Fue de campamento con mi novia, es tan zorra que se manosea con otros al frente mío, pero lo hace para calentarme, para hacer que salga el macho de adentro

NOTA DEL AUTOR: Este relato es una adaptación y continuación de la serie publicada hace varios años por “sumadrid” (perfil 683026). Es uno de mis relatos favoritos, y siempre he tenido ideas de cómo continuarlo y añadirle alguna escena más de morbo a la historia original. No he podido contactar con el autor original, pero en todo caso espero que mi contribución sea bien recibida. Está hecho con las mejores intenciones posibles.

5 – Volvemos a la playa

Narra él:

Ese día me desperté pronto con la idea de ir a la playa. Susana aún dormía pero empecé a besarla e intentar convencerla para hacer el amor. Ella se retorcía somnolienta y me decía que la dejara dormir, que estaba muy cansada, y que ya lo haríamos un poco más tarde. Me levanté y me preparé un desayuno rápido antes de irme a por una buena ducha, que me hacía falta.

Al volver fui a despertarla pero, qué raro, no estaba en la tienda. Así que me dirigí donde más me temía que estuviera, en la tienda de nuestros vecinos. Me acerqué y al abrir la cremallera, efectivamente, encontré a Susana riéndose mientras saltaba sobre sus amigos para despertarles. Justo en ese momento estaba apretujada entre Nacho y Carlos, que la sujetaban haciendo una especie de sándwich humano; siendo ella el queso, claro.

Ví que mi novia se había puesto su cortito vestido veraniego con un bikini debajo, ¡pero ellos estaban completamente desnudos! Además se notaba que se acababan de despertar porque estaban bien empalmados. Me cabreé un poco porque ese magreo no era normal. No entiendo como Susana no se da cuenta de esas cosas.

Ellos la mantenían entre sus cuerpos atrapándola mientras ella se meneaba intentando escaparse. Parecían pasar un buen rato y ella soltaba risitas, llamándoles gusanos mientras no dejaban de manosearla. El forcejeo no hacía más que empeorar la situación ya que su vestido se le subía cada vez más dejando el bikini al descubierto y las pollas de sus “amigos” no paraban de golpearle directamente en su piel desnuda.

—Susana, puedes dejar de hacer el imbécil y salir, que tenemos que ir a la playa —le dije con tono borde.

—De acuerdo… —dijo ella, aún riéndose porque Nacho en ese momento le estaba haciendo cosquillas—. Pero no te preocupes porque Nacho y Carlos también se vienen y podemos ir en su coche.

“Genial… otra mañanita con estos” pensé.

—Venga vale, pero pongámonos ya en camino que se hace tarde —contesté resignado.

Esperamos a que acabaran de preparase y a la media hora ya estábamos los cuatro en el coche de camino a la playa. Al menos parece que Pedro había decidido no venir, y por mí perfecto, uno menos tonteando con mi novia en mi cara. Nacho pasó de largo el camino que llevaba a la playa, y le pregunté que a dónde nos llevaba. Nos dijo que había una cala un poco más lejos que era muy bonita y bastante más tranquila. Lo único es que era una zona nudista, pero supuso que no nos importaría.

La verdad ya nos podría haber avisado antes el muy capullo. Pero bueno, en realidad a mí no me importaba en absoluto. Además, no era celoso con mi novia y en parte me apetecía que estos idiotas vieran lo que se estaban perdiendo. Podría ser una forma de recuperar mi herido orgullo de macho. Pero a Susana no le gustó demasiado la idea, decía que le daba un poco de vergüenza estar desnuda en público y delante de todos nosotros juntos.

Así cuando llegamos a la playa decidimos separarnos para evitar la vergüenza de mi novia. Ellos se irían por su lado y yo me quedaría con Susana. No había mucha gente, pero nos tumbamos en una zona más apartada para que no nos quedara nadie demasiado cerca. Me desnudé y me acosté en la toalla dispuesto a relajarme. Pero Susana se seguía negando a desnudarse, y me preguntaba si no sería mejor irse a otra parte.

Le pedí que se acostara conmigo un momento y que se tranquilizara. Poco a poco comenzamos a besarnos y abrazarnos. Yo estaba contento de poder compartir un rato con ella a solas, al fín. Y encima en una playa nudista, con el morbo añadido que eso daba. Seguí intentando convencerla de que se desnudara, pero se resistía. Perso sí que conseguí que se tumbara sobre mí mientras nos besábamos.

En esa postura me fué fácil deshacerle las tiritas que ataban la braguita de su bikini y ante su sorpresa, conseguí quitársela. Como aún llevaba el vestido puesto, era genial, porque podía acariciar su intimidad y nadie lo notaba excepto ella. Poco a poco se fue relajando y aproveché para llevar mi polla a su rajita y penetrarla lentamente.

Me puse a acariciar sus grandes pechos, tan grandes que el vestido no conseguía contenerlos y se escapaban por el escote y las aberturas de los brazos. Ella comenzó a jadear y a moverse rítmicamente sobre mí, disfrutando de un maravilloso y romántico polvo sobre la cálida arena de playa. Poco a poco fuimos aumentando el ritmo hasta que tras unos minutos estallamos en un orgasmo juntos mientras nos abrazábamos.

Narra ella:

No me lo podía creer, se había corrido un minuto antes de que a mí me llegara el orgasmo, justo cuando mejor me lo estaba pasando. Me había dejado follar en público en una playa con gente, con la vergüenza que me provocaba, y encima me tenía que quedar con el calentón.

Ahora me tendría que ir a dar un chapuzón al agua para bajar la temperatura corporal. Le pedí a mi novio que me diera la braguita del bikini, por eso de no tener que bañarme desnuda delante de desconocidos. Pero el infeliz se había quedado dormido, como de costumbre, justo después de correrse. Lo miré al pobre, completamente noqueado, con el sol dándole de lleno en el pecho. Y es que encima me tendría que preocupar de ponerle crema para que no se quemara. Pero pensé que ya lo haría cuando volviera de bañarme.

Vi mis braguitas al otro lado de la toalla, así que me agaché inclinándome sobre él para alcanzarlas. En ese momento, estando yo como una perrita apoyada sobre mis cuatro extremidades, oí a Nacho y Carlos que llegaban por detrás. Iban entretenidos hablando animadamente entre ellos y esperé que no se fijaran en que no llevaba nada debajo de mi vestido.

—Hola Susana —dijo Carlos.

—Hola chicos… ¿qué tal lo estáis pasando? —respondí girando la cabeza hacia atrás, sin darme tiempo a cambiar mi postura.

—Pues muy bien, acabamos de darnos un baño —dijo Carlos sonriendo—. Qué guapa estás siendo la única persona vestida en una playa nudista…

—Jejeje… —me reí discreta, y pensé que quizá de verdad no se habían fijado en que no llevaba mis braguitas.

—Veníamos a pedirte un poco de crema solar, que a nosotros se nos ha acabado. Y bueno, si no te importa, te queríamos pedir que nos la dieras tú. Si a tu novio no le molesta, claro. Aunque dudo que le importe en su estado actual… —dijo Carlos dirigiendo la mirada a mi novio, que ya estaba roncando.

—¿Y qué pasa, que no sabéis hacerlo solitos? —pregunté yo.

—Es que los dos solos y desnudos nos pueden confundir con homosexuales, y no nos gustaría… —dijo Nacho riéndose.

—Lo que os pasa es que sois unos vagos, porque en esta playa estamos casi solos, y además no hay problema alguno en parecer homosexuales, idiotas —les dije, pero para no ser muy dura con ellos continué—. Venga, traeros las toallas y tumbaos con nosotros. Creo que podré hacer el sacrificio de echaros un poco de crema en la espalda.

Rápidamente se fueron a por sus toallas. Toda la conversación fue un poco incomoda para mí, ya que yo estaba en el suelo y ellos de pie a un metro de distancia, completamente desnudos y mostrándome sus miembros viriles, que aunque relajados, eran bastante grandes. Me imaginé ahí en el suelo sometida a dos machos a mis espaldas, con sus cuerpos fuertes y sus falos poderosos. Y es que me había quedado muy caliente después de que mi novio me dejara tirada a medio follar, y tener a tales portentos tan cerca de mi cara me había puesto aún más excitada.

Pero me calmé un poco y me convencí de que no pasaba nada. Al fin y al cabo eran amigos de confianza y en eso debía quedarse. No había que darle más importancia. Además, ellos no tenian la culpa de mi estado, y esas movidas debía resolverlas yo sola.

Volvieron y colocaron sus toallas junto a la nuestra, tumbándose boca abajo uno al lado del otro. Me fui a por Nacho primero, que había quedado más alejado, con Carlos en el medio entre él y mi novio, que seguía en pleno coma onírico. Me arrodillé a su lado, pero al ver su espalda tan grande y musculosa, me dí cuenta que me llevaría mi tiempo así que directamente me senté a horcajadas sobre sus glúteos desnudos.

En ese momento me acordé de que no llevaba la parte inferior del bikini porque noté su piel directamente bajo mi coñito. Para más inri, me había quedado bastante mojada gracias al semental de mi novio. Esperé que Nacho no se diera cuenta y que no le ensuciara demasiado el culo con mis babitas.

Tras un rato extendiéndole la crema por la espalda, subiendo y bajando y recreándome en cada bulto que formaban sus músculos, le di una palmadita y le avisé de que había terminado. Pero Nacho me pidió que le untara también en las nalgas. Me bajé un poco, esta vez sentándome sobre una de sus gruesas piernas, y esparcí más crema por su culo. Vaya músculo tenía ahí también, era un culito grande pero muy duro y fuerte. Cuando le dije que ya estaba, por supuesto que me pidió que le diera también en las piernas.

Me senté de nuevo a horcajadas sobre sus glúteos pero hacia el otro lado, de manera que quedaba mirando a sus pies. Carlos, acostado desde la toalla de al lado, me miraba tras sus gafas de sol. Comencé a esparcir crema por las piernas de Nacho. El problema era que notaba en mi entrepierna toda la crema que acababa de ponerle en el culo y empezaba a resbalarme un poco sobre él.

Me puso muy nerviosa, porque entre la calentura que me había dejado mi novio y el roce en mis intimidades, me empezaba a ser difícil no gemir de placer. Pero no quería que Nacho me lo notara y pensara cualquier cosa de mí. Éramos amigos y no quería que se enfadara conmigo. Lo mejor era intentar parecer natural y hacerle el favor que me había pedido como amiga que era, y sin pensar cosas raras.

Me volví a girar, sentándome sobre su culo pero ahora mirando otra vez hacia su espalda. Cuando ya acabé le dije a Carlos:

—Carlitos, ¿quieres que también te ponga crema a tí?

—Por supuesto, pero… —dirigiéndose a Nacho—, dile que te ponga un poco en el pecho, que también se te va a quemar.

—¿No te importa, Susana? —preguntó Nacho girando la cabeza—. Te noto un poco tensa, igual es mala idea… —decía sonriéndome.

“¡Qué amable!”, pensé, estaba notando mi tensión y se preocupaba por mí, no podía negarme ante tan buena gente.

Me alcé para que se diera la vuelta y yo pudiera echarle la crema por delante. Mi idea era sentarme a su lado, sobre la toalla. Pero Nacho me sujetó al girarse de manera que me tuve que mantener a horcajadas sobre él. Intenté moverme pero él se apoyaba con sus manos sobre mis muslos mientras se giraba y no pude hacer nada. El pobre no se había dado cuenta de que yo estaba desnuda debajo de mi vestido, y de que ahora su pene quedaría justo en contacto con mi vagina. Quizá que él no lo notaría, porque no parecía estar nervioso ni nada.

La mala suerte quiso que al sentarme sobre él, su pene quedara exactamente bajo mi rajita. Madre de la mar hermosa qué pedazo de polla tenia entre mis piernas. Tan nerviosa me puse que Nacho lo notó, ya que se me escapó un suspiro. Además perdí un poco el equilibrio y acabé apoyándome sobre su pecho.

Intenté pasar página y solo pensar en ponerle la crema, pero era peor aún. Al ir pasando mis manos por su musculatura me movía ligeramente sobre su pene, el cual resbalaba con facilidad por lo pringados que estábamos de crema solar. Desplazó una mano sobre mi cadera, mientras que con la otra se apoyó sobre mi hombro muy cerca de mi cuello, haciendo que mi cara se acercara a la suya. Mis labios vaginales se separaron un poco de manera que su pene surcaba entre ellos. Se me escapó un gemido justo en frente de su cara.

—¿Estás bien, Susana? —me preguntó mirándome profundamente a los ojos.

Empezó a mover la mano que tenía sobre mi cadera para tranquilizarme. La mano que posaba en mi cuello me acarició la cara, dejando su dedo gordo sobre mis labios. Me gustaba demasiado la situación, pero me daba mucha vergüenza que él se enterara y pensara que me estaba aprovechando de él.

—Sí, estoy bien —conseguí decir con voz trémula.

Su mano moviéndose sobre mi cadera hacía que me resbalara sobre él, y provocó que mi rajita volviera a recorrer esa polla lentamente. Ya no sé si era la crema o mis flujos lo que mantenían todo tan mojado ahí abajo, pero lo cierto es que aquello fluía con mucha facilidad.

Las palabras “infidelidad”, “aprovechada” y “novio” se cruzaban por mi mente. Volví a recuperar fuerzas, me deshice de la mano que me agarraba del cuello y me reincorporé, alejándome de la cara de Nacho. Él llevó sus dos brazos a mis caderas y me aplastaba contra él, mientras que yo me apoyaba en su pecho y hacía fuerza en la dirección contraria. Nacho se reía diciendo:

—Pues no estás tan bien, parece que no tienes fuerzas de nada…

Con tanto movimiento lineal sobre él, y las consecuencias del mismo en mi entrepierna, me estaba volviendo loca de placer. Tenía que pararlo como fuera o me iba a acabar corriendo sobre mi amigo. Y eso no lo podía consentir.

Carlos, que estaba tumbado junto a nosotros dijo:

—Vaya, si ya has terminado de encremar a Nacho, creo que es mi turno.

—No… dile a Nacho que te la ponga él, que estoy muy cansada —dije para evitar otro numerito como ese.

—Bueno, pues vaya, ¡qué tendrá Nacho que no tenga yo! —dijo Carlos medio riendo medio en serio—. Además, solo necesito que me la pongas por este lado —dijo señalando su espalda.

Eso me convenció, puesto que la espalda no era ningún problema para mí. Cuando me incorporé me pude fijar en que el pene de Nacho estaba completamente erecto y húmedo. Quise creer que debido a la crema que pudo llegar hasta ese lugar, y nada más. Me senté a horcajadas igual que antes pero ahora sobre Carlos, y me dispuse a aplicar un poco de crema sobre su fuerte espalda. Pero en el momento en el que puse mi mano sobre él, pegó un salto y lanzó un pequeño grito.

—¡Joder! Creo que ya estoy completamente quemado en la espalda. Por favor, para, que me duele —suplicaba—. Deja que me dé la vuelta y me pones por delante porque sino me quemaré del todo.

Yo sin entender mucho me levanté apoyándome sobre mis rodillas para quitarme de encima. Pero igual que Nacho, Carlos aprovechó para darse la vuelta debajo de mí sujetándome de mis muslos, e impidiéndome salir de encima de él. Volvía a encontrarme en la misma situación incómoda que con Nacho. Al menos ahora tuve la suerte de que el vestido se me quedó pegado al culo y no me senté directamente sobre su piel. Y aún mejor, me había quedado sentada más arriba, sobre su bajo vientre y no directamente sobre su pene.

Me pidió otra vez que le echara crema, a lo que accedí a regañadientes. Empecé a esparcirle la crema por ese pecho tan fuerte. Me gustaba tocarlo ya que lo llevaba sin nada de bello. Sin darme cuenta lo estaba disfrutando y me recreé mientras iba untando con tranquilidad.

—Me gusta mucho como lo haces, Susana —decía amistosamente Carlos.

—Gracias, eres un sol —respondí.

Sin embargo, mi tranquilidad se desvaneció cuando noté algo crecer detrás de mí. El pobre de Carlos estaría pasando un momento muy embarazoso, sufriendo una erección indeseada estando yo encima de él. Intenté continuar con mi tarea como si no pasara nada para ver si se le pasaba la erección. Pero a cada momento la cosa se ponía peor, o más grande, mejor dicho. En poco tiempo su verga se había erigido en toda su magnitud y la notaba ejerciendo presión entre mis nalgas. Al menos esta vez la tela del vestido de verano nos separaba. Me quedé más tranquila, la situación no era tan tensa.

En ese momento mi novio se movió un poco entre sueños, y me asustó que pudiera verme sentada sobre mi amigo con él exhibiendo tal empalme. Menos mal que Carlos se dió cuenta y tiró de mi vestido para tapar sus intimidades con él. El problema fue que ahora su verga se posicionó entre mis glúteos directamente, rozando mis nalgas desnudas bajo la falda.

Carlos me agarró más fuerte de las caderas apretando un poco. Sin darse cuenta, con sus brazos musculosos me empujaba contra su verga. No entendía muy bien lo que intentaba conseguir con eso, y es que accidentalmente provocaba que el espacio entre mis nalgas se abriera y presionara más fuerte contra su barra.

Con cada presión mi calentura aumentaba. Miraba a Carlos sonriendo como si no pasara nada, para que no se sintiera demasiado en tensión.

—Bueno Carlos, ya he acabado contigo. Ahora le toca a mi novio, que se me ha dormido sin ponerse crema y se me va a quemar… —dije, levantándome un poco para alcanzar el bote de crema y marcharme de ahí.

Sin embargo, Carlos, tan juguetón él, cogió el bote y lo alejó de mí sujetándolo por encima de su cabeza. Tuve que alargar mi brazo para cogerlo, incorporándome un poco sobre mis rodillas hacia adelante. Pero él tenía el brazo más largo y el bote seguía inalcanzable. Apoyé una mano sobre su pecho para intentar atraparlo, pero con tan mala suerte que me resbalé por culpa de tanta crema. Justo caí sobre él quedando mis pechos sobre su cara y provocándole una pequeña asfixia al pobrecito. Carlos tuvo que soltar el bote de crema, lo que aproveché para recuperarlo.

Me eché de nuevo hacia atrás, pidiéndole disculpas por lo ocurrido. Pero ese pequeño accidente me puso más cachonda todavía, porque él sin darse cuenta y al intentar respirar, me había lamido completamente el canalillo.

Aunque lo peor estaba por llegar. Al volver a mi posición sentándome sobre él, noté que la punta de su pene completamente erecto chocó accidentalmente contra la entrada de mi rajita. Me mordí los labios sin querer, lanzando un oprimido gemido. Miré a Carlos a los ojos pensando “pobrecito, la vergüenza que le debe estar dando todo esto”. Y es que su mirada era también todo un poema.

Debido a la excitación, estrujé sin querer el bote de crema, haciendo que un chorro se desparramara sobre su vientre. Disimulando, comencé a extendérselo de nuevo como si lo hubiera hecho expresamente.

No sé qué había pasado para quedarme atrapada en esa situación. Estaba muy cachonda, lo reconozco, pero no iba a aprovecharme de un amigo que tan solo me había pedido un poco de crema solar. Por no hablar de que mi novio estaba a mi lado durmiendo. Carlos debía estar muy nervioso porque puso sus manos en mis muslos, y me empujaba hacia abajo como transmitiendo su tensión. El pobre no se daba cuenta de que empeoraba la situación porque cada milímetro que bajaba mi cuerpo, era un poquito más que su glande se metía entre mis labios.

Decidí que lo mejor era despertar a mi novio y pedirle que nos fuéramos a dar una vuelta. No sería fácil explicarle lo que ocurría, pero era mucho mejor que aprovecharme de Carlos y ser infiel a mi novio por un estúpido accidente.

Mi novio estaba justo ahí a mi lado, tan cerca que de hecho su mano rozaba mi muslo. Lo llamé pero no se despertaba. Su única reacción fue empujarme como si quisiera apartarme de él y murmurando algo incomprensible. La fuerza que ejerció sobre mi pierna, aumentó aún más la presión de esa polla tan dura que amenazaba con penetrar mi coño. Mis labios vaginales estaban abiertos por completo, aunque por suerte no había llegado a mayores.

Carlos, pobrecito, que seguro estaba muy nervioso debajo mío, le hizo señas a Nacho para que hiciera algo que nos sacara de ese aprieto. Pero como todo estaba cubierto por mi vestidito, Nacho no debió entender nada, ya que simplemente se incorporó diciendo:

—Voy a por unas cervezas… ¿alguien quiere una?

—No… —dije yo en un suspiro.

Mientras, otro milímetro acababa de adentrarse entre mis labios. Ya debía haber como un centímetro. Yo ya no podía ni mirar a Carlos de la vergüenza, ni él a mí tampoco. Él tenía cerrados los ojos y suspiraba.

—¿Me puedes ayudar a levantarme, Susana? —dijo entonces Nacho.

Se apoyó sobre mi hombro para ponerse de pie. Tanta presión era demasiado. La polla de Carlos presionaba fuertemente contra mí, pero no entraba. Notaba el glande aplastado contra mi entrada, pero es que era más gruesa de lo normal y solo la puntita me cabía. Solté un gemido y cerré los ojos.

—Vaya Susana, sí que te alegras de que te traiga una cerveza. Si quieres te traigo dos —dijo Nacho riendo, y entonces se apoyó más fuerte para levantarse del todo.

Esta vez mi agujerito no resistió y se abrió poco a poco para recibir varios centímetros de esa gorda polla. Otro gemido apagado se escapó de mi boca, esta vez más alto y largo. Mis manos se apretaron sobre el vientre de Carlos, arañándolo. Sus manos sobre mis muslos también realizaron más presión en ese momento. Llegué a pensar que a él también le podría estar gustando, pero me sentí culpable por creer que él era igual de aprovechado que yo.

Nacho se había levantado del todo por fin, parando ya de empujarme hacia abajo. Pero entonces decidió situarse de rodillas detrás de mí para hacerme un masaje en los hombros. Se acercó tanto que con su pene me golpeaba en la espalda mientras me masajeaba con sus fuertes manos.

—¿Estas disfrutando de la playa, Susana? Te noto un poco tensa —dijo—. Mira a Carlos, parece que se ha quedado dormido debajo tuyo.

Dicho esto comenzó a empujarme de nuevo hacia abajo por culpa del dichoso masajito. Y claro, provocando que la polla de su amigo entrara lentamente pero ya de manera imparable. Fue abriéndose camino entre las paredes de mi rajita, que no estaba acostumbrada a tanto grosor. El placer era indescriptible, y la sensación de culpa, mayor.

Me saltaron un par de lágrimas debido a lo mal que me sentía conmigo misma, o quizá fue por el dolor que la tremenda polla de Carlos me hizo cuando Nacho, ignorando la situación que había bajo la tela de mi vestido, me dio otro empujón que acabó clavándola hasta el fondo. Esa polla era demasiado grande para mí, me estaba partiendo en dos.

Me moví hacia arriba intentando liberarme de ese aguijón y logré sacarla un poco. Pero Nacho se puso otra vez de pie apoyándose en mí, haciendo que mi coño volviera a tragarse ese trozo de carne por completo. Se quedó con una mano apoyada en mi cabeza justo a mi lado. Su polla, que aunque no estaba erecta, se veía un poco hinchada, y estaba tan cerca de mi cara que podía olerla.

—Nacho… —dije mirándole a los ojos desde ahí abajo—, te acompaño a por las cervezas.

Fue casi una súplica. Intenté incorporarme, consiguiendo sacarme casi toda la verga de Carlos de mi interior. Me sentí mejor cuando noté que estaba casi toda fuera, solamente la puntita faltaba sacar.

—No te preocupes, quédate aquí que no tardo nada —dijo Nacho, y volvió a empujarme hacia abajo con fuerza.

Noté cada uno de los centímetros de Carlos clavándose en mi coñito, dilatando las paredes de mi vagina a su máximo. Esta vez ya no sentí nada de dolor, simplemente sentí cómo me taladraba una polla bien gorda. Mis ojos se cerraron no sin antes soltar otra lágrima, esta vez de placer, y mi boca se abrió para lanzar un fuerte suspiro.

Intenté contenerme, pero era tan intenso el placer que perdí un poco el equilibrio, cayendo hacia donde estaba Nacho. Mi cara chocó sobre la robusta pierna de mi amigo, que aún me sujetaba la cabeza con una mano.

Me fijé en que su pene estaba a solamente milímetros de mi cara, pero no me importaba. Era tan fuerte lo que sentía entre mis piernas que no podía pensar en nada más. De hecho, no me importó en absoluto cuando noté que la polla de Nacho me empezó a dar golpecitos en la cara. Su tranca se paseaba por mi nariz, mis mejillas y mis labios. Yo seguía con la boca abierta, jadeando levemente.

Me agarré más fuerte a la pierna de Nacho, ya que sin querer Carlos me hacía resbalar sobre él con sus constantes empujes en mis muslos. Una de mis manos se agarró a una de las prietas nalgas de Nacho, e intenté levantarme de nuevo sacándome esa polla de mi interior. Pero él me sujetó bien por la cabeza con un gesto rápido haciendo que me resbalara hacia abajo otra vez. Qué buen chico era, seguro que pensó que me iba a caer y me empujó sobre Carlos para que no me cayera en la arena.

La polla de Carlos entró sin ninguna dificultad otra vez, con la única resistencia que proporcionaba la estrechez de mi agujerito. Pero en menos de un segundo se me había clavado de nuevo hasta el fondo. Solté un gemido agarrándome a Nacho y estrujando su fuerte glúteo. Su pene seguía peligrosamente cerca de mi cara, y otra vez noté como golpeaba mi labios. Me dejé hacer cuando sentí que se hacía camino entre ellos tocando la punta de mi lengua. También me dejé hacer cuando Carlos estrujó mi culito con ambas manos, acompañado de un movimiento que hizo que su polla se saliera y se volviera a clavar sin piedad unas pocas veces.

No lo pude soportar más y acabé por correrme sobre mi amigo. El orgasmo fue largo, y tardé unos diez segundos en darme cuenta de que aún estaba sobre él. Diez segundos que estuve suspirando abrazada a la pierna de Nacho con su pene en el umbral de mi boca. Diez segundos en los que mis ojos derramaron lágrimas de culpa y placer. Diez segundos que fueron eternos.

Finalmente me separé de Nacho y me incorporé lentamente, sintiendo cada milímetro de la polla de Carlos al salir. Aunque me sorprendió, porque ésta estaba ya mucho más flácida. Al pobre, de la vergüenza que debía haber pasado por verme así, se le había pasado el empalme. Menos mal, pensé, pero me dió pena porque me caía muy bien y no quería que pensara mal de mí.

Nacho, sin decir nada (y es que no había nada que decir, ¿no?), terminó por dar media vuelta y por fin se fue a por las dichosas cervezas. Yo me quedé sentada junto a mi novio en nuestra toalla. Con Carlos no nos dirigimos la palabra durante un rato. Simplemente nos evitamos tontamente. Me sentía fatal, seguro que él se sentía sucio y utilizado. Ojalá pudiera explicarle que fue todo sin querer, que no había sido mi intención aprovecharme de él. Ojalá… pero no me salían las palabras.

Nacho volvió con las cervezas y con un helado para mí. Al final se despertó mi novio, así que también le invitó a una de las cervezas. Mientras me comía el helado y con más gente para entablar conversación, me fui atreviendo a dirigirme a Carlos y hablarle normal otra vez. El pobre se notaba que hacía de tripas corazón para poder hablar conmigo y no romper el buen ambiente que había entre todos.

A los pocos minutos, mi novio señaló la cara interior de mis muslos, diciéndome que estaban sucios. Me fijé y me di cuenta que era un reguero de líquido blanquito que fluía desde mi entrepierna. ¡Qué error! No me había fijado que mis propios flujos se habían escapado de mi vulvita después de correrme. Y era bastante copioso, supongo que se debía a que nunca me había corrido tan intensamente.

Carlos estuvo hábil y me echó una mano:

—Debe de ser del helado, que se derrite rápido con este calor.

Rápidamente me eché arena sobre el muslo, intentando limpiar el estropicio. Improvisé, pero la verdad lo enguarré todo aún más. Ahora seguro me tendría que dar un buen baño para limpiarme.

6 – Como quien no quiere la cosa…

Narra él:

Menuda forma de acabar el día de playa. Había empezado perfecto, haciéndole el amor a mi chica y echándome una siesta al sol junto a ella. Aún y a pesar de que había tenido alguna pesadilla extraña. Pero cuando me desperté me fastidió un poco porque Nacho y Carlos se habían acoplado con nosotros y no dejaban de bromear con Susana. La verdad que estos chicos me estaban cayendo bastante mal. Y no era por celos, porque reverenciaban a mi novia como si fuera una diosa, lo que pasa es que iban de gallitos creyéndose los chicos más geniales del mundo.

Lo peor de todo fue que me había quemado al quedarme dormido sin echarme crema protectora. Había pasado de un blanco aspirina a un rojo crustáceo en cuestión de minutos. Mi novia me pidió disculpas por no haberme puesto crema. Parece ser que ella también se había dormido y la despertaron Nacho y Carlos. No sé porqué pero se echaron miradas cómplices cuando Susana dijo eso. Por suerte ella seguía con su vestido que la tapó e impidió que se quemara.

Lo más incómodo, aparte de mi piel quemada, era que Nacho y Carlos estaban completamente desnudos. Y la verdad sea dicha, tenian muy buenos cuerpos, más trabajados que el mío. Y por no nombrar sus pollas, que superaban con creces mi tamaño. Igual eso sí me ponía algo celoso. A Susana la veía un poco nerviosa, sobretodo cuando hablaba conmigo. Supuse que le incomodaba la situación con tanta desnudez alrededor.

Al menos habían traído unas cervezas. Me puse la camiseta para no quemarme más aún y me puse a disfrutar de ese oro líquido bien fresquito. Susana dijo que necesitaba un baño antes de irnos, y me pidió que le alcanzara su braguita del bikini que había quedado en la arena cerca de donde yo estaba. Pero la verdad, me apetecía que se luciera desnuda, ya que ella era en realidad la única cosa que yo tenía que podía hacerme ver superior a esos dos tipos. Así que le pregunté que por qué no iba sin, que para eso estábamos en una playa nudista. Ella seguía negándose pero yo bromeando agarré el bikini y me senté encima de él para que no pudiera cogerlo.

No entendí muy bien por qué se enfadó tanto así tan de repente, pero como un huracán se levantó soltándome un par de improperios y se fué hacia el agua. No se desnudó hasta estar ya muy cerca del mar, y a pesar de que estaba como a veinte metros, pude apreciar su fantástico cuerpo desde nuestro sitio. Miré a nuestros amigos y me fijé en cómo no le sacaban el ojo de encima. Me hizo sentir orgulloso de tener a una chica tan deseable como novia.

Cuando volvió del agua lo hizo vistiendo solamente el vestido, y el bikini lo guardó en una bolsa pequeña que trajimos. Terminamos de bebernos las cervezas y decidimos que era ya hora de volver al camping.

En el coche me sentaron en la parte delantera del coche, de copiloto. Me dijeron que así podría darme el aire acondicionado e ir más cómodo. Carlos conducía esta vez, y Nacho estaba detrás con mi novia. Por algún motivo habían decidido no vestirse para entrar al coche, de manera que seguían en bolas. No quería ni pensar que Susana estaba detrás con un chico desnudo. Y encima, por lo que pude ver, estaba completamente empalmado. Qué desfachatez, no saber controlarse delante de una dama. Al menos el pene de Carlos no estaba enhiesto, sino todo lo contrario. O era un chico más decente o encontró la manera de relajarse estando en la playa mientras dormíamos.

Yo miraba hacia delante para no marearme, y les oía reír atrás de vez en cuando. Sobre todo en la parte de camino donde habían baches y botaba mucho el coche. Por el retrovisor podía ver que los dos estaban justo detrás de mí, compartiendo asiento. La verdad no sé por qué si había suficiente sitio para todos. No podía girar el cuello porque además lo tenía completamente quemado. Suficiente tenía con lo mío como para preocuparme también de ese baboso, pero esas risitas me estaban matando.

Narra ella:

Cuando llegamos al coche dejaron que mi novio se pusiera delante, porque al ir todo quemado el pobre tendría más sitio e iría más cómodo. Nacho y Carlos dijeron que hacía mucho calor para vestirse y tal cual desnudos se metieron en el coche. Nacho había amontonado todas nuestras cosas, bolsas y toallas mojadas en un lado del asiento de atrás, y luego se sentó en el poco espacio que había quedado libre.

Cuando me dispuse a entrar en el coche le dije:

—¿Y yo dónde me pongo?

—Uy pues… o te pones encima mío o encima de las toallas, pero te vas a mojar entera, como tú veas… —dijo con una sonrisita.

No tuve más remedio que ponerme encima suyo porque no quería llegar al camping con el vestido mojado. Al subirme sobre sus piernas, Nacho me levantó el vestido para que no quedara atrapado entre nosotros. El pobre no se había enterado de nada, y no se daba cuenta que al no llevar yo braguitas volveríamos a estar como antes, en la misma situación que cuando le puse la crema.

Apoyándome en la puerta del coche y en el asiento de delante donde estaba mi novio, me sujeté un poco para no aplastarlo demasiado. Lo que no me dí cuenta es que al estar un poco levantada, su pene quedaba directamente apuntando a mi entrepierna. Pero pensé que no pasaría nada si me mantenía quieta, al menos era yo la que controlaba lo que pasaba en esa posición y no iba a permitir que ocurriera otro accidente. Íbamos charlando y riendo porque Nacho era un chico muy gracioso y había buena química entre nosotros.

Lo que no anticipé fue que el camino de tierra en el que conducíamos no era muy bueno. El primer bache que golpeamos hizo que saltara disparada y luego bajara de repente por el impacto. Eso me hizo sentir cómo la punta de la polla de Nacho me golpeaba en la rajita bastante fuerte.

No me lo podía creer, me estaba volviendo a ocurrir. Menos mal que al menos mi novio no podía ver lo que pasaba desde su sitio, ya que Nacho y yo estábamos directamente detrás suyo. Además el vestido nos cubría por completo. Pero estaba claro que Nacho no tenía ninguna mala intención, puesto que seguía hablándome y bromeando conmigo, cosa que yo agradecía con mis risas aunque un poco nerviosa.

El camino fue empeorando, y poco a poco los baches se volvieron constantes, haciéndome balancear de arriba abajo sin poder sujetarme bien a nada. El pene de Nacho estaba completamente vertical, y con cada sacudida su glande abría los labios de mi mojada vaginita, golpeando cada vez su puntita en mi entrada.

En uno de los baches más duros, con el salto me golpeé la cabeza contra el techo bastante fuerte. Al caer de rebote sobre el regazo de Nacho, mi rajita, que estaba aún bastante abierta y mojada por lo que había pasado con Carlos, acogió un trozo de su polla.

—No te vayas a hacer daño… —dijo Nacho, más preocupado por el golpe que me acababa de dar que por lo otro—. Déjame que te sujeto.

Entonces me abrazó posando una mano en mi barriga y la otra justo encima, rozando el bajo de mis pechos. Al siguiente bache me sujetó más fuerte atrayéndome a él, y consiguió que su pene se clavara más en mí.

—Ay, Susanita… no quiero que te dés más golpes en la cabeza que te vamos a tener que llevar al hospital… —dijo Nacho con una voz bastante quebrada.

Realmente se preocupaba por mí, lo que me conmovió. Le daba más importancia a que yo no acabara con una conmoción cerebral que a la vergüenza que debía estar pasando por tener esa erección tan desafortunada.

—Bueno pues agárrame fuerte, por favor, que hay muchos baches… —contesté para tranquilizarlo.

El camino continuaba siendo muy accidentado, y ahora mi amigo me sujetaba por las caderas presionando hacia abajo cada vez que un impacto me disparaba hacia arriba. Lo único es que, al ser los baches tan seguidos, provocaba que su pene entrara y saliera de mi coñito como si estuviéramos follando, aunque en realidad no era eso para nada, simplemente estaba evitando que me golpeara mi cabeza.

Para rebajar la tensión, Nacho empezó a hacerme cosquillas con una mano mientras con la otra me sujetaba. Agradecí que intentara actuar con tal normalidad, porque imaginaba que estaba tan avergonzado como yo por esa situación tan absurda. Yo me iba riendo porque de verdad me estaba haciendo cosquillas. Lo que pasa es que con el movimiento del coche no atinaba siempre en el buen sitio y a veces su mano me tocaba en sitios donde no tenía cosquillas. Pero yo para que no se sintiera mal me reía igual, aunque fueran mis tetas lo que acariciara sin querer.

Fueron unos largos minutos y no había manera de que saliéramos ya de ese camino. Aunque intentáramos hacer como que no pasaba nada la verdad es que le polla de Nacho me estaba taladrando continuamente. Perdí la cuenta de con cuántos baches habíamos topado ya, era uno detrás del otro sin parar, a veces más suaves y a veces más fuertes haciendo que esa barra de carne saliera casi por completo de mi apretadito agujero para volver a entrar violentamente después.

Carlos comentó que ya casi llegábamos a la carretera nacional. Dí gracias a Dios porque esos baches me estaban volviendo loca, y aún más por el esfuerzo añadido de tener que aparentar que no pasaba nada. Con uno de los últimos baches que fue de los más fuertes, Nacho me agarró bien firme. Lo noté que se quedó muy quieto esforzándose para que yo no me golpeara.

Lo bueno es que ya justo después llegamos al asfalto y no tuvo que sujetarme más. Me quedé sentada sobre él, y aunque su pene se había quedado aún muy al fondo de mi rajita, al menos ya no nos movíamos tanto, lo que ayudó a recuperar la normalidad. Creo que Nacho también lo agradeció porque poco a poco noté como su pene se iba deshinchando. Sin los dichosos baches le fue más fácil tranquilizarse y que las aguas volvieran a su cauce.

Como ya no tenía el pene tan duro y la carretera era bien lisa (creo que la acaban de asfaltar hace poco porque se veía muy negra), ya no me importó que lo dejara ahí dentro, ya me lo sacaría del agujerito cuando llegáramos. Total, después de lo que acababa de pasar, eso no era nada, y al no estar él empalmado no creo que lo viera como algo sexual ni nada.

Narra él:

Por fin llegamos al campamento. Me alegró ver que al salir del coche Nacho no seguía empalmado. Parece ser que le quedaba un poco de decencia y se había comportado al tener una señorita en su asiento.

Pero el dolor en mi piel era total. Fuimos a la piscina para ver al socorrista, que me dio una crema para quemaduras de sol y me mandó beber mucho agua. Estuvimos comiendo y me fui a echar la siesta. A pesar del calor tenía cansancio, quizá estaba deshidratado.

Susana dijo que se iba a la piscina con nuestros vecinos de tienda. Para ello se puso tan sólo un precioso bikini amarillo chillón y se cubrió con una toalla. Por supuesto que se fueron en el coche, y yo me tuve que contentar con mirar cómo se marchaban. Me puse a dormir y unas horas después cuando me desperté aún tuve que esperar a que volvieran, cosa que hicieron como a eso de las ocho de la tarde.

Venían todos, los tres vecinos más el socorrista, y Susana llegaba con la toalla alrededor de la cintura y con el pelo y el bikini aún mojados. Estaba preciosa, como siempre. Yo esperaba sentado en una silla junto a la tienda de campaña. Solo me faltaba una armónica y un sombrero para parecer un completo solitario.

—Hola cariño, ¿qué tal estás? —preguntó mi novia abrazándome y besándome, y que apestaba a alcohol y se la notaba algo achispada—. Nosotros nos lo hemos pasado muy bien, ¿a que sí, chicos?

Ellos me saludaban también muy amables, parecía que al fin y al cabo me tenían aprecio. Así que intenté relajarme. Según Susana, habían estado en la piscina y luego habían echado unas partidas al billar. Por lo visto jugaron por parejas, y cada bola del contrario o cada falta propia tenían que dar un trago de cerveza. A Susana normalmente no le gustaba la cerveza, pero debía haber hecho una excepción.

Entonces vi a Pedro acercándose por detrás a mi novia, y agarrándola por la cintura dijo:

—¡Ah por cierto, compañera de billar! Esta mañana mientras íbais a la playa he aprovechado para comprarte una camiseta.

Susana dio un salto de alegría y se abrazó a él, quien la apretó más fuerte contra su pecho. Se hizo un poco demasiado largo el abrazo, en mi opinión. Nacho vino por un lado acercando a Pedro un trozo de tela de tamaño ínfimo y color blanco, que supuse sería la dichosa camiseta.

—Toma, pruébatela —dijo—. En la tienda me han dicho que normalmente se lleva sin ropa interior por eso, pero que es muy cómoda.

—¡Joder, claro que se debe llevar sin sujetador! —exclamé—. ¡Esa talla debe ser como para niñas de seis años!

—No seas maleducado —dijo mi novia mientras observaba la prenda—. Es muy bonita, eres todo un caballero, Pedro —y se puso de puntillas para darle un beso en la mejilla.

Intentó ponérsela por encima del bikini, pero era demasiado estrecha y apenas le cabía la cabeza por el cuello de la camiseta. Se estaba quedando atorada, mientras todos aprovechábamos para mirar sin disimulo como sus grandes y redondos pechos se agitaban con tanto esfuerzo.

—Tranquila, que esto lo arreglo yo en un momento —dijo Nacho.

Agarró la prenda y con unas tijeras comenzó a recortar la tela alrededor del cuello, aprovechó para cortar también las mangas, a pesar de que ya eran casi inexistentes. Por último, estiró la tela y le dijo a Pedro:

—¡Sujeta a Susana y haz que se mantenga bien firme!

Mi novia, medio riéndose, sacó pecho y se puso muy seria, casi como un militar. Pedro la sostuvo desde detrás, manteniéndose pegado a ella. Nacho colocó la camiseta sobre su torso, y como si fuera un sastre listo a tomarle las medidas fue palpando la tela acomodándola sobre la figura de mi chica. No se me pasó por alto que aprovechó para acariciar ligeramente sus pechos.

—¿Ayuda si te la corto por aquí? —preguntó apoyando una mano sobre su vientre—. ¿O un poco más arriba? —dijo mientras iba subiendo la mano hasta ponerla justo por debajo de los pechos de mi novia, llegando a hacer que se levantaran un poco.

Por su ligera embriaguez, Susana encontraba todo eso muy divertido.

—Así es demasiado corta, ¿no crees amor? —me preguntó con una risita nerviosa.

—Creo que sí, si ya es demasiado pequeña como es, igual se acaba rompiendo —respondí.

Parece que Nacho no me entendió, porque seguidamente agarró la camiseta y comenzó a cortar por donde había hecho la marca. Por supuesto, el corte era bastante imperfecto, y había partes que quedaron más altas o más bajas según los tijeretazos que le iba propinando a ese pedacito de tela.

—No entiendo para qué le comprais una camiseta y luego se la destrozais… —comenté.

—Bueno, ahora las camisetas se llevan así —dijo Nacho ofreciéndole otra vez la camiseta a Susana.

—Debe ser en tu pueblo… —dijo riendo mi novia.

Se metió en la camiseta, ahora sin tantos problemas, excepto cuando la tela comenzó a cubrir sus pechos. Estaba claro que era de una talla demasiado pequeña, y eso que mi novia ya era pequeña de por sí. Pero Susana tiene unos senos bastante voluminosos y la camiseta parecía que podía reventar en cualquier momento. Se notaba perfectamente la forma de sus tetas, e incluso se adivinaban sus erguidos pezones a través de la tela.

—Y eso que aún lleva el bikini… —murmuré yo quejándome.

—¡Ah! Cierto, cariño… —dijo Susana que me había oído, y dirigiéndose a Pedro continuó—. Decías que estaba diseñada para llevar sin ropa interior, ¿verdad?

Yo aún estaba sentado en la silla delante de nuestra tienda. Susana se sentó sobre mis piernas, de espaldas a mí, y me señaló el nudo del bikini en su espalda.

—Por favor, amor, que yo no llego bien.

—¿En serio quieres que te quite el bikini? —pregunté indignado por una situación que ya pasaba de castaño a oscuro, increíble—. ¡Ni de coña!

—Bueno, te lo quito yo si no te importa —dijo Carlos, que se abalanzó sobre Susana sin esperar respuesta.

La rodeó con sus brazos e introdujo sus fuertes manos por debajo de la camiseta para llegar al nudo del bikini y deshacerlo. Luego agarró el cordón del bikini que quedaba en la nuca y tiró hacia arriba. Susana levantó sus brazos para ayudarle a sacarlo, todo a un palmo de mi cara. Yo estaba alucinando con la situación, aunque creo que no era el único, porque estaban todos como embobados mirándola fijamente.

—Te queda genial, Susana —decían todos ellos—. Como un guante.

—¿En serio, chicos…? ¡Muchas gracias, sois geniales! —dijo botando de alegría—. No me esperaba este regalo, la verdad —decía mientras se miraba la camiseta—. La verdad que es bastante cómoda. ¡Ya me diréis cómo os lo agradezco!

Yo no sabía dónde meterme del enfado. Si ya estaba quemado de la piel, ahora estaba quemado moralmente. Esa camiseta no era sólo enana y se pegaba completamente al busto de mi chica, sino que además estaba ligeramente húmeda por haberla llevado encima del húmedo bikini. Ahora transparentaba más que antes, aún y sin ser demasiado obsceno. No comprendía cómo Susana no se daba cuenta de que sus geniales amigos lo único que pretendían era disfrutar de las vistas de su voluptuoso cuerpo.

Incluso a mí me estaba poniendo a mil, aún y con mi enfado. No me quería imaginar cómo estarían ellos, que ni si quiera podían catarla. En parte me me dije que, aún y ponerme algo celoso, la situación jugaba en mi favor, ya que yo era el único que podía estar con ella, desnudarla, besarla, acariciarla y hacerle el amor. Esos gilipollas tan solo podían soñar en tenerla para ellos. Porque otra cosa no, pero fiel siempre me ha sido al cien por cien.

Susana decidió ponerse unos pantaloncillos que fueran a conjunto con la camiseta. Desapareció un instante en nuestra tienda para salir ataviada en unos shorts tejanos tan apretados que se le marcaba la pata de camello por delante. Por detrás, apenas llegaban a cubrir sus nalgas, dejando que parte de ellas sobresalieran al andar. Tampoco me pasó desapercibido que mientras trajinaba con la cena y se agachaba a recoger algo del suelo, los pantaloncillos se bajaban dejando al descubierto el canalillo entre sus nalgas, lo que me hizo pensar que no se había puesto bragas.

Preparaban la cena mientras yo seguía sentado, dado mi quemazón de piel. De vez en cuando Susana venía a charlar conmigo, pero el resto del tiempo la mantuvieron ocupada bebiendo o preparando algo de comer. Alguno de ellos también se acercaba a charlar conmigo a veces, generalmente para preguntarme que qué tal estaba y para decirme que no me preocupara por Susana, que ellos me la cuidaban. No dejaban de darme la enhorabuena por la chica tan buena y bonita que tenía por novia.

Ella se divertía bromeando con todos ellos, y yo empezaba a temer que estuviera demasiado borracha. Se reía por todo, y desde mi punto de vista me parecía algo excesiva la familiaridad que tenían entre ellos. Y por familiaridad me refiero a los abrazos, besitos e incluso pellizquitos que la daban a veces en la cintura y en las piernas. Incluso en alguna ocasión Carlos, que por algún motivo era el más cariñoso con ella, la abrazó desde atrás y hundió su cara sobre el cuello de ella. No sé si llegó a morderle el cuello, algo que ella le pone muy cachonda. Pero sí la vi quedarse quieta como una estatua. Entiendo que si la mordió, ella se sintió muy incómoda y por eso no se movió.

Cada vez que Susana venía a hablar conmigo estaba más achispada que la vez anterior. Y su camiseta cada vez más sucia, con marcas de grasa por todos lados.

—Podrías cortarte un poco, ¿no “Su”? –le dije en una de sus visitas.

—Jo… cariño, sólo intento pasármelo bien, que estamos de vacaciones. No te enfades…

—¿Y esas manchas? —dije señalando su camiseta, que estaba llenas de manchas de grasa y marcas de dedos, incluído sobre sus pechos.

—Bueno, son de… de… la carne que están preparando… —y se miró las tetas—. La verdad es que estoy un poco sucia.

—Yo creo que los sucios son tus amigos —refiriéndome a que iban salidos perdidos.

—No, ellos son más limpios la verdad. Como a ellos no les pone nadie las manos sucias encima… Jajaja… ¡Pero ahora los ensucio yo a ellos, ya verás! —y se fue riendo por la genial idea.

A mí el comentario no me hizo tanta gracia. Se fue bailoteando con ellos y comenzó a jugar a mancharlos con trocitos de carne. Ellos no llevaban camiseta, pero Susana les pegaba los trocitos por el pecho y se los restregaba. Sobra decir que ellos se limpiaban con lo que más cerca les quedaba, es decir, con la camiseta de Susana. Esta estaba cada vez más llena de grasa, provocando que la prenda se volviera más transparente.

La situación no me tenía nada contento. Estaba deseando que se terminara para irnos a dormir de una vez. Además, a veces escuchaba cosas que me volvían completamente loco. Cosas como dobles sentidos y comentarios que me molestaban mucho, sin que Susana se diera cuenta de lo que realmente incitaban. Eso me fastidiaba más aún.

Os relato un ejemplo de uno de los más subidos de tono para que entendáis mi mosqueo:

Estaban preparando unas salchichas a la plancha y pusieron tres a cocinar. Por lo visto la cuarta no les cabía en el fuego, y Nacho la tenía cogida con las tenazas. Como acababa de tirar el recipiente donde venían, no tenía dónde ponerla. Entonces le dice a Susana:

—¿Te importa sujetarme la salchicha mientras cocino? —preguntó agarrando a mi novia de la cintura.

Provocó unas risas a los otros chicos, mientras que Susana hizo el amago de coger la salchicha con la mano sin entender el doble sentido.

—¿Pero qué haces? Que la vas a ensuciar, mira qué manos más sucias tienes… Toma, abre la boca —dijo Nacho.

Susana abrió su boquita y él apoyó la punta de la salchicha sobre su labio inferior.

—La tienes que sostener un rato entre los labios, mientras te limpio las manos, ¿ok?

Susana afirmó con la cabeza, mirando a los ojos a Nacho que estaba sonriendo ampliamente. Rodeó la salchicha con sus gorditos labios haciendo presión y Nacho soltó las tenazas para coger las manitas de mi novia y pasárselas por el pantalón que llevaba puesto. Las presionó alrededor de su propio paquete, que se notaba muy hinchado.

No me gustó nada ver a mi novia con media salchicha introducida en su boca, mirando a los ojos a Nacho y restregando las manitas alrededor de su paquete. Carlos intentaba ponerse en medio para que yo no viera lo que ocurría, pero logré ver lo suficiente.

—Ya está, corazón, ya tienes las manos limpitas —dijo Nacho al cabo de momento.

Odiaba que la llamara “corazón”.

—Pero mira, has babeado entera la salchicha… Vamos a limpiarla —continuó, y comenzó a empujarla hacia el interior de su boca, mientras con otra mano la sostenía de la nuca.

Mi novia mantenía su mirada clavada en los ojos de Nacho. Las manos de ella se habían quedado pegadas sobre el borde del pantalón de él. La verdad es que la situación era muy erótica. Estábamos todos petrificados mirando. Y aún así creo que la única persona que no entendía la carga sexual de la escena era mi propia novia, porque si no ya se habría enfadado mucho. En los ojos de Susana, todo eso era un juego inocente, sin maldad. Es más, las comisuras de sus labios sonreían alrededor de la salchicha.

Yo no pude aguantar más la situación.

—¡Suficiente, Nacho! ¡Déjala en paz! —grité.

Nacho sonrió y liberó a mi novia.

—Tu novio piensa que sólo te entra esto —dijo en voz baja mientras le sacaba media salchicha de su boquita.

—Jajaja… pues yo creo que me habría entrado entera —contestó mi novia riendo.

—A tí te gustan más tragarlas con mayonesa, ¿verdad? —preguntó él mientras le acariciaba la cara, como limpiándole algo de saliva.

—Bueno, sí, con mayonesa me encantan. Puedo tragar todas las que quieras, jajaja… —respondió ella inocente, sin percatarse del doble sentido.

Es cierto que a Susana le gustaban más las salchichas con mayonesa en vez de con ketchup, pero no creo que Nacho estuviera pensando en eso. Menos mal que la situación se zanjó por sí sola.

Esta clase de situaciones se repitieron demasiado para mi gusto. Y me molestaban a cada vez. Pero tampoco podía quejarme abiertamente, pues al fin y al cabo, técnicamente nadie estaba haciendo nada malo. Y yo sé que mi novia no permite que nadie se sobrepase con ella.

Por ejemplo, no me molestaba demasiado que mientras preparaban la cena bailaran con ella de broma. O que incluso la dieran abrazos y besos en la mejilla. Lo que sí me molestaba más era que en algunos abrazos la levantaran en volandas y la mantuvieran un rato en el aire. Eso me ponía de los nervios. Sobretodo porque al hacerlo se le apretujaban más los senos y con esa camiseta tan pequeña se veía realmente sexy.

Se comportaban todos como si estuvieran ligando con ella, lo cual me parecía raro, porque estaba yo, su novio, justo ahí con ellos. Pero yo estaba tranquilo porque sabía que ella los pondría en su sitio.