Esta es una historia que puede pasar en cualquier ciudad y cualquier oficina. Te puede pasar a ti

Hace un año empecé a trabajar en una empresa de mi ciudad. Desde el primer día estaba muy agusto en mi nuevo puesto de trabajo, y comencé a trabar amistad con mis compañeros, todos ellos gente maja. El ambiente laboral era muy distendido, había bromas y risas todos los días. Por supuesto, también se trabajaba duro, pero siempre había tiempo para el relax. La empresa tenía comprobado que dar ese tipo de libertad a sus empleados repercutía positivamente en la productividad, y sobre todo en nuestro bienestar.

En mi oficina nos sentábamos en mesas individuales, cada uno frente a un ordenador. Mi sitio estaba enfrente de J., un chico moreno, de ojos negros y mirada intensa, sonriente, bromista y alegre. Al principio he de reconocer que no me fijé mucho en él. Pero un día, por pura casualidad, empezamos a hablar.

En la empresa teníamos un sistema de comunicación entre los ordenadores mediante chat personal, de manera que podíamos enviarnos mensajes privados con otros compañeros de trabajo. Desde el día que J. y yo empezamos a relacionarnos más, los mensajes comenzaron a ser muy frecuentes entre nosotros. Hablábamos de todo, del trabajo, de las vacaciones, de los amigos, de los planes para el fin de semana… y de sexo.

La verdad es que no entiendo muy bien por qué, pero desde el primer día J. y yo abordamos el tema con toda naturalidad. Y pronto empezamos a decirnos cositas, o más bien a tirarnos los tejos. Nos contábamos con todo detalle qué nos haríamos el uno al otro si estuviéramos solos, encima de una mesa de la oficina, en el parking, en el ascensor… Nos daba muchísimo morbo tener esas conversaciones calientes en medio de la oficina, aunque «por culpa» de eso muchas veces J. no podía levantarse de la silla hasta que le bajara la erección, y yo notaba las braguitas demasiado húmedas.

Las conversaciones sexuales – o más bien ciberpolvos – se fueron haciendo más frecuentes, más explícitas, más calientes… hasta que un día, en pleno intercambio de mensajes muy subidos de tono, ya no podíamos más. Llevábamos tres meses haciendo esto casi cada día, y había llegado el momento de hacerlo realidad. J. me envió un mensaje «Te espero en el ascensor» y se levantó de la silla.

Al principio me quedé parada, no sabía si iba en serio, porque no era la primera vez que me hacía creer que íbamos a cumplir alguna de nuestras fantasías. Pero cuando pasaron algunos minutos y vi que no volvía, decidí levantarme. Salí al rellano y J. estaba allí, sosteniendo la puerta del ascensor y mirándome con deseo. El bulto de su pantalón era inconfundible. Se me hizo un nudo en el estómago, me sentía nerviosa, a pesar de todas las ganas que tenía de echar un buen polvo con J.

No lo dudé más. Me metí en el ascensor y le dimos al botón del parking. Nada más cerrarse la puerta, J. empezó a besarme desenfrenadamente, metiéndome la lengua y jugando con la mía, mientras me acariciaba los pechos por encima del jersey. Podía sentir sus jadeos de excitación, y empezó a contagiármelos. Mi lengua jugaba con la suya, le lamía los labios, le daba pequeños mordisquitos, y mientras mis manos no perdían tiempo con su paquete. Empecé a acariciárselo por encima del pantalón, notando como crecía. Mis pezones estaban como piedras y yo me sentía más excitada que nunca.

En este plan llegamos al parking, y nos metimos en el cuarto de acceso a la zona de aparcamiento, que tiene una puerta que se puede cerrar con llave. Una vez seguros de que nadie nos interrumpiría, nos lanzamos al polvo con el que habíamos soñado tantas veces.

Nos seguimos besando apasionadamente, pasando de los labios al cuello, lamiendo las orejas, susurrandonos cosas. «Mmm… como me estás poniendo… uuff…» «Fóllame aquí mismo, métemela toda…» «Espera… espera…» Mientras me besaba, J. me empezó a subir la falda y metió la mano entre mis muslos «Eh… esta zona está muy caliente…» Empezó a tocarme por encima del tanga, mientras yo no podía reprimir gemidos de placer. Estaba muy excitada, muy mojadita y me daba muchísimo morbo estar follando en un sitio público.

J. siguió acariciándome por encima del tanga, apretando un dedo contra los labios, y yo mientras le desabroché el pantalón y le bajé la cremallera. «Tú también estás calentito…» «Más de lo que te imaginas». Le acariciaba siguiendo el mismo ritmo que hacía él, primero por encima de la ropa y luego jugando, poco a poco introduciendo algunos dedos. El ya tocaba mi clitoris, lo acariciaba despacio, para luego meter un dedo poco a poco en mi vagina. Yo le había bajado el slip para tener total libertad de movimientos, y empezaba a masturbarlo suavemente.

Antes de que me dijera nada, le pedí que parase y me agaché un poco. Con mucha dulzura introduje su pene en mi boca, lamiéndolo poco a poco, jugando con la lengua en la punta, rozándolo con los labios y apretándolo para causar más placer. J. gemía sin parar y se tenía que apoyar en la pared con las dos manos. «Sigue… uufff… sigue… cómetela entera». Me lo metí todo lo que pude, lubricándolo con saliva y jugando con mis labios y mi lengua, una y otra vez, metiéndolo y sacándolo, simulando una penetración en la boca. «Como sigas así me corro aquí mismo…» así que decidí parar, no sin antes dar unos últimos lametones.

Cuando me incorporé, J. me levantó la falda por completo y me bajó el tanga. Luego me alzó en brazos y me senté en una pequeña repisa que había a media altura en la pared. Separé las piernas y poco a poco él se acercó y empezó a penetrarme muy despacio. Tenía que ir con cuidado, porque él estaba completamente mojado, y yo estaba muy excitada. J. se movía rítmicamente adelante y atrás, cada vez penetrando más, poco a poco, suavemente. «Te gusta…?» «Mmm… siii…».

Yo le abrazaba con fuerza y lo atraía hacía mí, quería que me la metiera toda, que me follara con fuerza, a saco. Estaba muy mojadita y más excitada que en toda mi vida. J. me acariciaba los pechos, ya libres del sujetador, que me había quitado unos minutos antes. Lamía los pezones y yo gemía sin parar.

Poco a poco aumentamos el ritmo, cada vez entraba y salía más rápido y más profundo. El morbo era total, el placer inmenso, era nuestra fantasía hecha realidad. J. gemía de gusto igual que yo, hasta que después de unos minutos sentí una explosión de calor en mi interior, y él tembló mientras eyaculaba dentro de mí. Fueron unos segundos que duraron horas, nuestros orgasmos simultáneos abrazados y medio desnudos en un parking.

Después de unos minutos de silencio, nos miramos y pude ver una chispa de alegría y complicidad en los ojos de J. «Ha sido fantástico. Mejor de lo que esperaba» «Mejor que cualquiera de esos polvos por chat». Nos dimos un largo y cariñoso beso justo antes de empezar a vestirnos.

Diez minutos después el ascensor nos dejaba frente a la puerta de nuestra oficina. Con los pelos un poco alborotados y la ropa medio arreglada entramos y nos volvimos a sentar en nuestros puestos de trabajo. No recuerdo si el resto de compañeros nos miró con cara rara o no, porque tampoco les presté mucha atención. Acababa de ver un aviso de mensaje en mi ordenador, y al abrirlo, vi que era de J. «Para cuando el proximo, morena? :)»