volviese contra ella y contra todo lo que significaba la familia de Sara hacía apenas unas semanas.

Hasim, el dominador, el que creía que ellas no eran más que unos simples objetos de su propiedad y que cualquier cosa que desease debían complacerla sin pestañear o siquiera pensar de ninguna manera.

Hasim, el violador, el que la había desvirgado y humillado una y otra y otra vez sin que nada lo impidiera.

Y allí estaba ella, Sara, pensando sin parar en él, en su abusador, en el hombre que había vuelto a convertir un día normal en una absoluta pesadilla.

Ni siquiera era atractivo.

Era sucio, asqueroso, con cicatrices y una piel áspera.

Sólo su polla era…

¿Por qué?.

¿Por qué tenía que pensar en eso?.

¿Por qué no se levantaba y huía?.

Porque Sara seguía desnuda.

Y seguía tendida sobre el frío y sucio suelo de una casa en obras de una zona casi abandonada de la urbanización.

Y seguía con buena parte de un pepino dentro de su culo… y otro de tamaño aún mayor tirado en el suelo al lado, después de haber conseguido extraerlo del interior de su vagina, que ahora permanecía hinchadísima e irritadísima.

Y Sara seguía sin poder apartar los ojos del espectáculo que veía al otro lado del agujero en la pared.

Ese mismo agujero en el que se había visto atrapada entre un mar de pollas de asquerosos inmigrantes violadores y la de Hasim, su ya casi eterno abusador.

Ese agujero en la pared por el que su cuerpo había estado colgando mientras a un lado su boca no dejaba de recibir polla tras polla.

Ese agujero por el que los inmigrantes que habían abusado de su boca habían podido ver como Hasim violaba de nuevo su vagina.

Ese agujero por el que luego la historia había rotado y las pollas del grupo habían sido sustituidas por la de Hasim mientras Eva introducía los pepinos por el coño y culo de su propia hija, a la vez que la masturbaba hasta lograr una serie de increíbles orgasmos.

Ese agujero, que era testigo de una nueva fase en la humillación de Sara y la degradación moral de las dos mujeres de la familia.

Pero todo eso eran pensamientos absurdos… no, bueno, absurdos no, pero sólo servían para distraer la mente de la chica sobre lo que sucedía al otro lado.

Sólo a su mente… porque sus ojos no perdían detalle.

Detalle de la nueva sodomización a que Hasim sometía a su madre, esta vez a cuatro patas.

Eva estaba al otro lado del agujero, completamente desnuda y colocada a cuatro patas recibiendo la endurecida polla del violador de su hija con intensos gemidos de placer.

Las tetas de la madre de Sara se movían con un auténtico frenesí con cada embestida del iraquí, que no dejaba de mirar a la chiquilla tendida como si en realidad no le importase nada lo que estaba haciendo.

Y Sara se dio cuenta de que así era.

Sólo estaba calentando.

Casi la dieron ganas de llorar al darse cuenta.

La iba a violar el culo.

Y ella no podía hacer nada por impedirlo.

La sodomización con el pepino había sido sólo un juego. Un entrenamiento para que empezase a dilatar su ano.

Y estaba segura de que su madre lo sabía.

Y de que no lo iba a impedir.

Que, por algún motivo que Sara desconocía, su propia madre deseaba que Hasim la rompiera el culo allí mismo y esa misma noche.

El saber su destino no lo hacía más sencillo.

Era peor.

Era peor porque ella no quería.

Era algo repugnante.

Era inhumano.

Iba contra natura.

Era algo tan sumamente asqueroso y degradante… algo propio de prostitutas, o eso le parecía a la traumatizada jovencita.

Y ella no era eso.

No era una prostituta.

No.

No lo era.

Hasim no tenía derecho a tratarla así.

Y Eva… Eva… porque se resistía a pensar en ella como en su madre. Esa persona que estaba frente a ella disfrutando y gimiendo como una loca no era su madre. Esa mujer no…

Esa mujer no era su madre.

No podía serlo.

Tenía que ser una impostora.

O estar drogada.

O… o…

Y, sin embargo, Sara sabía que esa de ahí era sin ninguna duda su madre.

Pero a la vez no lo era.

No sabía cómo explicarlo, pero lo sentía así.

Se sentía tan traicionada por esa mujer… tan… tan…

Pero, a la vez, estaba excitada.

Y no lo entendía.

Sara no estaba segura ya ni de conocerse.

Hacía apenas un instante su madre la había arrancado un glorioso orgasmo… no, uno no, un montón.

Y la adolescente española aún estaba excitada por ello.

Se notaba ardiendo.

Sentía una necesidad de… de…

Se empezaba a odiar a sí misma, a su debilidad, la debilidad de su cuerpo.

Su propio cuerpo la traicionaba.

Casi sin darse cuenta, la misma mano que había sacado el pepino del interior de su vagina estaba acariciando la entrada de su coño mientras miraba la absurda escena que tenía delante.

Absurda… pero real.

Aborrecible… y excitante.

Intentó rezar, pensar en otras cosas.

No lo consiguió.

Se obligó a cerrar los ojos.

Fue peor.

Los gemidos de pasión de su madre la perforaban los tímpanos y llegaban más profundamente que la visión de Eva siendo sodomizada por el falso refugiado.

Volvió a abrir los ojos.

Volvió a mirar.

Volvió a excitarse.

Volvió a sentir la oscura mirada de su violador posada sobre su cuerpo desnudo.

Ella era sólo un trozo de carne para Hasim.

Nada más.

Algo para obtener placer… nada más.

Y sin embargo…

Sin embargo, aún tenía esperanzas.

Sí.

Tontamente, Sara deseaba que Hasim se corriese dentro del culo de su madre porque imaginaba que la noche terminaría así.

Quizás si eso sucedía… quizás… quizás se aplazaría su condena.

Quizás salvaría su culo.

Quizás aún podría conservar cierta dignidad.

Quizás pudiera lograr que su Tutor la salvase antes de la siguiente ocasión en que Hasim usara cualquier excusa para otra tortura como la de esa noche.

Quizás… quizás… tantos quizás…

Y, entre medias de todos esos quizás, sucedió.

La cara del inmigrante se congestionó.

El cuerpo de Eva se arqueó profundamente.

Y los chorros la inundaron.

Llenaron el culo de la madre de Sara.

Estaba totalmente segura.

Otro final no podía ser.

Y así fue.

Hasim sacó su polla enrojecida.

Una polla sucia.

Una polla goteante.

Eva se derrumbó en el suelo, exhausta, pero con un rostro pleno de felicidad… o eso le pareció a su hija.

Y ese auténtico cerdo volvió su mirada hacia el cuerpo desnudo de Sara.

Y la miró con ansiedad.

Y Sara supo que estaba condenada.

Nadie la salvaría.

La iba a sodomizar.

Y sería esa noche.

Ahí.

Ahora.

Hasim, ese maldito, ese monstruo, ese verdugo de su inocencia y su juventud, el hombre que la había desflorado contra su voluntad, el detestable refugiado que avanzaba con la polla semirrígida hacia ella, dejando caer gota tras gota de lefa como si fuesen miguitas de pan que condujesen directamente hasta Sara.

– Kafir, venir –ordenó desde el agujero.

La chica estaba asqueada.

Le resultaba absolutamente asqueroso.

Cada centímetro del árabe la repugnaba.

Pero se puso de rodillas cuando él habló.

– Así. Como perra –indicó el iraquí, torciendo el labio por una broma que sólo él entendía.

Porque para la joven adolescente española no era una broma.

Era humillante.

Era degradarse aún más.

Era… era… sencillamente era…

Pero obedeció.

Porque sabía que sería peor.

Porque temía el castigo.

Porque no era capaz de encontrar una salida.

Porque no tenía escapatoria y lo sabía.

Porque… porque…

No sabía porqué lo hacía, porqué no paraba y se negaba a avanzar gateando como en una burda imitación de la perra que buscaba Hasim.

Bueno, sí, lo sabía.

Estaba derrotada.

Agotada.

Cansada de resistirse.

Cansada de ser forzada una y otra y otra vez.

Cansada de ser la muñeca sexual de Hasim y de los otros inmigrantes.

Cansada de los castigos.

Cansada de su propia incapacidad para haberlo denunciado cuando pudo.

Cansada de la larga noche que llevaba allí.

Estaba agotada física y moralmente después de haber sufrido todo tipo de vejaciones por parte de los malditos inmigrantes, del maldito Hasim y de su maldita madre, que la había humillado doblemente al lograr que tuviera tantos orgasmos mientras la metía los pepinos y el falso refugiado la obligaba a comerle la polla y el culo.

Pero… no… aún no la había humillado lo suficiente.

Lo tenía claro.

Porque sabía lo que pretendía Hasim.

Y sabía que sería incapaz de resistirse.

Estaba taaaaaaaan cansada de todo…

Y, sin embargo, sabía que estaba mal.

Que era algo antinatural.

Que tenía que negarse.

Que debía conservar esa dignidad.

Ese mínimo de dignidad…

– Abrir boca, kafir –ordenó el árabe en cuanto estuvo a la altura del agujero.

– No… no quiero… -protestó Sara.

– Ser mía. Tú querer siempre –sentenció Hasim.

En ese momento algo estalló dentro de la chica.

Una corriente de energía la inundó.

La rabia se apoderó de ella.

No iba a dejar que la siguiera humillando así.

Ella no era un objeto.

No era nada suyo.

Ella era libre.

Era…

Y comenzó a ponerse de pie, mientras alzaba unos ojos que pretendían mirar al refugiado con un gesto lo más cercano al desprecio que pudo tener el coraje de reunir.

Una explosión de libertad y resistencia.

– ¡No! –gritó, y, por un momento, se sintió absolutamente liberada por exclamar esa simple palabra-. ¡No soy tuya, cerdo cabrón y no vas a volver a…!.

No llegó a terminar su alegato.

Hasim la agarró del cabello con fuerza y tiró hacia delante de la adolescente española y lanzó un puñetazo que la alcanzó entre las tetas, cortándola la respiración y la frase.

Un dolor intenso la recorrió y la hizo doblarse, pese a la incomodidad de continuar llevando el pepino aún parcialmente dentro de su culo, porque cuando se había empezado a levantar para enfrentarse a su maltratador, parte se había salido.

El inmigrante la arrastró del cabello y cogiéndola del brazo hasta hacerla traspasar completamente el agujero y caer con brutalidad al suelo de ese lado del muro.

Comenzó a patearla con fuerza en el abdomen y el culo, haciendo que el dolor se incrementase y la pobre joven no pudiera hacer otra cosa salvo formar un ovillo mientras la furia del árabe caía sobre su indefenso y desnudo cuerpo.

El brutal castigo físico se prolongó lo que a Sara la pareció una eternidad, pero, al final, se detuvo.

El que Hasim no llevase zapatos salvo a la chica de un mayor tormento.

Aún así no había terminado con la adolescente española.

De un golpe la metió el pepino dentro de su culo varios centímetros, produciéndola un intenso dolor al rozar sus frágiles paredes con las esquinas de la hortaliza.

El grito que pegó la joven resonó en el cuarto y su madre giró la cabeza para mirarla desde el lugar que ocupaba tirada en el suelo después de haber sido sodomizada por el árabe.

– Cariño, tienes que portarte bien con Hasim, ahora somos suyas –la recordó, ignorando el brutal castigo que acababa de recibir su hija y las lágrimas que cubrían su cara-. Déjate guiar y serás más feliz.

Sara estaba completamente en shock.

No podía entender a su madre.

No sabía quién era esa persona que estaba allí tendida.

Esa Eva no era su madre.

No podía serlo.

Era como una pesadilla.

Como si fuese otra persona completamente distinta.

O una de esas situaciones de lavado de mente de un libro o película fantásticos.

Y, sin embargo, estaba pasando.

Justo a su lado.

Con todo lo que había pasado… con lo que estaba pasando en esos momentos… y su madre, o el cuerpo de quien había sido su madre, seguía insistiendo en que se rindiera a su torturador, que cediera ante su violador y se sometiese a él como si fuese un simple adorno de la pared.

No podía entenderlo.

No quería entenderlo.

Y, mientras, Hasim cogía una bolsa y se acercaba a ellas.

El desprecio brillaba en sus ojos.

Y en sus manos un collar.

Un collar de perro, con lentejuelas que captaban la luz y brillaban como pequeñas estrellas adheridas al cuero que colocó alrededor del cuello de Sara.

La chica no sabía ni cómo reaccionar.

Sus últimas energías se habían agotado.

La resistencia se esfumaba de su mente y de su cuerpo al mismo tiempo que el refugiado enganchaba una correa al collar que acababa de colocar al cuello de la indefensa adolescente.

Tiró con fuerza, ahogándola.

– Levantar, kafir –ordenó, con una voz cavernosa que salió escupida de su boca mientras, Sara no sabía cómo, lograba que su semblante unicejo pareciese aún más amenazante y monstruoso, hasta hacer que la propia chica se lo imaginase como un cíclope con un único y maligno ojo también-. No ser buena y ahora castigar. Ahora como perra.

Sara comenzó a incorporarse como pudo, medio asfixiada por la correa que presionaba su garganta.

El árabe siguió tirando hasta que la chica se puso a cuatro patas.

Entonces relajó la presión sobre su cuello, en un leve gesto de piedad.

Duró un segundo.

Lo suficiente para recibir otro tirón de la correa y la siguiente instrucción.

– Demostrar respeto ajaliba. Amar ajaliba. Ella ser buena. Tú no, kafir.

Poco a poco, Sara avanzó de rodillas hacia su madre, guiada por la correa que sostenía Hasim y que apretaba a ratos su cuello para indicarla por dónde ir.

Así fue rodeando el cuerpo tendido de Eva hasta llegar a situarse entre sus piernas, que había abierto rápidamente al toque de los pies del inmigrante para recibir a su hija.

El sexo de la madre de Sara estaba justo delante de sus narices.

Y tenía un olor muy fuerte.

Sara podía ver cómo parte del semen de Hasim se deslizaba al suelo desde el culo de Eva, en una mezcla asquerosa con otros restos que no quería ni imaginarse lo que eran.

El árabe tiró de la correa y fue apretando de nuevo el collar alrededor del cuello de la jovencita española a la vez que apoyaba uno de sus pies sobre su cabeza para reforzar el camino de una nueva humillación.

– Amar ajaliba. Chupar bien, kafir. No querer chupar mí, chupar ajaliba hasta yo decir o ser mucho peor. Mucho peor –terminó remarcando la amenaza.

Así comenzó una nueva degradación para Sara.

A cambio del aire.

A cambio de que cesara de estrangularla con una correa de perro.

A cambio de eso, se rebajó aún más.

Comenzó a lamer el coño a su propia madre.

Ya hubiera sido bastante asqueroso hacerlo con cualquier otra mujer… pero con su madre… la humillación era doble para la moral de Sara, una chica que se consideraba completamente heterosexual.

En cambio, Eva lo recibió con alegría.

Pronto empezó a suspirar de placer y agarró a su hija por los cabellos para que no sacase la cabeza de su entrepierna y siguiera lamiéndola todo el coño.

El desagrado de Sara no paraba de crecer.

Su madre se excitaba.

Su sexo se humedecía.

Y por mucho que lamía, su madre no paraba de lubricar y agarrarla la cabeza con mayor fuerza para impedir que siquiera parase un segundo.

– Aprender bien, kafir. Chupar bien. No parar si yo no decir –decía a sus espaldas, a mil kilómetros de distancia por lo que a Sara parecía, la voz de Hasim.

– Ummmm… sí, sí… joder Sara… sí, sí… así… -lograba decir Eva entre gemidos de placer frente a la labor que hacía la lengua de su propia hija en su chorreante coño.

Sara no podía creerlo.

Nunca se lo habría imaginado.

Su madre no dejaba de chorrear, cada vez más, y cada vez con un olor más fuerte.

Y los gemidos.

Cada vez más fuertes.

No sabía cómo, pero esos gemidos lograban que ella misma empezase a sentir un calorcillo dentro de su propio coño.

Y eso era asqueroso.

Se sentía sucia.

Pero no podía parar de comer el coño de su madre.

Ni siquiera se dio cuenta de cuando su torturador soltó la correa para dejarla libre entre las piernas de su madre, lamiéndola el coño a cuatro patas.

Tampoco llegó a darse cuenta de cómo Hasim agarró una de sus manos y la deslizó hasta su propio coño.

No hizo falta más.

Invadida por una sensación que escapaba a su control, Sara, de forma inconsciente, comenzó a tocarse y el calor que surgía de su interior se mezcló con un cosquilleo que empezaba a provocar que su propio coño creciera y se hinchase, húmedo y doblemente caliente por la masturbación que se autoinfligía la adolescente y el estímulo auditivo procedente de los gemidos y las palabras cada vez más soeces de su propia madre.

Y, justo cuando creía que una nueva explosión se avecinaba en lo más profundo de su vagina, la voz de Hasim regresó para dejarla fría y avergonzada.

– Estar caliente, kafir. Ser mizleie. Ser mala. Yo castigar –entonó a su oído mientras arrancaba de un tirón el pepino del irritado culo de Sara.

Aún así, apenas llegó a detener unos segundos su lengua.

Eva inmediatamente reclamó de nuevo su atención, agarrando con más fuerza sus cabellos para bajar aún más su cabeza y meterla tan profundamente entre sus piernas que la nariz de la chica se rozaba contra los húmedos labios exteriores del inflamado sexo de su madre y sólo dejó de presionar cuando Sara retomó la intensidad de movimientos de su lengua en el chorreante coño de Eva.

Y, casi simultáneamente, Sara notaba cómo la gorda polla del infame refugiado se colocaba apuntando a su dilatado ano.

Y ella sólo podía llorar.

Mezclar sus lágrimas con la humedad intensa que su madre producía y lamerlo todo, tragando sin parar todo lo que obtenía su lengua de su continuada labor en la entrepierna de Eva.

Hasta que…

Hasta la explosión.

Placer.

Una explosión de placer.

Su madre arqueó el cuerpo mientras el orgasmo la inundaba y se derramaba por la cara de su propia hija, incapaz de bebérselo todo.

Y dolor.

Un intenso y fuerte dolor.

Un dolor desgarrador.

Un dolor intenso y agudo cuando la, de nuevo increíblemente endurecida, polla de Hasim la penetraba de golpe el culo, metiéndose casi la mitad de un solo empujón.

No contento con ello y del dolor que la infligía al abusar de esa zona del cuerpo de la adolescente, el inmigrante apoyaba todo el peso de su cuerpo para quebrar las últimas resistencias físicas de la española y llenarla por completo con su pene.

La polla de Hasim era imparable.

No había nada que Sara pudiera hacer.

Estaba totalmente indefensa.

Humillada a un nuevo extremo por el maldito árabe.

Y humillada doblemente por la complicidad de su propia madre, que parecía buscar tan sólo su propio placer al obligar a Sara a seguir lamiendo todo el flujo que había soltado con su inesperado orgasmo.

Dolor.

Placer.

Dolor y placer.

Porque, en el fondo, una parte de Sara seguía excitada.

Pese a la degradante situación.

Pese al dolor que sufría cuanto más forzaba Hasim su ano para introducir completamente su polla dentro del culo de la adolescente.

Pese a ello.

Pese a los insultos que la susurraba en su bárbaro idioma, que Sara no conocía pero que comprendía instintivamente su significado.

Pese a todo ello.

O quizás por ello.

Su confusa mente estaba en un caos de vértigo y la resultaba cada vez más complicado pensar siquiera.

Pero la verdad es que ella misma estaba sintiendo algo…

Algo que no deseaba sentir…

Algo que no debería sentir…

Algo que era incluso más humillante y degradante que lo demás que estaba pasando.

Pero no lo podía controlar.

No lograba controlar su cuerpo.

No lograba evitar las ráfagas de placer.

Igual que no podía dejar de sentir el dolor que la producía la polla del refugiado mientras violaba su culo, haciendo que se sintiera a punto de romperse en dos.

Y todo se mezclaba.

Placer.

Dolor.

Placer y dolor.

Dolor y placer.

Una lucha desigual.

Y allí estaba ella.

Una adolescente cristiana, criada con unos parámetros de moralidad y decencia, siendo humillada y degradada por aquel a quien su familia sólo había pretendido ayudar… y, lo que era peor, con la ayuda casi imprescindible de su propia madre.

Y ella entre medias.

Literalmente.

Atrapada entre el monstruo y una versión absurda de su propia madre, ejerciendo de viciosa ayudante del maldito iraquí.

A eso se había reducido su vida.

A ese momento.

A encontrarse desnuda, frágil, vulnerable y martirizada por la fuerte sodomización a la que la estaba sometiendo Hasim mientras Eva la impedía siquiera levantar la cabeza de su coño para forzarla a continuar lamiéndola todo su sexo.

Y, como si fuera la mano de otra persona o de un autómata, ella misma seguía acariciándose su propio coño y lo masturbaba de una forma mecánica mientras Hasim iba subiendo el ritmo de la penetración anal con la que estaba acabando… o eso esperaba Sara, la sesión de castigos de ese día… o eso esperaba…

Dolor.

Placer.

Dolor y placer.

Como mezclar agua con aceite.

Y, sin embargo, sucedía.

Y Sara empezaba a ser incapaz de determinar dónde empezaba uno y terminaba lo otro.

Dolor y placer.

Placer y dolor.

Ya no lloraba.

Ya no podía.

No sabía… no podía ni imaginarlo…

Ese placer que estaba sintiendo.

Esa culpabilidad.

Ese intenso dolor por las bestiales embestidas de su torturador.

Las tortas que recibía en el culo para acompañar la fuerza de la sodomización.

Las risas histéricas de su madre mientras era violada analmente, ahora por Hasim, que se mezclaban con sus chillidos cuando un nuevo torrente surgió para empapar la cara de Sara.

– Quitar mano, kafir –indicó Hasim durante uno de los breves momentos en que dejaba de clavar su gruesa polla en el interior del culo de la chica-. Ajaliba, dar kiar.

Mayor dolor.

Mayor placer.

Dolor y placer.

Placer y dolor.

Todo recomenzó cuando el árabe sustituyó la mano de Sara por el pepino que Eva cogió del suelo para pasárselo a Hasim.

La entró sin problemas.

Por su culpa.

Por su propia culpa.

Por haber cedido al placer.

Por haberse masturbado.

Y ahora volvían a romperla.

Con el pepino clavado dentro de su vagina, la penetración anal a la que la estaba sometiendo el refugiado era doblemente sentida por la chica.

Mayor dolor… y más placer…

Porque, sin saber cómo, el pepino también se iba moviendo. Poco, pero se movía. Lo suficiente para que su empapado sexo reaccionara.

Todos los orgasmos antes acumulados la habían hipersensibilizado.

Y allí estaba.

Sara, la jovencita de futuro prometedor.

Sara, reducida a un conjunto se sensaciones y humillaciones.

Casi ni reaccionó cuando la congestionada polla del inmigrante empezó a soltar nuevos chorros de lefa dentro de ella.

Dentro de su culo.

Inundándola de un líquido espeso y caliente.

Con el culo ardiente salió la polla de Hasim del interior de Sara.

Y extrajo de golpe el pepino de la vagina de la chica y metió su goteante miembro, exprimiendo hasta la última gota de semen dentro del coño de la joven.

– Volver a casa. Muy tarde. Hay que cenar –dijo Hasim, como si no hubiera sucedido nada especial y fuese un momento como otro cualquiera de un día normal.

– Ya te lo dije, cariño –remarcó Eva, mientras se levantaba y ayudaba a Sara a equilibrarse después de todo el daño sufrido-. Ahora somos suyas. Acostúmbrate.

Continuará…