Fer es el novio de mi amiga, siempre nos tuvimos ganas y nunca había hecho nada, hasta ahora. Después de mucho calmamos nuestra tensión sexual

Ambos sabíamos que aquello no estaba bien, que los dos teníamos novia y que iba a traer malas consecuencias… pero fue inevitable.

Voy a empezar por el principio.

Ésta historia ocurrió hace poco menos de un año. Yo, mi novia, mi mejor amiga Laura y su novio Fer nos fuimos de fin de semana a una casa rural. Fue un regalo que nos hicieron las chicas a Fer y a mi por nuestros cumpleaños.

Yo y mi novia llevábamos un año y medio juntos, y Laura y Fer dos años. Laura es mi mejor amiga desde que somos críos, desde los tres años, y sería incapaz de hacerle daño. Conoció a Fer porque estudiaban juntos. Fue un chico que desde el principio llamó mi atención: 1’80m, pelo castaño, guapo, barbita, sonrisa preciosa y un chico muy inteligente, con quien podías hablar horas y horas. Quizás es la parte que más me gusta de él, porque tenemos charlas larguísimas y normalmente sobre temas que nos encantan a los dos.

Un día Laura me comentó que Fer le había hecho una confesión: era bisexual. Ella se lo tomó muy bien, y además le hizo gracia porque yo también lo era. Un día tuve una charla con Fer sobre el tema, y debo reconocer que me gustó mucho su posición en ese aspecto.

Bueno, vuelvo a la historia.

Fuimos a una casa rural en el monte, estábamos solos en medio de la montaña. Era una casa pequeñita: conforme entrabas, a mano izquierda había el cuarto de baño, bastante grande, y a mano derecha la cocina y el comedor, que estaban unidos en un gran espacio. De ahí, dos puertas: las dos habitaciones de matrimonio. Una terraza con una mesa y cuatro sillas era todo lo demás que había en la casa donde íbamos a pasar 3 días.

Después de instalarnos, hicimos unos bocadillos y nos fuimos de ruta por la montaña. Se nos hizo tarde y antes de que oscureciera por completo volvimos a casa. Laura y yo nos pusimos a preparar la cena mientras Fer se duchaba y María, mi novia, ponía la mesa. Fer nos pegó un grito desde la ducha:

–       Laura! Me puedes traer el jabón? Me lo he dejado en la maleta y estoy metido en la ducha ya!

Laura me miró y me dijo:

–       Anda, llévaselo tu que yo tengo las manos sucias ahora.

Laura y yo tenemos mucha confianza, y no le importó pedirme que le llevara yo el jabón. Fui a por el jabón de Fer y llamé a la puerta:

–       Fer, soy yo. Laura tenía las manos sucias y te he traído yo el jabón.

–       Ah! Pasa, pasa, tranquilo!

Yo sabía perfectamente que Fer era muy liberal, de hecho, es un poco hippie. Pero esperaba que se hubiera tapado, aunque no fue el caso. Al entrar, lo vi debajo del chorro de la ducha, desnudo, y me quedé empanado. Me miró, con una sonrisa, y me dijo, riendo:

–       Oye, que a mi no me importa que me mires, pero cierra la puerta que entra corriente.

–       Ay Fer, perdona, no sé en que pensaba. – disimulé

–       Coño, pues en mi pensabas, no? Con esa cara que se te ha puesto…

–       Me has pillado por sorpresa, pensaba que estarías…

–       ¿Tapado? – me cortó – pues no, no me importa que me veas en pelotas. Tu también tienes una polla ahí debajo, no? Si hubiera sido María me hubiera tapado, pero contigo me da igual – y me guiñó un ojo, con una sonrisa pícara.

Le di el jabón y me marché directo a mi cuarto. Laura y María estaban hablando en la cocina y no me vieron pasar ni siquiera. Me senté en la cama y, al darme cuenta, mi polla estaba empalmada. La verdad es que Fer me desencajó con esa respuesta. Y su imagen desnudo, con esa polla ahí colgando… ¡y que polla! Solo de verla flácida ya quería metérmela en la boca.

Salí de mi cuarto y acabé de poner la mesa. Me convencí a mí mismo de que aquello quedara en anécdota, porque si no me esperaban 2 días de paranoias a cada momento. Nos sentamos a cenar y todo transcurrió con total normalidad. Después nos trasladamos a la terraza a tomar una cerveza y a charlar los cuatro. Laura y María tenían frio, así que entraron dentro. Fer y yo nos quedamos fuera charlando de política, cuando de repente María vino a darme un beso:

–       Chicos, Laura y yo nos vamos a dormir, que estamos cansadas.

Laura salió detrás y le dio un beso a Fer. Los dos hicimos el intento de entrar con ellas, pero insistieron en que no nos querían cortar el rollo y que nos quedáramos allí. Y así hicimos. Se estaba muy bien en la terraza y apenas eran las doce de la noche. Nos habíamos tomado ya un par de birras y quise poner a Fer a prueba.

–       Oye Fer, perdona que antes quizás he mirado demasiado lo que no debía mirar. – dije, haciendo ver que estaba avergonzado.

–       Tranquilo hombre, ya te he dicho antes que no tengo nada que esconder. Tenemos lo mismo ahí abajo y somos colegas.

La verdad es que sí. El hecho de ser el novio de mi mejor amiga había convertido a Fer en uno de mis mejores amigos también, porque ya habíamos vivido mucho juntos.

–       Pero ahora estamos desigualados – dijo Fer

–       ¿Como? – no entendía a que se refería.

–       Hombre, tu me has visto la chorra, pero yo a ti no – me soltó.

Mi polla despertó de golpe. Fer y yo, además de llevarnos muy bien, habíamos creado una tensión sexual sin resolver desde que ambos supimos que el otro era bisexual. Solo habían sido comentarios, pero últimamente las miradas también habían ido en ese sentido. Yo no hacía nada para evitarlo, porque me gustaba, y sabía que a él también. Y nos reíamos mucho con eso.

–       Bueno, tiempo al tiempo… no?

–       Cuanto tiempo? – me dijo, mordiéndose el labio.

En ese momento me armé de valor, me puse de pie y me bajé el pantalón y los calzoncillos de un tirón. Tenia la polla morcillona. Fer tampoco pudo evitar embobarse por un instante, pero devolví la ropa a su sitio y le dije:

–       Cuando quieras ver más, solo me lo tienes que decir.

–       Pues quiero más.

No tardé ni dos segundos en reaccionar. Nos pusimos de pie y nos comenzamos a comer la boca allí mismo. Cogí a Fer por la cara y le separé de mi un instante. Le miré a los ojos y le dije:

–       No puedo hacerle esto a Laura. Me duele hacérselo.

–       No tiene que saberlo. Y María tampoco. Los dos necesitamos este polvazo desde hace mucho tiempo.

¡Joder, lo necesitaba mucho! Entramos dentro y nos metimos en el cuarto de baño. Ambos sabíamos que aquello no estaba bien, que los dos teníamos novia y que iba a traer malas consecuencias… pero fue inevitable.

Nos quitamos las camisetas y los pantalones. Fer marcaba su pollón debajo de los calzoncillos de lycra. Nos comíamos la boca como si no hubiera un mañana. Dirigí mis labios a su oreja, le pegué un lametazo y le dije:

–       Te vas a cagar.

Le arranqué los calzoncillos abajo y me comí toda su polla. Fer pegó un gemido de placer extremo, que nos podría haber delatado, pero la excitación no nos dejaba pensar. Yo devoraba cada trozo de esa verga, que era espectacular: 19 centímetros perfectamente rectos y apuntando al techo, con todo el pubis depilado. La agarré con la mano y pasé mi lengua por sus huevos, bien grandes también.

Fer me levantó por las axilas y me comió la boca. Cambiamos y comenzó él a comerme el rabo. Lo hacía de maravilla, de hecho, me costó no correrme en ese instante. Mientras me la chupaba, le miré a los ojos y le dije, en voz suave:

–       ¿El culo que tal lo comes?

Se hizo una sonrisa en su boca y me giró de golpe, cogiéndome por las caderas. Abrió mi culo con ambas manos y su lengua comenzó a abrirse paso hasta mi ano. Yo veía las estrellas, me estaba haciendo el mejor beso negro de mi vida y, sin darme cuenta, estaba gimiendo como un cabrón.

–       Necesito hacerlo – me dijo Fer al oído, al momento que se puso de pie.

–       Ya tardas, cabrón. – le dije, cachondísimo.

Su polla se puso en mi ojete y comencé a notar la presión. Hacía mucho tiempo que no me follaban el culo, pero yo estaba muy excitado porque era Fer quien lo estaba volviendo a hacer. Me dolió un poco en la primera entrada, pero la verdad es que Fer lo estaba haciendo con mucho cariño. Era un buen amante.

Comenzó a dar ritmo a sus caderas. Yo estaba apoyando mis manos en la pared y con su boca a escasos centímetros de mi oreja. Estábamos completamente idos por el placer. Pasados cinco minutos en esa posición, decidimos cambiar.

Fer la sacó y se sentó en el WC. Me hizo un gesto y yo me senté encima de su polla, que apuntaba hasta el techo. Me encantaba esa posición. Nos veíamos las caras de vicio, nos comíamos la boca, nos abrazábamos… en ese polvo había algo más que deseo sexual; había cariño de amigos.

Fer me agarró el rabo y comenzó a masturbarme. No quería acabar nunca ese polvo, pero estaba tan salido que le dije:

–       ¡Sácame toda la leche!

Fer puso cara de vicioso y me levantó. Se tiró de rodillas al suelo y se comió toda mi polla, al momento que yo me corría. No dejó escapar ni una gota de mi corrida, y tal como se levantó, me miró fijamente y me dijo:

–       Me corro cabrón

Me lancé al suelo y engullí su rabo, que ya había disparado el primer chorretón de lefa al aire. Le pajeé mientras temblaba de placer. Me puse de pie y nos comimos la boca. Después de eso, un beso y un abrazo.

Nos dimos una ducha juntos entre besos y cosquillas y volvimos a la terraza de nuevo, a fumar un cigarrillo, sin hablar, y mirándonos fijamente con una sonrisa de idiotas.

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Dejadme en los comentarios que os ha parecido, si os ha gustado y os habéis excitado/corrido con mi relato. Ah! Y decidme si queréis la segunda parte, porque la historia con Fer no acabó aquí.