Estaba peleando con Aitor, no sabía que más hacer para hacerme la indiferente. No pude más, me puede y es que sabe cómo tocarme

Aitor aparece frente a mí con la misma ropa que llevaba en el bar, pero está completamente empapado y la expresión de su rostro denota un importante cabreo. Su pelo cae hacia abajo por encima de los ojos, por lo que mueve la cabeza varias veces para apartar los molestos mechones de su campo visual. Además, por su errática respiración, parece como si hubiera subido las escaleras corriendo en lugar de usar el ascensor.

—¿Qué quieres? –demando con rabia, todavía temblando por su inesperada visita.

—¡Maldita sea, ¿acaso no lo ves?! Estoy aquí, ¿no?

—Sigo sin saber qué quieres –musito apartando la mirada con aire avergonzado.

Bufa desesperado, cierra la puerta con el pie y avanza con decisión hacia el salón, ignorando mi mosqueo.

—Tu prima es un personaje peculiar, ¿lo sabías? –farfulla irritado–. Se me ha insinuado de todas las formas posibles.

Tras esas palabras, la rabia se apodera de mí abrasándome por dentro como una llamarada sin control.

—No es nada nuevo –menciono mientras contengo las ganas de desatar el llanto–. Pero no toda la culpa es suya, tú también tienes lo tuyo…

Se detiene en el acto y me mira con intensidad. Sus ojos relampaguean con súbita fiereza.

—¿Te ha molestado que haya ido a comer con ella?

Doy un rodeo para esquivarle. No quiero verle, y mientras le doy la espalda, digo:

—Para nada –miento–, puedes hacer lo que te venga en gana –intento mostrar indiferencia, aunque no sé si realmente lo consigo.

—¿Es que te da igual?

Me encojo de hombros.

—¿Qué quieres que haga, Aitor?

—Pues no sé, joder, ¡algo!

Niego con la cabeza, no sé qué quiere de mí, ¡no le entiendo! Estoy confusa y me siento mal, esta situación me supera porque no sé cómo encajar los sentimientos contradictorios que me inspira. Hay momentos en los que miro a Aitor y veo a un chico entrañable, atento, cercano, transparente, noble…, ese es su álter ego que me gusta. Pero con frecuencia, esos aspectos se ensombrecen y entra en juego su prepotencia, despecho, rabia…, aspectos que también son una parte muy arraigada en él.

Lo único que tengo claro es que podría soportar esos defectos, anteponiendo sus múltiples virtudes, pero lo que nunca podría perdonar es una traición con mi prima, eso jamás, esa línea es infranqueable para mí.

Me giro enérgica. Acordarme de ella me ha hecho recuperar parte de mi fuerza, la sangre de mi cuerpo bulle en este momento, envalentonándome, y sin más preámbulos, decido formular la única pregunta que durante horas resuena en mi cabeza.

—¿Te has acostado con ella?

Aitor me mira atónito, pero transcurridos unos segundos su rostro se destensa, se relaja, y entonces dice:

—¡Aleluya! ¡Al fin una reacción por tu parte que me demuestre que esto tiene sentido después de todo! –le contemplo extrañada, todavía no ha respondido a mi pregunta–. ¿Es ahora cuando tengo que decir eso de «no es asunto tuyo»?

Es un despreciable rencoroso de mierda, ¡LE ODIO!

Aprieto los labios y se me dilatan las aletas de la nariz, el corazón me va a mil por hora y un sudor frio desciende por mi nuca.

Llegados a este punto, siento que no tenemos nada más de lo que hablar, y me las arreglo bastante bien hasta que mis ojos me traicionan, y sin poder evitarlo, las lágrimas descienden por mis mejillas como un fresco torrente.

Aitor se aproxima conmovido por mi reacción, estoy convencida de que lo último que esperaba era que me pusiera a llorar como una estúpida. Ni yo misma sé qué estoy haciendo, sin embargo, no dejo que se acerque y me aparto en cuanto lo tengo delante, porque me abochorna estar así, indefensa, ya que cualquier esfuerzo por mi parte por intentar mantenerme firme y seguir fingiendo conformidad, se ha ido al traste. No consigo pensar en otra cosa que no sea en mi prima y en él juntos, retozando en la misma cama, y nada de lo que haga o diga logrará borrar esa imagen tan vívida de mi mente.

Restaño las lágrimas con el dorso de la mano e intento controlarme para que no sigan fluyendo. Pero Aitor no se da por vencido y continúa avanzando hasta quedar de nuevo frente a mí, arrinconándome entre su cuerpo y la pared para que no tenga escapatoria.

Vacilante, y con el debate interior reflejado en los ojos, alza la mano y recorre rápidamente mi pómulo con las yemas de sus dedos. Su roce me quema en el acto.

—Sara García, acabo de constatar que eres tonta –asegura reproduciendo una divertida mueca.

Durante un prolongado periodo de tiempo, sus ojos castaños relucen con satisfacción, causando estragos en mi ritmo cardiaco, para después volverse pícaros.

Se separa unos centímetros de mí, y dedicándome una sonrisa de autosuficiencia, se quita la camisa tejana, empapada por el chaparrón, y la deja sobre la silla más cercana. A continuación, se desprende de la camiseta blanca, mostrándome por segunda vez ese increíble torso desnudo que parece haber sido cincelado en piedra.

Lo miro embelesada sin ser plenamente consciente de lo que está haciendo, pero cuando se quita el cinturón y lo deja caer al suelo, me obligo a intervenir.

—¿Qué estás haciendo?

Sonríe de medio lado mientras se desabrocha el primer botón de los vaqueros.

—Desnudarme.

—Eso ya lo veo, pero ¿por qué?

Se descalza pisando el talón con el pie opuesto antes de contestar:

—Porque voy a hacerte el amor de una maldita vez.

¡¡¡¿¿¿Quéééééé???!!!

—¿¿¿Te has vuelto loco???

Se encoje de hombros inclinando la cabeza al mismo tiempo, y ese gesto me resulta encantador.

—Puede. La verdad es que últimamente no me reconozco.

Avanza con decisión hacia mí, y yo, siento que debería salir corriendo, huir de esta locura que no puede hacerme ningún bien, pero en lugar de optar por la decisión más sabia, me quedo petrificada, arrinconada en la esquina del salón. Sé que va a hacerlo, puedo sentir las partículas ardientes de sus intenciones flotando por la habitación como pequeñas luciérnagas; la seguridad de sus ojos me confirma que no vacila.

Sus manos me atrapan antes de que logre apartarme, colocándolas a cada lado de mi rostro esquivo, guiándolo con dulzura hasta que se encuentra con mi mirada perdida; a continuación, se inclina y me besa.

Sus labios, firmes y precisos, se posan sobre los míos. La tensión acumulada durante la discusión me ha dejado destrozada y algo ausente, por no hablar de la consabida confusión que parece haberse instalado en mí desde que lo conozco.

¿Es posible que Aitor, después de todo, sienta algo por mí? ¿Cabe la remota posibilidad de que no me vea únicamente como a una amiga, tal y como pretende hacer creer? Dicen que a veces hace falta el viento de los celos para encender la llama del amor, ¿Es posible que sus intenciones hayan sido desde el principio provocar una reacción en mí fingiendo un supuesto acercamiento con mi prima? Si es así, lo ha conseguido. Las ganas de retenerle pueden más que cualquier otra cosa. Por primera vez desde que lo conozco, invaden mi mente pensamientos esperanzadores, haciéndome despertar del largo letargo en el que he estado sumida hasta ahora, y actúo. Cojo aire al tiempo que me pongo de puntillas para corresponder a la demanda de sus libidinosos besos.

¿Y si…, y si hace todo esto porque le doy pena? ¿Por qué conmigo? ¡No tiene ningún sentido!

No puedo evitar que mi enraizada inseguridad, alimentada durante años, baraje todo tipo de hipótesis que justifiquen la circunstancia en la que me hayo en lugar de admitir que puede haber algo en mí que le guste, que puedo atraerle como mujer. ¿Para qué engañarnos?, esto es físicamente imposible, no estoy a su altura.

¡A la mierda la moralidad, los límites, las censuras, el complejo de inferioridad! Aitor me está besando, ¡me está besando! ¡A MÍ! No puedo permanecer impasible frente a eso, él me gusta, me gusta de verdad, tanto que bloqueo la vocecilla censora de mi subconsciente, esa que intenta prevenirme de las consecuencias de mis actos. Y no hay nada más qué hablar.

Me sorprendo a mí misma actuando de forma impulsiva, rodeando su cuello con mis manos mientras le beso con una necesidad apremiante, gimo sobre sus labios cuando él ciñe las manos a mi cintura, apretándome contra él.

La manta que me cubría se desliza por mis hombros y acaba hecha un gurruño en el suelo. Aitor se mueve, haciendo chocar mi espalda contra la pared para seguir besándome, mordiéndome con suavidad, jugando con mi lengua…

Su dulce aliento me embriaga haciéndome perder el norte, y me concentro únicamente en este momento. Jamás me había dejado llevar de esta manera, pero hasta ahora, nadie me había gustado de verdad.

Siento su respiración descompasada, sus ganas de mí, y eso me excita. Con súbita decisión, doy un salto y me engancho a él como un pigmeo, sin dejar de besarle con frenesí. Sus manos se ciñen a mis nalgas y me lleva con agilidad hacia el pasillo, mientras sus besos se centran en mi cuello.

—¿Dónde? –pregunta a mitad de camino, intentando recordar la puerta que da paso a mi dormitorio.

Señalo la habitación, él la abre, y sin detenerse me acomoda sobre la cama.

Se deja caer sutilmente sobre mí, acompañando mi cuerpo con el suyo hacia atrás. Me muerde el cuello y un escalofrío me atraviesa entera, arqueo la espalda por la sensación y él aprovecha el gesto para desabrocharme el pantalón y despojarme de él, dejándome únicamente con la camiseta y la ropa interior puesta.

Las yemas de sus dedos ascienden desde los tobillos a las caderas, dibujando carreteras invisibles sobre mis piernas. Siento la piel más caliente allí donde él me toca, es un calor agradable, pero sus palabras me llegan más adentro que sus caricias:

—Me gusta cómo eres, tan suave y bonita… –susurra bajo mi oreja, al tiempo que sus dedos se interponen entre la piel y el elástico de mis braguitas.

Estoy un poco nerviosa y no se me ocurre otra cosa que frustrar sus intenciones llevando mis manos a su cintura. Con dedos trémulos, tiro de las trabillas de sus vaqueros con la intención de retirárselos para estar en igualdad de condiciones. En cuanto Aitor capta mi propósito, facilita la maniobra quedándose únicamente con los ceñidos bóxers sobre mí.

Vale, ya he llegado hasta aquí, pero no sé si voy a poder continuar…

Su insistencia es implacable, me besa el lóbulo de la oreja y sigue el recorrido de mi mandíbula hasta detenerse en el cuello. Entonces, hace algo que provoca que mi corazón se desboque, lleva el dedo índice hasta la base de mi cuello y lo coloca justo en el hoyuelo que hay entre las clavículas.

—¿Sabes cómo se llama este hueco de aquí? –pregunta retóricamente acariciándolo con suavidad, despertando en mí un pequeño cosquilleo–. Sinoide vascular –responde inclinándose para besar esa olvidada parte de mi anatomía.

Acabo de derretirme literalmente, cualquier mujer cedería ante la pericia de este conquistador innato…, cualquier mujer menos yo. Miro a Aitor, entregado, guapísimo, tan…, tan…, tan sumamente perfecto. Enseguida me asaltan nuevas dudas que intento controlar, pero cuando infiltra sus manos por dentro de la camiseta, y asciende por mi cintura desnuda, caigo de repente en mi gran defecto.

—¡Coño! –exclamo deteniendo sus manos antes de que alcancen mis inexistentes pechos.

—Tranquila, ahora voy a por él –susurra con humor, circundando mi ombligo con un dedo.

Me echo a reír, pero no dejo que continúe y me alejo, enroscándome la sábana alrededor del cuerpo.

—No es eso… –me muerdo el labio inferior–. ¡Por Dios, qué vergüenza! –digo escondiendo el rostro para que el color granate que han adquirido mis mejillas no me delate.

Aitor se coloca frente a mí y retira la sábana, para descubrir mi cabeza sin dejar de reír.

—Esto no funciona si te cubres, Sara, ¿acaso no conoces el procedimiento? –pregunta destilando su buen humor.

—Ya lo sé, idiota, lo que pasa es que no quiero que me veas, me da mucha vergüenza –enfatizo sacando los brazos de la sábana y dejándolos caer con aplomo a ambos lado de mi cuerpo–. En cambio tú eres absolutamente perfecto, pareces un Ken, y luego estoy yo…

Frunce el ceño, parece bloqueado, hasta que intuye por donde voy y sonríe.

—Si yo soy Ken, ¿quién eres tú?

—¡La muñeca chochona! –espeto cabreada.

Se le escapa una fuerte carcajada y rueda hacia un lado, cubriéndose los ojos con una mano.

—¡Joder, Sara! Eres única rompiendo momentos.

—¡Pero si es verdad! –recalco con cierto aire indignado.

—Bueno –me corta, incorporándose de nuevo–, no importa, creo que puede gustarme esta muñeca chochona, ¿me dejas verte?

Intento sonreír, pero lo cierto es que mi libido ha descendido drásticamente, sus intentos por hacer que me sienta mejor han fracasado.

—¿Bromeas? ¡No lo permitiré jamás! Hay partes de mi cuerpo que no quiero enseñarte…

—¿Qué partes son esas?

—Concretamente las tetas y el culo –disparo a bocajarro.

—Pues te recuerdo que tu culo ya lo he visto, y tengo un buen concepto de él.

—¡Oh, por favor! –cierro los ojos mientras me lamento–. Había olvidado eso.

—¿Sí?, pues yo no –dice exhibiendo una sonrisa socarrona–. ¿Qué tienen de malo tus tetas?

—No me gustan.

—¿Entonces qué hago?

Me encojo de hombros.

—¿Pretendes que juegue al twister con tu cuerpo esquivando las partes prohibidas? Sería algo como mano derecha al hombro, mano izquierda a la rodilla… –dice acariciando únicamente esas partes por encima de la sábana.

Se me escapa una carcajada.

—¡Joder, deja de cachondearte! Esto es muy serio, me da cosa que me veas.

—¿No seré el primer hombre que te ve desnuda?

—¡Claro que no! ¡¿Por quién me tomas?!

—En ese caso, ¿por qué me discriminas?

Vuelvo a reír, no sé si darle una bofetada o comérmelo a besos.

—Tú eres distinto, eres…, eres…, pues eso, demasiado perfecto para mí.

—Nunca pensé que eso fuera un problema, pero ¿sabes una cosa? Para mí, tú también lo eres.

—¡Vamos! –protesto desganada.

—¡Es verdad! O eso creo… Vamos a confirmarlo –dice intentando retirar nuevamente la sábana de mi cuerpo.

—¡Ni hablar! –grito mientras retengo la tela fuertemente adherida a mi cuerpo.

—¡Pues vaya! –se vuelve frustrado–. No me lo explico…

—¿No te explicas que me dé vergüenza mostrarte mi cuerpo? –confirmo.

—No, lo que no me explico es cómo puedo estar excitado cuando lo único que he visto de ti ha sido un codo como mucho –levanta la sábana para mirar su entrepierna antes de volver a dejarla caer sobre su cuerpo–. Sí, es un hecho altamente constatado: estoy cachondo.

Omito su broma y permanezco seria un rato, reflexionando.

—Si te sirve de consuelo, yo también lo estoy, y eso que apenas me has tocado.

Me mira repentinamente más interesado.

—Pues podemos remediar eso ahora mismo –dice de repente.

Y sin más dilación, Aitor se mete debajo de la sábana y vuelve a colocarse sobre mí. Sus besos son mucho más insistentes al saber que no me quedan más argumentos para resistirme. En esta ocasión, le correspondo sin pensar en nada más, centrándome en la perfección de este momento, saboreándolo. En el instante en que me quita la camiseta, estiro el brazo hacia el interruptor de la luz y la apago, como si con ese gesto pudiera impedir que descubriera las partes más detestables de mí.

Sus besos encuentran nuevos lugares de mi cuerpo en los que entretenerse, los siento por todas partes: las muñecas, el vientre, las caderas… Cuando llega al pubis, mi cuerpo se agita espasmódicamente por el placer que me hace sentir. Percibo el cosquilleo de su lengua abriéndose camino entre los labios, separando los pliegues y explorándome como si fuera un cartógrafo mapeando centímetro a centímetro un lugar ignoto.

Mi cuerpo se estremece, retorciéndose de placer a cada segundo que pasa, y por un momento lo olvido todo: quién es él, quién soy yo y lo que estamos haciendo.

Ahora que se ha despertado mi deseo, tengo la necesidad de intervenir y así lo hago. Me escabullo de entre sus brazos apartándome momentáneamente de él, no puedo verle, solo apreciar un conjunto de sombras y su silueta. Se sienta sobre la cama, apoyando la espalda contra el cabezal, y entonces alcanzo mi objetivo. Me subo a horcajadas sobre él, de espaldas, acomodándome contra su pecho mientras sus brazos me acogen desde atrás. Desciendo con cuidado hasta percibir su palpitante miembro presionando las puertas de mi vagina. No espero más y desciendo, hundiéndome en él sin detenerme hasta que nuestros cuerpos se acoplan por completo.

Sus manos se ciñen a mi cintura y suspira contra mi cuello, aprecio un pequeño mordisco mientras me acomodo a su cuerpo, dejando caer la cabeza en su hombro derecho. Su rostro se hunde en mi pelo y aspira, como si quisiera retener mi olor. Me muevo decidida, apretándome a él, acompañando sus manos por mi cuerpo e incluso le dejo acariciar mis pechos, mientras ambos nos movemos al son de una danza desenfrenada. Un gemido gutural brota de su garganta cuando una de sus manos desciende hasta presionar mi clítoris, acariciándome al tiempo que sus penetraciones se hacen más intensas.

Siento sus fuertes brazos envolviéndome, cuidándome desde atrás, y pienso: ¿Es así con todas? ¿Es siempre tan entregado, atento, cariñoso, gentil? Y esta mujer que cabalga sobre él sin importarle nada más, ¿de verdad soy yo?

La respuesta a mi segunda pregunta es sí, soy yo, y lo amo. Amo todo lo suyo. Mi mente se ha quedado en blanco, no hay espacio para nada más allá de este milagro de carne, y labios, y lengua, y latidos de corazón.

Sus movimientos me instan a liberarme, quiero hacerlo, y por encima de todo, sentir que él también lo hace.

Uno de sus brazos me rodea firmemente la cintura mientras el otro cubre un pecho, sus caderas saltan debajo de mí siguiendo mi ritmo, y entonces, en medio de ese frenesí incontrolable, empiezo a sentir el vértigo previo al orgasmo y gimo tan pronto consigo liberarlo.

Todo lo demás no importa. Ahora mismo soy feliz porque sé que a medida que me aprieta, mientras se corre emitiendo un grito ahogado por mi pelo, mientras una ola me sepulta y me hace temblar, siento que podría vivir para siempre; nunca antes había hecho el amor.

Aitor se pega a mi piel sudada, percibo su sonrisa sin necesidad de verla y recuerda mi nombre.

—Sara –dice solo eso.

Un estremecimiento recorre mi cuerpo tras escuchar mi nombre de forma tan clara y nítida después del sexo.

—Joder… –continua intentando recuperar el aliento.

En cuanto mi respiración se ralentiza, y siento que todo vuelve progresivamente a la normalidad, me separo de él.

—Nunca hubiera imaginado que tuvieras iniciativa en el sexo –prosigue, reproduciendo una discreta sonrisilla apreciable entre la penumbra–, ha sido una grata sorpresa, la verdad. Cuando te has puesto de espaldas encima de mí… Ha sido increíble.

Me cubro las mejillas con las manos, me siento algo avergonzada, la verdad.

—¿Es que no vas a decir nada? –insiste para sacarme del prolongado silencio.

—Me ha encantado –es lo único coherente que se me ocurre decir.

—Por cierto, no hemos usado preservativo –me recuerda, devolviéndome de nuevo a la realidad.

—Es verdad –constato–, normalmente no me dejo llevar así…

—¿Hay riesgo de que…?

—¡No! Claro que no –digo al saber a lo que se refiere–, tomo la píldora.

—Vaya, otra sorpresa…

Sonrío fugazmente y me levanto para asearme, todavía incrédula por lo que acaba de pasar. En cuanto regreso a la habitación, media hora más tarde, me pongo el pijama y me meto en la cama. Aitor se ha quedado dormido como un bebé, apuesto que para él, también ha sido un día largo.

Me tumbo a su lado, pero sin invadir su espacio. Me cuesta coger el sueño ya que solo quiero quedarme así, a escasos centímetros de él, pensando en la exquisita perfección de la noche. No me apetece tener que resignarme a la realidad de mi circunstancia, ni siquiera pensar en qué pasará mañana. Tampoco quiero considerar la cuestión práctica de cómo serán nuestras vidas a partir de este momento, lo único que me apetece es flotar en este estado de trance tanto tiempo como me sea posible. ¿Es mucho pedir?

No pasa mucho tiempo, tal vez una hora, cuando me percato de que Aitor, siguiendo las órdenes de su inconsciencia, conduce su mano hacia mi desorganizado cabello y enrosca un dedo en uno de los bucles. Parecerá una tontería, pero ese pequeño gesto me conmueve, y sin apenas darme cuenta, mis ojos vuelven a empañarse liberando un par de lágrimas.

Jamás he sentido el cariño de otra persona, y que ese cariño provenga de alguien como Aitor, tan opuesto al amor y los sentimientos es, cuanto menos, inquietante.