Exhibicion morbosa madre-hijo

Por motivos obvios, alteraré los detalles reales de lugares, fechas, nombres, o cualquier otro dato que pueda identificar a cualquiera de los protagonistas de esta historia.

Me llamo Luis, en aquellas fechas contaba con 21 años, y residía junto a mi madre en una población rural de montaña.

Mi madre, Ana, de 48, había enviudado dos años atrás, se trataba de una atractiva señora, morena, pequeña de estatura, anchas caderas y voluminoso pecho, algo rellenita para los cánones actuales de belleza, pero lo suficientemente seductora como para haber tenido que rechazar más de una vez, las pretensiones sexuales de algún que otro conocido del lugar, que ávidos de sexo, creían que una viuda como ella no podría vivir sin volver a practicarlo.

Nuestras dificultades económicas eran enormes, ya que me encontraba en el paro, y mi madre apenas encontraba trabajo de vez en cuando, cuidando personas mayores o en labores de limpieza domestica por horas, habiéndonos quedado pendiente, una hipoteca de la casa donde residíamos a la que apenas podíamos hacer frente.

La suerte pareció cambiar, cuando se personó en nuestro domicilio Ramón, el antiguo propietario de una mansión de lujo existente en las cercanías del lugar, concretamente en un paraje de montaña, y que anteriormente alquilaba a personas con bastante nivel adquisitivo.

Sabíamos por los comentarios del pueblo, que unos meses antes la había vendido a una persona bastante adinerada, que enamorada de los paisajes y la tranquilidad del lugar, no había reparado en gastos para tenerla en propiedad.

Ramón, con el que hasta entonces habíamos tenido poco contacto, nos sorprendió con un ofrecimiento difícil de rechazar, debido a nuestras dificultades económicas.

Al parecer, el nuevo propietario de la mansión, necesitaba una mujer para labores de limpieza y cocina, y un chico para cuidar los jardines de la misma.

Nos extrañó que Ramón se acordara de nosotros y nos ofreciera este trabajo que tanto necesitábamos, en lugar de hacerlo con alguna persona más próxima a él, y más, al conocer la remuneración del mismo, superior a lo normal, ya que como dije antes, hasta entonces nuestra relación con éste hombre había sido prácticamente nula, pero enseguida comprendimos el motivo, ya que nos explicó que el nuevo propietario de la mansión le había exigido que, inexcusablemente, sus empleados debían tratarse de madre e hijo, y que incluso antes de efectuar el contrato, debía comprobarlo mediante el libro de familia u otro documento análogo, cosa que en nuestro caso, por el evidente parecido físico, se trataba de un trámite que podría obviarse.

No vimos nada extraño en la exigencia de un caprichoso hombre adinerado, suponiendo que habría tenido buenas experiencias con empleados a los que unía esa relación, y aceptamos aquel ofrecimiento encantados.

Tras una semana de trámites, en los que debimos proporcionar aquellos documentos a Ramón en unión de varias fotos, (lo que nos hizo pensar que aquel desconocido deseaba que sus empleados tuvieran buena presencia física) éste nos confirmó que estábamos contratados por el nuevo inquilino de la mansión, y que debíamos presentarnos allí lo antes posible.

Sabíamos por medio de Ramón, que durante los meses de presencia del propietario en la mansión, nuestro régimen de trabajo iba a ser interno, y para ello nos había acondicionado una habitación en la misma, por lo que nos dirigimos allí con nuestro equipaje al completo.

Una vez allí, conocimos al que iba a ser nuestro jefe, se trataba de Ramiro, el cual desde ese momento mi madre pasó a llamar «Don Ramiro», un hombre de rostro serio de unos 55 años de edad, bien conservado físicamente, aunque con algo de «barriga», y vestimenta elegante acorde con su posición social.

Los tres aparentamos mirarnos con curiosidad, nosotros ávidos por conocer a nuestro nuevo jefe, y él, tras el trámite de explicarnos nuestras misiones y mostrarnos nuestra habitación, con aire de «satisfacción», exclamó, «es verdad que os parecéis mucho».

El verdadero lujo de la mansión, se trataba del lugar donde se encontraba enclavada y los paisajes que la rodeaban, por lo que su reducido tamaño, aparte de facilitarnos la labor, no desmerecía el verdadero valor de la misma.

Tras desembalar el equipaje en la que iba a ser nuestra habitación, «Don Ramiro», entregó a mi madre lo que debía ser su uniforme de trabajo, indicándole que esperaba haber acertado con la talla correcta.

Se trataba de una bata blanca abotonada por su parte delantera, la cual, aparte de quedarle «algo corta» y ajustada, (algo normal en ella por su voluminoso pecho), le sentaba muy bien.

Divertido al ver a mi madre con ese uniforme, riéndome abiertamente me atreví a decirle, «pareces una sirvienta de película porno», cosa que en absoluto correspondía a la realidad, ya que aparte de los detalles antes mencionados, en ningún caso podría decirse que aquella bata fuera indecente, y solo la falta de costumbre de verla así vestida provocó que me viniera a la cabeza semejante expresión.

Durante los días siguientes nos adaptamos a nuestra nueva situación, mi trabajo era bastante fácil, ya que el jardín siempre había estado bien cuidado, y simplemente debía mantenerlo, y mi madre por su parte, meramente debía cocinar para tres personas, ya que, Don Ramiro no estaba acompañado por nadie, y debido a la reserva y discreción con la que trataba todo lo relacionado sobre su vida, desconocíamos incluso si estaba casado.

Si bien, esta persona era reacia a comentar cualquier cosa sobre su vida familiar o social, aunque de carácter serio, se comportaba de la forma más amable posible con nosotros, pudiendo charlar con él sobre cualquier tema, y él no se cortaba en absoluto para curiosear sobre la nuestra, incluyendo nuestras dificultades económicas, sobre las que ponía un especial interés.

Pasaron unas semanas, sin que observase nada anormal en Don Ramiro, simplemente se trataba de un hombre al que le gustaba la tranquilidad de aquel lugar, leer libros, descansar, etc. No obstante, para ser sincero, lo había sorprendido alguna que otra vez mirando disimuladamente a mi madre con ojos, cuando menos «sospechosos».

No podía reprocharle nada, ya que jamás osó insinuarse o faltarle al respeto en modo alguno, y para colmo, aunque me avergonzara de ello, aquel uniforme que portaba mi madre, por el motivo que fuera, estaba comenzando a provocarme cierto morbo (por mucho que quisiera aplacarlo, al tratarse la portadora de mi propia madre), y si eso me pasaba a mí, su propio hijo avergonzado, tampoco podía reprocharle a Don Ramiro que se «alegrara la vista» de vez en cuando.

Nunca hubiera imaginado que, cualquier cosa, en la que ni siquiera estuviera cerca mi madre, podría provocarme el más mínimo deseo erótico, sin embargo, por extraño y vergonzoso que resultara para mi, aquella bata blanca por encima de las rodillas, tan ajustada, que según la postura o posición, mostraba su sujetador entre los botones, me provocaba una atracción «hipnótica» tan fuerte, que llegaba a fantasear con situaciones morbosas, imaginándola en las situaciones más comprometidas y obscenas.

Obviamente, aquello me avergonzaba de mi mismo, e intentaba desviar la mente a cualquier cosa en la que no estuviera incluida ella.

Intenté auto engañarme, diciéndome que todo era culpa del aislamiento al que me veía sometido en aquella mansión, sin en contacto de otra mujer que no fuera ella, pero aquellas fantasías lascivas crecieron (para mi pesar y desconcierto), con el tiempo.

Aproximadamente una semana después de mi lucha con el tabú de aquellas fantasías, ocurrió lo que cambió nuestra vida por completo.

Un día como otro cualquiera, al regresar del jardín en el que había estado trabajando unas dos horas, entré en la mansión y observé a mi madre visiblemente alterada.

Lo primero que pensé fue que, Don Ramiro había intentado propasarse con ella, pero él se encontraba sentado en un sillón leyendo un libro tranquilamente, por lo que, o se trataba de un actor magnifico, o su alteración se debía a otro motivo..

Intenté preguntarle a mi madre por lo sucedido, pero me hizo gestos de que me callara y más tarde me lo contaría.

Esperé «eternamente» a poder quedar a solas con ella en nuestra habitación.

  • ¿Qué ha pasado mamá?, estabas colorada como un tomate.
  • No sé ni cómo contártelo.
  • Me estás poniendo nervioso.
  • Ufff, es que es muy gordo……. En pocas palabras……. Me ha propuesto…..

¡Que te la quiere meter!.-(Pensé sin llegar a decírselo).

  • Dime, me lo imagino.
  • No te lo imaginas….. me ha propuesto muy, pero que muy delicada y disimuladamente arreglar nuestros problemas económicos.
  • Si se acuesta contigo, claro. (Esta vez sí le dije lo que pensaba)
  • No precisamente.
  • ¿No?. – Me sorprendió aquello. ¿Entonces?
  • ¡¡¡¡¡¡¡Que nos acostemos tú y yo!!!!!.
  • ¿Cómo?, ¡anda ya!.

Ante mi más absoluta incredulidad, escuché a mi madre relatarme la «conversación» mantenida horas antes con Don Ramiro.

Al parecer, este hombre había abordado el tema «interesándose» sobre nuestras dificultades económicas, y siempre de manera sutil y con algo de «secretismo», le ofreció «una forma» de salir de dichas dificultades.

Mi madre, como es lógico, ante tanto secreto, pensó en que la estaba invitando a algo ilegal, o como yo había pensado al principio, se le estaba insinuando con ánimo lascivo.

No pudo reprenderle, ya que en realidad no había expresado textualmente ninguna de las dos cosas, y aunque era de imaginar que, con palabras vagas e imprecisas iba a ofrecerle algo indecente, debía esperar a conocer sus deseos para después actuar en consecuencia.

Sin dar a conocer aun sus pretensiones, prosiguió afirmando que la discreción iba a ser total y garantizada, y que no debía tener miedo a consecuencias posteriores.

Puso especial interés en señalar que «solo se trataba de un juego», y que en caso de aceptar «no estaba obligada a nada, pudiendo llegar hasta donde quisiera, con sus propios límites», aunque por supuesto «cuanto más lejos llegara, más generosos se mostrarían los invitados«.

Podéis suponer el estado de ansiedad con el que escuché a mi madre, ya que a cada instante me surgían más dudas, ¿juego?, ¿invitados?, ¿qué invitados?.

Por fin, mi madre, terminó por aclarármelo, ya que prosiguió con su relato y acabó de contar aquella increíble «propuesta» de Don Ramiro.

Al parecer, contaba con varios amigos adinerados con la fantasía morbosa de presenciar «juegos eróticos» entre madre e hijo, (omitiendo el detalle de si él mismo se hallaba entre ellos), y si aceptábamos participar, seriamos «recompensados» de forma «generosa».

Volvió a insistir en que no deberíamos temer nada, ya que la discreción estaba asegurada, siendo sus invitados los primeros en desear dicha discreción por motivos obvios.

Se trataba de la propuesta más descabellada que pudiera haber imaginado, y más proviniendo de aquella persona hasta entonces tan sería y respetuosa, y solo al ser escuchada en labios de mi propia madre (sumamente alterada y nerviosa), me hizo comprender que se trataba de algo real, y no de un desvarío de mi mente.

  • ¿Y qué le has dicho?.- Fue lo único que se me ocurrió decir, sumamente aturdido ante lo que acababa de escuchar.
  • No pude contestarle, me quedé de piedra, y por otra parte, sabes que necesitamos este trabajo……..
  • Sería cuestión de pensárselo……. Si en verdad no hay ningún compromiso y podemos llegar en el «juego» hasta donde queramos…… con cuatro caricias o besos podríamos ganar bastante….. (no podía creerme que estuviera diciendo aquello, y temí la reacción airada de mi madre ante mi inclinación a tomar en cuenta algo tan descabellado, avergonzándome por haberme dejado llevar, aunque fuera de forma inconsciente, por aquel morbo que, por mucho que intentara soslayar, invadía mi imaginación).
  • Tienes razón, tal vez unos minutos de vergüenza……. Puedan ayudarnos……. Nadie se iba a enterar…….., si no estamos obligados a nada que no queramos………

Todavía sorprendido de mi respuesta, la de mi madre terminó por dejarme boquiabierto, ya que el simple hecho que no rechazara inmediatamente, por descabellada, semejante oferta, me dejo completamente aturdido, sin saber si se encontraba bromeando, y más conociendo su carácter remilgado, que llegaba hasta el punto de ponerse el pijama en el cuarto de baño, para evitar que la viera desnudarse cuando nos encontrábamos en la misma habitación.

No quise insistir, para evitar que notara cierta predisposición por mi parte, y sospechara, que aunque todo aquello me superaba por completo, no podía evitar sentir un morbo que aumentaba a cada instante, por mucho que se tratara de ella.

No volvimos a hablar del tema, aunque como podéis imaginar, mi mente no se apartaba ni un instante de aquella propuesta, y sobre todo, del hecho que aunque las posibilidades fueran escasas, se planteaba la oportunidad de, cuando menos, poder acariciarla.

En parte, para evitar verla con aquella bata blanca, cosa que cada vez me excitaba más, y en parte para poder dejarlos a solas, anhelando secretamente que, Don Ramiro pudiera «convencerla», me dediqué por completo a mis tareas de jardinería, y unos días después, cuando casi había perdido la esperanza, en la intimidad de nuestra habitación, mi madre, en voz baja, me dijo:

  • He pensado que vamos a aceptar, total no va a pasar nada malo y podemos salir de «penas».
  • ¿Qué?.- Contesté, aunque sabía perfectamente a lo que se referia, intentando disimular la satisfacción que me producían aquellas palabras.
  • Lo que te comenté el otro día, ya sabes…… Don Ramiro me ha dado toda clase de garantías y me ha explicado más o menos en qué consiste.
  • Ahhh, ¿sí?.- Contesté intentando poner cara de indiferencia, aunque en realidad me temblaban las piernas, ante la perspectiva que existiera la posibilidad de poder practicar cualquier experiencia erótica con ella.
  • Si, al parecer son varias personas, todavía no sabe cuántas, ya que tiene que hablar con ellos, que fantasean hace años con presenciar algún tipo de «sexo», por minio que sea entre madre e hijo, y dispuestos a pagar lo que haga falta si tienen la garantía que efectivamente lo son, nosotros «solo» tenemos que hacer cualquier cosa que los excite, y los haga creer que somos amantes.

Me sorprendió tanta ingenuidad por su parte, pues evidentemente, para hacer «creer» a aquellas personas que éramos amantes, no bastaría con darnos un «besito» en la mejilla.

Aún así, me mostré partidario de aceptar el «juego», intentado evitar que diera marcha atrás al pensarlo más detenidamente, y se fueran por la borda mis secretos deseos.

Definitivamente, debía felicitar a Don Ramiro, ya que se las había ingeniado para convencer a mi madre, de tal forma y con tan buenas palabras, que casi «hipnotizada» por las mismas, había aceptado practicar unos «indefinidos» juegos sexuales con su hijo, en presencia de unos adinerados desconocidos, sin reparar en que, por suaves que fueran los mismos, implicaban romper el tabú del incesto, y más, cuando hasta ese día, evitaba incluso mostrarse en ropa interior en mi presencia.

Su triunfo no radicaba solo en haber conseguido «hipnotizarla», sino que a partir de aquel día, en su rostro, creí observar la satisfacción de haber encontrado la pareja que más se acercaba al morbo buscado, es decir, una señora madura de físico normal, aunque muy atractiva y aspecto tan inocente como era en realidad, y un hijo con semblante tan parecido al suyo, que prácticamente obviaba el trámite de tener que demostrarlo, y que para colmo, como seguramente habría notado por mis miradas, con secretos y oscuros sentimientos por ella.

Por ello, intentando evitar que con el paso del tiempo, desapareciera aquel estado «hipnótico» de mi madre, organizó la «sesión» para el sábado siguiente.

Mis nervios aumentaron por instantes, mientras mi madre, aparentemente ajena, proseguía con sus labores de limpieza de la casa, sin mostrar más que un pequeño azoramiento.

La noche anterior, viendo que mi madre no mostraba interés en hablar sobre el tema, y temer que llegado el momento, se petrificara sin saber siquiera que hacer, intenté programar algún escenario, en el que por lo menos, pudiera surgir sobre la marcha algún tipo de erotismo y contentar a los «invitados».

  • Mamá, mañana es el día.
  • Ufff, ya lo sé, no creas que no estoy preocupada.
  • Deberíamos pensar en algo…..
  • ¿Cómo qué?, yo no tengo ninguna imaginación para «estas cosas».
  • A esa gente le gusta el morbo, nada de cosas directas, había pensado que…… en fin, esa bata que usas, algo más corta….. unos bailes….. yo que te subo la bata, etc…….. (no me atreví a seguir).
  • No me digas que crees, que una bata blanca de sirvienta puede provocar morbo a nadie….
  • Si son personas adineradas seguro que tienen señoras a su servicio, seguro que alguno fantasea con ellas, creo que es buena idea acortarte la tuya, de modo que simplemente agachándote un poco se «vea algo», luego bailamos…….. en fin algo que los contente. (omití decirle el «pequeño detalle», sobre que a mí, si me provocaba morbo verla así).

El día señalado, observé a Don Ramiro extremadamente nervioso, a todas horas ocupado con el teléfono, e intentado advertir en nuestros rostros algún signo de arrepentimiento para suspender el acto.

Llegada la noche, nos invitó a resguardarnos en nuestra habitación, ya que afirmó los invitados iban a llegar en cualquier momento, y deseaban salvaguardar su intimidad, ocultándose bajo una máscara de carnaval, por lo que sería él quien los atendiera, hasta que fuéramos llamados.

Efectivamente, poco después escuchamos el ruido de varios vehículos aparcando en la parte posterior de la mansión.

Podéis imaginar nuestro nerviosismo, sin saber lo que ocurría tras las paredes de nuestra habitación, oyendo como, de uno en uno, los vehículos aparcaban en las inmediaciones.

Don Ramiro, llamó a nuestra puerta y nos invitó a salir cuando lo deseáramos, aprovechando mi madre para «ocultarse» en el cuarto de baño y cambiarse de ropa.

No pude resistir la curiosidad, y sin esperarla, salí al salón donde se encontraban aquellas personas acompañadas por Don Ramiro.

A parte de éste, observé a seis personas sentadas en varios sofás dispuestos al efecto por el anfitrión.

No habría podido reconocerlos jamás, ya que sus rostros se ocultaban tras unas máscaras de carnaval que lo encubrían por completo.

No obstante, no había que ser adivino para suponer por su ropa que se trataban de personas de alto poder adquisitivo, siendo cuatro de ellos hombres de entre 40 y 60 años aproximadamente, y para mi mayor desconcierto, ya que nunca lo habría imaginado, dos señoras, una de unos treinta y tantos, de físico que denotaba horas de gimnasio, y otra en la cuarentena, con cuerpo mas rollizo.

Me avergoncé, sintiéndome taladrado por aquellos ojos que ansiaban conocer al que presumiblemente iba a ser capaz de follarse a su madre, aunque fuera de forma «fingida».

Observé a su vez, que no intercambiaban conversación entre ellos, como si temieran ser reconocidos por la voz, y supuse, que aquella discreción prometida por Don Ramiro, incluía el desconocimiento entre los invitados sobre su identidad.

Me alegré al escuchar abrirse la puerta de nuestra habitación, ya que estaba comenzando a incomodarme con sus miradas inquisitivas.

Fue lo mejor que pudo pasar, ya que para mi mayor satisfacción, mi madre se las había arreglado para hacerme caso, (tal vez demasiado caso), y la observé salir vestida con aquella bata de sirvienta, tan corta, que prácticamente no debía ni agacharse para mostrar su lencería.

Mi madre se sonrojó al máximo al sentirse observada por aquellas personas, y como yo, aparentó sorprenderse por la presencia de dos señoras.

  • ¿Os habéis dado cuenta de lo mucho que se parecen?. Dijo Don Ramiro con tono de enorme satisfacción, sin que los invitados contestaran más que por gestos de aprobación.

Antes de que mi madre pudiera acobardarse sintiéndose el centro de la atención, decidí comenzar con el «juego», haciendo especial hincapié en contentar el morbo que había atraído a aquellas personas, llamándola «mamá» en cada frase.

  • Mamá, debajo de aquella repisa hay un papel, quítalo antes de que lo vea Don Ramiro.- (Éste sonrió, imaginando por su vestimenta mis pretensiones).

Sin percatarse todavía de aquello, mi madre se dirigió hasta la repisa y contestó.

  • ¿Papel?, ¿Qué papel?.
  • Agáchate y lo verás.

Al hacerlo se dio cuenta del «engaño», ya que aún flexionando las rodillas, todos pudimos ver sus braguitas del mismo color de la bata, asomando bajo la misma.

Creyendo que aquellas situaciones contentarían a los invitados, mi madre se recreó en ellas, siguiéndome la corriente mucho mejor de lo que hubiera esperado, comportándose como una «inocente» señora de la limpieza que no se percataba de las lascivas miradas que su propio hijo le dedicaba.

Mi última propuesta fue, hacerla subir en una silla, mientras que yo, al «sujetarla, aprovechaba para expiarla bajo la bata, sin que ella teóricamente se diera cuenta de ello. (Sorprendiéndome lo bien que interpretaba aquel papel de «inocente» madre, que no puede sospechar de las intenciones de su hijo)

Semejante «actuación» por su parte, no hizo más derribar los últimos ladrillos del tabú que pudieran existir en mi avergonzada mente, y sin que ni siquiera los pantalones, pudieran ocultar mi estado de erección, le di una pequeña palmada en el culo.

Mi madre (algo sorprendida), se bajó de la silla y me dijo.

  • ¿Qué haces hijo mío?.
  • Me excita muchísimo verte con esa bata, mamá. Contesté como si estuviera «actuando» para los invitados y prosiguiera con el «juego», aunque mis palabras no correspondieran en absoluto con la realidad.
  • Hijo mío, eso no puede ser, soy tu madre.
  • Lo sé perfectamente pero hace mucho tiempo que fantaseo contigo y cada vez me excita mas la idea de poder acariciarte.

Sin darle tiempo a contestar, aproveché para desnudarme rápidamente, quedándome únicamente con el slip que apenas podía contener la monumental erección de mi polla.

MI madre se sorprendió enormemente, no esperando aquella reacción por mi parte, y mucho menos la erección que mostraba.

  • Hijo mío, ¿»eso» te lo he provocado yo?.- Dijo con voz temblorosa.
  • Si mamá, y aunque sea lo último que haga me gustaría poder abrazarte…..

Sus ojos se abrieron «aterrorizados», al ver cómo me acercaba a ella con aquella erección tan impropia tratándose de su propio hijo

La abracé dulcemente y noté el temblor de su cuerpo, imité un suave baile para lograr darle la vuelta hasta dejarla de espalda a los «invitados».

Sin dejar de abrazarla, me las arreglé para poco a poco, llegar al pliegue de su bata, y alzarla hasta dejar completamente a la vista de aquellas personas sus inmaculadas braguitas blancas.

Lo deseaba con todas mi fuerzas, sobre todo al sentir en calor de su cuerpo presionando mi erección, pero resistí unos minutos hasta envalentonarme y posar la mano sobre su culo acariciandolo tiernamente.

Mi madre me miró fijamente, intentando adivinar en mi rostro, si realmente proseguía con la «actuación» para aquellos espectadores, o había traspasado los límites de lo prohibido, como parecían demostrar mis caricias y mi más que evidente erección.

Le di la vuelta, intentando evitar algún «reproche» en su aturdida mirada, dejándola de frente a aquellas personas, a las que a todas luces les agradaba lo que estaban presenciando,

Detrás de ella, aprovechando para besarla en la nuca, fui desabrochándole la bata, hasta que ésta resbaló por su cuerpo hasta caer al suelo.

La dejé en ropa interior, braguitas y sujetador, frente la mirada lasciva y ávida de nuevas experiencias de aquellas morbosas personas, que también incrédulas por la «realidad» de nuestros actos, me observaban frotarme la polla erecta sobre su trasero.

En aquella postura, sin dejar de escuchar unos cada vez mas imperceptibles, «no, no, no, hijo mío no», mis manos sobaron los voluminosos pechos de mi madre, y cuando comencé a percibir la erección de los pezones, me aventuré a llegar «más lejos»

En principio, solo sobre las braguitas, pero poco después me atreví a introducir la mano bajo el elástico de las mismas hasta alcanzar su vello púbico, y finalmente….. ¡el coño peludo que tanto deseaba!

Encontrándome en sus espaldas, intenté imaginar su rostro siendo observada por aquellas personas (que no podían ocultar su satisfacción al haber comenzado a sospechar que no se trataba de una «actuación»), mirándola fijamente mientras era sobada y acariciada por su propio hijo.

Localicé su clítoris y tras lamerme el dedo, le dediqué mis mejores caricias, logrando que brotaran sus primeros ahogados gemidos de los labios.

Su cuerpo temblaba, y en un momento de lucidez logro susurrar, «por favor, para, hijo mío, para». (Aquel «hijo mío, para», enalteció aún más los «ánimos» de nuestros espectadores, que aun conociendo perfectamente nuestro parentesco, agradecían lo hiciéramos más patente llamándonos «mamá» o «hijo mío»).

Mi excitación hubiera podido agujerear el slip y las braguitas que separaban nuestros cuerpos, por lo que nada de lo que hubiera dicho podría pararme, y menos observando el estado de «atención» que habíamos provocado en aquellas personas, que sin perder detalle intentaban retener en sus retinas hasta la última pincelada de nuestra «actuación».

Las palabras de mi madre expresaban lo contrario de su trémulo cuerpo, que literalmente se deshacía entre mis manos, impregnando una, de jugos vaginales y atravesando la otra con la erección de sus pechos, al mismo tiempo que perceptiblemente alzaba el culo para sentir mejor la erección que chocaba en sus caderas.

Sin dejar por un instante de «alegrarme» las manos, aproveché para hacer un rápido reconocimiento de nuestros espectadores, Don Ramiro aparentaba hallarse «impresionado», y al encontrarse de pié, pude comprobar la erección que abultaba bajo su pantalón, demostrando que aparte de anfitrión también disfrutaba observando ese tipo de situaciones.

Por su parte, solo pude intuir la segura erección del resto de caballeros, ya que al hallarse sentados, incómodos, buscaban la mejor «postura» para que no se rozaran sus pollas erectas con la cremallera del pantalón, deslizando el culo sobre el sofá disimuladamente, o simplemente con la mano y abiertamente, «cambiándola de sitio».

La dama más joven, no perdía detalle con la mirada fija, mientras la más madura, fuera de sí, amparada por el anonimato de la máscara, se acariciaba los pechos con una mano, al mismo tiempo que con la otra, aunque por encima del fino y caro vestido que la cubría, se frotaba el sexo, en una evidente aunque oculta masturbación.

Mi madre, frente a ellos, mientras era acariciada obscenamente por su propio hijo, se sentía el centro de todas las miradas lujuriosas de aquellas personas, las cuales, aunque evidentemente por su posición económica, podrían tener acceso a cualquier tipo de mujer joven y de cuerpo escultural, se encontraban «devorándola» con la mirada, y en un estado de excitación como nunca hubiera imaginado podría provocar en nadie, aun menos a ese tipo de personas, y noté que, de sus primeras tímidas negativas, en unos minutos pasó a un estado de sumisión lasciva brutal, gozando de las caricias, sin proseguir en el intento de fingir se trataba de «actuar» para el público.

Comencé a sospechar, se habían despertado sus más ocultos y secretos morbos exhibicionistas, los cuales nunca había practicado por vergüenza, pero al ser consciente de la excitación que tanto su cuerpo como sus actos habían levantado entre los asistentes, se liberó el deseo reprimido durante tantos años, llevándola a la entrega absoluta.

Con la polla a punto de explotar, busqué el lugar donde consumar mis más obscenos deseos, y no hallando otro sitio, invité a tres de aquellos caballeros a levantarse del sofá y liberar el territorio que necesitaba.

Lo hicieron «encantados», suponiendo perfectamente lo que pretendía hacer sobre el mismo, y «obligue» a mi madre a tumbarse sobre aquel desalojado sofá.

Aproveché para mirarla lascivamente, comprobando como aquellos erectos pezones luchaban por perforar el sujetador, y aquel coño, que ansiaba taladrar con todas mis fuerzas, se dibujaba bajo la suave tela de sus braguitas.

Ella, en un último instante de lucidez, y viendo «lo que se avecinaba», me miró con cara de «suplicar» diera marcha atrás en mis evidentes intenciones, pretendiendo hacerme saber que, «ya nos habíamos ganado el sueldo» con creces, por lo que no era necesario seguir adelante.

Ignoraba que, aquella motivación «económica», se trataba de lo último que pudiera haberme influenciado, y que el morbo y excitación que sentía por ella, era infinitamente superior a cualquier tabú o circunstancia, hecho del que si se habían percatado mucho antes nuestros «espectadores», que sabían perfectamente que estaban presenciando algo absolutamente real, provocándoles perder las últimas barreras de pudor que encubrían bajo aquellas anónimas mascaras o ricas vestimentas.

Así, unos segundos antes de quitarme el slip y dejar mi erecta polla a unos centímetros del coño de mi madre, a la cual previamente había «arrancado» las braguitas que lo «resguardaban», observé como los caballeros, casi al unísono, se bajaban los pantalones, y procedían a masturbarse, ansiando el momento de ver como penetraba a mi propia madre, y las damas, sin decoro alguno, tras alzarse el vestido, se frotaban el clítoris como si les fuera la vida en ello.

No les hice esperar, coloqué una de sus piernas sobre el respaldo del sofá y le deslicé la otra hasta caer al suelo, quedando pasiva y sumisamente abierta de piernas.

Sin cesar de mirarme, temblorosa, aunque sin hacer más que unos tímidos intentos por cerrar las piernas, mi madre observó la punta de mi polla acercarse hasta chocar en la entrada de su coño.

La humedad del mismo, facilitó la penetración de mi erecta polla, tan dura, como no recordaba haberla tenido jamás.

Quise disfrutar el momento para recordarlo toda la vida, y no la penetré de golpe, sino centímetro a centímetro, sintiendo mejor el calor de aquel coño ardiente y húmedo, deleitándome observando cómo abría los ojos a cada empujón de caderas, para cerrarlos después al cesar el movimiento.

Por fin, noté el calor de su coño sobre los huevos, signo evidente de haberla penetrado por completo, siendo imposible introducirle un centímetro más de carne «salchichera» en su cuerpo.

Mi estado de excitación se tornó tan inmenso que, ni un cataclismo hubiera logrado evitar que bombeara las caderas para follarla, pero ella, en último e inútil intento, suplicó en un susurro que bien podría haberse interpretado al contrario, «no, hijo mío, ¡eso no!».

Sin darle tiempo a terminar aquella suplica inútil, inicié las embestidas bombeando las caderas rítmica y fuertemente, follándola como si quedaran minutos para el fin del mundo.

Escuché alguna exclamación entre los espectadores, como si en aquellos instantes, las pocas dudas que albergaran, sobre la realidad del incesto que estaban presenciando, se hubieran esclarecido por completo.

El único que se atrevió a expresarlo abiertamente, fue Don Ramiro, que exclamó, «¡ostias!, ¡qué manera de follarse a su madre!», con tono de satisfacción, tanto por haber logrado «lo mejor» para sus invitados, como de propio deleite sexual.

Pude ver, a mi madre girar la cabeza con «curiosidad» exhibicionista y comprobar la excitación que provocábamos entre los asistentes, al mismo tiempo que se mordía los labios, sintiéndose algo avergonzada de demostrar demasiado abiertamente, el placer que la invadía con cada embestida de la polla de su hijo, algo ridículo, cuando todos podían verla abierta de piernas y arañándome las espaldas intentando sentirse más penetrada.

Nuestra «actuación», despertó una excitación inusitada entre los asistentes, ya que tras escuchar unos extraños sonidos, giré la cabeza en dirección a su procedencia, y observé a uno de aquellos caballeros arrodillarse para penetrar a la señora más madura, la cual sin llegar a desnudarse, se había colocado a cuatro patas como una perra, y tras alzarse el vestido sobre sus espaldas y bajarse las braguitas, esperaba ansiosa ser follada por aquel desconocido, siempre frente a nosotros, para no perderse un detalle de lo que la había llevado a tal excitación.

Don Ramiro pareció incomodarse por aquel «contacto» entre invitados, (días después, nos aclaró que, en sus «reuniones», una de las reglas se trataba de la prohibición de dichos contactos entre invitados, para evitar la mas mínima posibilidad de ser reconocidos), pero tras notar la «aprobación» del resto de los asistentes, sonrió abiertamente, satisfecho de saber que la ruptura de dichas reglas, se debía al rotundo «éxito» que les estaba provocando nuestra actuación.

Proseguí follándome a mi madre, alternando la forma «profunda» y enérgica, con otra más pausada para evitar inundarle el coño de semen demasiado pronto, y deleitarme con su cuerpo el mayor tiempo posible.

Me parecía imposible estar follándola, y que a nuestro lado se hallara una señora siendo penetrada por un perfecto desconocido, la cual, por edad y fisionomía, podría ser a su vez, madre de uno o varios hijos que nunca lograrían imaginar lo que estaba haciendo, y mucho menos el alcance de sus morbos, mientras el resto de anónimos espectadores se masturbaban desaforadamente.

En el transcurso de aquellos segundos, en los que desvié la atención, sobre los oscuros y secretos juegos sexuales de aquella señora, regresé a la realidad de «mis actos», al escuchar unos inmensos gemidos procedentes de «otra señora», ¡mi madre¡ la cual había cesado de intentar mitigarlos mordiéndose los labios bastante atrás, y de los mismos brotaban furibundos aullidos de placer.

Sin dejar de follarla, fijé mi atención exclusiva en ella, alucinado al verla sudorosa y sonrojada, con los ojos abiertos al máximo, al mismo tiempo que apreciaba de forma notoria, sus contracciones vaginales en mi polla, y los espasmos de su vientre sobre mi cuerpo.

Gritando como autentica loca, y repetidamente, «!métemela, hijo mío, métemela, no pares!», alcanzó el mayor y húmedo orgasmo que he presenciado jamás, hasta el punto que, el resto de los asistentes cesaron en sus «actividades», impresionados por semejante escándalo lascivo.

Hubo momentos, en los que temí que las últimas palabras de mi madre, y que iban a quedar en un «poco decoroso» epitafio para la posteridad, fueran…….. ¡Hijo mío, métemela», ya que tras el orgasmo quedó tan inmóvil y desfallecida que pensé en lo peor.

Por fin, tras escucharla respirar, respiré aliviado y proseguí follándola, esta vez con toda la fuerza de mis caderas, no tardando en inundarle el coño, con la ingente leche que almacenaban mis huevos desde el día en que llegamos a aquella mansión.

Me «derrumbé» sobre ella y permanecí abrazado sobre su regazo, esperando y gozando del espectáculo, que ahora, de «forma gratuita», nos estaban ofreciendo aquella señora madura y su amante desconocido, que la follaba entre los gemidos más intensos que se pueda imaginar.

Sumamente excitados, no tardaron en sucumbir al placer, y prácticamente al unísono, aullaron gritos ininteligibles, evidenciando el orgasmo que acababan de «sufrir».

Una vez «separada» de su amante, durante unos segundos, agotada, antes de lograr incorporarse, y zafarse de aquella embarazosa postura (a cuatro patas), pude observar cómo le brotaban restos de semen entre la raja del coño, resbalando sobre sus muslos, y me sorprendió que una educada y adinerada señora, se hubiera dejado llevar de aquella manera sin tomar «precauciones», preguntándose mi calenturienta mente, si efectivamente se encontraría casada y se presentaría después en su casa sin que su marido e hijos pudieran imaginar que tenía el coño impregnado en semen de un perfecto desconocido.

Tuve que volver la cabeza para comprobar que sucedía con el resto de los asistentes.

En los pocos minutos, en los que por dedicar toda mi «atención» en el coño de mi madre, los había perdido de vista, se habían sucedido las novedades, sintiendo habérmelas perdido, ya que prometían haber sido de lo más interesante.

La otra señora, la que aparentaba ser algo más joven, se encontraba sentada en el sofá con su caro y exclusivo vestido, «manchado» de lo que a todas luces se trataba de semen, que por cantidad y localizaciones, era «propiedad» del resto de los asistentes, los cuales, bien invitados por ella, o propia iniciativa, habían considerado se trataba del mejor sitio para verter el pegajoso y condensado semen de sus pollas.

Mi madre, pasados aquellos minutos de «reposo», logró desembarazarse del abrazo, el cual incluía mi «medio» erecta polla insertada en sus entrañas.

Aún «conmocionada», intentó mitigar «sentirse desnuda» vistiéndose con lo único que tenía a mano.

Enseguida se dio cuenta del error, ya que nuevamente ataviada con aquella bata tan corta, fue objeto de las furibundas miradas lascivas de todos los presentes.

Supe perfectamente, que aquellos caballeros, incluido el que acababa de desfogarse con la señora madura, hubieran deseado follarse a mi madre allí mismo, y que lo intentaron «solicitándoselo» a Don Ramiro, pero éste, amparándose en unas «reglas del juego» que todavía desconocía, se las arregló para «tranquilizarlos».

No obstante, pude apreciar, que aunque «apenados» por no poder follarse a la protagonista del mejor y real espectáculo incestuoso que hubieran podido imaginar, «felicitaron» a Don Ramiro por haberles «obsequiado» con algo que superaba todas sus expectativas.

Uno a uno fueron abandonando la mansión, no sin antes dirigir «la ultima» mirada a mi madre, la cual, «inocente» y eficazmente, sin ocultar un exhibicionismo latente, se dedicaba sumisamente a ordenar la habitación, incluyendo la limpieza de restos de semen en el sofá con toallitas de papel, sabiendo perfectamente que con aquella bata a medio abrochar, mostraba su lencería constantemente.

Uno a uno, aquellos anónimos invitados, desaparecieron tan discretamente como habían llegado.

Una vez a solas, Don Ramiro, alborozado, sin poder ocultar la «satisfacción» por el «espectáculo» que habíamos brindado a sus invitados, me abrazó radiante.

  • ¡Ostias!, ¡que polvazo le has echado a tu madre!, ¡es lo mejor que «hemos» visto jamás!, mis «amigos» son difíciles de contentar, pero esta vez han alucinado.

Me limité a asentir con la cabeza, ya que difícilmente podía añadir algún comentario sobre algo que Don Ramiro había presenciado directamente.

Después se acercó a la autentica protagonista, la cual, en aquellos instantes, como si hubiera olvidado finalizar aquella actuación para unos inexistentes invitados, se encontraba semiagachada frente al sofá donde minutos antes me la había follado, intentando limpiar unas gotas de semen, mostrando prácticamente la totalidad de su voluminoso y carnoso culo, apenas oculto por aquellas inmaculadas braguitas blancas.

Don Ramiro, aprovechó aquella inmejorable postura de mi madre, para darle un pequeño azote en el trasero.

  • ¡Nunca hubiera imaginado que follaras de esa forma!, y eso que desde el primer día que te vi me provocaste un morbo brutal, y mas con los informes que me había pasado Ramón sobre ti, una autentica ama de casa decente.

Mi madre se incorporó tras recibir aquel azote de don Ramiro, y se volvió para mirarlo a la cara.

  • Sigo siendo la misma….. (se limitó a contestar tímidamente).
  • ¡No puedes imaginar las ganas que tengo de romperte el coño!, mis «amigos» me han suplicado poder «usarte», pero los he despachado lo más rápidamente posible, para poder ser yo quien «te la clave».

El tono de voz de Don Ramiro y sobre todo su comportamiento, había sufrido una transformación total, y de la persona seria e incluso distante que habíamos conocido no quedaba nada, transformándose en la viva imagen del deseo más irrefrenable.

Sus ansias por follarse a mi madre habían alcanzado tal magnitud, que pareció obviar que ella pudiera negarse a satisfacer sus oscuros deseos, sobre todo sabiendo que eso era algo que no había sido planteado con anterioridad.

No obstante, la actitud sorprendida y sumisa de mi madre, lo alentó a seguir adelante, y en un instante su bata rodó por el suelo.

Mientras Don Ramiro se desnudaba apresuradamente, aparentó acordarse de mi presencia, sin que aquello pareciera desalentarlo tampoco, ya que me miró y exclamó con voz indolente:

  • Si te importuna ver como «se la hinco» a tu madre puedes darte una vuelta por la casa.
  • No, al contrario, estoy deseando verlo. (Contesté sin llegar a comprender que pudiera excitarme ver a mi madre follando con un hombre, que por muy adinerado que fuera, no dejaba de ser un desconocido, algo más maduro que ella, y de físico poco agraciado, sobre todo desnudo, con una barriguita más que apreciable).

Mi madre, semidesnuda en bragas y sujetador, pareció sonreír al escuchar mi deseo por presenciarlo, confirmando mis sospechas sobre su «despertado» exhibicionismo.

Don Ramiro se desnudó por completo, y si bien anteriormente lo había visto masturbarse, no había llegado a percatarme del tamaño de su polla.

Sumamente erecta, no destacaba por su longitud, sino por un grosor desmesurado, ya no solo por el diámetro de carne, sino también por las venas inyectadas en sangre que resaltaban a simple vista, dándole un aspecto «rugoso».

  • Yo de ti chupaba un poco para humedecerla, o te dolerá cuando te la meta. (Le dijo a mi madre señalándose la polla).

Alucinado, presencié como mi madre en ropa interior, se arrodillaba frente aquel pedazo de carne, y con evidente poca experiencia, procedió a lamerle la polla.

Lejos de molestarle la falta de pericia en «aquellos menesteres» por parte de mi madre, Don Ramiro pareció excitarse aún más sabiendo que tal vez era la primera polla que lamía.

Tras dejarse «humedecer», pretendió llegar más lejos e introducírsela en la boca, pero mi madre apenas pudo abarcar la punta del aquel grueso trozo de carne, y desistió cuando comprobó que se ahogaba.

Don Ramiro no estaba para precalentamientos, y tras manosear groseramente a mi madre, la colocó a cuatro patas sobre el mismo sofá donde previamente me la había follado yo.

Ni siquiera se preocupó por quitarle las braguitas, y simplemente las ladeó de forma que quedara expuesto su peludo coño.

Impertérrito, a la vez que excitado, asistí a la penetración de aquel grueso miembro carnoso, en lo que parecía ser un lugar demasiado estrecho, provocando unos leves quejidos lastimeros en mi madre.

Solo la evidente humedad de su coño evitó que se lo desgarrara por completo, cuando de un fuerte empujón se la hincó hasta el fondo.

  • ¡Ostias!, que coño tan estrechito tiene tu madre. (Bramó Don Ramiro, que sin dejar de follarla profería todo tipo de comentarios lascivos).
  • ¡Tienes el coño ardiendo!, ¡que gustazo me estás dando!.
  • Despacio…… ummmmmm, la tienes demasiado gorda…. Ahhhhh..
  • No importa, ¡tienes el coño empapado y bien lubricado!, ¡cómo te gusta que te la meta delante de tu hijo!

Tratándose de algo innecesario, mi madre no contestó a aquella última aseveración, ya que, desde el principio, me «buscaba» constantemente con la mirada, sin poder disimular la satisfacción que le producía exhibirse ante mí, de aquella forma tan obscena siendo penetrada y sobada por quien anteriormente se trataba de Don Ramiro, y ahora, completamente desnudo, gimiendo como un loco, había perdido cualquier atisbo de «Don».

Si fue difícil «aceptar» mis deseos por mi propia madre, lo era más comprender el motivo que me excitara verla follando con otro hombre, completamente entregada al placer desenfrenado, pero mi polla erecta alejaba cualquier duda al respecto.

Ramiro (sin el «Don»), la follaba con tal fuerza que provocaba el movimiento típico de unas «campanas» en sus pechos, con la característica especial de parecer unas «campanas puntiagudas», por la erección de sus pezones, a pesar de continuar con el sujetador puesto.

  • ¿Quieres chupársela a tu hijo mientras te follo?.
  • Si, siiiiii, ahhhhhh, siiiii.

Ramiro, la «invitó» a cambiar de postura, tumbándola boca arriba en el sofá, para follarla esta vez a lo «misionero», dejándome espacio para acercarme, y tras bajarme los pantalones, embutirle la polla en la boca, la cual por ser de menor grosor, la pudo engullir más fácilmente.

Mi madre estuvo a punto de arrancarme la polla a mordiscos, cuando le sobrevino un épico orgasmo.

Ramiro no pareció preocuparle aquello, y siguió follándola hasta inundarle el coño de leche, profiriendo toda clase de barbaridades obscenas.

Tras ello, sacó su gruesa «morcilla» del coño que tanto placer le había provocado, ocultándolo inmediatamente, volviendo a colocarle las braguitas en su lugar original, como si quisiera evitar que se desperdiciara una sola gota de su semen.

Loco de placer y excitación, sintiendo los chupetones de mi madre sobre la polla, evité correrme en su boca y no tuve mejor idea que aproximarme a su entrepierna y apuntar el surtidor sobre sus braguitas, empapándolas de semen por encima, tanto o más, como ya lo estaban por debajo.

Aquello fue el inicio de una especial relación entre los tres.