CON EL GITANO DEL CIRCO «Todos los días me encargo de sacar de nuestro piso a nuestro perrito»

Me llamo Lucas y tengo trece años. Todos los días me encargo de sacar de nuestro piso a nuestro perrito «Tom» a hacer sus necesidades en el campo que rodea nuestra casa. Es una tarea que me aburre y me gusta poco, pero mi hermana Tania, un año mayor que yo, se hace la remolona y no colabora, pues dice que tiene que dedicarse a hacer sus tareas escolares, aunque yo bien sé que a lo que se dedica es a maquillarse, escuchar música y bailar encerrada en su habitación.

Pues resulta que aquella tarde comprobé que en el campo habían instalado la carpa del circo que visitaba la ciudad cada año. Alrededor de la carpa estaban los carromatos, tiendas de campaña y jaulas de animales. En este circo solía haber muchos zíngaros, gitanos corpulentos y morenos, musculosos y de rizado pelo negro.

En un descuido mío, mi perro se escapó hacia el recinto del circo y, a pesar de estar llamándole una y otra vez, no era capaz de localizarle. No tuve más remedio que internarme en la zona de las cuadras de animales y, cuál sería mi sorpresa cuando en una de ellas descubrí a un gitano follando con una yegua. El hombre, de unos 30 años, de tez morena, largos cabellos y fuerte complexión, estaba subido a una caja de madera, con los pantalones bajados, y le metía una soberbia poronga dentro de la cajeta del animal. Pude comprobar cómo la vulva de la hembra se abría y cerraba rítmicamente como gozando con aquella jodienda, y al poco rato, el hombre se convulsionó y corrió dentro. Cuando sacó la verga empezaron a salir de la vagina de la yegua borbotones de abundante y espesa lefada. Estaba yo ensimismado con aquella visión cuando noté que mi perrito me había localizado y me estaba mordiendo la pantorrilla. Até al Tom con la correa y me fui a casa superexcitado por la tórrida escena vivida, por lo que me tuve que encerrar en el cuarto de baño y hacerme un buen pajote.

Al día siguiente, cuando regresé del colegio, mi mamá me dijo que mi hermanita se había encargado de bajar al perro. Me entró cierta preocupación ante lo vivido el día anerior, así que corrí hacia el campo donde estaba instalado el circo. A primera vista no la divisé pero al poco descubría a Tom que merodeaba solo por el recinto. Lo alcancé y le pedí que localizase a Tania. Así fue como me condujo a una caravana que tenía la puerta entreabierta. Quedé paralizado con la visión: mi hermana estaba tumbada sobre un camastro, sin bragas y con las piernas abiertas y el gitano folla-yeguas le estaba chupando la conchita. Debía gustarle a Tania aquellos lametazos en su almeja porque se dejaba hacer complacida. Fue entonces cuando ordené a Tom que atacase al gitano y se abalanzó contra él y consiguió que retirase su cabeza de los muslos de la nena. Al descubierto quedó una conchita con poco vello, sonrosada, carnosa y jugosa, entreabierta de puro gustito. Tania se puso las bragas y salimos pitando de aquel sitio.

No contamos nada en casa para evitar la reacción de los papás. El domingo, después de comer, nos fuimos toda la familia a ver la función de circo. Ante nuestra sorpresa, el trapecista principal era el gitano. Estaba resplandeciente con su ajustadísima malla blanca adornada de lentejuelas, que le marcaba una considerable entrepierna; era fácil imaginar que tras aquel abultamiento estaban la descomunal verga y huevada que yo le había visto cuando chingaba con la yegua. Mi hermanita no apartaba la vista de aquel paquete mientras él hacía piruetas en el aire tirándose de un trapecio a otro con su partenaire. Por un momento noté cómo Tania se había recalentado y metía la mano por dentro del pantaloncito que llevaba puesto y empezaba a hacerse un dedito. Debió correrse varias veces porque permanecía callada y con el rostro congestionado, mientras papá y mamá aplaudían a rabiar las acrobacias del gitano. ¡Si llegan a conocer la verdad!