Haciendo mía a una madura casada

Hacía tiempo que nos conocíamos de vista. Ella, María, era una mujer de algo más de cuarenta años, yo tenía 27 por esa época. 

Un día de Mayo, coincidimos en un curso por cuestiones de trabajo. A la hora del café, estuvimos charlando e intercambiando impresiones durante diez minutos. Era una mujer simpática, culta y que conocía el medio donde se movía. Pasamos un buen rato y al finalizar el día nos despedimos y nos agregamos a Facebook. 

Pasaron un par de semanas sin noticias el uno del otro hasta que una noche de fiesta, al llegar a casa a las seis de la madrugada, le escribí un mensaje indescifrable por error. Yo me di cuenta al rato y esperaba que ella no contestara o que no lo leyera, pero a los pocos minutos sonó una notificación en mi móvil. Era ella.

– Hola, tengo un mensaje un poco raro tuyo…

Yo contesté haciéndome el sorprendido.

– Perdona María! Iba a escribirle a un amigo y debí enviarte el mensaje por error.

Ella no le dio más importancia, me contó que a esas horas ella ya estaba medio despierta en la cama y que no la había molestado. Estuvimos un buen rato hablando de todo y de nada, pero fue suficiente para que me empezara a interesar.

A los dos días, volvía de nuevo de tomar algo con unos amigos y le escribí, aunque esta vez intencionadamente. Al llegar a casa me costaba dormirme y sabía que estaba despierta y era una mujer simpática así que me pareció una buena idea.

Ella contestó encantada y estuvimos una hora hablando. Me contó que estaba casada y que tenía dos hijos y descubrimos que vivíamos a escasos 5 minutos el uno del otro. 

Al día siguiente por la tarde, mientras iba al trabajo me la encontré, ella iba con prisa y nos saludamos rápidamente, pero después de nuestras conversaciones no pude evitar fijarme en ella más detenidamente. Era una mujer un poco más bajita que yo, no era una modelo, pero era guapa y se mantenía en forma. Era una mujer bastante más mayor que yo, pero no pude no sorprenderme al mirarla marcharse, tenía un culo que muchas de 25 quisieran. Se notaba duro y bien puesto. No pude no imaginarlo sin pantalón…

Esa misma noche estuvimos hablando por Facebook y la conversación empezó a subir de nivel. Ella me contaba que su marido no le hacía demasiado caso y que alguna vez había estado a punto de serle infiel. Yo le contesté:

– ¡Ya le vale a tu marido! ¡Cuantos quisieran poder tener una mujer así!

– Jajajaj No me digas eso. Que eres muy joven y me ruborizo!- replicó ella.

– Cuantas quisieran estar tan en forma como tu, que uno es joven, pero no tonto.

Ella me dio las gracias y se despidió con alguna excusa. Yo creía que se había molestado y no insistí más.

Al mes siguiente no había vuelto a tener noticias de ella, pero tampoco me preocupaba demasiado. Me fui de vacaciones con unos amigos al sur de Portugal, estuvimos cinco días de playa y fiesta y subí alguna que otra foto a las redes sociales. 

La última noche que pasábamos allí, a la hora de siempre ella me escribió diciendo que le gustaban mucho las fotos que había subido, que parecía que estaba disfrutando el verano. Yo le respondí.

– Hola María! La verdad es que si, estamos disfrutando mucho. Si te gustan las fotos, tengo alguna más… Si te apetece, mañana cuando vuelva puedo enseñarte el resto, aunque igual te sientes incómoda… Como soy más joven que tu… Quizá la edad es un problema para ver fotos…- le dije para picarla.

Se le veía animada y decidida. Contestó

– Claro que no, yo encantada, me gustan mucho las fotos que has subido. Ser un poco mayor que tu no es un problema, para nada.

– ¿Para nada? ¿Seguro?- le dije.

– Para casi nada… jajajaja. Si quieres mañana por la mañana tengo libre, podemos quedar y me las enseñas.

Yo accedí y la invité a que se acercara por mi apartamento a la mañana siguiente.

Llegué del viaje pronto, cansado y casi sin dormir, pero solo podía pensar en que había quedado con María esa misma mañana. Nada más llegar a casa me metí en la ducha, me despejé y esperé a que llegara. 

A eso de las doce llamaron al timbre, era ella. Abrí la puerta y la invité a que pasara y se sentará en el sofá. Saqué un par de cervezas y nos pusimos a charlar y a ver fotos en mi ordenador. Al ir pasando nos encontramos con una sorpresa, una foto de todos en pelotas en la playa de noche. La pasé rápido y me reí. Ella me dijo riéndose:

– No la pases! Que no la he visto!

Yo me envalentoné y volví hacia atrás. Allí estaba ella mirando el centro de la foto, donde yo estaba. Se sonrió y dijo:

– ¡¡Vaya grata sorpresa!!

– ¿Te gusta?- le respondí.

– A nadie le amarga un dulce… y si lo tienes cerca, menos- me dijo mirando entre mis piernas.

Yo estaba cachondísimo, tenía la polla que me iba a reventar el calzoncillo. Nos quedamos unos segundos en silencio y nos abalanzamos el uno sobre el otro. Empezamos a besarnos, a entrelazar nuestras lenguas húmedas. Ella me dijo entre jadeos «Creí que no te ibas a atrever». Cada vez estábamos más cachondos. María se colocó encima de mi, con una pierna a cada lado y se quitó la camisa. Empecé a lamerle el cuello con ansia, bajando hacia su pecho y retirando el sujetador para dejar sus tetas delante de mi cara. No eran muy grandes, pero estaban en su sitio y me encantaban. Las estuve lamiendo durante un buen rato, rozando el pezón con la punta de mi lengua y mordiéndolos. Me las metía una y otra vez en la boca, como si se acabara el mundo. Ella jadeaba y apretaba mi cabeza contra su pecho. Estaba tan cachonda como yo.

Nos levantamos del sofá y fuimos hacia la habitación mientras nos desnudábamos. Al llegar al dormitorio y sin mediar palabra, terminó de quitarse el pantalón, se agachó y me retiró el calzoncillo saliendo mi polla dura dando un respingo. La miraba con deseo y empezó a lamerla, desde la base hasta la punta una y otra vez hasta que, por fin, se la metió entera en la boca. Yo no podía dejar de mirar con que ansia se la tragaba entera una y otra vez, le estaba gustando y yo estaba a punto de correrme en su boca cuando paró. 

Se levantó y empezamos a besarnos de nuevo mientras yo le metía la mano en la braguita. Tenía poco pelo y bien arreglado, pero sobre todo estaba mojada. Chorreando. Nos tiramos en la cama mientras yo jugaba con mis dedos dentro de ella. Cerraba los ojos y jadeaba una y otra vez, quería que la follara y yo le daba a probar sus jugos metiéndole los dedos en la boca para que me los limpiara, cosa que hacía sin rechistar.

Bajé recorriendo su torso hasta las caderas y hundí mi cabeza entre sus piernas. Le lamía de arriba a abajo una vez, y otra vez, y otra vez… No quería dejar de comerle, tenía un coño muy sabroso y era todo para mi. Mientras movía mi lengua le metía dos dedos dentro y los movía tan rápido como podía. Estaba a punto de explotar cuando paré.

Ella entendió perfectamente lo que quería, así que se dio la vuelta y se puso a cuatro patas. Ahí lo tenía, delante de mi. Ese culo que había imaginado tantas veces. María lo acercó a mi, me cogió la polla y se la metió en el coño mientras empezaba a bombear. Yo no tardé en reaccionar, la cogí por las caderas y empecé a chocar una y otra vez contra ella. Oía mis huevo rebotar contra su culo y eso me ponía aún más cachondo. Ella gemía y me pedía más y más. Mojé mi pulgar en su flujo y se lo introduje en el ano mientras no paraba de follarla. Una y otra vez. Sin parar y con todas mis fuerzas. Le chupaba y le besaba la espalda sin parar mientras ella pedía que la follara y me decía:

– Vamos, lléname el coño de tu leche.

No pude más y con un grito de placer me corrí dentro de ella. Al sentir mi semen en su interior ella hizo lo mismo y se corrió entre espasmos y jadeos.

Nos quedamos allí tirados un buen rato, exhaustos y sin decir nada. Luego ella se levantó, se vistió y se fue sin decir nada.

Había sido el primero de nuestros muchos encuentros.